Araceli seduce a Alicia 9

—Me corro, putas, estáis haciendo que me corra como una perra ….

Habían pasado un par de meses, nuestra vida empezaba a cambiar. Araceli ya tenía el dinero de la herencia y se había comprado un Golf nuevecito. Ahora me llevaba y me recogía del trabajo, me tenía como a una reina. Las dos teníamos carné de conducir, pero casi siempre lo llevaba ella. Íbamos llevando poco a poco nuestras cosas a la casa que nos prestaban sus padres, en un par de semanas habríamos terminado y nos cambiaríamos definitivamente. Las dos chicas del gimnasio, que se llamaban Elena y Marta, se habían disculpado con nosotras y ahora teníamos buen rollo con ellas. Resulta que eran hermanas, se llevaban un año y Marta, la más pequeña, era lesbiana. No tenía muy claro cómo ligar con otras chicas y por eso se había propasado con nosotras. Una noche salimos con ellas y lo pasamos muy bien, mi juguete quería llevarlas al “Isla de Lesbos” y bailar con Elena, a ver si era hetero de verdad, la apetecía volver a tener su cuerpo a su disposición.

Esta tarde íbamos a ir a casa de Trini. Ella y su marido, Gerardo, nos iban a enseñar sus técnicas de cunnilingus. Era la primera vez que nos daba clase Gerardo y llevaba toda la mañana nerviosa, recordaba la vez que se lo hizo a mi juguete y estaba deseando que me lo hiciera a mí.

Cuando salí del trabajo, me despedí de los compañeros y me subí al coche que ya me estaba esperando. Le di un beso de tornillo a mi chica y nos fuimos a duchar y cambiar a casa.

Cuando llegamos a su casa nos abrió Gerardo y nos invitó a pasar, llevaba a mi juguete de la correa, cosa que no le afectó para nada.

—Hola preciosas, ¿queréis tomas algo?, Trini baja enseguida.

—Una Coca-Cola estaría bien — contesté.

Estuvimos charlando un rato sobre nuestra nueva casa, dónde estaba, la piscina, etc. Al poco Trini se asomó a la escalera que bajaba del piso de arriba y nos hizo señas para que subiéramos. Nos llevó a un dormitorio con dos camas y nos mandó desnudarnos. Mientras nos desnudábamos los cuatro nos iba dando instrucciones.

—Hacer que una mujer se corra con la lengua es parecido a hacerlo con los dedos, se puede hacer lento o rápido. No puede ser tan lento como con los dedos porque se te cansa la lengua, jajaja, pero sí que se puede hacer tranquilamente subiendo el nivel de excitación poco a poco hasta el clímax. Una de las cosas que se debe hacer es emitir sonidos con la boca pegada a la vagina de la pareja. El sonido produce un cosquilleo que aumenta el placer — mientras nos iba contando, yo no dejaba de mirar la polla de Gerardo, la tenía normal tirando a grande, toda depilada y ciertamente muy bonita. Tenía una semierección que no se molestaba en ocultar, cosa que no me extrañaba con tres mujeres preciosas desnudas a su lado.

—Venga, chicas, sentaos cada una al borde de una cama que la experiencia es la madre de la ciencia. Intentad no dejaros llevar mucho y prestad atención a la técnica. Hoy empieza Gerardo con Alicia y yo con Araceli, luego cambiamos.

Dicho y hecho, con la mayor naturalidad del mundo se arrodillaron cada uno delante de su víctima y empezaron con la demostración. Yo estaba reclinada hacia atrás sobre mis manos disfrutando de los lametones que Gerardo daba en mi rajita, a veces paraba para soplar sobre mi clítoris, que cada vez se hinchaba más, usaba las manos y me apretaba las nalgas y los pechos, acariciaba mi cintura y presionaba puntos de placer en mi cuerpo.

—Cuando queráis acelerar el orgasmo de la pareja — nos dijo Trini levantando la cabeza del sexo de mi chica — le metéis los dedos en el coño y ya sabéis lo demás.

Gerardo arreció sus lametones intercalándolos con chupetones y mordiscos, me metía la lengua en el coño y me penetraba con ella, cuando empezó a gruñir me hizo dar un gritito de la sorpresa y ya no pude dejar de gemir. Mis brazos me fallaron y caí sobre la cama.

—No pares, por favor, no pares — suplicaba.

Me estaba volviendo loca, las piernas me temblaban y subía las caderas contra su lengua buscando la culminación. Ésta llegó en el momento en que metió los dedos en mi coñito hasta el fondo y me cubrió el clítoris con sus labios succionando con fuerza.

