Ardor en el extranjero

Una estudiante se va a estudiar fuera durante sus años en la universidad encontrándose allí diferentes situaciones que la hacen disfrutar de varias maneras.

Era mi tercer año en la universidad, mis padres habían insistido demasiado en que fuera a una de esas universidades donde con  un fajo de billetes no necesitas cerebro y que a parte de una sonrisa te dan tu nuevo uniforme. Si, ese polito y esa faldita que con un poco de suerte evitas que toda la universidad aprecie tus queridas partes.  Pues bien, ahí estaba sobreviviendo entre pijos y arrogancia. Luc, mi mejor amigo no paraba de tener aventuras, eso sí, con tíos. No podía comprender como le atraían tanto esa panda de idiotas. “Es necesidad, si veo que puedo follar no lo voy a desperdiciar” me decía. En fin, yo solía ser la rarita de clase, básicamente porque mi asocialidad cada vez crecía más. Y si no enfocabas tu atención en ellos, estabas fuera.

Cansada de todo esto, decidí echar una beca para irme a estudiar fuera el último año. Y con otro fajo de billetes, me aceptaron. No soy de esas chicas que se aprovechan del dinero de Papá y Mamá pero esta era mi necesidad.

El esperado día llegó. Me encontraba en el aeropuerto con mi maletón, como de costumbre esperando en la eterna cola para facturar. El tío que estaba delante de mí, me parecía bastante mono pero quizás no era momento de fantasear, ¿o tal vez si?  El morenazo me echó una mirada y yo no pude esquivarla, o más bien no me salió de los ovarios hacerlo. Al compartir unas sonrisas me dijo que si se podía tomar ciertas libertades, yo asentí casi sin pensar. Segundos después tenía su mano correteando por mi cintura. Miré a todos lados para ver si alguien nos veía, pero mi maletón ocultaba la zona más importante. Primero sentí esas caricias que hacían que se me erizara la piel.  Jugó con la goma de aquel pantalón que solía utilizar en viajes o, debido a su fácil acceso, para ciertas situaciones.  Noté como sus dedos fueron bajando de forma cautelosa hasta llegar al botoncito mágico. Comenzó a masajear con bastante arte. Noté como mi cuerpo se iba poniendo rígido y nervioso, inconscientemente mis piernas se abrían más y más. Agarre su cazadora y apoyé la cabeza. Estaba a punto de soltar un gemido cuando… ¿Hola? Perdone, es su turno.

Me gustaba demasiado soñar despierta y además no se me daba nada mal.

Tras unas horas, puse mis pies en ese nuevo país, donde pasaría los próximos nueve meses. Fui directamente al piso que había alquilado. Les pedí a mis padres que me dieran la libertad de al menos escoger mi alojamiento. Después de una larga deliberación accedieron.  Al llegar, descubrí  que no tengo un don para esto. Era el piso más cochambroso que había visto en mi vida. Éramos veinte en aquel piso, de los cuales, dos chicas eran mis compis de habitación. En el salón no había más que una silla, una mesa enana y dos baños que eran el lugar perfecto para pillar alguna venérea.

A la semana había adquirido dos nuevas joyas en mi nueva ciudad, se llamaban Carlos y José dos compis de la uni, los cuales alegrarían hasta mi último día. Me pasaba cada minuto con ellos, descubriendo cosas y cotorreando sobre lo interesante que era  el profe de Psicología.

Pasábamos sus clases con cara de atontados mirándolo. Carlos y José no eran gais, pero decían que tenía un no sé qué que claro… -Totalmente entendible-.

Uno de estos días vi a José por los pasillos vestido con el atuendo de colegio pijo. Al menos a él le permitían llevar pantalón.

-¡Hola! ¿Qué pasa?

-Hola, ¿cómo vas?

-Bien bien, oye ¿has visto a Carlos?

-Hoy no viene, al parecer algo le sentó mal.

