Así fui usada y humillada
Una chica es humillada por dos señoras.
Los viernes son el mejor día para acudir a la piscina. Por prescripción médica, Lara debía ejercitar la natación para paliar sus molestias de espalda, y ya de paso, mantener sus músculos a tono. Tiene una constitución fibrosa, cuerpo delgado pero con mayor fuerza de la que se puede intuir al verla. Cuando está en pleno ejercicio, su musculatura queda marcada ligeramente bajo su piel, un excepcional cuerpo atlético.
Para llegar a la piscina debe coger el coche, puesto que no está cerca de su casa. Aquel día pudo ir por la mañana al no tener trabajo hasta la tarde. Entró temprano. Así, si acababa pronto de nadar, podía ir al gimnasio anexo y ejercitarse un poco más sus bonitos músculos. Al acceder al interior del recinto comprobó que no se hallaba mucha gente, sólo un grupo de personas mayores que aprovechaban que la mayoría de la gente estaba en el trabajo para encontrarse las instalaciones sólo para ellos.
Lara sacó la tarjeta de abonada para entrar en los vestuarios. Cogió la taquilla número nueve para guardar sus cosas. Aunque mucha gente las dejaba fuera, apoyadas en los bancos o en el suelo, ella prefería guardarlas a buen recaudo por si a alguien se le ocurría robar. No había nadie en ese momento, "mucho mejor" pensó Lara, así podía ponerse el bañador cómodamente, sin inquietantes miradas ajenas. Primero se desnudó totalmente, y guardó la ropa dentro de la bolsa.
Mientras se desgañitaba intentando introducir los pantalones dentro del macuto, dos señoras entraron hablando muy animosamente; sus voces se oían ya desde fuera y ahora que estaban dentro se hacían notar sobremanera. Lara estaba de espaldas a la puerta cuando ellas entraron. Al entrar, sus voces cesaron, quedaron calladas ante la contemplación del cuerpo de Lara. Ella notó sus miradas lacerando su piel, se volvió y se encontró con dos señoras de cierta edad (casi sesenta años podría aventurarse), altas, esbeltas y con mejor físico del que se podría esperar según su edad. No se cortaron en absoluto, aún cuando Lara las había descubierto en su contemplación hacia ella. Desde los pies hasta la coronilla, no quedó un centímetro del vigoroso cuerpo de Lara que no hubiese sido recorrido por los ojos de las dos mujeres que, absortas, iniciaban su acercamiento a las taquillas. Lara se quedó inmóvil un momento, sosteniéndoles la mirada, desafiándolas a que abandonasen tal desfachatez, pero tuvo que abandonar esa actitud y acelerar la puesta de su bañador para que su cuerpo dejase de estar expuesto a esas dos arpías. Las señoras tomaron una taquilla cercana a la suya, la seis, y también se dispusieron a desnudarse delante de ella.
<<¿Ves?, decías que no te apetecía venir, y mira lo que nos hubiésemos perdido>>.
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Lara se afanaba en ponerse el bañador rápidamente. Ya lo había introducido por las piernas y se lo subía. Su coño rasurado y su culo dejaron de estar a la vista de los dos pares de voraces ojos que no se despegaban de ella, pero sus tetas estaban expuestas a la vista de las señoras.
<<¿Cómo te llamas, niña?>>.
Lara miró a la que le había preguntado, pero su vergüenza no le permitió contestar. Nunca se había sentido tan mal delante de otra gente. Era peor que estar con dos chicos, las señoras eran demasiado directas en su actitud; sólo les faltaba tocarla.
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Una vez el bañador ya colocado en su sitio las abandonó al dar la respuesta sobre su nombre. Mientras se dirigía a las duchas, se iba ajustando mejor las gomas del bañador, un bañador azul marino, ajustado, de tela elástica que se amoldaba perfectamente a su cuerpo y que permitía perfectamente intuir el cuerpo que escondía.
La piscina tenía muy poca gente, incluso había dos calles libres que podía escoger. Eligió la que quedaba en la orilla, para poder echar mano de un sustento sólido en caso de querer detenerse mientras nadaba. Las mujeres entraron poco después que ella, y se fueron a la calle de al lado. Durante el transcurso de la hora en la que estuvo nadando, las mujeres la incomodaron con continuos rozamientos y tocamientos aprovechando los momentos de pausa que establecía en los cabezales de la piscina. También la incordiaron profiriéndole toda clase de improperios y obscenidades: "Me gustaría bañarte en chocolate y comerte lamiéndote la piel poco a poco", "Si fueses mía una noche haría que olvidases a los hombres", "Déjame acariciar ese precioso coño que tienes, que te lo voy a dejar hinchado de placer", "Esos pechos deberían estar prohibidos, vas a provocar que alguien pierda la cabeza", y así cada vez que se cruzaban cuando nadaban, incluso esperándola en los cabezales para decirle esas cosas y tocarla con unas manos demasiado largas y difíciles de disimular.
