Arreglando la familia 2

Pudimos oír como mamá le preguntaba a nuestro padre si tenía una amante. Si era que ya no la deseaba. Si no la amaba. Él lo negaba todo y ella insistía en que tenía que ser así. Finalmente lo amenazó con buscarse ella un amante si él no era capaz de complacerla y satisfacer sus necesidades.

El dormitorio de mis padres y el mio estaban separados por un tabique y enfrente al mio estaba el de Vicki. Una noche, casi una semana más tarde del encuentro con mi hermana, yo estaba desvelado. En realidad llevaba casi toda la semana así. Estaba preocupado por la confesión de Vicki y no dejaba de darle vueltas.

Encima estaba deseando que se colase de nuevo en mi dormitorio para repetir la experiencia.

Y para acabar de rematarlo era

Seguía haciendo calor y mi madre solía andar por casa con un pantalón corto que mostraba sus hermosas piernas y una camiseta que exhibía un generoso escote. Para te consciente de que, a mi pesar, comenzaba a ver a mi madre de otra forma. De repente había dejado de ser mi madre para ser una milf estupenda con un culazo de impresión y un par de tetas donde me encantaría enterrar la cara. Para terminar de arreglarlo, los días de más calor no usaba sujetador y se podían adivinar sus pezones logrando que me pusiese taquicárdico.

Como normalmente mis padres se acostaban más tarde que yo nunca los había oído ni cuando tenían sexo pues yo ya estaba dormido y supongo que ellos se cuidarían de no hacer mucho alboroto.

Pero nunca los había oído discutir. Hasta esa noche. En realidad era mi madre quien recriminaba a mi padre que no se le pusiese dura y por lo que pude entender, no era el primer gatillazo. Según se deducía de los reproches de mi madre era la tónica habitual desde hacía varios meses.

Me pareció muy raro. Vicki me había confesado que lo habían hecho varias veces y por lo visto, mi padre no tenía ningún problema para ponerse a tono. Supuse que, como suele decirse, mi padre ya se había deslechado por otro lado y no le quedaban fuerzas para cumplir con mi madre.

Mi madre le preguntó casi llorando si era que ya no la deseaba. Le pidió que buscase ayuda médica. Que comprasen viagra. Lo que fuese. Pero si era que no la deseaba, que al menos tuviese la valentía de ser sincero.

Apenas lograba entender las contestaciones de mi padre. A los reproches de mi madre contestaba en voz muy baja y no lograba entenderlo.

La verdad es que me cabreé con él. No era justo para mi madre. Era una mujer joven, hermosa y sexi y tenía derecho a poder disfrutar del sexo que su marido le negaba porque se había vaciado antes con su hija.

En mi mente comenzó a tomar forma un plan un tanto maquiavélico. Si aprovechaba bien las circunstancias podría follarme a las dos mujeres de la casa. Habría que ir con tiento y tal vez despacio. Pero estaba convencido de que podía salir bien.

Al día siguiente comencé a poner en práctica mi plan. Vicki había salido con sus amigas y mi padre trabajaría hasta tarde. Yo me quedé en casa para poder estar a solas con mi madre. Era media tarde y mi madre estaba en el salón mirando un reportaje en la tele. Me senté a su lado y le di un beso en la mejilla.

—Hola mamá. ¿Qué ves?

—Hola Nesto. Nada. Un reportaje sobre viajes. ¿Y tú? ¿Cómo es que no has ido con los amigos por ahí? —preguntó con gesto de extrañeza.

—No me apetecía. Siempre es el mismo plan y estoy un poco cansado.

—Y yo que creía que los jóvenes no os cansabais nunca —rio ella revolviendo mi pelo.

—Depende de qué… —bromeé con toda la intención.

—Aprovecha. Que eso también se acaba  —dijo con una sombra de tristeza en la voz. Su sonrisa se había apagado un tanto.

—Mamá. ¿Puedo preguntarte algo? —decidí comenzar la parte seria del asunto.

—Claro. ¿Qué sucede? —preguntó con un deje de preocupación en la voz.

—¿Va todo bien entre papá y tú?

—Claro, Nesto. ¿A qué viene eso? ¿Has hablado con Vicki? —noté inquietud en su voz.

—Sí. Me dijo que os veía… distanciados. Y anoche no podía dormir y os oí discutir. Bueno. Más bien oía como le montabas un pollo de campeonato.

Mi madre se quedó con la boca abierta mirándome. No sabía qué decir. Comenzó a retorcerse las manos en un gesto que también hacía Vicki cuando estaba nerviosa.

—Tranquila, mamá. Si no quieres contármelo no pasa nada. Es solo que estoy... bueno, Vicki y yo estamos preocupados por vosotros.

—Gracias Nesto. Sois unos hijos maravillosos. Pero no tenéis que preocuparos por nada. Todas las parejas discuten alguna vez —dijo con una sonrisa triste mientras me apretaba un brazo—. Pero eso no quiere decir nada.

