Arte abstracto

De como congenié con Berta, una mami del cole...

Cuando había un acontecimiento en el colegio de los niños, como un concierto, preparar una fiesta, etc., los padres y madres que disponíamos de tiempo y teníamos con quién dejar a nuestros hijos nos quedábamos un par de horas en el colegio haciendo disfraces, escenarios, murales, postres y cualquier cosa que hubiera que preparar. El conserje del colegio nos dejaba las llaves y cerrábamos todo al salir. Según pasaron los meses y al ser casi siempre los mismos, nos fuimos conociendo más y acabamos formando un pequeño grupo de amigos-conocidos en el que reinaba buen rollito.

Una de esas tardes en que estábamos trabajando, los padres y madres fueron despareciendo poco a poco por diferentes motivos: citas con el médico, acudir a un cumpleaños… en fin, que acabamos siendo dos los encargados de terminar un escenario que tenía que quedar listo para el festival de verano que se celebraría la semana siguiente. Mi compañera de tarea era Berta y mi hijo era compañero de clase de la suya. El escenario estaba bosquejado, pero faltaba pintarlo y para ello utilizábamos pintura de dedos, lo cual era divertido. Conversábamos y bromeábamos mientras nos encargábamos cada uno de una parte del escenario. No podía evitar mirar por el escote de Berta cuando se inclinaba hacia delante intentando pintar áreas que le quedaban lejos. Mi mirada alcanzaba a ver parte de sus pechos, que pendían tersos sobre su camiseta, a escasos centímetros de la mesa. Estando solos en el colegio, mi deseo empezó a crecer y mi imaginación calenturienta intentaba dibujar su cuerpo desnudo.

Creo que debí de ser bastante evidente, porque de repente me di cuenta de que Berta me miraba fijamente a los ojos mientras los míos nadaban en la profundidad de su camiseta. El primer instinto fue de disculparme y poner cualquier excusa, pero cambié de idea cuando percibí una sonrisa en sus labios. Además no había cambiado su posición y seguía inclinada sobre la mesa, como invitándome a que continuara deleitándome con la visión.

-¿Te gusta lo que ves?- me preguntó sonriendo todavía.

-Vaya que si me gusta. Me encanta-respondí. –Es una obra de arte- bromeé, fingiendo referirme a nuestra pintura.

-Qué descarado eres- dijo riendo, -cómo sois los hombres. Le tiráis el diente a la primera pieza que se os pone por delante.

-No, perdona, a la primera pieza no- le corregí, -llevo tiempo digamos… fantaseando contigo y aún no puedo creer que estemos aquí… solos… -le dije mientras me aceraba a ella.

-Pues mira, te voy a ser sincera. Yo también te llevo echando el ojo durante un tiempo y… aunque no suelo ser tan abierta, te diré que también he fantaseado contigo, ¿sabes?

-Supongo que normalmente nos tenemos que conformarnos con eso… fantasear- repliqué, intentando que no se esfumara la tensión de la conversación.

-Tú lo has dicho, Raúl, normalmente Pero hoy me gustaría que fuera diferente. ¿Me ayudas a pintar?- Y dándome la espalda volvió a inclinarse sobre la tela pintando con sus manos embarradas de pintura roja.

Tomé una buena cantidad de pintura también en mis manos y me incliné detrás de ella. El movimiento de sus manos se ralentizó cuando sintió mi cuerpo pegado al suyo. Puse mis manos sobre las de ella y, enredando mis dedos en los suyos, comenzamos a untar la tela de color rojo pasión. Nuestras manos resbalaban unas con otras, embadurnadas y viscosas. Acerqué mi boca a su nuca dejando que mi aliento caldeara aún más su cuello, que olía a hierbas silvestres. Dio una profunda exhalación cuando mis labios besaron su cuello, atrapó mis dedos entre los suyos con fuerza, echó su cabeza hacia detrás y arqueó su espalda de modo que su trasero se apretó contra mi entrepierna.

