Asi empezó

Su cuerpo es un poema a declamar inspirado en los grandes poetas.

ALBA

Por fin estaba allí, sentado en frente de ella. Por unos motivos y por otros habíamos retrasado ese encuentro. Aquella era mi oportunidad. Estaba enamorado de ella pero nunca me atreví a decírselo y esta era mi oportunidad. A mis 40 años me sentía como un quinceañero ante la primera cita. Hacía mucho tiempo que no me sentía así pero ella había vuelto a despertar muchas cosas. Ella era Alba. Le quedaba poco para cumplir 30 años, aunque aparentaba menos debido a su carácter jovial. Su pelo castaño era largo y rizado. Sus ojos negros eran bellos y desprendían un brillo especial, sobre todo cuando en su rostro se dibujaba una sonrisa en sus dulces y carnosos labios. Sus pechos eran no muy grandes y firmes y su culo era de forma de corazón, perfecto. Sus piernas bien formadas se mantenían en forma gracias a su afición de bailar danza, donde se baila de puntillas todo el rato. Verla bailar era un espectáculo en todos los sentidos. Lo hacía de vez en cuando para su regocijo y deleite, y era una delicia ver su cuerpo moverse de forma tan sensual, porque si hubiera que describir su cuerpo la palabra era "sensual".

Ante todas esas cualidades estaba yo, un tipo normal. Ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni gordo ni flaco, vamos que no destacaba en mucho. Solo mis ojos negros daban cierto atractivo a mi rostro y mi voz profunda, o eso me decían las buenas amigas para que me sintiera mejor. Había pasado una etapa de relaciones tormentosas que me dejaron sin ganas de nada, pero ella me hizo volver a recuperarlas.

La conocía hace tiempo. Unos 5 o 6 años atrás llegó al grupo de amigos que habíamos formado en el Instituto a través de una de mis amigas. A pesar de su belleza entonces no despertó gran interés en mí. Que tuviera novio hacía que las miradas fueran a otras y no a ella. Además, sus salidas con el grupo eran esporádicas y entablar conversación con ella, con el novio por medio, no resultaba atractivo ya que él era un tipo poco sociable.

Fue como hace como dos años y medio que nuestra relación se empezó a estrechar. Ella se había conectado a Internet y al darme su dirección empezamos a chatear. Ambos teníamos trabajos con horarios cómodos, lo cual favorecía que estuviéramos hablando hasta la madrugada muchos días. Empezamos a tener más confianza y entablamos una amistad que hasta entonces no había surgido. En aquel entonces yo tenía pareja y ella estaba con el segundo novio que le he conocido, con el que atravesaba una mala época que acabó en ruptura. Yo traté de ayudarla en lo posible, pero esa vez que yo mantuviera una relación con otra mujer hizo que mi papel se limitara al de un amigo. Pero esta vez era diferente. Ahora acababa de cortar con el tercer novio desde que la conocí, un tipo bastante indeseable por otra parte, y debo reconocer que metí bastante cizaña para que esa relación terminara. Y es que ahora yo estaba libre y día a día mientras hablaba con ella notaba que sentía cosas que antes no había notado. Me fui enamorando de ella cada noche mientras compartíamos confidencias. En eso ayudo que su relación actual fuera mal de nuevo. Trataba de darle lo que aquel tipejo no le daba: cariño y compresión. Había otras cosas que tampoco le daba y que a mi me gustaría darle, pero de momento eso se escapaba a la relación que manteníamos pero esperaba que cambiara a partir de la cita de hoy.

Como dije hace tiempo que esa cita se debería haber producido pero por motivos que no vienen al caso no pudo ser. Ahora que llegó el día estaba más nervioso que nunca. Había llegado media hora antes de lo acordado a aquella cafetería en donde habíamos quedado. Y eso que sabía de la fea costumbre de Alba de llegar tarde. Así que una hora y dos cafés más tarde de mi llegada apareció ella.

-Hola Gabo, ¿qué tal? ¿Llevas mucho esperando?- Preguntó ella mientras me levantaba para saludarla con dos besos en sus mejillas.

