Armas de mujer.
Cuando una mujer llega al límite de su capacidad para soportar la incomprensión, puede valerse de armas que solo ella puede utilizar y al hombre le están vedadas.
ARMAS DE MUJER.
Cuando una mujer llega al límite de su capacidad para soportar la incomprensión puede valerse de armas que solo ella puede utilizar y al hombre le están vedadas.
— ¡Luis, otra vez con tus amigotes no, por favor! ¡Estoy harta de quedarme sola en casa todos los viernes por la noche!
— ¡Y qué quieres que haga, Ana! ¡Son mis amigos! Nos reunimos todas las semanas desde hace años y no voy a cambiar la costumbre ahora. Pero no te preocupes, te compensaré…
— ¿Qué me compensaras? ¿Cómo? ¿Con la resaca de mañana sábado, el mal humor del domingo y el lunes de vuelta a la rutina? Luis, Luis… Me tienes muy harta Luis…
Sin atender a razones, lo vi salir por el pasillo y escuché cerrarse la puerta del piso.
Era la enésima vez que teníamos la misma discusión y estaba harta, muy harta. Mi marido se marchó como tantos otros viernes. Pero esta vez no estaba dispuesta a quedarme en casa como siempre. Le tenía reservada una sorpresa, un escarmiento. Me tenía ya hasta la coronilla. Después de cuatro años de noviazgo y cinco de casados seguíamos sin hijos, él no los quería, pero yo estaba ya dispuesta a todo. Con mis veintiocho años y él con treinta no quería esperar más…
Yo me duché. Al pasar mi mano por la chuchita sentí un estremecimiento y el deseo de seguir tocándome, pero no debía. Mis planes eran otros. Rasuré mi bollito hasta dejarlo como el culito de un bebé. Me sequé y aún con la toalla alrededor de mi cuerpo rebusqué entre mi ropa íntima hasta encontrar un tanguita negro estilo brasileño y un sujetador media copa a juego. Rojo de labios, ojos perfilados, un poquito de sombra. Aliso mi media melena color castaño natural, medias negras cristal con costura atrás, unos zapatos rojos con bolso a juego y minifalda negra y camisa del mismo color semi transparente. Me perfumo con Cloe y completo el atuendo con una gabardina corta acharolada roja, como el bolso. Con mis uno setenta de estatura descalza y el tacón de aguja me miro en el espejo y me veo… Buenísima… No entiendo cómo el imbécil de mi marido prefiere a sus amigos…
Salgo a la calle y andando por la acera me cruzo con gente que se gira para mirarme, debo parecer un putón, pero me gusta. Los hombres me miran con deseo, las mujeres con envidia y yo simplemente sonrío.
Veo un taxi libre y lo llamo. El taxista se revuelve en su asiento para verme entrar en el vehículo y le doy una imagen sugestiva de mis muslos y la braguita. De unos cincuenta años, con una prominente barriga, la cara y la nariz enrojecidas, posiblemente por el alcohol, me hace reír, ajusta el retrovisor interno para tener una mejor visión de mis piernas. Le doy la dirección y arranca.
Sabía que se reunían en un local de uno de sus amigos que utilizaba como almacén. Eran cuatro amigos que se conocían desde el parvulario. Jose, bajo, casi sin pelo, barriguita cervecera. Julio, más alto, de complexión fuerte, con entradas pronunciadas y luciendo su barriguita y Fernando, también alto, fuerte de gimnasio, sin barriga y guapo, muy guapo.
El local está situado en una zona industrial con presencia de prostitutas en las aceras.
— ¿Cuánto le debo? — Le pregunto al conductor. Se gira, me mira de arriba abajo.
—Depende… Depende… Si quiere le puede salir gratis la carrera. — Me hizo gracia.
—No, esta no es su noche. Mi marido me espera en ese local. Dígame cuanto le debo… — Me mostré seria.
—Son ocho cincuenta. — Dijo al fin.