Comencé a morder sus hombros, su cuello, lamiendo su piel salada y caliente. Mis manos resbalaron sobre sus brazos, subiendo y colándose por las mangas cortas de su camiseta hasta que agarré sus hombros y la halé hacia mí, atenazándola mientras mi boca devoraba su cuello y sentía cómo mi sexo crecía pegado a su trasero. Berta empezó a menear sus caderas, masajeando mi verga con sus nalgas y yo seguí su ritmo, ondeando las mías para que sintiera mi dureza. Mis manos aún pringadas de pintura roja se posaron en su cintura y las hice deslizar por sus costados, arrastrando en lento movimiento ascendente su camiseta y dejando desnuda su espalda, que besaba y lamía ya medio desbocado.

Volví a hacer descender mis manos por su cuerpo entregado y rodeándola, dejé que sintiera mis palmas abiertas contra su vientre. Después las hice subir poco a poco y al fin alcanzaron sus pechos, esos mismos que habían estado tentándome desde su escote momentos antes. Ella apoyó sus manos en la mesa dándome más libertad para agarrárselos bien. Sentí sus pezones erguidos en mis manos, alentándome a continuar. Cuando mi boca continuó mordiendo su cuello, Berta llevó una de sus manos a mi trasero y me pegó a ella con más fuerza. Quedé yo como una segunda piel pegada a su cuerpo, mis manos acariciando y agarrando sus pechos con deseo, mi boca devorando su cuello y su espalda y mi sexo a punto de estallar con los vaivenes de aquella mujer deliciosa.

Bajé entonces mis manos al botón de su pantalón. Lo desabroché y bajé la cremallera antes de deslizar la ropa hacia abajo. Quedé maravillado cuando sus nalgas redondas y suaves aparecieron enmarcadas en una tanguita negra de algodón. Mi mano bajó hasta notar el vello de su sexo y seguí descendiendo para alcanzar su conchita ardiente. Ella abrió un poco las piernas acogiendo mis manos entre sus muslos. Lanzó un jadeo lento cuando mis dedos separaron los labios de su sexo y mi dedo corazón resbalo entre ellos, mojándose con sus fluidos. Lo hice pasar lentamente arriba y abajo y sentía cómo su clítoris crecía hinchándose a cada roce.

-Cómeme, Raúl- me dijo encendida. –Hace tiempo que no siento la boca de un hombre en mí.

Me separé un poco y me quité la ropa. Mientras lo hacía ella se dedicó a sacarse la tanguita y se aseguró de no enfriarse, pasando sus dedos por su coñito moreno. Yo los veía desde detrás abriendo sus labios y apareciendo entre ellos, mojados y brillantes.

Con mis manos aun medio pringadas de pintura empecé a amasar sus nalgas. Me arrodillé detrás y se las abrí para lamer desde su espalda, recorriendo el camino entre sus nalgas hasta saborear la miel de su concha después de darle unas lamiditas a su culito fruncido. Berta respiraba cada vez más rápido y más profundo.

-Ufff… Sí… Así cielo, no pares- me alentaba.

Lamí rápido entre sus labios alcanzando en cada lamida su clítoris con la punta de mi lengua. Ella estaba cada vez más mojada y yo la saboreaba con gusto. Entonces metí mi dedo índice en su cuevita, poco a poco y hasta el fondo, bañándolo en sus jugos, sin dejar de chuparla. Bombeé mi dedo un mar de veces y le sobrevino el primer orgasmo que le hizo convulsionarse mientras jadeaba, gutural, aferrándose a la tela teñida de rojo.

Saqué mi dedo de su sexo cuando sentí que se incorporaba un poco para tomar un respiro. De pie tras de ella, arrimé mi sexo a su trasero y lo hice pasar cuan largo es entre sus nalgas, dejando que sintiera mi duro calor, deslizándolo entre ellas. Berta se dio la vuelta y agarrando con su mano mi sexo fuertemente por la base metió su lengua ávida en mi boca. Respiré su aliento caliente. Bebí su saliva dulce y cálida. Nuestras bocas se abrían más y más, como intentando fundirse, penetrarse mutuamente mientras mi sexo palpitaba en la mano de mi compañera. Entre besos, mordiscos y lametones, ella acercó su boca a mi oído y me dijo –me tienes recaliente, cabrón; te vas enterar de lo que es una mamada.

