Artes marciales
La historia de un joven que llego a encontar la felicidad.
ARTES MARCIALES
Tengo 20 años, me llamo José Francisco, soy nicaragüense y practico y doy clases de Yudo desde hace bastante tiempo en un centro cercano a la escuela donde asistía de niño. Mientras voy sacando mi ropa de la bolsa en la que había quedado guardada, dejo a mi recio y trabajado cuerpo, desnudo, recién duchado y secado aprisa, vaya perdiendo la humedad que aún contiene. El ambiente del vestuario de los profesores del club, donde me estoy vistiendo, conserva un índice de humedad superior a cualquier otra estancia del local porque recibe en oleadas, cual neblina mañanera, desde la zona contigua, donde están ubicadas las duchas del resto de los asistentes, el vapor de agua que en ellas se produce, dificultando el secado de nuestros húmedos y ya limpios cuerpos.
Mi compañero, que comparte las clases de artes marciales que en el centro se imparten, con el que me he entrenado hoy, preparándome para defender mi título de campeón nicaragüense en el próximo campeonato nacional de lucha, y con el que he desarrollado dos rounds completos al final del entrenamiento, está también desnudo a mi lado, mostrándome sus duros músculos, moviéndose a saltos sin cambiar de lugar, esperando también que su piel pierda la humedad, para iniciar el ritual de vestirse.
Le miro de lado y contemplo su pequeño sexo que se ve achicado por la ducha reciente y que aparece asomando su cabeza, intentando emerger, entre una pelambrera rizosa y muy negra. Le he visto sin ropa, como está ahora, multitud de veces, pero gracias a Dios nunca la contemplación de su cuerpo me fascinó hasta el punto de excitarme. Las primeras veces que le vi así, sentí una pequeña convulsión en mis genitales, pero pasado el tiempo, contemplar su desnudez y sexo me dejan impasible por la costumbre.
No puedo decir lo mismo de todos los cuerpos que puedo vislumbrar en este lugar. Soy gay y hay algunos que alborotan mis hormonas de tal manera que tengo que hacer esfuerzos para evitar descubran mi verdadera inclinación sexual, porque mi verga intenta desperezarse al detectar su presencia y debo de esconderla para que no me delate. Lo he conseguido hasta hoy y quizá porque no se me ha presentado la ocasión puedo decir que soy virgen y he vaciado hasta ahora mis testículos, cuando lo he sentido necesario, a base de masturbaciones solitarias.
Terminados de secarnos nos vestimos y despedimos en la misma puerta porque llevamos distintos caminos para llegar a nuestra casa.
- Hasta mañana, las siete es buena hora para darte la revancha.
Me había ganado esta tarde los dos round durante la pelea final que habíamos mantenido como entrenamiento especial, al terminar las clases, y a esa hora, al día siguiente, me ayudará a continuar mi preparación y volveremos a luchar como dos buenos amigos, pero poniendo todos nuestros conocimientos en conseguir vencer.
Son las nueve y media de la tarde-noche de un día del mes de junio y la temperatura es agradable pero desisto de correr durante el camino de vuelta hacia mi hogar como suelo hacer a diario y acercarme andando, muy despacio, al centro de la ciudad. Necesito dedicar tiempo a mi cerebro para calmar mis bulliciosos pensamientos, serenar mis ánimos y bajar las aceleradas pulsaciones de mi corazón y aunque estoy terriblemente ansioso por llegar donde he quedado citado y comprobar si la reacción que compense la acción que ocurrió esta mañana, es la que espero y deseo.
Mi mente rememora que un día en el colegio oí decir a un profesor durante una clase de física.
Una de las principales leyes o principios de la física y por ello de la naturaleza es que siempre "a cada acción sucede una reacción que la compense".
He podido comprobar que no solo se cumple esa verdad en la ciencia empírica, sino que también, hasta este momento, se va cumpliendo en mi propia vida. Siempre encontré una reacción, que por ahora ha sido positiva, a acciones malas o infames que sufrí y ahora espero se cumpla también en una buena acción que ejecuté esta misma mañana.
En mi niñez era un infante débil y retraído del que abusaban de diversos modos todos los compañeros. Notaban rápidamente los chicos del barrio o clase que era incapaz de defenderme y así recibía empujones y pellizcos al filo de los ocho años y golpes, abusos de autoridad y hasta alguna paliza cuando alcancé los doce.
Pero al cumplir esa edad ocurrió una acción en mi vida que motivó, por reacción, un cambio completo en mi manera de ser y comportarme posteriormente.
Vivía en el mismo lugar que lo hago actualmente, aunque entonces la pequeña villa donde habito no llegaba, como lo hace ahora, hasta el grupo de casas que componen mi barrio. Había un gran descampado con construcciones abandonadas o guardadoras de desperdicios que teníamos que atravesar por un sendero de tres kilómetros, irregular, embarrado en el invierno y lleno de polvo y moscas en el verano, que permanecía semi cubierto de maleza, desperdicios y piedras y que era necesario recorriese para poder llegar a la zona donde estaba la escuela, las tiendas principales o el cine donde íbamos los domingos a la primera de sus dos funciones.
