Ardiente Sexilia (2)
La muchacha recibe los cuidados amorosos de su madre, iniciando una relación ardiente entre ambas.
Autor: Salvador
Dirección: demadariaga@hotmail.com
La ardiente Sexilia
2: Los cuidados de su madre
Susana esperaba sin hacer ruido alguno. Sabía que algo sucedía con su hermano y su hija, la sobrina de éste, y quería saber qué era. Hacía dos noches que le había llamado la atención la tardanza de Ricardo para despedirse de su sobrina. Fue la noche anterior que su curiosidad fue despertada por los movimientos de su hija después que Ricardo se fuera. Y como mujer sabía bien el origen de los ruidos en el dormitorio de la muchacha. Eran los mismos ruidos que ella hacía cuando se masturbaba. Si, su niña se estaba haciendo mujer y sentía las necesidades que ella también tenía desde que se separara de su esposo hacía un par de años. Y estaba segura que la masturbación nocturna de Cecilia se debía a la visita de su tío. Algo había pasado ahí que la dejó excitada, al punto de empezar a masturbarse apenas él cerró la puerta de calle.
Por eso ahora esperaba, pretextando dormir.
Escuchó los pasos de Ricardo entrando en el dormitorio de Cecilia, donde caminó con sigilo y en completo silencio. Esperó unos instantes y se levantó. Se dirigió al dormitorio de su hija y esperó un momento antes de mirar por el hueco que la puerta entornada había dejado. Y lo que vio la dejó con la boca abierta, pues su hermano estaba de pie al lado de su hija que, con entusiasmo, movía su mano en su verga para después llevarla a su boca y empezar a hacerle una chupada, hasta hacerle acabar sin soltar ni una gota de semen. Y a continuación el tío se situó entre las piernas desnudas de la sobrina y le regaló una mamada que hizo vibrar todo su cuerpo, terminando por entregarle un orgasmo salvaje, quedando finalmente los dos tendidos, completamente agotados. Ella de espalda, con los ojos cerrados y sus piernas abiertas y él con la cabeza hundida en su vagina.
Se retiró en silencio, tal como había llegado. Volvió a su dormitorio y esperó hasta que su hermano se retiró. Pensaba en la escena que había presenciado, con su hija disfrutando de la verga de su tío en la boca y a este pasando su lengua por la vulva de la muchacha. Y esa verga de su hermano, tan grande, tan hinchada, tan apetecible. No podía apartar de su cabeza el trozo de carne, venas y nervios que entraba y salía de la boca de su hija, que chupaba con increíble entusiasmo. No imaginaba que su muchachita tuviera esa disposición para el sexo, claro que si lo pensaba un poco la niña había salido a ella, que siempre fue una mujer ardiente que se entregó con todo su entusiasmo a disfrutar del sexo.
Algunas gotas de sudor perlaban su frente cuando se levantó y fue al dormitorio de su hija. Caminaba como sonámbula y sus ojos brillaban. Abrió la puerta y encontró a su hija con las tapas de su cama corridas, mostrando su hermoso cuerpo cubierto solamente por la parte superior del pijama y con una mano en su vagina, a punto de iniciar una masturbación solitaria.
Se acercó en silencio y la miró intensamente.
"Lo vi todo" le dijo mientras ponía su mano en la mano de ella que cubría su juvenil sexo.
La niña no dijo nada. Estaba completamente desorientada por el curso que habían tomado los acontecimientos. Su madre sabía que ella había masturbado a su tío y le había mamado la verga y que éste le había chupado el sexo. Y a ella no le había bastado con eso sino que ahora había empezado una masturbación que su madre había interrumpido. La mano de ella en la suya era la prueba palpable de que había sido sorprendida en plena faena.
"¿Por qué?" preguntó Susana, presionando la mano de la niña. Cecilia no tenía respuestas, no había nada que explicar. Sintió el peso de lo que había hecho y la mano de su madre apretando la suya le decía que no había ninguna excusa a lo sucedido. Pero el mismo hecho de tener la certeza de que no había disculpa alguna para lo que había hecho le insufló una cierta tranquilidad, un cierto abandono a las consecuencias de su acto. No había manera de deshacer lo hecho, solamente enfrentar lo que viniera de parte de su madre. Y algo en ella le decía que había más comprensión que juzgamiento. No se explicaba de otro modo el que no hubiera reaccionado histéricamente sino más bien con impotencia, como lo probaba esa mano que apretaba la suya.
Solo le quedaba una cosa por hacer, llorar. Agachó la cabeza y sus lágrimas corrieron por sus mejillas. Su madre la abrazó y la atrajo a su pecho, donde la muchacha se abandonó. Cuando se agotaron las lágrimas, quedó la tranquilidad y con un suspiro la niña se apretó más aún a su madre, la que rodeó su hombro en un abrazo maternal que buscaba borrar la vergüenza de Cecilia, cambiándola por comprensión. Ambas guardaron silencio, en una tácita aceptación de la culpa por un lado y del perdón por el otro. En tanto, la mano de Susana seguía presionando la de Cecilia.
Cuando la calma volvió a la muchacha, se percató de que la presión de la mano de su madre sobre la suya continuaba. Y que con la presión, la punta de los dedos de Susana tocaban su piel alrededor de su vulva, lo que le produjo cierta desazón.
"¿Sigues virgen, hija?" preguntó de pronto su madre, a lo que ella respondió afirmativamente.
"¿Te hiciste daño ahí?" insistió su madre, apretando más aún su mano, lo que indicaba sin lugar a dudas que se refería a su sexo. La muchacha, confundida, solo atinó a mover su cabeza negativamente, sin atreverse a mirarla a los ojos.
