Ascensor al paraíso I

Unas aburidas y solitarias vacaciones cambian de signo al conocer a una pareja. Lucía y su cuerpo harían perder el norte al más templado; aunque la seducción siempre encuentra barreras que debe derribar antes de triunfar

Definitivamente, por más que llevaba dos horas preguntándomelo, no sabía qué rayos hacía en ese avión, ni qué haría en ese hotel, en esa isla… solo.

Mi pareja, en uno de sus habituales enfados con el mundo y sus habitantes, había mandado “lo nuestro” al limbo del “standby”, justo en la semana de vacaciones que tanto me había costado conseguir en mi trabajo. Yo, ni corto ni perezoso, le había tirado el “full” de que no pensaba deshacer los planes y que me venía solo a la isla, a ver si durante esa semanita se atemperaba su ánimo y se reencontraba consigo misma y con el mundo. Ni que decir tiene que me fulminó con la mirada al tiempo que me espetaba el consabido “Haz lo que quieras” que como todos sabemos encubre un “ay de ti si te atreves a hacerlo…”, pero como soy de natural osado y testarudo, hice la maleta y me embarqué en una semana de vacaciones en un megacomplejo turístico de esos que tan poco me gustan, con la pulserita del “todo incluido” que tanto me disgustan, y que reservé sólo para satisfacerla.

Bueno, al menos me quitaba una semana de frío en mi ciudad, ese frío tan peculiar con que el Guadalquivir “bendice” a Andalucía en invierno y que debería regalarnos en Julio, cuando cantan las chicharras.

Nada más bajar del avión y realizar los habituales trámites aeroportuarios, me instalé cómodamente en la parte trasera del microbús en el que nos brindó asiento un plastificado guía que, con lenguaje plastificadamente correcto, nos recibió en nombre de la platificada agencia de viajes con la que tuve la infeliz idea de concertar estas plastificadas vacaciones para agasajar a quien no había venido a disfrutarlas. Para colmo, tres asientos más adelante, una pareja regañaba “sotto vocce”, bueno, más bien ella regañaba y él callaba y asentía:

-         Mira cariño, henos venido a descansar, a tomar el sol y a estar tranquilamente juntos; no pienses que voy a estar todo el día de acá para allá como si fuéramos Indiana Jones, para eso nos vamos a la sierra cerca de casa, esto es un lugar para disfrutar del relax del hotel, de la piscinita, el sol… blablabla…

Me recosté en mi sillón, me calé el sombrero hasta las cejas y me recluí en mí mismo. “Al menos –pensé- esto me lo ahorro con haber venido solo. Voy a a aburrirme soberanamente durante una semana, pero al menos seré el monarca absoluto de mi aburrimiento”.

Dormité como un gato hasta llegar al hotel, bueno al megahotel, un complejo con varios edificios, inmensos jardines, piscinas de todos los colores y tamaños, parques, zonas de bungalows, y yo qué sé mas cosas que el guía plastificado había seguido recitándonos mientras yo dormitaba para no escucharles ni a él ni a la contumaz “reñidora” que nos acompañaba.

Al haberme adormilado, fui el último en abandonar el microbús y llegar a la recepción del hotel, quedando emparejado con el matrimonio que regañaba en el microbús. Eran algo más jóvenes que yo, unos cinco años. Él un tío de menor estatura a la mía, sobre 1.75, complexión normal, pelo castaño y algo de la barriguita de la felicidad que cultivamos los emparejados. Ella era una mujer hermosa, una morenaza con mucho trapío, aunque no reparé demasiado en ella, en parte por mi cansancio y situación personal, y en parte porque iba vestida muy cómoda para viajar, llevaba un pantalón de exploradora muy amplio y una camiseta poco ceñida que no podía ocultar las formas difusas de un busto espectacular. Como les había escuchado hablar en el microbús, intenté entablar un poco de conversación con ellos, ya que estaba solo y algo aburrido.

- Disculpad, no he podido evitar oíros hablar, ¿sois también andaluces, verdad?

-         Sí, somos de Granada, yo me llamo Astasio y mi señora Lucía.

-         Ah, pues yo me llamo Dyomedhe, soy de Sevilla y estoy encantado de conoceros. Imagino que pasaréis aquí algunos días…

-         Sí una semana si mi Indiana Jones no me aburre demasiado.

-         Es que pretende que estemos aquí una semana tumbados al sol y sin hacer nada, tú me comprenderás…

-         Bueno, bueno, -tercié- si a Lucía no le importa, me ofrezco como acompañante tuyo para alguna excursión.

-         Pues a mi me parece perfecto, pero espero que no penséis estar toda la semana sin parar para nada en el hotel

-         No te preocupes que sabré refrenar a Astasio para que cumpla a la perfección contigo.

