Arde París
Eran como el Jing y el yang y ella se sentía la fina línea que los distinguía y que a la vez les permitía convertirse en un círculo completo.
Entró en la ducha aterida. Estaba harta de lluvia. Aunque París era un lugar húmedo, no era normal que en pleno junio siguiese lloviendo un día tras otro. Dejó que el agua tibia corriese por su cuerpo calentándolo. Poco a poco y con la ayuda del gel revitalizante pudo librarse de la sensación de entumecimiento y cansancio.
Sus manos se deslizaron por su vientre liso y sus pechos grandes, pesados y perfectamente esféricos que el doctor Pascal le había modelado con una pericia digna de un artista del renacimiento.
Se lavó la melena frotándosela con cuidado. Estaba tan orgullosa de ella como de su cuerpo esculpido a base de una dieta adecuada y de ejercicio constante. Poco a poco, la expectativa de la noche excitante que le esperaba fue animándola, de manera que, cuando salió de la ducha, volvía a encontrarse llena de energía.
Se secó el cuerpo con la toalla y con el pelo aun húmedo se dirigió a la habitación, dónde un espejo le devolvió la imagen de su cuerpo. No pudo evitar ser víctima de la vanidad y se miró en él. Se sopesó los pechos y se acarició el vientre liso, las caderas rotundas y los muslos suaves y cremosos que eran prólogo de unas piernas largas y deliciosamente torneadas.
Se dio la vuelta y se miró la espalda y el culo. Aquel culo era su desgracia y su mayor orgullo. Le costaba mantenerlo horas y horas de ejercicio, pero el resultado era un trasero firme, grande y redondo sin rastro de la celulitis que tanto temía.
Miró el reloj. Tenía el tiempo justo. No podía entretenerse mucho más o llegaría tarde. Puso un poco de música y se puso la ropa interior de seda negra imaginando como sería el hombre que se la quitase aquella noche. ¿Sería un tipo rudo e impaciente el que le arrancaría el tanga sin contemplaciones o sería un hombre de los que les gusta torturar, demorado el momento hasta hacerle suplicar?
Terminó de ajustarse las medias apresuradamente y a la vez que se acercaba al baño se ajustó las trabillas del liguero y se colocó los pechos dentro del sujetador. El secador ahogó por unos minutos la voz de Michael Buble. Con la mirada fija en el espejo se secó y se cepilló el pelo hasta que su larga melena rubia adquirió volumen y quedó brillante y ligeramente ondulada.
A continuación se maquilló. Nada exagerado, solo un poco de corrector aquí y allá y un poco de sombra y rímel en los ojos para conseguir que pareciesen más grandes y de un verde más profundo. Se perfiló los labios y se los humedeció con la lengua en un gesto mil veces ensayado y que a los hombres les volvía locos.
Miró el reloj una vez más. Iba a tener que correr. Se puso el vestido y los tacones, preparó el bolso con lo imprescindible y salió del piso como un cohete. Fuera había dejado de llover por fin. La luna asomaba de vez en cuando entre las nubes, haciendo que su luz reverberara sobre las tumultuosas aguas del Sena.
Fijó la mirada en el río y en los cruceros, amarrados a los muelles y con las luces apagadas debido a la crecida. Suspiró expectante y trató de mantenerse calmada. Sentía como la excitación y el miedo comenzaban hacer presa en ella. No sabía por qué, pero le gustaban las citas a ciegas. Odiaba la monotonía y por eso acudía siempre que podía al club. Nunca sabía quién podía aparecer por la puerta y eso era lo que buscaba con esas fugaces relaciones, la sorpresa y la incertidumbre de no saber lo que se iba a encontrar.
Era evidente que no todas las noches salía bien. Algunos le pedían cosas raras a las que se negaba en redondo. Otros se corrían casi antes de que ella entrase en calor o se metían de todo, pensando que a ella le encantaba estar follando dos horas seguidas, pero cualquier situación se veía compensada por la excitación de los momentos previos y por las veces en que todo salía a pedir de boca.
Tenía un buen puñado de polvos memorables entre sus recuerdos. Una noche en el Ritz con un millonario argelino, un polvo rápido en los baños de una estación de servicio con un danés gigantesco, una cena en un restaurante, en una isla del Sena, en el que las manos pasaron más tiempo por debajo que por encima de la mesa...
El taxi frenó con violencia a la puerta del club. Había llegado a tiempo. Se sentó en una de las mesas, ignorando las miradas de disgusto de sus competidoras y de deseo de los pretendientes y pidió un burdeos mientras esperaba. Allí iban todo tipo de personas, los que querían una relación fugaz, como ella y los que buscaban, la mayoría de las veces inútilmente, el amor de su vida.
Echó un vistazo rápido al personal y no le pareció muy prometedor. No sería la primera vez que volviese sola a casa. Miró el reloj, aun quedaban unos minutos y por norma general los hombres jamás se apresuraban.