Cercanos, en el mismo barrio, vivían varios primos, tanto por parte de mi mamá como de mi padre, aunque de estos últimos nunca sentí su aprecio, ayuda o simpatía. De dos de ellos, mayores que yo, más bien tengo muy malos recuerdos por un reprobable acto que cometieron conmigo cuando tenía nueve años y que quizá sea capaz de contar algún día y ellos, teniéndome por un miedica, debilucho, cobarde y chivato, me obviaban totalmente.
Yo les devolvía mi desprecio no visitándoles en su casa, aunque la proximidad hacía que nos viéramos casi de continuo, en la escuela, en las celebraciones familiares o en los desplazamientos que hacíamos durante la jornada.
La acción que me ocurrió y que por reacción me descubrió este mundo de lucha y defensa personal, que practico y enseño, ocurrió un domingo del final del otoño. Había ido al cine y al salir, serían ya las siete de la tarde, comenzaba a anochecer y debía volver a casa. Vi que esos dos primos, tenían entonces quince y dieciséis años, habían asistido a la misma función de cine que yo y al salir y verme, me saludaron con la vista y me hicieron señas que ellos se adelantaban. Comprobé lo hacían para seguir a dos chicas de nuestro barrio que habían asistido a la misma función y marchado delante de ellos. Mis parientes, que ya presumían ante mí de hacer cosas con las muchachas, aligeraron el paso para alcanzarlas y aunque notaron que yo me quedaba rezagado no pareció importarles, creo era lo que deseaban, ni tampoco se pararon cuando vieron que un hombre mayor, no sé la edad que tendría, a mi entonces me pareció viejo y enorme, se me acercaba.
Mis primos iban encelados a encontrase con las chicas que según su opinión les habían hecho señas significativas de que les gustaban y querían alcanzarlas antes de llegar a la parte habitada para poder obtener sexo de ellas y no pensaron en ningún momento en comprobar qué me pasaba y ayudarme en el caso que lo necesitase.
No pude gritar y pedir auxilio, aquel asqueroso ser que se me había acercado sabía como actuar y lo primero que había hecho fue ponerse tras de mí y a la vez que me retenía con el brazo, su mano me tapó la boca. Forcejeé para soltarme pero parecía tener suficiente fuerza para mantenerme bien sujeto con un solo brazo y a la vez que me arrastró fuera de la senda, con el otro asió y bajó mis pantalones y calzones, dejándome los genitales al aire.
No le dio tiempo nada más que a manosearlos por un momento con su mano libre, porque aunque pequeño, débil y miedoso, seguí reaccionando con la intención de soltarme y huir. Por un momento lo conseguí y cuando iniciaba la carrera, olvidé tenía mis prendas bajadas y al engancharse a mis piernas no me permitieron correr sino que me llevaron al suelo, donde recibí el peso de aquel asqueroso sobre mí, mientras intentaba desbraguetarse y sacar su pene, que notaba ya duro y preparado, dispuesto a violarme.
Lo hubiera conseguido si no es por un chico que actuó. Vi como le agarró por la ropa de su espalda y casi sin mostrar esfuerzo le apartó de mí, lo volteó después y lo levantó en vilo dándole los golpes necesarios, con su mano abierta, para hacerle entender que lo mejor para él era salir huyendo a la carrera y desparecer en las sombras que ya poblaban la tarde.
El chico desconocido me ayudó a levantarse y esperó me repusiera y colocara mis prendas en su lugar, para interesarse por mi estado.
Recuerdo que al mirar por primera vez a mi salvador le vi como un conjunto de spiderman y xmen. Le veía vestido unas veces con la coraza de guerrero antiguo, otras de gallo mexicano o de vaquero vengador del oeste, es decir aparecía ante mi vista como un compendio de todos los héroes que había conocido por el cine, las lecturas durante mi infancia o en un programa de la televisión de las noches, en el que se enfrentan todos los héroes de ficción conocidos.
Bien, estoy bien - contesté mientras me arreglaba la ropa, limpiaba mis manos de tierra, sostenía mis lágrimas que pugnaban con salir y abría enormemente mis ojos admirado ante su arrojo y valentía.
Era tal el impacto que mi salvador había ejercido sobre mí, que curioso pregunté.
- ¿Cómo sabes luchar tan bien?
- Practico judo - me contestó.
Esas palabras fueron todo un descubrimiento. Recordaba que al lado de la escuela había un local a cuya puerta ponía GIMNASIO y que en una pizarra negra con letras blancas, colgado de una de sus paredes, había escrito la lista de las actividades que enseñaban y entre ellas estaban estas mágicas palabras JUDO.
Inicié mis primeras clases en este bello deporte pensando imitar aquel ser maravilloso que había sido capaz, casi sin esfuerzo, de hacerse valer y provocar temor y respeto. Mi papá aceptó que las iniciase siempre que no entorpecieran mis estudios y creo contento de que por una vez fuese capaz de demostrar que no era un blando, como hasta entonces habían pensado, con mucha razón, todos.
