Aroma a piel (3)

Me defendió de un bravucón. Me introdujo al mundo de las luchas. Y me introdujo algo más que eso.

AROMA A PIEL ( III )

En mi precoz niñez ellos dos fueron mis amores, Eloy y Orlando. Con Eloy fue todo muy sencillo, casi infantil. Con Orlando duré hasta los 15 años, cuando tuve que mudarme de ciudad. Con el aprendí muchas cosas referentes al sexo, y a las relaciones entre novios, ya que a pesar de ser "oficialmente" heteros, nunca tuvimos otras novias ni novios; éramos solamente él y yo. Comenzar de nuevo fue difícil. Inicié la escuela a mitad de curso y para entonces todo mundo ya había formado sus grupos de amigos. Casi siempre estaba solo y en la biblioteca. Entonces conocí a Víctor, un chico de 17 años que estaba en el último año de preparatoria. Fue el príncipe azul que me rescató de los constantes ataques del rey malo, que en este caso resultaba ser un bravucón de 19 años que aún estaba en segundo, Paulo. -¿Estás bien?- me preguntó, después de ayudarme a levantar tras un par de golpes que me había propinado Paulo por haber cometido el error de tropezar con él al dar vuelta en el pasillo. Y claro que estaba bien, con mi mano junto a la suya y sintiendo el aroma a perfume que expedía su piel. Se presentó conmigo y nos fuimos al baño para que me lavara la cara. –Deberías unirte al equipo de lucha- me sugirió. Al principio la idea no me atrajo mucho, pero, caramba, tenía que aprender a defenderme y no dejar que me trataran como tonto. Así que le pedí un poco de información y prometí estar el viernes en el gimnasio.

Cuando llegué, casi me muero de la impresión. Los chicos luchaban de una manera muy erótica, abrazados y casi, según yo, fajando. Un pequeño bikini era todo el uniforme. Dios, era el paraíso para mi. Si me iba a deleitar tocando esos cuerpos tan hermosos, que importaba que recibiera unos cuantos golpes. Hablé con el entrenador y me dispuse a empezar los calentamientos. Vi unos rounds de lucha, escuché las indicaciones, me enseñaron el primer movimiento de la lucha. Eso fue todo. Al salir Víctor me alcanzó para preguntarme que me había parecido. Le contesté que bien, pero que me gustaría aprender rápido para no estar solo de espectador. Me invitó a ir a su casa a la mañana siguiente para que me enseñara algunos movimientos y acepté. Llegué temprano, nos saludamos y pasamos a su habitación, que ya estaba preparada con los muebles a un lado y el centro despejado. –Quítate la ropa, para que empecemos- me pidió. Lo hice quedando en tan solo un bóxer negro ajustado. El se quitó la playera y el short quedando igual en bóxer, que a diferencia del mío, estaba un poco holgado. Me dio algunas indicaciones y nos pusimos en posición de lucha.