Con el juego a punto de comenzar llegaron los últimos rezagados. Entre ellos dos piezas interesantes, un tipo bien vestido, de mediana edad, con pinta de ser un hombre en viaje de negocios y un joven atlético, de pelo oscuro y mirada hosca que vestía unos pantalones raídos y una camiseta, inmune a la bruma heladora proveniente del río.
La campana sonó y comenzaron los turnos de cinco minutos. Sus primeros dos contertulios fueron un nervioso contable y un gordo baboso que intentó meterle mano antes siquiera de presentarse. Mientras hablaba, se fijó en sus dos posibles objetivos de aquella noche. Por su actitud era obvio que el hombre de negocios no era parisino, miraba en todas direcciones y se fijaba en las fotos del establecimiento con interés como si nunca hubiese estado allí. Cuando cambió por segunda vez de pareja se sentó en la silla de al lado con una joven mulata y pudo escuchar su inconfundible acento alemán.
Ya se había decidido por él cuando cogió a la mulata por la mano y tras pagar la cuenta abandonó el local en su compañía.
En fin, aquello a veces pasaba. Estaba observando cómo se cerraba la puerta tras la pareja cuando sonó la campana y el joven de la camiseta se sentó frente a ella con una jarra de cerveza en la mano.
Sus ojos se fijaron en ella y recorrieron su cuerpo con descaro sin decir una palabra. Un poco irritada le devolvió la mirada. Observó con gesto de ligero desdén aquellos ojos oscuros y penetrantes, aquellos labios finos y crueles y la nariz rota que junto con un torso ancho y musculoso, que la camiseta apenas podía contener, le daba un aire primitivo y peligroso.
—Vámonos. —dijo el hombre con voz autoritaria.
—¿Así? ¿Sin más? —preguntó ella fingiendo estar irritada por la actitud del joven a pesar de que todo aquello le resultaba cada vez más excitante— ¿Ni siquiera me vas a decir tu nombre?
—Jean Luc. Ahora vámonos. —respondió cogiéndola por el brazo y sacándola del local ante las miradas de envidia de unos y las de alivio de otras.
Sin decir nada más, la llevó a paso vivo por la ribera del Sena, en dirección al Pont Neuf. Espesos nubarrones habían vuelto a tapar la luna y un viento húmedo y cortante proveniente del río se colaba por las rendijas de su gabardina.
Se apretó un poco contra Jean Luc buscando su calor. Él la envolvió con sus brazos por los hombros y siguieron caminando. No sabía dónde demonios le llevaba, ni que iba a hacer con ella. El temor solo hacía que sus sentidos se agudizasen. Cada contacto entre sus cuerpos provocaba un aluvión de deseos y temores que le ponían los pelos de punta.
Tal como temía, gruesas y heladas gotas comenzaron a caer, primero más espaciadas, luego formando una cortina cada vez más espesa. Iba a quejarse y a sugerirle que pidiesen un taxi cuando, cogiéndola por la cintura, aceleró el paso.
Se sintió llevada en volandas con sus tacones apenas tocando el suelo. Jean Luc la guio sin ninguna sutileza al inmenso portal de un edificio del siglo dieciocho. Con brusquedad la empujó contra la pared haciendo que todo el aire saliese de sus pulmones.
Abrió la boca para coger aire, pero se encontró con los labios de Jean Luc que se pegaron a ella sofocándola a la vez que su lengua cálida la exploraba con violencia. Fueron unos instantes mágicos y a la vez angustiosos, batallando lengua contra lengua mientras intentaba coger aire por la nariz a la vez que con las manos en su torso, estaba preparada para empujarle con todas sus fuerzas si la sensación de ahogo la superaba.
Tras lo que le pareció una eternidad Jean Luc se separó. Fuera la lluvia se había convertido en un diluvio que amenazaba con comerse la calle y desbordar el Sena. Con un suspiro, apartó la vista del exterior y colgándose del cuello del hombre, la fijó en aquellos ojos hipnóticos.
Al estirarse, el nudo de su gabardina se soltó y la prenda se abrió, dejándole entrever el ajustado vestido de lana que llevaba.
Las manos de Jean Luc no se demoraron y se colaron por la abertura asiendo su cintura y deslizándose hacia arriba hasta cubrir sus senos. Los apretó y sopesó con suavidad mientras la besaba de nuevo esta vez con más suavidad, recreándose en el sabor y la calidez de su boca.
Abrumada como estaba por aquella lengua que no paraba de explorarla, prácticamente no se dio cuenta de cómo apartaba las manos de sus pechos y las bajaba hasta colarlas bajo la falda del vestido.
Las manos frías del joven le hicieron soltar un respingo. Jean Luc al sentir sus movimientos se apretó más contra ella inmovilizándola, mientras avanzaba entre sus muslos hasta llegar a su pubis.