—Me corro, me corro, ya, ya …

Siguió lamiéndome unos momentos para sacarme los últimos espasmos de placer y me dejó descansar. Quedé laxa en la cama mirando como mi juguete pasaba por lo mismo que yo. Me encantaba verla retorcerse en el orgasmo, gimiendo agarrada a las sábanas perdida en su placer.

A los pocos minutos cambiamos de pareja y nos dieron otro estupendo orgasmo a cada una. Me gustaba más cómo lo hacía Gerardo, supongo que tenía más práctica, jajaja, pero Trini no tuvo ningún problema en hacerme disfrutar como una condenada, mientras su marido volvía loca con sus gruñidos a mi prometida.

Estábamos ya vestidas tomando otra Coca-Cola en el piso de abajo cuando Trini nos dijo :

—El próximo día repetimos para que acabéis de aprender, id practicando entre vosotras todo lo que podáis, imagino que no será problema que hagáis los deberes, jajaja. ¿Vais a querer practicar la felación? Gerardo os enseñará con mucho gusto.

Araceli no dijo nada pero no puso buena cara, yo sí quería pero no me atrevía a hacerlo sola sin mi chica, no quería que se lo tomara a mal. A mí me gustaban los hombre y desde que Miguel el del sex-shop me había obligado a hacerle una mamada, echaba de menos que me metieran una buena polla, pero mi juguete podía pensar que la dejaba de lado y me dolería hacerla daño.

—Bueno, ya me lo diréis — se adelantó Trini viendo nuestra reticencia.

Estuvimos un rato charlando y riéndonos de la locuacidad de Gerardo y nos volvimos a casa para ir al gimnasio antes de cenar, allí nos encontramos con Marta y Elena con las que quedamos al día siguiente, viernes, para salir a tomar algo. Subimos a casa y nos pusimos, muy aplicadamente, a hacer los deberes pendientes en la ducha.

Llevábamos mediada la primera cervecita cuando llegaron Elena y Marta. Se notaba que eran hermanas no solo por el parecido, sino que también vestían igual, las dos con pantalones, camiseta y jersey, cubiertas con cazadoras. Venían muy guapas. Estuvimos picando algo ayudadas por varias rondas de cerveza, hasta que Araceli sugirió ir a otro sitio. Las chicas propusieron varios locales pero mi juguete insistió en llevarlas a un sitio que no conocían. Aceptaron encantadas y cuando se quisieron dar cuenta estábamos pidiendo una copa en el “Isla de Lesbos”. Tardaron muy poco en darse cuenta del ambiente del local. Marta estaba encantada y Elena no tanto, pero viendo la naturalidad nuestra y de su hermana, enseguida se relajó para disfrutar de la noche. Estuvimos bailando y bebiendo hasta que Araceli me señaló la hora y dijo :

—Me encanta esta canción, vente a bailar, Elena.

¡Pretendía hacerla lo mismo que me hizo a mí! En el “Isla de Lesbos” cambiaban de tipo de música cada hora en punto, con eso consiguió bailar conmigo la primera vez que me llevó.

Me quedé hablando con Marta, viendo menearse a las sonrientes chicas hasta que pusieron la música lenta. Elena quiso salir de la pista pero Araceli la agarró de la mano y la atrajo hacia ella. Elena se quedó rígida unos segundos entre los brazos de mi juguete, que la hablaba al oído y la sujetaba de la cintura, cuando empezaron a moverse, yo pedí bailar a Marta.

—¿Bailamos, cielo?

—Encantada — respondió sonriendo y saliendo conmigo a bailar junto a su hermana.

Yo bailaba con Marta sin dejar de mirar a Araceli y a Elena, que parece que lo estaban disfrutando. La apreté contra mí agarrándola de la cintura y la soplé suavemente en la oreja sin dejar de mecerla al ritmo de la música. Marta me echó los brazos al cuello y apoyó la cabeza en mi hombro, dejándose llevar, la di un ligero beso en el cuello y seguimos bailando. Araceli mientras acariciaba la espalda de su pareja. Bajé una mano hasta el nacimiento del culo de Marta y la acaricié, ella reaccionó pegando más su pubis contra el mío, por lo que bajé más la mano y la apreté el culo sin cortarme, besándola en el cuello. Se la escapó un gemidito que me enardeció, teniendo que contenerme para no desnudarla en medio de la pista.

—Mírame — la susurre.

En cuanto despegó la cabeza de mi hombro me apoderé de sus labios, mordisqueándolos y lamiéndolos. Marta abrió la boca y exploré su interior, encontrando la dulzura de su lengua danzando con la mía mientras seguía emitiendo pequeños gemiditos que me tenían loca. Miré hacia las otras chicas, que se acariciaban el culo mutuamente.

Estuvimos bailando un par de canciones más hasta que volvimos a por nuestras copas. Enseguida Elena convenció a Marta para irse, con lo que nos pusimos los abrigos y salimos las cuatro.