Se los pagué y salí a la calle. Me aposté en la acera de enfrente para observar. Un coche redujo la velocidad al llegar a mi altura, bajó la ventanilla y una voz desde su interior:
— ¿Cuánto por chuparla preciosa? — Mire y sonreí.
—Demasiado para ti. Esta noche no estoy libre, quizá mañana… Jajaja — Dije sin empacho.
El tipo arranco maldiciéndome y se fue.
Cuatro chicas llamaron a la persiana del local donde se suponía estaba mi marido con sus amigos. Casualmente una farola iluminaba la entrada y saque del bolso mi móvil y fotografié a las chicas y a Juan, que les había abierto. Entraron dándole besos al portero y bajaron la persiana metálica. Esperé como media hora refugiada en el quicio de otro local protegida por la oscuridad.
Cuando consideré que había pasado un tiempo prudencial crucé la calle y llamé a la puerta del local, se oían voces en el interior. De pronto se abre la puerta metálica de persiana y me encuentro cara a cara con Julio.
— ¡Coño Ana! ¿Qué haces aquí? — Exclamó gritando, sorprendido.
No le dejé seguir, lo aparté, entré y me encontré en un saloncito muy preparado con sillones, sofás, un mueble bar repleto de botellas y copas, platos con entrantes y una mesa en el centro con los aderezos para el juego de cartas. Pero lo más impactante era que los sillones estaban ocupados por mi marido y sus colegas en paños menores acompañados de cuatro chicas jóvenes prácticamente desnudas. Llevaba el móvil en la mano y me dediqué a fotografiar todo lo que veía. Después lo guardé en mi bolso.
La cara de Luis era todo un poema. Estaba sentado con una de las chicas abierta de piernas con su pene dentro de… Vamos, follando.
—Vaya… Vaya… ¿Así que estos son vuestros juegos de cartas?
—¡¡Ana!! ¿Qué haces aquí? Yo… Yo… — Balbuceaba y empujaba a la pobre chica que casi cae al suelo.
Me apresuré a sujetarla para evitar que se hiciera daño.
— ¡Pero qué bruto eres Luis! ¡Así no se trata a una mujer! — La muchacha me miraba temerosa. Balbuceó algo en un idioma extraño.
Era una chica de unos veinte años y por la forma de expresarse parecía de la Europa del Este. Le sonreí para que se calmara y ayudé a que se cubriera. Las otras tres chicas buscaron su escasa ropa y se vistieron rápidamente. Se quedaron expectantes, esperando algo…
— ¡Vamos, pagadle a las chicas! ¿O vais a dejar que se vayan sin cobrar? —Les grité autoritaria.
Juan se apresuró a pagarles y las muchachas se marcharon. Tras cerrar la puerta me quedé sola con los cuatro crápulas.
— ¡¿Y ahora qué?! ¿No me ofrecéis una copa? — Dije soltando el bolso, quitándome la gabardina y sentándome sobre Fernando, tras levantarme ligeramente la faldita. Un tipazo de hombre que me había gustado siempre. Su pene había perdido consistencia con mi sorpresiva llegada, pero inmediatamente lo sentí endurecerse al contacto con mis nalgas casi desnudas.
— ¿Qué tomas? —Preguntó Juan tímidamente.
—Un gintonic Juan, cargadito por favor. Me lleváis ventaja.
— ¿Qué estás haciendo Ana? —Preguntó mi marido muyyy enfadado.
—Pues lo mismo que tú. Divertirme, tomar unas copas. Lo normal. Como comprenderás ya era hora de que me recreara, con la diferencia de que no voy a hacerlo a tus espaldas. Lo vamos a pasar bien. — Me giro hacia Fernando, le planto un beso en la boca abarcando la suya con mis labios abiertos, buscando con mi lengua la abertura de su boca. Con mi mano le acaricio su atributo que ya emergía entre mis muslos. Sus manos subían desde mis nalgas, por la cintura hasta el pecho sobre el top, provocando el endurecimiento de los pezones, que el chico se apresuró a pellizcar suavemente. La situación era terriblemente erótica y yo muy excitada.
