Araceli seduce a Alicia 7

Lésbico, dominación. Alicia saca a Araceli de casa con un vibrador en el coño y juega con el mando a distancia delante de su familia.

Llevábamos desde el sábado pasado sin sexo, bueno, era Araceli la que no había disfrutado en casi una semana, a mí me regalaba orgasmos casi todas las noches. Mañana sábado quería tenerla todo el día con el huevo vibrador metido en su precioso coñito excitándola a menudo sin dejarla correrse. Por la noche intentaría que se corriese a mi orden.

Ese viernes llegué a casa después del trabajo y me estaba esperando. Según entré vino andando a gatas hasta mí y me ofreció la correa que pendía del collar de su cuello. Sólo llevaba puesto un tanga azul marino de cintura alta que embellecía su bonito culo. La amplia sonrisa que me dedicó me alegró el día.

—Sígueme, perrita que me voy a cambiar.

Fui con ella al dormitorio y me puse unos leggings y una camiseta ajustada, me cambié también el sujetador por uno deportivo. Mientras me calzaba unas zapatillas le dije a Araceli :

—Ponte ropa de deporte que nos vamos al gimnasio.

—¿Y eso?

—¿Te acuerdas de Leticia? No dejo de acordarme de sus abdominales, supongo que no conseguiremos nada semejante sin entrenar varias horas diarias, pero me parece buena idea que nos pongamos más en forma, juguete. Así que al ver el gimnasio que han abierto aquí al lado se me ocurrió apuntarnos.

—Me parece estupendo, ya sabes que antes iba al gimnasio y lo echo de menos, ¿me pongo ropa interior, ama?

—Por supuesto que no. Ponte lo mismo que yo, así iremos a juego.

Salimos y nos fuimos tan contentas hasta el gimnasio. Se tardaba un par de minutos andando desde casa. Completamos los datos que faltaban en recepción y un monitor guapísimo nos preguntó qué queríamos hacer. Estuvimos un rato hablando del tema y nos sugirió que corriéramos en la cinta y algunas máquinas de musculación, recomendándonos empezar poco a poco.

Primero hicimos cinta un rato, luego recorrimos algunas máquinas y, para acabar, volvimos a la cinta. Araceli y yo nos mirábamos y nos reíamos entre dientes. Al ser nuevo el gimnasio no había mucha gente, pero todos los chicos estaban gravitando a nuestro alrededor o haciendo cinta a nuestro lado o en las máquinas más cercanas. Tampoco me extrañaba nada, ver a dos chicas guapas, Araceli sin sujetador y con su culo perfecto y, modestia aparte, verme a mí, una rubia con ojos azules, buena figura y tetas de infarto que rebotaban según corría, les debía tener a todos más salidos que la nariz de Pinocho.

Volvimos a casa sin ducharnos, el gimnasio estaba tan cerca que no merecía la pena. En la ducha Araceli me masturbó dulcemente mientras yo jugaba con su culito. Mientras preparaba la cena yo estaba sentada en la cocina dándole conversación. Nos reímos un montón de los chicos del gimnasio. Justo antes de cenar la llamaron al móvil y estuvo un buen rato hablando con su madre. Según hablaba se la entristecía la cara. Cuando acabó la llamada se sentó a mi lado y me explicó :

—Era mi madre. Mi tío Alfredo ha muerto.

—¿Quién era tu tío Alfredo?

—Era el hermano pequeño de mi padre. Nos queríamos mucho cuando era pequeña, pero hace muchos años que no le veía. Se fue al norte, a Asturias, y no mantuvo el contacto con la familia. Parece ser que ha tenido un accidente. Seguía soltero y ha muerto solo, el pobre. Mañana hay una ceremonia en el cementerio y luego le entierran al lado de mis abuelos. ¿Vienes conmigo?

—Pues claro, mi amor. No pienso dejarte sola. ¿Le tenías mucho cariño?

—La verdad es que ya no, demasiado tiempo sin saber de él, pero aun así me da mucha pena.

—Bueno, pues siéntate que yo te mimo — la abracé y la acompañé a la silla.

Al día siguiente nos levantamos sin prisa y nos duchamos tranquilamente. Cuando Araceli se iba a vestir la detuve :

—Espera juguete, ponte esto lo primero. Lo vas a llevar todo el día, asegúrate que no se te salga — le di el huevo vibrador y me quedé el mando a distancia. Araceli sonrió y se metió el huevo todo lo que le daban los dedos — no hace falta que hoy lleves el collar.