Más harta de ellas que cansada, Lara decidió salir de la piscina roja por la vergüenza que sentía al salir por la escalerilla, sabedora de que su increíble cuerpo quedaba en perfecto estado para ser contemplado, con esa agua que resbalaba por su piel y que lo hacía brillar de una manera especial. Entró presurosa en los vestuarios para alejarse de las mujeres y respiró aliviada al comprobar lo solitaria que se encontraba en el interior. La habían conseguido poner nerviosa, jamás había sufrido algo así, ni siquiera con hombres. Dos mujeres, de edad madura además, ¡cómo se habían puesto!, como dos lobas en celo, a saber lo que ocurriría si quedase a solas con ella. Con movimientos muy rápidos, se quitó el bañador; tan rápido que casi lo rompe de tan ajustado que estaba. Se colocó la toalla alrededor de su cuerpo y se dirigió a la ducha.
Después de la realización de un ejercicio tan exigente como la natación, los músculos se encuentran en plena expansión y se remarcan muy definidamente. Lara cuenta con un cuerpo privilegiado. Sin llegar a ser musculoso, sí cuenta con músculos bien visibles que lo hacen fibroso, y no dejan mucho espacio para la grasa. Son de especial consideración sus muslos y sus nalgas, de gran resistencia y extraordinaria dureza. Su vientre era plano como un mar en calma, sólo unos incipientes abdominales alteraban su superficie.
Ni siquiera iba a usar gel de ducha para no dar tiempo a las señoras para llegar y encontrársela allí desnuda, con el agua deslizándose por el cuerpo y sola en la ducha. Tardó lo justo para eliminar los restos del agua clorada. Se secó con la toalla y corrió con la llave en la mano hacia la taquilla, observando hacia atrás temerosa de ellas. Ese temor a encontrárselas fue lo que provocó la confusión que le hizo dirigirse a la taquilla seis en lugar de la suya, la nueve. No se dio cuenta del error. Al no entrar la llave, insistió con fuerza en encajarla dentro de la cerradura, pero era imposible. Miraba nerviosa el acceso a la piscina, esperando verlas delante de ella continuando con su humillación. Persistía en su desesperación por abrir la taquilla, sin saber que era imposible, no era la suya. La puerta de la piscina se abrió y entraron las dos mujeres, ante la angustia de Lara por no poder abrir la portezuela de la taquilla, y permanecer aún desnuda, solo ligeramente tapada por la toalla, ante los ojos de las dos lobas. Ellas aún la estaban mirando de arriba abajo, cuando se dieron cuenta del error de Lara al tratar de forzar la taquilla suya. No mostraron preocupación, más bien se acercaron a ella divertidas, dando pequeños pasos, sin prisas, regocijándose ante lo que le estaba a punto de pasar a Lara.
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Lara no hizo caso al comentario. Volvió a mirar hacia la cerradura para comprobar porque no podía abrirla, y se dio cuenta. No era su taquilla, por eso no abría, y para mayor congoja observó que era la taquilla de ellas. Lara detuvo su maniobra de apertura, se sentía muy avergonzada, no sólo por estar desnuda sino por haber sufrido semejante confusión de números. Masculló una breve frase a modo de exculpación y trató de dirigirse hacia su taquilla real, que no estaba lejos.
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<<¿Qué? No, nada de eso, fue sólo un error, una confusión. De ninguna manera fue con alguna intención alevosa>>.
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Una de las mujeres, aún con bañador y con la toalla encima de sus hombros, salió de los vestuarios encaminada a la oficina de dirección para realizar la queja. La otra permaneció al lado de Lara, esperando y sin dejar que la pobre chica se pudiese vestir o tapar con algo más que la toalla. Lara trataba en vano de convencer a la señora, que sin decir nada, sólo se dedicaba a contemplar el cuerpo medio tapado de la muchacha. De repente, con un tirón, le quitó la toalla a Lara y se quedó desnuda, sin posibilidad de ocultar su cuerpo.
<<¿Qué hace?, déme la toalla, ¡démela le digo!>>.
