Ariadna

Este relato muestra la relación de un hombre cualquiera con una chica cualquiera. Puede que sea el inicio de una serie según como lo acoja el publico. Me gustaría que hicieras críticas sobre todos los aspectos, solo pretendo mejorar.

Ese día me levanté sudoroso. Me temblaban las manos y las piernas. Hacía más de días que no probaba una sola gota de alcohol y eso hacía mella en mi persona. Busqué mi paquete de Ducados entre ropa sucia y botellas vacías. Entre ese montón de mierda encontré una botella de ginebra barata prácticamente terminada, mis temblorosas manos se acercaron a ella, acariciando con los dedos el relieve de la botella. Estaba a punto de caer en la tentación pero en el último momento mi razón se interpuso encima de mis instintos y arrojé la botella contra la pared, cayendo al suelo rota en mil pedazos.

Llevaba quince días viviendo en esa asquerosa habitación de motel de carretera, y quince eran los días que hacía que mi mujer harta de esa jodida adicción me había echado de la casa que compartía con ella y nuestros dos hijos. Odiaba ese lugar, olía a meado, a tabaco y a desgracia. Todas la  noches había un desfile de mujeres semidesnudas ofreciendo calor por unos cuantos euros a los cerdos que las quisieran.

El tabaco había calmado mis temblores. Me acerqué al grifo que salía de la pared y me lave la cara a consciencia. Mis ojos se clavaron en el espejo, autoanalizándome. Estaba delgado y llevaba semanas sin afeitarme, tenía los ojos rojos y cansados. Mi camiseta estaba asquerosamente sucia, manchada de sudor, bebida y otras sustancias inidentificables. Me puse la camisa del taller donde trabajaba, esta si puede, estaba más sucia que la anterior, llena de manchas a aceita y de grasa. Repeiné mi pelo negro hacia atrás y me eché algo de colonia desenado, sin éxito, que tapase un poco ese olor a fracaso que desprendía mi ser.

Salí de ese motel destartalado y monté en mi camioneta Chevrolet que algún día fue azul. Rebusqué bajo el asiento del copiloto esa caja llena de casetes viejos. Puse el primero que cogí metiéndolo en el reproductor. Acto seguido empezaron a sonar los primeros acordes de Born to bewild de Steppenwolf. Mi voz se unió a la de John Kay cantando la letra de ese gran clásico del rock.  Conducía por una carretera poblada exclusivamente de camiones. Era temprano, puede que no fuesen ni las ocho de la mañana. La verdad es que no tenía hambre, pese a ello decidí parar en una gasolinera, llenar mi estómago me ayudaba a olvidar la falta de alcohol en mi organismo.

Paré en la primera gasolinera que encontré. Decidí sentarme en la barra de ese bar habitado por un número escaso de camioneros y transportistas cuyo olor a sudado y a tabaco, por este mismo orden, camuflaba el mío. El único ser que iluminaba esa deprimente estampa era la chica que atendía detrás del mostrador. Sin duda alguna era como una bella flor entre un campo de cardos.

Era una muchacha joven, de unos veintipocos años. Tenía una larga melena de un color castaño claro, prácticamente rubia, recogido pulcramente en una cola de caballo. Su cara era redonda con unos pómulos pronunciados, tenía unos ojos verdosos adornados por unas pestañas largas, que le proporcionaban una atractiva mirada felina. Sus labios eran finos y a la vez carnosos, y esbozaban una afable sonrisa capaz de enamorar a cualquier corazón solitario que la presenciara. No era muy alta, no era ni muy flaca ni tampoco lo contrario, era simplemente una mujer normal. Tenía una cadera generosa, sin resultar desagradable, y un trasero redondo y tonificado. Su pecho era realmente destacable, sus senos eran grandes y bien puestos, que complementaban su figura  ya bella de por sí, eran un mero plus a su persona.

Pedí un huevo frito con bacón y una taza de café bien cargado, necesitaba algo que me diera un extra de energía. De hecho esa increíble camarera ya me había puesto en marcha, pero no en el sentido que yo necesitaba en aquel entonces.

Al cabo de unos diez minutos después de haber realizado el pedido la exuberante camarera apareció de una puerta doble tras el mostrador un plato con un gran huevo frito y cubierto por una ración más que correcta de bacón. Pese a no tener hambre y haberlo pedido por simple inercia al verlo despertó en mi interior una gula sobrehumana. Después de dejarme ese manjar de dioses delante de mis narices se dispuso a prepararme una taza de café. Aparentaba ser un desayuno normal sin más misterio que el de ese impresionante plato y de la visión angelical de esa mujer, cuando la cosa se torció.