—¿Dónde vivís, chicas? — las pregunté.

—Como a media hora, es un paseíto corto — contestó Marta.

—Es de noche y hay poca gente, prefiero coger el coche y acercaros a casa — intervino Araceli.

—No te molestes, se llega enseguida — dijo Elena.

—No es molestia, me quedo más tranquila si os llevo.

Llegamos al coche, que estaba a cinco minutos, y me subí atrás con Marta. Elena hacía de copiloto de Araceli, dándole indicaciones del camino. Tardé menos de un minuto en estar morreándome con Marta, metiéndonos mano como podíamos. Ya la había levantado la camiseta y el jersey, metiendo mis manos bajo el sujetador, todo sin que dejáramos de besarnos, cuando se percataron en los asientos delanteros.

—¡Córtate un pelo, Marta! — no la hicimos ni caso —. ¡Marta! — la ignoramos.

La desabroché los vaqueros y los deslicé por sus caderas hacia abajo, ella me levantó el sujetador para acceder a mis grandes tetas. Elena refunfuñaba adelante mientras nosotras nos desnudábamos la una a la otra.

—Cómeme el coño, Martita, lo estoy deseando desde que has entrado por la puerta del bar — la ordené.

Marta fue obediente y se hundió entre mis muslos, me lamía con ganas mientras yo me apretaba los pezones.

—Os va a ver cualquiera que pase — insistía Marta y nosotras insistíamos en ignorarla.

Levanté mis caderas buscando más placer y ella aprovechó para agarrarme el culo con las dos manos, ponía más empeño que habilidad, pero el morbo de tenerla entre mis piernas con su hermana y mi juguete conduciendo en los asientos de delante iba a hacerme llegar al clímax muy deprisa.

—Sigue, Martita, lo estás haciendo muy bien, ahora chúpame el clítoris.

En cuanto hizo lo que la pedí me corrí gimiendo mi placer para que todas me oyeran. Marta se retiró antes de lo que yo hubiera querido y me dejó con ganas de más. Miré a mi alrededor y vi que estábamos aparcadas en un sitio con poca luz, por donde pasaban algunas personas que por suerte no se fijaron en nosotras. Mi sorpresa fue ver a mi juguete encima de Elena besándose con pasión. Parece que la calentura de vernos en faena las había puesto cachondas.

Agarré los tobillos de Marta y metí mis piernas entre las suyas, juntamos nuestras rajitas y nos frotamos la una contra la otra. Estábamos las dos recostadas contra las puertas traseras, con la ropa subida en el pecho mostrando las tetas y desnudas de cintura para abajo.

—¿Te gusta, Martita, te gusta lo que hacemos? — me excitaba mucho verla gozar en el coche a la vista de cualquiera.

—Me gusta mucho, Alicia, mucho – jadeó.

La niña seguía con sus gemidos de gatita, con los ojos cerrados y moviendo las caderas contra mí, haciendo la tijera. Araceli ya había despojado a Elena de la parte de arriba de la ropa, no me explicaba como la había quitado la camiseta y el jersey, pero seguía con la cazadora puesta. Estaban las dos en una postura retorcida, en la que Araceli la comía las tetas y Elena la quitaba el pantalón.

Yo seguía moviéndome contra Marta, cada vez más excitada y gimiendo por lo que venía. Con dieciocho años estaba muy buena, encima ponía una carita angelical a punto de correrse entre mis piernas.

—Me corro, Alicia, me corro … me corrooooo.

Yo me corrí a la vez que ella, nuestros gemidos se tenían que oír fuera del coche a la fuerza, pero no me importaba si alguien los oía, solo quería disfrutar del momento dejándome llevar.

—Ven Martita, dame un abrazo.

Nos hicimos unos arrumacos y nos vestimos. Elena le estaba comiendo el coño a mi chica, que parecía disfrutar horrores. Cuando se corrió, le bajó el pantalón hasta los muslos y la masturbó como nos habían enseñado, en cinco minutos la tenía gritando su orgasmo mientras mi juguete la retorcía uno de sus pezones.

Las acompañamos a su portal y esperamos a que abrieran la puerta. Quedamos en vernos en el gimnasio y despedí a Marta con un beso en los labios. Araceli fue a hacer lo mismo pero Elena le giró la cara, dándola un beso en la mejilla.

Volvimos a casa comentando en el coche cómo había ido la noche. Me reí de mi juguete porque habían rechazado su beso y ella se burló de mí imitándome con voz de niña pequeña :

—Mu bien, Martita, mu bien.

Nos reímos a carcajadas hasta que llegamos a casa.

