Ariadna una asistenta de armas tomar (6, final)
Termina la historia de sumisión entre la señora Susana y la orgullosa de su asistenta Ariadna, que la domina a su antojo. Aunque ahora también su marido sufrirá las consecuencias.
Esta es la historia de una pareja, Marcos y Susana. Dirigiendo Marcos una empresa, podían permitirse contratar a una asistenta, Ariadna. Con el tiempo la asistenta Ariadna se las ingenió para que su jefa, Susana, hiciera sus tareas algunos días, a cambio de que la asistenta le ayudase a elegir el vestuario y el maquillaje, algo en lo que era especialmente buena. Un día en que realizaron este intercambio de tareas, en que la asistenta se hacía pasar por señora y la señora por asistenta, un falso inspector de Hacienda (y digo falso porque era un amigo de Ariadna, la asistenta en funciones) llegó pidiendo cuentas a los dueños de la casa. Ariadna hizo el papel de señora y acabó teniendo que aceptar un chantaje sexual del aprovechado inspector. Tras este suceso la señora de la casa se asustó por su futuro, llegando a aceptar el mantener el intercambio de funciones de forma temporal aunque indefinida. Poco a poco la mujer comenzó a disfrutar de su trabajo, encontrando placer en servir a la asistenta Ariadna. Al placer siguió el deseo por su nueva jefa. Y al deseo una forma de amor.
Un día en que el marido de Susana, Marcos, quería salir por la noche, ante las evasivas de su mujer que estaba muy cansada, decidió que Ariadna la suplantara. En principio sin malicia alguna. Esa noche se encontraron con una pareja: Julia y Ciro. Julia había sido una compañera de estudios de Marcos y eran buenos amigos. Ciro era su nuevo marido, un hombre tan prepotente como poderoso. Marcos trató de resultarle simpático porque podría servirle en sus relaciones profesionales. Ariadna le echó un cable y acabaron concertando una cita para algún tiempo después. El reclamo para esa cita había sido la asistenta de la casa. "Una tal Susana, tan sensual como casta". Marcos se enfadó con Ariadna. Ariadna hablaría con Susana para tratar de arreglar la situación.
Estando Susana, la señora convertida en asistenta, limpiando junto a Ariadna, una situación llevó al estallido de deseo entre ambas mujeres. Tuvieron un encuentro breve, morboso pero muy excitante por cuanto casi el marido de Susana les descubre.
Al día siguiente Susana se encontró con Ariadna. Estaba deseando hablar con ella de lo ocurrido el día anterior. Había sido todo tan maravilloso, estaba deseando poder gozar del cuerpo de su amada y sobre todo compensarla por el placer que Ariadna le había otorgado. Quería recorrer toda su piel, quería verla con nuevos ojos: extasiada, agonizante de placer, tendida en la cama, desnuda. Quería mirarla con su cabeza en su espalda, en sus piernas, en sus brazos, en sus nalgas. Quería tanto de ella que el saludo frío indiferente de Ariadna acabó con una noche de insomnio y espera.
Ariadna se comportó como si nada, volvió a dar escuetas indicaciones, se marchó pronto. Susana sufrió el trabajo cotidiano, más que nunca. Lloró. Susana sintió el rechazo del que alguna vez consiguió su sueño, que es más duro que la desazón del que nunca alcanzó lo deseado. Susana se sentó en el sofá a pensar. Susana habló con su madre por teléfono. Y también trabajó. Y en uno de esos momentos, Ariadna volvió, al comienzo de la tarde.
En contra de lo que solía hacer, Ariadna habló cariñosamente con Susana, que estaba hecha un lío ante los cambios de humor de ésta. Ariadna también lo estaba, pero se sobreponía. Le había gustado lo que había vivido con Susana y le gustaba Susana, pero su ceguera la llevaba a querer seguir con su plan hasta el final, un plan que lejos de estar acabado estaba lleno de flecos. Ariadna sabía que tenía que convencer a Susana para que tuviera lugar esa cena prometida entre los cuatro: Marcos y Ariadna (haciendo de su esposa) y Ciro y Julia.
Ariadna estuvo tentada de excluir a Susana de su morboso encuentro. Se había pasado toda la mañana paseando tratando de convencerse de que Susana era necesaria para sus ideas. Pero su corazón le decía que no, que a pesar de todo algo bueno podía haber nacido de su malvado plan. Que había conocido a una mujer maravillosa que a pesar de ser relativamente acaudalada era sencilla, modesta, inteligente, educada, bondadosa y bella. Las horas en el gimnasio no habían sino potenciado su opinión sobre Susana: tenía un cuerpo excepcional, fuerza de voluntad y ganas de ser mejor.
En su decisión sin embargo lo que más pesaba era el desgraciado de su marido: obsesionado con su trabajo, siempre ignorando a una mujer y otra. De excitación tan rápida como fugaz. Un amante convencional para una mujer fuera de serie, pensaba Ariadna cuando se los imaginaba juntos en la cama.
- Quería contarte una cosa del otro día. - dijo Ariadna y pensando que Susana se acordaría del día anterior. - El día que fui con tu marido a la fiesta de antiguos alumnos.
Susana sintió la doble desazón de que no le hablara de lo que ella quería y de que le introdujera en una de las noches en que pocas cosas podían haber ocurrido que la beneficiaran y sin embargo muchas que la perjudicasen.
- Conocimos a una pareja, Julia era una compañera de tu marido. - dijo Ariadna.
- Sí, la conozco. - respondió Susana esperando que todo el mal estuviera en lo que hubieran hecho Marcos y Julia.
- Julia estaba casada de nuevo con un empresario importante, ¡Tu marido lo conocía a él casi mejor que a ella! El tipo era un impresentable; un desgraciado vejete presuntuoso. Sin ningunos modales. Pero parece ser que podría ayudar mucho a Marcos.
Susana comenzó a tranquilizarse, de mujeres atractivas la conversación había derivado hacia negocios. - Marcos estaba deseando citarse con él sin éxito. Entonces se inventó una historia para embaucarlo y que se viniera a cenar a casa. - Y quiso matizar Ariadna. - A vuestra casa. - Pero claro, ese tipo no sabe que yo soy su esposa...- Acertó Susana.
- Y ahí es donde está el problema. Tenemos que volver a quedar esta noche los cuatro, aquí. Marcos se avergonzó en cuanto hizo la propuesta pero es muy importante para él...Recuerda que vuestra situación económica no es tan fiable como parece...Ese hombre podría hacer mucho por vosotros y sobre todo por Marcos. - fue lo que Ariadna contó.
Susana le dijo que le parecía bien, que ella se marcharía. No entendía sin embargo por qué Marcos no se lo había contado, no tenía nada que objetar.