—Mamá. No me tomes por tonto. Y perdona la crudeza. Pero por lo que escuché, no es algo pasajero y la situación no va a mejorar así como así.

—Es que tu padre está estresado y eso a veces pasa factura. Pero pasará. Te repito que no tenéis que preocuparos.

—Mamá, eso no te lo crees ni tú. Mi padre es demasiado joven como para que una preocupación lo deje sin fuerzas. O está enfermo de verdad, o…

—¿O qué? —preguntó mosqueada aunque sabía la respuesta.

—O se descarga en otro lado. No hay más. Y no me parece justo. Deberías plantearle un ultimátum.

—¡Nesto! ¿Cómo se te ocurre pensar eso de tu padre siquiera?

—Mamá. Que no lo quieras ver no quiere decir que no sea así. Deberías decirle que o cumple como debería o buscarás a alguien que te atienda como mereces —ella abrió los ojos como platos ante la idea que le planteaba.

—¿Estás loco? ¿Cómo voy a engañar a tu padre con otro? Yo no soy ninguna…

—No. Solo eres una mujer joven con necesidades que tu marido no atiende. Si el jardinero no atiende el jardín, que no proteste si otro lo hace —contesté tomando su mano y besándola—. Desde luego yo no te culparía. Y sé que Vicki tampoco.

—¿Cómo sabes eso? ¿Es qué lo  habéis hablado? —preguntó enarcando una ceja, desconfiada.

—No. Ni hace falta. Somos tan iguales que sé que piensa igual que yo —alegué encogiéndome de hombros.

—De todas maneras. No voy a ir por ahí buscando una… —dijo poniéndose colorada.

—Pues tendrías todo el derecho. Eres una mujer joven y con un cuerpo que quita el hipo. Estoy seguro que no tendrías que buscar mucho. Te saldrían voluntarios hasta de debajo de las piedras, tía buena —la halagué riendo para sacar hierro al asunto.

Al menos logré que soltase una carcajada. Un tanto apagada, pero risa al fin.

—Serás… pervertido —protestó sonriendo pero acalorada.

—Seré, si tú lo dices. Pero sincero también. Si yo tropezase con una mujer como tú, estaría todo el día pegado a ella.

—¡Eh! Córtate un poco. Que soy tu madre —se quejó riendo. La cosa parecía ir bien.

—Dije como tú. No que fueses tú —me defendí levantando las manos.

—Ah. Que yo no sería lo bastante buena para el don Juan aquí presente —se burló ahora.

—Serías un sueño para cualquier hombre, mamá. Te mereces lo mejor de lo mejor —dije poniendo toda la sinceridad posible en mis palabras.

—Anda. Ven aquí y dame un abrazo, Casanova —dijo riendo acercándose a mí para abrazarme—. Eres un cielo. Pero verás como todo se arregla.

Nos abrazamos sentados. Pude sentir que ese día no llevaba sujetador y el contacto con sus pezones me puso cardíaco. Me apreté contra ella y pude sentir el perfume de su cuerpo. Alargué el abrazo tanto como pude y me puso como un burro cuando al acabar me dejó un pico junto a la comisura de los labios. Al separarse de mí sonreía feliz.

—¡Será degenerado! —exclamó divertida al notar la erección que intentaba (sin mucho interés, las cosas como son) ocultar—. Mira que excitarse con su propia madre.

—¡Joder mamá! —simulé protestar—. Que no soy de piedra y tú… tú…

—¿Yo qué? —me desafió sonriendo.

—Tú estás muy buena —solté de golpe fingiendo timidez—. Además cuando me abrazaste pude sentir tus pezones y claro…

Ella se quedó boquiabierta al caer en la cuenta de que no llevaba sujetador y pude ver que sus pezones habían aumentado de tamaño. Por lo visto ella también se había excitado al sentir un cuerpo abrazado al suyo. No podía negar que tenía ganas de polla y un cuerpo bien formado, aunque fuese el de su propio hijo, le ponía.

Al darse cuenta se tapó las tetas con las manos como si fuese desnuda. Su rostro se había puesto como la grana y estaba todavía más guapa.

—Lo siento mamá. No pretendía ponerme… así. Ya sabes. Te quiero —dije levantándome para darle un beso en la mejilla y marcharme al tiempo que dejaba que viese la erección que había provocado.

Su mirada no pudo evitar dirigirse a mi entrepierna. Por un segundo atisbé un brillo en sus ojos. Era mi madre, pero también era una mujer con deseos insatisfechos. La semilla estaba plantada, me dije.

—Adiós, Casanova pervertido —dijo en tono alegre cuando me alejé.

Dejé pasar un par de días. Entretanto Vicki me hizo una visita en mi cuarto. Para que pudiésemos tener intimidad y hablar sin miedo a oídos indiscretos.

—He hablado con mamá —anuncié en cuanto se sentó a mi lado.

—¿Y cómo ha ido? —preguntó ansiosa.

—Creo que bien. Tal vez tarde en lograrlo. Pero creo que si todo sale tal y como espero, te podrás tirar a papá todo lo que quieras sin problemas y sin destrozar la familia. Creo que puede haber grandes cambios.

