Araceli seduce a Alicia 6
Lésbico, dominación. Alicia pone un piercing a Araceli y la presta a las amigas.
—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz — ordené a mi esclava.
El mismo resultado que los días anteriores, otra decepción. Araceli se excitaba mucho pero no lo suficiente. Estaba claro que no sería fácil que se corriese solo con mis besos pero tantos fracasos me estaban sacando de quicio. Decidido. Reforzaría su sumisión esperando mejorar resultados.
—A la colchoneta, perra — la ordené sin miramientos.
—Sí, ama, lo lamento.
Al día siguiente me desperté yo primero como siempre y la estuve mirando un rato. Nunca me cansaría de verla dormir, no había nada más precioso para mí. Me duché sin esperarla y preparé el desayuno. Cuando Araceli llegó a la cocina puse un cuenco de cereales con leche en el suelo y me senté a la mesa a desayunar. Ella entendió, se arrodilló y empezó a comer sin usar las manos. Cuando terminamos la levanté, la agarré las manos y la pregunté :
—¿Confías en mí, esclava?
—Sí, ama. Siempre.
—Bien, pásate a recogerme cuando acabes en la oficina. Llévate un pantalón corto para cambiarte luego.
Nos fuimos cada una a su oficina. Yo me escapé a la hora del café para recoger un encargo que había hecho a primera hora y volví al trabajo para completar la jornada. Repasaba en mi cabeza una y otra vez lo que quería hacerle a Araceli, me tenía muy inquieta llegar tan lejos con ella pero estaba decidida. Probaría un par de semanas a ser un ama cabrona y exigente y si no funcionaba dejaría de intentarlo y me conformaría con lo logrado hasta hoy, que no era poco.
Salí a mi hora de la oficina y ya me estaba esperando. No se había cambiado y todavía llevaba el pantalón de vestir y la blusa con botones que usábamos para trabajar. Me sonrió consiguiendo ablandarme el corazón, tuve que reafirmarme en mis deseos para continuar con mis planes.
—Ven, juguete. Vamos a coger el autobús al parque.
Esperamos un rato en la parada hasta que llegó y nos subimos sentándonos al final. Por la hora que era estaba medio vacío. Dejé que Araceli se sentara al lado de la ventana y la ordené :
—Cámbiate el pantalón y quítate la ropa interior.
—¿Aquí? Iba a cambiarme en la oficina pero he salido un poco más tarde y no quería hacerte esperar.
—Cámbiate ahora, juguete.
Araceli miró a todos lados observando si alguien la veía y se bajó los pantalones, se quitó las braguitas y se fue a poner el short. Yo se lo arrebaté de las manos dándole vueltas examinándolo. Era excitante ver a Araceli medio desnuda intentando hacerse pequeñita a mi lado.
—Muy bonito, póntelo esclava.
Araceli expulsó el aire que había estado conteniendo y se lo puso, a continuación se sacó el sujetador de esa forma que sabemos las mujeres sin enseñar ni un centímetro de piel. Una vez cambiada de ropa, la giré hacia mí y la dije :
—Te he traído un regalo, juguete -. Saqué de mi bolso un bonito collar de cuero, redondo y no muy grueso, llevaba una argolla para poder enganchar una correa y una plaquita dorada. Se lo enseñe a Araceli y ella abrió mucho los ojos.
—¿Te gusta, esclava?
Ella cogió el collar y leyó la plaquita : “Esclava de Alicia” .
—Me gusta mucho, ama, pero ¿cuándo lo tengo que llevar?
—Siempre que no estés en el trabajo, te lo puedes quitar en la ducha para que no se estropee.
—Pues pónmelo, ama. Será un orgullo llevarlo.
Le puse el collar en el cuello y esperamos a llegar a nuestro destino, lo cierto es que el collar la quedaba muy bien. Si no fuera por la placa y la argolla, se podría llevar como adorno perfectamente.
Llegamos al parque y nos dirigimos a una zona muy poblada de pinos, con verde hierba alfombrando el suelo. Era un parque muy grande y cercano a nuestra casa. Se veían varias personas haciendo deporte y algunas parejas paseando. Al ser un día de diario la gente era escasa.
Nos adentramos en el pinar y, cuando teníamos cierta intimidad, saqué una correa de perro del bolso y la fui a enganchar al collar de Araceli. Ésta al verlo retrocedió.
—¿Qué me vas a hacer?
—Estate quieta, esclava. Voy a ponerte una correa.
—¿Por qué? ¿Para qué quieres llevarme con correa?
—He dicho que te estés quieta — la ordené muy seria.
—No, dime para qué quieres encadenarme.
Yo, viendo cómo reaccionaba mi chica, guardé la correa en el bolso, me senté en una piedra que había cerca y la dije :
—Ven, te mereces unos azotes. Ponte como ya sabes.