Que sensación tan rica cuando nuestros cuerpos entraron en contacto. Me recordó las sesiones que tenía con Orlando. El sentir sus músculos tensados por el esfuerzo y cubiertos por una piel tersa, blanca y con un ligero bello dorado me embriagaba. Apretaba su espalda mientras el trataba de aplicarme un movimiento. Con un revirón me colocó en el suelo y se puso sobre mí, sentándose sobre mi miembro, que ya empezaba a tomar vida. El lo notó, pues lo miró, me vió a los ojos y solo sonrío. Me rodeo la cabeza con su brazo colocando mi rostro junto a su abdomen cuando veo que por la pierna del bóxer, se asomaba la cabeza de su pene, que ya estaba empezado a eructarse. Aquello me excitó, no podía dejar de verlo. Dejé de poner fuerza y se dio cuenta, me soltó y me preguntó que si ya estaba cansado. Le respondí preguntándole el porque la tenía parada. Bajó su vista y se percató de que se le estaba saliendo y se puso rojo de la pena. Nos acostamos boca abajo sobre la alfombra, uno junto al otro. Nuestras manos se rozaban y empezamos a jugar con nuestros dedos. Con los ojos cerrados, nos tomamos por fin de las manos. Ninguno de los dos hablaba. Volteé a verle. Su rostro sudado y con la respiración agitada me provocaban besarle. Observar esas perlitas de sudor recorriendo su piel agitaban mi sed. –Me gustas mucho- me atreví a decirle. Me miró y acercó su rostro hacia el mío. Ambos acostados con las caras ladeadas y nuestros labios muy cerca, mirándonos, nos pusimos a hablar de lo que sentíamos por el otro. Con cada palabra me llagaba una oleada de su aliento. Moría por besarlo. Nos asimos mas fuertemente de las manos sumando a esta erótica caricia nuestros brazos que se unieron fuertemente. Me dijo que me amaba, que había sido amor a primera vista. Me confesó que había golpeado a Paulo la misma tarde que lo encontró pegándome, y recordé que al día siguiente de nuestra pelea Paulo casi ni me dirigía la mirada, y tenía una herida en el pómulo.

Le sonreí y acerqué mis labios a los de él para besarlos. Al principio su respuesta fue un tanto tibia, pero conforme mi lengua conquistaba espacios, su beso se volvía mas candente. Nuestras lenguas empezaron a juguetearse entre si, tomábamos de nuestras salivas y succionábamos nuestras bocas. Nuestras manos empezaron a tocar cada centímetro de piel posible, resbalándose por ella con el sudor que la cubría. Con desesperación se quitó el bóxer e hizo lo mismo con el mío. Nuestros cuerpos completamente desnudos se pegaban con tal fuerza como queriendo fundirse en uno solo. Mis besos empezaron a posarse en su cuello, luego su pecho, sus pezones erectos y perfectos, con esa aureola morena y exquisita, los mordisqueé y los chupé como queriendo sacar leche de ellos, aunque la leche se encontraba más abajo. Lamí su abdomen, su ombligo fue víctima de mi lengua. Llegué al nacimiento de sus vellos púbicos. Los lamí. Podía sentir el fuerte olor que emanaba de su virilidad. Ese olor tan característico de hombre, que embota los sentidos inundando tu nariz. Su verga estaba lubricada con sus líquidos: precum, sudor y un poco de esmegma. Sus olores en combinación es la clara definición de macho, pensé. Le pasé los labios cerrados por la punta del pene, dejando que el precum se adhiriera a ellos y formaran un hilo transparente cuando me separaba de él. Le pasé la lengua por la cabeza roja e hinchada, bajé por su tronco, llegué a la base, lugar donde se concentraban los olores y los sabores. Inicié un arriba abajo con su verga metida en mi boca. Se la chupaba con pasión, locura, como si fuera la última verga en el mundo.

Con una mano le acariciaba su pecho y con la otra sus nalgas. Mis mamadas se repartían entre su verga y sus bolas. Apretaba su trasero con intensidad, sintiendo mis dedos hundirse en sus carnes. El se agitaba, se movía de un lado a otro, sus gemidos casi se convertían en gritos. Bajé a sus ingles, llenas de aromas y líquidos, se los lamí disfrutando cada sabor, cada perfume, cada pliegue de su piel. Se volvía loco. Gritaba que me amaba, que me quería. Volví a meterme su trozo de hombre en la boca y lo mamé con mas fuerza. El se movía sus caderas hacia arriba y abajo cogiendo en mi boca. Sentí los músculos de sus piernas tensarse, su respiración acelerarse, sus movimientos volviéndose desenfrenados. Aceleré mi chupada, y empecé a sentir su leche derramándose en el interior de mi boca, leche espesa y deliciosa, tan abundante que se me escapaba por los labios, teniendo que recogerla con los dedos para luego lamerlos. Succione hasta dejarlo vacío, hasta apropiarme de todo su semen. Cuando levanté la cabeza la imagen con la que me encontré era impactante, surreal: su cuerpo con la cabeza hacia atrás, con el torso dorado brillante completamente bañando en sudor, su cabello totalmente mojado, sus mejillas sonrosadas por el esfuerzo, el rostro con gruesas gotas cubriéndolo y resbalándose. Los brazos levantados dejando ver unas axilas repletas de pelos mojados, empapados.