—¿Pero para bien o para mal? —preguntó preocupada.

—Para muy bien —le aseguré sonriendo—. Creo que me merezco un premio.

—¿Y qué pretendes…? —preguntó con su mirada más sensual.

—Creo que ya lo sabes —dejé caer—. Y si todo sale como espero, creo que me habré ganado algo más.

—Si logras lo que dices, creo que estoy dispuesta a darte lo que no he dado a nadie —aseguró mirándome con intensidad al tiempo que se mordía el labio.

—¿Y es…?

—¿Te gusta mi culo? —respondió poniéndose en pie para mostrarlo al levantar la minifalda.

—Me encanta. ¿Me estás diciendo que si sale bien mi plan me dejarás…?

—Lo haré —dijo tendiéndome la mano—. Serás el primero en follarme el culo.

Estreché su mano cerrando el trato. Sabía que lo cumpliría, así que ya tenía un aliciente más para emplearme a fondo. Saber que ese culazo era virgen y yo podía ser el primero en catarlo me encendía solo de pensarlo. Vicki se dio cuenta y echó mano a mi paquete sin perder de vista mis ojos.

—Creo que podemos firmar el trato de otra forma. ¿Te parece?

—Será un placer —aseguré llevando mi mano bajo su falda.

La tela de su braga estaba ya empapada. Sin dejar de mirarla a los ojos me llevé los dedos húmedos de sus jugos a la boca y saboreé su néctar. Ella se mordió de nuevo el labio y apretó mi paquete antes de tirarse ansiosa a por mi boca.

Un momento después estábamos enlazados en la cama en un nuevo 69. Esta vez era yo quien estaba arriba. No sé el tiempo que pasó. Pero para mí fue un suspiro. Cuando acabamos, los dos a la vez, buscó mi boca y nos intercambiamos nuestros sabores.

—Te quiero, hermanito. Eres el mejor hermano del mundo —dijo cuando nuestras bocas se separaron.

—Y tú la mejor hermana —aseguré sonriendo.

—Lo digo de verdad. Otro seguramente me pondría de puta para arriba. Y tú estás dispuesto a ayudarme. Eso no lo haría cualquier hermano.

—Bueno. Yo también salgo ganando. Me lo montaré con mamá. Además está este culito de premio —añadí apretándole una nalga. Ella sonrió mientras me daba un pico.

—En el fondo eres tan degenerado como yo. Vaya par de piezas estamos hechos —rió.

—Somos gemelos. ¿Qué esperabas? —respondí uniéndome a su risa.

Desde el día de la conversación con mi madre comencé a dejarme ver por ella más ligero de ropa. Cuando me duchaba y sabía que ella andaba cerca dejaba la puerta abierta como por descuido. A veces, sentado en el salón mientras mirábamos la tele me ponía a rememorar los encuentros con Vicki o me imaginaba haciendo lo mismo con mi madre para provocarme una erección. Por el rabillo del ojo veía que ella no perdía detalle aunque disimulaba. Estaba intrigada, deseosa de ver esa tranca que tenía tan dura y cerca de ella. Nada que ver con la que los últimos meses tenía en cama dejándola con las ganas.

Yo no lo entendía. Comprendía que mi padre se sintiese atraído por Vicki. Joder, si yo mismo me empalmaba solo con rozarla. Pero su mujer también estaba muy buena. Y lo sigue estando, que conste.

Mientras tanto Vicki y mi padre se encontraban de vez en cuando fuera de casa y se iban a un motel para seguir dando rienda suelta a su pasión.

Creí que era buen momento para dar un paso más. Así que decidí mostrársela en todo su esplendor. Un día, sabiendo que por la tarde estaríamos solos mi madre y yo, me armé de valor y un alfiler y me hice un pinchazo en la parte baja de la polla. Joder, como dolió. Pero era por una buena causa.

Salí de mi habitación y encontré a mi madre en el salón leyendo.

—Mamá. Tengo un problema un tanto… delicado. Creo que pediré cita en el médico.

—¿Qué te pasa? —preguntó angustiada.

—Es que tengo unas molestias en… —fingí timidez para aumentar su preocupación.

—¿En dónde? Nesto. ¿Qué tienes? No me asustes.

—Es que no lo sé. Pero desde esta mañana siento un dolor. Como un picotazo en… bueno, en el pene.

Mi madre abrió los ojos como platos y estos fueron derechos a mi entrepierna.

—¿Has tenido relaciones de riesgo?

—No mamá. Hace tiempo que no… ya sabes. Además siempre uso condón.

—Me alivia oír eso. Bueno. Déjame ver —dijo tras un ligero titubeo. Su cara comenzaba a coger color.

—Mamá. Si tú no eres médico. No sabrás que es.

—Pero puedo ver cómo está. ¿O te da vergüenza?

