Ariadna y Javier (4)

Ariadna, mi Lolita, empieza a pasar de iniciada a iniciadora, y Javier será su conejillo de indias.

ARIADNA Y MARISELA

Esta historia me la contó Ariadna luego de mucho insistirle, porque me había dejado picado. Es la continuación natural de la fabulosa historia a la que yo puse por título "Ariadna y sus amigos", en la que después de una tórrida y peligrosa sesión de fajes con los compañeritos de su escuela, mi chica intentó regresar a cogerse a alguno de ellos, pero Marisela, una de las nenas que estuvieron en la ardiente sesión no la dejó regresar, invitándola a su casa. Es la continuación natural de aquella historia, pero Ariadna sólo me la contó luego de otra historia igualmente cachonda, la de la perversión de Marisela, o dicho de otra manera, su inclusión en los juegos de mi chica con Xavier y Luis.

Fijemos algunos hechos: Ariadna, mi Lolita, tenía por aquel entonces trece años (yo la conocí dos años después), y de aquel sábado me había dicho: "Era la primera vez que [mis compañeros] me verían sin el camuflaje del uniforme, y a punto estuve de ponerme una mini y un top, pero opté por mis bluyines y un body negro, que hacían resaltar los 77-55-69 que, con mis 144 centímetros de estatura, hacían que un montón de viejos verdes mi desnudaran con la vista por la calle. Era yo, ni duda cabe, una adolescente apetitosa, de esas que despiertan instintos nabokovianos." Marisela, su amiga, era un año mayor, una chica menudita, de metro y medio de estatura, y aunque vivía acomplejada por sus barros, tenía unas bellas y sugerentes formas.

En un momento de la fiesta que se montaron, y a la vista de todos, porque esas eran las reglas, había masturbado a Marisela, y eso fue lo que desató la historia, porque una vez en casa de Marisela, ésta le dijo: "quiero que me enseñes lo que me hiciste hace rato. Por favor, no pasará nada y no se lo diremos a nadie, sólo enséñame... una vez".

Bien, ahora doy la palabra a Ariadna, tratando de contar la historia tal como ella me la contó, empezando por los dos últimos párrafos de la historia anterior:

Francamente, no se de donde sacó coraje para hacerme tal propuesta. Siempre he pensado, y ahí lo confirmé, que la educación sexual es una vacilada. Lo que debieran enseñarle a uno es, por ejemplo, a masturbarse correctamente. Sobre todo a nosotras, que los tíos aprenden solos, entre ellos... aunque muy mal, en general, porque los pobres compiten a ver quién se viene más rápido, cuando debían entrenarse para lo contrario. Recordé la historia de "arráncame la vida", donde una gitana del mercado tiene que enseñar a Caty aquello del "timbre", porque el torpe del general Asencio era incapaz de hacerlo.

Es verdad que, a pesar de todo, estaba destanteada, y no encontré otro expediente que preguntarle a mi vez "¿Segura?", y ante su obvia afirmación, "¿por qué?" Estaba ganando tiempo para poner mis pensamientos en orden. Me vió con reconvención, y no la dejé decir nada: había tomado mi decisión. No era precisamente eso lo que había yo fantaseado pero sería también una novedad, podría no estar mal, y le dije, "bueno, pero ¿ahorita? ¿Y si viene tu mamá?" "Rápido –dijo-. Dejamos la puerta con llave". "No, así no está bien –le dije, mientras abría la puerta-. Hay que hacerlo despacio, con calma, podemos esperar".

Yo estaba pensando que probablemente mis padres no estuvieran en casa, pero también me di cuenta de que entonces todo sería demasiado artificial. Hasta ese momento sólo había tenido sexo con Lencho, mi tío, de quien era amante desde casi cuatro meses atrás, y nunca me había acercado a una chica. Había planeado cogerme a Luis o a Xavier –y lo hice después, dicho sea de paso, pero esa es otra historia-, y había estado a punto de hacerlo ese mismo día, sin la interferencia de Marisela, pero ya en esas, recordé cómo me habían calentado los besos y abrazos de Elsa (la tercera de las chicas participantes en la fiestecita); así que bien visto...

Siempre he sabido que tengo suerte, que Venus, la diosa de las putas, me protege, y ese día tuve una prueba más, porque ahí estábamos las dos, mirándonos cortadas, muy cortadas, cuando la jefa gritó "¡Hija, voy al mercado, no tardo!" Sólo porque fue real puede creerse.

Nos quedamos en suspenso, y cuando oímos la puerta, le dije: "bueno, tu mandas: haré lo que tu me pidas". Ella lo pensó, y ordenó que me desnudara y me masturbara frente a ella, mostrándole

Entonces me preguntó "¿dónde aprendiste?"

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