Luis se levantó e hizo el ademan de acercarse con gesto agresivo. Lo miré con ira, levanté la mano enérgicamente y se detuvo. Dio la vuelta y se sentó en el sillón donde había estado follando con la chica. Juan me entregó la copa y tomé un largo trago. Miré a mi marido a los ojos.
—Luis, llevamos nueve años juntos, jamás te he engañado y he tenido ocasión ¿no es así Juan?, tú me lo has propuesto en algunas ocasiones y siempre te he dicho que no. Esta noche tendrás tu oportunidad. Yo me imaginaba lo que ocurría aquí y ya era hora de que participara. Tú con tus amigos os dabais el lote de joder aquí, todos los viernes, además de los líos que tuvieras entre semana. Ahora me toca follar a mí… Y tú estarás calladito y me la meterás cuando yo te lo diga. — Le señalé su sillón y se sentó. — Y vosotros no diréis nada a nadie o vuestras esposas sabrán lo que ocurría aquí y no creo que os interese ¿Verdad?… Venga ¿Quién quiere ser el primero? ¿Tú Fernandito? ¿Que ya te tengo preparado? Jajajaja — Luis estaba blanco como una pared de cal. Su mandíbula inferior temblaba de rabia. Pero seguía sentado y mirando al suelo.
—Ana, no creo que… — Intentó hablar Fernando. Le puse un mis labios en la boca para que callara.
—Necesito algo de música chicos… ¡Vamos animaos! Tenemos toda la noche por delante; porque no me haréis el feo de dejarme ahora ¿Verdad? Os necesito a los cuatro y estaréis conmigo hasta que yo diga, no os defraudaré. — José se levantó y se acercó a una cadena musical, puso una melodía lenta.
Al verlo en pié me llevé una sorpresa con Jose, su pene era el más grande que había visto en mi vida. Y estaba morcillón… Supongo que se dieron cuenta de cómo lo miraba, pero me daba igual. Mi coño se licuaba.
Era un sueño, el sueño de muchas mujeres, estar sola ante cuatro machos deseando follarme, y yo deseando ser follada… Me levanté e inicié un baile insinuante, me movía al ritmo de la música y me desprendí del top, que le lancé a mi maridito a la cara, dejando mis pechos casi a la vista ya que sobresalían sobre las copas del sostén viéndose el comienzo de las areolas. Me acerqué hasta el sillón de Jose para indicarle con gestos lúdicos que me bajara la cremallera de la faldita; la dejé caer hasta los pies, saqué uno de ellos y con el otro se la lancé a la cara a Luis que con gestos airosos la arrojó a un lado. Tras la mini me acerqué a Juan para que me desabrochara el sostén y me lo quité, lanzándoselo a mi marido que lo tiró de malas maneras a un rincón.
— ¡Luis, mi vida! Cuídame las prendas por favor, las necesitaré mañana cuando nos vayamos. ¿No querrás llevarme desnuda a casa? — Me acerqué a Fernando para tomar un traguito de mi copa y besarlo de nuevo. Mi empeine sufrió una contracción y mi vulva emitió una nueva andanada de líquido que empapaba la braguita.
La polla de Fernando estaba tiesa y dura, la acaricié, me arrodillé a sus pies y me la metí en la boca hasta la garganta, aguanté las ganas de vomitar y la saqué para introducirla otra vez. Acariciaba con mi mano izquierda su bolsa arrugada y dura mientras con la derecha pajeaba lo que no podía tragar. Sus manos acariciaban suavemente mis tetas. Levanté el rostro y tiré de su cabeza para besarlo de nuevo. Le ofrecí un pezón que se apresuró a chupar y mordisquear. Me levanté y fui a arrodillarme ante Juan, que ya esperaba con el rabo muy tieso; jugué con él hasta que noté una contracción, entonces le apreté los testículos hasta frenar su eyaculación.