El sábado nos despertamos e hicimos el amor pausadamente y sin prisa. Yo seguía repitiendo la frase para irla condicionando cada vez que se corría, pero me daba miedo probarla definitivamente, prefería no apresurarme. Dedicamos todo el sábado a terminar de llevar las cosas a la nueva casa, el domingo después del gimnasio nos mudaríamos por fin. Seguiríamos yendo al mismo gimnasio, después de trabajar. Tendríamos la ropa de deporte en el coche y nos cambiaríamos y ducharíamos allí. Entre viaje y viaje, llevando cajas que habíamos cogido en la empresa, saqué el tema que teníamos pendiente con Trini.

—No me has dicho qué opinas de la propuesta de Trini y Gerardo, juguete —. Araceli se lo pensó unos momentos.

—Yo no quiero. Sabes que no me gustan los hombres, me encanta chuparle a Trini que además me parece muy guapa, pero no me apetece nada hacerle una mamada a Gerardo.

—¿Y si yo quisiera aprender, te importaría?

—No, no me importa — Araceli detuvo el coche pegándole en la acera y me miró muy seria —. Tú sabes que eres mi ama y yo tu esclava, pero también sabes que eres mía y solo mía. Mientras eso no cambie no me importa cuántas mamadas le hagas, como si follas con él. Pero no me engañes ni hagas cosas a mi espalda. Lo nuestro funciona genial porque estamos juntas en todo y podremos seguir follando con otras chicas mientras lo hagamos juntas. De hecho me encanta follarme a alguien contigo a mi lado, o mirar cómo tu follas con otra. Así es como lo veo, espero que te parezca bien, amor mío.

—Me parece perfecto — me eché en sus brazos —. Yo soy solo tuya, solo te quiero a ti, solo te pertenezco a ti. Te quiero con toda mi alma y será así para siempre.

—Espero que cuando lleguemos a casa me azotes por “insolenciarme”, ama — me dijo pellizcándome un pezón.

Continuamos los cariñitos correspondientes y, una vez en casa, lamentablemente tuve que dedicar un tiempo obligado a disciplinar a mi esclava. Aun así, por fin, acabamos la mudanza.

El domingo seguimos nuestra costumbre y desayunamos churros. En el gimnasio apareció Marta pero no Elena.

—Mi hermana hoy no ha querido venir, no me lo ha dicho pero lo del viernes la ha afectado. Ella nunca había hecho nada con mujeres hasta que os conoció y creo que está confusa y tiene algo de miedo.

—Necesita tiempo para aclararse — dijo Araceli —. Tú apóyala y no la presiones, será lo que tenga que ser.

Estuvimos las tres como hora y media haciendo ejercicio y nos subimos a casa después de despedirnos de Marta. En casa nos duchamos, recogimos la ropa sucia y las sábanas y, con las dos últimas cajas en el maletero, nos fuimos ilusionadas a nuestro nuevo hogar.

La casa tenía dos plantas, en la de arriba había tres dormitorios, el más grande tenía baño y una cama enorme. Ese nos le quedamos para nosotras. Los otros dos eran bastante grandes también, uno con cama de matrimonio y otro con dos camas, todos tenían armarios empotrados, compartían el baño del pasillo. En la planta de abajo había un vestíbulo que daba a un salón muy grande, una cocina con electrodomésticos modernos muy bien equipada con una gran mesa y cuatro sillas y otro baño. Del salón se salía al jardín, donde estaba la joya de la casa : la piscina. Había árboles en un lado que nos darían sombra en verano y una barbacoa de ladrillo. Todo estaba protegido por un muro de unos dos metros y medio de alto. Estaba deseando que llegara el calor para tomar el sol desnuda. De la cocina se bajaba a un sótano donde estaba la caldera de gas para la calefacción y el agua caliente.

Dedicamos lo que quedaba de mañana a colocar nuestras cosas en los armarios, en el baño, etc. Fuimos a un centro comercial a hacer compra para llenar la nevera y aprovechamos para comer, nos pusimos moradas de pizza. Desde que íbamos al gimnasio no nos cortábamos con la comida, de hecho nuestros cuerpos habían mejorado, teníamos los brazos y las piernas más fuertes, la tripa completamente lisa y el culo de mi juguete, que ya antes era espectacular, estaba incluso más durito.

Estábamos en el super llenando el carro cuando recibí una llamada, era Leticia, la campeona de karate, que acababa de llegar a España, estaba en casa de su hermana y quería que quedásemos. Tapé el teléfono con la mano y se lo dije a Araceli, que estuvo de acuerdo en invitarla a casa, la dije que nos venía mal salir esa tarde pero que si la apetecía la esperábamos en casa, la di la dirección y quedó en pasarse.