- El problema es que bebió mucho y le contó una historia de que teníamos (perdón teníais) una criada muy excitante. El tal Ciro es como todos los hombres, que en cuanto oye de faldas cortas a todo dice que sí. - Ariadna no sabía cómo pasar por la parte menos fiable de su historia. - Me encargó que tratase de encontrar alguna mujer que quisiera hacer el papel de asistenta. Y que por supuesto no te dijera nada a ti.
Susana comenzaba a darse cuenta de que la historia no la iba a dejar fuera de la casa esa noche. Ariadna concretó un poco más.
- Llevo días buscando alguien así. Mis compañeras de trabajo dicen rotundamente que no. He tratado de contactar con actrices o incluso prostitutas. Las primeras se niegan y las segundas no serían capaces de disimular más de cinco minutos. - Ariadna quería soltar su rollo y terminar. - Todo es culpa de Marcos. Me dijo que necesitaban un contrato con la empresa de Ciro de cualquier forma...No he sido capaz de encontrar a nadie...Tengo que llamar para anular la cita con Julia y Ciro.
Susana, aunque un poco inocente y no tan rápida de reflejos como querría, no era tonta y se dio cuenta de que Ariadna quería que se ofreciera. Si se lo hubiera ordenado, ella lo habría hecho sin dudar, o dudando pero dispuesta a complacerla hasta el fin. Pero ese tono tan cortés no la estaba ayudando. Susana no quiso ceder terreno.
- Marcos es estúpido, está todo el día en el trabajo. - dijo enfadada. - Y aún así no es capaz de levantar la empresa. Cuando era más joven era todo tan diferente...Tenía mucha más...energía. Las cosas iban bien casi sin esfuerzo pero él se dejaba el pellejo y entonces iban aún mejor. - confesó Susana. - No reconozco en ese hombre a aquel con quien me casé.
Susana también jugaba sus cartas, queriendo exponer a Ariadna que su corazón tenía espacio para alguien más que su marido. Ariadna había elegido una estrategia tan torpe de forma inconsciente, deseando que Susana se liberase de sus obligaciones, y consiguiéndolo.
Todo hubiera sido muy diferente si Marcos no hubiera llamado por teléfono en ese momento. Llamaba al fijo de su propia casa, esperando que fuera Ariadna la que contestara. No fue así y saltó el contestador. Marcos no dejó ningún mensaje, pero un segundo después llamó al móvil de Susana. Hablaron brevemente: quería hablar con Ariadna.
Marcos le preguntó si había sido capaz de convencer a Susana de que se marchara esa noche y si había apañado a alguien para hacer el papel de criada sensual. Ariadna dejó que Susana oyera esa parte de la conversación.
Escuchando la miseria de su marido en el teléfono y sintiendo el calor del cuerpo deseado de Ariadna gracias al contacto casual que la llamada le había permitido, Susana quiso decir sí a todo lo que esta le propusiera. Aún sabiendo que había algo de encerrona, le dijo por señas a Ariadna que ella sería su asistenta: un dedo señalándose y las manos recogiéndose los pechos mientras movía las caderas.
Ariadna rectificó su comienzo de excusa, dejando una respuesta abierta. "Creo que sí, tengo una amiga que me ha dicho que sí, que puedo contar con ella". Susana asintió. El acuerdo quedó firmado.
Las dos mujeres pasaron el resto de la tarde seleccionando sus respectivos vestuarios. Se recomendaban mutuamente, se ayudaban a enfundar las prendas más ceñidas. Se tocaban y se miraban. Se reían de Marcos y de su propia felicidad.
Aunque Ariadna era más voluptuosa, las prendas de Susana le quedaban bien; sólo convertían lo discreto en llamativo y lo llamativo en deslumbrante. Susana disfrutaba proponiéndole lo más picante dentro de lo adecuado de todo su armario. Al final la elección para Ariadna fue un vestido blanco con detalles en granate, de corte casi clásico pero con un escote espectacular. Con cremallera en la espalda para que pudiera Susana trató de encontrarle un sostén adecuado, aún sabiendo que tendría que quedarle muy justo. Quedaron en que Ariadna haría una escapada a su casa para escoger la ropa interior.
Susana tenía entre sus elecciones de asistenta un espectro más limitado. Sin dudar ni un instante, Ariadna le hizo vestirse con la falda con velcro, que permitía retirar toda la parte del trasero, sin tener que quitarse la falda. Susana estuvo tentada de preguntarle por esa falda pero prefirió disfrutar con la prenda que tantas veces la había llevado al Nirvana de la autosatisfacción, siempre pensando en que Ariadna la obligaba a despegar ese velcro. Y cuando Susana pensaba que ya había completado su vestuario, con la blusa original ajustada que vistiera el primer día de su servidumbre voluntaria y unas medias de su colección personal, cuando Susana se disponía a dar por finalizada la sesión de guardarropa, plena de un erotismo arrebatador, donde las caricias fueron furtivas pero ampliamente toleradas y no hubo más que algún furtivo beso, Ariadna se puso a su espalda y le desplegó suavemente el velcro de la falda, dejando expuesto su rotundo trasero. Susana no pudo evitar jadear de placer. Sentía los pechos de Susana muy cerca de su espalda. Había esperado durante meses ese gesto, ese detalle. Esa falda aspiraba a ese momento que por fin llegaba casi sin avisar.
Ariadna quiso tocarla, abandonarse. Ella había ansiado el quitar el velcro tanto como su compañera. Se contuvo sin embargo sin que la situación resultara violenta para Susana. Le indicó que su ropa interior debía ser acorde con una falda con velcro. Se puso un tanga elegante, dentro de la elegancia que puede tener una prenda que sólo descubre. Decidió cambiarse de medias. Se limpió los zapatos. Estaba lista.
Cuando Marcos llegó a la casa se la encontró vacía. Susana se había marchado con Ariadna a la casa de esta. Allí continuó la selección de vestuario, pero esta vez Susana se había quedado en el coche esperando. Las dos mujeres volvieron en taxi a casa de Susana. Ariadna se adelantó, Susana dio un rodeo y entró por el garaje.
Marcos se alegraba de no encontrar a Susana en casa pero sintió miedo al no hallar tampoco a Ariadna. La llegada de esta le tranquilizó y su fastuoso vestido al que hacía sombra el atractivo rostro de Ariadna torno la tranquilidad en abierta excitación. Ariadna estaba radiante: había tenido una tarde como pocas recordaba en su vida, el mejor sexo es el que ocurre en la mente.
