Aria

Me puse delante de ella y me acuclille, agarre firmemente su rosto y se lo levante sin mesura, ella no levanto su mirada ni oso mirarme directamente. Yo le pregunte si estaba dispuesta a todo o tan solo quería un pequeño experimento. Con el mismo hilo de voz de antes respondió que esperaba de mi dur

Desde mi posición, acostado sobre la cama, observe en silencio a Aria; observaba desnuda a través de la ventana, un pequeño hilillo de humo subía por entre sus caderas donde tenía apoyada, sensualmente, su mano y entre sus dedos un casi acabado cigarrillo.

Su lacio pelo rubio con deliciosos mechones cobrizos hacia contraste con su casi dorada piel. Su pequeño culo terso y un tanto abierto me observaba desconsideradamente. Sus pequeños y a su vez turgentes pechos estaban cuasi apoyados sobre el cristal de la ventana, sus diminutos pero erizados pezones saludaban al mundo que había allí fuera.

No era muy dada a sonreír abiertamente, pero el reflejo que me devolvía el cristal, de su cara, daba la sensación de estar sonriéndome.

Volví a recostar mi cabeza sobre la acogedora almohada y entrecerré los ojos.

En mis ensoñaciones ataba a Aria de diversas maneras, brazos entrecruzados, piernas firmemente sujetas, pechos completamente sujetos por cuerdas que se cruzaban y reafirmaban en los nudos de sus muñecas. Siempre había deseado inmovilizarla y dejarla en cualquier postura incomoda que se me ocurriese; todas las veces me decía a mí mismo, mañana lo llevo a cabo, mañana.

Mientras yo seguía en mis ensoñaciones, Aria había acabado el cigarrillo y se disponía a acostarse a mi lado. Su cuerpo cálido se pegó al mío. Una mano se apoyó sobre mi abdomen y su cabeza la recostó sobre mis pectorales. Instintivamente mi mano derecha paso por debajo de su cuerpo y acabo posándose sobre su tersa nalga.

Durante largos minutos nos mantuvimos así. La erección hizo aparición rápidamente, pero Aria no parecía haberse dado cuenta. Deje pasar el tiempo.

Aria tenía la extraña costumbre de sorprenderme, y esta vez no fue distinta. Yo casi me había adormilado cuando su boca comenzó a bombear con fuerza mi falo. La erección se hizo más ostentosa todavía.

Ella tenía unos labios finos y una experiencia considerable en el sexo oral, no en vano muchas veces conseguía que yo llegase al orgasmo solo con su boca.

Mientras ella se atareaba en la ardua arte de la felación, yo comencé a juguetear con su culo y aquel orificio que tanto placer le causaba; su ano solía dilatarlo a menudo con diversos juguetes sexuales, le gustaba tenerlo bien preparado para aquel menester. Introduje instintivamente dos dedos en el oscuro agujero, mis dedos no obtuvieron resistencia.

Movía su boca rítmicamente como si fuera una bomba de succión, a pesar de eso la mejor parte de sus felaciones siempre era cuando jugueteaba con su experta lengua; llegaba a erizar todos y cada uno de los pelos que yo poseía en mi cuerpo. Mientras tanto yo metía y sacaba los dedos del irrespetuoso anillo que era su ano. Sin dudarlo metí un tercer dedo.

Así estuvimos varios minutos, que a mí se me antojaron eternos.

De pronto ella paro de golpe y cambio de postura, subiéndose encima de mí y jugueteando con su vulva sobre mi erecto falo, no tenía intención de dejarse penetrar aun.

Acerco su cara a la mía y comenzó a besar mis labios con pasión, humedeciéndolos, mordiéndolos, haciendo del beso algo eterno. Mientras su sexo tan solo rozaba al mío.

Yo creía poder explotar, pero me controle como pude a la espera de algo mejor.

Cuando ella se levantó, bajó de la cama, se arrodilló y puso sus manos a la espalda, me dejó de piedra, con una erección de mil demonios y con ganas penetrarla por todos sus orificios y llegar al final del éxtasis.