—Juan eres rapidillo… Aguanta un poco mi vida. Ya sé que me tenías ganas, ahora no me vayas a dejar a medias…
Miré a Jose. Su rabo seguía morcillón, lo miraba extasiada ante tamaña maravilla. Me desplacé a gatas hasta él.
— ¡Jose, esto es una… Maravilla! No podía imaginarme lo que tenías entre las piernas. ¡Mira Luis! ¿No te da envidia? — Los ojos de mi marido echaban chispas. Si hubiera podido me hubiera fundido en aquel momento.
Acariciar el badajo, lamerlo a lo largo, mordisquear sus pelotas y mirar su cara de placer; yo estaba en la gloria, pero algo me faltaba. Me giré un momento.
—Fernando, ¿me haces el favor de venir? Separa a un lado el tanguita y me comes el chochito. No me la rompas por favor. Me gusta mucho y quiero guardarla como recuerdo de esta noche. ¿Sabes que a mi maridito le daba asco comerme el coño? — Miraba a Luis al pronunciar estas palabras. Tenía los ojos cerrados.
Fernando se arrodillo tras mi grupa y cumplió con rapidez mi petición. Su lengua hacía estragos en mi culo, en los labios y al llegar a mi clítoris no pude evitar un grito de placer…
—Luis, cariño, mírame; quiero que veas como disfruto, como me rompen el coño tus amigos… Bueno el coño y… Si os portáis bien a lo mejor os dejo que me hagáis mi culito… Virgen… ¿Quién será el afortunado?… Luis no se ha atrevido nunca. Yo se lo pedía pero… a él le daba asco. Como también le daba asco que le chupara la polla, ya veis, no creo que lo haga tan mal ¿Verdad? — Luis hundió su barbilla en el pecho, con los ojos cerrados, con las manos en las sienes.
Fernando me acariciaba las nalgas con su polla en la entrada, empujó con suavidad hasta encajarla entera. Poco después taladraba el coño que estaba sobradamente lubricado. Su verga entraba y salía con facilidad dándome un placer enorme.
Mi lengua se dedicaba al mástil de Jose, intentaba introducirla en mi boca pero era casi imposible, su glande me desencajaba la mandíbula, sin embargo yo insistía y logré que penetrara hasta casi asfixiarme. Le masajeaba el pene con las dos manos masturbándolo hasta casi llevarlo al clímax y me detuve. Fernando bombeaba con rapidez creciente y note la cercanía de su orgasmo y el mío, así fue. Descargó en mi vientre provocando mi primer espasmo… brutal. Me sentía penetrada doblemente, mi vagina ardía y mi boca se esforzaba en atrapar aquel tronco que me destrozaría cuando me follara. Me fallaron las piernas.
Me dejé caer en la alfombra boca arriba, abierta de piernas en una postura indecente, impúdica… La braguita insertada en la ingle y mi sexo abierto a la vista de todos… Y me gustaba… Me encantaba ver a los tres salidos, amigos de mi marido, mirándome con hambre, con lujuria.
Y mi esposo… Creí que me sentiría mal por lo que le estaba haciendo, pero no. Me sentía feliz, tenía la casi total seguridad que después de esta noche seguiría un divorcio; y no me asustaba. Era una oportunidad para empezar de nuevo. Y de qué forma… ¿Y si a Luis le gustaba que yo…?
Me acerqué a Luis, arrastrándome a cuatro patas hasta llegar a su altura. Sorprendentemente su pene estaba rígido, más tieso de lo que nunca lo había visto en los nueve años que llevábamos juntos.
— ¡Luis, mi amor! ¡Por lo que veo te gusta ver como se follan a tu mujercita! ¿No? — Girándome al tiempo que le cogía la polla a Luis. — ¡Juan, ahora tú, te toca! —Juan se colocó a mis espaldas, me apartó las bragas a un lado y me metió su palo de una vez. Entro como cuchillo en manteca. No tenía una herramienta muy grande, pero sabía moverse y dar gusto a una mujer, en este caso a mí.
