Árbol de fuego
Mi mente es un mundo y en su alma, mi morada.
Mi mente es un mundo y en su alma, mi morada...
Una gota circular que en su interior húmedo contiene a todas las soledades del alma, se desintegra en miles de partículas líquidas al estrellarse contra una rama seca. Todo un universo desaparece por acción del choque. Todo un mundo de sensaciones haciéndose nada.
El cielo se encuentra cubierto de nubes grises que ocultan celosamente a los rayos de un sol que se encuentra en retirada. Pronto dos, tres, cien, mil, treintamil gotas, universos de soledades, congojas y melancolías, estallan contra la solidez del peñasco. Al borde del acantilado, a centímetros de un vacío de indiferencias y esperas muertas, un árbol de tronco grueso y oscuro se abre paso hacia arriba mediante un intrincado de ramas secas que se asemejan a dedos artríticos suplicando al cielo.
¡Qué sólo se encuentra el árbol, qué abandonado en medio de rocas y tierra seca, qué triste de esperar lo que nunca llega, qué cerca del vacío y de la muerte! Claro, el árbol y ella... sí... yo. Esa chica soy yo apoyando mis espaldas contra la rugosidad del tronco leñoso y protegiéndome de una tormenta que va creciendo a medida se adentra la noche. Yo, alguien que se encuentra dentro de sí misma, temblando de frío, endureciéndose a los golpes, sollozando en silencio un dolor que desgarra sentidos. Esperando.
Este peñasco es mi lugar dentro de mí, la morada en donde espero a quien no llega, el sitio en lo más profundo de mi alma, las cavernas de mi ser. Y ese alguien no se trata de un príncipe azul montado sobre un caballo blanco ni siquiera de una estrella de rock sumida en las mieles de la fama y ahogada en las drogas de los excesos. No... ese alguien es mi otro yo, mi hombre, mi todo, mi razón, mi búsqueda eterna a través de soles y lunas, brillos y sombras, tormentas y dulces brisas. La otra mitad.
Pasa el tiempo, se agigantan las distancias, se consume la vida y no llega ¿Sabrá cuánto lo necesito? ¿Existirá tan sólo en mi mente? ¿Será una fantasía incorpórea? Que sola estaré cuando la túnica azabache de la noche cubra mis pupilas y un hueco tan grande como el dolor de no encontrarlo se aloje entre mis latidos. Abrazo mis rodillas, las aplasto contra mi pecho, lloro como una niña, me deshago como el humo de los cigarrillos, me empequeñezco ante la sombra de tanta ausencia y tiemblo. Que el llanto se adueñe de mí mientras susurro al viento:
Cierra tus ojos
Solo siente y date cuenta
Es real y no un sueño
Estoy en ti y tú en mí
Y cierro los ojos; una lágrima se mece inestable desde la punta de mi nariz. Sonrío de lado mientras muerdo mi labio inferior, ese que siempre soñó con el mordisco que marcara mi piel y mi alma. Esperanzas muertas, dolor desgarrador, ausencia asesina, latidos sin eco, soledad entre la gente, entre los míos, soledad de mando.
- Abre los ojos - Una voz aniñada surca al silencio de la noche y lentamente los abro; las pestañas se alzan, las pupilas se adecuan al estallido luminoso. En el cielo resplandece una luna plata como jamás había visto y delante de ella, la silueta de un hombre, la sombra perfecta y el brillo de unos ojos que se reflejan en las mieles de mi mirada. Se extiende una mano y la tomo con suma delicadeza.
Embriagada por el perfume de esa piel, posesionada por la suavidad de esos dedos que apenas rozan la palma de mi mano, siento como el vacío de mi pecho comienza a desaparecer a medida que se llena de él. Me detengo en las profundidades de esas pupilas hasta que su brazo derecho rodea mi cintura llevándome hacia su cuerpo y me dejo atrapar - Mi alma es tuya – susurra.
Alientos mezclados, latidos acelerados, un escalofrío recorriendo mi espalda y luego temblores compartidos - Eres tú... mi amor, mi espejo, mi todo ¡cuánto te he esperado! – murmuro mientras me estruja entre sus brazos y me pierdo en su pecho… mi refugio. Sí, la espera ha terminado, el sueño le da lugar a la realidad más hermosa y de pronto se humedece mi hombro – También te he buscado... toda la vida. Eres tú... mi amor, mi espejo, mi todo.
Mi mentón, su mano, mi rostro elevándose hasta amalgamarnos las miradas; su fuerza reflejando mi fuerza y viceversa. Qué completa y protegida entre sus brazos, qué paz al tocar el rojo de sus latidos golpeando contra mi pecho, qué ganas de detener todos los relojes en este segundo y no irme nunca más de su lado. Resplandece su sonrisa y en la humedad de sus ojos se ondula mi reflejo cual alas al viento, las alas que me he arrancado con total descaro.
