Aroma a piel (1)

Esta fue mi primera vez. Mucho erotismo. Casi nada de sexo. Mucha palabrería, pero es para que me empiezen a conocer. Es la historia de mi vida, dividida en muchas historias... que les contaré.

AROMA A PIEL ( I )

Desde que tenía 6 años y cursaba el primer grado de educación primaria, me había percatado de la atracción tan enorme que ejercían sobre mi las personas de mi mismo sexo. Recuerdo con ternura al primer chico del que me enamore, mi primer amor platónico. Fue a esa edad y era un compañerito de mi mismo grupo. Su nombre era Dennos, de piel blanca y tersa, de mirada coqueta y traviesa y con una sonrisa que era detonante del estallido de dos bellos hoyuelos en sus mejillas, que me hacían querer morir en ellos. Nunca nada ocurrió entre nosotros, en esos días. Más adelante tuvimos un muy agradable encuentro que posteriormente les contaré.

Conforme fui creciendo, la inquietud que me producían los chicos era mas evidente. Vivía yo en un mundo dominado por "el que dirán" de la sociedad y las reglas morales y castrantes de la religión. Mis padres son católicos hasta la fecha y yo fui un niño que, en vez de ir los sábados por la tarde a "convivir" con otros deliciosos amigos a los famosos "boys scout", tenía que ir a la iglesia de la colonia a tomar mis lecciones de catecismo.

Años más tarde, esta vida casi monástica me llevó a formar parte de un grupo de acólitos, jovencitos que nos dedicábamos a la vida piadosa y a ayudar en las faenas que conciernen al rito católico de la misa. Tenía ya en ese entonces 9 años y acababa de hacer la primera comunión.

Pues bien, ese grupo estaba conformado por unos treinta chicos que íbamos desde los 8 hasta los 15 años. Había una gran variedad de "especimenes", de todos colores y sabores. Al principio me parecía todo un tanto monótono. Hasta que llegó mi primer sábado en el grupo y nos reunimos muy temprano por la mañana a una clase de educación física. No entendía el porque de esa clase en un grupo religioso pero tampoco me importaba mucho. Era divertido y estimulante. Para ese entonces yo ya tenía una lista de mis compañeros favoritos.

Eloy era uno de ellos. Un chico de 13 años, de cuerpo delgado y estético, muy atractivo y varonil. Era un líder nato y yo sin duda le seguía a todo lo que me decía. Ese primer sábado estuvimos haciendo un poco de gimnasia y luego jugamos soccer en el parque. Al terminar nos invitó a mí y tres chicos más a ir a su casa a jugar videojuegos. En el camino, me acercó a él y me llevó abrazado todo el trayecto. Era un abrazo de amigos, pero por el cuál descubrí algo que hasta la fecha, a mis treinta años, es la cosa que más me gusta y excita en el mundo: el aroma de una piel masculina. El sentir el olor a sudor reciente proveniente de la axila que sobre mi se alzaba de ese chico tan bello, me hizo olvidarme de todo y querer perder mi rostro en ese hueco húmedo y casi virgen de vello. Era una sensación rara, mezcla de asco y lujuria. Algo indescriptible.

Al llegar a su casa, nos pusimos a jugar con su consola, y después de casi una hora, nos despedimos. Por fin volvió a llegar el sábado. Lo volví a ver. Esta vez tenía una camiseta sin mangas que dejaban a la vista sus brazos morenos. No podía dejar de verlo. Después de la clase, cada quien se iba por su lado cuando me alcanzó. Nos desviamos al parque para platicar. Se sentó junto a mi y me rodeo con su brazo dejando que mi nariz se inundara nuevamente con ese maravilloso olor. Me preguntó si me molestaba que me abrazara y le conteste solamente con una sonrisa idiota que a leguas denotaba que por el contrario. – Ven – me dijo llevándome a una parte del parque que estaba un tanto escondida. – Me gustan los niños bonitos y tu eres un niño muuuy bonito – Al decir esto tuve una sensación que jamás había sentido en mis nueve largos años. Un cosquilleo muy raro y delicioso en la entrepierna y la piel se me enchinó completita. Me preguntó si me podía dar un beso en la mejilla y yo asentí con la cabeza. Al hacerlo, sus labios rozaron con los míos haciendo que casi me meara de lo que sentía. Me preguntó si me podía dar otro, le respondí que sí y esta vez me los plantó en los labios. Fue mi primer beso, tierno, suave, solo sus labios posados sobre los míos por espacios de unos dos minutos, nuestros rostros sudados, juntos y nuestras manos entrelazadas. – ¿Te gustaría que meta mi lengua en tu boca? – Por respuesta cerré los ojos y abrí la boca. El se acercó y pude sentir el olor de su aliento. Se detuvo un momento y por fin juntó su boca a la mía y empezó a recorrer la mía con su lengua. Yo, con mi inexperiencia, empecé a buscar su lengua con la mía, y por instinto, trataba de succionar su saliva para saborearla y tragármela. Era una saliva espesa, dulce. Sentí que me volvía loco.

Estuvimos besándonos un rato. Entonces ya en confianza, me separé de él para empezar a bajar mi lengua por la piel de su cuello, recorriéndola hasta llegar a sus hombros, sus brazos, sus manos, disfrutando cada gota de sudor salado que le recorría. Chupé cada uno de sus dedos y volví a subir, esta vez buscando el rinconcito que concentraba sus olores. Llegué a la altura de su axila y me detuve antes de posar mi lengua en ella. Aspiré para atrapar cada una de las moléculas de su olor. Un olor fuerte, penetrante, a hombre, a gloria. No pude más y le empecé a lamer la piel, morena y mojada , de la que empezaban a brotar unos finos vellos. Me quería perder en él. Le gustaba, me lo decía el sonido de sus gruñidos, el movimiento de sus manos metidos bajo mi playera acariciando bruscamente mi espalda sudada. Con la otra mano empezó a acariciarse el pene. Ya sin contemplaciones busqué con mi boca su otra axila, para libar sus jugos olorosos. Sacó su pene de su short y me lo empezó a restregar en el abdomen. Le levanté la playera y pase mi lengua por todo su pecho, baje a su abdomen, metí mi lengua en su ombligo. Sentía su miembro en mi cuello. Me lo restregaba con fuerzas. Sentí que se empezó a tensar. Yo no sabía que pasaba hasta que mojó todo el frente de mi playera con su leche tibia, espesa. Era la primera vez que veía semen. Me abrazó y nos volvimos a enredar en un beso de lengua. Nos miramos, sonreímos y sin decir nada acordamos con los ojos que ese sería nuestro secreto. Nos acomodamos la ropa, traté de quitar la mancha de la mía. Nos paramos y abrazándome de nuevo, nos fuimos del parque. El parque que fue testigo del primer amor de mi vida.