Enfrascados en la conversación, nos tocó el turno de recibir las llaves de nuestras habitaciones, las cuales, para nuestra satisfacción, eran de dos bungalows contiguos que se encontraban en una de las zonas más paradisíacas y tranquilas del complejo, yo lo había elegido así pensando en tórridas noches de amor y sexo con mi pareja, aunque ahora la perspectiva que se me presentaba era de largas noches de soledad y whisky con hielo y meditación…

Quedamos los tres en descansar un poco en nuestros bungalows y tras asearnos reunirnos a las 21.00 en el restaurante situado en una terraza cercana a nuestra zona; el recepcionista nos lo recomendó, de esta manera no nos perderíamos explorando el complejo, ya que al día siguiente tendríamos tiempo de sobra para recorrerlo pausadamente.

La verdad es que la cena no me decepcionó en absoluto: el lugar era realmente agradable, mobiliario colonial y muy cómodo, vistas al mar, buffet bien provisto… y Lucía…

Cuando les vi aparecer en la terraza no pude por menos que sorprenderme: vestía un vestido de lino en tono oscuro, que dejaba al descubierto sus estupendas piernas hasta un poco más arriba de la rodilla, ceñido a la cintura con un cinturón enlazado y que realzaba su espectacular pecho, que ahora lucía más espléndido que aquella tarde en recepción. Para completar el cuadro, la delicada línea que componían los hombros y el cuello al descubierto de Lucía, no pudieron por menos que extasiarme, sacándome bruscamente Astasio de mi embeleso:

- Pero bueno, Dyomedhe ¿qué te ocurre? Estás pasmado

- Disculpadme, pero estaba pensando en mis cosas y aunque estaba mirando hacia vosotros, en realidad no os he visto –mentí-.

Levantándome les rogué que se sentaran junto a mi, adivinando una mueca extraña en la mirada y la enigmática sonrisa que me lanzó Lucía. ¿Me habrá pillado? –pensé-

La cena transcurrió entre risas, ensaladas, vino, mucho vino blanco, ocurrencias… una buena velada sin lugar a dudas, pues ambos se revelaron como dos personas educadas, inteligentes y divertidas, fluyendo la conversación de manera muy natural.

Cuando quisimos darnos cuenta, los camareros veladamente nos estaban “echando” del lugar, ya que recogían todas las desiertas mesas a nuestro alrededor, aguardando pacientemente a que matásemos nuestra cuarta botella de vino blanco. Como he sido camarero y no lo olvido, sugerí a mis jóvenes amigos retirarnos a descansar, para de esta manera dar cuartel a mis antiguos colegas de profesión.

Tras despedirme de Lucía y Astasio a las puertas de su bungalow, continué camino hasta el mío, distante unos treinta metros del suyo, poniéndome ropa cómoda y fresca y aseándome para dormir, el problema es que aún no tenía demasiado sueño y el vino blanco había dejado un pequeño hueco para un último whisky, por lo que opté por servírmelo y salir a la terraza a tomármelo disfrutando de la maravillosa noche isleña. El hotel había apagado casi todas sus luces y era posible disfrutar del cielo cuajado de estrellas sin demasiada contaminación lumínica.

Estaba disfrutando del doble placer del cielo estrellado y el frescor del whisky en mi garganta, cuando percibí ruido y movimiento en el bungalow de mis vecinos, había alguien en su terraza, aunque no acertaba a distinguir quién. Por lo que a mí respectaba, era una estatua inmóvil en mi hamaca, mimetizado contra la pared oscura de mi bungalow, moviendo sólo el brazo a cada rato para llevar un sorbo de licor a mis labios. Pero en la terraza ocurría algo: de repente alguien arrastró una tumbona hasta separarla de la pared y hacer que su silueta se recortase contra el fondo del telón de la noche, no era muy visible pero distinguí la figura de Astasio… y tras él la de Lucía ¡¡desnuda??

No podía distinguirlo bien, pero mi imaginación suplía lo que mi vista no alcanzaba, aquella pareja se abrazaba y acariciaba, al tiempo que no dejaban de besarse apasionadamente, no había duda que ahí había un combate en lides de amor… de repente Lucía empujó decididamente a Astasio hasta hacerlo retroceder y sentarse en la tumbona, tras lo que se arrodilló ante él y comenzó a felar con dedicación ejemplar; yo no sabía dónde meterme ¡¡coño!! Vaya escena que me estaban brindando y ahora no podía moverme, pues les cortaría la inspiración, amén de quedar como un mirón, pero si me quedaba inmóvil corría el riesgo de ser descubierto en cualquier momento. Ante la duda opté por la inmovilidad y por rezar porque fuera verdad aquello que me aseguraba un compañero ex militar: a los quince minutos, el ojo humano se adapta completamente y aumenta notablemente su visión nocturna, aunque creo que al ritmo que Lucía chupaba la polla de Astasio, mi ojo no tendría tiempo de adaptarse…

Felizmente Astasio, a los pocos minutos la agarró del pelo y le sacó su polla de la boca, imagino que intentando refrenar su inminente corrida, tras lo que la incorporó, le dio la vuelta y desde la posición de sentado comenzó a besar y chupar el culazo de Lucía. ¡Madre mía qué gozada tenía que estar paladeando ese bribón de Astasio! Lucía se agarró a uno de los postes de la terraza y abrió un poco más las piernas, sin duda para dar mejor acceso a la voraz lengua de Astasio, que al parecer ya horadaba decididamente el ojete de Lucía, pues esta exhalaba gemidos de placer perfectamente audibles desde mi posición.