El que me había salvado no se ocupó directamente de mí enseñanza, no daba clases, solo era uno de los practicantes de este deporte, que se preparaba en aquel gimnasio para mantenerse sano y fuerte. Pero me saludó y animó cuando me vio allí, entre los que intentábamos aprender los conceptos más rudimentarios de este milenario arte.
A pesar de lo difícil que me resultó en un principio, pues carecía de fuerza y cualquier arte para luchar, nunca fui capaz de hacerlo entre los chicos del barrio, el saber que él estaba allí y me podía ver si desfallecía, me animó y ayudó a seguir adelante, pese a todas las dificultades que me fueron surgiendo durante el duro aprendizaje.
Me costó muchísimos esfuerzos aprender las técnicas necesarias para practicarlo e infinitos para llegar a competir y ganar varias copas y medallas. Ahora me entusiasma la práctica de este milenario arte-deporte en el que me inicié por imitar a aquel muchacho que me ayudó, que me ha ayudado a madurar y fortalecer tanto mi cuerpo como mi mente
Habían pasado dos años desde el incidente que me motivo aprender a luchar y ya me había afianzado en este difícil arte cuando un día dejé de verle, pregunté por él a una hermana que quedó viviendo en el barrio y me dijo se había ido a Managua, la capital, a trabajar. No me atreví nunca a decirle, lo guardé en secreto, qué le admiré mucho a esa edad y él fue la causa, por emularle, que originó el fuerte deseo de aprender el yudo.
Para entonces había perdido el miedo en que había vivido hasta entonces. Era respetado y hasta admirado en la escuela porque les había hecho comprender que había dejado de ser el monigote de quien podían abusar al enfrentarme un día, durante el recreo de la mañana, con el más gallito del curso, que aunque intentó utilizar malas artes conmigo, quedó tan maltrecho y avergonzado ante todos que nos habían hecho corro, que nunca más él ni sus compinches se atrevieron a molestarme.
Es en esta época cuando escuché la frase del profesor de física y recuerdo me dije, henchido de gozo, porque acababa de enterarme, por quien me enseñaba en el gimnasio, que me acababan de inscribir para participar, defendiendo el club, en mi primera competición de orden local.
El orden que rige nuestro mundo es sabio. A la acción de aquel muchacho salvándome de ser violado, surgió mi deseo de emularle y creo lo estoy consiguiendo.
Esa pelea con el matoncito del curso me convirtió en popular en la escuela lo que incrementé cuando gané mi primera copa y medalla en esa primera competición local.
Continué entrenándome, ya me gustaba enormemente el deporte elegido, avancé en su conocimiento, me ayudó a cambiar mi manera de enfocar los problemas tanto deportivos como en la vida real, aprendí lo suficiente para luchar en campeonatos primero regionales, nacionales e internacionales después, defendiendo los colores del club y como destaqué en ellos, gané diplomas, copas y medallas, me ofrecieron ser profesor, cuando aun tenía 18 años, en el mismo lugar que había iniciado mis primeros pasos deportivos.
Mientras avanzo por las calles de casas de clase obrera que construyó el gobierno y rememoro mis años pasados, compruebo que las pocas luces que las iluminan son insuficientes para desplazar la oscuridad que se va adueñando del ambiente. Ahora no siento el miedo que hacía temblar mi cuerpo cuando regresaba de las iniciales clases de yudo que recibía en el gimnasio y que, durante los meses que anochecía prontamente, me hacían volver a mi hogar cuando la oscuridad era absoluta, imaginando que de cada sombra podía surgir alguien como aquel asqueroso hombre que llegó a tocar mis destapados genitales.
Utilizaba el camino, tanto a la ida como a la vuelta, unos seis kilómetros en total, entre el gimnasio y lo que era mi barrio, realmente una aldea que terminó uniéndose a la parte habitada de lo que llamábamos "la ciudad" y lo sigo haciendo aun, como un entreno más de mi cuerpo, que debería irse endureciendo para conseguir nervios y músculos para ejercer el deporte que había elegido.
Era imprescindible tener buenas piernas para recorrer aquel camino lleno irregularidades, piedras, despojos de construcción y matorrales que cubrían el lugar y sobre todo para imponerme al miedo que sentía atravesar por allí solo alumbrado por la pálida luna cuando tenía suerte brillaba en el cielo y cuando no, bajo una horrorosa oscuridad, acechando cualquier ruido extraño que no fuese el correr o los agudos chillidos de las ratas que conocía de sobra.
Ya en casa para evitar que mi padre me prohibiera seguir practicando aquello que tanto me iba gustando, tenía que hacer, después de la cena y antes de acostarme, los trabajos que al día siguiente debiera presentar en la escuela.
Por las mañana, me levantaba muy pronto para poder correr además de los tres kilómetros hacia la escuela, antes de iniciar las clases, cinco o seis más en una zona verde cercana, que era utilizada por varios atletas aficionados para entrenarse.