Araceli dudó, pero al final vino a mí con los ojos llorosos y se colocó boca abajo en mi regazo. Era la primera vez que la castigaba en un sitio público.
¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! La golpeé diez veces muy rápido alternando entre sus nalgas. La debió doler mucho porque a mí me ardía la mano, pero no hizo ni un sonido.
—¿Vas a obedecer, esclava?
Araceli no contestó, empecinada en su silencio.
¡Zas! ¡Zas! la di otros seis fuertes azotes cambiando de mano y la volví a preguntar, obteniendo el mismo resultado.
¡Zas! ¡Zas! otros seis azotes.
—¿Vas a obedecer, esclava?
—Sí ama, sí. No me pegues más — ahora sí me contestó entre llantos.
Aproveché que estaba a mi disposición y la enganché la correa al collar. La levanté y limpié sus lágrimas con mis labios.
—Vamos a dar un paseo, juguete.
Estuvimos como diez minutos paseando entre los pinos en silencio. Yo iba al lado de Araceli un poco adelantada, con la correa extendida entre las dos. No nos cruzamos con nadie. Si no me pareciera tan importante lo que hacíamos me habría partido de risa viendo la forma de andar de Araceli con el culo escocido. Me senté en la misma piedra de antes y dije :
—A mi lado de rodillas.
Estuvimos un ratito así hasta que dije :
—Ponte a cuatro patas, vamos a dar otro paseo, perrita, y desabróchate los tres primeros botones de la blusa.
Araceli me miró furibunda y se lo pensó un momento, pero cedió y finalmente caminé unos minutos con ella a mi lado a cuatro patas. Verla andando así, con las tetas colgando, ese magnífico culo y con su correa en mis manos, me excitó como no pensaba que pudiera, estaba tan cachonda que me hubiera corrido con sólo rozarme el clítoris.
Estaba tan centrada en observar a mi esclava que no me percaté que una pareja se había acercado a nosotras hasta que los oí hablar entre ellos señalándonos.
—Levántate, perrita. Ya podemos irnos a casa.
Araceli se levantó y la abotoné la blusa, la di un beso en la mejilla y nos fuimos hacia la parada del autobús. Me esperé a quitarla la correa hasta que estábamos cerca y había más gente. Subimos al autobús cuando llegó y nos sentamos por el centro. Araceli no paraba de removerse en al asiento, imagino que por el escozor del culo, y lo que ví cuando me fijé en ella me dejó en shock.
—Perrita, ¿por qué tienes mojado el pantalón? — una mancha de humedad se extendía entre sus muslos. Araceli, mirándose los pies, no me contestaba.
—¿Voy a tener que castigarte otra vez? Contéstame.
—Me he mojado — susurró con la cara roja como un tomate.
—¿Cómo te has mojado? — lo sospechaba pero quería que lo dijera.
—Cuando me has hecho andar a cuatro patas me he excitado tanto que, como no llevo braguitas, he traspasado el pantalón — me confesó muy bajito. Si antes tenía la cara roja ahora parecía radiactiva.
Me quedé mirando a mi avergonzada chica pensando en todo esto. ¿Le gustaría la humillación? ¿Quién lo iba a decir? Debía investigar el tema y probar más cosas en el exterior, donde se sintiera observada.
—Explícame cómo te has sentido, perrita.
—Al principio me he sentido muy mal, como un objeto sin valor y despreciado, luego al ir a tu lado a cuatro patas, unida a ti por la correa, he sentido que te estaba complaciendo, no lo sé explicar muy bien pero sentía que me pertenecías tú a mí porque yo era la única persona que podía ir así contigo, no sé … no acabo de entenderlo, después al verme con las tetas colgando me he excitado tanto que me he empapado.
Estuve un rato dándole vueltas hasta que decidí :
—A partir de hoy, en cuanto entre en casa vendrás a recibirme a cuatro patas con la correa puesta. Mañana cómprate unas rodilleras para no hacerte daño.
—Si, ama — asintió con los ojos brillantes.
Llegamos a casa y mientras yo me cambiaba, Araceli se desnudó y sacó la correa de mi bolso. Se la puso y vino a cuatro patas a mi lado ofreciéndomela. Me miraba con una carita adorable.
—Espera que te dé crema en el culo que lo tienes rojito, luego vamos a cenar que con lo del parque se nos ha hecho muy tarde.
Cenamos y nos fuimos a la cama, estaba excitada por todo lo de la tarde y ordené a mi juguete que me hiciera una buena comida de coño. Me ponía mucho tenerla entre mis piernas atada con la correa lamiéndome el sexo.
—Sigue, perrita. Lo estás haciendo muy bien, me pones muy caliente.
