Ascensor

Dos compañeros de trabajo que van juntos en un ascensor

Observando el calendario de la pared del fondo se podía ver que estaba tachado hasta el viernes, en la oficina no había gente. Salía luz de debajo de dos puertas, un despacho del lateral y otro del fondo, tenía la puerta ajustada. De la puerta del fondo salió un hombre alto y corpulento, tomó la dirección hacia el otro despacho donde entró sin llamar. Dentro vio a una mujer de larga melena negra y unos ojos verdes fijados en la pantalla de su ordenador.

—Para, vámonos, el lunes lo seguimos. No te preocupes el superior te lo permitirá —al exponer ese argumento se señaló a él.

Ella le dirigió una mirada de desprecio mientras cerraba el ordenador y recogía los documentos. Él seguía esperando en la puerta, la miraba de una forma tierna.

—El otro día llamaste, la distancia es buena. No es necesario que me esperes, sé salir sola, recuerdo donde está la puerta —comentó ella.

—Por lo que veo aún me odias, no te gusto que me ascendieran a mí en lugar de a ti.

—Te sale humo de la cabeza, habrás tenido que trabajar mucho para esa conclusión.

Ella se levantó y se observó a una mujer, chica crecida, con una minifalda casi demasiado corta, con unos tacones de infarto, una blusa blanca ajustada y desabrochada hasta medio canalillo que dejaba ver que no utilizaba sujetadores. Se dirigió al lado del hombre, todo y los tacones que lleva ella se distinguía una diferencia de altura todavía considerable.

—Es tarde, si te atracan o violan por la calle a estas horas, me sentiría culpable.

—Es que serías culpable, me has hecho quedar, recuerda que los de la limpieza ya se han terminado incluso.

Los dos esperaban el ascensor, ella se concentró en mirar la pared, él retrocedió un paso y le miró el culo. Las puertas se abrieron y entraron, ella antes de entrar observó las escaleras, al lado tenían un cartel indicando piso veinticinco y dirigió la mirada hacia los tacones, arrugando el morro. Los dos entraron, se miraban como si uno estuviera encima del otro, ella utilizaba el desprecio, estaban en paredes opuestas. El ascensor se bloqueó, apagó las luces y se encendió la de emergencia. El pánico invadió la cara de ella, mientras que él mostraba tranquilidad.

—¿Lo tenías pensado? —interrogó ella.

—No, pero el destino quiere que me expliques el odio que te genero —se sacó la americana y se aflojó la corbata—. Irá para largo, el apagón es general, no hay ni cobertura en el teléfono —se sentó en el suelo—, estamos solos en el edificio.

—Tengo la cartera de clientes más grande de la empresa —se quitó los zapatos y apoyó la espalda en la pared.

—Pero no la más voluminosa —a las palabras que soltó él, ella abrió la boca—. Manejo menos clientes que tú, pero de mayor categoría.

—No has llegado al sitio lamiendo la polla a dirección —él levanta los hombros—. Se la chupabas a los clientes.

—Si solo hubieras dicho la primera parte se hubiera parecido a un piro. No estoy acostumbrado a levantar la cabeza para hablar. Siéntate.

—¿Orden? Te recuerdo que solo eres mi superior en la oficina y ya no estamos en ella —hizo una sonrisa de medio lado—. Mirar desde arriba es agradable, sobre todo a ti.

—Hemos cambiado los papeles. No era una orden, era una sugerencia.

—¿Puedo realizarte dos preguntas? Una de ellas incómoda incómoda —él afirmó—. ¿Me has deseado alguna vez?

—Sí respondo lo que pasa por mi cabeza, me acusaras de acosador —al escuchar las palabras ella sonrió—. Si pienso la respuesta, podrías entrar en depresión. ¿Y la otra pregunta, la no incómoda?

—De dónde has deducido que esta es la embarazosa. El pedir permiso.

—Buen detalle. Me has hecho caer. Ahora entiendo la cantidad de clientes que manejas, tienes capacidad para girar las palabras.

—Me gusta que me tiren flores, ahora te agradecería más que me dejaras tu chaqueta —él le pasó la chaqueta—. Es que la blusa es muy ajustada.