—Un poco sí. La verdad —mentí como un bellaco. En realidad estaba deseando que lo tocase, lo acariciase y que lo chupase. Pero eso ya entraba en el terreno de los sueños.

—Anda. No seas tonto. Es lo mismo que cuando te lo mire el médico.

—Vale —simulé dudar un poco y como si me costase hacerlo me bajé el pantalón y el slip dejando mi polla morcillona delante de su cara.

Sus ojos recorrieron mi polla con avidez sopesando hasta dónde podría crecer aquel pedazo de carne. Pude ver que sus pezones comenzaban a ganar tamaño. Después, como con miedo, la agarró con dos dedos para levantarla y mirar por debajo. La suavidad de sus manos y el contacto con su calor hizo que mi aparato saliese del standby y comenzase a revivir. Al sentirlo separó su mano como asustada. Pero un instante después volvía a agarrarla. Ahora con toda la mano.

—Joder, hijo. No sé lo que te pasa. Pero parece que funciona perfectamente —comentó con un atisbo de nerviosismo en la voz.

—Lo siento, mamá. Es que… no puedo evitarlo. Al sentir tu mano… pues… es que no es como cuando me la toco yo para mear. Compréndelo.

—No te preocupes. No pasa nada. Es normal —dijo acalorada—. Es más que normal —susurró para si apreciativamente.

Sus dedos recorrían mi polla por encima con suavidad como si buscase algún grano o una herida. Creo que en ese momento estaba calculando lo que se sentiría sintiéndola en la boca o en el coño.

—Mamá. Es por debajo —dije yo sacándola de su ensoñación.

—¿Qué? ¡Ah! sí. Es que estaba comprobando que por aquí no tenía nada raro —se excusó torpemente mientras la levantaba para mirar por la parte inferior. Vi que se mordía el labio. Eso era buena señal. Le gustaba la polla que tenía ante sus ojos y estaba deseando disfrutar de una en condiciones.

Vi que miraba con atención examinando el tronco. Una de sus manos llegó a mis huevos como examinándolos, pero creo que en realidad estaba sopesando cuánta leche podía acumularse allí. Se tomó su tiempo para disfrutar de la vista y siguió acariciando toda la superficie del rabo. Lo hacía con cariño, suavemente y yo estaba ya que no podía más. Mi polla parecía una barra de acero.

Al fin encontró el picotazo que yo mismo me había dado y lo examinó pasando un dedo por encima.

—Vaya. Aquí parece haberte picado un bicho. ¿Te duele? —preguntó mirándome un segundo. Yo tenía los ojos cerrados mientras disfrutaba de las caricias.

—Más que dolor, es escozor. ¿Es muy grande? —pregunté con toda la doble intención.

—Mucho —dijo sin pensar. Cuando cayó en la cuenta rectificó poniéndose colorada—. Quiero decir que se ve sin dificultad. Pero no creo que necesites ir al médico. Te haré unas curas y esperaremos un par de días a ver cómo va.

—Gracias, mamá —le sonreí—. Eres la mejor.

—Anda, tonto. ¿Ves cómo no era para tanto? —contestó sonriendo con dulzura mientras iba en busca del botiquín.

Yo me senté en el sofá mientras esperaba. Volvió con un bote de desinfectante y una gasa. Se puso de rodillas ante mis piernas y me pidió que abriese las mías un poco.

—¿Para qué? —pregunté haciéndome el tonto.

—¿Para qué va a ser? ¿No ves que así no llego?

—Ah, claro. Perdona. Estoy un poco gilipollas.

Sonrió con esa dulzura que solo una madre puede conseguir y se colocó entre mis piernas con cuidado no rozarme. Parecía inquieta ante la perspectiva de verse cara a cara con mi polla. Empapó bien la gasa y mientras con una mano levantaba al “paciente” con la otra, con cuidado, iba pasando la gasa.

Se tomó su tiempo para hacer las curas. Yo sabía que el pinchazo estaba ya más que empapado de desinfectante y ahora estaba haciendo tiempo mientras disfrutaba de las vistas al tiempo que luchaba contra el impulso de lanzarse a tragarla entera. Yo esperé paciente pues también disfrutaba de la sensación de las manos de mi madre agarrándome el aparato. No podía evitar que de vez en cuando tuviese un pequeño tic involuntario debido a las caricias que me brindaba con la excusa de la gasa.

Finalmente se apartó del paciente. Diría que satisfecha, pero sería mentir. Se le notaba que satisfecha quedaría si pudiese meterla en su interior por cualquier agujero de su cuerpo. Con una última caricia en la punta, esta vez intencionada, me miró ligeramente sofocada y me sonrió.

—Pues esto ya está. Mañana veremos como va y le pondremos un poco más de desinfectante. ¿Vale? No creo que necesites ir al médico, no te preocupes.

—Gracias, mamá —dije bajando la mirada como si me diese vergüenza. En realidad estaba contemplando los pezones de mi madre duros como dos diamantes. No podía evitar excitarse.