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Lara intentó forcejear con la madura mujer para conseguir la toalla, pero eso agravó aún más su situación, ya que permitió que la señora pudiera desplazar sus manos por su piel y se topase con sus turgentes pechos y sus nalgas frescas. Al comprobar que la recuperación de la toalla solo le reportaba tocamientos por parte de la señora, desistió en su intención y se alejó unos pasos de ella. Desesperada, estaba a punto de sollozar al ver que sólo podía esperar a que la directora de la instalación acudiese a solventar la discusión, y tendría que esperar desnuda.
La otra mujer hizo acto de aparición en el vestuario nuevamente, pero acompañada por la directora. Lara no sabía qué hacer, trataba de ocultar su desnudez con las manos. Las dos señoras pusieron al corriente a la directora, una chica más joven que ellas, rubia y con una coleta bajo su visera que, según las mujeres le iban contando lo ocurrido, desplazaba sus ojos sobre el cuerpo desnudo y un poco húmedo de Lara. Era lo que faltaba, otra espectadora más en aquella humillante exposición a la que estaba siendo sometida. Una vez que la directora escuchó las explicaciones de las señoras y las réplicas de Lara, dijo que lo que había que hacer era llamar a la policía para que llevasen a Lara a la comisaría y allí, si las mujeres lo deseaban, ellas podrían presentar denuncia por intento de robo.
Lara se desesperó, encima eso, la policía. Suplicó que no llamasen a los agentes, que de un error así no se podía sufrir un castigo tan desmesurado. La directora se fue sin atender los ruegos de Lara, y las señoras, sonrientes y complacidas por cómo habían logrado estar en esa posición tan dominante sobre Lara, se acercaron a ella y le propusieron un trato.
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Lara hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero sin decir nada, expectante, aún esperaba qué compensación recibirían las mujeres por no denunciarla.
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Lara estuvo pensando un rato, sopesando las alternativas; estás eran rechazar de plano la proposición, que era lo que más le apetecía, pero que sin embargo llevaba consigo el paso del mal trago en la comisaría sin saber si los problemas podrían crecer (se trataba de una acusación de robo), y la otra era aceptarla y soportar todo lo que esas lobas le hiciesen. El hecho de que la señora que le hablaba le confesase que era pintora, le hizo tranquilizarse un poco más respecto a ellas. Todo esto lo pensaba Lara desnuda, delante de la señora que en ese momento, con los brazos cruzados y mientras la chiquilla pensaba, repasaba otra vez con sus ojos su cuerpo.
Se oyeron ruidos de gente encaminándose hacia los vestuarios.
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Se oían voces férreas, autoritarias. Una mujer policía entro en los vestuarios mientras su compañero esperaba fuera con la otra mujer y con la directora del centro. La mujer policía inquirió a la señora que le contase lo que había ocurrido. Ésta, antes de hablar, miró a Lara, concediéndole una última oportunidad antes de pronunciarse ante la policía. Lara, viendo el cáliz que estaba tomando la situación, se atemorizó lo suficiente como para aceptar la proposición de la mujer. Le hizo un gesto afirmativo con la cabeza, la señora así lo entendió y se disculpó ante la policía diciéndole que todo había sido un error, la típica confusión del seis con el nueve y que todo se había aclarado mientras la policía estaba de camino. La mujer policía hizo un mohín de leve enfado con la boca, comprobando que la llamada resultó ser una falsa alarma. Antes de irse, la mujer policía hecho un último vistazo a Lara, que pudo cubrirse con la toalla justo antes de que llegase, y soltó un suspiro.
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Las dos señoras se acomodaron en un banco del vestuario y se quedaron expectantes ante Lara, que ahora le tocaba vestirse delante de esas miradas. Se retiró la toalla, y desnuda, empezó a sacar su ropa del macuto y a extenderla sobre otro banco para empezar a cubrirse con ella. Lo más apremiante era cubrirse su coño y su culo con las braguitas blancas de algodón. Después el sujetador y los calcetines cortos. En unos rápidos movimientos, Lara ya se encontraba totalmente cubierta con su ropa (pantalones vaqueros ajustados y una blusa rosa claro). Una vez vestida, se quedó mirando a las señoras esperando que le ordenasen el próximo cometido.
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Le cogieron del brazo y se la llevaron al coche para ir al piso.
Una de las señoras se llamaba María. Era una mujer de 54 años, con la media melena teñida de rubio oscuro y los ojos negros, unos ojos que hacían que cualquiera ante ellos se mostrara turbado. Era propietaria de una tienda de ropa de alto standing, una boutique, y no la había levantado siendo buena y amable con la gente.
La otra señora era Esther, la pintora. Casi de la misma edad de María, 53 años, aún conservaba el color original de su cabellera castaña. Un poco menos severa que María, pero poco más. Le encantaban los cuerpos tersos y suaves de las chiquillas como Lara, y gracias a la pintura, se había granjeado una gran fama como excelente pintora, tenía oportunidad de poder contemplar con todo detalle esos lindos cuerpos de sus modelos.
