Ariadna una asistenta de armas tomar (2)
Como Susana acabó por voluntad propia de empleada de su propia asistenta Ariadna teniendo que acatar todas sus órdenes.
Habían pasado ya dos semanas desde que Susana se tuvo que vestir de asistenta para ayudar a la que era su doncella habitual, a cambio de que esta le ayudase con el vestuario y el maquillaje para su fiesta de cumpleaños. (Recomiendo leer la primera parte de este relato).
Susana había pensado mucho en ese día. Con la perspectiva ya no lo recordaba tanto como un momento desagradable o humillante, sino como una evasión de su rutina entre tiendas, reuniones con falsas amistades y actos sociales.
Por un momento se había sentido liberada de la necesidad de hacer lo que los demás esperaban de ella, de tener que estar perfecta. Sólo tenía que hacer un trabajo y seguir las órdenes que le dictaran.
Aún así, no se sentía contenta con el trato que había recibido de Ariadna, su doncella. Esta se había mostrado muy orgullosa en el único rato en que había podido estar al mando. Susana por el contrario era mucho más educada cuando tenía que tratar con el servicio.
Susana pensó que parte de la culpa la tendría la propia Ariadna, que habiéndose criado en un entorno rudo de clase media/baja, había obtenido una educación que la incapacitaba para ciertas tareas más elevadas, como la sutileza en el trato con los demás.
Susana meditaba con la circunstancia de que tuviera que volver a vérselas en la misma situación con Ariadna. Algo desde luego no le acababa de gustar. Al final, se tranquilizó pensando que no era sino su empleada y podría despedirla cuando quisiera. Este pensamiento le hizo sentirse fuerte. Al fin y al cabo tenía la situación bajo control. Estas fuerzas la impulsaron a ganar confianza, al pensar que podía utilizar a Ariadna en sus juegos. No dejaba de ser una pieza prescindible. Y ella tenía que rellenar las horas del día.
Por eso no es de extrañar que un día Susana se pusiera a observar a Ariadna mientras esta limpiaba las copas. Ariadna nunca empezaba una conversación por cuenta propia, así que fue Ariadna la que primero habló: - Ahora veo por qué tardé tanto en limpiar la vajilla el otro día. - dijo con un tono conciliador. - Si te digo la verdad hacía años que no las limpiaba.
Ariadna no respondió nada así que Susana pensó que tenía que seguir hablando si quería despertar la conversación. - Frotas así tan fuerte cuando pasas los vasos por la esponja. Pensaba que no había que esforzarse tanto.
Ariadna meditó la opción de seguir callada, pero optó por romper su silencio.
- Todo tiene su ciencia. - dijo.
- Ya veo. - respondió Susana - tomo nota.
- Para la próxima vez. - dijo Ariadna, con una insolencia de palabras que ocultó con un tono neutro.
Susana tenía su buena dosis de maldad, pero no era ágil en los diálogos mordaces. La parada que se tomó para responder no le ayudó en nada. Pero desde luego la respuesta de Ariadna la había dejado totalmente descolocada. Habría una próxima vez. La chica de la limpieza pensaba que la señora de la casa tendría que volver a limpiar los platos de la cena y el desayuno.
Susana estuvo tentada de marcharse indignada, pero entonces se acordó de la opción del despido y recuperó todas las fuerzas. Con una orden suya Ariadna estaría de patitas en la calle y tendría problemas para llegar a fin de mes, problemas que ella nunca tendría. Y nada trascendería. Con ánimos redoblados, continuó:
- Lo que no entiendo Ariadna es de donde sacaste el vestido para limpiar que me prestaste.
- Era de mi antiguo trabajo. - respondió Ariadna.
Susana se quedó sorprendida. Acostumbrada a ver a su doncella con camisetas largas, casi de hombre, pantalones anchos o poco llamativos, no podía imaginársela con un vestuario tan inevitablemente atrevido. Pensó Susana que ambas tenían que tener tallas similares, tal vez Ariadna estuviera un poco más rellenita, se consoló Susana pensando que el vestuario discreto era una forma más de disimular las formas.
Así, pensar en Ariadna vestida de ese modo le chocaba. Pensó que Ariadna se sentiría como ella, frágil y expuesta, cada día que realizará su trabajo. Sintió un escalofrío, de nuevo se sintió segura en su puesto. Ella podía llevar el traje un día pero Ariadna lo llevaría siempre en su anterior empleo. Susana se sentía muy viva.
- ¿Tenías que vestir así en tu anterior trabajo? - Preguntó esperando sentir la humillación de su limpiadora.
Pero Ariadna había medido los tiempos que Susana se tomaba para responder. Tenía una idea de lo que pasaba por la cabeza de su jefa. Así, respondió:
- No, mi anterior jefe me dio ese traje para que me lo pusiera pero yo pensé: "sólo una puta sería capaz de trabajar con algo así puesto". Así que al día siguiente me despedí.
Susana tardó demasiado en entender la respuesta de Ariadna. Fue incapaz de proferir palabra. Resultaba que ella se había vestido de una forma que resultaba ofensiva hasta a una pobre doncella. La cofia, el delantal que apenas tapaba la blusa que apenas ocultaba sus pechos había sido estrenado por ella. La falda demasiado corta para poder tomar algo del suelo sin mostrar la ropa interior nunca antes había sido usada.