La garganta comenzó a secárseme a consecuencia del calentón que me estaban dando aquellos dos, por lo que de un trago apuré el whisky que quedaba en mi vaso, hasta chocar el cubito de hielo contra mis labios, ensimismado en la monumental comida de culo que estaba contemplando, me descuidé y al retornar el vaso a su postura vertical, el hielo chocó contra el fondo y emitió ese tintineo tan característico… Astasio ni se enteró, enfrascado en la ciclópea tarea de comerse semejante culo, si bien Lucía giró la cabeza hacia mi posición y permaneció un interminable minuto escudriñando la oscuridad intentando penetrarla y descubrir mi presencia. Yo estaba petrificado… en todos los sentidos, mi polla estaba como un obelisco y mi corazón encogido: ¡qué bochorno si me descubrían!

De repente Lucía se giró, dejando a Astasio sin acceso a su tarea, tras lo que lo hizo tenderse en la tumbona. La oí decir “tengo sed, ahora vuelvo”, entró en el bungalow, encendió la luz de la cocina y volvió salir sin apagarla, por lo que las siluetas que antes sólo adivinaba, ahora eran figuras casi perfectamente definidas para mi. ¿Es posible que lo esté haciendo a propósito?

El corazón se me salía por la boca, pero lo mejor estaba por llegar, Lucía rodeó la tumbona, agarró la polla de Astasio, la masajeó un poco mientras él le amasaba ansiosamente las tetas y ¡¡mirando hacia mi posición!! Puso una pierna a cada lado de la tumbona y se montó sobre Astasio, comenzando a cabalgarlo; podía ver casi perfectamente sus enormes tetas botando y cómo su culo brincaba arriba y abajo. La escena duró sólo cinco minutos, ambos se corrieron sin demasiadas estridencias, quedando Lucía recostada sobre él intentando recuperarse de la cabalgada.

¡Qué hermosura de escena estaban brindándome, sin duda el whisky había despertado mis sentidos adormilados por el ajetreo y la banalidad de la vida “moderna” que nos imponemos: podía observar los cuerpos fundidos aún, cómo se prodigaban caricias y arrumacos estrechamente abrazados, cómo la espalda y el sensacional culo de Lucía oscilaban aún lentamente arriba y abajo, ya no en un movimiento sexual, sino aún penetrada pero acompasada a su cada vez más regular respiración “Así debe palpitar la Madre Tierra tras ser fecundada por la lluvia –pensé-, pero nosotros, obtusos, no somos capaces de detenernos a disfrutar con su pálpito, como ahora hago yo; benditos sean los dos por haberme recompensado con esta escena que tanto me ha conmovido”. Esperé pacientemente a que ambos se levantaran y se introdujeran amartelados en el bungalow, y pasados diez minutos desde que apagaron las luces, me introduje como una silenciosa garduña en el mío, para reposar entre los vapores místicos del whisky y la remembranza de la escena presenciada.

A la mañana siguiente, al asomarme a mi terraza para dirigirme a donde rayos dieran de desayunar en aquel mastodonte de hotel, divisé a Astasio sentado en su terraza, el cual me hizo señas para que me acercara.

- Buenos días, Astasio.

- ¿Qué tal, Dyomedhe? Siéntate a desayunar con nosotros, que hemos pedido que nos sirvan aquí el desayuno y que sea para tres, Lucía está a punto de salir.

- Bueno, mentiría si te dijera que prefiero desayunar solo antes que hacerlo en vuestra compañía, así que muchas gracias y tomo asiento.

El camarero llegó en un cochecito de minigolf hasta nuestro apartado retiro y descargó una enorme bandeja con toda la parafernalia que compone la más temida pesadilla matutina para un andaluz fundamentalista de la gourmandisse como yo: tostadas de pan de molde, mermelada, café americano, leche desnatada, mantequilla, huevos con bacon… y ni rastro de café expreso “como Dios Manda” ni de aceite de oliva…

- Bien, Astasio, yo tomaré sólo un zumito de naranja como medida de protesta ante la invasión yanqui que supone este atentado gastronómico que nos han traido, luego investigaremos a ver si algún alma caritativa nos otorga mañana la satisfacción de un buen chusco con aceite de oliva y jamón y un café que nos despierte, no esta milonga que nos han traido…

- Jajajaja Dyomedhe, eres un personaje, yo estoy contigo en el fondo, pero me comeré unas tostaditas de estas, aunque abogo por tu expedición “en busca del desayuno perdido”.

