Aroma a piel (2)

Mi experiencia con el segundo de mis hombres. Eramos unos niños, pero hicimos el amor como los mejores de los amantes.

AROMA A PIEL ( II )

Mi relación con Eloy fue mas una relación de niños. Nunca tuvimos una penetración. Nunca tuve una eyaculación. Todo se reducía a besos, caricias, lamidas en su piel y en una sola ocasión él me hizo sexo oral, pero fue manera rápida, muy inexperta. Duró apenas unos tres meses, ya que se fue a vivir a otra parte de la ciudad y dejamos de vernos. Para ese entonces ya mis fantasías eran cada vez más fuertes. Ya deseaba que me pasara lo mismo pero con otros chicos. Y mis expectativas se empezaron a centrar en Orlando, un niño de mi edad, ambos ya de 11 años, y muy pícaro. Siempre contaba que tenía muchas novias, que les metía la mano por debajo de sus faldas, y cosas por el estilo. Llevábamos una relación muy padre. Salíamos a jugar por las tardes, en ocasiones se quedaba a dormir en mi casa o yo en la suya. Tratando de demostrar su virilidad, le gustaba que jugáramos a las luchas, cosa que a mi me encantaba; el contacto fuerte, vigoroso y agresivo de nuestros cuerpos chocando en una pelea hacía que me excitara mucho. Y más me prendía el contacto con su piel mojada por el sudor. No saben cuanto agradezco haber nacido en una ciudad calurosa.

Un viernes me quedé a dormir en su casa. Vimos televisión y platicamos. Tomamos un baño y nos preparamos a dormir, ambos solamente con ropa interior. en eso, me empieza a golpetear el hombro y la espalda en un claro desafió a luchar. Por supuesto que yo le seguí el juego y en minutos nos encontrábamos con nuestros cuerpos enredados y retorciéndose en un ritual de virilidad homo erótica (siempre he creído que los deportes como las luchas tienen un trasfondo homosexual). En un movimiento, quedamos frente a frente y con nuestras vergas pegadas. Se dio cuenta de que la mía estaba un tanto parada y sin soltarme, me preguntó si él me gustaba. Un tanto apenado le respondí que estaba como loco, que eso era de mariquitas. Me siguió insistiendo con la pregunta, sin soltarme, y de pronto le respondo que no, que ni siquiera estaba tan bueno. – Ah!, ¿eso quiere decir que si estuviera bueno si te iba a gustar? – me dijo. Más por ver que pasaba que por fastidio, le respondí que si, que si me gustaba. -¿Ya estás contento? Ahora suéltame – me soltó pero solamente para tomarme por la cadera, voltearme y montarse sobre mí. Así acostados el uno sobre el otro, con su pene rozándome las nalgas, estuvimos forcejeando. -¿Te gusta, verdad cabrón? – me repetía la pregunta una y otra vez. Yo sentía que el corazón se me iba a salir de lo rico que sentía, aquel cuerpo cálido y firme que me forzaba a soportarle, aquel pedazo de carne, pequeño pero insistente que con insistencia me rozaba en el trasero. Me empezó a besar en el cuello. No pude mas y me dejé llevar por la caricia que con sus labios me regalaba. Con su lengua recorría mi nuca, hasta llegar a mis orejas y dejarlas ensalivadas. Bajó sus manos hasta la altura de mis caderas, tomo mi playera y me la empezó a subir muy lentamente, mientras su lengua recorría mi columna, como un masaje, como un delirio.