Me aventuré con José a esta maravilla de clase. Al terminar, el profesor pidió a José que si se podía quedar después. Al parecer estaba preocupado por si no la entendía bien. Mi amigo de piel blancucha y cuerpo escuchimizado tenía frio, por lo que nuestro Romeo  no dudó en ponerle la chaqueta por encima seguido de una caricia en el hombro. Yo, como buena española estaba cotilleando desde la puerta de atrás, básicamente me resulto extraño ese motivo y no voy a mentir, por curiosidad pura y dura. Estuvieron hablando un rato. Observé la sonrisa que le salía al profesor  y como su mano derecha acariciaba sus mejillas. Podía ver como su otra mano, que estaba apoyada en la mesa, se escondía debajo de esta. José, dio un pequeño bote de susto, pero pronto se tranquilizó. Vi como bajó la cabeza mientras que el profesor hacia un movimiento continúo con su mano izquierda. Sí, la tenía bien agarrada. José no pudo evitar ese momento de placer por lo que decidió relajarse y disfrutar. Desde la puerta podía ver el movimiento, como subía y bajaba y como se detenía de vez en cuando en el glande. También podía escuchar el ruido por tal acto. Cuando me di cuenta estaba empapada. Sin dejar de mirar aquella escena, introduje mis dedos. Por una vez esas ridículas faldas servían para algo. Continúe y continúe, íbamos a la par, subíamos y bajábamos nuestras manos, aquellos ruidos de fluidos inundaban mi mente, nuestros intentos de gemidos se unían en el eco de la sala, todo iba a más intensidad cuando… ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Algún graciosillo tocó la alarma de incendios, cortando el orgasmo que estaba en camino.

La vida en ese piso sacaba lo peor de mí. Nunca imaginé que tendría que ducharme con chanclas y bikini en mi propia casa. El zorreo que se veía ahí era increíble, eso sí,  a veces las cosas no les iban demasiado bien y era gracioso tener que ver las malas caras por los pasillos.

Yo no me había animado, no me parecería del todo coherente tener que a ver a mi polvo de la última noche cada día. Además, con mi imaginación y giros inesperados tenía bastante. Pero supongo que un día te miran unos ojos y cariño… ¡Has caído!

Hay cosas que pasan porque sí y personas que conoces del palo y luego os hacéis súper amigas. Pues bien, eso me pasó a mí.

Conocí a Noelia una mañana de una forma casual, comenzamos a hablar y me invitó a unirme con ella y unos amigos al día siguiente. Accedí, ¿por qué no? Me presenté en la plaza donde supuestamente estaban. De lejos veía como unos cuatro chicos estaban jugando al básquet y otro estaba sentado en una especie de esterilla junto con Noelia que al verme me hizo una señal.

Me acerqué un poquito tímida a aquella esterilla y sin más dilación me senté en medio de los dos, saludándoles. Comenzó el típico cuestionario de cuando conoces a alguien “¿De dónde eres?” “¿Que estás estudiando?” “¿Enserio? ¡Que guay!”. Al poco rato se acercó el resto y ahí fue, cuando sin saberlo en aquel momento, unos ojos me harían perder la cabeza.

Los tíos parecían los típicos golfillos que intentaban impresionar a toda hembra. Nada interesante. Entre ellos, había otro más sencillo a simple vista y más calladito. Aprovechando una partida de básquet me acerque y hable con él.

-  Hola, ¿tu nombre era…?

  • Samuel, y tu… Marta ¿verdad?

-  ¡Acertaste!

-  Bueno y… ¿qué te trajo por aquí, te está gustando?

  • Necesitaba cambiar un poco mi forma de vida y parece que si, después de varios meses puedo decir que elegí bien el lugar.

  • Guay, esta noche vamos a ir de fiesta, ¿querrías venir? Noelia se apuntará seguro.

  • Sí, claro. -Como desperdiciar tal oportunidad- Hablaré con ella.