Al día siguiente me hice el loco, esperando acontecimientos. Tal como esperaba (y deseaba) fue ella quien me llamó para hacer “las curas”. Volvíamos a estar solos y la escena se repitió: yo sentado en el sofá y ella de rodillas entre mis piernas.

Esta vez apareció ya con la gasa y el desinfectante. Se paró delante de mí y me ordenó bajar el pantalón. El slip marcaba ya mi erección. No pudo ocultar su sorpresa.

—¡Pero hijo! ¿Es qué estás así todo el día? —preguntó sorprendida. En su voz no había reproche alguno.

—No mamá. Pero…

—¿Pero qué?

—No me atrevo a decírtelo. Te enfadarás —aseguré mirando al suelo como si estuviese avergonzado.

—¿Cómo me voy a enfadar porqué…? ...seas un hombre sano —concluyó no sabiendo cómo decirlo.

—Es que es un poco raro.

—¿Raro? —preguntó enarcando una ceja.

—Sí. Pensarás que soy un degenerado. Y yo mismo no lo entiendo. Pero no lo puedo evitar.

—Explícate, anda. Que no me entero de nada. ¿Qué sucede? Te prometo que no me enfadaré.

—Es que pensar que una mujer tan guapa como tú me va a tocar… ya sabes, el pene. Pues no puedo evitar excitarme. Aunque esa mujer seas tú. Lo siento. Comprendo que te enfades.

—No seas tonto. En cierto modo me siento halagada porque pienses que tu madre es guapa. No es algo que me digan a menudo últimamente —admitió sonriendo con tristeza—. Y es normal que te excites si una mano ajena te toca ahí —señaló con la mirada mi polla a punto de reventar—. Anda. Vamos a hacer las curas y no te preocupes más de eso.

De nuevo empapó una gasa con el desinfectante y se dedicó con esmero a repasar la herida con la gasa. Como si fuese algo natural, esta vez agarró mi polla con toda la mano para mantenerla levantada ante sus ojos. Sus movimientos eran pausados, como disfrutando de la sensación de tener entre sus manos un miembro erecto. Sentí que su respiración se volvía más agitada y sus pezones se marcaban más a cada momento que pasaba. Creí que era el momento de arriesgarse.

—Mamá —dije mientras me incorporaba un poco para acariciar su pelo—. Si quieres…

—¿Qué? —preguntó con un sobresalto aunque sin soltar su presa.

—Que puedes… ya sabes —le indiqué mi polla con la mirada.

Sus ojos siguieron la dirección de mi mirada y se abrieron como platos al comprender mi insinuación.

—¿Qué quieres decir? —preguntó soltando mi polla como si quemase. Su rostro ahora parecía una máscara trágica. Se había dado cuenta de que su excitación era evidente.

—Que puedes hacer lo que desees con ella —contesté con calma—. Es evidente que te gusta.

—¿Estás loco? —preguntó hecha una furia—. ¿Cómo se te puede pasar tal cosa por la imaginación siquiera?

—Mamá. Sé que hace tiempo que vuestra vida sexual es una mierda. Y comprendo que tienes tus necesidades. Y que no quieras salir a buscar lo que necesitas. Esta está a tu disposición y está claro que te excita un montón. No hay más que ver tus pezones —dije señalando su pecho con la mirada.

En ese momento fue consciente de que tenía los pezones como dos piedras y se tapó el pecho con las manos, avergonzada. No supo que decir. Solo se quedó de rodillas en la alfombra con la cabeza gacha. Sus hombros se movían espasmódicamente. Me guardé la polla, me abroché los pantalones y me arrodillé a su lado abrazándola. Ella quiso apartarse pero no se lo permití.

—Perdona mamá. No debí decir eso. No quería hacerte daño. Creo que me he pasado y comprendo que estés enfadada conmigo. Lo siento.

Le di un beso en la cabeza y me levanté para marcharme. Ella sollozaba pero parecía más tranquila. Yo tenía la amarga sensación de haberla cagado. Me encerré en mi habitación maldiciéndome por el poco tacto que había tenido. A la hora de la cena salí cuando mi hermana me avisó. Por mi mirada supo que algo había salido mal. Pero no era el momento de hablar.

Para mi sorpresa, mi madre actuaba como si nada hubiese pasado. Tanto con Vicki como conmigo seguía siendo la madre cariñosa, atenta y alegre de siempre. Sin embargo con mi padre las cosas parecían haber empeorado. Apenas se dirigían la palabra. Vicki y yo intentamos mantener una actitud normal, como si no nos diésemos cuenta de nada. En un par de ocasiones la mirada de mi madre y la mía se cruzaron. En sus ojos no pude ver el resentimiento que esperaba. O era una consumada actriz o ya había pasado página.

Después de cenar Vicki se metió en su habitación y me llamó para, según ella, “ayudarle con el ordenador”. Entramos juntos en su dormitorio y me pidió que la pusiese al tanto de lo que había sucedido. Diez minutos más tarde salí de su habitación para meterme en la mía dejando a Vicki tan preocupada como yo por el fracaso de mi estrategia.

