Ariadna y su tío (2)

Ariadna me cuenta cómo ofrendó su virginidad.

Ariadna y su tío

Desde la primera vez que hicimos el amor, y durante los siguientes dos años, Ariadna y yo fuimos noviecitos de mano sudada ante todo el mundo (o, como verán, casi todo el mundo), y novios y amantes de verdad en nuestro paraíso secreto. Cogíamos todos los días que podíamos (dos o tres veces por semana), e hicimos muchas travesuras. En verdad, lo aprendí todo de ella, y desde entonces muy poco he añadido a mi arsenal. Incluso, pasaron casi tres semanas para que volviera con Lupita, con quien durante esos dos años cogí dos o tres veces al mes, cuando me pedía que cuidara a sus críos, instaurándose la costumbre de pagarme con cuerpomático. Lo de Lupita era delicioso, pero Ariadna, sin duda no tan guapa y veinte años menor, sabía más y era más experta... y era mi chica. Dos años, porque reprobé aposta el tercero de prepa.

De hecho, fue Ariadna quien me obligó a volver con Lupita, para que así no tuviera yo, según dijo, celos de su Tío ni de nadie más. Pero cuando volví con Lupita, obligué a Ariadna a narrarme cómo había empezado con su Tío, y así como me lo contó, se los cuento:

Como sabes, yo soy feroz lectora, y desde muy chiquita me hice de mis propias ideas acerca del sexo. Durante el primer año de secundaria me aislé por completo del mundo, haciendo lo posible apenas para no perder el año, y siguiendo cuanta guía teórica caía en mis manos, me dediqué a explorar mi cuerpo y a masturbarme, y no haré larga la historia. Al terminar el año hice una reflexión profunda y decidí que antes de ser virgen muchos años más, hasta casarme, cual se acostumbra en este pinche pueblo (aunque cada vez hay más trasgresoras, hay que reconocerlo), debía "activarme".

Mi precoz lectura de Lolita, me había indicado el camino. Para mí estaba claro que Lolita había empezado todo, y no su puto y supuesto "seductor". Lo malo para ella fue que perdió el control y cayó totalmente en sus garras, cosa que, en mi caso, habría que evitar. Mi Humbert-Humbert sería, lo decidí tan pronto tuve claro lo anterior, mi tío Lorenzo, hermano menor de mi madre, quien tenía entonces 31 años y era un vago de puta madre. Según él, era escritor, pero no daba golpe y vivía con su madre, mi abuela, quien, como sabes, es una agradable viejita, que ya no camina y apenas oye. Lencho, yo lo sabía, había tenido muchas novias, pero ninguna se quedaba, y en mi casa estaba mal visto, "por hippie", decían mis padres, aunque yo desde niña acostumbraba pedirle sus libros, o simplemente tomarlos. Así fue que leí Lolita y otros instructivos textos, sobre todo los de Xaviera Hollander, mi ídola: yo me dije que de grande quería ser como ella, pero empezaría antes. Llegadas las vacaciones leí y leí, y soñé y soñé, y finalmente puse fecha: una semana después de mi cumpleaños, de mis trece, lo haría, y pensé en los detalles.

Así fue. Pedí permiso para dormir, como tantas otras veces, en lo de la abuela, en su cuarto de visitas, que estaba al lado de la habitación de Lencho, mi tío. Era un viernes y supuse que llegaría tarde, y así fue. Yo estuve espiando el momento en que mi abuelita se durmiera, y dándole media hora más, me pasé al cuarto de Lencho y preparé la escenografía: saqué Las edades de Lulú, que había leído recientemente, y me quedé en camiseta, sin sostén, y pantis. Por aquel entonces había empezado a obsesionarme con mis medidas, y según mis registros, eran de 76-55-69, con 1.43 de estatura: nada mal, una perfecta Lolita. Con el libro abierto a mi lado, una mano en la concha, y semitapada, fingí quedarme dormida... es decir, dejé de leer y lo fingí cuando lo oí llegar, apenas pasada la media noche.