Actualmente como ya no tengo miedo de apartarme de la zona habitada, suelo salir a correr y endurecerme, intentando mantener el tono físico necesario, a la zona desértica que nos rodea. Recorro aproximadamente cinco o seis kilómetros por los abandonados y despoblados caminos que se adentran en el interior de las duras y vacías tierras que la circundan y que llegan donde comienza la sierra hasta una pequeña colina, donde efectúo un mínimo descanso y obviamente corro los mismos kilómetros cuando regreso. Así inicio el día marchando a trote, antes de desayunar, unos doce kilómetros.
Esta mañana había salido a efectuar mi carrera matinal, recorrido los seis kilómetros hasta el cerro y efectuaba mi corto descanso mientras pensaba, mirando hacía el centro de la parte habitada, en la que veía se empezaba a elevar una nube de polvo y contaminación.
- Qué limpio y claro es el cielo donde no está el hombre estropeando la naturaleza.
Vi entonces un automóvil salir de una de las calles que tienen su terminación al final de las casas de mi barrio y se dirigía, por uno de los senderos existentes, hacia la parte desértica donde hay desperdigadas, sin mantener un orden, algunas casas muy antiguas de construcción débil y pobre, de adobe, ladrillos formados mezclando paja y barro y secados al sol en la que vivían los labriegos que cultivaron estas tierras antiguamente y ahora casi todas abandonadas.
Desde el cerro hasta la parte de la villa habitada no existe una carretera sino diversos senderos que han buscado paso entre los guijarros, la maleza o los raquíticos árboles que han conseguido sobrevivir a los rigores del cruel terreno falto de agua.
Entre la brillante luz del sol que pronosticaba un caluroso día le vi avanzar en dirección hacia una de las casuchas que se encontraba solitaria como a dos kilómetros del inicio del desierto y tres aproximadamente de donde yo permanecía sentado.
Los rayos reverberando sobre su cristal delantero me hacía parecer una bola de fuego que avanzara por la seca tierra, lo que hizo le siguiera con la vista. La mayoría de las construcciones son refugio de lagartos y alacranes, cuando no de drogadictos, maleantes o del puterío más bajo y elemental. Las suelo evitar por no encontrarme con desagradables encuentros.
La limpieza atmosférica en esta zona desértica permite una perfecta visión de los objetos que están a bastante distancia y así pude comprender enseguida que allí ocurría algo anormal porque fijándome pude contemplar que bajaban del imponente "carro" tres personas. Una, que iba elegantemente vestida, me pareció mayor por su pelo ya gris, otra, de mediana edad, agarraba, zarandeaba y trasladaba a la fuerza a una tercera, joven adolescente que se resistía intentando no le metieran en el interior de la casa donde se habían parado
Aunque los encuentros que la vida me ha deparado con personas desconocidas, malhechoras o asquerosas han sido, por reacción a estas maldades, los más influyentes en mis días, la primera idea que me vino a la mente, me avergüenza casi decirlo, fue pensar que era mucho mejor para mí no actuar, qué seguramente el chico era uno de esos, que por pagarse los vicios, vendía su cuerpo. Cuando me di cuenta que esta aseveración para no moverme no era verdad, porque entonces no avanzaría a la fuerza, me di cuenta de mi supremo egoísmo y más al oír a mi conciencia decir.
- ¿Qué hubiera pasado si aquel chico que evitó tu violación hubiese pensado como acabas de hacerlo tú? ¿Dónde estarías ahora y qué serías?
Me levanté de un salto y doblando la velocidad de marcha que había traído a la venida, me dirigí hacia aquella casa. Lo que en este momento estaría ocurriendo en su interior me lo imaginaba mientras avanzaba, un pobre chico intentando defenderse del asedio de dos asquerosos hombres que de una manera innoble y por la fuerza le deseaban sexualmente.
Ahora que me había dado cuenta que mi presencia era imprescindible, avanzaba temeroso de no llegar a tiempo para ofrecerle ayuda y pensé malévolo que era la hora de tomar venganza de lo que me había ocurrido hacia mucho tiempo maltratando adecuadamente a aquellos dos individuos.
Nuevamente mi conciencia me recordó que una de las máximas que me enseñaron y que predico a mis alumnos es.
No aprendemos las artes marciales como medio para causar daño, sentirnos fuertes o poderosos ante los demás, sino como un medio de desarrollar e incrementar nuestra salud física y mental y mantener la defensa nuestra y de quien nos necesite como seres independientes que somos.
Cuando ya estaba cerca de la casa pude oír gritos y frases que señalaban se desarrollaba una lucha en el interior que terminó de pronto cuando se escuchó un seco golpe, un quejido y una voz que gritó plena de enfado.
Así es como follar a un cadáver, idiota.