-Lo justo para acabarme el café- Mentí ignorando el anterior que me había tomado y la hora esperando. Por cierto, siento no haberme presentado. Mi nombre es Gabriel, y mis amigos me llamaban Gabo, ella también lo hacia, al fin y al cabo era mi amiga. Y ella iba vestida de infarto. Un top negro y ajustado, que dejaba al aire su ombligo, cubría su parte superior. Eso sí, el escote dejaba ver un canalillo tremendo por lo apretado del top combinado con el volumen de sus pechos. El pantalón vaquero y corto que llevaba bajaba pocos centímetros de sus ingles. Además se le ajustaba como un guante haciéndole un culo más magnifico si cabe que de costumbre.

Pasamos un rato hablando de su reciente ruptura de pareja. La tristeza asomaba a sus bellos ojos y yo trataba de animarla. De verás que aquel tipo no la merecía. Había hecho que lo pasara muy mal y dejarlo era lo mejor que podría haber hecho. Se lo hice saber, ella merecía a alguien mejor. Y se me ocurría un buen ejemplo.

-Gracias por tu apoyo- Me dijo mientras agarraba mi mano apoyada encima de la mesa donde apurábamos el café.

-Podríamos ir a mi casa para seguir hablando más tranquilos. Aquí hay demasiado ruido- Continuó diciendo.

-Por mi estupendo- Y tanto que lo era. El tacto de su mano también lo era.

Su casa no estaba lejos de aquella cafetería. Serían unos 10 minutos andando. Apenas hablamos en el trayecto. Ella se había asido a mi brazo y así estábamos paseando. Eso me estaba poniendo aún más nervioso. Y más que me pondría.

-Me siento tan a gusto contigo...- Eso me comentó acercando sus labios a mi oído. Y después los posó sobre mi mejilla.

Así que lo dicho, más nervioso. Su pecho se había rozado con mi antebrazo durante ese tiempo y notar su presión era excitante. Me limité a sonreírla. Y ella me la devolvió. Su sonrisa era especial, despertando una sensación difícil de definir. Era parecido a cuando ves a un bebé sonreír que siempre hace que te sientas mejor al menos por unos segundos. Pues su sonrisa tenía un efecto parecido, al menos conmigo. Lo había hecho siempre incluso cuando no despertaba ningún interés en mí.

Llegamos a su portal y dejé que ella pasará delante. En un principio lo hice por cortés pero finalmente era para poder admirar su precioso culo contoneándose mientras subía las escaleras. Era todo un espectáculo y yo estaba en primera fila.

Abrió la puerta y entramos en su apartamento. Ya lo había visitado varias veces pero era la primera vez que era invitado para estar a solas con ella. Me dijo que me sentara y trajo un par de cervezas que dejó encima de una mesa baja y rectangular que se encontraba cerca del sofá donde ambos estábamos ahora. Estuvimos hablando largo rato y otro par de cervezas cayeron para cada uno. Ya la conversación había dejado atrás su última relación y nos habíamos puesto a recordar tiempos mejores. Momentos de nostalgia y muchas risas invadieron aquella habitación. -Eres genial, me lo paso muy bien contigo- dijo mientras se recostaba sobre mi.

Había apoyado su cabeza sobre mi pecho mientras su brazo me rodeaba desde el torso hasta mi espalda donde su mano me apretaba. Yo me acomodé rodeándola también con mi brazo, apoyando mi mano en su hombro y dejando que resbalará por la piel desnuda de su brazo hasta llegar a su mano.

-¿Sabes? Me gustas mucho, muchísimo. Creo que estoy encantado de ti- Esas palabras habían salido de mi boca pero ¿era yo quien las dijo?

Pues parecía que sí. El estar abrazados de ese modo era tan relajante... y quizá las cervezas habían ayudado. El caso es que lo que mi mente pensaba había salido por mis labios y ahora ella se había incorporado y me miraba sin decir palabra alguna.

-Esto se acabó. Ahora se levantará y me dirá que me vaya. No podía haberme quedado callado. Si en el fondo de amigos no estaba tan mal- Mi mente no dejaba de transmitir todos estos pensamientos en milisegundos.

Pero no se levantó. Ni dijo nada. Solo acercó sus labios a los míos que respondieron torpemente a aquella reacción que no esperaba por mucho que la estaba deseando. Pocos segundos después mis labios sí se acoplaron perfectamente a los de Alba en un beso largo, húmedo, cálido. Un beso aliñado con caricias y abrazos, como deben ser los besos de quienes se aman. Dejó de besarme y sus ojos brillaban como nunca antes los había visto.