Colocamos toda la compra en la cocina, apuntando en la lista de cosas pendientes que teníamos con un imán en el frigorífico, un par de cosas que se nos habían olvidado. Decidimos relajarnos un rato ya que llevábamos unos días de mucho ajetreo. Mi juguete se quedó solo con un tanga azul marino, la había comprado un montón iguales porque me encantaba como la quedaban, se puso la correa y nos sentamos en el salón a leer tranquilamente, yo en el sofá y ella sentada a mis pies en un cojín con la cabeza apoyada sobre mi pierna. El salón tenía una mesa de comedor con ocho sillas, dos sofás grandes enfrentados y una enorme televisión, era una pasada. No llevaríamos ni media hora leyendo cuando llamaron a la puerta, estuve tentada de mandar a mi juguete, pero me dio reparo no sea que no fuese Leticia. Acudí a abrir y allí estaba.

—Hola Leticia, qué alegría verte — la di un abrazo y la hice pasar al salón.

Cuando vio a Araceli en tanga primero se sorprendió, luego la sonrió y enseguida la abrazó.

—¡Qué bienvenida más bonita! — la dijo.

—Para bonita tú, Leticia — contestó Araceli — estás muy morena y te sienta genial.

—Jajaja, lo que pasa es que en Italia pude entrenar al aire libre y se me ha pegado el sol.

—Pues estás más guapa, ¿quieres un café?

—Claro, ¿te ayudo?

—No, quédate aquí con mi ama que eso es tarea mía.

Estuvimos charlando y enseguida se nos unió Araceli. Nos comentó que iba a quedarse una semana y viviría en casa de su hermana.

—Lo peor es que se ha ido el novio a vivir con ella, yo con mi hermana me entiendo muy bien, pero con el novio no tanto.

—Bueno, si se sobrepasa siempre le puedes dar un patada voladora, jajaja — me reí.

—Qué va, el problema es que conmigo es un poco borde. Quizá es que una mujer fuerte le intimida, oye ¿puedo ir al baño?

Mientras iba al baño mi juguete me preguntó si la invitábamos a quedarse con nosotras, me pareció una estupenda idea y en cuanto vino Araceli se lo propuso :

—Leticia, ¿por qué no vives aquí esta semana? Estaríamos encantadas de que te quedaras.

—¿De verdad?, pero no quiero molestar. Aguantaré a mi cuñado unos días, total, una semana pasa enseguida.

—No eres ninguna molestia, deberíamos pagarte porque te quedes y nos defiendas si entran a robar, jajaja — la dije yo.

—Bueno, pues si os parece bien a las dos me quedo con vosotras, será estupendo. Me vuelvo a la casa de mi hermana a por mis cosas.

—Te llevamos en coche, nos vamos las tres y nos tomamos una cervecita para celebrarlo. Vístete juguete, no vayas a coger frio.

Nos presentó a su hermana, muy simpática, luego nos tomamos unas cervezas y la contamos nuestro compromiso, la hizo mucha ilusión y nos felicitó efusivamente. Durante la vuelta Leticia, en el asiento de atrás, estuvo muy callada y meditabunda. Cuando llegamos la ayudamos con los dos enormes bolsas de deporte que llevaba y Araceli fue corriendo a desnudarse y ponerse la correa. La había eximido de andar a cuatro patas al cambiarnos de casa. Esta era muy grande y me daba pena, tenía que tratar bien a mi esclava para que me durara muchos años, jajaja. La dimos a elegir entre las dos habitaciones vacías y se quedó con la de la cama de matrimonio, claro. La enseñé el jardín y la gustó mucho, había un espacio libre de obstáculos que la vendría bien para hacer ejercicio. Su jornada habitual era practicar por la mañana con su entrenador y por la tarde por su cuenta.

Entramos a la casa y ya estaba Araceli esperándonos con la cena preparada en la cocina. Cenamos sin dejar de hablar, salvo Leticia que seguía pensativa.

—¿Te pasa algo? — la preguntó mi juguete.

—Eh … no, no, nada

—Algo te pasa, desde que quedamos en que te vinieras con nosotras has estado muy callada.

—Es que veréis, — se atrevió por fin — no sé si pediros esto, quizá sea demasiado atrevido por mi parte y para nada querría que hubiera mal rollo entre nosotras.

—Lo mejor es que digas lo que te preocupa, si nos molesta lo aclaramos y listo.

—Pues es que … yo …

—Venga, di lo que sea — la apremié.

—Quiero que me trates como a Araceli mientras esté aquí — me dijo bajando la mirada enseguida.

—¿Cómo?

—Sí, quiero ser como ella, quiero ser tu esclava — murmuró sin levantar la cabeza.

Me dejó perpleja, miré a mi juguete que sonreía y me asentía con la cabeza. Lo pensé unos instantes y la dije :

—De acuerdo, seré tu ama, pero ocuparás el escalón más bajo. Me servirás a mí y también a Araceli, compartirás con ella sus labores de esclava. ¿Eso es lo que quieres?