La noche llegó, iba en el bus de camino al club, aunque quedé con Noelia unas calles antes. Cuando bajé ahí estaba, con un escote imposible de esquivar y unos pantalones bien apretaditos. Al parecer se quería tirar a unos de los chulitos del básquet. Yo en cambio, siempre he sido más sencilla. Era una chavala que no llamaba la atención, estatura media, castaña, ojos marrones y eso sí unas buenas curvas, pero controladas. Unos vaqueros y cualquier camiseta dos tallas más grande que la mía solía ser mi atuendo normal, pero esa noche, unos pantis negros acompañados de una falda roja que empezaba debajo del pecho y terminaba a unos dos centímetros debajo del culo me definían. También opté por un top negro que permitía que se me vieran unos centímetros de carne. La falda privaba del resto.

Al entrar en aquel lugar mis ojos solo buscaban a una persona. Pero ella me encontró a mí. “¡Hey! Estáis aquí, venid que estamos todos.” La noche no transcurrió de la forma que yo esperaba. Uno de ellos no paró de darme la brasa “Ven, que te enseño a bailar nuestra música” y entre baile y baile hacia el intento de bajar su manita al culo, cosa en la que fracasó. Mientras tanto el querido Samuel, ni se me acercó. Ya por el final de la noche, decidí hacerlo yo, ya que le vi solo en los sofás.

-Hola, ¿qué haces aquí?

-Estoy cansado

-¿No quieres bailar?

-Pensé que estabas con Miki

-Que va, solo intentaba quitármele de encima. –Hizo una mueca-

A los pocos minutos, Noelia apareció con los labios corridos de la mano de su conquista proponiendo irnos los cuatro al súper apartamento de Samuel a ver las vistas. No seáis mal pensados, es lo que hicimos. Al llegar, subimos a la azotea y apreciamos el barrio pijo donde nos encontrábamos. Al parecer Samuel venía de una familia bastante adinerada. Bajamos al apartamento y comenzó la aventura: Indiana Jones. A mitad de la peli, la parejita se aburrió y se fueron a un sitio con más intimidad. Mientras tanto Samuel y yo seguíamos en aquel sofá. La tensión se podía palpar. Pero ninguno de los dos quitábamos la mirada de aquella pantalla. Finalmente, Samuel puso su mano sobre mi rodilla, sintiendo la textura del panti. Iba subiendo poco a poco con timidez, luego retrocedía. Empecé a notar ciertas palmadas, y no, no procedían de nuestras manos. Se me pasó por la mente hacer lo mismo, pero sin retroceder una vez que mano estuviera arriba, aunque quizás era demasiado atrevido. Paré su mano con la mía. Él me miró, en silencio. Nuestras bocas se fueron acercando hasta al fin unirse. Por desgracia no hubo más que cuatro besos tontos cuando había amanecido .Entonces me llevó a casa.

  • Qué pasa, ¿no me vas a dar tu número?-Me dijo mientras salía del coche-.

  • Aquí tienes. Respondí.

Ya en el apartamento recibí un mensajito: “Beso”

No recibí noticias suyas hasta las siguientes dos semanas que nos encontramos en la fiesta de uno de sus amigos.

-Hey Marta, cuanto tiempo.

-Hola –Le hice un intento de sonrisa-

-¿Por qué no me escribiste?

-¿Por qué no lo hiciste tú?

-Bueno mira, me gustaría seguir en contacto contigo, ¿te podré llamar la próxima     semana?

-Venga va.

Todo fluyó rápidamente, en menos de lo que pensaba estaba pillada por aquel tío. Durante tres meses todo fue alegría y algún que otro orgasmo. Me recogía de la uni y me llevaba a algún lugar donde me dejasen entrar con mis pintas de hippie. Escuchábamos música en el coche a todo trapo mientras me decía: “ Daaaaaaaale” y gritábamos como locos viendo los partidos de fútbol.

Durante estos meses, no creáis que olvidé a mis dos joyas. Seguíamos disfrutando cada día en la uni de esos sándwiches raros pero deliciosos que hacían en la cafetería. Nunca se habló de aquel  día, lo respete, además yo también tenía cosas que esconder.