Penetré en tromba. En un recinto que ocupaba la mitad de la estropeada vivienda, tirado entre cascotes de adobe y cal, un muchacho, que me pareció tendría unos dieciséis años, permanecía en posición de cúbito prono, desnudo de cintura para abajo, enseñando su culo y muslos y al hombre que me pareció de más edad, arrodillado, con sus piernas abiertas sobre él, quitados también sus pantalones y calzones, que permanecían tirados a su lado y manoseando su verga, muy oscura, algo torcida y ya dura y brillante por alguna grasa especial con que había sido untada, preparándola para penetrar en el culo del chico. De pie, frente a ellos permanecía el otro individuo adulto, totalmente vestido, que mantenía aún en sus manos, una corta porra de goma, como las utilizadas por los matones en sus luchas callejeras.
Pasado el estupor que originó mi entrada, el primer movimiento lo efectuó éste hombre, que al verme frente a él, reaccionó inmediatamente, intentando colocar la porra, que blandía en su mano, sobre mi cabeza. Paré su alocado ataque con mi brazo extendido mientras ayudaba a su bestial impulso para que saliese volando por mi lado, hasta dar con su cuerpo y cabeza contra el suelo, donde quedó bastante conmocionado.
Con dos pasos me coloqué al lado del individuo del pelo blanco, al que solamente le había dado tiempo de levantar la vista hacia a mí y que asustado, mantenía aun su pene en la mano y agarrándole por su camisa, lo elevé y lancé también hacia delante, cayendo sobre su compinche que ya intentaba levantarse.
El primero que consiguió elevarse fue el matón pero cuando quiso darse cuenta de mi cercanía, mi mano abierta en forma de machete, le golpeaba nuevamente. Le dio tiempo a taparse el rostro, pero el golpe lo recibió en pleno hombro desmadejándose, lo que me permitió le quitase de la funda de su pistolera, una bella arma con las culatas de nácar que tiramos en una alcantarilla posteriormente y lanzar nuevamente su cuerpo a distancia.
El viejo viendo mi actuación, medio desnudo como estaba, salió a gatas colgándole como a un animal de cuatro patas su pene que aun conservaba algo de su triunfante actitud anterior, huyendo hacía el automóvil donde se refugió, olvidando su pistola dentro de la sobaquera con la ropa que se había quitado y que quedó tirada junto al chaval.
No quise seguirles y permanecí en el exterior mientras el matón llegaba al carro, tomaba el volante y tras varios derrapes y aceleradas maniobras, huía del lugar con su patrón.
Me faltaba atender al chiquillo que parecía despertar del golpe recibido. Tenía algo de sangre coagulada sobre su cabellera y se percibía aun un hilillo manándole del porrazo recibido, que iba cayéndole por la sien hacia su oreja izquierda. Al volver en sí y verme junto a él, en un principio se asustó, pero al mirar en derredor y no ver a los que le estaban ultrajando, pareció calmarse.
Más con su temerosa mirada que con su atiplada voz me inquirió.
¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
Tranquilo, no temas, ya no te pasará nada - le respondí intentando poner la mejor y más tranquila sonrisa que fui capaz.
Le ayudé a elevarse, hizo un gesto de dolor y susto al llevarse su mano hacia donde había recibido el golpe y al comprobar se encontraba desnudo desde la cintura, mostrando sus genitales, me dirigió una mirada de tristeza y vergüenza.
No te preocupes por eso, te golpearon pero creo llegué a tiempo para evitar te violaran.
Le ayudé a buscar sus prendas que estaban bajo las abandonadas por el viejo y mientras se las colocaba, aturdido aun, cacheé los pantalones del que había huido. Encontré en el bolsillo trasero una cartera de cuero con documentación que me podría indicar quien había cometido aquella maldad, pero no la quise mirar. Contenía también varios billetes de veinte dólares que extraje y di al chiquillo
- Guarda esto te lo has ganado bien le dije al ofrecérselos.
Salimos de la casa y le ayudé a marchar de allí. Cuando llegamos a la parte habitada comprobé que al ir vestido con ropa deportiva, por mi entreno, no llevaba dinero para entrar a desayunar a una cafetería y el arrebatado al asqueroso viejo no lo quería tocar, pero tanto el chiquillo como yo estábamos necesitados de tomar algo caliente que nos repusiera de todo lo pasado. En mi casa sólo estaría mi madre que aceptaría de buen grado llevase un amigo a desayunar
- Vamos a mi casa, me cuentas allí todo lo pasado.
Ante un tazón de leche chocolateada y varios paquetes de cereales comenzó a narrarme.
Antes que nada quiero decirte que me siento gay. Pero lo que has querido insinuarme en aquella casa al darme el dinero que no quiero quedarme, no es cierto. Nunca vendí mi cuerpo, es más, soy totalmente virgen. Hace un tiempo mi padre me compró un ordenador por las buenas notas obtenidas en el colegio y me pagó una conexión a internet. Eso abrió un mundo nuevo para mí. Pude conocer, aunque a distancia, gente nueva en mi misma situación. Hablar y contrastar lo que siento con otras personas que tienen mis mismos problemas y dudas.