La muchacha se giró con esa taza de café solo y se dispuso a dejarlo frente el plato, cuando por suerte o por desgracia un traspié la llevo a arrojarme el contenido de esa taza, fácilmente confundible por lava hirviendo, sobre mí, cayendo directamente sobre mi regazo, traspasando mis vaqueros accediendo directamente a mi entrepierna, sensible por la visión de la camarera y por las semanas de sequía sexual. Mi cara era un cuadro, evite el grito de dolor de causalidad, mi cara estaba enrojecida y mis ojos soltaron alguna que otra lagrimilla. Si mi cara era un cuadro la de la chica era de película, estaba aún más roja que yo y con las manos se tapaba la boca, ahogando un grito de susto.

Cuando al fin logró reaccionar cogió un trapo húmedo y saltó como aquel que dice de la barra después de pasarle el trapo y se arrodilló en frente mío. Yo no lograba salir de mi asombro, tener a esa chica en frente mío de rodillas, y pasando sus manos por esa zona era como un jodido sueño. Tenía la cabeza agachada y se disculpaba repetidamente.  Yo tenía los ojos clavados en su escote que visto des de arriba era aún más tentador. Su mano sobre mi regazo transmitía un calor sobrehumano, mucho más ardiente que el puñetero café, que entrecortaba mi respiración y concentraba toda la sangre de mi cuerpo en mi pene.

No sé cuál fue el causante, supongo que el rápido endurecimiento de mi entrepierna, pero en un momento dado ella levantó la mirada, no me di cuenta al momento, mis ojos estaban concentrados en observar esos pechos increíblemente apetecibles. Al descubrir que ella me miraba a los ojos rápidamente desvié la mirada, no sé si fue por vergüenza o por el hecho que simplemente no podía mirarle a esos dos ojos preciosos sin que me entrasen unas ganas irrefrenables de besarla. Sin poder evitarlo mis ojos volvieron a mirarla, ella seguía mirándome, sin inmutarse, ahora sí que le aguanté la mirada. Ella al percibir mi reacción infantil y algo ridícula esbozó una sonrisa cálida como la de quien le sonríe a un niño que se esconde tras sus padres, justo antes de levantarse.

-Ahí está el baño, por si quiere limpiarse.- digo con una voz extremadamente dulce mientras se levantaba sin borrar esa hermosa sonrisa de sus labios.

Su voz tuvo un efecto tranquilizante y me quedé durante unos segundos ido, como se dice comúnmente: empanado.

-Gra-gracias…- dije cuando al fin logré recuperar el control de mi mente adormecida por su voz. Mientras decía eso intentaba esbozar una sonrisa amable intentando así distraer la atención sobre mi erección.

Mi dirigí rápidamente hacia el baño, antes de cruzar la puerta miré hacia el total del local: ¡me había olvidado completamente que habían otras personas! Me encontré con una decena de miradas fijas en mi persona algunos felicitando mi buena suerte, otros maldiciéndome los huesos. Decidí dejar atrás ese baile de miradas y entrar al baño.

Era un baño cutre, no tan cutre como el del motel donde vivía, pero le faltaba poco. El primer problema es que no había pestillo así que solo me quedaba confiar en que no entrase nadie. Me quité los pantalones con la finalidad de refrescar con agua la zona accidentada. De paso también intenté limpiar un poco los pantalones, aún que mis esfuerzos fueron inútiles, no había puta manera de quitar esas manchas, y menos con agua y jabón para las manos.

Mis pintas eran del todo ridículas, sin pantalones, con unos calzoncillos del Pato Donald (regalo de mis hijos por mi cumpleaños) y unos calcetines negros de ejecutivo. Si tener oportunidad de reaccionar la puerta se abrió de golpe. Lógicamente, como no podía ser de otra forma y siguiendo la línea de mi buena suerte no fue un camionero gordo y sudado el que abrió la puerta sino que fue esa hermosa camarera con un par de toallas en brazos.

Me llevé un susto de muerte e intenté taparme con mis pantalones, pero ella ya me había visto en gayumbos. Sin poder o sin querer evitarlo, la chica empezó a reírse, al principio fue una risa contenida y floja para acabar convirtiéndose en unas fuertes carcajadas. Yo estaba completamente atónito, no sabía si era por lo preciosa que estaba al reírse o ese cabreo monumental que empezaba a brollar de mi interior.

-¿¡Pero hombre!? ¿Qué haces así?- dijo sin parar de reír.

-No estaría así si tú no hubieses sido tan torpe.- dije con un tono mucho más duro de lo que hubiera deseado. La risa se cortó al instante, borrándose también de su cara su sonrisa, para dar paso a una expresión mucho más fría e incluso, triste.