Una vez que me corrí, me lamió para limpiarme y, aunque no quería que se corriese, no me resistí a ordenarla :
—Ponte a cuatro patas y mastúrbate. Quiero ver cómo te corres como una perra.
Araceli sonriendo se puso entre mis piernas abiertas y llevó una mano a su coñito. Tardó muy poco en empezar a gemir y mover el culo.
—Abre la boca y saca la lengua como una perra, y no dejes de mirarme, quiero ver tus ojos.
Estaba cachondísima por ver la cara de placer que tenía mi juguete mientras se masturbaba. Yo tenía una mano ocupada con su correa así que llevé la otra a mi sexo y me introduje dos dedos, metiéndolos y sacándolos dándome placer. Mis gemidos enseguida compitieron con los suyos en volumen, subiendo y bajando mis caderas buscando más roce. Los ojos de Araceli se desenfocaron cuando explotó.
—Aaaaaaaaaaggggg, me corro, ama, me corro … tu perra se está corriendo …
No pude resistir el espectáculo y me corrí con ella, mis caderas querían llegar al techo y mi corazón salírseme del pecho. Desde que estaba con Araceli me había corrido de forma salvaje e intensa muchas veces, pero creo que esta fue la mejor. Nos quedamos jadeando las dos en la cama hasta que nos recuperamos.
—Vamos a dormir, juguete. Que mañana hay que trabajar.
—Sí, ama — me dijo Araceli bajándose a la colchoneta.
—Hoy duerme a mi lado, has empezado mal pero al final has sido una perrita muy buena.
—Muchas gracias, ama. ¿Puedo abrazarte yo a ti?
—Claro, cariño. Abrázame fuerte y dame felices sueños.
Nos dormimos enseguida con las tetas de Araceli en mi espalda y su mano en las mías.
Al día siguiente me esperaba a la salida como le había ordenado por la mañana. Esta vez sí me había obedecido y se había cambiado. Llevaba una minifalda y una camiseta ceñida de manga corta marcando los pechos. Cuando me vio llegar se puso el collar y me recibió con una sonrisa deslumbrante.
—Hola, ama. ¿Cómo has pasado el día?
—Muy bien, cariño. ¿Y tú?
—Yo fenomenal, la gente me ha dicho que hoy me veían algo distinto y Paula, la de la centralita, ha dicho que estaba radiante.
—¿Ves? Lo que pasa es que estar conmigo te sienta muy bien.
—Ya lo sé, amorcito. Menos mi culo todo lo demás se siente muy bien, ja, ja, ja.
Fuimos cogidas de la mano hacia casa contándonos nuestras cosas. Me encantaba pasear con mi chica de la mano y darle un beso de vez en cuando, y si la gente nos miraba sorprendida me gustaba más todavía. Me contó que se había comprado unas rodilleras muy chulas, que un chico recién llegado a su oficina le tiraba los tejos sin saber que era lesbiana. Como le hacía gracia no le había dicho nada, ya se enteraría por alguien.
Llegamos a “Tatoo & Needles” y entramos. A Araceli se le quitó la sonrisa de golpe.
—¿Me vas a hacer otro tatuaje? — me preguntó con cara seria.
—No, juguete, otra cosa mejor — la dije quitándole la correa.
En ese momento salió Rosa y nos dijo :
—Pasad chicas, os estaba esperando — acompañándonos a la misma habitación del otro día.
—Siéntate en la camilla, bueno … ya sabes cómo va la cosa, Araceli. Si te quitas la falda y las braguitas estaremos más cómodas.
Araceli me miró frunciendo el ceño pero hizo lo que la pedía Rosa. No se quitó las braguitas porque no llevaba, ja , ja, ja. Una vez en posición, tumbada y piernas abiertas, Rosa se sentó con el taburete entre sus piernas y nos dijo mientras acariciaba distraídamente los muslos de mi chica :
—Primero tenemos que ver si anatómicamente es posible. No todas las mujeres pueden llevar un piercing en el clítoris. Como ya te dije por teléfono, Alicia, lo mejor es hacerlo vertical en lo que se llama “prepucio del clítoris”, justo encima del propio clítoris. Hay que ver si hay suficiente piel en todos los casos. Si se puede hacer tenéis que saber que no es muy doloroso pero tarda bastante en cicatrizar.
—¿Estás de acuerdo, Araceli? — pedía la autorización de mi chica aunque sabía que era yo la que decidía.
—Si, de acuerdo — asintió no muy convencida.
—Cuando esté curado te alegrarás de tenerlo — mientras hablaba abría más las piernas de mi chica y la separaba los labios vaginales —. Parece que no hay problema, ahora vamos a ver cuando el clítoris se llena de sangre.
