Arreglando las aceras

Bajaba por la calle y unos albañiles arreglaban las aceras.

Ocurrió una mañana en que bajaba por la calle a la altura de un parque. Había unos albañiles arreglando las aceras. Como hacía mucho calor, todos iban en pantalón corto y con camisetas, pero uno de ellos llevaba sólo un pantaloncillo de nylon rojo, que había recogido o remangado en la pernera. Trabajaba flexionado sobre el suelo, pasando la paleta con cemento para rejuntar las losetas. Yo me paré en la acera de en frente (nunca mejor dicho) y le observaba. Cuando se incorporó para descansar un instante, respiró profundamente y su torax de gran cachorro brillo detrás de los chorros de sudor que lo recorrían. Me vio como le admiraba y él, seguro de sí mismo, me sonrió. Todos sus músculos de carne fiera se clavaron en mis ojos y los sentí en mi estómago. Dudé un minuto y continué caminando.

Desde más lejos, vi como todas las mujeres que pasaban lo miraban. Él era un ejemplar en exposición, lo sabía y se mostraba.

Compré un periódico y unas manzanas para volver sobre mis pasos. Ahora, estaba de pie , las piernas abiertas, los músculos turgentes, y el bulto detrás del nylon le bailaba de forma descarada. Yo me acerqué embelesado. Pensaba que me podía increpar, decir algo, no sé, pensaba que podía incluso decirme:"qué cojones, miras", pero yo seguí hasta llegar a su altura. Allí, como una damisela de opereta, dejé caer la bolsa de manzanas sobre el pavimento. Me agaché rápido a recogerlo. Pero él, lo cogió antes que yo y me lo alcanzó. "Tome, caballero".

Como estuve a punto de pisar el cemento fresco que él estaba extendiendo, di un pequeño salto y me pasé a la parte de la acera que daba al parque. Sin más me introduje entre los arbustos y me di la vuelta para mirarle. Él seguía en pie, y con la mano se acariciaba la entrepierna. Me guiñó un ojo. Yo me introduje más en la espesura. Pronto noté que alguien me seguía; era él.. Me cogió de los dos brazos y me ofreció que fuéramos detrás de la caseta. Efectivamente, allí hay una caseta y le seguí a unas escaleras que bajan a un sótano.

Me cogió la cara con su mano de titán y me dio un beso. Su lengua estaba seca, áspera, sabía a tabaco negro y su barba era recia. Me aplasté contra su cuerpo. Me rozaba para sentir su polla enhiesta como un tronco vivo. El nylon era tan ligero que todo sobre mí era su cuerpo. Me arrodillé y le chupé el glande, los huevos, le mordía los muslos y él me clavaba contra su cuerpo. Yo le hincaba las uñas en los glúteos que eran de hierro.

No tuvo compasión conmigo, me azotó, me pellizcaba los hombros, las mejillas. Y yo con su polla agarrada como una trompeta succionaba hasta quede repente un chorro de leche caliente se deslizó por mi boca abierta.

"Trae, déjame que te la casque, que tengo que volver al curro" me dijo.

Me masturbó corriendo. Cuando me relajé un poco, me pidió que le diera algún euro para tomar una cerveza. Le di veinte.

"Hala, vete, pero no te envicies", me dijo.

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