Así me desvirgaron

En una solitaria sesión de cine nocturna, un chico se da cuenta de que un vecino de butaca le está tirando los tejos.

(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).

Os voy a contar la historia de cómo me desvirgaron. Fue el mes pasado, fui a un cine donde ponían una película en versión original, me gusta mucho ese cine, porque me gustan los idiomas y me lo paso bien. Tengo 18 años y hasta ahora había tenido alguna relación con chicas, pero poca cosa, alguna masturbación y poco más (bueno, una chica llegó a darme un beso en la polla, pero no se atrevió a más). Bien, el caso es que fui, como digo, a un cine en versión original. Era la última sesión, porque me gusta ir a esa hora que hay poca gente. El caso es que cuando entré no había nadie. Me senté en la última fila, y esperé que empezara el pase.

Cuando se apagaron las luces entró alguien, aunque no llegué a ver quien era, porque la oscuridad era total. El caso es que cuando se iluminó la pantalla y ya se vio algo, me di cuenta de que el chico (entonces vi que era un muchacho, más o menos de mi edad) se había sentado casi a mi lado, con sólo una butaca entre ambos. Pensé, ya es casualidad, con toda la sala prácticamente vacía, que haya ido a sentarse casi junto a mí; lo atribuí entonces a que, con las luces apagadas, no se había dado cuenta de donde se había sentado. Me dispuse a ver la película, olvidándome del tema. A mí me gusta estar en el cine cómodo, bien tumbado en la butaca, abierto de piernas porque soy alto y si no, no podría echarme para atrás con comodidad. El caso es que, a los pocos minutos, me di cuenta de que el pie del chico que estaba casi a mi lado se había colocado, supuse que por casualidad, justo al lado del mío, de tal forma que mi zapato y el suyo estaban juntos. No le di más importancia pero retiré un poco mi pie para no estar en aquella posición algo violenta. Cual no fue mi sorpresa cuando, poco después, el pie del chico volvió a colocarse junto al mío. Me di cuenta entonces de que allí había gato encerrado, aunque aún no sabía qué. Miré de reojo hacia donde estaba el chico, y vi me que me estaba mirando con una media sonrisa. El corazón se me aceleró: ¿qué querría aquel muchacho? No soy tonto y estoy en el mundo, así que pronto caí en la cuenta de que me estaba "tirando los tejos", quería sexo.

Yo no había sentido hasta entonces ningún tipo de atracción hacia otros hombres, pero tengo que reconocer que sentirme allí, en un cine solitario, en la oscuridad, a las 12 y pico de la noche, y sintiendo que un chico de mi edad (y bastante guapo, por cierto, según había podido ver al mirar de reojo) se me estaba insinuando, hizo que empezara a excitarme. La verdad es que no sabía muy bien que hacer; por un lado, mi parte más machista me decía que debía encararme con aquel sujeto y decirle que me dejara en paz, pero por otro lado, me sentía cada vez más excitado, y notaba como mi polla crecía irremisiblemente dentro de mis slips. En la duda lacerante estaba cuando el chico dio un paso más: colocó su mano encima de la butaca que estaba entre él y yo, como un reclamo, como pidiendo un signo de que a mí no me disgustaba aquello.

Casi sin pensarlo (si lo hubiera pensado no lo habría hecho), coloqué mi mano también sobre la butaca. De inmediato, él puso su mano sobre la mía, y sentí entonces como un calambrazo. Su mano estaba caliente, suave, y parecía presagiar oscuros y desatados placeres equívocos. A mi se me iba a salir el corazón por la boca; estaba un poco arrepentido de ser tan irreflexivo colocando la mano sobre la butaca, pero también estaba excitadísimo. Sentía mi polla dura como una piedra, pugnando por salir de su cárcel de tela. El chico, entonces, dio un paso más: se levantó de su butaca y se sentó en la colindante con la mía, todo ello sin soltarme la mano, no me fuera a escapar. Estuvimos así un momento; yo no me atrevía a mirarlo directamente a la cara, pero mirando de reojo aprecié que era guapo de verdad, y cuando se levantó para sentarse junto a mí, la luz que provenía de la pantalla alumbró un paquete bastante considerable entre sus piernas. El chico me soltó entonces la mano y llevó la suya hasta encima de mi muslo: la sentí caliente, expectante, deseosa de ir más allá; hice un movimiento para abrirme más de piernas, como invitándolo a llegar más lejos, porque a esas alturas estaba muy caliente, y sólo quería que alguien (y si era aquel muchachito tan guapo, mejor que mejor) apagara esa fiebre que me surgía de entre las piernas. El chico no se hizo de rogar, y su mano se situó sobre mi paquete, que estaba súper abultado. Me lo masajeó por encima del pantalón, y me pareció llegar al éxtasis. Enseguida dirigió sus expertos dedos a la cremallera del pantalón, y la bajó. Sus dedos rebuscaron dentro de mi bragueta, y cuando me tocó la polla me pareció que me habían dado una descarga eléctrica. Con alguna dificultad me sacó el rabo al aire, y comenzó a hacerme una paja. Entre tanto, con la otra mano que tenía libre, había tomado la mía y la colocó encima de su paquete. Noté entonces una montaña enorme y palpitante entre sus ingles, parecía que allí había algo muy grande deseando salir. Me armé de valor y busqué la cremallera.

