Así nos entregamos juntos (1)

Os cuento la historia de cómo hicimos realidad todas nuestras fantasías a través de una sola: entregarnos juntos y sin más límites que los que ella me impusiese a mí y yo a ella.

Llevábamos tiempo alimentando nuestro deseo de fantasías. Meses intercambiando confidencias. Meses deseándonos la piel. Meses de miradas profundas, de pupilas que desnudan mejor que las manos. Meses de sensualidad hecha tortura, hirviendo sin tocarnos.

Ella no debía. Y yo no quería que su remordimiento acabase con nuestras veladas de pasión contenida.

Así que continuamos igual. Cada semana nos alimentábamos de nuevo de imaginación y calentura. Cada semana nos condenábamos a fuego sin cuerpos, a esperar el siguiente encuentro, la siguiente pasión secreta. Cada semana enriquecía mi sexualidad de fantasías que ni yo conocía hasta que se las susurraba ante el vino de nuestros viernes. Cada semana nos prohibíamos la piel y nos regalábamos el deseo.

Yo sabía que ella deseaba someterse a mi voluntad, que fantaseaba con entregarse hasta el punto de ponerse en mis manos. Sabía que soñaba con que usase su entrega para hacer que cumpliera los deseos que se prohibía. Quería que la exhibiese mientras follábamos, que la compartiese, que la pusiese en manos de una mujer, en brazos de varios hombres. Que la atase, vendase sus ojos y la hiciera disfrutar sin saber cómo ni con quien. Que le descubriese los sabores de mi cuerpo, de nuestros deseos.Quería ponerse al servicio de mis caprichos, hasta liberarse en el éxtasis de dejarse ir, de ser solo placer y estremecimientos. Quería confiar su voluntad a mis fantasías.

Ella también desnudó mi alma hasta descubrir una intimidad que ni yo me conocía. Sabía que soñaba con ser el esclavo real de todo lo que había imaginado. Que estaba dispuesto a complacer sus pasiones entregándome a ella y a quien me quisiera entregar. Sabía que había hecho míos sus sueños más húmedos y también quería someterme a sus caprichos, a los labios, manos y cuerpos de quien desease para mi.

Ella lo sabía todo. Había comprendido que la deseaba hasta el punto de someterme a la tortura de no tenerla por completo.

Llegué a descubrir así los rincones más escondidos y calientes de su imaginación. Rincones que conocí como solo ella conocía los míos. Nos follábamos las mentes sin haber compartido siquiera un beso.

Y ardíamos en solitario, solo pensando en nuestras conversaciones. Intercambiamos cien orgasmos en la distancia para susurrárnoslos en persona. Sin tocarnos la piel, follándonos las almas. Hasta llegar a una fantasía que debía colmar todos nuestros secretos a la vez: nos entregaríamos juntos. Buscaríamos un grupo de hombres y mujeres, y nos entregaríamos a ellos por completo, pero con una condición irrenunciable para todos: yo marcaría sus límites y ella decidiría los míos.

  • ¿Aceptarías complacerme cien veces sin recibir más satisfacción que mi placer?, me preguntó.

  • Eso ya lo hago cada vez que te pienso.

  • ¿Aceptarías que ordenase que te azotasen? ¿Qué te usaran como juguete, como esclavo, como sirviente?

  • Aceptaría todo lo que deseases para mi.

  • Nunca has estado con hombres. ¿Dejarías que te follasen si yo lo permitiese?

  • Ese es el trato. Mis límites los pones tú.

  • ¿Y si te obligase solo a mirar mientras ellos me devoran a mi?

  • No sé si moriría antes de deseo o de envidia, pero ese es el trato. ¿Y tú? ¿Aceptarías besar, chupar, lamer, sentir y follar a mis órdenes? Te entregaría a hombres, a mujeres. Te haría correrte para mi, gemir para mi. Te daría placer incluso cuando creyeses no poder soportarlo más. Exploraría cada uno de tus rincones y los pondría al servicio de mi placer. Te pondría ante todo lo que me has dicho que alguna vez has deseado. Todo.

Me miró durante un minuto en silencio. Leyó mis pupilas. Se mordió el labio inferior. Bajó su mirada, la alzó con su sonrisa más pícara y se levantó para subirse el vestido, mostrarme la humedad que transparentaban sus braguitas, y sentarse a horcajadas sobre mi.

Siguió mirándome mientras notaba su corazón bombeando sangre y deseo, atropellado, retumbando, cortando mi aliento. Y, por primera vez, me besó.

Fueron unos segundos, quizá minutos, no sé: solo recuerdo la suavidad de sus labios, el calor de su lengua, el fuego de sus muslos, sus manos en mi cuello, en mi nuca, en mi pecho. Su coño incendiando mi polla.

Se levantó, miró con deseo los efectos del calentón en mi pantalón, aferró el bulto con las dos manos y solo dijo dos palabras:

  • Hagámoslo. Entreguémonos.

  • Empezamos ahora, respondí.

(continuará)