—Sí que hace falta, es mi collar, y el tuyo. Solo me lo quito para ducharme. El resto del tiempo me encanta llevarlo, lo único que hago en el trabajo es girarlo para que no se vea la chapa ni la argolla — me hizo tanta ilusión que la abracé y estuvimos un buen rato besándonos.

—Eres un juguete muy bueno.

Araceli llevaba una camisa oscura con pantalones negros, yo me puse una falda negra con blusa blanca. Cogimos el autobús que nos dejaría en la puerta del cementerio y empecé a jugar con mi chica. Puse el vibrador a fuerza moderada y Araceli pareció derretirse en el asiento. Después de una vida sexual muy activa, llevaba una semana de privación y estaba ansiosa por desahogarse. Le desconecté enseguida y esperamos nuestro destino.

Cuando llegamos fuimos a la zona habilitada para las ceremonias, ya había familiares reunidos. Nos acercamos a saludar a sus padres, María y Felipe, y cuando Araceli iba a abrazar a su madre, le di otro toquecito al vibrador. Mi juguete trastabilló y su madre la tuvo que agarrar.

—¿Estas bien hija?

—Sí, me he tropezado.

Araceli abrazó a sus padres y yo les di dos besos a cada uno.

—Hola hija — me dijo la madre -. Cuánto tiempo sin verte, te veo muy bien, se nota que os sienta bien estar juntas -. Sus padres sabían lo nuestro. Araceli era lesbiana desde muy joven y se lo dijo en cuanto lo tuvo claro. Yo a los míos todavía estaba decidiendo cómo decírselo. No creo que se lo tomaran mal, pero me imponía mucho contárselo —. Qué lástima que nos tengamos que reunir en estas circunstancias. Cuando acabe el entierro nos tomamos un café aquí al lado y nos ponemos al día.

Mientras hablábamos con sus padres, se nos acercó parte de la familia. Araceli me presentó al hermano mayor de su padre, viudo, a su prima Cris y a otros diez o doce parientes menos cercanos que no recuerdo. Eché de menos a su hermano pequeño, Óscar, pero estudiaba en Inglaterra y no había venido. Cuando acabó la ceremonia se fueron con dos operarios a enterrar el féretro. Araceli no quería verlo y nos quedamos a esperarlos. Aproveché para activar un poco más fuerte el huevo y mi chica apretó las piernas con un gritito.

—Hola chicas, os he visto aquí y prefiero quedarme con vosotras, ¿estás bien, Araceli? — Cris era un encanto de niña, se parecía mucho a Araceli pero en versión reducida. Más bajita, más aniñada y con el mismo culo de infarto. Debía tener dieciséis o diecisiete años.

—Sí, estoy bien — dijo Araceli - ¿hacía mucho que no veías al tío Alfredo?

—Casi todos los años nos escapábamos unos días e íbamos a su casa en Asturias, pero el año pasado nos fuimos con él quince días de crucero. Tenía una empresa que comercializaba quesos y la había vendido tan bien que nos invitó. Alguna vez venía a hacer gestiones y se quedaba en una casa que tenía aquí.

—¡Qué raro! Nosotros nunca íbamos ni el venía a vernos.

Cris estuvo unos momento dando vueltas a algo en la cabeza hasta que dijo :

—No debería contártelo, pero una vez oí a mis padres hablando del tema, lo que deduje de la conversación es que el tío Alfredo se enamoró de tu madre cuando ya estaba casada con tu padre y se fue para no verla más y no causar problemas entre hermanos.

—¡Joder! Dijimos Araceli y yo al unísono. Araceli apoyó una mano en mi hombro y me apretó, yo creía que la noticia la había afectado hasta que caí en la cuenta de que no había desconectado el vibrador. Lo quité corriendo porque la cara de Araceli cada vez estaba más roja.

—¿Seguro que estás bien? — insistió Cris — quizá no debí contarte nada.

—No te preocupes, es que tengo mucho calor — me lanzó una mirada asesina.

Yo sonreía de oreja a oreja y estuvimos un rato charlando hasta que volvieron todos.

Cuando volvieron nos fuimos a tomar una cervecita, se había pasado la hora del café, a una cervecería que había cerca. Éramos Araceli y yo, sus padres, su tío Tomás y su prima Cris. Mientras esperábamos a que nos trajeran las bebidas me dijo muy serio y frunciendo el ceño el padre de Araceli :

—Espero Alicia que trates bien a mi niña, ella se merece todo.