Me perdone por no ser tan sincero como lo estaba siendo él conmigo diciéndole mis deseos y tendencias sexuales pero deseaba conocerle bien antes de hacerlo. Siguió contándome muy preocupado por ver en mi mirada si creía lo que me contaba.
- Un día conocí en uno de los múltiples chat a un chico que me dijo llamarse Juan, que me contó tenia 16 años, yo estoy a punto de cumplir los diecisiete, que también era gay y vivía en esta ciudad donde estamos. No me atreví a decirle mis datos, tenía miedo de descubrir ante la gente lo que soy y siento. Fui confiando en él según avanzaban nuestras conversaciones hasta que un día decidí, a su propuesta, quedar para conocernos físicamente, consolidar nuestra amistad y si existía entre nosotros la magia del amor, iniciar una relación de la que ya hablábamos mediante el msn.
Mientras iba desgranando el origen de la desgracia que le había ocurrido, mis ojos le miraban y mi mente le estudiaba. Veía la verdad en los ojos de aquel chaval, muy moreno, que tenía ante mí, con el pelo liso y unos ojos verdes que sobresalían de su rostro tostado por el sol. Podría decir era realmente atractivo y estaba haciéndome sentir la magia de su belleza.
- Quedé vernos en una zona que al estar poblada consideré pasaríamos desapercibidos. Pensé que de esta manera, al haber gente cercana, nadie se atrevería a meterse con nosotros. Nunca consideré que Juan no existiera o estuviese actuando para otra persona, porque le contemplé por la webcam y le vi mientras me hablaba y . . . - me dirigió una mirada avergonzado llegamos a enseñarnos nuestros genitales que pensábamos compartir.
Quizá fuese más ilustrado que yo que dejé mis estudios cuando comencé a dedicarme al judo en serio, pero creo había encontrado menos maldad en el camino de la vida, lo que le había hecho crédulo de la gente, aunque asustadizo ante los que podían hacerle daño y por ello tampoco me atreví a parar su narración y decirle.
- Yo también soy gay.
Temía asustarle, me había gustado físicamente en cuanto le vi y la frase que le dirigí al tirarle el dinero de aquel miserable y asqueroso ser, más bien respondía a la rabia que sentí cuando pensé que aquel maravilloso ser se dedicaba a vender su cuerpo que a que se quedase con el dinero, que más tarde, aunque para nosotros era una fortuna, tiramos, roto en pedazos, al fuego de mi cocina. Ahora que sabía era totalmente inocente, que había sido engañado, mi admiración iba creciendo según salían las palabras de su boca y todo de él me iba atrayendo.
Su limpia mirada llegaba hasta mi interior, sus bellos ojos estaban cautivándome, el triste rictus de su sonrisa me iba entristeciendo y las palabras que me mostraban el engaño en el que le habían metido y los recuerdos de cómo le había encontrando ensangrentado y tirado entre desperdicios de construcción, me estaba enfadando interiormente.
Aunque no pronuncié las palabras que debiera haber dicho, alargué mis manos y las puse sobre el dorso de las suyas que descansaban sobre el borde de la mesa donde descansaba la taza, aun con la mitad de lo que le había servido mi madre y Manuel, al sentir el contacto me miró inquisitivo, pero al ver la abierta sonrisa que le estaba dedicando, dos gruesos lagrimones, que no quiso apartar, le rodaron por su rostro.
Si no intuyera que podía estar mi madre mirándonos por algún lugar de la casa, los hubiera recogido con mis labios para decirle que me sentía su protector, que le ayudaría y que me estaba enamorando mientras le contemplaba.
Le obligué a terminar el desayuno y me ofrecí acompañarle porque leía en sus ojos aun el miedo.
Para cumplir yo mismo lo que le había predicado sobre los cuidados que debiera poner en práctica por seguridad, le rogué no me dijese su domicilio, que quería darme como señal de confianza hacia mí por la ayuda prestada y sólo me dijese un lugar cercano, que sin peligro, pudiera acercarse a su hogar.
Ya tendrás ocasión de darme más datos esta tarde, si aceptas quedar aquí mismo sobre las nueve y media que es cuando termino mis clases.
Aceptó inmediatamente y ahora es cuando camino a su encuentro y vengo dispuesto, temeroso y asustado, a decirle la verdad, qué me he enamorado de él, qué le quiero con locura y deseo estar siempre a su lado. Espero la reacción a mi acto. Creo una vez más, que aquella aseveración de la física "a una acción sucede una reacción que la complete" no me puede fallar esta vez.
Desde lejos le vi, de pie, en el lugar que habíamos quedado reunirnos. Yo era el mayor y por ello debiera ser el que más aplomo mostrase, sin embargo temblaba como una hoja cuando me acercaba.
Me vio y una abierta sonrisa enseñándome su igual y blanca dentadura me tranquilizó bastante.
Hola Manuel - le saludé
Hola José Francisco - noté que él también se sentía cortado y se encontraba tímido ante mí.
Para iniciar la conversación, abrir la confianza mañanera y poder llegar a pronunciar las palabras que le quería decir, intenté saber si había ocurrido algo desde que le dejé hacía pocas horas.