Unos dedos hábiles apartaron el tanga y recorrieron la raja de su sexo antes de penetrar profundamente en él. Gimió y se estremeció excitada antes de darse cuenta de que estaba a punto de follar en plena calle.
Atemorizada apoyó la cabeza en el hombro de Jean Luc y aprovechó para mirar fuera del acogedor portal. La tormenta estaba en su apogeo, el agua caía en forma de una espesa cortina y los pocos viandantes que se atrevían a desafiar aquel diluvio, lo hacían con la cabeza gacha y el paraguas encasquetado en la cabeza, intentando inútilmente no acabar empapados.
Más tranquila, cerró los ojos y aspiró el aroma de aquel hombre. Era un olor fuerte, masculino en el que predominaba un olor como a disolvente por encima de un tenue olor a sudor.
El hombre tiró de sus caderas separándolas de la pared e interrumpiendo sus pensamientos. Sabía lo que venía después. Bajó la vista justo para ver como Jean Luc se desabrochaba los pantalones y cogía su polla erecta para dirigirla hacia su interior.
La polla de Jean Luc resbaló en su interior colmándola con un intenso placer. Gimió y se agarró con fuerza a los hombros del hombre mientras este comenzaba a moverse, entrando y saliendo de su coño con movimientos pausados.
Poco a poco, Jean Luc fue acelerando sus penetraciones. Ella rodeó con una de sus piernas las caderas del hombre, quería que entrase más profundamente en su interior. Él, sin dejar de follarla, acarició su muslo, jugueteó un instante con las trabillas del liguero y avanzó por las piernas en fundadas en el resbaladizo tejido de las medias hasta llegar a su tobillo.
Acompañándolo de una andanada de besos, le subió la pierna hasta apoyarla en su brazo. Con su pubis totalmente expuesto recibió el miembro de Jean Luc, que esta vez entró hasta el fondo de su coño.
Colocando el brazo bajo su pierna comenzó a follarla con violencia, haciendo que sus gemidos fueran más intensos. La incómoda postura no le impidió sentir el intenso placer que le proporcionaba los ahora violentos y rápidos pollazos de Jean Luc.
Estaba a punto de correrse cuando su amante se separó y le dio la vuelta con brusquedad. Antes de que se diese cuenta la había vuelto a penetrar mientras ella intentaba mantener el equilibrio hincando las uñas en la dura piedra del edificio.
Los embates de aquel hombre, cada vez más violentos hacían que todo su cuerpo se tensase para mantenerse en pie. Sentía como el placer crecía en ella cada vez más. Jean Luc deslizó las manos por debajo del vestido, palpando y acariciando a la vez que le levantaba aun más la falda de la prenda.
Con dos empujones que la levantaron del suelo Jean Luc se corrió en su interior. El calor de aquella semilla le llevó al borde del orgasmo. Él, consciente de ello, la agarró por las caderas y continuó follándola hasta que una intensa sensación de placer irradió de su sexo y se expandió por todo su cuerpo hasta paralizarla. El joven se detuvo y aprovechando su estado de indefensión pareció escribir algo justo al final de su espalda.
Cuando quiso darse la vuelta y averiguar qué demonios estaba haciendo, él ya se había separado y le había bajado el vestido.
Con un suspiro se recompuso el pelo y se ciñó de nuevo la gabardina. Fuera había dejado de llover. La verdad es que había sido un polvo sensacional. Sonriendo se volvió hacia Jean Luc que aunque no dijo nada, había relajado por fin aquel gesto pétreo e impenetrable que había mantenido desde que le conoció.
Salieron del portal. Las nubes seguían siendo grises y amenazadoras, pero la tormenta parecía alejase hacia el norte. Al girar la cabeza vio un taxi libre. Se acercó al borde de la acera y levantó la mano para llamarlo sin creer en su suerte.
El taxi frenó justo a su lado, obligándola a retrasarse un par de pasos para evitar el agua que levantaron las ruedas al pisar un charco.
Se dio la vuelta para sugerir a Jean Luc compartir el viaje, pero el hombre se había esfumado. Sin poder creer que aquello le pudiese suceder a ella entró en el taxi.
Recostada en el asiento trasero repasó toda la aventura. Todavía no sabía si lo de aquel hombre era pura pose o estaba un poco pirado, lo único que sabía era que pocas veces se lo había pasado tan bien, era un lástima que aquella relación fuese tan fugaz.
Cuando entró en casa la mezcla de humedad sudor y flujos hacía que le picase todo el cuerpo. Se quitó la gabardina y el vestido de camino al baño y los zapatos de dos patadas. A continuación se situó frente al gigantesco espejo de cuerpo entero que tenía en la habitación, se quito el sujetador y soltó las trabillas del liguero. En cuestión de segundos estaba totalmente desnuda.
Solo cuando se cogió la melena y se echó un vistazo a la espalda lo vio. Se había olvidado de lo que había hecho Jean Luc justo después de correrse. Entre los hoyuelos del final de su espalda había apuntado un número de teléfono con un rotulador.