—La trato fenomenal, no creo que tenga queja de nada — me arredró un poco el gesto del padre.

—Ja, ja, ja, ya lo sé, Alicia — me dijo el padre -. Te estaba tomando el pelo. Araceli nos habla mucho de ti y de lo bien que estáis juntas. Además, te conozco desde pequeña y sé que eres una gran chica – era de esos hombre que cuando sonríen se les ilumina la cara, en verdad era muy guapo.

—Ah, ¿pero es que sois novias?, yo creía que eráis mejores amigas — dijo sorprendida Cris.

—Y lo somos, pero también novias — acotó Araceli.

Llegaron las bebidas y los mayores se pusieron a hablar ente ellos. Cris se cambió a mi lado y se agarró a mi brazo.

—Oye, Alicia, ¿y tú desde cuando sabes que eres lesbiana?

Estuve un rato contándole mi experiencia, Cris no dejaba de agarrarme y ponerme la mano en el muslo. No parecía que lo hiciera con mala intención pero me estaba incomodando. Araceli lo notó y se levantó para ir al baño pidiéndome que la acompañara. En el baño hablamos y al volver se sentó entre Cris y yo. Estuvimos más de una hora hablando un poco de todo, luego nos acercaron los padres de Araceli a casa en coche.

Como ninguna tenía hambre después de las cervecitas y los pinchos, nos sentamos a ver una peli de Netflix, aprovechando yo para jugar varias veces con el mando del vibrador. Desde luego mi perrita iba a estar muy caliente cuando llegara la noche. Por la tarde dimos un paseo y fuimos al cine. Por una vez no nos pusimos en la última fila para meternos mano, nos pusimos por el centro, se ve mejor, por cierto, y seguí puteando a mi juguete. Paré de jugar cuando me amenazó de muerte si conectaba otra vez el vibrador y no la dejaba correrse.

Después del cine fuimos a tomar unas cervezas al pub de Jesús, nos encontramos con unas amigas y estuvimos charlando un rato. Después de torturar a Araceli un par de veces más nos fuimos a casa. Araceli enseguida se desnudó y se puso el tanga azul marino que tanto me gustaba. No la dejé quitarse el huevo porque quería calentarla un poco más. Presentía que esta iba a ser la gran noche. Estuvimos un rato leyendo con mi juguete sentada a mis pies y nos fuimos a la cama.

—Sácate el huevo, túmbate desnuda en la cama y abre las piernas, esclava — ordené.

—Sí, ama.

La esposé las manos al cabecero y le até las piernas para que no las pudiera mover ni cerrar. Me tumbé a su lado, repasé mentalmente todo lo que tenía que hacer, y empecé.

La di pequeños besos por el cuello y hombros, la mordí suavemente el lóbulo de la oreja.

—Hoy te vas a correr cuando te lo ordene, putita, ¿está claro? — sus ojos brillaban con expectación.

—Sí, ama — la besé en los labios, en los ojos y otra vez en los labios.

—¿Qué eres?

—Tu juguete.

—¿Y qué más?

—Tu esclava, ama — la di un beso profundo saboreando su boca.

—¿Y qué más eres?

—Una puta, ama, soy tu puta.

—Sí, eres mi puta y harás lo yo te diga — la volví a besar, jugando con mi lengua en su boca.

—¿De quién eres, putita?

—Soy tuya, ama, de tu propiedad, mi cuerpo y mi corazón te pertenecen. — toda su cara refulgía de excitación. Yo la seguía besando, mordiendo, lamí su cara y sabía mejor que el chocolate. Su excitación era enorme y la mía también.

—Si eres mía, ¿te puedo vender?

—Sí, ama.

—¿Puedo alquilar tu cuerpo? — la mordisqueé en el cuello.

—Sí, ama.

—¿Puedo prostituirte en la calle? — la mordí en el hombro y luego lamí el mordisco.

—Sí, ama, lo haré por ti.

—¿Y ahora qué quieres, puta?

—Quiero correrme, ama -. Gimió

—Saca la lengua, esclava -. Cogí su lengua entre mis dedos y la chupé, la lamí con fruición. Sin soltarla le pregunté :

—¿Y ahora qué quieres, puta?

—Quiedo codedme.

—Suplícamelo, zorra.

—Te … lo … zupico, quedo ... codeme.

—Suplícalo otra vez, esclava.

