Ariadna una asistenta de armas tomar (5)
La asistenta y la señora ponen sobre la mesa lo que sienten la una por la otra.
Ariadna era la asistenta de Susana pero con un juego entre las dos mujeres había intercambiado papeles con su señora. Ahora sin embargo se había dado una situación en que el marido de Susana, Marcos, necesitaría que este intercambio de personalidades se llevase a cabo con él y unos amigos delante.
Habían pasado un par de días sin que Ariadna hiciese nada al respecto. Tampoco tenía muy claro cómo contárselo sin ofenderla o que ella se negase en rotundo. Prefirió olvidarse un poco del asunto durante unos días.
Susana sufría en silencio su atracción hacia Ariadna que la trataba con cierta apatía que la desanimaba por completo. Los últimos días había observado cómo su objeto de deseo vestía de forma más sugerente. Siempre atenta a los más mínimos detalles, las faldas se le antojaban más cortas. Los tops más escotados, las blusas más ajustadas. Ariadna se había convertido en la animación de su vida y le encantaba el comienzo de la mañana cuando se encontraban por la mañana y conversaban brevemente. La vuelta de Ariadna por la tarde le resultaba atractiva, porque era un momento en que ambas se relajaban, sin tareas de por medio la mayoría de las veces, pero también le causaban tensión por el miedo a que su marido las encontrara.
Una de esas tardes Ariadna volvió con una falda corta celeste y unas medias oscuras lisas. Completaba su sugerente vestuario un top blanco muy sexy y una chaqueta a juego con la faldita. Se veía preciosa, pensaba Susana, pero al mismo tiempo se desilusionó al pensar que era un vestuario totalmente distinto al de la mañana. Había tenido oportunidad de cambiarse en casa; tal vez había estado con un hombre mientras ella se limitaba a hacer su trabajo. Se sentía estúpida pero no se atrevía a decirle nada a Ariadna. Su marido vendría de un momento a otro y podría olvidar su extraño destino durante el resto del día.
Susana estaba en la cocina secando la vajilla y Ariadna le hablaba a su espalda de temas triviales. Ariadna se puso en pie y se acercó a Susana mientras continuaban hablando. Ariadna le pasaba los vasos y cubiertos y Susana los secaba. Normalmente Ariadna no participaba en ninguna de las tareas así que esa novedad y el contacto furtivo de los dedos al pasarse los objetos convirtió una tarea insoportable en el mayor placer de las últimas semanas.
Todo se vio interrumpido por el ruido en el garaje: Marcos, el marido de Susana, llegaba con su coche. Como otras veces, Susana se sobresaltó y soltó la taza que en esos momentos tenía en las manos, preparada para correr hacia su dormitorio y quitarse las prendas que la identificaban con una asistenta. Ariadna sin embargo la agarró suavemente de la muñeca y con un movimiento natural la atrajo con calma hacia sí besándola en los labios. Susana abrió su boca y su lengua contraatacó con la fiereza que tantos días de deseo retenido provocaba. Se besaron largamente, Ariadna tomaba a Susana de la cintura y esta apenas si se atrevía a poner sus manos en el cuerpo de su musa del deseo.
La voz de su marido dentro de casa le recordó la urgencia de interrumpir lo que estaba haciendo. Muy a su pesar se soltó de la lengua y los labios carnosos de Ariadna y con un gesto le indicó que tenía que cambiarse antes de que su marido la encontrara. Ariadna no se inmutó y la agarró de la muñeca; con firmeza pero sin brutalidad y la atrajo de nuevo dándole otro beso más suave que los anteriores pero acompañado de las manos que tras bajar por sus caderas fueron a deslizarse sabiamente por sus muslos como sólo una mujer es capaz de tocar a otra mujer. Susana se debatía entre el mayor de los placeres que jamás había podido disfrutar y el miedo a que todo se descubriera. Ariadna sin embargo no le daba opción a elegir por cuanto cada vez que trataba de liberarse esta la atraía con la facilidad del que no tiene que vencer una firme oposición. Se tocaban mutuamente en un juego de exploración contra el reloj. Susana aprovechaba cada instante para palpar una parte del cuerpo que tanto había observado y ansiado. Los dedos de Ariadna le quemaban en la piel. A pesar de que la tocaba por encima de la ropa la sensación no tenía comparación con lo que su marido le hacía sentir.
Todo llegó a su fin. Marcos llamó a Susana desde el salón, contiguo a la cocina. Ya no podría salir sin que este la encontrara. El miedo se apoderó por completo de Susana. Ariadna le indicó que se ocultaran debajo de la mesa de la cocina. Era desesperado pero la única opción posible. La mesa tenía un mantel que no llegaba ni mucho menos al suelo, aunque algo sí que cubría. Allí se cobijaron las mujeres desesperadas. Si Marcos miraba un poco en esa dirección podía no darse cuenta, pero a poco que se fijase, notaría las medias oscuras de las piernas de las amantes.
La única opción era que Marcos no entrase en la cocina. Ocultas debajo de la mesa, Susana se dejaba hacer agarrotada por el miedo pero no ajena al placer. En la estrechez de espacio los movimientos no eran muy precisos pero eso los hacía más placenteros y sensuales si cabe. La respiración de las dos mujeres apenas si se podía distinguir. Se besaban como histéricas antes de una inminente crisis.
La entrada de Marcos en la cocina pilló a Ariadna con una mano en el pecho de Susana por encima del exiguo sujetador y con la otra bien debajo de la falda y más allá de su ropa interior. Susana se sintió morir pero albergaba alguna confianza en Ariadna, la mujer siempre segura de sí misma. Marcos pasó por delante de ellas sin fijarse, directo al frigorífico. Lo abrió y meditó durante unos segundos hasta que tomó una coca-cola. Se giró y se paró un instante frente a ellas. Los zapatos de tacón de Susana quedaban dentro de su ángulo de visión. Quiso Dios sin embargo que las cosas no fueran de otro modo y salió Marcos de la cocina con el refresco, no sin antes llamar a Susana desde allí. El coche de Susana estaba en el garaje así que ella debía encontrarse en la casa.
Susana sintió que se quitaba un gran peso de encima cuando su marido salía de la cocina. Ariadna ayudó a que fuera así moviendo sus dedos por la piel que cubría la braga de Susana. Los dedos tocaron sus labios sin aparente maldad. Susana sintió un placer desconocido y se abandonó conteniendo los jadeos que su cuerpo le exigía. Ariadna continuó impasible no dejando que las manos de Susana se acercasen a su cuerpo. Un dedo entró en su vagina y pronto le siguió otro. Y a esos movimientos siguió el estremecimiento de Susana cuando consiguió su primer orgasmo: una explosión de placer que tuvo que le pedía unos gritos que tuvo que contener.
Ariadna se separó de ella cuando más la ansiaba: Susana estaba deseosa de corresponderla. Pero Ariadna se desnudó por completo, salvo por las medias y los zapatos. Susana entendió e hizo lo mismo. Intercambiaron sus prendas; la asistenta ahora vestía de asistenta y la señora de gran señora. Susana pudo ir al encuentro de su marido, aún asustada de que le preguntase algo, pero compensada de sobra por el orgasmo que había recibido de manos de otra mujer. Y extasiada al sentir que las bragas que Ariadna le había dejado estaban empapadas.