Primero se enfado por aquella muestra de desfachatez. ¿Es que no podía decirlo de viva voz como todo el mundo? Luego se fijó en que el hombre se había molestado en escribir los números al revés para que ella pudiese leerlos en el reflejo del espejo y aun le sobró tiempo de pintar debajo, con indudable maestría un par de hojas y una flor parecida a una orquídea.
Estaba a punto de entrar en la ducha, pero aquella flor la hipnotizaba con su belleza, así que le hizo un foto con el móvil antes de que desapareciese para siempre.
Tres días, tres días de dudas, tres días de vacilaciones. Finalmente el recuerdo de aquella noche de placer bajo la lluvia pudo más que la rareza de aquel tipo. Después de haber cogido el teléfono una infinidad de veces, finalmente marcó el número.
Conteniendo la respiración escuchó el primer tono, luego el segundo seguido de un tercero y así hasta que sonó el pitido y la voz del contestador que le invitaba a dejar un mensaje.
—Yo soy... Bueno ya sabes quién soy...
—¡Bah! Esto es ridículo. —se dijo colgando el finalmente el teléfono.
No sabía muy bien lo que estaba haciendo y no le extrañaba que Jean Luc no se hubiese molestado en atender su llamada. Dejó el teléfono sobre la mesa y se dirigió pensativa a la ventana. Por fin había dejado de llover y las nubes habían dado paso a un sol abrasador. Apartó la vista del cielo azul y resplandeciente y se dispuso a salir de casa cuando un mensaje del móvil llamó su atención.
En el mensaje de Jean Luc solo había un hora y una dirección en los alrededores de Montreuil. En cuanto lo leyó aquella sensación de suspense y placer anticipado que había sentido el primer día la llevó a dejar de lado todas las prevenciones que había acumulado aquellos días con aquel desconocido.
Mientras salía de casa, camino del trabajo, apenas podía contener su excitación.
Logró escaparse un cuarto de hora antes y cuando llegó a casa se fue directa a la ducha. El agua corriendo por su cuerpo y sus manos, cubiertas de gel, no hicieron si no excitarla aun más.
Al final tuvo que salir apresuradamente de la ducha antes de que terminase masturbándose y se vistió apresuradamente una minifalda negra y una blusa blanca sin mangas. Durante un instante dudo en ponerse un sujetador, pero finalmente lo descartó ya que no lo necesitaba y los pechos insinuándose libremente a través del vaporoso tejido de la blusa eran mucho más sugerentes que cualquier bordado por fino que fuese.
Se calzó unas sandalias de tacón y salió de casa dominada por un apremio que hacía mucho tiempo que no experimentaba. El calor la recibió como un bofetón recordándola que por fin había llegado el verano.
Enseguida llegó el taxi que había llamado y se sumergió en su interior climatizado con un suspiro de alivio. Se acomodó en el asiento, intentando ignorar las miradas de soslayo del conductor y se concentró en observar la ciudad.
Pasaron frente al complejo hospitalario de Salpetriere, camino del puente de Bercy. Cruzaron el río Sena y en cuestión de pocos minutos estaban el Boulevard Picpus en dirección a la place de la Nation. El tráfico era escaso y el taxista giró en dirección a la rue d´Avron y a la place Porte de Montreuil.
Solo tardó un par de minutos más en encontrar la dirección que le había indicado y paró frente a un edificio de los años veinte del siglo pasado, en la rue Robespierre. El conductor se demoró unos segundos más de lo necesario fingiendo buscar la vuelta mientras se recreaba en la difuminada silueta de sus pechos.
Al fin el taxi arrancó con un chirrido de ruedas. Durante un instante, mientras observaba el aspecto semiabandonado de aquel edificio de tres pisos y grandes ventanales, se le pasó por la cabeza llamar otra vez al taxi y salir de allí zumbando, pero ya era demasiado tarde así que se armó de valor y llamó al timbre de la tercera planta.
Como no esperaba que fuese de otra forma, Jean Luc le abrió sin decir palabra. Entró en el vetusto ascensor, semejante a la jaula de un canario y presionó el botón de la última planta. Con desesperante lentitud subió en el vetusto artefacto hasta que con un tañido de campana se paró en la cuarta planta. La única puerta que había a la vista estaba abierta.
En cuanto atravesó el umbral, dos cosas la sorprendieron. Primero, la abundante luz que entraba por los grandes ventanales y la media docena de claraboyas y segundo, el penetrante olor, el mismo que había detectado en Jean Luc aquella noche y que al ver los óleos que se acumulaban desordenadamente contra las paredes identificó por fin como trementina.