"Déjame ver"
Su madre apartó su mano y dejó su vulva expuesta, la que miró con atención, terminando por tocar los alrededores de la misma, como buscando las huellas de algún golpe.
"¿Sientes algún dolor?" preguntó su madre mientras pasaba sus dedos por los alrededores de su vagina, muy cerca de sus labios. La muchacha no sentía dolor alguno, más bien lo que sentía era una agradable sensación que reavivaba su excitación anterior. Cerró los ojos y dejó que su madre continuara con la exploración, sin responderle nada.
Susana acercó su rostro a la vulva de Cecilia, como buscando algo. La muchacha sintió renacer todo su deseo sexual apagado momentáneamente con la irrupción de su madre. Nuevamente en una misma noche tenía una cabeza cerca de su rostro, lo que le transmitía ese excitante calor humano que entrega la respiración de una persona sobre la sensible piel de la vulva cuando está demasiado cerca de ella. Muy pronto la imagen de su madre se difuminó y solamente sentía deseo. Su natural predisposición para el sexo se había impuesto nuevamente sobre ella, abandonándose a las sensaciones que le entregaba la cercanía de su madre a su vagina.
Su madre no solo miraba detenidamente sino que sus dedos inspeccionaban en sus labios inferiores, en una acuciosa inspección de la zona afectada por la actividad sexual reciente de la niña. Pero esta no mostraba preocupación alguna por lo que su Susana pudiera encontrar. Más bien disfrutaba de la revisión materna a sus partes íntimas. Con los ojos cerrados se dejó hacer, sin darse cuenta que su cuerpo se movía por sí solo, lentamente, suavemente, pero sin pausa.
El calorcito que la respiración de su madre cerca de su vagina le entregaba y que la había excitado ahora fue reemplazado por fuertes suspiros a la entrada de su gruta, humedecida por la calentura que la dominaba. Siempre con los ojos cerrados, apoyada su cabeza en su madre, su mano se posó en uno de los muslos que sobresalían de su bata abierta. Lo hizo como si buscara donde apoyarse, pero apretó la piel de Susana con una intensidad que no dejaba lugar a dudas de su estado de excitación, lo que no pasó desapercibida a esta.
Su madre abrió las piernas, en una evidente aceptación. Y Cecilia, dejándose llevar por su naturaleza erótica, sin atender a nada que no fuera al deseo renacido, acarició el muslo que se le ofrecía, subiendo lenta pero inexorablemente hacia el final del mismo.
Cuando Cecilia llegó donde deseaba llegar, cuando su mano alcanzó el sexo de su madre, esta borró de su mente todo vestigio de inhibición y con desesperación hundió su boca en la vulva de su hija, que empezó a lamer hasta el último rincón, en tanto la muchacha acariciaba con deleite el sexo materno, metiendo uno de sus dedos en la húmeda cueva que se le ofrecía. Era tanta la excitación de ambas que se entregaron casi al unísono y sus orgasmos fueron simultáneos.
"Acuéstate a mi lado" le dijo la hija y la madre aceptó sin decir nada. Ambas sabían lo que vendría. Lo deseaban.
Susana se desprendió de la bata y completamente desnuda se acostó junto a Cecilia, que desprendida de su pijama estaba también desnuda. " Quédate quietecita " le dijo la madre y poniéndose sobre ella, apoyó su sexo en el de la muchacha, moviéndolo con tal intensidad que parecía un varón follando a su hembra. Su hija se sintió transportada con las sensaciones que le producía el sexo de su madre contra el suyo y tomándola entre sus manos la acercó para brindarle un apasionado beso en que sus lenguas se confundieron. Y así, mezcladas en un apasionado beso con lengua, sus sexos se presionaban mutuamente en un remedo de copulación, hasta que terminaron por rendirse a las delicias de un orgasmo increíble, que les sacó gran cantidad de líquido seminal a las dos.
Susana se levantó después de un breve descanso y se puso sobre Cecilia, pero al revés. Metió su boca en el sexo de la muchacha y le pidió que ella hiciera lo mismo con el suyo. Y empezaron un increíble 69 en que ninguna de las dos quería ir a la saga de la otra, moviendo sus bocas, sus labios, sus cuerpos, de manera de entregar la mayor satisfacción posible. Y cuando llegó el clímax, cuando ambas se rindieron finalmente, cuando sus sexos entregaron todo el líquido que guardaban, quedaron rendidas sobre la cama, con la cabeza metida entre las piernas de la otra.
Al cabo de unos minutos de descanso, Susana se levantó en silencio y se dirigió a su dormitorio, sin mirar a su hija, pero esta la detuvo antes de que saliera de la pieza.
"Me gustó mucho, mami. ¿Volveremos a hacerlo?"
La madre se detuvo y volvió a la cama donde aguardaba la muchacha, a la que abrazó y con un apasionado beso le respondió con un simple: "cuando tu quieras, amor" La cubrió con amor y se retiró a su dormitorio, tirándole un último beso desde la puerta.
Cuando Cecilia se durmió finalmente, sus pensamientos estaban ocupados por las increíbles sensaciones recién vividas, en que se mezclaban las bocas de su madre y de su tío en su vulva. Y en ambos casos había sido muy feliz. No sabía cómo podría ser eso, pero tanto su tío como su madre la habían llevado a unos orgasmos increíbles, sacando de ella toda la energía que guardaba su cuerpo juvenil.
Y mañana su tío la desfloraría.