-Te quiero- habían hablado esos labios tan dulces que de nuevo volvían a fundirse con los míos.

-Me quiere- pensaba yo. Pero ya pensaba poco. Su lengua se adueñaba de mi boca ávida por descubrir todos sus rincones. Se entrelazaba con mi lengua bailando al compás de una música que solo sonaba dentro de mi boca y que hacía que ambas se deslizaran la una sobre la otra. Cambiaron de salón para adentrarse en la boca femenina cuyo sabor era más dulce y excitante para mi lengua que fue explorando aquella gruta.

Nos besamos con el ansia que provoca el deseo cuando ha estado tanto tiempo cautivo y por fin es liberado y, por lo tanto, se desboca. Las caricias invadían nuestros cuerpos aún cubiertos por nuestras ropas. Mis manos recorrían su espalda, su vientre, sus pechos por encima de aquella tela. Ella hacía lo mismo conmigo. Pero la pasión que iba en aumento no nos dejó parar ahí.

Nuestras bocas se separaron después de estar unidas largo rato. Ahora mis labios recorrían su cuello con besos cortos pero húmedos. Mi lengua lo lamía intermitentemente hasta alcanzar el lóbulo de su oreja el cual mordisqueé lentamente. Noté que aquello le excitaba así que seguí. Ella emitía leves gemidos. Eso me excitó sobremanera. Me encantan los gemidos femeninos, son una debilidad. Así que mientras seguía besando su cuello de aquel modo mis manos se metieron bajo su top. Mis dedos pulgares buscaron sus pezones por encima de la tela del sujetador. No tardaron en dar con su objetivo. Los acaricié hasta notarlos duros y entonces los liberé de la tela que los tenía presos, quitando top y sujetador, dejando a la vista aquellos preciosos senos.

Me separé de ella para observarlos. Grandes y firmes ya sabía que eran. Sus pezones eran oscuros y ahora estaban afilados apuntando hacia mí. Mis manos cubrieron aquellos pechos mientras las bocas se volvían a unir frenéticamente. Separé mis dedos índice y cordial de cada mano para dejar entre ellos la punta de cada pezón y unirlos después aprisionándolo. Ahora no oía sus gemidos al estar su boca pegada a la mía pero aquel movimiento, como si la hubiera recorrido un escalofrío, me indicaban que aquello la excitaba.

Mi boca descendió por su cuello pero esta vez no se detuvo ahí. Siguió hasta el nacimiento de sus pechos y se colocó entre ellos. Se dirigió a uno de sus senos y sustituyó a mi mano. La lengua fue haciendo círculos alrededor del pezón hasta alcanzarlo. Ella se había reclinado en el sofá y sus gemidos cada vez eran más abundantes y subían de volumen. Estaba disfrutando de mis caricias. De como mi lengua saboreaba su cuerpo. Me encantaba. Había soñado con verla así, con tenerla así, pero la realidad de aquel momento superaba a cualquier sueño.

Aquella mano que mi boca había dejado sin trabajo estaba ahora acariciando sus muslos. Subía desde sus rodillas hasta llegar al borde inferior del pantalón. Pasé la mano entre sus piernas, apretando sobre su sexo, pero la tela vaquera dejaba poco margen al sentido del tacto. Desabroché el botón y bajé la cremallera. Entonces ella me indicó que me detuviera.

-Vamos mejor a la cama, cariño- dijo mordiendo su labio inferior

-Allí estaremos más cómodos- aunque realmente me daba igual el sitio y la comodidad

Como uno siempre fue un caballero la agarré en brazos y la llevé a la cama. En aquel breve trayecto no dejamos pasar la oportunidad de besarnos. La dejé sobre la cama y tiré de aquel minúsculo pantalón vaquero dejando su cuerpo únicamente cubierto con un tanga negro. Si para entonces mi erección no era total, cosa que dudo, aquella visión fue la gota que hizo que lo fuera. Fui a quitarme la camiseta pero ella me lo impidió.

-No es justo que tú hagas todo el trabajo. Tú me desnudas a mi y yo a ti.- No era mal trato el que me proponía.

-Tú mandas, total eres la dueña de la cama- Hizo un gesto como si le hubiese desagradado el comentario. Un beso remedió mi metedura de pata.