¿Has tenido noticias por internet de Juan o notado si alguno de aquellos asquerosos hombres te ha seguido?
Juan ha desaparecido de mi lista de amigos del msn de los otros nada - me tranquilizó mirándome con aquellos grandes ojos verdes, de forma que cada vez sentía más ardientes deseos de abrazarle y decirle.
Te quiero, te amo, quiero estar y vivir todos los segundos de mi vida a tu lado.
Intenté tranquilizar mi corazón porque si no sabía actuar quizá le asustase tanto como los facinerosos que le atacaron.
No sabía donde dirigir mis pasos y después de unos segundos de duda le pregunté.
¿Quieres conocer dónde trabajo y enseño lucha a chicos como tú?
Me gustaría mucho.
Volvimos a recorrer el mismo camino que había hecho para reunirme con él, preguntándole lo que estudiaba, lo que le agradaba leer, jugar y cosas de sus costumbres.
En el gym me encontraba más valiente para hablar, era un sitio que conocía y donde yo era el profesor y respetado, por lo que le enseñé las instalaciones como si me pertenecieran, como si fuese allí una persona importante, lo que me resultó fácil porque estaban cerradas y no había nadie en su interior, incluso las mujeres que hacían la limpieza se habían ya marchado.
Atendía todas mis explicaciones de una manera admirativa, mirándome con cara de embeleso por lo que mi autoestima iba creciendo y aunque soy persona de pocas palabras, que me corto cuando debo de dar una imagen abierta, me encontraba tan eufórico que no paraba de hablar, pero el diálogo no iba en el camino que deseaba pues yo quería que me notase cercano, amigo, amante y no superior ni más importante que él.
Sucedió un hecho que me vino maravillosamente para poder decir lo que me había llevado hasta allí. Había en las paredes de la habitación donde se guardaban las condecoraciones, copas y trofeos obtenidos por el club fotografías de alumnos actuales y lejanos en el tiempo, tanto individuales como en grupos, vestidos con sus ropas de yudo. Pero existían dos que algún atrevido había sacado y puesto allí y que nadie se atrevió a quitar, por no parecer excesivamente puritano, en las que se nos podía ver a varios (yo estaba entre los retratados) en una enjabonándonos el cuerpo y en la otra quitándonos el jabón debajo de los chorros de agua de la ducha, completamente desnudos y creo que si alguien se fijaba, alguno con el nabito medio excitado.
Manuel se puso a mirar las fotografías que colgaban de las paredes, mientras yo le daba explicaciones de la dificultad de obtener medallas porque somos muchos en este deporte, lo que se necesita para practicarlo, las clases que impartimos y las diferentes personas que venían a recibirlas cuando noté que su vista se fijaba en esas dos instantáneas, que se quedó fijamente mirando muy interesado.
Mi corazón comenzó a latir tan aprisa que se me cortaron las palabras y esperé anhelante su comentario cuando me encontrase enseñando mi cuerpo totalmente. Después que observó detenidamente la primera, hizo lo mismo con la segunda en la que se me veía casi en primer plano y siendo yo uno de los que tenía algo elevada la verga comencé a sentir vergüenza. Le oí murmurar.
- ¡¡ Qué pena no seas gay !!
Pareció avergonzarse de las palabras dichas porque sus ojos se dirigieron hacia mí en un tono de súplica
Perdona ya te dije que siento en gay y no pude resistir el impulso que me salio del alma al verte desnudo y tan bello en esas fotografías. Salieron las palabras de mi boca sin darme cuenta, como un deseo. . . .perdona - repitió .
¿Te gusto? - pregunté anhelante temiendo que mis ojos me delatasen.
Demasiado José Francisco, siempre soñé encontrar un chico como tú. Cuando esta mañana desperté del golpe recibido y te vi junto a mí, creí que había muerto y aparecía en algún sitio, purgatorio, infierno o cielo y al verte pensé ¡¡ Qué suerte que he llegado donde está este maravilloso chico !!, y deseé quedarme allí para siempre.
No sabía cómo actuar si reír, llorar o contarle rápidamente lo que yo sentía. Creo hice lo mejor, abrazarme a él, ofrecerle mis labios y tomar los suyos para plasmar un asfixiante, tierno y largo beso sobre ellos.
Cuando recuperé el aliento creo que casi a gritos le dije.
Soy gay como tú, no lo quise decir porque después de lo que habías pasado pensé que la cercanía de un homosexual podría repugnarte. Llevo toda la tarde intentando decirte que te amo locamente y soy ahora el ser más feliz del mundo.
Creo que aquí terminaría este relato de una parte de mi vida, si pensase publicarlo en otro lugar, pero como lo hago en todorelatos.com y en la sección gay, me veo obligado, en atención a mis lectores, a continuar narrando como se desarrollaron las siguientes dos horas, porque me vi obligado a devolver a Manuel a su casa a la una de la madrugada, hora que le permitieron sus padres regresar, a los que telefoneó para indicarles llegaría un poco más tarde que de costumbre.