Las dos mujeres llevaban días observando a Lara, apreciando sus preciosas curvas sin que ella lo notase. Por fin tenían la oportunidad de disfrutarla.
Aparcaron el coche en una de las calles del centro de la ciudad, donde los únicos edificios que se erguían en ella eran de un arte arquitectónico sobresaliente, ocupados por supuesto por gente adinerada y poderosa. Lara tragó saliva al bajarse del coche, se trataban sin duda de mujeres que podían dominarla fácilmente a tenor del nivel económico que les hacía ostentar el poseer un piso en aquella zona. Se adentraron en un alto edificio, de multitud de plantas.
El trayecto en el ascensor se le hizo largo, las manos de las señoras empezaron, en cuanto las puertas se cerraron, a manosearla y magrearla. María se encargaba de los pechos, colocaba sus manos en ellos, sobre la ropa, y los apretaba y removía suavemente, sin hacerle daño, sólo aumentando la calentura de Lara. Y eso era lo que conseguían, querían debilitar la oposición de Lara a estar allí mediante estímulos en su cuerpo. Esther le acariciaba el coño por encima del pantalón, le obligaba a abrir las piernas y con la mano abierta describía círculos por todo su pubis y muslos. Lara empezaba a notar como se calentaba su cuerpo, había pasado a encontrarse no del todo incómoda en esa situación, aunque le preocupaba todavía lo que podía pasar luego, si serían capaces de hacerle daño. Al llegar a su destino, el décimo piso, Lara ya jadeaba y de su cuerpo emanaba sudor fruto de la excitación que le estaban provocando las mujeres. Salieron juntas del ascensor, ellas la sujetaban cada una de una mano y se dirigían al piso.
Un piso enorme, con un recibidor que cumplía el objetivo de intimidar a las personas que entraban en él. Lámparas doradas en los techos, muebles elegantemente fabricados repletos de detalles complicados, suelos de baldosas brillantes de un material semejante al mármol infinidad de detalles que dejaron a Lara boquiabierta.
<<¿Te gusta nuestro piso?>>
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Esther le agarró de la mano y la llevó a una habitación muy colorida, llena de cortinas en las paredes, alfombras en los suelos, jarrones y botellas en las mesas, todo lleno de un gran colorido que cansaba los ojos. Esther la situó en el centro de la habitación, al lado de un diván largo de color magenta y María entró detrás de ellas.
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Lara de un vistazo pudo contemplar diversos cuadros que se encontraban apoyados en las paredes y que parecían estar terminados. Se impresionó al ver que algunos mostraban retratos de mujeres desnudas, mujeres realmente espectaculares que Lara no podía dejar de contemplar y se asombró de lo mucho que le gustaba verlos.
<<¿Te gustan mis cuadros?>>.
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Esther comenzó el trajín de preparar todos los útiles necesarios para la pintura. Lara se quedó petrificada rodeada de tanto color en el ambiente. Miró en derredor, preocupada por como podría solventar la situación de tener que desnudarse delante de las dos señoras. María estaba en una silla, había tirado una revista que ojeó rápidamente y apremió a Lara a que se desnudase.
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Instintivamente Lara se llevó los dedos hacia los botones de la blusa, y empezó a librarlos uno a uno. Bajo la blusa emergió un sujetador blanco, de copas amplias para sus pechos y de color blanco con ribetes rosas en las gomas. Las finas tiras blancas y brillantes se ajustaban a sus redondos y firmes hombros y terminaban en la espalda, bajo los omóplatos marcados. Dejó la blusa sobre el diván, y pensó en que en ese momento tocaba el pantalón. María no perdía detalle, mantenía la mirada fija sobre el cuerpo de Lara. Con un movimiento de mano animó a Lara a continuar quitándose la ropa, no cabía en sí de excitación.
El botón del pantalón lo desabrochó despacio, todos sus movimientos eran lentos. Sus manos temblaban, deseaba que algo ocurriese para que aquella situación llegase a su fin, pero la mirada de María, y a veces Esther también, le daban a entender que, aunque despacio, debería quitarse la ropa delante de ellas. Bajó la cremallera del pantalón, ya sólo restaba bajarlo hasta los tobillos. Metió las manos bajo la cintura del pantalón, y lo fue desplazando hacia abajo. Sus bragas hicieron aparición, unas braguitas blancas, de algodón, ribeteadas haciendo juego con el sujetador. Eran pequeñas, pero no llegaban a la categoría de tanga. Sus nalgas eran parcialmente cubiertas por el fino algodón de las mismas, introduciéndose a veces entre sus nalgas, lo que le producía una incomodidad que debía soportar hasta poder colocarlas correctamente.