Cuando la encontré, la bajé, no sin algunos problemas, dado que la fiera que esperaba detrás hinchaba considerablemente el habitáculo. Cuando la cremallera estuvo bajada a tope, me aventuré con mis dedos. Toqué primero unos slips suaves, bajo los cuales se sentía algo muy caliente y vibrante. Rebusqué con alguna torpeza, hasta que di con un tremendo cacharro, algo que parecía tener vida propia, cálido y algo húmedo, duro y blando a la vez, extraordinariamente excitante. Yo estaba que se me salía el corazón por la boca, de lo nervioso y a la par excitado. El chico entonces dio otro paso: se agachó sobre mi regazo y se metió mi nabo en la boca. Creí que iba a explotar. Su lengua se paseó impúdica sobre mi glande, rebañando con gula los fluidos seminales que yo estaba segregando, y pude ver como se relamía con aquella sustancia que yo había producido. Después volvió a introducirse mi carajo en la boca, y comenzó a chuparlo como si fuera un helado, como algo exquisito. Con lo excitado que estaba, me di cuenta de que me iba a correr, y no sabía qué hacer. Antes de que pudiera decirle nada, mi nabo lanzó su primer churretazo; creí que el chico se iba a salir y a escupir, pero, curiosamente, se introdujo aún más mi polla en la boca, y abrió los ojos: vi entonces que tenía la vista extraviada, que chupaba más y más, ávido de recibir en su cavidad bucal los trallazos de la leche que yo eyaculaba. Me di cuenta entonces de hasta qué punto estaba gozando aquel chico tragándose mi semen, chupándome la polla viscosa de leche; siguió mamando hasta que ya nada quedaba por salir. Todavía rebuscó con la lengua alguna gota demorada, y la encontró.

Yo estaba excitadísimo aún, a pesar de la tremenda mamada que me había proporcionado el chico. Se incorporó en su butaca y me miró, sonriente. Era realmente guapo, como de mi edad, con el pelo rubito en una melena muy atractiva; en la comisura de la boca tenía una gota de leche, de lo que no se había percatado. Me pareció una belleza idílica, una de esas personas que son hermosas y quizá no lo saben, lo que los hace aún más atractivos. Miré su nabo, que seguía enhiesto, asomando por su bragueta. Sobresalía un buen pedazo, así que debía tener un tamaño considerable.

Me imaginé con él en la boca, y simultáneamente sentí un respingo en mi propio nabo: me estaba empalmando de nuevo, sólo de imaginarme con aquel cacharro entre los labios. El chico seguía sonriendo, y me guiñó un ojo de la forma más sensual que imaginarse pueda. No lo pude soportar más y me agaché entre sus piernas. Miré de cerca el nabo del muchacho: era precioso, grande y descapullado, con un color sonrosado y con una apariencia de delicada tersura. No me lo pensé más: cerré los ojos, abrí la boca, y me lo metí dentro. La primera impresión fue extraordinaria: parecía haberme metido algo caliente y apetitoso, como un bocado exquisito de un manjar excepcional; estaba húmedo, pero aquellos líquidos pre seminales me parecieron muy eróticos, y lejos de resultarme desagradables, me encontré pronto hurgando en el gran mástil de su polla en busca de más. Era un carajo grande; como después pude comprobar, medía 22 cm. de largo y en torno a 5 cm. de diámetro. Mamé como un desesperado, sintiéndome una maricona salida pero sin poder remediarlo; me metí el nabo más adentro, hasta que el glande se estrelló contra mis amígdalas. Aún me quedaba casi medio rabo fuera, pero quería sentir aquel venablo entero dentro de mí; ahuequé la garganta, y, con alguna dificultad, conseguí que el cacharro entrara más adentro. Pronto mi nariz rozó con el vello púbico, y el labio inferior chocó contra los huevos, que estaban empotrados entre sus piernas. El muchacho, entre tanto, me había metido la mano por detrás del pantalón, y había llegado con sus dedos hasta mi esfínter. Aquel agujero había estado vedado hasta entonces a todo el mundo, pero la sensibilidad a flor de piel que sentía con aquel gran carajo entre los labios hizo que el agujero de mi culo se abriera sin mucho problema. Cuando sentí dentro aquél dedo, creí enloquecer: nunca había sentido algo así, tener aquel agujero virgen lleno de la carne de otra persona, y por un fugaz instante imaginé qué sería tener dentro no un dedo, sino el nabo maravilloso que estaba mamando. El chico me metió pronto un segundo dedo, a la vista de la falta de resistencia, e incluso un tercer dedo, que me hizo creer que estaba en el paraíso.