Me quitó la camiseta y jugo con mis pezones. Primero los acarició, luego los pellizcó y finalmente los lamió y mordió. Sus manos apretaban mi espalda y sus uñas se clavaban en mi piel. Luego bajaron para desabrochar mi pantalón. Poco después estaba cubierto solo por el boxer. Iba a por él. -Ahora estamos empatados.

-Me vuelve a tocar a mí- dije antes. Mientras acariciaba mi pene por encima del boxer que parecía dispuesta a hacer desaparecer de encima de mí.

-¿No mandaba yo?- preguntó

-Es que no aguanto más. Tengo que verte desnuda- repuse.

-Está bien,… impaciente- dijo mientras se tumbaba boca arriba- Soy toda tuya.

Era mía. En eso pensaba mientras aquel tanga iba recorriendo sus piernas hasta que salió por sus pies. Al fin la contemplé desnuda. Su pubis estaba cubierto por un vello que sin duda había sido cuidado. Aquello me excitó. ¿Más? No era posible estar más excitado, mi pene luchaba por salir de la prisión del boxer, pero ayudaba a no relajarme un segundo.

Mi boca lamía uno de sus pies. Sus dedos entraban en mi boca y salían impregnados de mi saliva. Pequeños gemidos salían de sus labios. Parecía gustarle, así que seguí con el otro pie. Mientras lo hacía podía ver su sexo, sus labios carnosos e hinchados por la excitación, lo brillante que estaba debido a la humedad que ya había notado en su tanga.

Mis labios surcaron sus piernas deteniéndose en sus muslos. Los besaba, los lamía subiendo por ellos mientras sus piernas se abrían poco a poco dejándome lamerle más adentro, más arriba, hasta llegar a su ingle. Mi lengua recorrió su ingle primero de una pierna después de la otra.

-¿Es una tortura?- Preguntó a modo de protesta.

No contesté. Simplemente pasé la punta de mi lengua entre aquellos otros labios que aún no había probado. Los fue separando lentamente para luego lamerlos por dentro y por fuera y llegar a morderlos delicadamente. Aquellos gemidos se intensificaron. Me volvía loco. Dirigí mi lengua un poco más arriba. Su clítoris era delicioso. La punta de mi lengua hizo círculos sobre él. Y más se intensificaron los gemidos. Y más loco me volví. Así que ejercí de tal y empecé a lamer aquel sexo de mujer fuera de mí.

Mi lengua no paraba quieta. Lamía sus labios de arriba a abajo, se adentraba en su vagina penetrándola todo lo que podía. Volvió a su clítoris lamiéndolo, chupándolo, succionándolo. Sus gemidos ya eran gritos de placer, su cuerpo comenzó a sufrir espasmos. Se derritió en mi boca. Era delicioso aquel sabor. Aquel néctar de placer femenino que tanto me gustaba. Y el de Alba era más dulce si cabe.

-Para, dijo -Cielo. Ya tuve suficiente de momento- Su voz tenía un tono difícilmente reconocible.

No hice caso a aquellas palabras que más bien parecía una súplica. Seguí lamiendo aquel sexo de mujer. Lentamente mi lengua lo iba recorriendo tratando de que se recuperara de aquel orgasmo. No lo lamía, lo acariciaba con mi lengua. No volvió a decir que parara así que continué con la tarea.

Mis labios se pusieron en el comienzo de su vagina lamiendo esa zona. Después bajó mi lengua para surcar la parte que separa su sexo de su ano. Aquello hizo que se pusiera tensa y volvieron los gemidos. Seguí ahí un poco para luego deslizar mi lengua hasta su ano. Ella se acomodó para que pudiera lamerlo mejor.

Al lamer su ano mi nariz rozaba de vez en cuando su sexo ya que estaba tumbada boca arriba y yo con la cabeza entre sus piernas. Noté que cada vez que lo rozaba sus gemidos eran más fuertes. Así que decidí hundir mi nariz dentro de su vagina mientras lamía aquel otro agujero de placer de mi bella dama. Pasaba la punta de mi lengua alrededor de aquel pequeño hoyo que se dilataba cuando me adentraba más en él. Y me adentré todo lo que pude al igual que hacía mi nariz en el otro húmedo agujero.

