Arrodillado frente a un buen rabo

Hetero curioso comienza a descubrir todo lo que se ha estado perdiendo

Hasta hace unos pocos meses he vivido una vida plenamente heterosexual. Primero líos esporádicos, luego parejas femeninas, y vuelta a líos esporádicos. Sin embargo, había algo que, pese a que nunca me lo cuestionase, no terminaba de cuadrad. Consumía porno gay permanentemente, y en todas mis fantasías era yo quien se comportaba como una verdadera mamona. A pesar de llevar una vida sexual activa y dominante, me pajeaba frecuentemente imaginando que algún macho maduro me ponía en su sitio de un pollazo.

Todo comenzó tras mi última ruptura: mi obsesión por las pollas creció exponencialmente. No os confundais: no me atraían los hombres, sólo lo que todos nosotros tenemos entre las piernas. El primer paso fue superar plataformas como terra o como chatroulette, pasando a otras como Grindr. El segundo paso fue pasar a hablar con perfiles de maduros activos (los jóvenes sólo dan problemas). Y por último, el tercer y más duro paso fue empezar a enviar fotos de mi cuerpo (no os imagináis las barrera que esto suponía para mi obsesión con la privacidad). Aquí, en este punto, mi fantasía se convirtió en realidad. ¿Por qué no iba a poder disfrutar de un buen rabo si realmente me apetecía? Además ¿Quién se iba a enterar?

Conocí a Borja a los pocos días de usar Grindr. En la treintena, activo, fuerte y cuidado, con sitio, discreto, y con una polla limpia y gorda: era mi tipo. Sólo necesitó un par de días para, sin presionarme o forzarme en absoluto, suspirase por estar entre sus piernas. Cada vez que mi móvil vibraba por un mensaje suyo mi rabo se endurecía; no me dejaba ni siquiera estudiar tranquilo, me obligaba a estimular mi ano, a acariciarlo con mis dedos embadurnados en saliva. Tampoco me libraba de tener que enviarle fotos de mi boquita y de mi culo trabajado por el deporte cada vez que se quería masturbar. Me tenía, en definitiva, totalmente enganchado: su autosatisfacción comenzaba a ser mi responsabilidad.

En realidad, lo único que quería era arrodillarme y meterme sus 16cm en mi boca, sintiéndome como una puta golfa, así que eso decidí hacer. No quería quedar a tomar algo, ir al cine, dar un paseo, conocernos. No quería vínculos ni ataduras, sólo probar aquello que parecía estar prohibido en un entorno en el que me sintiese a gusto. Así que cuando finalmente surgió la posibilidad de quedar acepté sin dudarlo. Joder, estaba súper nervioso y excitado, y como realmente no sabía si me atrevería me mantuve sin vaciar mis pelotas de lunes a viernes: estaba jodidamente salido.

El día señalado me duché a conciencia,  pensé en “tomar prestadas” unas braguitas de mi compañera de piso, aunque finalmente lo descarté, y salí a la calle. La jodida sensación de ir sin ropa interior y marcando culete y paquete, con un pantalón de chandal apretado, era tan increíble que no pude evitar el ponerme morcillón. Estaba tan acelerado que sólo veía culos y pollas por la calle, maromos y maricones: todo lo asociaba con lo que iba a pasar poco después.

Llegué a su piso, timbré, esperé y subí. Él ya estaba aguardando en la puerta, y sinceramente, no fue necesario intercambiar ninguna palabra: los dos sabíamos lo que iba a pasar. Borja me dejó pasar, cerró la puerta, y cuando se dio la vuelta yo ya estaba arrodillado y con la boca abierta: listo para tragar un buen rabo.

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Querido lector, como podrás comprobar, este es mi primer relato. Siéntete libre de comentar o escribirme al mail, me encantaría leer tus críticas. ¡Espero que hayas disfrutado de una buena lectura! :)