—Sí, Alicia. Gracias a las dos.

—De sí Alicia, nada. Esa no es forma de dirigirse a mí.

—Perdón Ama. No volverá a pasar.

—Si vuelve a pasar tendré la obligación de azotar ese culo tan duro que tienes.

—¿Y cómo debo llamar a Araceli, ama?

—Eso mejor que te lo diga ella.

—Pues yo creo — intervino mi juguete — que me debes llamar “Ilustrísima ama” o, mejor todavía “Super Excelentísima ama” o, mejor aún “Mega Top Model Estupendérrima ama” — mi chica lo estaba disfrutando —. Bueno … quizá lo mejor sea que me llames “amita”. Los otros nombre son un pelín largos.

—Bien, amita, eso haré — las dos esgrimían sonrisas que no les cabían en la cara.

—Y ahora, esclava, — me levanté y la grité con gesto furibundo a dos centímetros de su cara— te vas a desnudar, voy a ser el ama más exigente y malévola que te puedas imaginar. Vas a arrepentirte de esto, veremos si sobrevives a esta semana.

Se le atragantó la sonrisa y me miró acojonada, mantuve la mirada furiosa hasta que no pude más y me eché a reír a carcajadas acompañada por Araceli.

—Era una broma, esclava, jajaja — no podía parar de reír.

—Uf, casi me escondo debajo de la mesa — dijo Leticia provocando que nos riéramos las tres.

—Bueno, era broma todo menos lo de desnudarte, subid las dos al dormitorio y esperadme desnudas en la cama. Yo apunto una correa y un collar en la lista de compras pendientes y subo ahora mismo — ordené —. ¡Y no se os ocurra empezar sin mí!

Las dos se dirigieron al piso de arriba entre saltitos y carcajadas y yo las seguí enseguida con una gran sonrisa en la cara y pensando maldades que hacerlas.

—Os quiero a una frente a la otra sentadas sobre los tobillos y con las piernas abiertas, esclavas — obedecieron prestamente.

—Masturbaos, la primera que se corra se libra, a la otra la daré quince azotes.

Mientras ellas empezaban yo me desnudé también y me senté a su lado. Las dos tenían una mano en sus tetas y otra en el coño. Me distraje contemplando los marcados abdominales de Leticia que tan cachonda me ponían. Luego los besaría y lamería hasta hartarme. Ambas movían los dedos de sus coños de adentro a afuera, Leticia más rápido. Suponía que mi juguete tendría ventaja por los conocimientos que ahora teníamos, se acariciaba las tetas más suavemente y se bombeaba la vagina de forma más lenta. El silencio dio paso a los suspiros y luego a los gemidos, acompañados del chapotear de sus coños. Se miraban la una a la otra enfebrecidas. Debería haberlo grabado, me estaba costando un mundo no tocarme a mí misma, excitada cada vez más por el espectáculo. Cuando vi a mi juguete apretarse los pezones supe que estaba a punto, Leticia se esforzaba igualmente, pero la habilidad de mi chica se impuso al final, corriéndose escandalosamente sin dejar de mirar los ojos de su rival. Cayó hacia atrás moviendo las caderas con sus dedos dentro hasta que se detuvo con una lánguida sonrisa.

—Muy bien, juguete, lo has hecho muy bien, has sido muy buena — la acariciaba la cabeza —. Y tú, esclava, ven a recibir tu castigo.

Me senté al borde de la cama y mi mascota se echó sobre mis piernas, me encantaba su culo.

— Como yo solo quiero tener un juguete, a partir de ahora tu nombre será “mascota”. ¿Te gusta, esclava?

—Sí, ama.

¡Plas! La di un fuerte azote que la provocó un gritito, ¡Plas! ¡Plas!, la acaricié las nalgas para aliviarla de estos azotes más suaves. Seguí azotándola y acariciándola, llevándola donde quería, donde no se distinguía el dolor del placer, ¡Plas! ¡Plas!

—¿Te gusta que te azote, mascota?

—Sí ama, más, por favor.

¡Plas! ¡Plas! Gemía con cada golpe y cada caricia.

—¿Quieres correrte con mis azotes, mascota?

—Sí, ama.

Hice un gesto a mi juguete y volví a azotar a mi mascota ¡Plas! Araceli metió sus dedos en el coño de Leticia y con el último azoté la pellizcó el clítoris, ¡Plas!

—Me corro, ama, me corro …

—Córrete como una buena mascota, putita.

Leticia se tensó levantando la cabeza y las piernas y se estremeció sobre mi regazo, Araceli la acariciaba suavemente el clítoris prolongando su orgasmo.

—Aaaaaaaaaaaaagghhhhhhhh ….