Uno de mis dedos ocupó el sitio de mi lengua que decidió ir de visita al clítoris que tanto echaba ya de menos. Aquel dedo masajeaba el ano humedecido por mi saliva. Se iba adentrando poco a poco en aquella gruta inexplorada y oscura. Saqué aquel dedo para humedecerlo más con la sabia que manaba de la otra gruta como un manantial del néctar de placer. Volvió a la gruta más seca y entró en ella despacio hasta quedar totalmente dentro de ella. Entonces el pulgar penetró en la gruta superior donde pudo entrar sin problemas.

-¿Qué me haces? ¡Qué placer! Ummm. Cariño, no pares, no pares.- Su voz se entrecortaba. Y yo esta vez no iba a desobedecer.

Mis dedos penetraban aquellas dos cavidades que tanto deseaba y que ahora estaba llenando. Empecé a moverlos a la par que mi boca se apoderó de su clítoris. Mis dedos entraban y salían, se quedaban dentro, se movían dentro y volvían a entrar y salir. Mi boca tenía dentro todo su clítoris. Jugaba con él a mi antojo. Volví a sentir que su respiración se agitaba más, que sus gritos eran más intensos y subían de volumen, que su vientre se contraía. No era el momento de parar y ella me lo recordaba.

-Sigue, sigue, por Dios. No puedo más- o eso es al menos lo que entendí que decía.

Sus gritos eran ya casi alaridos, su cuerpo comenzó a temblar. Por fin parecía relajarse así que me quedé quieto. Su cuerpo seguía temblando. Su respiración estaba tan agitada que parecía que acababa de correr los 100 m planos. Me preocupé, nunca vi una reacción tan exagerada para un orgasmo. -¿Estás bien, cielo?- dije con tono preocupado mientras subía hasta poder contemplar su rostro.

-¿Bien? Estoy en la gloria, tocando el séptimo cielo o como se diga. ¡Nunca sentí nada igual! ¿Qué me has hecho? Ha sido estupendo, el mejor orgasmo de mi vida.

  • Sus palabras se amontonaban, su voz temblaba, sus piernas también pero su rostro tenía dibujado algo parecido a un gesto de placer y felicidad.

-Te trate de llenar de placer con el cariño de mis manos y mi boca- le contesté mientras acariciaba su vientre con las yemas de mis dedos.

Me besó. Y siguió haciéndolo hasta que dejó de temblar. En aquel beso ella pudo saborear la miel que desprendió su cuerpo poco antes y que a mí me tenía embriagado. Su mano se deslizó por mi pecho y mi vientre. Luego descendió y acariciaba mi pene a través del boxer.

-Ahora te toca a ti.- dijo mientras se incorporaba y con su mano hizo que quedará tumbado boca arriba. -Estoy impaciente, preciosa- dos verdades como templos.

Al fin mi pene fue liberado de su prisión lo cual fue todo un alivio. Ella lo tomó entre sus manos. No hacía falta caricia alguna para lograr una erección plena, hacía tiempo que estaba conseguida, pero siempre eran de agradecer. Comenzó a besarlo desde la base hasta la punta. Se detuvo allí y pasó su lengua por mi glande. Sus manos acariciaban mis testículos pero su boca bajó a ellos e introdujo uno en ella y luego el otro. Mientras su mano me masturbaba.

Volvió su boca a mi sexo y poco a poco fue entrando en ella. Iba despacio, cosa que agradecía ya que ante tal excitación y mantenida durante tanto tiempo sabía que iba a tardar poco en correrme. Seguía introduciendo mi pene en su boca, sacándolo y volviéndolo a meter. Paró y lo puso entro sus pechos. Los apretó dejando mi sexo aprisionado entre aquellos grandes senos y empezó a moverlos arriba y abajo. Aquello fue demasiado y exploté.

Su pecho se llenó de mi semen. Llegó hasta su barbilla. Ella extendía aquel líquido espeso por sus pezones. Yo busqué su tanga y con él limpié su cuerpo. Así confluirían sus líquidos, que lo habían empapado antes de quitárselos, y los míos.

-¿Te gustó, cielo?- preguntó mientras se abrazaba a mí.

-Me encantó, aunque solo poder mirarte ya me encanta- y el abrazo se estrechó y un largo beso selló mis labios durante un largo rato.