Marcos se comportaba como un degenerado. Susana estaba oculta en su dormitorio, moviéndose libremente por la casa en función de lo que hacía Marcos. Este trataba de seducir a Ariadna aunque burdamente, pensado que su dinero y la diferencia de clase eran más que suficientes. Ariadna sentía más desprecio que asco de sus torpes galanteos. Lo que más contenía a Marcos no era su inconstante fogosidad sino la inminente llegada de Julia y Ciro.
Marcos no paraba de preguntar por la asistenta. Quería ver a la fulana que les atendería. Aunque tenía el mismo miedo que Ariadna expuso a Susana: que fuera demasiado estrecha o una impúdica puta. En cierto modo le daba igual lo que ocurriera. La situación económica de su empresa se había tornado aún más azarosa. A pesar de la frágil unión entre Ciro y él, apenas una triste cita para el futuro sin garantías de ningún tipo, los movimientos de sus últimas operaciones se sostenían en un futuro acuerdo entre ambos. Se había dejado llevar por sus ilusiones, engañando a inversores y socios. A todos les hablaba del acuerdo como cosa hecha, lo que le había permitido vivir durante un tiempo en un ambiente laboral en el que se le trataba de héroe.
Acercándose la cita concertada se había ido bajando al suelo y ahora sentía un pánico desesperado ante lo que podía ocurrir. El ingenio de Ariadna le daba alguna esperanza. Dependía de una asistenta que se haría pasar por su esposa y de otra asistenta a la que no conocía y que bien podría ser hasta una prostituta.
Todos estaban nerviosos. Dentro de la casa Ariadna se preparaba para la parte de su plan que no estaba programada. Marcos se jugaba su futuro profesional y aún el económico. Susana se moría de vergüenza con sólo pensar que en unos minutos estaría vestida como una especie de ramera delante de su marido y dos personas de las que no había oído ni un buen comentario.
En el coche que aparcaba en esos momentos en el garaje el ambiente era más relajado. Aunque Ciro tenía mucha curiosidad ante lo que se iba a encontrar, a su edad no esperaba grandes sorpresas en la vida. Estaba curado de desilusiones y se dejaría llevar por lo que descubriera. Julia pagaba el precio de ser la mujer florero de un hombre rico. A veces tenía que ir a actos de acompañante en los que su papel era accesorio. Sabía llevar bien el estar sola en una fiesta, el tratar con personas que detestaba, el soportar el aburrimiento. En resumidas cuentas era un mujer de sociedad.
Pero no por ello era una estúpida. Hay que ser muy inteligente para cazar a un marido rico. Y tuvo la astucia suficiente como para que el suyo además no fuera demasiado despreciable, demasiado feo o demasiado presuntuoso. Aunque su marido Ciro no andaba escaso de defectos.
Julia asistía a esta cena con más ilusión que a muchas otras. Sería íntima con lo que no quedaría muy al margen. Siempre podría hablar con Marcos que era un antiguo amigo suyo. Y de paso observaría a esa asistenta tan curiosa de la que tanto habían hablado la última vez que se encontraron. Ella era la única que esperaba divertirse esa noche. Las cosas sin embargo empezaron mal para ella. Viendo cómo iba vestida Ariadna su discreta minifalda y su ajustado top la hacían sentir como si fuera con ropa de segunda mano. No era así en modo alguno, por cuanto Julia también era muy atractiva, pero le faltaba ese toque de clase que Ariadna tenía combinando prendas y que tan caro le había resultado a Susana.
Marcos tuvo que sufrir un bronco recibimiento de Ciro que esperaba que la tal asistenta Susana les abriera la puerta. No llegaba la criada que había prometido Ariadna y Marcos empezaba a pensar que aquello no tendría solución. Ciro se mostró tan poco conciliador como la otra noche o tal vez más al sentirse engañado.
Ariadna hablaba de asuntos intrascendentes con Julia que observaba con alegría como lo que ella había perdido en el combate por la elegancia su marido lo había recuperado en el territorio de la hombría. Marcos no sabía que hacer por agradar al pobre Ciro. Y Susana seguía sin aparecer.
La cena que habían encargado estaba preparada en la cocina pero si no había quien la sirviera el ridículo sería espantoso. Marcos pensó que incluso podría ser peor que si no hubiera invitado a Ciro porque las personas poderosas igual que pueden ayudar mucho, pueden hacer mucho daño cuando no están de nuestro lado o cuando saben de nuestra debilidad.
La noche comenzaba y los nervios estaban en su punto álgido cuando Susana apareció en el salón. Hecha un manojo de nervios, el contacto visual con Ciro le confirmó que era un hombre rudo y maleducado a pesar de tener una educación superior. No pudo mirar a los ojos a Julia porque temía que le reconocería. En realidad sabía que ella advertiría que era su esposa pero también quiso pasar sobre ese asunto como si con obviarlo en su mente bastase para apartarlo de la realidad.
Susana no sabía las mentiras que Ariadna o Marcos le habían contado a Julia y Ciro. Pensó que tal vez Marcos les dijo que se había divorciado y vuelto a casar y que él había elegido una asistenta que le recordara a su primera esposa. Improbable, el que se divorcia de alguien no es porque quiera recordarlo a diario.
El choque para Susana no fue nada comparado con el que sintió Marcos, al que se la cayó la copa al suelo, sin romperse, del susto. Mientras la tomaba de nuevo trataba de entender lo que ocurría, miró a Ariadna que se encogió de hombros. Susana le miró a los ojos y anunció que los entrantes estarían servidos en segundos, para que los comensales tomasen asiento.
Nadie dijo nada aunque todos miraron mucho. Ciro confirmó que el vestuario de la asistenta era casi pornográfico pero sus modales exquisitos. Se le cambió el humor de golpe, viendo que se podría salvar la noche. Ariadna sufrió un choque al compartir con tanta gente el que era su dulce secreto. Marcos ya sabemos cómo estaba. Y Julia sonreía.
La cena comenzó con una charla animada, frases fugaces y divertidas sin conversación definida. Marcos apenas se había recuperado cuando pasaba a sorprenderse viendo cómo su esposa era capaz de servir los platos con magistral exquisitez mientras caminaba sobre unos tacones de vértigo. Los vaivenes de Susana causaban miradas poco furtivas por parte de Ciro y la propia Julia, que no era tan estrecha para no disfrutar de una mujer bella. La elección de las sillas no había sido casual, los invitados estaban de cara a la cocina y podían ver las entradas y salidas de la criada. Ariadna y Marcos, de espaldas, apenas si la veían hasta que estaba junto a ellos en la mesa.
Marcos y Susana recelaban de Julia. Cada vez que esta decía algo a Ciro pensaban que estaba destapando el pastel. Julia dudó en el primer instante, sorprendida por la despampanante asistenta. Luego estuvo casi convencida de que era la antigua esposa de Marcos, se habían visto más veces. Lo único que le hizo dudar era que le resultaba demasiado obvio. Alguna traición de la memoria quiso pensar, le sugería un parecido imposible.
