Así pasó... (2)

Estábamos sentadas cerca de la cocina hablando de tonterías de adolescencia, llevábamos ya varias cervezas y, por un momento, había olvidado a la misteriosa chica, cuando siento un peso que cae sobre mis piernas. Y sí, es ella.

Nadie pareció encontrar extraña la situación;  y yo, sinceramente, no sabía cómo reaccionar. Sólo atiné a quedarme completamente quieta, conteniendo el aliento, mimetizándome con el sillón. Ella, con un encanto natural, robó la plática y en unos minutos tenía a las chicas de mi grupo fascinadas con sus historias.

Yo seguía quieta; quería quitármela de encima pero al mismo tiempo me encantaba sentirla así de cerca, tibia. Abrí un poco las piernas, a lo que ella respondió con una sutil caricia en la rodilla; casi pude escuchar un “…tranquila”. Me atreví a poner una mano sobre uno de sus muslos, discretamente. Ese simple contacto, hizo que mi temperatura corporal comenzara a elevarse a una velocidad impresionante; ella se inclinó un poco, presionando su cuerpo contra mi pecho, lo que me dio oportunidad de acariciar con mi otra mano su espalda baja. Yo temblaba; ella sonreía.

Miles de cosas pasaban por mi cabeza; ella advirtió mi Parkinson y, mientras hablaba, cautivando cada vez a más espectadores, subía la caricia de la rodilla hacia la parte interna del muslo. Esto provocaba pequeñas descargas eléctricas en todo mi cuerpo. Mi temperatura era elevadísima, mi ritmo cardiaco, preocupante; mi expresión, comatosa. ¿Por qué nadie notaba que estaba a segundos de infartarme?

En ese momento comenzó a tocar un DJ que, por lo visto, había estado todo el tiempo ahí y hasta ahora me percataba. La casa estaba a reventar. Ella se levantó de mis piernas y jaló a uno de los chicos que estaban cerca hacia la improvisada pista de baile. Me quedé un rato en el sillón, recuperando el aliento. Fui por otra cerveza a la cocina y desde ahí, mirando a través de un cristal, la podía ver. Bailaba de manera cadenciosa, pasaba sus manos por los hombros del chico; de vez en cuando, parecía decirle algo al oído y reía. En ese momento me dije “Tonta. No estaba coqueteando contigo, así es ella”. De cualquier manera aquel contacto me tenía fascinada, y después de una cerveza más, comencé a restarle importancia. Dejé de mirarla (por lo menos con los ojos, porque en mi cabeza la dibujaba una y otra vez, definiendo sus rasgos perfectos y mirada melancólica) y me concentré en la charla de otros amigos. Después de un rato, las cervezas me obligaron a buscar el baño.

La casa todavía albergaba mucha gente; caminé por los salones, entre queriendo y no, encontrarme de nuevo con ella. Así, di por fin con el baño. Imaginen mi sorpresa cuando la puerta se abre y aparece ella de nuevo, frente a mí, con su hermosa sonrisa y con un irresistible gesto,  me invita a pasar al baño. No dudé, era ahora el momento. Entré cerrando la puerta tras de mí. Ella se recargó en el lavamanos, mordiéndose ligeramente el labio inferior. Di un paso hacia ella, cuando sentí algo debajo de mi pie. Miré y había un pequeño arete incrustado en mi zapato. Acto seguido, mis ojos se clavaron en un lóbulo perfectamente desnudo. Inclinó la cabeza ligeramente, exponiendo su  blanco cuello. Acerqué torpemente mis manos, rozando mis dedos con esa deliciosa piel. Mi cuerpo reaccionaba violentamente a su contacto. Comencé los movimientos para instalar el arete en aquella joya. Cuando me tuvo más cerca, de frente, abrió las piernas y me acercó presionando su pelvis con la mía. Por intervención divina, no perforé de nuevo su oreja, porque aquello fue como un corto circuito que me erizó todo lo erizable. Terminé la tarea del arete y mis manos buscaron ocupación. La tomé de la cintura y la presioné un poco más contra mí. Ella acercó un poco su cara a la mía y descaradamente me susurró al oído:

-Te doy miedo, ¿verdad? – dijo esto mientras su manos comenzaban a buscar mi espalda por debajo de la ropa.