De repente se desplomó ante mí y abriendo sus fauces como una leona tragó de un golpe mi verga entera. La hundió al máximo apretando la punta en su garganta y el tronco entre su lengua y su paladar, para después sacarla poco a poco mientras succionaba con fuerza y manteniéndola agarrada por la base con su mano. No pude evitar dar una exhalación larga, casi gritando de placer. La vi desnuda en cuclillas haciéndome una de las mejores mamadas de mi vida. Con una mano me pajeaba, apretando mi sexo mientras su boca chupaba, lamía, succionaba y mamaba deliciosamente y su otra mano masajeaba mis huevos. Abrí mis muslos para que maniobrara con facilidad. Mi verga palpitaba en su boca sedienta. Su cabeza tomó un ritmo más acelerado sin que su comida de polla perdiera en profundidad. –Ooooh, ssssí, cielo- dije yo, -la mamas como una diosa, no sé si aguantaré mucho si sigues así

-¿Y quién te ha pedido que aguantes?- respondió ella sacando unos momentos mi sexo de su boca experta- Déjate llevar, nene, quiero que le des a esta gatita golosa su recompensa

Nada más decirme esto, metió uno de sus dedos en su boca y mientas me miraba fijamente a los ojos, medio sonriendo, lo chupó como segundos antes había mamado mi verga, lento y profundo. Mojó su dedo con saliva y después volvió a engullir mi polla, pajeándola duro y agarrándome los huevos de nuevo. Empezó a jugar con su dedo mojado en mi culo, acariciándolo y mojándolo también de su saliva. Después me lo metió, despacio pero sin parar y lo movió con cuidado. Yo lo apretaba con mi ano mientras sentía mi sexo hincharse al máximo dentro de su boca que no dejaba de mamarme salvajemente. Su otra mano me pajeaba rico, fuerte, y entre todos esos estímulos sentí que mis huevos se contraían y mi verga empezaba a llenarse de semen. –Me corroooooo…- me dio tiempo a decir. Ella hundió a fondo su dedo en mi culo, apretó con fuerza la base de mi verga en su mano y el resto lo clavó en su boca y su garganta felina. Empecé a culear cuando los primeros chorros de leche caliente brotaron con fuerza estrellándose contra su garganta. Estuve corriéndome entre jadeos y escalofríos mientras aquella mujer no dejaba de succionar mi verga, tragando "su recompensa" como ella había dicho, sin dejar de mamarme y pajearme con mis dedos enredados en sus cabellos, por la parte posterior de su cabeza. Su ritmo deceleró cuando Berta sintió que llegaba al final de mi corrida, momento en el que hizo sus mamadas más largas y lentas, asegurándose de que no desperdiciaba nada, limpiando mi verga en toda su longitud con su lengua.

Se puso de pie y nos comimos a besos unos momentos, mezclando el sabor de nuestros sexos, de nuestras bocas y nuestras salivas con las lenguas peleando, resbalando una con otra como serpientes en celo.

–Quiero tu verga en mi concha ya- me dijo. –Necesito sentirla dentro, no aguanto más.

Sin contestarle, la tumbé sobre el lienzo. Ella alzó sus piernas dejándome ver su coñito divino. Me acerqué y ella pasó sus pies por encima de mis hombros. Abracé sus muslos y pasé mi verga esta vez entre los labios de su concha, mojada y caliente. Berta bajó una mano y guió la punta de mi sexo hasta la entrada del suyo. Empujé y entró suave como un cuchillo caliente en mantequilla. Nuestros cuerpos desnudos se estremecieron cuando mi verga, hinchada y dura ensanchó su conchita esponjosa y ardiente, entrando hasta que mis huevos toparon con sus nalgas. Berta me tomó una mano y la llevó a su boca. Metió mi dedo corazón y lo lamió, mamándolo como hacía unos momentos había mamado mi verga, para después bajarlo a su clítoris y, con sus dedos sobre el mío, empezar a pajearse con mi verga aún inmóvil, insertada hasta el fondo en su cueva.

Abrió su boca y empezó a respirar lentamente, profundo. Mis caderas comenzaron a ondular haciendo que mi sexo entrara y saliera bombeando en su coño despacio, mientras nuestros dedos hacían las delicias de su clítoris. Ella alzaba sus caderas rítmicamente conmigo, permitiendo que mi sexo se hundiera a fondo cada vez. Con su otra mano atrapó uno de sus pezones, pellizcándolo, halándolo duro y rico al mismo tiempo que sus jadeos se hacían más sonoros. Fuimos acelerando el ritmo poco a poco hasta que nos desbocamos de nuevo. Yo culeaba, cogiéndola con fuerza. Mi sexo chapoteaba en el suyo, follándola sin piedad mientras ella movía mi dedo sobre su clítoris frenéticamente y su cuepo desnudo y moreno vibraba sobre la tela.