Mis padres seguían en el salón, uno en cada esquina del sofá. Me despedí de ambos con un beso y me sorprendió que el de mi madre fue frío, distante. Me metí en mi dormitorio y pasaron horas hasta que me dormí, preocupado por lo sucedido.

Al día siguiente, después de comer me encerré en mi dormitorio. No sabía como mirar a mi madre a la cara estando solos y preferí esconderme. A media tarde me sorprendieron unos suaves golpes en la puerta. Yo estaba leyendo y levanté la mirada del libro preocupado pensando que era mi madre dispuesta a echarme la bronca del siglo.

—Adelante —dije sin moverme del sitio.

La puerta se abrió y en el umbral apareció la figura de mi madre. La luz le daba de espaldas y no logré adivinar su expresión. Llevaba un pantalón vaquero corto y una camiseta de tirantes como solía hacer cuando no tenía pensado salir.

—Es hora de hacer las curas —dijo con tono neutro. En su mano pude ver el bote y la gasa.

—No es necesario, mamá. Si quieres puedo hacerlo yo mismo.

—Lo sé. Pero prefiero hacerlo yo —dijo entrando decidida en el dormitorio mientras cerraba a su espalda. Yo tragué saliva. Esta vez me daba miedo empalmarme—. Bájate los pantalones.

No me atreví a negarme y nervioso me bajé el pantalón de deporte que tenía puesto sin levantarme de la cama. Mi madre se sentó a mi lado y esperó. Cuando mi polla estuvo a la vista no hizo ningún gesto. Esta vez no había erección debido a los nervios.

Decidida, agarró mi polla flácida. Aún en reposo tenía un tamaño apreciable y su mano la agarró con firmeza, el bote y la gasa habían quedado abandonados a un lado. Inesperadamente la mano de mi madre bajó arrastrando la piel hasta dejar el glande a la vista. Mi polla no pudo evitar comenzar a revivir. Los ojos de mi madre brillaron por un instante. Lejos de detenerse, siguió subiendo y bajando su mano en silencio mientras mi polla alcanzaba toda su plenitud. Yo estaba confundido y no me atrevía a hablar.

Cuando mi erección había llegado a su punto máximo mi madre se arrodilló a mi lado.

—Mamá… —intenté decir algo pero su mano me tapó la boca con suavidad.

Mientras tanto se inclinó hasta que su boca se acercó a la punta de mi polla. Tras un titubeo, sus labios besaron la cabeza de mi pene y a continuación dejaron salir su lengua que dibujó un círculo alrededor del glande. Sin más preámbulos su boca se abrió y comenzó a tragarse aquella barra de carne. Yo cerré los ojos presa de una oleada de placer al sentir el calor de su boca envolviendo mi miembro.

Su cabeza comenzó a subir y bajar tragando cada vez más hasta que su barbilla tocó mi cadera. Entonces se quedó quieta un par de segundos intentando contener una arcada para luego continuar.

Llevé una de mis manos hacia su culo para acariciarlo, pero en cuanto sintió el contacto de mi mano la apartó con la suya con firmeza sin dejar de tragar. Eso me dejó descolocado. Solo pretendía acariciarla y no me lo permitía. Resignado me limité a disfrutar de la mamada que me estaba proporcionando. Era la mejor mamada de mi vida y el hecho de que fuese mi madre la autora aumentaba el morbo.

Unos minutos después estaba a punto de explotar.

—Mamá. Me voy a correr —la advertí cuando faltaba muy poco.

Ella siguió chupando sin descanso. Parecía no haber oído.

—Que me corro, mamá.

—Hazlo —dijo tan solo sacándose la polla un segundo de la boca para seguir chupando con devoción.

No pude aguantar más y me descargué en su boca. Ella no hizo ademán de separarse. En vez de eso siguió chupando al tiempo que tragaba descarga tras descarga sin dejar que se escapase ni una gota. Cuando la ultima gota salió disparada, mi madre siguió chupando unos segundos hasta que mi miembro comenzaba a perder firmeza. Cuando lo soltó estaba completamente limpio y derrotado.

—¿Contento? ¿Era eso lo qué querías? Pues lo has logrado —dijo mirándome seria.

—No mamá. No era eso —contesté dejándola sorprendida.

—¿Cómo? ¿Entonces…? —su rostro había enrojecido al pensar que me había malinterpretado.

—No, mamá. Yo quería que tú obtuvieses el placer que te mereces. No era por mí. Era por ti —dije sereno, aceptando el reto.

Me acerqué a ella y esta vez se dejó abrazar, medio sorprendida, medio avergonzada por lo que había hecho.

—Pero yo creí que…

—No pasa nada, mamá. Ha sido maravilloso. Pero se trataba de que tú pudieses tener lo que te mereces. Y si tú quieres, estoy dispuesto a ayudarte.

—¿Ayudarme? ¿Cómo? —preguntó sorprendida—. ¿Ademas que te hace suponer que no estoy satisfecha?

—¿Recuerdas que os escuché por la noche?