Avanzó taconeando en el vetusto suelo de madera y al girarse le vio dando los últimos toques a una mujer de arcilla. Sus manos se desplazaban por un cuerpo esbelto, de color ocre, quitando de un lado para añadir en otro. Finalmente se dio cuenta de su presencia y levantó la cabeza dirigiéndole una gran sonrisa que le descolocó.
Se fijó en él con más atención para convencerse de que era la misma persona que apenas le había dirigido cuatros palabras el viernes anterior. Eran los mismos rasgos, los ojos oscuros, la mata de cabello largo y negro, los labios finos. Todo igual pero más suavizado... Más civilizado. Se acercó a ella. Iba vestido con solo un pantalón corto para combatir el calor que reinaba en el estudio, lo que le permitió ver por primera vez su torso desnudo.
—¿Jean Luc? —preguntó aun no del todo convencida.
—Me temo que no, yo soy Jean Claude. —dijo él mostrando su perfecta dentadura de nuevo en una espléndida sonrisa.
—Pero. ¿Cómo? —replicó ella pensando que era objeto de alguna broma pesada cuando oyó unos pasos detrás de ella.
Al girarse se encontró con la misma cara, esta vez con el gesto correcto. Jean Luc la miraba mientras se limpiaba las manos sucias de pintura con un trapo mil veces usado. Se giró y miró a ambos lados descubriendo la causa de su confusión, dos hermanos gemelos, tan parecidos y tan distintos.
—¿Sabéis? Vuestros padres se confundieron al poneros los nombres. —dijo ella digiriendo la situación— Deberían haberte puesto a ti el nombre de Jean Claude*.
—La verdad es que tienes un poco de razón Durante un tiempo, mi madre creyó que era autista, pero solo es una pose. Le gusta ser así y se le da bien. —dijo Jean Claude con una sencillez que la desarmó.
—¿Así que sois artistas?
—Sí, —respondió Jean Claude— Él pinta y yo, por llevarle la contraria, soy escultor.
—¿Puedo? —Preguntó ella señalando las obras de arte que atestaban el estudio y dejando el bolso sobre una mesa improvisada por un par de tablones y unos caballetes.
Con un gesto Luc le invitó a hacerlo. Consciente de que era el centro de atención, puso las manos a su espalda en un gesto solo aparentemente casual y paseó entre las esculturas, colocándose entre los gemelos y la intensa luz del sol que entraba por los ventanales.
Admiró la maestría y la sutileza de Claude modelando aquellas figuras de arcilla que luego se convertirían en espectaculares estatuas de bronce, dejando que la luz atravesara el fino tejido de la blusa perfilando sus pechos que se movían libres de la prisión de un sostén.
Se apartó la melena acompañando el movimiento de cabeza con sus brazos. Sintió sus pechos bambolearse y temblar mientras observaba de reojo como los dos hombres no se perdían ni uno solo de aquellos movimientos.
Aquellas miradas eran ansiosas, pero también criticas. Sentía como valoraban cada uno de sus movimientos y hasta el más ínfimo lunar que adornaba su pálida piel.
Cuando terminó, se acercó a la pared y empezó a repasar los óleos. Dejando una de sus piernas retrasada, tocando el suelo apenas con la punta de la sandalia, descubrió ojos grandes, labios frunciéndose en expresiones de enfado o melancolía, brazos tensos, manos expresando agresión o defensa... Aquellas obras parecían partes de un inmenso puzzle de cuerpos y sensaciones.
Mientras repasaba, una tras otra, aquellas pinturas, su mente era un remolino. Nunca había hecho el amor con dos hombres a la vez. Siempre le había parecido más bien una fantasía machista y si alguna vez se lo habían propuesto lo había rechazado ya que solo veía que fuese excitante para ellos. Pero aquellos dos hombres eran distintos. Iguales y a la vez tan diferentes. Eran como el Jing y el yang y ella se sentía la fina línea que los distinguía y que a la vez les permitía convertirse en un círculo completo.
Dejó los lienzos y cruzando las piernas al caminar se acercó a ellos. Mientras lo hacía fijó su mirada de gata, primero en uno y luego en otro. Finalmente se paró frente a ellos.
El primero en moverse fue el escultor. Con su dedo índice recorrió el perfil de sus pómulos y su mandíbula antes de introducir la mano bajo su melena para asir su nuca y darle un suave beso.
Sus labios apenas se rozaron y Claude se apartó un par de centímetros, lo justo para que ella besase el aire. Un nuevo roce y una nueva retirada. Volvió a acercarlos pero esta vez Claude le besó la barbilla.
Luc les observaba intensamente, como si quisiese grabar cada gesto en su memoria. Finalmente sus bocas se fusionaron. Suspiró suavemente mientras el escultor rodeaba su cintura y las dos lenguas se entrelazaban.
Cerró los ojos y se dejó llevar. Oyó los pasos de Luc acercándose por detrás antes de colocarse a su espalda y apartando su pelo resplandeciente, le besó la nuca. Nunca se había sentido tan deseada. Los torsos de aquellos hombres se pegaron contra ella. Sintió como dos duras masas de músculos aprisionaban su cuerpo. Pocas veces había sentido una emoción semejante.