Marcos sabía que su obligación como marido era la de ir a la cocina con cualquier excusa y tratar de enterarse de lo que estaba pasando. Pero también era consciente de que si hacía esto tendría que pedirle a su señora esposa que se vistiera como Dios manda y dejase a esos degenerados a su propia suerte. Fue cobarde y pensó que si ella estaba atendiéndoles como asistenta era por algún motivo que no podría echarle en cara por cuanto él ni siquiera se lo propuso.
El vino blanco regaba los entrantes y el servir el primer plato provocó el primer desliz de Susana que tuvo que agacharse un poco para colocar la bandeja sobre la mesa sin molestar a Ariadna. Al hacerlo sus pechos se abalanzaron hacia el escote, aguantando el envite pero recordando la fragilidad de su vestuario. Su vuelta ilesa a la cocina se celebró con un repaso general a su falda con una extraña forma de velcro que no ocultaba la rotundidad de su contoneante trasero.
Ariadna trataba de aguantar la conversación, no echaba leña en el fuego que ella había provocado. Ciro trataba de ensalzar las virtudes de la criada, para ver si salía de nuevo el tema de su inocente castidad. Pero ninguno de los anfitriones quería que se hablara sobre ello y desviaban la atención como podían.
Julia, la convidada de piedra, quería desentrañar lo que ahí estaba ocurriendo. La relación entre Ariadna y Marcos era fría y artificial. La asistenta se parecía demasiado a su anterior esposa. Cuando Susana le sirvió un poco de agua, la copa cayó como por accidente sobre Julia, que se mojó un poco.
Surgieron las disculpas y Susana hizo lo que pudo para secar a la invitada y lo que había caído sobre la mesa. Sabía que no había sido culpa suya pero eso nunca importa cuando trabajas en el servicio.
Julia pidió a Marcos que le indicara donde estaba el baño para que pudiera secarse. De sobra sabía el camino, pero Marcos la acompañó.
En la mesa comenzó el descontrol. Ciro preguntó abiertamente si era verdad lo que había oído sobre Susana, estando esta delante. Afortunadamente para todos, Ciro no recordaba quién le habló en esos términos. De hecho tampoco recordaba la historia de la casta Susana que Ariadna le había contado. Su mente recordaba que era "una tía muy buena y refinada que se vestía como una fulana y se dejaba meter mano pero no que se la tiraran". Ariadna dijo un modesto "claro" y Susana secaba sin estar segura de a qué se referían. Sintió la mano descarada del invitado que se posaba sobre su muslo izquierdo, sin pudor pero sin demasiada desvergüenza. Susana se retiró hábilmente sin decir palabra. Ciro no quedó complacido pero tampoco decepcionado.
En el baño Julia hablaba a Marcos sobre Ariadna. Le decía que dónde se habían conocido y cuánto llevaban casados. Marcos respondía improvisando y sin recordar sus propias respuestas. Julia le dijo que era muy atractiva y que tenía unos pechos que serían la envidia de todas las treintañeras de España. Marcos reconocía que sí. Como el que habla del tiempo Julia le sugirió que a Ciro le había gustado también mucho y que estaría encantado de "conocerla mejor". Su esposo Ciro era un hombre muy generoso y sabría compensar un favor con otro favor. Todo esto dicho mientras se secaba con una toalla en el cuarto de baño, sin el mayor apasionamiento. Marcos respondió con un "no" poco convencido mientras que Julia ponía más cartas sobre la mesa. Si aceptaba podía contar con que Ciro le acogiera como asociado.
Julia era una chica guapa, con buen cuerpo y de gustos caros. Pero en modo alguno era tonta. En un habitación con tres mujeres despampanantes, con dos hombres viciosos todo el mundo acababa pensando en sexo tarde o temprano. Julia se tiró el farol de la propuesta de cambiar a la propia esposa por una relación comercial a sabiendas de que en su mano y la de Ciro estaba el que esto se expusiera abiertamente o no se mencionara en toda la noche, dejando a Marcos con la duda de si lo que Julia le había propuesto sería cierto o no.
No arriesgaba nada y las dudas de Marcos le dejaron más o menos clara la situación. Desde luego, Julia no lo entendió todo, pero sí lo más importante y lo que le interesaba: que Susana era verdaderamente la esposa de Marcos. Mientras volvían a la mesa con los demás, mientras Marcos estuvo a punto de lanzarle un "de acuerdo" cuando se sentaban, Julia había estado ordenando sus piezas.
Pensó que Marcos se había enterado de su boda con el importante empresario Ciro. Que había tratado de atraerlo profesionalmente y que en la certeza de que Susana, su mujer, no podría deslumbrarlo ni conseguir que le atrajera sexualmente, había buscado una mujer un poco más ingeniosa y exuberante. Pensó que la historia de Susana, la asistenta provocativa, era una muestra más de hasta qué punto estaba desesperado por atraer a Ciro hacia sus negocios. En un segundo intento hasta ofrecía a su verdadera esposa.
Julia también consideró que pudiera ser que Ariadna fuera la asistenta de la casa. Pero sus delicadas manos y modales no concordaban con una profesión así. Era lo único que la mantenía desconcertada pero sintió vergüenza ajena por su amigo Marcos y quiso disfrutar con la situación.
Cuando llegaba el segundo plato, con los tintos sobre la mesa, Julia detuvo un segundo a Susana antes de que se marchara tras servir los platos.
Es muy curiosa la falda que llevas. - dijo Julia. - ¿Me dejas que la vea mejor? Susana no tuvo sino que complacerla. Julia miraba con el rabillo del ojo la respuesta de Marcos al tiempo que tocaba un poco la falda. Se dio cuenta de que lo que le llamaba la atención era un velcro. Le pareció demasiado osado ir más adelante pero lo dejó bien claro.
Es un velcro para quitar la parte de atrás de la falda. - mirando a su marido Ciro ajena a que este ya había tocado el firme muslo de Susana.
Se produjo un tenso pero breve silencio en la mesa. A pesar de la tirantez de la situación, Ariadna se sentía menos presionada. No había comido nada en todo el día y el vino llegó a su sistema nervioso antes que el resto del alimento. Sentía algo muy fuerte por Susana pero no dejaba de ser un afecto impetuoso. Empezó a relajarse y tratar de ver qué ocurría. Marcos estaba hecho un manojo de nervios y esto hacía que su conversación resultase pobre y errática. Ciro empezaba a pensar que lo único interesante de la noche era la asistenta.