Mientras me follaba, estando a cuatro patas, chupándosela a mi marido, alcancé el segundo orgasmo. Me abracé a las rodillas de Luis para no caerme. Así me mantuve durante unos minutos, con su pene en mi boca y mi coño chorreando la leche de los dos que me habían follado y los líquidos que segregaba. Mis bragas estaban chorreando. Por mis muslos bajaban las corridas. Curiosamente Luis me acariciaba el pelo.
Cuando me repuse, seguí chupando la polla a mi marido; con la mano le hice señales a Jose para que me penetrara tal y como estaba. Deseaba ver la cara de Luis cuando me entrara la tranca de su amigo.
— ¡Despacio Jose! La tienes muy grande, pero… Adelante…
Sentí como la verga me rozaba los labios desde el clítoris hasta la rabadilla del culo, pasando por el periné; despacio, sin prisas, provocando autenticas descargas eléctricas en mi cuerpo, desde la coronilla hasta los pies. Se abrieron mis belfos hinchados por la excitación y una tensión desconocida hasta entonces presionaba mis vulva y me hacía desfallecer. Poco a poco entraba, las paredes de mi vagina se dilataban y me hacía sentir llena, muy llena. Miré a Luis que contemplaba sorprendido mi cara descompuesta, babeante, los ojos muy abiertos, la boca llena con su pito… Y mi coño lleno como nunca lo había estado. Dolía, pero era un extraño dolor, con mezcla de placer. Se quedó quieto, me moví un poco y comenzó a bombear, despacio, salía, salía, salía… Luego entraba, entraba, entraba… Mis esfínteres vaginales se fueron adaptando al tronco que me empalaba. Me volvía loca el roce de aquel mástil. Y llegó un momento en que era yo quien empujaba hacia atrás para que la penetración fuera mayor… total… Mi orgasmo, mis orgasmos eran distintos a lo que yo conocía, eran de una intensidad desconocida. Y se repitieron durante un tiempo que me pareció interminable. Sentía placer en lugares de mi vientre jamás hollados por ninguna polla. No quería que terminara aquello.
Pero un empujón bestial y su descarga en mis entrañas me provocó una sensación tan intensa que me desmayé, durante unos segundos perdí el conocimiento.
Al volver en mí estaba tendida en el sofá, con los cuatro mirándome, asustados.
— ¡La has reventado Jose! ¡Eres un bruto! — Decía mi marido.
—No os preocupéis. Estoy bien… Demasiado bien. Casi me matáis de gusto pero qué maravilla. Jose, me encanta tu polla… Es divina. — Les dije y me incorporé.
— Necesito otra copa Juan… — Me la preparó y tomé un sorbo largo.
—Ana, me habías asustado. — Dijo Luis con preocupación.
— ¿Te gusta maridito? ¿Estás disfrutando viendo como se corren tus amigos en mi coñito?
Me quité las bragas empapadas por la actividad, me limpié el coño, los muslos y con ellas en la mano se las restregué por la cara a mi marido. Con la otra mano masturbaba su polla que se endurecía.
—Cariño. ¿Quieres estrenar mi culito o prefieres que lo haga uno de tus amigos?
Frunció el ceño ante mi propuesta. Me apartó empujándome violentamente hasta hacerme caer al suelo.
— ¡Eres una puta! ¿Aún quieres seguir follando? ¿Y por el culo, guarra? ¿No tienes bastante? — Gritaba como un energúmeno… Me levantó la mano para pegarme…
— ¡¡Ni se te ocurra!! ¡No me toques o lo pagaras caro! — Me incorporé y lo empujé con fuerza… Al ver mi gesto sus amigos lo detuvieron.
— ¡Vamos chicos! ¡No ha pasado nada! Aún sigue en pié mi propuesta… ¿Quién me quiere hacer el culito? — Mi decisión les sorprendió.
Luis recogía su ropa para vestirse.