Lentamente me volteó y acerco su rostro al mío. Me observó y analizó mis gestos como queriendo saber si yo deseaba lo mismo que él. No sabía si me quería besar, pero yo lo deseaba. Cerré los ojos y entreabrí la boca, invitándolo a que depositara en ella el líquido tan íntimo de su saliva, y junto con ella, su lengua. Empezó a lamerme las mejillas, pasaba su lengua acariciando mis labios, restregaba su rostro con el mío. De pronto se detuvo, y sin que yo me lo esperara, y con nuestras bocas abiertas pero separadas, empezó a dejar caer su saliva hacia mi boca. Quise reaccionar, decirle que estaba loco, que no iba a permitirle escupir en mi boca, cuando sentí la primer porción de sus jugos en mi paladar. ¡Fue exquisito! Empecé a gemir, a retorcerme. Siguió depositando su saliva en mi boca, y yo jugaba con ella, la disfrutaba. Nos fundimos por fin en un beso violento, chocando incluso nuestros dientes con fuerza, mordiéndonos los labios, las lenguas. Salivábamos ambos en exceso. Yo le pasaba mi saliva y el hacía lo mismo. Le quité la camisa y lo desnude. Me desnude igual y nos volvimos a abrazar. Nuestras bocas locas y desesperadas trataban de destrozarse la una a la otra. Nuestras manos recorrían la piel de nuestras espaldas, brazos y nalgas. Nuestros penes, de niños pero muy viriles y hambrientos, se restregaban juntos sobre nuestros abdómenes. El contacto con su cuerpo húmedo y brillante me confirmó que me estaba volviendo un fetichista del sudor masculino. Me impulsé para lograr girar y quedar sobre de él, le levante el brazo y observé extasiado su axila imberbe y con una capa de sudor sobre su piel. Se la empecé a lamer con lujuria y desesperación. Adoro libar el sudor de esa fuente tan erótica. Hice lo mismo con la otra, mientras Orlando se había empezado ya a masturbar. Y a masturbarme. – Chúpame la verga por favor – casi me suplico. Bajé la cabeza hasta quedar mis labios cerca de su pene. Por la posición en que estábamos, mi pubis quedó cerca de su cara, y sin quererlo, experimentamos nuestro primer 69. Me monté sobre él y empecé a moverme como cogiendo en su boca, a la vez que le chupaba su miembro, que ya dejaba ver gotas pequeñas de precum, mismas que lamía y tragaba tratando de disfrutar de su sabor. Poco a poco fui bajando besando y lamiendo sus bolas, hasta llegar a un lugar que desconocía, y que aún hasta ahora es uno de mis lugares favoritos en los hombres: sus ingles. Mojadas por el sudor, pero con un aroma tan diferente, tan penetrante, aun mas penetrante que el de su verga, me volvió casi loco. Le lamí con fuerzas sus entrepiernas y el empezó a aumentar el ritmo de sus mamadas, de sus gemidos. Se retorcía bajo de mí. Estábamos los dos casi en el éxtasis.

  • ¿Quieres cogerme? – me preguntó. Yo nunca me había cogido a nadie, pero estaba muy caliente y sin responderle me volteé y lo puse boca abajo. Y sin mas ni mas, me monté sobre sus deliciosas nalgitas morenas y redonditas y le dejé ir mi miembro en su agujero. Dio un pequeño grito, pero después de un breve morreo y una buena lamida de cuello, se relajó. Después de todo a esa edad nuestros penes no eran la gran cosa. No puedo recordar si logré penetrarlo. Lo que si sé es que la sensación de resbalar mi verga entre sus nalgas, con la humedad producto de mi precum y el sudor de su trasero haciendo la lubricación perfecta, el contacto de mi pecho y abdomen con su espalda, el contacto de nuestras piernas enredadas, y sus manos sobre las mías que a su vez se posaban en sus pechos de niño, el olor de nuestros sudores que inundaron su habitación y el sonido de nuestros gemidos, hicieron lo necesario para que con un grito apagado y la tensión de nuestros cuerpos, nuestras vergas soltaran la leche que contenían nuestras bolas, casi al mismo tiempo, y nos llevaran por unos segundos al mismo cielo.

Me quedé sobre él. Estuvimos abrazados un largo rato. Aspiraba su olor, quería inundarme de él. No perderlo, no olvidarlo. Me movía por momentos solo para poder sentir a nuestras pieles, pegajosas por el sudor, reacias a separarse. El también parecía disfrutarlo. Con el temor de dormirnos así y que alguien nos viera por la mañana, nos separamos y tomamos un baño, uno después del otro. Nos besamos un rato mas y nos dormimos, esperando que el amanecer nos trajera muchos mas momentos de placer juntos.