Sorprendido le pregunte que hacia poniéndose en aquella postura. Soy tuya, dijo con un hilo de voz apenas perceptible, haz de mi cuanto desees, acabó diciendo sin variar un ápice el tono de su voz ni la postura sumisa.

Me tendí boca abajo sobre la cama apoyando mi cara sobre mis manos, quería observar bien a Aria en aquella postura, quería gravar aquella escena en mi retina por si no volvía a suceder jamás. Sonreí.

Ella no se movió ni siquiera para observar si yo la miraba, su cabeza gacha, sus manos a la espalda, sus piernas separadas mostrándome su húmedo sexo y su dilatado ano, todo indicaba que estaba a mi absoluta disposición.

Yo recordaba que habíamos hablado sobre el tema, mientras la observaba, y que ella siempre se había negado; incluso le enseñe las esposas metálicas que siempre, y con esperanza de usarlas, llevaba en mi pequeño bolso de viaje. Recordé las esposas y fui a sacarlas del bolso.

Pese a que ella estaba realmente sumisa me apetecía ponerle las esposas, se las dejé bastante apretadas. Sus manos ahora esposadas seguían en su espalda, ella seguía sin cambiar ni un ápice su postura y por lo que pude observar su sexo estaba mucho más húmedo aun. Deslice un dedo por su vulva y comprobé satisfecho que aquello era casi un charco.

¿Ah sí?, pensé para mí, ¿eso es lo que quieres?, sonreí perversamente.

Me puse delante de ella y me acuclille, agarre firmemente su rosto y se lo levante sin mesura, ella no levanto su mirada ni oso mirarme directamente. Yo le pregunte si estaba dispuesta a todo o tan solo quería un pequeño experimento. Con el mismo hilo de voz de antes respondió que esperaba de mi dureza, perversión y nada de misericordia, quería llegar hasta el final, con todas las consecuencias.

Solté su rostro y me erguí. Guie mis pasos hasta ponerme detrás de ella. Volví a observarla, esta vez divertido y pensativo.

Tras un rato de largos pensamientos decidí ir a una habitación contigua donde guardaba las cuerdas. Cogí varias de diversos tamaños. Yo ya había tenido en mis manos a otras mujeres a las que no solo había inmovilizado, sino que también les había castigado con dureza, ejerciendo una disciplina sadomasoquista sobre ellas. Pero Aria siempre había estado alejada de todo este ritual, hasta hoy.

Me acerque hasta donde ella estaba y fui estirando las cuerdas a la izquierda de donde Aria se hallaba arrodillada. Agarre una cuerda y ate juntos sus tobillos, seguidamente agarre otra cuerda y ate de igual manera sus muslos un poco más arriba de sus rodillas. Una tercera cuerda más larga la anude a ambas ataduras dejándola tensa, para asegurarme agarre una tercera cuerda y ate las pantorrillas entre si fijando la cuerda larga y tensándola más si cabe.

Una vez tuve sus piernas inmovilizadas me volví a erguir y saque del bolso la llave de las esposas, abrí con delicadeza las esposas y se las quite. Inmediatamente le ate entre si las muñecas, y al igual que con las piernas otras tres ataduras más que se juntaban entre sí por otra cuerda larga e igualmente tensada.

Una vez así inmovilizados sus brazos tumbe totalmente en el suelo a Aria y ate entre si las muñecas y los tobillos con otra cuerda. Si ya no tenía escape con aquella última acción poco iba a poder moverse.

Me arrodille delante de su cara y volví a agarrar su bello rostro. Esta vez sí me miro a los ojos, la notaba deseosa de todo cuanto le pasase. Bese su boca y le dije “ahora querida mía vas a estar así un rato, he de salir en busca de algunas cosas para usarlas contigo, no te muevas”.

Me vestí y salí a la calle en busca de un sex shop. Compre varias cosas en aquel lugar,  fustas, un butt plug bastante grande, mordazas de diversas clases, una máscara que impedía ver y encontré un corsé que venía al pelo para lo que yo quería.

Ella iba a ser mía, mía de verdad cuando yo volviese a casa…