Como impulsados por un mismo pensamiento deshicieron su beso y se apartaron unos centímetros.
Claude comenzó a desabotonar la blusa con delicadeza recreándose y acariciando cada porción de piel que quedaba a la vista. Por detrás Luc se peleaba con la cremallera de la falda con su fiereza característica.
En cuestión de segundos solo las sandalias y en escueto tanga impedían que estuviese totalmente desnuda. Los gemelos se apartaron un poco más y fue ella la que, con lentitud, cogió la cinturilla del tanga y se lo bajó hasta los tobillos. Cuando se volvió a erguir sacó uno de los pies del tanga y levantó la otra pierna para terminar de deshacerse de él a la vez que les daba a los hermanos un visión de su sexo rasurado.
Levantándose la melena hizo una lenta pirueta, exhibiéndose y permitiendo que los dos hombres admirasen su cuerpo enteramente.
Cuando terminó se habían acercado de nuevo. Las manos del escultor acariciaron sus nalgas y su vientre mientras el pintor, desde atrás, agarraba y estrujaba sus pechos con fuerza.
Gimiendo excitada se apretó contra sus cuerpos sintiendo las erecciones que hacían prominencia es sus pantalones.
Mirándoles alternativamente, se agachó y hurgó en el interior de sus pantalones hasta sacar dos pollas erectas y calientes. Las agarró con fuerza, sintiendo como palpitaban hambrientas antes de acercarlas a su boca.
Las besó alternativamente y les dio suaves lametones. Luc deshaciéndose de los pantalones no esperó más y le metió la polla en la boca de un impaciente empujón. Comenzó a chupar aquel miembro duro y agresivo mientras con la mano derecha pajeaba el pene de Claude.
Ambos hombres gimieron casi a la vez. Ella sonrió satisfecha y se aplicó aun más. Tras unos segundos Claude le apartó la mano y quitándose los pantalones tiró de sus caderas para levantarlas.
Sin dejar de chupar y acariciar el sexo de Luc movió las caderas invitando a Claude a penetrarla. El escultor se lo tomó con tranquilidad. Posó la deseada polla entre sus nalgas y se dedicó a acariciar el cuerpo inclinado de la mujer, creando regueros de placer allí por donde sus dedos pasaban.
Un par de minutos después sintió como deslizaba el miembro en su sexo rebosante de deseo. Apartó la boca de la polla del pintor un instante para soltar un largo gemido de placer.
Como si lo hubiesen hecho mil veces los dos hombres comenzaron a mover sus caderas adelante y atrás alternativamente de manera que el empujón de uno lo aprovechaba para hacer más profunda y placentera la penetración del otro sin darle a ella un segundo para coger aliento.
Sintió como todo su cuerpo se estremecía y retorcía con cada empujón y el placer era cada vez más intenso.
A punto de correrse Luc se apartó. Aprovechando el momento ella se irguió y se separó caminando de espaldas en dirección a la mesa improvisada. Se sentó sobre la endeble estructura y les desafió abriendo las piernas y mostrando su sexo abierto y rebosante de excitantes humedades.
Jean Claude se inclinó sobre su vulva y la lamió con fruición. Luc apareció a un lado con una cámara réflex de alta velocidad y comenzó a sacar fotos de los dos amantes. Desde muy cerca, sacaba ráfagas de fotos de ojos velados por el deseo, labios fruncidos y bocas que se abrían ansiosas; muslos contraídos y cuerpos crispados intentando retener el intenso placer que les recorría.
Los dedos del Escultor entraron en su coño y como si estuviesen moldeando el interior de su sexo la exploraron buscando imperfecciones hasta encontrar una ligera y dulce prominencia que acarició y presionó hasta conseguir un intenso orgasmo.
Luc no se perdió ninguno de los gestos y los fotografío mientras ella ajena a la presencia de la lente gemía y jadeaba asaltada por una oleada tras otra de placer.
Tras unos segundos Claude se irguió y sin darle tregua volvió a penetrarla. Ella ciño sus piernas entorno a sus caderas. Luc dejó la cámara sobre el suelo y comenzó a besar sus pezones y su boca.
Pronto volvió a sentir nuevos aguijonazos de placer. En ese momento Claude la separó de la mesa elevándola en el aire, subiéndola y bajándola con fuerza mientras ella hincaba las uñas en sus hombros y su espalda intentando mantener el equilibrio en aquella montaña rusa.
Tras un par de minutos el hombre se tomó un descanso. El sudor corría por su torso impregnando con su olor a macho los pechos y el vientre de la joven. Alargó un dedo y lo probó estaba caliente y salado.
