Asfixiantemente excitante

Esther decide jugar con su marido, atándolo a la cama y haciéndole sufrir hasta llegar al orgasmo mutuo.

Tomamos el café como siempre, después de comer y viendo una película; para variar me entró sueño y me eché una siestecita, pero esta vez estaba más que justificada porque Esther había añadido a mi taza un somnífero de efecto rápido.

Pasado un rato (aún era de día) estaba en nuestra habitación, desnudo y atado de pies y manos a la cabecera y los pies de la cama, con las extremidades en cruz. La boca tapada (por el sabor por su braguitas bien húmedas, al parecer) y precintada con cinta americana. A medida que me iba despejando comprobé que estaba firmemente sujeto, sin posibilidad de escape. De pronto la música habitual en nuestros momentos más románticos empezó a sonar. Ella entró por la puerta con un salto de cama transparente, sin nada debajo... absolutamente nada. Iba descalza.

Yo intenté mostrar mi descontento por la situación. Estaba sorprendido. Indignado diría yo ¿Cómo narices me había llevado a la cama? ¡Me había dormido! Y encima humillado con su prenda más íntima en mi garganta. Mi polla, traidora como siempre, bien dura y erecta, claro está. Ella se puso el dedo índice en la boca y haciéndome callar se sentó encima de mi... justo encima de mi mástil que notó la presión al instante. Ella me observaba, reía pícara y disfrutaba con el espectáculo. Yo la miraba con cara de mala leche pero poco más podía hacer... estaba en sus manos.

Quería ponerme al límite. Empezó recostándose sobre mí, bajando ligeramente y lamiendo sensualmente mis pezones. Sabía que me eso me volvía loco. Estuvo un buen rato con uno, con otro. Luego, sin dejar de lamerme su mano bajó y me agarró de las pelotas firmemente. Eso provocó un sobresalto en mí pero ella me miró y con su expresión me vino a decir que era lo que había, que ahora mandaba ella.

Cuando me tuvo de los nervios giró 180º rumbo S y su popa se fue acercando a mi cara. Mi mujer tiene un culo bien proporcionado, todo hay que decirlo, pero cuando se dirige a tu cara representa un peligro evidente de asfixia. Evidentemente eso a ella le importaba un pimiento, porque su trasero fue ganando terreno hasta ponerse a escasos milímetros de mi cara. Por un momento tuve la esperanza de que se mantuviera allí pero... qué iluso... no tardó ni dos segundos en dejar caer todo su peso en mi rostro. Al momento noté en mi nariz y en mi barbilla la humedad evidente de su coñito bien rasurado. Estaba muy cachonda. Acto seguido inició un movimiento de vaivén para masturbarse con mi cara, rozando sus labios inferiores por toda la superficie de mi rostro. Cuando subía más arriba perdía el mundo de vista. Incluso, durante unos segundos, dejaba de respirar porque era imposible. Sus muslos estaban sobre mis brazos. Su torso sobre el mío justo al revés y, claro está, sus manos y su boca empezaban a jugar con mi polla lentamente. Había aprendido en un video casero la técnica de masturbar a un hombre de forma muy lenta y torturadora, haciéndole llegar al límite sin permitirle el orgasmo. Evidentemente, atado como estaba era el mejor momento para practicar, y así lo hizo un buen rato mientras seguía restregando su clítoris bien hinchado una y otra vez rozando con mi nariz.

Hacía rato que había entregado mi voluntad a mi cautivadora mujer, pero no hacía más que rezar para que terminara de masturbarme y deseaba llegar al orgasmo. Claro está que eso era una quimera. Cuando notó que ella misma estaba a puertas del orgasmo volvió a darse la vuelta. Esta vez, sin dilación, metió mi polla en su coñito al instante. Ni cabe decir que entró como si nada, después de tanta lubricación en ambos miembros. Así, encajada y sin moverse se sentó erguida y se quitó el salto de cama. Desnuda sobre mí como estaba casi llego al orgasmo pero la falta de movimiento me lo impidió. Se cogió bien sus tetas que últimamente le habían crecido un poco, las juntó y se dejó caer al frente, sobre mi cara. Ahí sí que el mundo se fue de mi vista. Sus pechos cubrían totalmente mi cara. Yo, con la boca amordazada y la nariz tapada me quedé sin aire. Eso provocó que mi polla aún creciera más. Ella lo sabía, así que se dedicó a sentir como mi miembro llenaba más aún su cavidad vaginal mientras yo luchaba por encontrar un hilo de aire. Le encantaba verme sufrir, tenerme en sus manos sin poder hacer nada. Eso la ponía aún más cachonda.

Repitió la operación varias veces, hasta dejarme casi sin conocimiento. Cuando ya me tuvo derrotado volvió a cubrirme la cara pero esta vez inició un movimiento de caderas que la llevó a un orgasmo espectacular, al mismo tiempo que yo soltaba toda mi virilidad acumulada en mis pelotas en su interior. Fue el orgasmo más largo y agónico de mí vida, hasta el punto que volví a desmayarme por el esfuerzo y el sufrimiento, además de la falta de oxígeno en mi cerebro, claro está.

Al rato desperté, tumbado en el sofá y viendo las letras de la película que habíamos empezado a ver. Me incorporé de golpe asustado, recordando la asfixia de hacía un rato, pero parecía que lo había soñado. Estaba sentado, vestido y con las dos tazas de café sobre la mesita. Esther, mientras, trasteaba en la cocina. Me levanté, fui a verla y me miró como si nada hubiera sucedido. Aluciné y por un momento pensé que me lo había inventado todo, aunque de pronto... noté que algo me presionaba mi polla. Me toqué por encima del pantalón corto y noté una especie de artilugio de plástico que apresaba todo mi miembro flácido. NO podía ser, no.... joder... no.... era... ¡Un jodido cinturón de castidad para hombres! La miré de nuevo y ella, dándose la vuelta y secándose las manos me dijo:

- Sueño o realidad... a veces no sabemos ver la diferencia. Pero eso que llevas ahí es muy real, y a partir de ahora yo decidiré cuándo tienes un orgasmo .

Ahí empezó una nueva etapa en mi vida, pero eso... ya es otra historia.