Entró a la recamara y, por lo visto, estuvo mirándome con cuidado, hasta que me despertó tocándome el hombro desnudo. Yo sentí una descarga de energía y de miedo, porque sabía lo que debía pasar. Abrí los ojos, y cuando me dijo "hola", le contesté que lo estaba esperando. "¿para qué?", preguntó. "Para que tu, mi tío favorito, me hagas, como regalo de cumpleaños, lo que le hicieron a Lulú". Se me quedó viendo de hito en hito, y volví a decirle: "si no lo haces tu, lo hará cualquier otro, y a ti te quiero, y me gustas, y se que me vas a cuidar". Todo eso lo dije sin levantarme, reclinada en un codo, y con él sentado ahí al lado, al alcance de mi mano.

Lencho, tu lo conoces (no, sólo le vi los pies, contesté yo, el narrador), bueno, Lencho, ya te digo, 31 años, jeans descoloridos, huaraches o tenis, camisa de manta, chaleco chiapaneco guatemalteco, alto y flaco, de bigote, facciones afinadas, lentes a la John Lennon, aire ausente, cigarrillo sin filtro en los labios, todo el tiempo, en fin, ya lo conocerás, puso su mano sobre mi hombro y empezó a acariciarme, entonces yo, urgida y curiosa, moví mi mano hacia su pene, pero él me pidió que me quedara quieta, que me recostara y lo dejara hacer. Yo nunca he sido muy pasiva, así que le dije que lo que fuera, pero que me dejara verlo antes. Entonces se paró, cerró la puerta con seguro y se desvistió rápidamente, mostrando una verga tremenda, que me asustó, y razón había, porque es desmesurada, por eso me gustan tu y Luis, para variar y porque el placer no debe ser dolor (la besé en ese momento)... o no siempre.

Bien, lo vi con los ojos como platos, lo vi pensando que en unos minutos lo iba a tener dentro, lo vi con miedo, con el miedo que no había tenido al decirle lo que le dije. Pensé incluso en rajarme, pero no había llegado tan lejos para eso, así que hice de tripas corazón y me quedé quieta, como él me había dicho. Lencho se acercó, me bajó la braga y me abrió las piernas. Otra vez pensé que ya tenía dentro ese trozo de carne, pero no, aún no. Por lo pronto empezó a tocarme, a acariciarme las piernas, los pechos sobre la blusita que aún llevaba puesta, los labios vaginales, hasta que poco a poco me fue haciendo olvidar el miedo. Entonces, sin haber tocado lo que yo quería que tocara, el clítoris, se paró, y con voz ronca, preguntó "¿te has masturbado?" Yo sólo asentí y él me dijo: "hazlo, quiero verlo". Yo le hice caso, meneándome el clítoris de la forma que había aprendido, y cuando empecé a agitarme, a temblar, él se echó sobre mí sin decir nada, me abrió los labios, y guiando su mastodonte, lo metió de sopetón mientras con la otra mano me cerraba la boca. Yo sentí una gran desgarradura, que me partía en dos: creí que me lo había ensartado entero pero no, porque apenas estaba pasando el dolor cuando dijo: ahora espérame, voy despacito, aguanta... y aguanté como toda una hembra, porque cada empujón que daba me dolía hasta el alma, y hasta que la sacó, un siglo después, así fue. Entonces vi mi sangre y empecé a llorar, dije que así no lo había pensado.

El me consoló y dijo: "va otra vez, pero si no quieres, no te la meto, sólo pídela si la quieres". Yo pensé "¿cómo habré de quererla, al menos hoy, si todavía me duele?", pero cerré los ojos, y él empezó a lamerme los labios y tan adentro como podía, y al principio sentí alivio en lo que para mí eran quemaduras, pero pronto empecé a sentir el cosquilleo conocido y agradable, y parece que él se dio cuenta, porque empezó a succionarme el clítoris, cosa que como tu sabes, me vuelve loca. Cuando estaba por venirme quise gritar que me la metiera, pero preferí estallar en su cara, y gemir profundamente, para no despertar a la abuela. El, con paciencia, volvió a empezar, y esta vez sí le pedí que entrara, y lo hizo, no se si con mayor suavidad que la anterior vez, pero sí sentí, aunque aún adolorida, el placer de sentirlo dentro, y luego su suave muelleo sobre mi, cargando su peso en mi humanidad. Fue delicioso, aunque no me vine, máxime cuando él, al salir, me masturbó hasta que alcancé el segundo orgasmo de esa noche.

Y desde entonces, es mi amante, soy su Lolita.

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