—Eres una mascota muy bonita, — la acariciaba el corto pelo y las nalgas — tu culo rojo está precioso.

—Gracias, ama.

—Juguete, trae crema y pónsela en el culo a nuestra mascota.

Después de atender a Leticia me subí a la cama y me puse a cuatro patas.

—Ahora una me chupará el culito y la otra el coño. Decide tú las posiciones, juguete.

Mi juguete se colocó debajo de mí y me lamió el coño. Leticia se puso detrás, me abrió las nalgas y me chupaba el culito.

—No os deis mucha prisa, quiero disfrutarlo— ordené.

Aunque lo estaban haciendo lentamente, no tardé mucho en gemir como una perra. Tener mis dos orificios estimulados a la vez era increíble, Araceli amasaba también una de mis tetas, ocupando la otra Leticia en cuanto lo vio. Por mucho que quisiera prolongarlo, viniendo ya excitada de los azotes de antes, me estaba costando mucha concentración no correrme. Me fallaron los brazos y caí de bruces sobre el colchón, girando la cabeza para seguir gimiendo mientras me llevaban al éxtasis. Con el culo en pompa, decidí abandonarme a las sensaciones y el placer me alcanzó como un cometa.

—Me corro, putas, estáis haciendo que me corra como una perra ….

—Aaaaggghhhhh … méteme un dedo, mascota.

En mitad del orgasmo mi mascota me metió un dedo en el culo, lo que me hizo sufrir otro orgasmo, o el mismo amplificado, no sé lo que fue.

—Aaaaaaggghhhhhh …

Caí exhausta en la cama mientras mis esclavas me daban besitos donde podían, me habría quedado así para siempre.

—Necesito descansar, vosotras si os apetece, haced un 69.

Las esclavas se miraron y se sonrieron, Leticia se abalanzó sobre Araceli, le hizo una llave o algo y la tumbó en la cama, se puso encima de ella y se sumergió entre sus piernas. Mi juguete se encontró con el coño de su rival justo encima de su cara, empezando a chupar como la estaban haciendo a ella. En unos minutos las dos gritaban su placer sin dejar de lamerse la una a la otra.

Acabamos las tres en la cama, enredadas en un lío de piernas y brazos. Me gustaba tener a Leticia con nosotras.

—Ama y amita, he notado que estáis más en forma, ¿salís a correr o hacéis algún otro ejercicio?

—Vamos al gimnasio — le dijo Araceli —. Le hemos cogido gusto y vamos casi todos los días.

—Pues si queréis por la tarde, en vez de ir al gimnasio, os doy unas clases de defensa personal. En el jardín hace frio pero enseguida se entra en calor.

—¿De verdad? ¡Me encantaría! — Araceli era muy fan.

—Pues mañana empezamos.

Al día siguiente Araceli nos llevó a mí al trabajo y a Leticia al gimnasio donde la esperaba su entrenador. Le dimos una llave para que volviera cuando quisiera, por lo que cuando llegamos ya nos estaba esperando desnuda, cosa que Araceli no tardó en imitar. La puse el collar y la correa que había comprado por la mañana, se ruborizó intensamente bajando la cabeza, luego una sonrisa fue ganando terreno en su expresión y nos miró a las dos diciéndonos :

—Gracias, amas, me gusta mucho, estoy muy contenta.

La abrazamos y besamos con cariño, haciendo una piña las tres.

—¿Queréis que empecemos ya la clase, amas? Luego hará más frio — nos preguntó.

—Lo estoy deseando — dijo Araceli.

—Pues poneos ropa de deporte y vamos fuera.

Leticia llevaba puesto un kimono y nosotras leggings y camiseta.

—Antes de empezar me gustaría, solo mientras dure la clase, dejar de ser esclava. No podré hacerlo bien si me tengo que medir continuamente, amas mías. También necesitamos quitarnos los collares, se pueden enganchar y sería peligroso.

—Jajaja, vale Leticia, me parece bien — la contesté.

—Pues a calentar, y quiero que os esforcéis. Tenéis a una campeona del mundo, así que aprovechad. Mientras estemos practicando me llamaréis “sensei” —. Nos hizo calentar y estirar los músculos, luego practicamos katas, estaba resultando muy divertido.

—En una semana no nos dará tiempo a mucho, hoy y mañana haremos katas para que fijéis unos movimientos, y los demás días practicaremos técnicas defensivas — nos explicó.

A los veinticinco minutos ya teníamos calor, lo que al principio parecía fácil y sencillo cada vez costaba más esfuerzo. Leticia nos enseñaba las distintas katas y nos corregía los movimientos, a mí mucho más que a Araceli, que había practicado mucho de pequeña.

—¡Alicia, te falta concentración y fuerza! Esfuérzate más — me espetó.