–Mmmm… eres divina, cielo, me encanta hundirme en tu coño- le dije.

-No pares, por lo que más quieras. Dame duro papi, me vengooooo

Acelerando aún más su mano, se corrió, empapando mi verga en su conchita mientras levantaba a tope sus caderas. Entonces se sentó y me dijo –no te creas que has terminado, nene. Quiero que me cojas a lo perrito. Y acto seguido se dio la vuelta y apoyó su cuerpo sobre la tela, dejando su trasero en pompa, reclamando mi verga con urgencia.

Llevando su mano a su conchita, abrió con sus dedos los labios mojados que recibieron rápidamente la punta de mi sexo. Empujé y lo clavé con facilidad hasta el final abriéndome paso en su cueva totalmente empapada de sus fluidos. Casi me corro sólo de ver mi verga entrando en su sexo, escoltada por esas nalgas morenitas, redondas y duras. Jadeamos al unísono cuando llegué al fondo sintiendo mi sexo encastrado en el suyo, ambos palpitando de placer. Me incliné un poco para alcanzar sus pechos y aferrándome a ellos empecé a entrar y salir de Berta con ritmo cadencioso.

-Estoy casi ahí otra vez, papito -me dejó saber, -así que dame duro.

-Uffff, me tienes a mil, nena- aclaré a mi vez- voy a estallar en tu coñito a lo bestia.

La embestí con ganas. Mi sexo entraba en el suyo como si entrara en un charco de placer y lo hacía hasta en fondo cada vez. Se oía el chapoteo y mis caderas chocando con su trasero a un ritmo desenfrenado. Mis manos se aferraban a sus pechos tersos, halando a veces de sus pezones duros, erguidos. Ella colocó sus manos a ambos lados de sus nalgas, apretándolas una contra la otra, haciendo que sintiera aún más el calor de su cuerpo aún cuando mi verga salía de su coño.

-¿Así es que te gusta, a lo perrito? .pregunté.

-Así, así, asíiiiiiii… -respondió con su voz vibrante mientras su cuerpo rebotaba sobre la mesa al ritmo de mis embestidas. –Soy tu perrita y me encanta cómo me estás cogiendo, dale, no pares.

-Me vengo, cielo, me vengoooooo- le anuncié.

-Aaaahhhh… -acertó a responder.

Nos corrimos a la par. Estallé en un orgasmo brutal mientras ella se retorcía de placer. No dejé de bombear mi verga en su conchita divina mientras nos deshacíamos en jadeos, gemidos y convulsiones, con nuestros cuerpos desnudos y sudorosos.

-Lléname de ti, papito. Descarga toda tu leche en mi concha, la quiero toda.

Y vaya que si la llené. Hasta a última gota.

Nos quedamos medio rendidos sobre la mesa unos momentos. Al rato nos incorporamos y nos vestimos. Estábamos aún rojos de pasión y despelucados cuando reanudamos la conversación.

-Bueno, creo que tendremos que terminar esto en otro momento, es tarde- le dije.

-Sí, podemos quedar mañana sábado para terminarlo- respondió Berta.

-¿Terminarlo? Creo que tendremos que empezar de nuevo, mira- le dije, apuntando al lienzo.

Reímos a carcajada cuando vimos el desastre que habíamos hecho, la mezcla de colores que nuestros cuerpos habían causado. Fijándonos bien acertamos a distinguir la forma de sus nalgas, su ombligo, sus pechos, sus manos aferradas a la tela

Cuando Berta salió del colegio me tomé unos momentos para recortar un gran rectángulo de tela donde se apreciaban todas esas formas escondidas al ojo ajeno, pero tan evidentes para mí. Lo tengo ahora colgado en mi salón y cuando alguna visita me pregunta sobre él siempre les digo que es un cuadro que pintamos en un taller… interactivo… para artistas principiantes. Me encanta cuando en la soledad de mi apartamento, me tomo un ron con hielo y me pierdo en las siluetas de ese cuadro genial, rememorando aquella tarde con Berta.