Me volví loco con la escena y aventé prácticamente a lamerle las axilas que emanaban el mas bello de los aromas del mundo, el aroma a sudor fresco de un chico joven y hermoso. Les pasé la lengua una y otra vez. Pasaba de una a otra, sintiendo con mi lengua y mis labios los jugos que me regalaban, las pequeñas arruguitas que en ellas se forman, los pelos tan divinos que de ahí nacían. Mi boca se separaba para llegar a sus pechos, para probar la piel y el sudor de su cuello, de su cara, se detenía en su boca para revolcar nuestras lenguas, y luego seguía la misma ruta para regresar a sus sobacos y seguir libando de sus poros.

Ni mi excitación ni la de él cedían, nuestras vergas estaban a cien. Se seguían restregando en el cuerpo del otro. Le volvía comer la boca y me preguntó si me dejaría coger por él. Lo pensé, ya que estaba bastante grandecita. Le contesté que sí, pero que me lubricara primero. No imaginé la forma en que lo haría; me quitó de encima de él y me puso boca abajo. Abrió mis nalgas y me empezó a lamer el culo. Mi piel se erizaba y el placer me descomponía. Yo gritaba y jadeaba. Con su lengua se abría camino hacía mi interior. me escupía y me lamía. Me cogía con ella. Empezó a meterme un dedo, luego dos, al mismo tiempo que la lengua. Después de un rato me escupió una vez mas en la entrada, se escupió la verga y colocó la cabeza en posición para ensartarme. Lo hizo lentamente, poco a poco. Me dolía, quería gritarle que me dejara de hacer eso pero al mismo tiempo deseaba sentirlo dentro de mí. La sola idea de que estemos unidos por un pedazo de carne, él dentro de mí me hacía sentir vaivenes de placer, casi orgásmicos. La deslizó hasta topar su pelvis con mis nalgas; podía sentir sus bolas colgantes chocas con las mías. Inició un mete saca sensual, vibrante. Aceleró el ritmo y mientras lo hacía no paraba de lamerme la nuca, los hombros. Mi verga se rozaba con la alfombra. No había tregua.

Estábamos los dos poseyéndonos como un buen par de machos salvajes. Me abrazaba, me soplaba las orejas, la nuca. Me pellizcaba los pezones. Invadía mis entrañas. Sentía su verga violar mi interior. Yo lo disfrutaba como poseído, el igual. Me mordía la espalda. De golpe me jaló para que quedáramos de costado. Me levantó la pierna y siguió con su ataque. Me tocaba el pecho, el abdomen, lo hacía con fuerza. La sabana estaba completamente mojada, en nuestros cuerpos se mezclaban nuestros líquidos. El acelerar de su ritmo y sus jadeos más fuertes hicieron que mis sentidos se agudizaran y sin tocarme la verga, me vine con un orgasmo sensacional. Él dio un empujón más en mi culo y se quedó tenso, inmóvil, y pude sentir el chorro de semen inundándome. Se relajó un poco, con su mano recogió mi semén regado por los pelos de mi pubis y la sábana y se lo llevó a la boca, lo saboreó, lo paladeó. Nos abrazamos de frente. Nos comimos unos cuantos minutos más nuestras bocas y lenguas. Nos miramos, sonreímos. Nos quedamos dormidos. Al despertar me juró amor eterno. No le creí. Más sin embargo yo le dije que no podía jurarle ni siquiera fidelidad. Amo a los hombres y tener sexo con ellos, y siempre que tenga la oportunidad con uno que me guste, la tendré.