Aprovechando la tregua Luc se acercó por detrás y acarició su culo antes de agacharse. Instantes después sintió como una lengua cálida y húmeda acariciaba su ano y se introducía en él. Un escalofrío recorrió su cuerpo estremeciéndola.
Con su sexo ensartado y sus piernas inmovilizadas por los robustos brazos de Claude. su hermano la exploró a placer. Ella asustada, intento revolverse, pero solo consiguió que Claude emitiese apagados gemidos de placer.
Cuando Luc se irguió tras ella con la polla en la mano e inconfundibles intenciones, miró a Claude con angustia. El escultor la tranquilizó con besos y palabras dulces hasta que finalmente ella se relajó un poco.
Lubricando abundantemente el agujero de su ano Luc finalmente la penetró. Ella gritó dolorida y mordió el hombro de Claude con fuerza mientras la polla de su hermano entraba poco a poco hasta enterrarse en el fondo de su culo.
Por una vez Luc fue cuidadoso y no movió su polla acariciando el cuerpo de la joven y besando su pelo y su nuca hasta que los peores espasmos de dolor hubieron pasado.
Solo entonces comenzaron a moverse con suavidad. Ella gritó he hincó las uñas en el pecho del escultor mientras se sentía emparedada, asaltada... completa.
Pronto el dolor se amortiguó y fue sobrepasado por un intenso placer. Un placer que era tanto físico como mental al sentir como era capaz de complacer a dos hombres a la vez.
El escultor soltó sus piernas y la penetró unos instantes más con todas sus fuerzas antes de apartarse y eyacular sobre su vientre y sus muslos. El calor de su semen y los suaves empujones de Luc por detrás la estaban volviendo loca de placer.
El pintor se separó también y la cogió por la muñeca mientras su hermano recogía la cámara del suelo.
Luc la guio en silencio hasta una enorme y antigua cama con dosel, obviamente el único mueble que había sobrevivido desde los orígenes del edificio. Ella se subió y se puso a gatas deseosa de que los gemelos terminasen lo que habían empezado. Luc se acercó, besó sus piernas y avanzó por el interior de sus muslos saboreando la mezcla de sudor semen y flujos orgásmicos que resbalaban por ellos.
A continuación recorrió su sexo y su espalda antes de colocarse de nuevo sobre ella. El escultor comenzó a coger rápidas instantáneas y se fijó especialmente en al expresión de la joven cuando la polla de Luc volvió a distender su ano.
Esta vez el dolor fue fugaz y dejó que Luc la sodomizara más fuerte y profundamente. De nuevo se sintió escudriñada en todos sus gestos y emociones mientras la cámara no dejaba de chasquear.
Rodeando su cintura con los brazos su amante la incorporó y la guio a uno de los postes del dosel donde ella apoyó sus brazos. Las manos del pintor jugaron unos instantes con sus pezones antes de deslizarse hacia abajo y acabar acariciando su clítoris a la vez que continuaba sodomizándola.
Poco a poco el placer fue creciendo en ambos hasta que en medio de brutales penetraciones ella se corrió. Con su cuerpo retorciéndose de placer, sintió como la polla de Luc abandonaba su cuerpo dejando que se derrumbara exhausta antes de eyacular sobre su culo y su espalda.
A pesar del cansancio seguía incomprensiblemente dominada por una excitación insaciable. Con los músculos aun estremeciéndose y su piel brillante de sudor y semen se irguió acariciándose el cuerpo lascivamente. Claude soltó la cámara y se acercó a ella, besando y lamiendo sus pechos y su cuello antes de que ella lo rechazara y se acercara a Luc cogiendo su polla y chupándola con energía hasta que estuvo de nuevo totalmente erecta.
Esta vez fue ella la que montó sobre él y se dejó caer violentamente sobre su falo. Cabalgó con todas sus fuerzas, gritando y disfrutando de aquella polla dura y venosa hasta que un nuevo orgasmo la sorprendió arrollador.
Se quedó paralizada y jadeante, cogiendo aire y recuperándose del esfuerzo cuando el otro hermano se acercó y poniéndose frente a ella le metió la polla en la boca.
La chupo y la acarició unos instantes pero la falta de aire podía con ella así que se irguió y la colocó entre sus pechos. La polla de Claude resbaló entre los húmedos y aterciopelados senos de la joven provocándole un intenso placer.
Cada vez que la punta del glande asomaba de entre ellos, ella se apresuraba a lamerlos y chuparlos provocando roncos suspiros en el escultor.
Agarrándola por las caderas Luc la obligó a cabalgarle de nuevo. Apartando el pelo húmedo y pegajoso de su cara miró a Claude y se inclinó sobre Luc alzando las caderas en un gesto inequívoco.
El calor de aquellos dos hombres montándola por delante y por detrás le hicieron creer que iba a acabar incendiada. Esta vez el orgasmo fue casi instantáneo. No tan intenso como los anteriores pero se prolongaba subiendo y bajando mientras los gemelos la avasallaban con su carne.