Después de mis palabras se sucedieron los abrazos y los besos mezclados con lágrimas de felicidad. Me sentía como nunca lo había hecho, mi cerebro flotaba, me parecía que todo era irreal, un sueño del que despertaría y para convencerme de lo contrario le abrazaba de nuevo, le besaba, y le tocaba para comprobar que aquel cuerpo existía realmente.
En aquellos momentos no pensaba en sexo, solo en amor, en tener y disfrutar la cercanía de algo que amaba, el sentir que aquello tan sublime que tenía cerca era mío y me decía me amaba, me quería y le hacía feliz mi presencia. Mi corazón parecía explotar y creo que hasta jadeaba porque me faltaba el aire.
Recuerdo que hubo un momento que lo aparté de mi para poderle contemplar entero, beber su figura, meterla entre mis axones cerebrales y guardar aquella visión para la eternidad
Manuel parecía también borracho de felicidad, se dejaba hacer con una sonrisa marcada en su rostro quizá pensando asustado que la persona de la que se había enamorado estaba totalmente loca porque le decía una y otra vez.
Te quiero, te amo, quiéreme tú también.
Cuando el frenesí de estos momentos amainó algo y quedamos parados y cansados es cuando mi parte sexual comenzó a actuar. Noté como un pinchazo en los testículos como si esa zona reclamara participar también en aquellos actos, recordándome que no solo la parte espiritual era la actuante, qué la terrenal, la del encuentro de los cuerpos, la del placer animal debería tener su sitio y sin ningún mandato por mi parte nuestras gónadas comenzaron a actuar y aunque yo soy un poco más alto, el se colocó de puntillas y nuestros genitales se unieron se buscaron y se frotaron locamente.
Desencadenado el demonio de la carne ya no se le podía parar. Las manos buscaron desenfrenadas los cinturones, los botones y las prendas que nos molestaban que soltaron, quitaron y apartaron y aparecieron al aire nuestras carnes temblorosas, calientes y palpitantes de deseo.
¿Cómo describir lo que sentí en el momento que nuestros cuerpos desnudos se pusieron en contacto? Qué calor. . . ., Qué sofocos. . . . Qué placer. . . Que agonía. . ..
Mis manos como aspas de molino movidos por un vendaval, buscaban los rincones más recónditos y sensibles del cuerpo de mi amor para acariciarlos . . . mi ardiente piel iba al encuentro de la suya donde apagar el fuego . . . y los sexos pegados y unidos, formaban entre tanto, un solo y apretado bulto entre nuestros pegados muslos.
Debo recordar que era la primera vez que tenía ocasión de poder realizar lo que estábamos haciendo y sabía por palabras de Manuel que para él también lo era. Solo conocíamos el sexo individual y solitario o lo que nuestras calenturientas mentes imaginaron y soñaron cuando nos encontrásemos en situaciones similares. La realidad estaba en mi caso superando lo imaginativo y creo pasaba lo mismo con mi nuevo amor porque se le escapaban gemidos de placer a cada caricia que recibía.
Éramos dos novatos, no sabíamos el guión a seguir y hacíamos solamente dejarnos guiar por nuestros instintos y sentimientos. Cualquier amante avezado que nos hubiese visto seguramente se hubiese reído de nuestras equivocaciones. Hubo una vez que mi boca quiso buscar su verga y me agaché para conseguirlo, el creyó debiera imitarme y cuando adelanté la cara encontré, en vez de su polla, unos labios que me esperaban. No perdí la ocasión, los besé nuevamente estando esta vez los dos en cuclillas y a punto de perder el equilibrio, lo que nos ocurrió, terminando rodando por el suelo a carcajadas.
Nuestra impericia no estaba siendo obstáculo para que nuestros cuerpos disfrutaran del sexo que nos concedíamos así nuestras bocas se encontraron multitud de veces, nuestros sexos fueron acariciados chupados y lamidos otras tantas y el placer nos inundó completamente desde que nos habíamos confesado el amor que sentíamos.
A veces me parecía imposible que estuviera disfrutando de aquella situación, qué pusiese acariciar aquel cuerpo joven y bello del que interiormente sentía una imperiosa necesidad que darle y ofrecerle todo lo que estuviese en mi mano para que se sintiera feliz.
Manuel intentaba convencerme, apagar mis temores de si era buen amante con gestos y caricias y me demostraba continuamente que lo que estábamos haciendo, le llenaba de alegría, placer y felicidad.
Esto es único, lo mejor, lo más maravilloso y sublime que me ha pasado nunca - me repetía de continuo.
No necesitamos esta vez penetrarnos, nos fue suficiente las caricias, los besos y los frotamientos de los cuerpos para alcanzar el sumum de felicidad y obligar a los testículos a bombear una enorme cantidad de semen que nos ofrecimos mutuamente.
Tendríamos en el futuro mucho tiempo para satisfacer nuestros cuerpos de nuevo, lo importante, lo sublime, lo especial, lo que llenaba totalmente nuestra vida, era que nos amábamos.