— ¡Ah no! Tú no te vas. Te quedas a ver cómo me desvirgan el culo. Si cualquiera de vosotros sale por esa puerta llamo a vuestras mujeres y les cuento lo que hacéis aquí y que me habéis violado. — Mi discurso les convenció. Detuvieron a Luis y lo sentaron en el sillón.
Reaccionaron rápidamente. Estábamos todos desnudos. Yo en el centro, de pie, ellos a mí alrededor, los tres me rodeaban. Nos movíamos al ritmo de la música… Sus manos acariciaban todo mi cuerpo. Me giraba para besar a unos y otros, ya no me importaba, bebían de mis labios, sus lenguas penetraban en mi boca. Mis manos iban de polla en polla, acariciando, masturbando. Me agachaba y las chupaba, lamía los atributos que ellos me ofrecían. Me enderezaba y seguía bailando adoptando posturas insinuantes, procaces. Los dedos de Fernando entraban y salían de mi coño chorreante. Al alejarse era Juan quien me insertaba los dedos que rozaban mis sensibles e hinchados labios vaginales haciéndome retorcer de gusto. Jose empujaba a Juan para ser él quien me follara con sus dedos, como pequeñas salchichas de sus manos cortas y gordezuelas.
En uno de esos momentos, agachada, mientras se la chupaba a Fernando presentando la grupa, sentí un roce, una presión en mi culito.
— ¡Cuidado! Aún no estoy preparada. ¿Tenéis algún lubricante? — Dije sonriendo.
— ¿Cómo que si tenemos? ¡Mira Ana! ¡Mira como estas tú, tu coño es una fábrica de lubricante! ¡Mira como estamos! Este es el mejor lubricante, cargado de oxitocina natural — Y me mostraron sus penes chorreando de líquido preseminal.
— ¿Sabéis como hacerlo? — Pregunté.
—Yo lo he hecho algunas veces y nadie se ha quejado… — Dijo Juan sonriendo con aire de superioridad.
—Pues adelante — Dije con seguridad.
De rodillas en el sofá, con mi pecho apoyado en el respaldo y mostrando impúdicamente mis agujeros a los tres golfos dispuestos a desvirgarme. Juan se arrodillo detrás y su lengua me provocó sensaciones deliciosas al pasear por los alrededores de mi hoyito. Durante un tiempo mantuvo su boca en mi ano y pasó a la segunda fase, acarrear flujo de mi raja al culo y esparcirla con sus dedos.
—Restregadle el caldillo de las pollas en el culo a Ana. — Dijo Juan como maestro de ceremonias.
Fueron pasando por mi ano las tres pollas dejándolo encharcado. Fernando aprovechó para penetrar mi coño y así sacar más fluidos. Juan acarició el agujero con su dedo y lo introdujo suavemente.
—Relaja el esfínter Ana, relájate y déjate llevar. Jose, ponte debajo y cómele las tetas y tú Fernando acaríciale el coño y el clítoris con suavidad — Me encantaba lo que estaban haciendo.
—Meee… Voy… a correeer — Balbuceé.
— ¡No, ni se te ocurra Ana! Parad, no sigáis… — Ordenó Juan
Se detuvieron y estuve a punto de volverme y abofetearlo. Deseaba mi orgasmo…
—Vamos continuad — Dijo de nuevo.
Metía y sacaba el dedo de mi culo que se iba acostumbrando a la penetración. Ya hasta me producía algo de placer, pero una nueva presión en mi esfínter me produjo un espasmo doloroso y di un respingo.
—Tranquila Ana. Ya tienes dos dedos dentro. ¿Sientes como entran? Ya no te molesta tanto ¿Verdad?
—No, ya no me molesta, sigue…
Sus dedos se movían girando, empujando las paredes de mi intestino, una y otra vez. Hasta que una nueva presión me sobresaltó.
— ¿Has metido tres dedos verdad? — Pregunté, con la certeza de que así era.
—Sí Ana. Ahora intentare entrar en tu santuario… — Dijo Juan.