-Em… lo siento, no pretendía ser tan desagradable de verdad… es solo, que bueno, ya sabes… bueno, lo siento de verdad…- nunca he sido bueno dando excusas ni tan siquiera disculpándome, entraba siempre en un bucle inacabable.

-No, no si tienes razón, soy yo quien tiene que sentirlo, solo venía a traerte unas toallas limpias para secarte y eso… una crema para las quemaduras que había en la cocina…

-Muchas gracias, de verdad, intentaré dejar el servicio libre lo antes posible…

-No te preocupes, bueno… yo ya me voy…

Des de mi desagradable respuesta su tono y su expresión habían sido frías y distantes. Se dirigió hacia la puerta y con la mano ya en el pomo se paró.

-¿Te duele mucho?- preguntó, manteniéndose de espaldas a mí, inclinando solo levemente la cabeza.

-¿Cómo?- esa pregunta me pilló de sopetón.

-Que si te duele mucho.

-Un poco… pero bueno, tampoco tanto eh, ¡que yo soy todo un machote!- era una jodida mentira de la medida de África me dolía lo que no estaba escrito.

-Lo he notado…- dijo, como un susurro, ahora girándose del todo y esbozando una leve sonrisa.

-¡¿Perón?!

-Nada, nada… eso… ¿puedo verla?- al pronunciar esas dos últimas palabras apartó la mirada de mí y sus mejillas enrojecieron un poco.

-¿El qué?- otra vez estaba flipando.

-La quemadura, que si puedo verla, para ver si es grave.

-Ah… vale, vale… hombre pues no sé, es que, bueno, digamos que está en una zona complicada…

-Supongo que te imaginas que ya he visto otras… bueno, no todos los tíos llevaban unos calzoncillos tan sexis…

Antes de que pudiera decir nada esa chica ya se había arrodillado delante de mí. Yo no me lo podía creer, ¡¿cómo cojones un pedazo de mujer que esa podía estar arrodillada delante de mí!? Antes de pudiera tan siquiera protestar empezó a tocarme el muslo derecho con las yemas de sus dedos. Su roce me provocaba una sensación de placer inmenso el cual intentaba acallar antes de que hiciera demasiado evidente.

Lejos de parar su mano se desplazó hacia mi pelvis, deslizando levemente mis calzoncillos. Ahora ya no acariciaba las partes quemadas sino que simplemente deslizaba sus dedos encima de mi piel lentamente, casi sin tocarme, provocándome un agradable hormigueo. Al principio yo miraba fijamente como sus manos de deslizaba sobre mí, pero mis ojos se iban hacia sus pechos sin remedio, aumentando mi excitación. Tuve que retirar la mirada y mirar fijamente al techo. En un momento dado ella levanto la mirada clavándola a la mía, sus ojos resultaban ahora mucho más sensuales y pasionales de lo que pudiera haber imaginado, los cuales solo elevaron la temperatura de mi cuerpo.

-¿Quiere que te ponga un poco de crema en las quemaduras?- dijo recuperando esa sonrisa que enamoraba esta vez, destilaba más sensualidad que dulzura.

Antes que yo pudiera oponerme ya volvía a estar arrodillada acariciándome con esa pomada aceitosa. Sus dedos trazaban círculos sobre mi piel. Lentamente. Esmerándose en cada palmo de mi piel. Pronto le tocó el turno a mi pelvis, con cada caricia mi ropa interior descendía un poco más. Yo ya había renunciado a oponer resistencia a esa situación. Cada vez estaba más excitado y había renegado de esconderlo.

Mis calzoncillos se encontraban ya por mis rodillas. Ella había cubierto el contorno de mi miembro de esa crema y este estaba cada vez más duro. Finalmente empezó a recorrerlo de arriba a abajo con la punta de sus dedos y acto seguido la agarró con firmeza y delicadeza a la vez. Y empezó a pajearme. Tenía el pene brillante a causa del líquido preseminal. Mi glande estaba rojo y palpitante. Con cada uno de sus movimientos mi cuerpo estremecía. Ella me miraba a los ojos y yo, simplemente no podía apartar la mirada de los suyos, pues transmitían pura excitación.