- Quiero hacerte el amor – murmura y su lengua construye un camino de saliva en mi rostro desde el mentón hasta el labio inferior. Vibra mi alma, vibra mi cuerpo, vibro y jadeo. Sus manos se deslizan suavemente a través de mi espalda, barcos lujuriosos que surcan los mares de mi piel, dedos de terciopelo que al llegar a mi coxis se convierten en garras salvajes de pasión descontrolada. Los demonios interiores emergen desde los infiernos de la carne y se frotan, y se entregan, y batallan.
Empujamos uno contra otro como queriendo ser UNO de una vez y para siempre, hasta sentir como su dureza se aprieta contra mi pubis al ritmo de movimientos incipientes y mi sexo se expande preso de pasión.
Lo miro con las ganas a flor de piel y me relamo – Hazme el amor. Soy tuya, toda tuya - muerdo su barbilla para luego pasarle la lengua, ancha, húmeda, caliente, provocadora. Me deshago por devorarlo entero sin desperdiciar nada y sí... muero por ser devorada.
Sube mi falda hasta dejarla enrollada en mi cintura y sus dedos se hunden en mis glúteos. Son mis manos las que se encargan de desabrocharle el pantalón, botón por botón hasta que caen a sus pies y los aparta. Le corresponde el turno a las franelas, igual destino de suelo. Ahora las pieles traducen humedades y ardores, un idioma apasionado cubierto por los fuegos carnales, el deseo de siempre más. Las pieles y las ropas interiores; las molestas ropas interiores que insinúan cuando acabaron los tiempos de insinuaciones para darle lugar al reinado de la desnudez.
Toma mis braguitas desde los costados y hala hacia arriba; éstas se adhieren a mi carne hasta que una delgada línea de seda se introduce entre los labios húmedos de mi sexo y oprime con delicada fuerza. Me mira y por enésima vez sonríe de lado – Quiero que me hagas el amor. Soy sólo tuyo, nací para ser tuyo – y hala con decisión moviendo de un lado a otro. El sonido de la tela desgarrada y la pieza íntima volando por los aires actúa de banda sonora por unos instantes.
Muerdo mi labio inferior, luego el superior y mis dedos se impregnan de osadía al cruzar la línea de la cintura de su ropa interior. Un suave recorrido desde su coxis hasta su pelvis y las yemas rozando sus glúteos, sus costados, su glande palpitante y húmedo; hierro candente presto a ser devorado por el apetito que me abarca desde el alma. Manos como ganchos en la tela que arrastro hacia abajo y acompaño con mi cuerpo hasta quedar de rodillas ante su sexo erguido. Mi espalda arqueada, mis rasguños sobre su pubis, uñas deslizándose con la intención de abrirle surcos al desenfreno. Un intrincado de venas rodeando al falo, glande húmedo y morado, testículos pendiendo con el fuego en sus adentros y mis ojos que no dejan de internarse en su mirada. Lo quiero devorar, muero por devorarlo.
- Lame, chupa, muerde como a ti te gusta, como a mí me encanta – su voz se deja oír entrecortada, similar a un jadeo constante acompañado de un carraspeo. Su pedido me excita aún más, me vuelve loca. Con desesperada parsimonia mi lengua se posa sobre la punta de su glande y así saboreo el líquido transparente de su lujuria. Un hilo de placer une a su sexo con mi boca hasta que decido beberlo; su sabor, su olor, su consistencia. Empapo mis labios con su humedad y mi saliva. Uñas negras de una mano rasgando suavemente a sus testículos mientras la otra rodea a su pene y comienza a masturbarlo – Como a ti te gusta, como a mí me encanta – y acercando mi rostro a su entrepierna lleno de mordiscos ese tronco para luego lamerlo como si se tratase de un helado, el más rico de los helados... pero caliente como el mismísimo infierno.
Aparta la cascada de cabellos que caen sobre mi rostro y su pubis para observar como su sexo desaparece dentro de mi boca empujándome hacia él desde mi nuca. Muerdo, succiono, roza mi garganta, lo acaricia mi lengua, lo envuelve, lo empapa y me empapa; danzo sobre ese eje duro y caliente mientras mi cuerpo se ondula al ritmo libidinoso de los ardores de mi interior – Así mi bella, así ... – dice con la voz incendiada mientras abre sus piernas y apunta su mentón al cielo para elevar un grito apasionado, bramido de pasión.