— Te … lo ... zupico, pod faor … quedo ... codeme -. La solté la lengua.

—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz — ordené.

Y se corrió.

Levantó las caderas lo que le permitían las cuerdas, tensó todos los músculos del cuerpo y gritó :

—Me corro, ama, me … cooooooorrooooooooo, me coooorroooooo …

Fue un orgasmo largo y potente, yo la conforté con besitos en la cara. La liberé de sus ataduras y lloriqueamos las dos abrazadas.

—Te quiero, ama.

—Yo también, juguete, el doble que tú a mí. Mañana empezamos otra vez. Estarás cuatro días sin correrte, el quinto con el vibrador y a la noche lo haremos otra vez.

—Sí, mi amor.

—Pero esta noche como tu cuerpo es mío voy a disfrutar de él y te vas a correr hasta que pidas piedad a tu dueña.  También como soy un ama magnánima te concederé el honor de hacer que me corra una o dos veces … o tres … o siete.

Me lancé sobre ella riendo a carcajadas y cumplí lo que había dicho. Ella aprovechó mi magnanimidad y me dejó rota y exhausta antes de dormirnos. Tuve que imponer mi autoridad para hacer la cucharita y abrazarla yo a ella.

El domingo por la mañana bajamos al gimnasio y estuvimos un par de horas. Araceli y yo éramos como un agujero negro atrayendo a todos los chicos. Nos reímos mucho vacilándolos, estirando la espalda para mostrar nuestros pechos, sacando culo en algunas máquinas, lo dejamos cuando a mi juguete se le empezó a transparentar la camiseta por el sudor. Como no llevaba nada debajo decidimos dejarlo por esa mañana para que sus pezones no despistaran a nuestros admiradores y provocaran alguna lesión.

Justo al salir del gimnasio recibí la llamada de Trini, quería saber si seguía dispuesta para recibir clases. La conté cómo me había ido con Araceli y le agradecí sus sugerencias, la hizo mucha ilusión que hubiera funcionado. Al final quedamos el viernes en nuestra casa. No interrumpía el ciclo de mi proyecto con Araceli y, como Gerardo no iba a venir al principio, nos resultaría más cómodo.

Pasamos la semana tranquilamente entre el trabajo, el gimnasio y nuestras cosas. La chica de la recepción del gimnasio nos contó que el horario al que íbamos se había vuelto el más popular, ja, ja, ja. Araceli aguantó muy bien los días sin sexo, no tan bien el día en que la puteaba con el vibrador, pero esa noche se corrió con algo menos de estímulo que la vez anterior. Estábamos las dos muy satisfechas.

Atardecía el viernes cuando llamaron a la puerta. Debía ser Trini.

—Abre la puerta, juguete, y ofrécele la correa a Trini. Hoy la obedecerás como si fuera yo.

—Sí, ama.

Araceli fue a gatas a abrir, solo llevaba un tanga blanco. No las veía pero sí escuché lo que decían.

—Hola, cariño, eres una mascota muy buena y muy bonita.

—Gracias, Trini.

—Espero que hoy te portes bien y seas una buena perrita.

Entraron al salón y Trini, que llevaba a mi juguete de la correa, me dio un abrazo y un besito en los labios. Habíamos hablado esa misma mañana y yo la había vuelto a expresar mi firme decisión de no ver minada mi autoridad sobre Araceli. Trini le quitó importancia y me dijo que no me preocupara, que no haría nada que la pusiera en duda.

—Cómo estáis chicas, ¿ha ido bien la semana? — nos preguntó.

—Genial, ha sido una semana estupenda. Además, ahora mi esclava y yo tenemos muchos admiradores, ja, ja, ja -. La conté lo del gimnasio y nos estuvimos riendo un rato.

—Bueno, vamos a empezar — nos dijo -. Hoy quiero enseñaros técnicas para besar y acariciar, como para eso no necesitamos a Gerardo he preferido que estuviéramos solas y más tranquilas. Los hombres siempre aumentan la tensión. Yo os cuento como me gusta besar y que me besen, prestad atención que, aunque cada uno tiene su manera, siempre se puede aprender.

Nos estuvo explicando y demostrando la forma de besar que a ella más le gustaba. Siempre primero a mí y luego a mi juguete. Besaba increíblemente bien.

—Ahora os voy a enseñar el truco del almendruco. Esto es muy importante, prestad atención. Hay ciertos puntos en el cuerpo que, al presionarlos, mejorarán la experiencia con la pareja. En ninguno hay que presionar muy fuerte, pero sí hay que ser muy precisos. Unos disminuyen el riego sanguíneo, como en la asfixia erótica, y otros provocan directamente un aumento del placer.