¿Cuántas atracciones en el espacio de una habitación? Marcos por su mujer y por Ariadna - tal vez no en ese orden. Y por los negocios de Ciro. Ariadna por Susana, por Julia y también por la situación que se había creado. Julia tenía pasiones débiles por todos los comensales, fueran estos hombres y mujeres. Quizás el misterio de Ariadna le daba cierta ventaja sobre los demás. Y sentía arrebato por la morbosa cena en que se encontraba. Ciro sólo gustaba de Julia que no en vano era su esposa y de la casta Susana. Sorprendentemente no sentía ninguna atracción por Ariadna, que le parecía una mujer demasiado resabiada.
Susana en la cocina sentía que el conflicto entre su amor por Ariadna y su marido había finalizado en favor de la primera. También sentía que tendría que pasar peores malos ratos que el que le tocaran el muslo las manos de Ciro. Y por Julia sentía una profunda sumisión, no era capaz de mirarla a los ojos asustada de que le descubriera.
Todos habían podido aliviar tensiones con el alcohol de buenas bodegas menos Susana que sería quien más lo necesitaría. Optó porque fueran Marcos y Ariadna los que controlasen hasta qué punto podrían tolerarse los abusos del maduro empresario.
Desde la cocina oía perfectamente lo que se hablaba en el salón. Ciro se quejaba de que la comida era muy del montón, a pesar de que había sido preparada por un supuesto gran chef. Los caterings prometen más de lo que cumplen, Susana tuvo que venir a traer más bebida. Ciro la vio acercarse y decidió que ya había esperado demasiado para ver hasta qué punto podía tocar a la criada. Le dijo sin preámbulos que se acercara. La gente en la mesa miraba con atención, cuando Ciro la tuvo a escasos centímetros tiró un plato pequeño contra el suelo, de tal suerte que lo rompió en mil pedazos.
- Se me ha roto un plato. - dijo Ciro.
En la mesa, Ariadna y Julia miraban con atención. Susana se agachó a recoger los pedazos más grandes. Podía alejarse de la mesa y permanecer de frente a los invitados pero sabía que eso no era lo que esperaban de ella. Así que se giró quedando al alcance de la mano de Ciro. Con dignidad, no trató de agacharse doblando las rodillas, sino que con un descaro servicial mantuvo sus piernas completamente rectas bajando el torso en un alarde de flexibilidad y erotismo. Ariadna le había enseñado ese gesto en sus inicios como asistenta. Cuando rompía algo tenía que compensar su torpeza recogiéndolo en esa postura forzada e indecorosa. La falda subió poco por cuanto ya era bastante corta, mostrando gran parte de las apetitosas nalgas de Susana.
Fueron pocos segundos que todos vivieron, cada uno a su modo, intensamente. Susana rezaba porque pudiera alcanzar las piezas pronto pero las tenía que ir atrapando con supuesta tranquilidad. Marcos estaba humillado pero callaba pensando que mientras los otros no supieran la verdad era como si no le causasen mal alguno. Ciro no se contuvo ni un instante. Llevó su mano al muslo de Susana y por encima del liguero tocó la carne recia, con calma y sin oposición. Y cuando Susana terminó de recoger los grandes trozos le dio una fuerte nalgada que retumbó en toda la sala.
Nadie decía nada. Mientras Susana se marchaba Ciro dijo:
- Tiene un culo bien firme. Pero no me creo que no te hayas follado a tu criada. - dijo a Marcos.
- Te puedo asegurar que no. - dijo Marcos sin ninguna convicción.
- Yo tampoco lo creo. - dijo Julia.
- Espero que no sea así. - dijo Ariadna con un benevolente enfado. - Ya oísteis que Susana es una mujer enormemente casta y que no se dejará.
Entonces volvió Susana con una escoba a recoger los trozos más pequeños, tratando de no estar al alcance de la mano de Ciro. Pero este dijo:
- Permitidme que no os crea ni una palabra.- Se acercó a Susana y le dio un tirón del velcro de la falda, dejándola medio desnuda. El trozo que separó lo lanzó sobre el sofá y con calma Ciro volvió a sentarse, observando trabajar a Susana que tuvo que subirse la minifalda que había bajado por culpa del tirón y que exponía su precioso trasero oculto bajo un tanga blanco.
Marcos pensaba cómo salvar la situación. Quería quedar bien con todos y eso era imposible. Sus prioridades eran por supuesto Susana y Ciro, aunque tal vez no en ese orden. Recordó la oferta de Julia en los baños. Podría distraerlos ofreciéndole a su falsa esposa, Ariadna. Pero le extrañaba porque Ciro apenas había mostrado interés por ella. No sabía cómo hacerlo. Miró a Ariadna, estaba despampanante pero irradiaba elegancia. Su esposa sin embargo parecía una puta antes de empezar un trabajo.
Era evidente que los gustos del empresario eran otros. Llamó fuera a Ariadna, supuestamente para ir trayendo los postres. Quiso hacerse el simpático con Ciro y le dijo:
- Ya ves que Susana es una mujer imperturbable.
Ariadna se imaginaba lo que Marcos le iba a proponer, este le dijo que hiciera algo por desviar la atención. Le prometió muchísimo dinero, más del que él mismo disponía. Total, era la persona a la que menos le importaría mentir. Ariadna para su sorpresa aceptó, pero exigió a cambio que él tendría que seducir a Julia. Y sin opción negociación, Ariadna cargó con la bandeja de tarta y la depositó sobre la mesa.
Marcos volvió a la mesa. Tenía algo más que antes, pero no era suficiente para tranquilizarlo. El espectáculo en el salón era bochornoso. Susana pasaba la escoba mientras Ciro le masajeaba el trasero con poca sutileza, apretando de vez en cuando, palmeando con fuerza las nalgas. La impasibilidad de Susana le había conseguido excitar.
- A esta zorra me la pienso tirar. - dijo Ciro que volvió a la mesa cuando Susana terminó de recoger los trozos del plato roto.
Julia observaba como Marcos no hacía nada al respecto. Supo que Marcos se había marchado a dialogar un posible intercambio, no había otra posible opción. Era el único gesto noble de Marcos en toda la noche. Julia disfrutaba viendo cómo Marcos era incapaz de controlar los sucesos y cómo ni aún tenía dominio sobre la consorte Ariadna.
Un poco borracha, un poco cachonda, un poco divertida, Julia se quitó un zapato de tacón y pasó su pie descalzo de forma casual junto a la pierna de Ariadna. Era un aviso: podía pasar como un roce accidental pero la otra persona no podía sino darse cuenta de que el pie estaba sólo enfundado por la suave media.