Sopló un par de veces sobre el clítoris de mi juguete, se chupó dos dedos y le acarició con ellos. ¡La estaba masturbando!
—Hay que observar cómo se ve la piel cuando esté excitada, cuando el clítoris se inflama puede que no quede piel para el piercing — me dijo -. Yo me encargo de esta parte, ¿te encargas tú de arriba?
—¿De arriba? — repetí confundida.
—Sí, acaríciala las tetas o bésala o muérdela, lo que quieras para que se excite – se reía entre dientes.
¡Qué morro le estaba echando la tía! En cualquier caso aproveché la ocasión y metí las manos bajo la camiseta de Araceli acariciando sus tetas. Bajé la cabeza para besarla mientras me apoderaba de sus pezones, terminé subiéndole la camiseta para poder hacerlo bien, descubriendo sus bonitos pechos. Rosa seguía estimulándola por abajo y los gemidos de mi perrita vibraban en mi boca. Los brazos de Araceli me rodearon el cuello apretándome contra ella mientras seguía amasando sus tetas y martirizando sus pezones.
—Me voy a correr, ama. ¿Puedo? — me pidió muy bajito al oído.
—Sí, juguete. Córrete.
Araceli se corrió gimiendo ahogadamente en mi cuello. Rosa estaba mirando fijamente entre las piernas a mi chica y me dice :
—No lo tengo claro, habría que repetirlo - ¡Qué cara tenía!
Yo sin decir nada me metí un pezón en la boca y chupé, acariciándola a la vez la otra teta. Rosa esta vez en vez de acariciar el clítoris empezó a lamerlo. Desde luego el coño de mi chica conocía más lenguas que en la sede de la ONU, cosa que no me extraña porque era precioso, sin un solo pelo y coronado por el tatuaje en rojo.
Entre las dos tardamos unos diez minutos en llevar otra vez a Araceli al clímax, con tres dedos de Rosa insertados en su coño, su lengua lamiendo el clítoris y yo dedicada a sus pechos y a su boca, gritó como una loca cuando explotó.
—Ya tengo claro que no hay ningún problema — dijo la caradura de Rosa. Te doy unos minutos para que te relajes y empezamos. Te voy a poner una barrita curvada de titanio con una bolita en cada extremo. Una de ellas se desenrosca por si te lo quieres quitar. Durante dos semanas no te puedes tocar el clítoris ni tener penetración, al menos por la vagina, ja, ja, ja. Lávatelo con jabón neutro en la ducha y no tendrás infecciones -. Venga, que empiezo.
Limpió bien la zona con una gasa y cogió una aguja, y ahí dejé de mirar. Tapé a mi chica con la camiseta, le agarré la mano y le di besitos hasta que Rosa hubo terminado.
—Listo, cuando estéis os espero para cobraros. No tengáis prisa — nos dijo Rosa saliendo del cuarto.
—¿Te ha dolido mucho, juguete? — pregunté preocupada.
—Mucho menos que el tatuaje. No te preocupes, ama.
La dejé hasta que se recuperó y salimos a pagar a Rosa. Cuando nos íbamos nos dijo.
—Cuando ya no te moleste el piercing, si queréis llamadme y salimos una noche a bailar.
—Claro, cuenta con ello — Rosa era una chica muy guapa y verla comiéndole el coño a Araceli me había dado ganas de más con ella.
Seguimos hacia casa de la mano, Araceli andaba un poco raro, supongo que le dolía.
—¿Sabes, juguete, que en vez de andar como una perrita andas como un patito?
—¿Y tú sabes, ama, que cada día eres más graciosa? Como no me puedes castigar después de esto te diré dónde te puedes meter tus chistes : en el …
La interrumpí dándole un morreo profundo, abrazándola en medio de la calle. Las cosas que soportaba esta chica por mí eran increíbles. Araceli pronto acompañó mi beso y me abrazó a su vez.
—Te quiero, juguete. Te quiero mucho.
—Ya lo sé, ama. Sé que me quieres mucho, aproximadamente la mitad de lo que te quiero yo a ti.
Nos fuimos riéndonos a carcajadas hasta casa, donde volvimos a dormir juntitas, esta vez abrazando yo a mi querido juguete.
Cuando llegó el viernes, nos preparamos para acercarnos a casa de Natalia. Su marido estaba de viaje y nos había invitado a las amigas de siempre. Gerardo, el marido de Trini, no quería venir habiendo solo mujeres. Una lástima porque nos podía haber dado unas clases de lengua, ja, ja, ja. Araceli se había puesto minifalda, para que no le molestara el piercing con un pantalón, y camiseta de tirantes, por supuesto sin ropa interior. Yo también llevaba falda y camiseta de manga corta. Cogimos un par de botellas de vino tinto y nos fuimos para allá. Sería como media hora andando. Araceli me había ofrecido la correa al salir pero se la había quitado y guardado en el bolso, ya se la pondría cuando llegáramos, pretendía humillar a mi chica delante de todas a ver cómo reaccionaba.