Ellos no conocían a Samuel, supongo que eran personas “non gratas” por no ser de su “rollo”   -sí era un capullo en muchos sentidos-  Pero a ninguno nos importaba. Siempre he sido una gran defensora de separar amigos y pareja.

A una semana de abandonar aquella ciudad, uno de los flipaillos del básquet montó una fiesta en su casa, obviamente nos podías encontrar a todos allí. La conquista de Noelia, no paraba de mirarme y de sentarse o ponerse a mi lado. Fue algo extraño pero no lo di importancia. Pasadas unas horas, íbamos todos un poco pasados cuando Edu, -la conquista- se me sentó encima e hizo el intento de darme un beso. Hacía tiempo que no hacia una cobra tan precipitada.

-¿Qué haces? Le dije

-Darte un beso, ¿No puedo?

En ese momento Noelia apareció enterándose de todo el percal, enfadada le dio una bofetada a Edu y le dijo a Samuel: “¿Qué pasa? ¿Es que te da igual?” A lo que éste contestó: “Compartimos todo desde niños.”  Noelia se piró súper mosqueada.

Y ahí estaba yo en medio de todo con la cabeza dándome vueltas y flipando en colores.

Volví a la fiesta sin saber muy bien dónde meterme. Hablé con unos y con otros hasta que apareció Samuel, me cogió de la mano y me dijo: “Vámonos”. Me subió a una habitación donde por sorpresa, o no tan sorpresa había otro acompañante. Empezamos a besarnos hasta que caminando, sin mirar las pisadas nos juntamos con, quien ya os imagináis, Edu. Yo estaba  consciente del todo, pero era uno de esos momentos donde todo te da igual. Cambié de boca mientras unas manos me desabrochaban el sujetador por debajo de la camiseta. En dos segundos esto había sido lanzado a algún rincón de la habitación y sentí como me tocaban los pechos.

Yo, celosa, no quise ser menos por lo que busqué algo a lo que agarrarme. Para esto, primero toque el torso de uno de los dos y fui bajando hasta toparme con el pantalón. El dueño cogió mi mano y me la colocó en su polla por encima del pantalón. Eso estaba más duro que su impresionante abdomen. Bajé esa bragueta y comencé un movimiento suave. Las luces estaban apagadas. En la habitación había un par de ventanas no demasiado grandes. A través de una de ellas, se podía apreciar la luz reflectante  de una farola situada debajo de esta. La pequeña luz era suficiente para reconocerlos, aunque no siempre fue así. Tras unos minutos de pie, supongo que era momento de probar la cama. Sentí un empujón hacia atrás que me dejo tumbada en ella. Noté como una lengua que empezó en mis pechos iba bajando hasta que paró en un punto clave. Mi boca estaba ocupada por la misma razón. Tenía a Edu abajo y a Samuel comiéndole la polla.  El cosquilleo provocado por la lengua de Edu era cada más potente. Le cogí del pelo y lo subí para arriba. Me saqué la polla de la boca y le pegué un morreo. Él no dudó en metérmela. Nuestros gemidos estaban camuflados por la música de la fiesta. Decidí cambiar de postura y me puse encima, cogiendo a Samuel del cuello y proponiendo que se besara con Edu. Noté que dudaron, pero al segundo me di cuenta que en esa sala no quedaba ni una gota de inocencia.  Nuestro goce continuó, hasta que uno de ellos se corrió. Me junte con Samuel y unimos nuestro cuerpo y sudor. Notaba como la corrida de Edu iba bajando por mis muslos. Nuestros latidos se aceleraban. Yo subía y bajaba mientras le ponía su cara en mis tetas. Me cogió del pelo descubriendo mi cuello. Tras unos besos respondí con el mismo acto. Representábamos con fuertes apretones la cercana explosión. “Me corro” dijo mientras mi boca se abría y mi lengua acariciaba el glande. No me solía gustar que se corrieran en mi boca, pero como ya dije, era una situación especial. Así acabó, los tres sin respiración y mi corazón partido en dos. Con un “Te quiero” y un “Adiós”.