Para su sorpresa, Ariadna no se sorprendió. Tampoco permaneció pasiva. Ella misma se descalzó y pasó su pie por la superficie de la pierna de Julia, con una pericia que bien pareciera que estaba viendo lo que ocurría debajo de la mesa y con una delicadeza más propia de una mano que de un pie.
Julia se mordió el labio inferior, sorprendida y excitada. Marcos vio el gesto y pensó que estaba algo cachonda por lo que había visto hacer a su marido con Susana. También pensó que tal vez Ariadna estaba esperando a que él iniciase la seducción de Julia así que le dijo:
Estás preciosa Julia. No sé cómo Ciro se atreve a tocar a mi asistenta teniendo una mujer tan atractiva. - Y pensó que había sido osado y valiente, sin darse cuenta de que Ariadna le aventajaba en la corte a la bella Julia. Ariadna movía su pie con maestría, sin que los demás notasen su juego. Julia se dejaba hacer, cachonda perdida al ver la seriedad de los maridos ajenos a la impudicia que ocultaba la mesa.
Tú no tienes ni idea de mujeres. - dijo Ciro. - Hay mujeres para unas cosas y mujeres para otras. Susana es una mujer para follársela, si no te la has tirado todavía es que eres gilipollas.
Ciro había perdido las formas por completo. Había bebido más que los demás pero sobre todo despreciaba a Marcos que se había comportado como un inútil durante toda la cena.
- Susana ven a limpiar esto. - Llamó Ciro desde el salón.
Y Susana fue con miedo a cumplir lo que le dijeran. El halago a Julia por parte de su marido, aunque fingido, le hacía sentirse mal, despreciada por ese desgraciado. Eso le daba fuerzas para no rendirle cuentas por su comportamiento. Haría lo que quisiera. Y no haría lo que no le apeteciera.
Cuando la vio llegar, igual que antes, tiró el postre. Pero esta vez lo hizo sobre sus propios pantalones, que previamente se desabrochó. Aquello fue de una vulgaridad total y provocó malestar entre los demás. Susana vio lo que se le presentaba. Dudó. Julia entonces dijo:
Mi marido sabe que puede hacer lo que le parezca sin tener que pedirme explicaciones, pero creo que tú, Marcos, como señor de la casa, tendrías que dar tu opinión al respecto, viendo si estas tareas corresponden a tu asistenta...o a otra persona. - dijo Julia que daba una tabla de salvación a Marcos.
Ciro es un gran amigo mío. - dijo estúpidamente Marcos, tras tragar saliva y orgullo. - Digo yo que él sabrá apreciar las atenciones que reciba en esta casa.
Ciro lo ignoró y acercó a Susana a su entrepierna. Esta quiso limpiar con una servilleta el estropicio que este había creado a propósito. De nuevo se agachó exponiendo por completo su culito, esta vez a los ojos de Marcos. La recién manchada ropa interior de Ciro mostraba una erección de escasa potencia.
Dile entonces a tu criada que sería mejor que le quitase los pantalones a mi marido. -dijo Julia que ya disfrutaba insultando a Marcos.
Sí Susana, haz el favor de retirarle los pantalones al señor. - dijo Marcos desesperado.
Ciro y Susana se dejaban guiar. Julia dijo que era una pena porque también se había manchado la ropa interior. Marcos ordenó a Susana que le quitase los calzoncillos. Marcos esperaba el mal menor, al menos satisfacer los deseos de Ciro y que su secreto no quedase al descubierto. Susana limpiaba primero con la servilleta lo que no hacía falta limpiar. Le pareció muy desagradable la visión del aparato de Ciro. Su pene era nervoso pero poco grueso con una erección que sería dada por gatillazo en muchos casos. De longitud mejor no hablar y los testículos parecían descolgados del cuerpo, todo aderezado con un vello púbico que no daba sensación de mucha salud.
- Ariadna, por qué no me enseñas ese vestido que me comentaste antes. - dijo Julia a su compañera. - Y ambas se levantaron de la mesa, evitando el bochornoso espectáculo, en dirección al supuesto dormitorio de Ariadna. Marcos quiso acompañarlas pero sintió miedo de dejar a su esposa sola.
Ariadna iba delante, contoneándose con descaro. En mitad del pasillo se paró en seco. Se giró y tomó a Julia de la cintura. Las dos mujeres se besaron apasionadamente, tocándose con sabiduría femenina. Julia quería sobre todo acariciar los pechos de Ariadna, pechos que toda la noche le habían estado torturando. Esperó a que Ariadna se despegara de su lengua. Julia tentó sus pechos por encima del escotado vestido con cuidado, poco a poco, como en un reconocimiento médico. Ariadna jadeaba abiertamente, abandonada a un día de supremas tensiones y placeres. Sentía el vestido demasiado pegado a su piel. Tardaron en llegar al dormitorio de tanto que se deseaban.
Ariadna empujó a Julia a la cama, cayendo esta por sorpresa. Julia no era mujer fácil y agarró a Ariadna del brazo, tirándola suavemente a su lado. Se volvieron a besar profundamente, mordiéndose los labios. Ariadna le quitó a Julia el top dejando ver su sensual sostén que confirmaba la rotundidad de sus pechos. Julia quiso corresponder y le dio la vuelta a Ariadna empezando a desabrocharle el vestido, pero antes de que terminara, cuando había bajado el primer tramo de la cremallera, Ariadna se dio la vuelta y le dijo que no con la mano.
Puso suavemente a Julia sobre la almohada y se subió a su cuerpo, comenzando a besar su cuello con tranquilidad. Julia estaba verdaderamente excitada con lo que su compañera le estaba haciendo pero se había quedado con ganas de desnudarla por completo así que cuando esta había bajado por sus pechos, aún cubiertos por el sujetador, trató de echarla a un lado para continuar su trabajo. Ariadna sonrió pero volvió a decirle que no con la mano. Este gesto excitaba tremendamente a Julia que no iba a dejarse hacer fácilmente. Julia le quitó la minifalda, dejándola sólo con las medias y la ropa interior.
