Así nos entregamos juntos (2)

Habíamos decidido dar el paso de entregar el control de nuestro deseo al otro y someter nuestros cuerpos a todos los placeres que nos ofreciese el mundo. Empezamos por nosotros mismos.

Me desperté desnudo. Solo. Relajado. Muy relajado. Noté mi cuerpo pegajoso. Relajado y pegajoso. Usado. Debajo de mi pecho, cerca del ombligo, una fina capa rugosa, seca, me recordó el placer pasado. Semen. Recuerdo que le había dicho: empezamos ahora. Recuerdo que mi cuerpo ardía con la pasión contenida durante meses. Recuerdo sus labios. Recuerdo que me cogió de la mano y me llevó junto a una pared. Recuerdo que desaparecieron el mundo entero y todo el bullicio de nuestro bar de los viernes. Recuerdo que besó mi cuello y cogió mi polla como si no hubiera pantalón.

- Eres mío.

Lo era. Ella lo sabía.

- Ven.

Me lo dijo como si hubiera opción, mientras me aferraba dejando claro lo que ambos sabíamos: era suyo.

Me condujo al baño de hombres. Me empujó hacía la única puerta reservada.

Me besó. Cerró la puerta. Se apretó contra mi pecho y me sentó en la taza.

- Soy tuya.

La luz iluminaba solo su pelo y perfilaba la silueta de un cuerpo sinuoso, perfecto en cada curva, que desafiaba desde el brillo de sus ojos color miel y prometía lujuria desde la marca de los pezones erizados que acababa de sentir en mi pecho.

Esta vez no levantó su vestido. Se inclinó para besarme y se quitó las bragas.

- Cógelas, dijo, mientras las metía en mi boca.

Las cogí.

Rió a carcajadas.

Me las arrancó de la boca y subió su vestido.

- Tómalo, dijo, desnudando para mi un coño perfecto, de labios desnudos, definidos y mojados. Entreabiertos como su boca.

Se volvió a inclinar sobre mi rostro. Noté su lengua cálida prometiendo calor infinito. Me apartó. Puso su coño en mi boca y ordenó:

- ¿Pongo tus límites? Tienes un límite: no pares hasta que deje de temblar.

No me aparté. No dejó de temblar. Recorrí suavemente cada pliegue de su piel. Me sumergí en el pozo de su ombligo y hundí mi boca en sus labios y su clítoris en un beso en el que olvidé hasta mi aliento. Olvidé mi mundo en su interior. Inundó mis labios con su placer. Gimió todos los orgasmos que nos debíamos.Y me gritó que no la dejase parar.

Obedecí.

Sometido, no deje de paladear cada oleada de calor que bombeaba su vientre, hasta que apartó mis manos y mi boca para coger mi polla con firmeza y sentarse sobre ella. Acariciándola con su clítoris, pero torturando mi deseo de hundirme en ella. Saboreó su sexo en mis labios empapados y empezó a moverse sobre mi.

- Ni se te ocurra correrte, ordenó.

Es gruesa, pero se la metió de un golpe. Noté todo el placer que sentía. Percibí todo el calor que nos debíamos. Un río hirviendo bajaba sobre mí. Notó mi placer.

- Ni se te ocurra correrte, insistió.

Su coño ardía. Yo moría por estallar. Y habría estallado hasta morir en ella.

Se retorcía sin dejar de mirarme. Sus pupilas replicaban la orden. Implacables:

- Ni se te ocurra correrte.

Se estremecía una y otra vez. Mordía mi cuello y aprisionaba mi cuerpo con sus caderas. Devoró mi boca hasta que perdí mi voluntad en sus labios. Aún saboreo sus besos, su aliento cálido y dulce, su calor bajando sobre mi polla, su respiración gritando “más”.

Tembló mientras nos besábamos. Era un beso y un gemido. La agarré con fuerza y me levanté, con ella a horcajadas, gimiendo, jadeando, sin más orden que un grito ahogado.

La elevé contra la puerta. Clavados. Mojados. Fundidos. Rotos de placer.

- Ni se te ocurra correrte más , le dije, sonriendo, mientras la notaba estremecerse de nuevo.

- Aquí mando yo , replicó, casi sin voz, plena de autoridad.

- Ya no, le dije, consciente de que no era cierto, de que había sometido a quien nunca se había sometido.

Gimió. Me abrazó. Buscándome más. Llena y llenándome.

- Ni se te ocurra correrte más, le insistí.

Se volvió a correr, riéndose en mi cara, llenándome de satisfacción, mordiendo mi cuello, ahogada en mis besos.

- Ni se te ocurra correrte, replicó jadeando, notando los temblores de mi pene, duro, grueso y nervioso.

Nos besamos. Me giró contra la pared del baño. Me besó. Se quitó el vestido. Dio un paso atrás y se arrodilló. Atrapó mi polla entre sus labios. Sentí mi vida entera derritiéndose en su calor. Sentí sus labios como si fueran míos. Sentí que solo la sentía.

Me miró como cuando solo deseábamos arder juntos, pero no nos tocábamos. Y mientras me devoraba hasta el temblor, mientras succionaba y lamía en busca de mi éxtasis, mientras exploraba los límites de mi autocontrol recorriendo mi ano, arañando mi piel, acariciando mis huevos, me dio una orden imposible, que desnudó nuestro humor y rompió mi resistencia:

- Ni se te ocurra correrte.

Estallé en su boca. Me engulló, derramó nuestro placer en mi pecho, buscó mis labios, y me llenó con nuestros deseos y fantasías:

- Esto acaba de empezar. Quiero entregarme al mundo contigo.

( Continuará )