—De todos modos. ¿Cómo vas a ayudarme tú?

—Bájate tú el pantalón ahora y lo sabrás… —dejé caer. Estaba indefensa tras creer que se había equivocado y sentirse culpable y decidí aprovecharme.

—Estás loco si crees que voy dejar que me metas… eso —dijo señalando mi apagada polla.

—No, mamá. Eso necesita recuperarse. En este momento no vale para gran cosa. Pero te debo una.

—Pero eso… No, Nesto. Eso está mal —protestó con voz cada vez más apagada.

Debía aprovechar el momento de desconcierto de mi madre. La empujé con suavidad por los hombros hasta tenderla en la cama y llevé mis manos al cierre de su pantalón. Ella protestaba con cada vez menos intensidad y no me costó abrir la cremallera. Cuando tiré del pantalón hacia abajo ella misma levantó el culo de la cama sin querer para facilitarme la tarea. Se tapaba los ojos con las manos como intentando escapar de la vergüenza de que viese su sexo, su respiración era agitada, pero no intentó incorporarse.

Tiré del pantalón y la braga al mismo tiempo dejando su depilado coño a la vista. Por lo visto lo de depilarse el chichi totalmente era cosa de familia. Sus piernas se cerraron instintivamente pero estaba ya seguro de que terminarían abriéndose de par en par para mí.

Me incliné sobre su pubis y lo besé con suavidad. Un respingo me dijo que todavía estaba nerviosa, pero ya entregada. Acaricié el monte de venus con la lengua despacio, dejando que se relajase poco a poco. Sus manos seguían sobre su cara pero sus pezones se marcaban ya bajo la tela de la camiseta. Hice un poco de fuerza en sus rodillas para separar las piernas y poco a poco fueron cediendo. Parecía temer y desear lo que vendría a continuación.

Ahora podía ver sus labios. Estaban brillantes de humedad. Por mucho que hubiese intentado darme una lección, no había podido evitar excitarse. Acaricié la raja con un dedo y un nuevo respingo me dijo que estaba hipersensible. Repetí la maniobra apretando un poco más hasta que los dedos se abrieron paso entre sus labios. Esta vez un suspiro se escapó de su boca. Llevé mi boca a la entrada de la ansiada cueva y no pudo evitar abrir un poco más las piernas, deseosa de las caricias que le brindaría con mi boca. Sus negativas eran cada vez más débiles.

Su sabor me pareció delicioso. Apreté un poco más y hundí mi lengua entre sus labios arrancándole un gemido. Sus manos dejaron sus ojos  y bajaron hasta su pecho. Se agarró las tetas sobre la tela estrujándolas hasta agarrarse los pezones con fuerza y tirar de ellos.

Era el momento de atacar su botón del placer. Hice una leve caricia a su clítoris y su pecho se levantó cuando arqueó su espalda de golpe. Apreté el botón con los labios al tiempo que introduje un par de dedos en su coño. Creo que era lo más duro que había entrado en meses allí dentro. Un nuevo gemido agradeció la maniobra. Comencé a follarla con los dedos al tiempo que mi lengua acariciaba sin cesar su clítoris y mordía sus labios. Sus piernas estaban cada vez más abiertas, ya francamente entregada al placer.

No tardé en lograr que se corriese en mi boca. Sus manos agarraron mi cabeza empujándome contra su sexo como si no quisiese que me separase nunca de allí.

Seguí machacando su clítoris al tiempo que la seguía follando con los dedos sin descanso, alargando lo posible su orgasmo.

Cuando su cuerpo se relajó y la respiración volvió a la normalidad me tumbé a su lado. La miré a los ojos sonriendo.

—Te lo debía. ¿Contenta?

—Será cabrón… —protestó sonriendo mientras me daba un puñetazo en el pecho.

—Un poco sí —admití devolviéndole la sonrisa—. Estás preciosa vista desde aquí.

—Anda, zalamero —dijo empujándome cariñosamente—. Y sí. Me gustó mucho. Debo reconocer que eres un artista en la materia.

—A tu servicio.

—No —su rostro se ensombreció—. Esto no debía haber sucedido. La culpa es mía. Te entendí mal y pretendía darte una lección. Pero esto está mal.

—Pues yo creo que ha estado muy bien. Y además, si papá tiene una amante, tú tienes todo el derecho del mundo a devolverle los cuernos.

—No sabes si tiene una amante —protestó no muy convencida.

—Vamos, mamá. ¿De verdad te crees que ha llegado a la pitopausia? No me creo que puedas ser tan crédula.

Se abrazó a mi tapando su cara en mi pecho mientras sollozaba. Me dio una pena inmensa. Mi madre era una mujer maravillosa y no se merecía eso. Le acaricié el pelo mientras besaba su cabeza.

—No te preocupes, mamá. Si mi padre es tan tonto de no darse cuenta del pedazo de mujer que tiene en casa, no te merece. Y tú te mereces todo. No digo que tenga que ser yo tu amante. Que te juro que me encantaría. Pero no te juzgaré si buscas uno.