Primero ella se giró y le dio la espalda, dejó caer la blusa en el suelo. Pudiendo así ver él una espalda desnuda que se tapó por la americana. Cuando se giró a él casi le salieron los ojos de las órbitas mirándola y empezó a abrocharse, pero dejaba ver un sugerente escote.

—Mi chaqueta te va grande, dejas poco a la imaginación, casi nada —al decir esto vio como ella se sentó en el suelo con las piernas juntas.

—Tu chaqueta es enorme.

—Todo lo mío es enorme. ¿Quieres comprobarlo?

—¿Indirecta? —cuando ella preguntó, él negó con la cabeza y a ella le subieron los colores.

—Creía que eras más atrevida —ella tragó saliva.

—Creía que cumplías la regla de la L —él se desabrochó el cinturón, ella se iba acercando.

Estaban los rostros casi tocándose, los cuerpos se habían acercado. Las manos de él tomaron la cintura de ella. Las bocas se juntaron, las lenguas se entrelazaron. Él tocó su chaqueta haciendo que el torso de ella quedase al descubierto. Ella se separó.

—Hasta hace diez minutos te tenía etiquetado como un gi… —comentó ella.

—Por tus palabras deduzco que te ha gustado el beso —él empezó a desabrocharse los pantalones.

—No te desnudes nos pueden venir a rescatar y te verían —él al escuchar las palabras de ella se puso a reír, ella tenía una mirada perdida.

—¿Has pulsado el botón de alarma? ¿No tienes frío? —ella negó con la cabeza en señal de respuesta —. Mi chaqueta se te ha caído, vas desnuda. Aún estoy vestido —ella se sonrojó y se tapó—. Mis manos te taparán mejor, son grandes —ella le dió una torta y retrocedió.

Volvían a estar en las paredes opuestas del ascensor. Ella con la chaqueta de él intentando cruzarla para que dejara menos piel a la vista. Él mirando la situación y sonriendo.

—¡Cerdo! Me has desnudado —soltó ella enfadada, casi gritando.

—¿Estás segura? Yo he visto que tú te tirabas encima mío y al tocarte, la chaqueta ha caído —dijo él mientras se aproximaba.

—Tengo una reputación.

—Lo que sucede en el ascensor en el ascensor se queda —dijo desabrochándose el botón de los pantalones.

—Si algo sucede se queda en mi cabeza —comentó ella poniéndose de pie.

—¿Quieres que me ponga de rodillas delante tuyo? Si llevaras los tacones serías más alta —al terminar la frase él se puso de pie.

Ella miró hacia arriba y se sonrojo. Él se le acercó y la beso, de una forma lenta, dejando que su lenguas jugaran. Una mano de él se introdujo en la americana, le masajeaba los pechos. Las manos de ella bajaron la cremallera de los pantalones y la polla salió.

—No suelo utilizar ropa interior.

Ella se colocó con una rodilla a cada lado de él, acercó la boca a la oreja.

—Yo tampoco.

El pene se puso más erecto y notaba los labios vaginales sin pelo.

—Te preocupas más del afeitado que yo.

Ella sonrió, se movió un poco y le entró.

—Noto que estás muy lubricada ¿desde cuándo? —ella en lugar de contestarle le besó y empezó a jadear.

Los cuerpos de los dos se unieron, sin quitarse la ropa.

—Llegaré en breve.

Ella salió de encima y acercó los labios al pene. Se lo introdujo en la boca y empezó a succionar. Notó como el semen le impregnaba la boca antes de tragárselo. Una vez le desapareció se incorporó y lo besó a él.

—Este ha sido un viaje en ascensor diferente y agradable.

—Tengo una reputación si se lo dices a alguien será lo último que hagas.

Al terminar de decirlo las luces de la cabina se encendieron y empezó a moverse. Ella salió de encima, se puso de pie y se calzó justo cuando el ascensor paraba.

—¿Te llevo a casa? Y así podré recuperar mi americana.

Creo que hay más pasión que sexo, lo siento. Es mi primera vez en esta categoría