Su asistenta la había hecho vestirse con una ropa que, a sus propios ojos, era propia de una puta. Quiso pensar prostituta y quiso pensar que Ariadna no había actuado con maldad pero se sentía turbada. Estaba dispuesta a marcharse cuando Ariadna le dijo:
- Señora, mañana tendría que ir a hacer unos encargos. Si le parece podríamos hacer el trato de la vez anterior, usted hace el trabajo de casa y la próxima vez que necesite que le ayude podrá contar conmigo en el instante. Le estaría eternamente agradecida.
Susana aún no había acabado de asimilar lo anterior cuando ahora recibía una petición de que volviera a trabajar de asistenta. Se sentía sobrecogida por el giro que había dado la conversación, incapaz de articular palabra, se marchó aparte.
Una hora después, Susana estaba más serena, al fin y al cabo bastaba con que le dijera a Marcos que "creo que Ariadna me ha robado algunas joyas" para que al día siguiente esa mujer desapareciera de su vista. No tenía por qué tener ningún miedo. Intentó retomar la conversación yendo a donde estaba su limpiadora, hablando de temas triviales, pero Ariadna no quiso entrar de nuevo en ella, marchándose cuando terminó su trabajo.
Susana se pasó gran parte de la tarde y la noche pensando en todo lo que había pasado durante el día. Al fin y al cabo no tenía otra cosa que hacer. La sensación de debilidad la irritaba tremendamente, pero también se sentía revivida, sintiendo cosas que nunca antes había tenido oportunidad de experimentar. Le resultaba demasiado difícil tomar una decisión.
Marcos no ayudaba. Llegaba tarde del trabajo, apenas hablaban un poco, sobre el trabajo de él y ya estaba acostado roncando. Susana pensó que en todo lo que le estaba pasando estaba sola. No dejaba de ser una situación en la que tanto Marcos como Ariadna eran piezas adicionales, en un juego en que sólo participaba ella. Si la asistenta le molestaba, la despediría. El vacío de Marcos podía compensarse con el juego que tenía con Ariadna. Ella lo entendía como un juego inocente, casi un entretenimiento para rellenar un par de días.
Llegó la mañana y Marcos se levantó y marchó al trabajo. Susana había dormido bastante bien y ya casi había olvidado sus pensamientos del día. Sin embargo, se encontró con un vestuario que le era familiar, dispuesto armoniosamente sobre una silla de su dormitorio.
Susana estaba indignada. No sólo por el hecho de que Ariadna hubiera entendido que había un acuerdo tácito entre ellas, o tan solo porque sugiriera la posibilidad de acuerdo, sino porque había entrado en su habitación mientras dormía. Terriblemente enfadada, pensó en ir hacia ella y sin mediar otra palabra despedirla por su insolencia.
Susana se metió en la ducha, furiosa ante el giro que estaban tomando los acontecimientos. El agua que caía sobre su cuerpo le ayudó a serenarse un poco. Tras secarse, comenzó a maquillarse ante el espejo. Estaba decidida a dar una dura reprimenda a Ariadna. Mientras se pintaba los labios, pensaba en el día en que tuvo que vestirse de asistenta para obedecer a Ariadna. Aquel día su maquillaje no había acompañado al vestuario que llevaba. Así, sin darse cuenta, ahora estaba marcando más sus rasgos. Inconscientemente cambió el lápiz de labio, eligiendo un tono de rojo más vivo. La sombra de ojos también fue más marcada, al final, sin darse cuenta, se había pintado pensando en el vestuario de asistenta.
Pensaba ella que iba a vestirse y recriminar a Ariadna por su comportamiento. Echo un vistazo a la ropa que la asistenta le había dejado sobre la silla. La falda que descansaba sobre el asiento le hizo recordar el gesto bárbaro del trabajador que le tocó el culo, la blusa la tensión de unos pechos expuestos. Antes de llevar a cabo su decisión quiso probarse de nuevo el traje de doncella que le habían hecho vestir la vez anterior. Esta vez Susana disfrutó con el rito de vestirse con unas prendas que, "sólo una puta llevaría".
Susana se miró en el espejo. Estaba tan excitada que se sentía mareada. Casi podía llegar al orgasmo con sólo verse con esa ropa, ropa que no podía hacerle evitar pensar en la palabra "puta". Se sentía trasladada a aquel día, a la humillación y fragilidad con que se sintió, parecía estar reviviendo todas esas experiencias.
Susana quería caminar con esos tacones tan altos, verse el culo en el espejo de su dormitorio. Con miedo a que Ariadna estuviera cerca observando, tomó el edredón de la cama y lo depositó sobre el suelo para que atenuara el ruido de los zapatos. Caminó con descaro sobre la improvisada alfombra. Realmente se sentía en el séptimo cielo. Comenzó a tocarse los pechos, por encima de la blusa, aprovechando su exposición, sin necesidad de desabrochar ni un botón. Bajó sus manos y no pudo evitar tocarse las piernas y de ahí ir volver hacia su culo, recordando el irreprimible deseo causado en el obrero. Se apretó sus propias nalgas, disimulando jadeos que le provocaba el paroxismo de placer en que se encontraba. Quería caminar más con esos tacones que hacían subir su culo deseado por hombres sucios que se dedicaban a profesiones innobles.
Al final se olvidó de todo y caminó con descaro y despreocupación por toda la sala moviendo su culo más de lo necesario, siempre con la palabra puta en su mente. Ahora podría quitárselo todo y reprimir a Ariadna. Pero sentía que tenía que conservar esas prendas que se le antojaban mágicas. Y sin saber exactamente como, totalmente dominada por la lujuria, salió tranquilamente de su habitación, marcando sonoramente el paso con los tacones. Se encontró a Ariadna sentada en el salón de casa, con ropa de calle.
-¿Qué desea la señora? - dijo Susana.