Un día llegaste
Y supe que eras único
Eras la lluvia, eras el sol
Pero necesitaba ambos, porque te necesitaba
- Sólo mía, sólo tuyo – y tomándome de los codos me eleva hasta ponerme de pie frente a él. En sus ojos una tormenta de deseos, en su piel el calor de la excitación, a través de sus venas sangre en ebullición, almas impregnándose de intensidades, gemelos enamorados, animales en celo, dueños y esclavos, dominadores y sumisos ambos. Y sus manos abiertas golpeando mi pecho, mis pies trastabillando hacia atrás, mi espalda encontrándose con la corteza áspera del árbol y él que se abalanza sobre mí.
Las miradas hablan en el silencio, los cuerpos con el idioma del tacto y las bocas en un frenético labio a labio. Con mi pierna derecha rodeo su cintura y clavo el talón en el nacimiento de sus glúteos; qué placer absoluto el sentir como todo su sexo enhiesto se recuesta sobre la extensión de mi vagina que palpitante lo muerde entre sus labios. Se desliza en la línea de fuego, chasquido de humedades, ardor insoportablemente delicioso y sus glúteos que se apartan hacia atrás, su glande acomodándose en punta y luego la embestida, la salvaje embestida que se abre paso como una lanza a través de la carne.
Mi igual dentro de mí, penetrándome con furia, con rabia, con amor, cogiéndome como sabe que me gusta, como sé que le encanta; golpean los pubis, las caderas se mueven con la velocidad de la desesperación, los besos entorpecidos, las lenguas endemoniadas, sus testículos percutiendo en la parte baja de mi sexo, mis muslos empapados, los párpados apretados – Abre los ojos y mírame. Quiero ver tu mirada mientras estoy en tu interior – y su petición me provoca una explosión de morbosidad como nunca antes había experimentado, como siempre había esperado.
Luceros carmesí en lugar de ojos, gemidos robando cada bocanada de aire, movimientos en un vaivén en constante crecimiento y el génesis del estallido recorriendo mi interior - Sí, la quiero toda, dame más fuerte, más, más... – se desliza el pedido entre mis labios a modo de jadeos incontenibles pues mi cuerpo no puede contenerse mucho más y mi alma comienza a derramarse.
Y sus glúteos subiendo y bajando con la velocidad del placer, mi espalda que se adhiere a la corteza del árbol, mis uñas clavándose en su pecho, sus dedos enterrándose en mis muslos mientras hojas verdes llueven desde lo alto - Acaba... acaba bella... acabemos juntos. Quiero que nos derramemos a la vez – estertor abrasado que baja de sus labios temblorosos y que me arranca un gemido ensordecedor – Sí mi bello, hazme acabar con tu carne dentro de mí y enloquécete conmigo... inúndame con tu semen... la quiero toda, dámela toda, lléname de ti – lenguas de fuego atravesando mi espina dorsal rumbo a mi coxis y luego a mi entrepierna que sumida entre espasmos, ardores y contracciones estalla en un orgasmo que me obliga a morderle el hombro y apretar los párpados hasta el dolor. Tiemblo, no puedo dejar de hacerlo, mucho menos cuando siento que su esencia se derrama dentro de mí como hilos de lava blanca, ríos de mi néctar pues él es mío, sólo mío.
Gime, muerde mi cuello, respira agitado, me abraza tan fuerte que me hunde en su pecho y somos uno; una llama elevándose por sobre los prados de la espera, un sueño haciéndose realidad entre las rosas negras de las utopías, un corazón debatiéndose entre dos pechos, un alma dividiéndose en dos cuerpos que por fin se han encontrado para unificarse en la eternidad del sentimiento.
Eras el único
Con quien había soñado toda mi vida
En la oscuridad eres mi luz
Cesa la tormenta más el cielo permanece cubierto con un paño de nubes grises ocultando el calor del sol. Un beso en los labios, el beso que esperé toda mi vida y que como un sueño se desvanecerá al abrir los ojos, abarca a mis labios que saben a renuncia. Se agrieta la corteza de mi árbol y desde sus profundas heridas descienden lágrimas de savia clara, luminosas como el Cinturón de Orión en medio de la noche, dolorosas como mis manos buscándote en vano en la oscuridad de mi cuarto.
Todo queda en silencio, un silencio sepulcral con sabor a muerte, un silencio desgarrador que se introdujo en los huesos . Desde las pocas ramas que permanecen firmes penden cientos de gotas redondas que contienen en sus interiores húmedos a todas las soledades del alma, toda una cadena de universos a punto de desaparecer por las acciones del desencuentro. Todo un conglomerado de sensaciones ofreciendo su último aliento.