-Me aterras – penosamente declaré, y por un momento cesé mis movimientos, sin apartarme de ella.

Se acercó un poco más y levantó su cabeza hacia mi rostro. Me miró, con ese par de ojos que en tan poco tiempo se habían convertido en mi punto débil, y acariciando mi mejilla, sólo dijo:

-Qué lástima…

En ese momento, nuestros labios hicieron contacto. Fue un movimiento muy delicado, sólo un roce que duró poco más de 3 segundos, pero fue suficiente para que mi resistencia valiera un cacahuate (porque me estaba resistiendo, aunque usted no lo crea).

Mis manos cambiaron su destino y se dirigieron a su cara. La tomé delicadamente y la fui acercando de nuevo hacia mí. El segundo contacto fue un claro entendimiento entra las dos. Ella cedía a cada movimiento de mis labios y acogía con ternura las tímidas estocadas de mi lengua. Sentí cómo sus pezones comenzaban a endurecer al contacto con mi pecho y me atreví a buscar por debajo de su blusa. Su piel era exactamente como la imaginaba, demasiado suave, más de lo que me convenía. Fui abriéndome paso entre la tela y su piel hasta llegar a tocar uno de sus bien formados pechos; si era posible, la piel era aún más suave. Comencé a acariciar aquel tibio y blando seno y ella soltó un quedísimo gemido, apretando más mi cuerpo al suyo. Nuestras bocas aún seguían en ese sensual intercambio, ese baile a ojos cerrados, ese húmedo secreto dicho en la boca. Mi cuerpo era todo humedad, sentía palpitar cada rincón y un incontrolable deseo se apoderaba de mis manos, que conquistaban cada vez más territorio de aquella blanca estepa.

Violentamente fuimos interrumpidas por alguien que quiso abrir la puerta. Presurosamente nos acomodamos la ropa y ella salió para perderse entre la multitud. Traté de seguirla, por lo menos con la vista, pero me fue imposible. Mi amiga me encontró en ese momento; estaba ligeramente ebria pero parecía lo estaba pasando de maravilla

-De aquí nos iremos como en una hora; vamos a casa de Mario, a la alberca. ¿Dónde te has metido?, ¿la estás pasando bien? ¡Salud, amiga! – dijo en menos de 5 segundos, empinando una cerveza.

Reía como loca y medio cantaba lo que su cerebro en ese momento recordaba. Yo estaba aún ida; repasaba con mi lengua los labios y todavía podía sentirla. Cerré los ojos y traté de revivirla en mi cabeza.

-Hey! ¿Estás bien?- me gritó mi amiga, con tremendo manotazo en mi hombro

-Sí, estoy bien; es que hay demasiada gente aquí y me estoy sofocando –dije, que no era del todo mentira. –Voy a salir un momento a la terraza; te busco al rato

Me dirigí hacia el jardín y me quedé un rato absorta en mis pensamientos. Me di cuenta que aún no sabía el nombre de esa mujer. Traté de ubicarla en algún momento en la universidad; pero, por más que intenté, jamás la vi con algún amigo o profesor, ni cerca de nada conocido.

Fumaba un cigarro, preguntándome miles de cosas y respondiéndome sólo con imágenes de ella, de su boca, sus hermosísimos ojos, sus manos acariciando mi espalda. Y, de nuevo, sentí sus brazos rodearme por detrás la cintura, y recargando su barbilla en mi hombro, más como un suspiro, dijo:

-Aquí estás…

*Gracias por sus comentarios. Espero fluya con más rapidez para no aburrirles.