El pantalón cayó al suelo, Lara quedó en ropa interior delante de las mujeres. Esther ya tenía todo preparado y se quedó contemplando el cuerpo de Lara. Las dos señoras observaban a Lara, su piel blanca en contraste con su pelo y ojos negros. Ruborizada, tapaba sus pechos y su coño con las manos, lo que hacía que las mujeres se volvieran como locas ante tal muestra de timidez.
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Lara reaccionó con sorpresa ante la orden. ¿Debía llegar tan lejos? Tuvo dudas, María se levantó y se acercó a ella.
<<¿Quieres que te ayude yo?>>.
La cara amenazante de María impulsó a Lara a desprenderse del sujetador, que cayó rodando por su cuerpo hasta que tocó suelo.
Unos pechos tan bellos, aunque hayan sido ya vistos, nunca dejan de maravillar a quien tiene la suerte de poder contemplarlos. No se podría sacar un defecto de ellos aunque se pagase por ello, a no ser por un lunar de buen tamaño, unos seis milímetros de diámetro, situado en el borde exterior del pecho izquierdo. Su redondez y simetría eran precisas, las aureolas pequeñas, un poco oscuras y con dos pezones rectos y duros. Las mujeres salivaban ante aquella visión.
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Con las manos en la nuca, Lara exponía su pecho completamente, nada la defendía de las miradas de las señoras. Mantenía la entereza al tener las braguitas aún puestas y sin que, por ese momento, las señoras le ordenasen quitárselas.
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Miraba hacia la pared que estaba enfrente a ella y que quedaba a la espalda de la pintora.
María seguía en actitud contemplativa desde su silla. Pasados unos instantes, en los que Esther había dado los primeros trazos con el carboncillo dibujando la esbelta silueta de Lara, María no podía soportar más la excitación de ver a la chica allí expuesta desnuda delante de ellas y se empezó a tocar bajo su falda. Sus dedos alcanzaron sus bragas y se introdujeron entre sus labios. La humedad era enorme, estaba totalmente empapada, no podía seguir allí parada mientras tenía un bombón tan al alcance de la mano. Se quitó las bragas y se las lanzó a Lara, que mantenía la postura erguida e indefensa que Esther le había pedido. Lara comprendía que esas dos mujeres no la dejarían sin tocar durante no mucho tiempo, y la mirada de María le hacía presentir que estaba a punto de ser devorada.
María se acercó a ella, despacio, hacia la presa inmóvil. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, con las manos y muy suavemente le acarició los pechos y se los abarcó en ambas palmas. A Lara le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, cerró los ojos y trato de juntar fuerzas para soportar lo que viniese.
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El susurro dejó a Lara temblando. El rostro serio, recio, de una señora de unos cincuenta años, estaba demasiado cerca del suyo como para no notar su aliento.
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Antes de agacharse, María sonrió delante de Lara como señal de gran satisfacción. Lara trató de aguantar la mirada recta hacia el frente, pero no aguantó el desviarla hacia abajo para vigilar a María. Ésta estaba de rodillas y se disponía a quitarle a Lara la única prenda que le quedaba encima. Los dedos se introdujeron bajo la goma de la cintura de las braguitas, y empezaron a desplazarlas hacia abajo. Poco a poco, las braguitas iban descubriendo más piel de Lara. Sus caderas ya eran visibles, se iban bajando y dejaron al aire su coño rasurado.
Tanto los ojos de María como los de Esther emitieron chiribitas, Lara desnuda posando sola para ellas. Su carita se lleno de rubor, las miradas de las dos mujeres le acariciaban su piel suave y tersa. Se le puso la carne de gallina con la impresión de la exposición que su cuerpo estaba sufriendo. María le quitó las bragas y las echó a un rincón. Después se colocó entre sus piernas, le sujetó las nalgas con las manos y su boca se dirigió hacia la parte más sensible del cuerpo femenino tan joven que tenía a su disposición. Al primer contacto de los húmedos labios de María en la vagina de Lara, una corriente eléctrica recorrió su cuerpecito. Entre la repulsión que sentía por la situación, surgía en ella un sentimiento de deleite sobre lo que estaba sufriendo. Ahora su cuerpo reaccionaba positivamente hacia lo que le hacía la lengua de María, recorriendo los recovecos de su coñito. Se lo hacía muy despacio, degustando cada centímetro de la mucosa rosada de su interior, deglutiendo los fluidos que Lara descargaba en ella.