Su glande se apoyaba en la entrada y la forzaba poco a poco. Pensé que me dolería más, pero no fue así. Una tensión en la pared y entró algo de golpe, provocándome un respingo y al contraer el esfínter sentí un pequeño escozor, pero tolerable.
—Ya está dentro la punta, Ana. Voy a empujar poco a poco, si te duele lo dices y paro ¿Vale?… Fernando dale con el dedo en la pepita y tú Jose, a las tetas…
La maniobra a tres era muy efectiva. Las caricias en los pezones y en el clítoris me excitaban y no prestaba atención al posible dolor que me causaba la intromisión.
—Está todo dentro Ana… Voy a moverme y… ¡Joder… joder… joder… me corrooo! ¡Aaaagggg!
— ¡Cabrón, no me hagas esto! ¡Siguee! —Pero no pudo seguir, su polla se aflojó dentro de mi culo y se salió sola.
—Sigue tú Fernando, yo ya no puedo. Esto era lo que he deseado durante años, Ana. Era mi oportunidad, pero no he podido, estaba demasiado excitado. Lo siento… — Era un lamento lo que yo escuché.
Fernando tomó el relevo. Se preparó lubricando su verga con saliva y flujo de mi coño. Apuntó y presionó con delicadeza… Entró con suavidad hasta el fondo y comenzó con un bombeo lento, como cuando me follaba antes. Nuevas sensaciones me colmaban, no se detenía me follaba cada vez más rápido. Ahora Juan me excitaba el clítoris y Jose seguía martirizándome las tetas. Me invadían sensaciones nuevas, cada vez más intensas. Me volvían loca de placer, mi cabeza daba vueltas… No podía más…
—¡¡Dioss!! ¡¡Joder… joder!! ¿Qué me pasa? ¡Me muerooo! — Y real mente me sentía morir. Perdí la conciencia y me desvanecí…
Al recobrarme, por segunda vez en la noche, volvía a estar rodeada, solo mi marido no estaba mimándome. Seguía sentado en su sillón, cabizbajo y sin prestarme atención.
— ¿Qué te ocurre Luis? ¡Mírame! ¿No quieres ver como disfruto del placer del sexo? Es algo que me tenías vedado desde que nos conocemos, algo que yo desconocía y que ahora empiezo a vislumbrar. ¡Si Luis! Esta noche he descubierto que me gusta follar, que me gusta que me follen y me encanta que me den por el culo. He disfrutado más en esta noche que en los nueve años que llevamos juntos. Tus amigos han logrado que me desmaye dos veces… ¡De gusto! ¿Sabes lo que significa eso? ¿Lo sabes?… Yo te lo diré… Voy a seguir follándome a tus amigos… Cada vez que ellos quieran, cada vez que yo quiera, follaremos. Esto no ha hecho más que empezar… — Tras mi discurso, Luis se levanto, me miró…
—Vamos a divorciarnos, Ana. Yo no voy a soportar esta situación, lo sabes, lo sabías antes de venir ¿Verdad?
—Sí, Luis… Sabía lo que ocurriría y venía preparando esto desde hace bastante tiempo. Aceptaré el divorcio. No te preocupes. Solo quiero el piso y una pensión por placeres perdidos. Te quedas con todo lo demás… Ah… otra cosa. Llevo varios meses intentando quedar embarazada. Estos días estoy en la cima de la fase fértil y casi con seguridad estaré preñada. No quiero saber de quién es el niño. Lo criaré yo sola y vosotros seréis sus padrinos… No os pediré nada. Eso sí, las reuniones de los viernes serán en mi casa y no contrataréis putas, conmigo tendréis de sobra. Solo pagaréis por mis servicios como una fulana más, bueno y las copas, los canapés… Os saldrá más barato que hasta ahora… Por cierto Luis. A ti te lo haré gratis una vez al mes. Que es más o menos lo que tú me follabas a mí pero seguro que disfrutaras más.