—Gracias cariño. Eres un cielo —me miró sonriendo con sus ojos arrasados en lágrimas antes de darme un piquito—. Pero soy una vieja a tu lado como para lo que dices. Además soy tu madre.

—¿Una vieja? Eres una mujer de bandera. Y mi padre un idiota. Yo en su lugar estaría todo el día buscándote. Tendrías que apartarme a patadas —sonreí antes de devolverle el piquito.

—Muchas gracias, cielo. Tú sí que sabes cómo subirle la autoestima a una mujer —sonrió mientras se enjuagaba una lágrima.

Se levantó de la cama y se puso de nuevo el pantalón mientras me miraba. En su mirada ahora había un brillo de picardía. Tras cerrar el pantalón se inclinó y me dio un pico. Yo agarré su cuello y abrí la boca. Tras un segundo de sorpresa, dejó que mi lengua hurgase dentro de su boca. Un segundo después correspondía a mi beso con ansia. Casi un minuto después nuestras bocas se separaron. Su pecho subía y bajada agitado.

—Caramba. Esa no la vi venir —dijo casi sin aliento.

—¿Y te ha molestado? —pregunté.

—Me ha encantado —sonrió acariciándome la barbilla. Creo que hoy te haré tu comida favorita para la cena. Te la has ganado.

—Creo que tengo una nueva comida favorita —dejé caer insinuando lo que acababa de pasar.

—Esa tendrá que esperar un poco más —una carcajada sincera salió de su boca. Para mí fue una promesa de futuros encuentros que hizo que la alegría desbordase mi pecho.

La cena transcurrió con toda normalidad posible. Mi madre parecía intentar esquivar mi mirada aparentando normalidad. Vicki no parecía haberse dado cuenta de nada y mi padre desviaba la mirada de vez en cuando al escote de su hija con disimulo. En un par de ocasiones creí que mi madre se había percatado de ello. Pero tal vez eran imaginaciones mías por ser conocedor de los hechos.

Después de la cena nos reunimos en la sala a ver un rato la televisión antes de irnos para cama. Apenas hubo conversación entre nosotros. El ambiente familiar parecía haber desaparecido. El primero en retirarse fui yo. Me tumbé en cama y abrí un libro aunque no lograba concentrarme en la lectura. Poco después oí como entraban mis padres en su dormitorio y un minuto después se abría de nuevo la puerta de mi cuarto y Vicki asomaba la cabeza. Al ver que estaba despierto entró procurando no hacer ruido. Se llevó un dedo a los labios pidiéndome silencio.

Sin decir nada se tumbó a mi lado por encima de la ropa de cama. Al ver mi mirada interrogante me hizo una seña de que guardase silencio y señaló la pared frontera al dormitorio de nuestros padres antes de señalarse la oreja.

Picado por la curiosidad guardé silencio y me esforcé por escuchar. Vicki me dijo en susurros que después de  retirarme yo estaban discutiendo y se habían marchado para evitar el espectáculo.

Pudimos oír como mamá le preguntaba a nuestro padre si tenía una amante. Si era que ya no la deseaba. Si no la amaba. Él lo negaba todo y ella insistía en que tenía que ser así. Finalmente lo amenazó con buscarse ella un amante si él no era capaz de complacerla y satisfacer sus necesidades. Vicki y yo nos quedamos con la boca abierta cuando escuchamos que él contestaba que hiciese lo que le viniese en gana. Nos miramos y entendimos que los dos pensábamos lo mismo. La familia se iba al garete. Después de eso se hizo el silencio en el dormitorio.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Vicki en un susurro casi inaudible.

—Pues no lo sé, la verdad —reconocí apagado—. ¿Tienes pensado seguir follando con papá?

—¿Crees que no debería? ¿Soy yo la culpable de esto? —me miró con los ojos brillantes por las lágrimas que intentaban brotar.

—No más que papá. No puedo juzgarte. Al menos después de lo de hoy.

—¿Lo de hoy? —preguntó intrigada.

Le conté lo sucedido con mamá. Sabía que antes o después lo sabría y ocultarlo era una necedad.

—¿Piensas follar con ella? —me pareció percibir un tono ligeramente celoso en su voz.

—No sé qué pasará. Si tengo la oportunidad lo haré. Eso sin duda. Tal vez si ella está satisfecha sexualmente las cosas se arreglen.

—No creo que estés pensando en eso —guiñó un ojo con picardía.

—No solo en eso, la verdad. Pero si ayuda… —me encogí de hombros.

—Si lo consigues, no me importaría participar —dijo con un brillo de deseo en la mirada mientras llevaba la mano a mi entrepierna.

—Joder, tía. Tú te apuntas a todas —contuve las ganas de reír por si me oían al otro lado.

Le agarré una teta y tiré de su pezón. Ella cerró los ojos disfrutando del gesto. Después me dio un húmedo beso y se marchó. Me quedé solo con una buena calentura. Así que me tuve que masturbar para poder dormir.