Nuevos picos de placer la asaltaban haciéndola jadear y gritar hasta quedar ronca mientras los dos hombres empujaban, lamían, mordían y acariciaban su cuerpo estremecido hasta eyacular finalmente en su interior.
Jadeando y gimiendo se derrumbaron sin cambiar de postura disfrutando del placer que aun reverberaba en sus cuerpos antes de que Luc con un gesto de incomodidad los obligase a tumbarse de lado en el lecho.
Aquella relación fue tan intensa como fugaz. Sabía que si continuaba con ella, tarde o temprano uno de ellos la obligaría a elegir y ellos también eran conscientes de ello así que no volvieron a verse.
Aun así, cada vez que se despertaba por las mañanas y la luz del sol la deslumbraba, recordaba aquella tarde de sexo desenfrenado en el luminoso estudio.
Meses después recibió un nuevo mensaje de Jean Luc:
ARDE PARÍS
La Galería St Ouen se complace en invitarle a la presentación de la nueva colección de los hermanos Faure que tendrá lugar el jueves día treinta de enero a las 21:00 en nuestras instalaciones en la rue Dr Bauer 98.
Así mismo aprovechamos para enviarle un cordial saludo y recordarle que Galerías St Ouen siempre está a su servicio.
P.D. Le Rogamos confirme su asistencia mediante sms o wasap a este mismo número al menos veinticuatro horas antes.
El cielo oscuro y gris le recordó al día en el que conoció a Jean Luc, con la diferencia de que ahora estaban en febrero.
En esta ocasión no le había costado elegir su indumentaria. Solo tenía un vestido adecuado para mostrarlo. Un largo vestido azul de Yves St Laurent con un espectacular escote en la espalda que le llegaba hasta el nacimiento del culo, que podía ocultar con su melena o no, según lo decidiese.
Se calzó los tacones y se miró al espejo satisfecha. El suave tejido se ajustaba a sus curvas como una segunda piel. Se puso un abrigo de paño y salió por la puerta.
Cuando llegó a la galería se sacudió el aguanieve del abrigo y se lo dio al guardarropa después de asegurarse de que el pelo caía por detrás ocultando el final de su espalda.
Enseñó su invitación al vigilante y pasó a un espacio cálido y brillantemente iluminado. La gente ya había llegado y aprovechó que la mayoría estaba atacando los aperitivos para observar las obras de arte.
Eran tan impresionantes como se había imaginado. Reconoció en los lienzos su piel sus ojos y sobre todo sus gestos. Cada instante le devolvió otra vez a aquel estudio. Volvió a sentir el calor, los besos y las caricias. Un placentero cosquilleo se extendió por su cuerpo haciendo que sus pezones se erizaran haciendo prominencia en la líquida seda.
Se alejó de las paredes y se aproximó a las esculturas de bronce. Figuras entrelazadas, miembros confundiéndose en estrechos abrazos...
Sin poder evitarlo, acercó un dedo y acarició una pantorrilla sorprendentemente parecida a la de Jean Claude.
—¿Sabes que está prohibido tocar las obras expuestas? —dijo Jean Claude apareciendo de la nada.
—Hola chicos —respondió ella dándoles sendos besos— Estáis muy elegantes con esos trajes.
—Exigencias de la jefa. Si quieres vender te tienes que plegar a estas estupideces. —dijo Jean Luc sin ocultar su gesto de asco.
—No le hagas caso —intervino el escultor— en el fondo está satisfecho y siente haber avanzado un par de escalones en el proceso evolutivo. Por cierto ¿Te gusta nuestra sorpresa?
—Es impresionante...
—Tanto como la musa que los ha hecho posible. —replicó Jean Claude que como siempre llevaba la voz cantante.
Cogiéndola cada uno por un brazo, los dos gemelos se la llevaron mostrándole sus mejores obras y explicándole lo que pretendían con ellas.
Se acercaron a una última obra. Una escultura en la que aparecían los tres amantes y de la que colgaba un cartel que ponía que estaba vendida.
—Es para ti. —dijo el escultor.
Fascinada, acarició el frío bronce y les sonrió. Era realmente espectacular.
—Muchas gracias chicos ahora tengo un regalo de cada uno.
Los dos le miraron levantando la ceja a un tiempo. Con una sonrisa maliciosa se dio la vuelta apartando su abundante melena de la espalda mostrando las dos hojas y la orquídea apresuradamente esbozadas por Jean Luc, ahora tatuadas con habilidad, tomando como modelo la foto que había hecho del dibujo original.
—Deberíamos quedar más tarde, quizás eso necesite unos retoques —dijo Jean Luc con aire crítico, recorriendo con sus dedos el tatuaje y provocándole un nuevo escalofrío de deseo...
*Supongo que todos sabréis de que va el chiste, pero por si alguno se pierde, la protagonista se refiere a Jean Claude Van Damme el actor de películas de acción.