Lara pudo soportarlo sin moverse demasiado al principio, pero después sus músculos empezaron a temblar involuntariamente ante la excitación provocada por la sabia lengua de María. La mujer madura degustaba con paciencia el sabroso coño de Lara. Su boca ya estaba llena de los fluidos vaginales, pero buscaba más, aún no estaba saciada. El orgasmo empezó a atisbarse en el horizonte. Se acercaba, Lara sabía que de continuar con aquella perversión acabaría sucumbiendo en un terrible orgasmo provocado.
Esther daba las últimas pinceladas en el cuadro. Sentía gran satisfacción por la obra que estaba realizando, y por cómo se estaba llevando a cabo. No se podía creer que esa mañana conseguirían una criatura tan bella como Lara, y que terminarían disponiendo de ella libremente. En ese momento era el turno de María, pero después le tocaría a ella comer a la chica.
Lara sentía las miradas minuciosas de Esther, escudriñándola de arriba abajo toda su piel para poder plasmarla en el lienzo. Desde su posición no podía verlo, pero podía imaginarse como estaba quedando la pintura. Esther, de vez en cuando, lanzaba miradas furtivas sobre otras partes del cuerpo de Lara que no pintaba en ese momento. Los pechos eran los que ocupaban la mayor parte de esas miradas, que provocaban la erección de los pezones de la chica.
El sudor ya resbalaba por su cuerpo. No sabía cuando había empezado, pero se encontró de repente jadeando, con los pulmones respirando a un ritmo frenético. María ya estaba totalmente inmersa en su tarea de succión. Lara cerró los ojos y trató de concentrarse para aguantarse el orgasmo. ¿Era posible contenerlo? Se hacía esas preguntas sobre las capacidades de su cuerpo cuando las manos de María empezaron a recorrer sus muslos con suaves caricias. El orgasmo no podía tardar, el cuerpo la traicionaba. Miró a Esther y la vio sentada, fuera de su ocupación con el cuadro, disfrutando del espectáculo que ella estaba ofreciéndole.
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El cuerpo de Lara explotó en un orgasmo salvaje. El hecho de tratar de contenerlo solo hizo que su intensidad fuese mayor a la hora de producirse. María tuvo que sujetarla por las caderas mojadas de sudor para que no se cayese al suelo. Tragaba y tragaba la ingente cantidad de líquidos que brotaban de Lara, la comió enterita y se sintió satisfecha por lo conseguido.
Las dos quedaron mirándose, la presa al borde del llanto y la cazadora rebosante de orgullo. Lara se encontraba terriblemente avergonzada, delante de las dos señoras, desnuda y violada, y por si fuera poco, su cuerpo había sido expuesto como modelo para ser plasmado en un lienzo que, por supuesto, esas dos mujeres podrán seguir disfrutando con su contemplación una vez la hayan despachado a voluntad.
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Lara no se atrevió a decirle nada a María. La señora ya se había levantado y se desplazaba hacia el lado de Esther. Lara, aún desnuda, se dirigió a recoger sus ropas para salir de allí en cuanto pudiese.
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Lara, rendida, se vistió únicamente con los vaqueros y con la blusa. Sus pechos quedaban totalmente definidos de cara al exterior, la blusa transparentaba un poco y dejaba ver el color de su piel. ¿Cómo iba a salir así y dirigirse a su casa ante la mirada de la gente? Esther contestó a su pregunta.
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Esther se levantó, se puso el abrigo, cogió las llaves del coche y se despidió de María con un profundo beso en la boca. Lara permanecía en silencio, esperando. Después bajaron las dos al coche.
Esther le preguntó donde vivía, y Lara, con serias dudas sobre qué responder, acabó dándole la dirección de su casa. Durante el trayecto, la mujer madura miraba a la chica a menudo. Cuando se detenían en los semáforos, la mano derecha de Esther magreaba los pechos de Lara. Cuando ésta quiso zafarse de esos apretones, la mujer le hizo un reproche con la mirada, recordándole la amenaza que aún pendía sobre ella.