Sentí entonces que los jadeos del chico crecían un poco en intensidad, y me imaginé lo que ello suponía. Me saqué el nabo lo suficiente como para recibir la leche en la boca, y no directamente en el estómago, porque quería conocer el sabor de aquel líquido que había provocado que mi reciente amante tuviera la vista extraviada. El primer churretazo, tremendo de fuerza e intensidad, se me estrelló en el cielo de la boca, cayendo enseguida sobre mi lengua. Lo paladeé, mientras seguía corriéndose dentro de mí: el sabor era, en efecto, extraño pero extraordinariamente erótico, morboso. Comprendí entonces porque el chico perdió los papeles totalmente mientras se tragaba mi leche, porque yo mismo empecé a perderlos. Le puse la lengua en el ojete del glande, y fui recibiendo allí directamente los trallazos de leche y saboreándolos con glotonería, con delectación, con auténtica gula. Cuando ya no había más semen que tragar, me incorporé, sudando pero feliz, y el chico me dio un beso de lengua. Nuestras bocas se fundieron, y pude saborear entonces el sabor de mi propia esperma en la boca del muchacho.

Salimos de la sala y nos fuimos a los servicios. Allí el chico me volvió a tocar el culo con auténtica lascivia y yo sentí que me derretía: quería ser su perra, quería que me montara como una yegua, quería aquel nabo dentro de mi culo, hasta adentro. Me lo debió notar en la cara de vicio que debía tener, en la boca entreabierta que me chorreaba restos de semen, por que me dio la vuelta y me colocó sobre el lavabo. No era previsible que a aquellas horas llegara nadie a los servicios, aunque creo que no me hubiera importado que nos hubieran descubierto. Me bajó los pantalones y los slips de un tirón, y enterró su cara entre mis nalgas. Sentí entonces como una descarga eléctrica cuando noté algo húmedo y carnoso que buscaba entre los pliegues de mi culo, encontrando y adentrándose osadamente en mi agujero más íntimo. Jamás pensé que podía ser tan excitante que te chuparan el culo, pero a cada lengüetazo yo sentía como una ola de placer y electricidad que me recorría todo el cuerpo. Le dije, casi a gritos:

-Métemela, quiero que me la metas, quiero ser tu puta, tu maricona, quiero sentir tu nabo en mi culo...

El chico dejó de chupármelo y colocó la cabeza de su carajo a la entrada de mi agujero. Dio un golpe de pelvis y la mayor parte del nabo entró en un solo movimiento: el dolor fue espantoso; sin embargo, conseguí callar el grito que pugnaba por salir de mi boca, y casi de inmediato el dolor fue sustituido por un placer intensísimo, una sensación de plenitud que procedía de un punto entre mis glúteos, muy adentro, donde sentía que su glande me perforaba, llenándome completamente, un gran pedazo de carne que me estaba haciendo totalmente suyo. Me estuvo follando un rato, y en cada embate de su carajo yo creía alcanzar las estrellas, hasta que sentí cómo sus jadeos crecían en intensidad y noté dentro de mí una riada de líquido espeso y caliente. Yo me había empalmado entre tanto, y, sin tocarme siquiera, me corrí de nuevo, llenando el lavabo de mi leche. Culée aún un poco, queriendo que aquel gran pedazo de carne caliente no se marchara, y sentí como dentro de mi culo aún caían algunas gotas de esperma. Cuando finalmente me sacó la polla, me agaché y se la comencé a chupar: no quería que se desperdiciera nada; sentía como me corría su leche por las piernas, y me sentí una gran maricona, alguien que había descubierto que lo que quería en el sexo era ser follado sin piedad por un hombre, una puta permanentemente en celo que quería tener siempre un nabo en la boca.

Ni que decir tiene que la película no la vimos; teníamos otras cosas que hacer. Desde entonces, soy su amante, y estoy todo el tiempo que puedo en su casa (vive en un piso de estudiante, porque no es de mi ciudad). Me he dado cuenta de que soy más pasivo que activo, y él resulta que es más activo que pasivo, así que nos complementamos perfectamente. Sé ya lo que es chuparle el culo, y me encanta cómo se retuerce cuando le meto la lengua en lo más recóndito de su esfínter. No sé el tiempo que durará esto, pero mientras pueda, seguiré chupándole el nabo todos los días, tragándome su leche y pidiéndole que me la meta por el culo, hasta adentro.