Sin apartar la mirada dejó de masajearme el pene para introducirlo en su boca. Sus labios se pegaron cual ventosa a mi falo mientras su lengua trazaba círculos alrededor de mi glande y le daba golpecitos a la punta. Después de jugar con su lengua introdujo prácticamente todo mi pene en su boca y seguidamente le extrajo en su totalidad dejando tras de sí un rastro de saliva. Luego empezó a lamer todo el tronco, des del final hasta la base, acariciando con su lengua mis huevos.  Pasó un buen rato jugando con su boca y mi miembro. Mi excitación era sobrehumana. Deseaba besarle los labios, los pechos…

Al final la cogí por las manos levantándola. Mis manos fueron directas a su cintura primera y luego hacia su trasero. La empecé a besar lentamente, saboreando sus labios, era ella que, con sus manos jugueteando con mi pelo, empezó a besarme furtivamente. Introdujo su lengua en mi boca, jugueteando con mi lengua. Eran besos salvajes, sucios, pasionales. Al separar nuestros labios nos unía un fino hilo de saliva que se rompió cuando empecé a besarla por el cuello.

La tenía entre mis brazos, sintiendo todo su calor y cada uno de sus temblores. Mis labios se posaron sobre su clavícula y mis manos empezaron a desabrochar cada botón de esa blusa deslizándola por sus brazo hacía abajo. Al cabo de unos minutos ya la había despojado de ella. Tenía delante de mí su torso desnudo solo cubierto por ese sujetador negro que apresaba sus senos. En ese momento era yo quien tenía el control, y era ella quien respiraba agitadamente y clavaba sus uñas en mis hombros.

Posé mi cabeza sobre su pecho besando cada centímetro de su piel. Intenté inútilmente desabrocharle es ultima prenda que me separaba del paraíso. Ella no tardó en darse cuenta de mi poca maña por lo que fue ella quien hizo el trabajo. Continué besándole el pecho, ahora ya sin sujetador, recorrí con mi lengua sus pezones durante minutos provocando que esa mujer se estremeciera cada vez más.

Ella intentó quitarse también la falda, sin embargo se lo impedí, deseaba más que nada en este mundo ser yo quien la desvistiera lentamente besándola y acariciándola, y olvidarme de todo lo que ocurría más allá de esas cuatro paredes.

Mi cabeza bajo más allá de sus pechos lamiendo su plano estómago. Lentamente bajé la cremallera de esa minifalda oscura la cual cayó hasta sus pies. Llevaba unas bragas negras a conjunto con el sujeto. Besé su coño con esa tela separándome de su piel. Se las arranqué de golpe y cogiéndola con los brazos la apoyé contra el lavabo. Metí mi cara entre sus piernas y empecé a rozar con li lengua su clítoris. Con cada pasada ella soltaba un leve gemido que aumentaban de tono junto con la velocidad a la que mi lengua se desplazaba a lo largo de su rajita. Tenía los labios y la nariz empapados en su dulce jugo.

Me despojé como pude de esas dos camisetas asquerosas que llevaba encima y la abracé, quería sentir el tacto y el calor de su piel por todo mi cuerpo. Aprovechando que estaba sentada me acerqué a ella sin más intención que penetrarla. Llevábamos rato sin mirarnos a los ojos, pero justo antes de introducirle mi falo en su vagina nos miramos a los ojos una milésima de segundo, intentando buscar una mirada de aprobación a lo que deseaba hacer. Ella respondió abrazándose con sus piernas a mi cadera y apretándome contra ella. Mi pene entro sin esfuerzo dentro de ella la cual reacción soltando un profundo gemido. Me invadió un calor sin igual. Empecé a realizar un movimiento de vaivén, con cada embestida los dos soltábamos un gemido.

Cada poco nos fundíamos en un húmedo beso, acallando así nuestros ruidos. Aceleré el ritmo provocando que ella soltase un solo gemido y se le parase la respiración para dar paso a unos minutos de jadeos. Yo retiré mi pene de su vagina completamente mojada. Ella se dejó caer al suelo y empezó a pajear mi miembro sobre su cara, mi respuesta no se hizo esperar. Cayeron sobre su frente, pómulos y labios chorros de mi semen, el cual ella recogió con un dedo llevándoselo a la boca.

Nos vestimos en silencio, cada poco nuestras miradas se cruzaban esbozándonos una sonrisa en los labios. Yo acabé antes y me dispuse a salir del baño, ella se estaba abrochando la blusa, sin prestar atención a mi partida.

-Me llamo Ariadna.

-Yo soy Ricardo, encantado.

Justo después de decir esto abandoné esa habitación. Dejé diez euros encima del mostrador y me fui. Subí al coche y al encenderlo empezó a sonar la misma canción, eran las diez menos cuarto, llegaba tarde al trabajo. Mientras conducía por la carretera anegada de coches pensé que posiblemente estaba dejando atrás a la única princesa capaz de ayudarme a salir del laberinto que era mi vida, por lo que pensé en volver atrás, sin embargo luego me di cuenta que probablemente no existía ningún minotauro, ningún monstruo en ese laberinto más que yo, y en ese caso era mejor que nadie me dejara en libertad.