Tardamos casi una hora en llegar porque nos parábamos en casi todos los escaparates de ropa. Llamamos al portero automático y nos abrieron el portal, subimos en ascensor y, antes de llamar a la puerta, enganché la correa al collar de mi perrita. Ésta levantó la barbilla orgullosa y llamó a la puerta. Nos recibió Natalia con una sonrisa espléndida en la cara, sin inmutarse al ver la correa.
—Pasad, chicas, que nos lo vamos a pasar fenomenal sin hombres de por medio. ¡Qué bien, has traído vino!
Nos acompañó al salón donde estaba Trini. Ésta sí que dejó ver cara de sorpresa cuando vio a Araceli encadenada, pero lo primero que nos dijo fue :
—Hola, chicas. Mi marido os manda su agradecimiento por mi regalo de cumple. Lo ha disfrutado mucho, ja, ja, ja — la acompañamos en las risas pensando en el atrevido conjunto de lencería que los regalamos.
—Me alegro que os gustara — le dijo Araceli -. Nosotras aprovechamos y nos compramos también un conjunto para cada una. Bueno, el mío me parece que ya le visteis las dos.
—Ya lo creo, y muy de cerca, ja, ja, ja. Venga, Tomad algo, ¿qué preferís, cerveza o vino?
Las dos elegimos vino y nos sentamos las cuatro a hablar, Araceli a mi lado, sujeta por la correa. Estuvimos un buen rato charlando y riéndonos de todo cuando Natalia ya no se pudo aguantar.
—Ya no puedo más, ¿me queréis contar de qué va todo esto?
Le estuve explicando nuestra relación, que yo era el ama, que ella mi sumisa, etc. etc.
—Entonces - insistió Natalia -, ¿si la mandas tirarse por un precipicio al vacío, Araceli se tira?
—Claro que sí — se adelantó Araceli — pero Alicia me quiere y nunca me pediría eso.
—Bueno, si sois felices así a mí me parece muy bien.
—A mí también — se sumó Trini — por cierto, ¿por eso llevas ese tatuaje tan bonito en el pubis?
—Claro, mi ama me lo pidió y yo me lo hice, y me encanta. También llevo su collar y ahora otra cosita. Ella también lleva un piercing en un pezón.
—Genial, ¿me lo enseñáis?
—Creo que necesito más vino para eso — intervine yo riéndome.
—Pues eso está hecho — y nos rellenó las copas.
Seguimos charlando y riéndonos de sus maridos, claro, y de la gente del trabajo. Cuando estábamos más entonadas por el vinito Natalia puso música y nos sacó a bailar a las tres. Hicimos el tonto las cuatro un buen rato. Sonó reguetón y era increíble cómo Natalia, con cuarenta y tantos años, perreaba con el culo apretándose contra mí. Yo la agarraba de las caderas y la seguía en el baile. Trini había agarrado a Araceli de una mano y la hacía girar, con lo que se le levantó la falda y se vio que no llevaba nada debajo.
—¡Guau! Que culo tan bonito, a juego con el coñito. ¡Vamos a brindar! — rellenó las copas y nos las repartió -. Por las amigas más cachondas del mundo. ¡De un trago!
Nos bebimos todas el vino y seguimos bailando otro rato, hasta que tuvimos que hacer un descanso y nos volvimos a sentar. Cuando nos acabamos la tercera botella ya estábamos bastante tocadas. No pensaba beber más que luego pasaba lo que pasaba. Mi resistencia al alcohol era ridícula.
—Voy al baño a echar el vino — dijo Natalia levantándose.
—Toma — le ofrecí la correa de mi juguete -. Llévatela para que te limpie después.
—Encantada, ven cariño — agarró la correa y se fue al baño con Araceli detrás.
Trini me miraba sin poder creérselo.
—¿De verdad hace todo lo que la pides?
—De verdad. ¿Quieres que la pida algo cuando vuelva?
—¿Puedo pedir lo que sea? Me siento como una niña escribiendo la carta a los Reyes Magos.
—Dentro de unos límites, sí. Nada que haga daño a mi niña.
—Pues mándala que se desnude, ¿puede ser?
—Claro, en cuanto vuelva.
Estuvimos calladas hasta que volvieron del baño. Trini expectante y yo riéndome por dentro de verla tan impaciente. Natalia se sentó y, cuando Araceli iba a hacerlo la ordené.
—Espera, juguete. Desnúdate y enseña a estas dos el nuevo adorno que llevas.