En esto apareció Lucía en la terraza, vestía un blusón amplio de color crema, muy apropiado para un día de playa o piscina, generosamente escotado y que no podía ocultar la evidencia de su majestuoso pecho. Calzaba unas sandalias cómodas pero con mucho estilo, que dejaban al descubierto unos dedos preciosos… y perfectamente pintados, justo uno de mis deleites favoritos… mmmmmmm Decididamente aquella mujer cada vez me gustaba más, por no mencionar aquella perfecta manicura francesa que lucían sus bellas manos y que pude percibir al coger delicadamente su taza de café al tiempo que me lanzaba:

- Buenos días, Dyomedhe ¿qué tal anoche, pudiste dormir bien?

Tal… tal… tal… ese tal. Ningún maestro fundidor podrá fabricar jamás una campana que en su tañer pueda cimbrear un alma como aquella mujer lo hizo con la mía al decir sólo “tal”, con esa ambigüedad, ese retintín… no voy a seguir describiéndolo porque tod@s imagináis cómo resonó ese “tal”.

El zumo se detuvo un instante en mi garganta, mi corazón aceleró como la moto de Rossi y mi mirada se cruzó con la de ella, al tiempo que me regalaba una sonrisa aún más enigmática que la de la Gioconda; simultáneamente me imaginé pillado como un mirón empedernido… aunque decidí hacerme el loco y ver por dónde seguía la conversación…

- Estupendamente, Lucía, la verdad es que este clima y este lugar son una maravilla para el descanso. Me tomé una copita y dormí como un bebé.

- Nosotros también, aunque al principio teníamos calor y salimos un rato a la terraza a disfrutar de la paz de la noche –al tiempo que cariñosa acariciaba con el dorso de su mano la cara de Astasio-.

Este cambió de tema:

- Bueno, ya que hemos desayunado, no perdamos tiempo, que hoy toca piscina con agua salada y climatizada, ¿Qué te parece el plan Dyomedhe, te apuntas, verdad? No me dejes solo ante el peligro, que me veo toda la mañana dando cremita y leyendo las andanzas de Belén Esteban en el papel cuché… apúntate.

Decididamente, no tenía nada mejor que hacer que conversar con aquella pareja, bañarme… y cerciorarme que las formas que la noche anterior tan sólo pude adivinar en la penumbra eran lo que prometían; ¡por supuesto que iría a bañarme… y a contemplar a Lucía en biquini!

Dimos un largo paseo hasta la zona de la piscina salada, la cual no desmerecía del conjunto del complejo: era una enorme cubeta, llena de agua climatizada, del tamaño de medio campo de fútbol, con un pequeño velero que “navegaba” varado en mitad de la misma, multitud de sombrillas con tumbonas dispersas por todo el perímetro, solícitos camareros atendiendo todas tus peticiones… un completo horror para mi forma de entender el descanso… si no fuera por la perspectiva de que en pocos segundos…

Lucía sacó lentamente su blusón ante mi ladina y atenta mirada oculta bajo mis gafas de sol, que me permitieron contemplar unas tetas talla xxxl envueltas en un bikini amarillo cuyas copas sostenían cada pecho con semejante esfuerzo al del gigante Atlas, cubriendo sólo un poco por arriba de sus pezones y dejando al descubierto un canal entre ellos en el que no me importaría perderme y que no me encontrasen hasta pasado un mes. La braguita del biquini era de tiras altas sujetas a la caderas, sensuales y prominentes como hacía tiempo que no veía, y sus muslos eran de impresión, de hecho estaba calculando libidinosamente cuántos bocaditos de los míos cabrían en cada uno de ellos, cuando Lucía, sin descalzarse las sandalias que con sus ligeros tacones realzaban aún más su figura, se giró de espaldas a mi  y comenzó a extender la toalla sobre la tumbona, poniendo su divino culazo a disposición de mi disfrute visual, tan sólo cubierto por la tela del biquini, podría decir muchas cosas de ese culo que tanto me encantaba, pero sólo pensé en lo que de él hubiera escrito mi admirado Don Francisco de Quevedo de haber tenido la fortuna de contemplarlo:

Érase una mujer a un culo pegada,

érase un culo superlativo,

érase un culo sayón y escriba,

Era un culo como reloj de sol dibujado,

érase un culo como pirámide de Egipto,

las doce Tribus de culo era.

Érase un culo infinito,

muchísimo culo, culo tan bello.

(… continuará…)