Así empecé como voyeur exhibicionista
Mi mujer me convirtió en un auténtico Voyeur Exhibicionista. Historia Real.
Mi mujer me convirtió en un voyeur exhibicionista
Volvimos de la playa aquella tarde muy calientes. Habíamos ido a unas dunas apartadas que nos gustan mucho porque te encuentras completamente aislado de miradas indiscretas. Pero estás tan encerrado que no corre ni gota de aire.
Mi mujer, a la que conocéis bien, decidió sacarse la parte de arriba de su escueto bikini. Después de un rato me pidió que le echase crema. Abrí la mochila y cogí un aceite en spray con el que rocié abundantemente su espalda. No necesité recoger su parte de abajo del bikini porque era un minúsculo tanga blanco que yo mismo le había regalado y que prácticamente era un hilo dental por detrás y un escaso triangulito por delante.
Me recreé con abundancia en su generoso culo y a ella pareció gustarle puesto que abría insinuantemente las piernas para facilitar mi labor. No hace falta decir que me estaba empezando a poner cachondo.
En cuanto terminé, ella giró la cabeza y dándose la vuelta me pregunto si no pensaba echarle por delante. Se puso boca arriba con las piernas abiertas pidiendo guerra.
Comencé muy despacio por las piernas y cuando llegué a la cintura pude observar que le bikini empezaba a transparentarle de lo mojada que estaba. Continué con sus tetas cuyos pezones me saludaron a modo de reverencia poniéndose absolutamente tiesos y duros. Su boca entreabierta dejo paso a la lengua que humedecía sus labios. Estaba realmente buena. Baje nuevamente a la entrepierna donde me detuve con entusiasmo apartando un poco el tanga empapado que le leía totalmente los labios de su afeitadito coño. A unos 15 metros había un tío que no se había perdido detalle de aquel fabuloso magreo al que acababa de someter a mi mujercita.
Decidí darme un respiro acostándome al sol. Transcurrieron apenas unos minutos cuando se acerco ella y susurrándome al oído me dijo que era mi turno.
Tengo que confesar que lo estaba deseando. Empezó por los pies y fue subiendo lentamente recreándose en todos los rincones. Salto la zona conflictiva llegando a mis pezones que se pusieron inmediatamente duros como piedras. Regresó a mi entrepierna donde el pequeño bañador tubo blanco ya dibujaba con extraordinario detalle una verga absolutamente erecta. Recogió aún más la pieza por los laterales y al acariciar el preciado tesoro, adquirió unas dimensiones que el bañador ya no pudo contener, haciendo saltar mi polla como si estuviera catapultada por un muelle, mostrándose en todo su esplendor. Mientras nuestro mirón se hacía una paja de campeonato, mi mujer dijo que lo mejor sería liberar mi tranca de todas sus ataduras. Y así me dejo totalmente empalmado en medio de la playa.
Como medida de solidaridad ella también se quito el tanga alegando que quería quitarse las marcas de la piscina.
Después de un rato decidimos irnos a refrescar a la orilla, donde en cuanto nos mojamos nuestros bañadores se volvieron semitransparentes para gozo de los pocos veraneantes que paseaban por la orilla. Salimos del agua y decidimos secarnos dando un paseo. Al final de la playa empieza la zona nudista y, aunque nunca hemos ido a una playa nudista, decidimos continuar por lo que nos quitamos nuestras prendas de baño. Continuamos el paseo por la orilla y tengo que confesar que despertó mi vena voyeur exhibicionista que hizo que mi verga se pusiese morcillona teniendo que meterme nuevamente en el agua para recuperar el estado natural, que ya es bastante espectacular.
Decidimos volver a casa antes de hacer alguna locura.
Nos dimos una ducha juntos volviendo a ponernos a tono y decidimos ir a cenar y bailar. Acordamos ponernos sexis y decidimos que cada uno elegiría las prendas del otro.
Ella me escogió un vaquero beige ajustado y una camiseta semicalada verde que me marca todo muy bien. Yo no me corté y le escogí un top blanco con la espalda al aire y una minifalda negra extremadamente corta; por debajo llevaría un tanga de perlas que le regalé por su cumpleaños con unas bolas chinas para ponerla aún más cachonda.
Con ese aspecto estaba claro que íbamos pidiendo guerra. Fuimos a un italiano y escogimos una mesa con vistas a la bahía. Regamos la cena con un buen vino y aproveché la hacerle una pajita con la punta de mi pie por debajo de la mesa.
Después de la cena fuimos a la disco. Escogimos una grande para pasar desapercibidos. Tomamos una copa en la barra y ella descaradamente me bajo la cremallera del pantalón, me sacó la polla y empezó a meneármela, lo que me puso a mil. Después huimos a bailar y ella se convirtió en la estrella de la pista enseñando el culo cada vez que hacía un giro un poco brusco. Más tarde me confesó que más de uno le había metido mano por debajo de la falda.
Volvimos a casa sobándonos en cada esquino y magreando desde el garaje. En cuanto subimos a casa ella dijo que quería ponerse cómoda. Y apareció con un mono corto de color rojo que con la cremallera desabrochada dejaba ver la mitad de sus grandes tetas. Yo me puse un culote amarillo que marcaba escandalosamente mi paquete.
Sugirió que saliésemos a fumar un pitillo al balcón. Aproveché la ocasión para meterle mano por el escote frotando mi polla contra su culo. Hasta que no pudo más, acabó el pitillo, lo tiró y cambio el cigarro por mi puro. Me bajó los pantalones y me hizo una mamada espectacular que hizo que me corriese en su boca casi de forma instantánea. Se tragó mi leche y siguió chupando manteniéndomela dura como hacía mucho tiempo. Me incorporé la apoyé en la pared, le arranque él mono y le comí los pezones mordisqueándolos hasta escuchar sus gemidos y sólo después de ver como se corría cuando le comí la almejita le saqué las bolas chinas que estaban chorreando, le di la vuelta y apoyándola sobre la barandilla del balcón le ensarté el culo de una sóla estocada, arrancándole un grito seco que hizo mirar hacia arriba a una parejita que paseaba por la calle y que fue testigo de excepción de un maravilloso polvo en el balcón.
Esta historia es absolutamente real.