—Sí, sensei.

Hicimos un descanso a los tres cuartos de hora y entramos a beber agua, mi juguete y yo nos dejamos caer en las sillas de la cocina jadeando.

—No pensé que después de meses de gimnasio me cansaría tan rápido — dije.

—El karate es muy duro — contestó la sensei —. Se usan algunos músculos distintos de los que habéis trabajado, en unos días será mucho mejor, ya veréis.

Volvimos a la tortura y Leticia dio por terminada la clase cuando vio que ya no podíamos más.

—Es todo por hoy chicas, lo habéis hecho muy bien, sobre todo tú Araceli, se nota que ya lo habías practicado.

Araceli se iluminó y se tiró en brazos de Leticia, abrazándola y diciendo — muchas gracias, sensei, me hace muchísima ilusión dar clases contigo. Luego te compensaré, mascota, jajaja.

El día siguiente fue una repetición del anterior, lo mejor fue al tercer día de clases. Araceli se había traído de su gimnasio unas colchonetas finas que colocó en el jardín.

—Es para que no os hagáis daño cuando os caigáis, y os caeréis mucho, jajaja. Venga, Araceli intenta darme un puñetazo en la cara.

Araceli se puso en posición y lanzó el puño, Leticia le apartó con una mano, agarró a Araceli con la otra y con la pierna la derribó, todo ello en un par de segundos.

—Derribar al atacante es importante, si os ataca un hombre lo normal es que sea más fuerte que vosotras y si os agarra es fácil que os domine, por lo que si está en el suelo os dará tiempo a salir huyendo, o a rematarle, jajaja.

Nos hizo practicar cómo defendernos de puñetazo, patadas, agarrones, etc. Estábamos casi más tiempo en el suelo que de pie. El estilo de Leticia era muy curioso, tenía una particularidad que no me esperaba, ¡nos metía mano cada vez que nos derribaba! Así que yo no solo estaba cada vez más cansada sino que ¡cada vez estaba más cachonda! Cuando vio que perdimos concentración hicimos un descanso para beber agua en la cocina.

—Tienes un estilo muy curioso — la dije.

—Hay que vencer al oponente usando cualquier arma a tu disposición — nos dijo ocultando una sonrisa — yo solo uso el arma que creo más conveniente.

—Si no digo que no me guste tu elección de armamento, sensei, quizá cuando acabe la clase te enseñe mi arsenal.

Araceli que nos miraba a las dos se rio a carcajadas, uniéndonos nosotras enseguida. Seguimos practicando y cada vez nos metía mano más descaradamente. Ya no solo me apretaba una teta mientras me tiraba, también metía una pierna entre mis muslos y me frotaba el coño cuando me inmovilizaba, lo único que me consolaba de mi indefensión es que a mi juguete le hacía lo mismo. A pesar de todo esto aprendimos mucho y no fue hasta el final cuando inmovilizó en el suelo a Araceli, metió la mano bajo sus leggings y la introdujo dos dedos en su mojado coño.

—¿Te rindes, alumna? — se mofaba de ella.

—Nunca, aguantaré cualquier tortura — decía mi juguete haciendo simulados esfuerzos por soltarse.

—No tendré clemencia contigo.

—Defenderé mi virtud a cualquier precio — decía mi chica.

Yo miraba pensando : “Dios las cría y ellas se juntan”, decidí unirme al jolgorio.

—Te ayudaré a derrotar al malvado enemigo, sensei.

La levanté la camiseta y devoré sus tetas, lamí su sudor y mordí sus pezones. Leticia liberó sus manos para bajarla los leggings y masturbarla más cómodamente, con lo que Araceli se aferró a mi cuello y me apretó contra su pecho diciendo :

—Tendréis mi cuerpo pero no me rendiré aunque sigáis intentándolo, seguid, seguid.

En unos minutos se corría con la cara contra mi cuello temblando como una hoja. Tuvimos fiesta en la ducha y otra vez después de secarnos. Parece que el karate relaja mucho.

Pasaron los días con la misma rutina, Leticia insistía en que repitiéramos hasta la saciedad los mismos movimientos defensivos, nos decía que si no nos salían de forma automática no servirían de nada. Cada día torturaba a una de nosotras, que sufría indefensa en las viles manos de sus atacantes. Nos hartamos de karate, de hacer el amor y reírnos las tres. Era bueno tener a Leticia con nosotras.

La despedimos un sábado con mucho besos y abrazos y alguna lagrimita, la hicimos prometer que cuando volviera se quedaría con nosotras y seguiríamos dándonos clases. Dejó la correa pero se llevó el collar para recordarnos cuando se sintiera sola. Nosotras volvimos a nuestra feliz rutina de trabajo, gimnasio y sexo.