—Sí, ama.
No se lo pensó dos veces. Se sacó la camiseta por la cabeza y la falda por los pies y se quedó desnuda, radiante y hermosísima. Se sentó al borde del sofá y abrió las piernas.
—Mirad mi piercing. Todavía no se puede tocar porque no está cicatrizado pero ya no me duele casi nada.
Las dos chicas se acercaron y examinaron el piercing.
—Ni siquiera sabía que se podía poner un piercing ahí — dijo Natalia.
—A mí me encanta — dijo Trini -. ¿Podrías ponerte de pie, cariño?
Araceli se levantó y Trini la rodeó admirándola. Parecía que le estaba haciendo un TAC.
—Tienes un cuerpo precioso, qué envidia me das. Y tú Alicia ¿nos enseñas tu piercing?
—No quiero enseñaros las tetas, bueno, salvo que me enseñéis las vuestras primero — lo dicho, esa tarde no bebería más.
—Eso está hecho — se sacó la camiseta y se quitó el sujetador -. Venga Natalia, tú también.
Natalia titubeó pero también terminó por desabrocharse la blusa y quitársela junto con el sujetador. Las tetas de Trini estaban muy bien, parecidas a las de Araceli aunque no tan bonitas. Las de Natalia eran casi tan grandes como las mías, algo caídas pero para sus años estaban fenomenal.
—Ya no tienes excusa — dijo Trini — enséñanos el piercing.
No me quedó más remedio que quitarme la camiseta y el sujetador y quedarme desnuda de cintura para arriba.
—Vaya para de tetas, son increíbles — dijo Trini, parecía que la situación la tenía encantada -. Qué bien os lo tenéis que pasar las dos, ja, ja, ja. ¡Qué chulo el piercing! Mira Natalia, tiene algo escrito.
Las dos se acercaron a leer la chapita que colgaba de mi pezón : “Dueña de Araceli” , aprovechando Trini para darme un par de apretones en la teta.
—¿Podría pedir otra cosa? — me preguntó Trini, ruborizada, al oído.
—Dime, ¿qué quieres?
—Me he puesto cachonda con Araceli y tanta teta desnuda, ¿podrías mandarla que me comiera el coñito?
—Claro, siéntate que te la mando.
—Juguete, a cuatro patas — Araceli obedeció sin pensárselo -, vete donde está Trini, dale tu correa y cómela el coño hasta que se corra.
—Sí, ama — me pareció ver una sonrisa en su rostro pero no estaba segura.
Se dirigió a cuatro patas a Trini, la dio la correa, le desabrochó el pantalón y tiró de él junto con las braguitas. Trini levantó el culo para facilitarlo y se abrió completamente de piernas. No parecía tener mucha vergüenza por estar completamente desnuda delante de las tres. Araceli se aproximó y Trini la agarró la cabeza y prácticamente la empotró en su vagina, parece que se la quisiera meter dentro. Mi juguete empezó a mover la lengua empezando por fuera, Trini gimió yo creo que de ganas más que de placer, era muy escandalosa. Mientras ellas dos estaban a lo suyo, Natalia y yo nos sentamos en primera fila a ver el espectáculo. En diez minutos Trini estaba gritando descontrolada y nosotras dos calentándonos por momentos.
—¿No tendrás un consolador, Natalia? — me atreví a preguntar.
—Claro, ¿cómo lo quieres? ¿Grande, pequeño, ancho, estrecho? — qué sorpresa.
—Es para el culo de mi chica.
—Espera que te traigo uno.
Mientras Natalia buscaba el consolador Trini se corría escandalosamente. Sus gritos se debían oír en la calle. Araceli se fue a retirar pero Trini no la dejó : sigue, otra vez cariño — tirándola de la correa. A Araceli no la quedó más remedio que volver al pilón.
Natalia me trajo un consolador de unos quince cm. y no muy grueso.
—Voy a chuparla el culo para lubricárselo y luego la meteré el consolador, ¿o quieres hacerlo tú? — la dije.
—Yo, yo.
—Pero no la toques el coño, sólo el culo.
Natalia se arrodilló tras mi juguete, le abrió las nalgas con las manos y lamió el agujerito para lubricarlo. Araceli respingó y se volvió a ver qué pasaba. Cuando vio a Natalia me miró sonreír y siguió lamiendo a Trini. Natalia lo debía estar disfrutando porque se esmeraba en su labor, cuando ya estaba muy húmedo la metía un dedo, lo sacaba y repetía con la lengua. Araceli balanceaba el culo a los lados gozando también del tratamiento. Finalmente introdujo despacio el consolador, lo que provocó que Araceli arqueara la espalda, y bombeó con él el culo de mi chica. Estaban todas disfrutando menos yo, que me consolaba apretándome las tetas y tirando de los pezones. Natalia se había puesto a un lado y con la mano libre magreaba un pecho de Araceli. Trini volvió a explotar levantando sus caderas y gritando como siempre :
—Ay dios, ay dios, me corro como una burra, aaaaaaahhhhh.