De nuevo Julia intentó desnudar a Ariadna y viendo que esta se oponía aprovechó sus conocimientos rudimentarios de defensa personal para desequilibrarla con un hábil movimiento y dejar a Ariadna de tal suerte que su estómago quedaba apoyado sobre las rodillas de Julia, quedando con el trasero hacia arriba. Julia aprovechó su oportunidad para desabrochar el vestido de Ariadna por completo. Se lo quitó y sintió que el corazón casi se le salía del pecho al ver a tan excitante mujer en lencería y con las medias aún puestas. Contempló a Ariadna que sin embargo se revolvió en la cama, consiguiendo recuperar la posición superior, quedando su cabeza más cerca de los pies de Julia. Le quitó las medias mientras Julia acariciaba y besaba sus nalgas. Ariadna se giró y besó una vez más a Julia. Con las medias de esta en las manos, pasó una de ellas por la muñeca derecha de Julia que acusó la sorpresa con un gemido de placer. Lentamente sintió el suave tacto de la seda pasando por la piel de sus muñecas, que se acercaba a la otra mano. Hábilmente Ariadna le hizo un nudo. Julia estaba a punto de explotar de excitación, pero peleó e impidió que Ariadna lo cerrase. Las mujeres rodaron por la cama, Julia luchando por liberarse y Ariadna por atraparla. Al final Julia se salió con la suya y recuperó la media perdida, dejando a Ariadna tirada a un lado. Julia se rehizo y con una velocidad que a ella misma sorprendió, anudó las manos de Ariadna, pero a su espalda en vez de por delante como Ariadna había pretendido hacer con Julia.
Lejos de enfadarse, Ariadna luchaba para soportar tanta lujuria, jadeando por el cansancio y la excitación. Julia no quiso reafirmar el lazo, por cuanto aquello sólo tenía un valor simbólico. Julia se subió a la espalda de Ariadna que no pudo ver los pechos de su excitante invitada pero sí el caer de la prenda a un lado de la cama y el tacto suave y cálido de los pezones que rozaban su espalda.
Por otro lado, Susana pronto tuvo que dejar la servilleta. "Limpia mejor al señor con la lengua" había oído de los labios temblorosos de su propio marido. Susana se afanaba pero era mala en los trabajos orales. Los vítores de Marcos ("intenta dejar bien limpia la mancha del señor") complicaban su tarea, provocándole lágrimas que no podía contener. Ciro se enfadaba al no recibir lo que deseaba. Susana se tragaba toda la longitud del pene, insalivándolo bien. De vez en cuando paraba en seco y lamía bien los testículos. Pasaba la lengua desde la base del pene hasta la punta del mismo, para luego introducírselo de golpe en la boca. Sin embargo algo fallaba, faltaba naturalidad o coordinación.
Susana sufría no sabiendo hacer bien lo que le pedían y recordó la maestría demostrada por Ariadna algunos meses antes. Apreció lo que ésta hizo por ella, quitándose al inspector de Hacienda de encima dándole una legendaria mamada. Aunque había estado bastante ocupada con Ciro, sospechaba que Julia estaba con Ariadna haciendo algo más que ver vestidos, pero no se lo tomó en cuenta. Estaba sufriendo en sus propias carnes el suplicio que ella había pasado en su lugar. Sentía que había alguna justicia en lo que el destino le estaba obligando a hacer.
Ciro se quejaba abiertamente. "Al menos" - pensó - "no se trata de una prostituta o no habría durado en el negocio". Lo entendió como una especie de triunfo. Aunque la asistenta era una mala mamadora, al menos era una mujer casta. Todo hombre cree llevar a un gran seductor en su interior.
Ciro suspendió la sesión, dejando avergonzados a Marcos y a Susana, cada uno por motivos diferentes. Marcos vio el pene de Ciro y sintió asco. No era ni demasiado pequeño ni demasiado extraño. No era más que el instrumento de un hombre de cierta edad, deteriorado por el paso del tiempo. Eso aumento su impotencia.
Ciro llevó a Susana de la mano al sofá. Marcos les acompañó. Ciro se desnudó por completo e hizo lo propio con Susana. La tumbó sobre el sofá. Susana abrió instintivamente las piernas. Sería todo menos doloroso si colaboraba. Marcos retiró las medias que habían quedado colgando de los pies de su esposa. Ciro trató de entrar en la intimidad de Susana pero el cuerpo de esta no estaba en modo alguno preparado. Marcos lo entendió y propuso ir a por una crema lubricante.
Al llegar al dormitorio se encontró el espectáculo de Ariadna y Julia. A pesar de estar atada por las muñecas con las manos en la espalda, Ariadna había luchado por liberarse con sus piernas libres. Julia había tenido que defenderse con cuidado pero fue capaz de dominar a la indómita Ariadna. Poco a poco había mordido y besado gran parte de las delicias del suculento cuerpo de mujer que yacía atado bajo el suyo. Tomándose todo el tiempo del mundo Julia había quitado las medias de Ariadna. Había jugado con sus muslos y con sus pies. Entonces la liberó de sus ataduras. Se abrazaron y besaron con pasión. Julia tenía en las manos las medias de Ariadna y se pasaba la lengua nerviosamente por los labios. Ariadna pensó pelear pero Julia le dijo que no con la mano y le ató las manos de nuevo a la espalda, esta vez con sus propias medias. Después, la desnudó por completo. Disfrutó de la visión de su cuerpo. Como parte de su juego, Julia vistió a Ariadna con las medias que ella había traído de casa, era una forma de colonización, como cuando un descubridor clava una bandera en el terreno. Ariadna tuvo entonces un orgasmo que no impidió que Julia continuara cubriendo sus piernas con parsimonia.
Entonces llegó Marcos, presto a tomar la crema lubricante, encontrando a las mujeres semidesnudas disfrutando de sus cuerpos y berreando de placer. Pensó en llevar la crema y luego incorporarse al festín. Tanto había sufrido que tenía derecho a llevarse algo positivo de la noche. Como algunos hombres, pensaba que dos mujeres en la cama apenas si podían entretenerse hasta que llegase un hombre a darles verdadero placer.
Como forma de aviso de su inminente incorporación a la cama, acarició la espalda de la indómita Julia. Las mujeres sin embargo no lo necesitaban para nada en el lecho. Sus cuerpos eran tan voluptuosos que había carne para contentar a dos docenas de personas. Pero eran glotonas del deseo y no querían dejar ni un centímetro de la piel de la otra mujer en manos de otro y menos aún si se trataba de un pusilánime marido engañado con su complacencia.
Julia le rechazó con un manotazo, Marcos tomó la crema y salió del dormitorio. Su llegada sin embargo, había roto parte del encantamiento. Julia se enfadó por la interrupción. Ya había reparado en una de las mesitas de noche del dormitorio, en que encontró una foto de la boda de Marcos y Susana que confirmaba sus sospechas, pero el cuerpo de Ariadna hacía olvidar a Julia la existencia de otras personas en el mundo. Dejó a Ariadna en la cama, despidiéndola con un apasionado beso y tomó la fotografía.
Marcos llegó ofreciendo la crema a Ciro que había perdido su excitación sexual. A continuación llegó Julia que le ofreció el retrato que había encontrado en el dormitorio. Susana se sorprendió de verla casi desnuda, cuando Ciro vio la fotografía lo entendió todo. Y recuperó su erección.
Marcos se contentó con que nadie dijera lo que ya todos sabían. Ciro consiguió penetrar a Susana, que ni sufría ni disfrutaba de la situación, se sentía un objeto inerte.