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Lara bajó la mirada, y dejó que la hábil mano de Esther desabrochara un par de botones de su blusa para que el acceso a sus pechos fuese mayor. En una parada que realizaron en uno de los semáforos, se detuvieron al lado de otro coche en el que había dos hombres de mediana edad, vestidos elegantemente y peinados con cierto exceso de gomina. Se encontraban en una discusión, cuando vieron aparecer el coche con las dos mujeres ocupándolo. No les hicieron mucho, hasta que uno de ellos observó que la mujer madura estaba sobando los pechos de la chica joven por debajo de su blusa desabrochada. Los dos se quedaron absortos ante el repentino espectáculo que se les había presentado a escasos metros. Esther se percató de la atención que les estaban brindando los dos caballeros del coche vecino, y con una sonrisa en la cara, giró su cuerpo y empezó a magrearla con las dos manos. Lara suspiró profundamente. Estaba siendo excitada otra vez por las manos expertas de Esther. Cuando se percató de las miradas de los dos señores, creyó morir de vergüenza. Trató de taparse la cara enrojecida con las manos, pero Esther se lo impidió. La mujer acercó su boca a los pezones de Lara, y los empezó a succionar con fuerza. Lara no podía soportar la vergüenza de ser observada mientras le comían los pechos en contra de su voluntad. De su boca brotaban tímidamente susurros pidiendo clemencia, que aquél abuso se detuviese. Los dos hombres lanzaron voces con palabras soeces, cosa que terminó por deprimir aún más a Lara. Cuando el momento era más álgido, la bocina de un coche lo dio por terminado. El semáforo se encontraba en verde y debían reanudar el paso.
Durante el trayecto, Esther quiso saber más de Lara.
<<¿Vives con alguien, o vives sola?>>.
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<<¿Cómo se llama?>>.
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<<¿Y está tan buena como tú?>>.
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<<¿Tienes novio o novia?>>.
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Los nervios de Lara se acrecentaron cuando llegaron a su calle y el coche se acercaba a su casa. Con un gesto con la mano le señaló a Esther cual era. Justo cuando aparcó el coche frente a la casa comenzó a llover torrencialmente, una de esas lluvias que en un instante descargan cantidades ingentes de agua. Las gotas golpeaban el coche, el ruido era ensordecedor.
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Con la mano derecha acariciaba el suave pelo rizado y oscuro de Lara. Lo hacía con dulzura, sonriendo tiernamente, la miraba con más cariño que María. Acercó su cabeza a la suya, Lara intentó retraerse en un primer momento, pero el brazo de Esther era firme, y no cejó en su empeño hasta que por fin pudo juntar sus labios con los de Lara en un delicado beso. Tras un primer rechazo, Lara acabó aceptándolo, su repulsión inicial se troncó en un súbito placer por la delicadeza de la mujer. Mientras se besaban, Esther fue desabrochando uno a uno los botones de la blusa de Lara, la apartó una vez desabrochada para poder alcanzar toda la piel de su torso, acariciándola con ambas manos. Lara empezó a gemir al sentir sus pechos aprisionados. Su mente se dejaba llevar, abrumada por la cantidad de sensaciones que estaba recibiendo: la saliva de Esther, las manos en su piel, las gotas de lluvia crepitar sobre el parabrisas
Esther bajó la dirección de sus besos, y los proyectó sobre el cuello de Lara, descendiendo por él y alcanzando los pechos tersos de Lara. Emitió un gemido, que enlazó con otro de forma continua, cuando sus pezones fueron mordisqueados hábilmente por Esther. La señora disfrutaba del fresco manjar del cuerpo de Lara, a ella también le excitaba el agua de la lluvia golpear el coche.
Con ambos brazos en tensión, Esther consiguió bajarle el pantalón a Lara hasta los tobillos. Sus caderas y el pubis quedaron al descubierto. Lara sabía lo que le vendría ahora. Esther se agachó, abriéndole las piernas y alcanzó con la lengua los mojados labios de la muchacha.
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La preocupación de Lara era que alguien de su familia, al entrar o salir de la casa pudieran descubrirla en tan comprometida situación. ¿Cómo lo explicaría? La humillación sería total.
Esther, sin hacer caso a la inquietud de Lara, proseguía saboreando la sensible piel de la joven. Sus jugos ya inundaban el coñito de la chica, le llenaban la boca y Esther los tragaba con deleite. Lara empezó a jadear suavemente, cada vez más fuerte, por la creciente excitación que la boca de la señora le estaba proporcionando.
En un momento dado, Esther detuvo su acción y se dirigió a la guantera del vehículo. De ella sacó un instrumento envuelto en una bolsa de plástico, un consolador de proporciones grandes, de color carne, muy parecido a la piel real, y de tacto suave al ser de silicona. Se lo mostró a Lara zarandeándolo en el aire, haciendo que se moviese a ambos lados debido a su semirrigidez. Lara puso cara de preocupación. Medio desnuda, con la ropa totalmente abierta, en el coche de una señora, bajo una lluvia copiosa y aparcadas frente a su casa, iba a ser penetrada y forzada a tener más orgasmos.