—Natalia — la dije -, déjala el consolador dentro y siéntate que te toca.
Le dejó metido casi del todo, agarró la correa de mi juguete y la llevó a cuatro patas hasta el sillón que había enfrente, se quitó la falda y las braguitas y se sentó.
—Venga, cielo, házmelo a mí también.
A mí me había faltado un pelo para correrme solo de ver a mi esclava andando a cuatro patas, con las tetas colgando, llevada de la correa por Natalia, así que me levanté la falda y metí la mano dentro de mis braguitas para aliviarme yo sola. Empezaba a ver las estrellas cuando Trini se sentó a mi lado.
—Deja que te ayude, cariño — me recostó sobre ella de manera que con una mano me acariciaba las tetas y con la otra me bajaba un poco las braguitas para encargarse de mi necesitado coño, todo esto sin que ninguna dejáramos de mirar la increíblemente erótica imagen de mi chica con el consolador en el culo comiéndose el coño de Natalia.
—¿Te gusta, cariño?
—Sí, lo haces muy bien — me pasaba una mano por las tetas, acariciando muy suavemente la piel de forma casi imperceptible, alternado entre las dos y sin tocarme los pezones. La otra mano la dedicaba a mi coño, tenía tres de sus dedos entrando y saliendo muy, muy despacio. Era enloquecedor que lo hiciera tan despacio, yo movía las caderas hacia arriba buscando más contacto, más fuerza.
—Tranquila pequeña, no te muevas, déjame a mí — me dijo con ternura.
Seguía con el ritmo lento, sacaba sus dedos de mi coño sólo para darme un pellizquito en el clítoris a la vez que en un pezón, lo que me producía como una descarga de electricidad en todo el cuerpo, luego retornaba los dedos a mi coño y me seguía penetrando lentamente, para repetir los pellizcos a continuación. Cada vez que me hacía eso subía mi nivel de excitación unos grados. Me estaba costando mucho no moverme y dejarla hacer a ella. Estuvo torturándome mucho rato.
—¿Te gusta? — yo asentí con la cabeza y me coloqué entre sus pechos. De vez en cuando sacaba la lengua y lamía su suave piel. Me gustaba estar ahí, entregada a Trini y a sus mágicas manos.
El placer aumentaba progresivamente, su pausado dominio sobre mi cuerpo me estaba convirtiendo en gelatina, dejando en mí sólo la sensación de sus dedos, ya no existía nada más en el universo. Cada vez que me apretaba el clítoris y un pezón aumentaba un poquito la presión, llevándome más y más alto. ¿Conocéis la sensación que te invade justo antes del orgasmo, que dura tres o cuatro segundos? Pues me estaba proporcionando ese mismo placer durante los últimos minutos. Mi mente consciente no podía resistirlo y había desconectado hace rato. Sólo quedaban de mí el coño y los pezones, ni siquiera eso, sólo existían mis células receptoras del placer, y eran de Trini.
—¿Te vas a correr ya, pequeña? — no contesté, apenas me enteré de que me hablaba.
—Voy a hacer que te corras como nunca. Luego querría hacerlo también con tu esclava ¿me das permiso? — contéstame, Alicia.
Yo hice un pequeño movimiento con la cabeza y volví a mi estado de entrega al éxtasis. Ya no podía mover las caderas aunque hubiera querido y mis lametones en las tetas de Trini se habían convertido en mantener mi gimoteante boca abierta entre sus tetas, derramando mi saliva entre ellas.
No aceleró el movimiento de sus dedos, pero los curvó dentro de mí friccionando mi punto G. Con la punta de un dedo arañó mi clítoris y, a la vez, con la otra mano oprimió muy fuerte una de mis tetas.
—Ahora, mi bebé, ahora.
Me catapultó a un orgasmo inconmensurable. Un placer desconocido e infinito inundó por completo mi cuerpo y mi alma mientras Trini me apretaba la teta provocándome dolor sin detener el movimiento de sus dedos en mi coño. El dolor de mi pecho se sumó al placer del orgasmo haciéndome farfullar de gozo :
—Fffhhhuuuu, mmmmhhhuuu …
Cada célula de mi cuerpo celebraba una fiesta de placer y abandono. Me recorrían convulsiones, apretando todos mis músculos a su paso. Acabé destruida sobre el sofá, sin poder pensar ni moverme, llorando sin darme cuenta mientras Trini acariciaba mi pelo y me decía palabras de consuelo :
—Muy bien, bebé, muy bien, respira despacio. Tómalo todo, deja que te llene, mi pequeña.