Ciro había bebido demasiado y no era un chaval así que sólo el morbo le permitía cabalgar con garantías de llegar a su destino. Sus manos apretaban con brutalidad el cuerpo de Susana. Ahora gritaba a Marcos:
- Mira cómo me follo a tu esposa.
Y Marcos seguía ahí sentado viendo la escena. Julia observaba con lascivia la situación tan vergonzosa a la que la ambición y la poca personalidad había llevado al que fuera su amigo. Y se tocaba excitada al ver la humillación de un matrimonio. Ariadna se había vestido y volvía al salón. Su especie de venganza se servía fría y sin pasión.
La voy a embarazar como se descuide. - gritaba Ciro que sentía que de un momento a otro podría perder su excitación o terminar en un orgasmo. - ¿Toma tu mujer la píldora?
Sí. - dijo Marcos.
No importa, voy a soltarle una corrida tan fuerte que no creo que eso importe. - dijo Ciro triunfante.
¿Dejas que cualquiera se acueste con tu mujer sin preservativo? - decía Ciro al que la frialdad que expresaba Susana la compensaba con el calor que le provocaba el desprecio a su marido.
Susana entendió que aunque ella sufriera el abuso del insolente empresario, podía desplazar toda su humillación hacia su marido. Fingió burdamente el supuesto placer que recibía, con gemidos exagerados y frases de jaleo a Ciro.
- Cuánto placer me estás dando. - decía Susana, a gritos. Y como viera que Marcos no sufría lo suficiente. - Me llenas toda por dentro. Siento que tu polla me va a estallar en las entrañas.
Ciro sabía que era mentira pero sí que creyó que era más hombre que Marcos y que quizás su pene era más poderoso, algo totalmente alejado de la realidad. Bombeaba con un esfuerzo de concentración, tenía miedo de cambiar de postura no fuera que su frágil libido le traicionara.
- Por fin sé lo que es disfrutar con un hombre. ¿Cómo he podido vivir todos estos años sin tu poderosa polla? - continuó Susana.
- Tranquila, hoy te daré una ración tan grande que vas a recordar toda tu vida lo que es un verdadero macho. - decía Ciro. - ¿Quieres que pare ahora?
- No por favor, sigue dándome por lo que más quieras. Métemela bien dentro. - era la respuesta de Susana.
Susana sentía corte viendo cómo otra mujer se tocaba en su propia presencia. Aunque Julia se tocaba más pensando en Ariadna que en la actuación de su marido.
También sufría Susana al pensar que su marido y la mujer que creía que amaba tenían que ver el grosero espectáculo. Por Ariadna quiso mantener la compostura. Cambió el registro de su ficción teatral al darse cuenta de que el fingir placer hacía que no sufriera.
- Basta, por favor. - Y paraba para jadear. - Me haces daño, no sigas tan adentro- Y seguía jadeando. - Marcos, por favor, dile que pare, que me está matando de placer.
A propuesta de Susana cambiaron de postura, ella se subió encima del esforzado Ciro que recibió con alegría una postura en que todo el trabajo corría de parte de Susana. Esta se movía con fuerza y Ciro apretaba sus nalgas hacia él, estrujándole el trasero, que estaba a la vista de todos, con rabia.
Y Marcos seguía impasible sin reaccionar. La desnudez y la proximidad de Julia y el hecho de que estuviera tocándose le parecieron una opción de recuperar algo de su hombría. Se acercó a ella con una mirada de falsa seguridad. Le tocó el culo con una sonrisa en los labios. Julia devolvió la sonrisa, incluso pensó en condescender por cuanto necesitaba aplacar su excitación. Pero justo en ese instante Ariadna se acercó a la pareja. Aburrida en la cama se había soltado con sencillez el nudo y volvía donde estaba la marcha. Quizás el trío pudiera finalmente ocurrir, pensó el incauto de Marcos al ver la llegada de otra mujer medio desnuda. Ariadna se interpuso entre los dos y de un hábil empujón lo mando fuera, besando los labios lujuriosos de Julia.
Marcos se comportó como si fuera un juego de dominación, trató de acercarse de nuevo a las mujeres, pero un gesto de Ariadna le confirmó que no era ese su destino. Tras descartar a Marcos, Ariadna dio una nalgada a Julia para que esta se encaminase al dormitorio. Allí continuarían lo que el dueño de la casa había interrumpido. Julia se sentía sucia y sumisa por el cachete en la nalga, aunque también salvaje el tener que seguir a una mujer vestida con sus medias. Todo esto la volvía completamente loca de placer.
Las frases y gemidos de Susana excitaban a las mujeres en su peregrinación hacia la cama. Susana había fingido ya dos orgasmos, contenta al saber que simulando placer sentía menos dolor. Ciro se preparaba para el suyo. Apretó a Susana en las nalgas haciéndole incluso daño y se estremeció lastimosamente, siendo ayudado por los traqueteos de Susana que comprendió que ese hombre no tendría para una segunda embestida. El semen salió con poca fuerza, pero abundante. Los sonidos que emitía mientras se corría eran más propios de un jabalí que de un ser humano. Marcos rezaba porque ese fuera el fin de sus penas.
En cuanto terminó, Ciro perdió todo el interés por el sexo. Sintió asco por el matrimonio anfitrión. Salió del cuerpo de Susana y se vistió como pudo. Los pantalones estaban hechos un asco. Marcos quiso terminar de limpiárselos, Ciro lo rechazó y le dijo:
- Eres un miserable cornudo. No quiero saber nada de empresas dirigidas por gente como tú. Yo sólo trato con hombres de negocios, no con señoritas.
Marcos recuperó parte de su hombría. Nada podía ya esperar. No tenía enfrente más que a un hombre avejentado. Pensó en matarlo o al menos machacarlo a golpes, pero no tenía alma ni fuerzas suficientes viendo a su esposa desnuda sobre el sofá, destrozada. Perdió toda su entereza y se echó a llorar.
Ciro llamó a voces a Julia que tardó en volver al salón. Le costó dejar las mágicas curvas del cuerpo de Ariadna atado con las inocentes ligaduras pero sabía que debía dar prioridad al hombre que pagaba las facturas. Se despidieron con un largo beso. La soltó y se llevó las medias, para completar un intercambio de prendas como hacen los deportistas con las camisetas. Si le preguntasen por cuántos orgasmos había tenido esa noche no sabría dar respuesta.
El matrimonio invitado se marchó sin decir palabra. Susana seguía tirada sobre el sofá. Marcos lloraba en una silla. Ariadna se marchó por la puerta de atrás, sin decir nada. Otro día volvería a por Susana.