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Lara miraba intranquila hacia los lados, asegurándose que no había gente observándolas. Miró hacia las casas de la vecindad sin convencerse con total certeza que nadie estaba tras unas cortinas observando la escena. Esther trató de sosegarla con tiernos besos en sus mejillas, mientras acercaba el artefacto al húmedo coñito de Lara. Ésta se dejaba hacer, con gran nerviosismo, aún intimidada por la amenaza que las dos mujeres cernían sobre ella. Dio un ligero respingo cuando el consolador llegó a sus labios vaginales y los abría adentrándose inexorablemente.
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Esther no hacía caso de los lamentos de la chiquilla y proseguía en su avance. No la penetraba con excesiva ansia, podía forzarla pero no le excitaba provocarle dolor, sino que ésta se doblegase por medio del placer. Detenía su mano, hasta que el coño de Lara se acostumbraba al cuerpo invasor, y reiniciaba a su marcha otra vez. Cada vez más dentro, cada vez más despacio, Lara sentía la frialdad del consolador dentro de ella. En cada avance, los primeros instantes eran dolorosos para Lara, pero su cuerpo terminaba por asimilar la forma del instrumento y se amoldaba a él. Finalmente, cuando casi todo el consolador estaba en su interior, sintió las primeras corrientes en su vagina presagiando el orgasmo. Dirigió la mirada hacia su coñito, y se sintió abrumada por ver como todo aquel objeto se encontraba ahora dentro de ella. Prefirió no mirar y fijó su vista hacia el techo del coche, tratando de escapar mentalmente de aquella situación.
Esther lamía con hambre el cuello de Lara, a la vez que su mano ya había alcanzado un ritmo rápido en la penetración. El cuerpo de la chica se curvaba, se movía, se retorcía ante los envites del fuerte brazo de Esther. Incluso ella trataba de terminar rápidamente con el abuso y buscaba el orgasmo convencida de que una vez alcanzado, la mujer la dejaría en paz. Las gotas cayendo en la chapa del vehículo ayudaban a relajarse, y sentir cada vez más cercano el orgasmo liberador. Sus gemidos ya eran audibles, los músculos de su vientre ya sufrían las primeras contracciones, el dolor había desaparecido y ya sólo había placer.
Una sombra se dibujó en su ventanilla, en el exterior. Pese a la lluvia copiosa que caía, ahí fuera había alguien que se mantenía al lado del coche, expectante. Lara se llenó de rubor ante la vergüenza de sentir como alguien estaba mirándolas. Trató de advertir a Esther, pero ésta se encontraba comiéndole los pechos, ensalivándole la piel. Su coño ya estaba a punto de alcanzar el éxtasis, no había marcha atrás y resulta que una persona estaba fuera dándose cuenta de todo.
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Esther no la escuchaba. Sabía que Lara se correría en escasos momentos y no podía detener su penetración. Ella también jadeaba, acompasando su respiración al ritmo frenético de los pulmones de la pobre Lara que iba a sufrir un orgasmo forzado. Lara no le quitaba ojo a la figura que se alzaba tan cerca de ella, sólo separadas por la ventanilla. El temor se hizo cierto, era su hermana Daniela. Se estremeció al ver la cara de su hermana observándola violada por una mujer madura. Jadeaba fuertemente, sus pechos hinchados subían y bajaban brillantes por la saliva de Esther. Sus abdominales ya se contraían en el orgasmo que subía y que en milésimas de segundo alcanzaba todo su cuerpo y se lo retorcía de placer.
Daniela había salido a comprar unas cosas para su madre, cuando se percató del coche aparcado frente a su casa y como en su interior, dos personas forcejeaban. Cuando vio que una de ellas era su hermana se estremeció, pero solo al principio, porque después el cuerpo desnudo de Lara y su respiración frenética la habían excitado, a pesar de que era su hermana y hasta ese momento no sentía nada sexual por ella. Iba protegida por el paraguas de la lluvia, pero eso no evitó que su hermana Lara la reconociese justo antes de correrse.
Después del orgasmo, y tras dejar el asiento del coche totalmente mojado, Lara se vistió. Subió sus ajustados pantalones y se abrochó los botones de la blusa. Esther se relamía con la lengua por los labios y ayudándose con la mano para saborear los jugos que impregnaban su cara. Daniela vio como la señora le decía algo a Lara, sin poder oírla, y como ésta le hacía un movimiento afirmativo con la cabeza. Lara salió del coche, sin atreverse a mirar a su hermana pequeña, y juntas se metieron en casa. Tenía mucho que contar Lara. Su hermana le dijo:
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