Las lenguas volvieron a unirse y los labios a fundirse. Las caricias llenaban nuestros cuerpos desnudos, las pieles se pegaban por el calor que desprendían, nuestros sexos se acariciaban sutilmente, se excitaban de nuevo. Ella estaba encima de mí, sus piernas me tenían atrapado, sus manos se entrelazaban con las mías, su sexo se rozaba con el mío.

Volvía a tener una gran erección. Cada vez era más intensa ya que mi pene estaba atrapado entre mi cuerpo y el suyo, concretamente contra aquellos labios vaginales entre los que resbalaba mi pene en cada movimiento.

-Quiero sentirte dentro, quiero que estés dentro de mí- susurró en mi oído.

-Y yo quiero unirme a ti, princesa- era lo que más deseaba en aquel instante.

Mi pene siguió resbalando por aquel sexo que sentía cada vez más húmedo. No quisimos ayudarle, queríamos que encontrara el camino solo y tras varios intentos dio con él. Comenzó a penetrar dentro de ella. Poco a poco se introdujo en su vagina. Las manos seguían entrelazadas pero mi boca se había dirigido a sus pechos donde aquellos pezones, que ahora saboreaba de nuevo, no habían dejado de estar duros y excitados desde que los descubrí.

Ella impuso un ritmo suave y muy placentero ahora que nuestros cuerpos formaban un solo ser. Llevé mi mano por su vientre acariciándolo y la bajé a su pubis para luego alcanzar su clítoris y suavemente rozarlo. Aquello fue un resorte. Los gemidos volvieron a subir de volumen, su cuerpo se echó para atrás dejándome acariciar su clítoris mejor, sus movimientos se hicieron más rápidos e intensos.

Mi mano dejó de proporcionarle aquel placer suplementario y me incorporé para abrazarla y besar el nacimiento de sus pechos. Sin dejar de estar unidos nos volteamos quedando ella ahora debajo de mi cuerpo. Mis brazos resistían gran parte de mi peso para no aprisionarla aunque estaba pegado a ella. El ritmo aumentó paulatinamente. Nuestros cuerpos se movían cada vez más aprisa. Ya no eran nuestras cabezas quienes dominaban ese ritmo, el deseo, la pasión, el placer habían hecho suyos nuestros cuerpos.

No podíamos parar, ya era imposible. Nuestros cuerpos estaban a punto de estallar de placer. Ahora éramos ambos los que gritábamos de gozo. Sentí como de aquella cueva que me daba cobijo fluía un líquido cálido que me hizo derramar mi leche de placer dentro de ella. Nuestros cuerpos se habían fusionado. Ya éramos realmente un solo ser.

Nuestros alientos seguían agitados, nuestros cuerpos sudorosos, nuestros corazones latían a mil por hora. Aún estábamos unidos, era difícil poder separarnos, y fundidos en un abrazo seguimos un largo rato. De repente ella se apartó y se quedó tumbada boca arriba. Estaba precioso a pesar de tener el pelo desaliñado y el cuerpo con los restos de aquella batalla de placer que habíamos librado y de la que ambos salimos victoriosos. En su pecho los pezones ahora ocupaban una gran parte ya que habían dejado de estar excitados, era una visión maravillosa. Pero su rostro estaba triste y una lágrima rodó por su mejilla.

-¿Qué te pasa corazón?- pregunté preocupado.

-¿Sabes? Nunca nadie me había tratado con tanto cariño como lo hiciste tú hoy- contestó sollozando. -No mereces menos cielo- aliñe mis palabras con una caricia en su rostro. Ella me devolvió la caricia y dejó su mano en mi mejilla.

-Quédate conmigo esta noche- era una súplica más que una orden

-Claro que sí cariño, aquí me quedaré- realmente era difícil no hacerlo después de todo lo vivido poco antes.

-Quédate para siempre a mi lado- volvía casi a suplicar.

-Estaré siempre que tú lo quieras,… contigo- fue mi respuesta.

Un beso selló aquel pacto. Dejó caer su cabeza en mi pecho mientras rodeaba mi cuerpo con su brazo. Y de tal guisa nos encontró Morfeo, nos atrapó entre sus brazos y nos llevó con él durante toda la noche. El alba nos sorprendió en la misma postura, con los cuerpos desnudos y unidos en un abrazo. Y el alba me seguiría sorprendiendo cada día de igual forma, abrazado a Alba.