Nos estuvo enseñando dónde y cuándo presionar. Trini me lo explicaba a mí y luego practicábamos Araceli y yo. Hay puntos en el cuello, en la clavícula, bajo el brazo cerca de la axila, incluso entre las nalgas. Nosotras mejorábamos mucho los besos apretando en estos lugares, pero Trini hacía que nos fallaran las piernas y se nos cayeran las bragas en apenas unos segundos.

—Ahora vamos a ver las caricias, es parecido a los besos pero con algunas variaciones. Desnudaos del todo que os enseño — ella se empezó a desnudar sin ningún complejo, enseñándonos sus bonitas tetas y un pequeño culo muy bien puesto.

Nos explicó cómo acariciar, siempre muy suavemente con pequeños apretones de vez en cuando. Nos acariciaba las tetas centrándose en las areolas sin casi tocar los pezones, la barriga, las nalgas, el cuello y las orejas. Nos frotaba con su propio cuerpo, no dejaba nada sin tocar. Iba alternando entre las dos, para que no nos emocionáramos mucho como ella decía, pero muy pronto nos tenía gimiendo, con los pezones como diamantes y chorreando entre los muslos.

—Ahora voy a hacer que te corras, Alicia. Fíjate bien cómo lo hago.

Empezó por mis orejas y bajó por mi cuello, pasó a mis brazos y siguió por mis tetas, yo casi no me tenía de pie. Cuando pasaba por determinados puntos de mi cuerpo los apretaba aumentando mi excitación. Me acariciaba el abdomen, la espalda, las nalgas y la parte interna de los muslos.

—Ahora te vas a correr.

Cuando me dio un pellizquito en un pezón y pasó muy suavemente dos dedos por mi clítoris. Yo gemí jadeante y me corrí. No dejó de acariciarme suavemente acompañando mi cuerpo mientras caía de rodillas.

—Muy bien, pequeña, lo has hecho muy bien — me dijo al oído para que solo lo oyera yo.

Cundo me recuperé del orgasmo me dio un beso en los labios y me pidió :

—Alicia, ¿puedo hacer que tu esclava se corra?

—Sí, hazlo.

Repitió con Araceli lo que me había hecho a mí. A los diez minutos la tenía en el suelo estremeciéndose de placer.

—Has sido una perrita muy buena. Estoy muy contenta contigo. Ahora no te muevas de aquí que voy a hablar con tu dueña en la habitación.

La seguí hasta la habitación preguntándome qué querría. Cerró la puerta y se volvió hacia mí diciendo :

—De rodillas, puta. No voy a ser la única que no se corra hoy.

Me recorrió un escalofrío al oírla y me arrodillé.

—Ahora me vas a chupar el culo, putita, y hazlo bien.

Se tumbó boca abajo al borde de la cama, dejando colgar las piernas y yo me coloqué entre ellas. La separé los glúteos con las manos y lamí su agujerito. Subía y bajaba la lengua, luego hacía círculos empapando la zona.

—Mete la lengua, putita, y fóllame con ella.

Cumplí sus órdenes hasta que empezó a gemir muy bajito. Al poco se dio la vuelta y me ordenó :

—Ahora el coño, suave y sin parar, zorrita.

Estuve un buen rato lamiendo y chupando sus jugos has que me pidió :

—Méteme un dedo en el culo, puta. Me voy a correr.

Yo la penetré simultáneamente con el dedo y la lengua consiguiendo darla un potente orgasmo. Trini disfrutó casi en silencio, apretando mi cabeza entre sus muslos.

—No lo has hecho mal, pequeña, pero tienes mucho que mejorar. Cuando lleguemos a esa parte, Gerardo seguro que disfrutará mucho enseñándoos.

—Gracias, Trini.

Nos reunimos las tres en el salón y nos vestimos. Trini se despidió no sin antes decirnos :

—Practicad lo que os he enseñado y recordad una cosa importante : no lo hagáis con prisa, siempre con tiempo y suavidad. Cuanto más lento mayor será el orgasmo. Ha sido un placer enseñaros, espero que sigamos pronto.

Como alumnas aplicadas esa noche practicamos mucho, nos esperaban tres días sin sexo y teníamos que compensarlo. Nos dormimos agotadas y felices cada una en brazos de la otra.