El orgasmo no se detenía, no podía parar de estremecerme, sabía que iba a morir en sus brazos, que no se podía resistir algo así de grande, hasta que todo se volvió negro.
Cuando desperté, Natalia me estaba limpiando la cara con un trapo húmedo -. Bebe, Alicia, necesitas hidratarte — me puso una botella de agua en los labios y bebí con ansia. Cuando mis ojos volvieron a enfocar vi que Trini estaba sentada en el suelo apoyando la espalda contra el sofá de enfrente. Entre sus piernas abiertas estaba Araceli, a cuatro patas, con la frente rendida en el hombro de Trini, que poseía completamente a mi amor como antes me había poseído a mí. Estaba recibiendo el mismo tratamiento lento que me había dado a mí primero.
—Natalia, por favor, ven y sujeta a Araceli, creo que se va a derrumbar.
Natalia se sentó al lado de mi chica y la sujetó de la cintura, acariciándola la espalda con ternura. Trini murmuraba palabras a Araceli de vez en cuando, mientras sus dedos seguían con su lenta ocupación del coño de mi chica.
A los pocos minutos Araceli se corrió y cayó, derrotada, entre las piernas de Trini. También se había desmayado, por lo que me arrastré hasta ella para cuidarla como había hecho Natalia conmigo. Nos quedamos las dos abrazadas en el suelo vencidas por el sueño y el agotamiento.
Cuando desperté, Natalia y Trini estaba viendo una peli en la tele. Nos habían puesto unos cojines y tapado con un fino edredón sin despertarnos.
—Bienvenida de vuelta, dormilona — dijo Natalia -, sigue descansando o únete a nosotras, la peli acaba de empezar.
Me vestí y me senté con ellas y estuve un rato haciendo como que veía la tele, pensaba mucho en lo que había pasado esa tarde. Al rato se incorporó Araceli y se sentó desnuda en mis piernas para acompañarnos. Pasamos el resto de la tarde tranquilas y relajadas. Cuando Trini se levantó para ir al baño aproveché y la seguí, quería hablar con ella. Se puso a hacer pis delante de mí sin cortarse un pelo y me dijo : echa el pestillo y siéntate, hablemos -.Me senté en el borde de la bañera y esperé que empezara ella.
—Si te parece bien te diré unas cosas que he observado sobre vosotras, creo que te gustará tener otra visión de lo vuestro — yo asentí con la cabeza -. Lo primero es que me encanta vuestra relación, tú eres el ama de Araceli pero salta a la vista que estás enamorada y la quieres mucho. Lo lleváis muy bien y creo que es bueno para las dos. Lo segundo es que tú eres una switch — al ver mi cara de extrañeza me aclaró -. Eres dominante pero también puedes ser sumisa, de hecho creo que disfrutas tanto como sumisa como dominante, ¿es cierto? — Yo no pude menos que confirmárselo -. No le he ofrecido esto a nadie pero si quieres os enseñaré cómo disfrutar más del sexo, bueno, os enseñaríamos Gerardo y yo. Como has comprobado conocemos técnicas que dejan a años luz cualquier cosa que tú sepas.
—¿Cómo es que sabes tanto? — pregunté interesada.
—No hablo de ello desde hace diez años, pero te contaré cómo aprendí porque confío en que nada de esto saldrá de aquí : cuando tenía quince años me captó un grupo. Tenía pocos miembros y todos eran guapos y jóvenes salvo el maestro. Este mantenía que para crecer espiritualmente había que llegar al éxtasis y que la mejor manera era a través del sexo. Ahora creo que el maestro era un jeta que sólo quería follarse todo lo que se moviera, le daba igual hombre o mujer siempre y cuando fueran atractivos. Vivía en una casa grande a la que acudíamos después del colegio o el trabajo, pasando los días haciendo orgía tras orgía. El maestro no sabía nada de religión ni de espiritualidad, pero una vez que te follaba te quedabas enganchada a él y volvías día tras día anhelando que volviera a elegirte y te llevara otra vez al éxtasis. Si no te seleccionaba ese día, follabas con otro o con otra o con varios a la vez del grupo. El tío no sabía nada de nada, pero tenía un don para hacerte sentir y llevarte al cielo.
—¿Cómo saliste del grupo?
—Gracias a Gerardo, teníamos la misma edad y empezamos a vernos fuera de la casa. Con el tiempo nos enamoramos y decidimos no follar con los otros. No volvimos a la casa y nunca más supimos nada del grupo. Pero sacamos una cosa buena de esos años, aprendimos del mejor un montón de cosas para disfrutar del sexo. Pregunta a Araceli cómo le comió el coño Gerardo en mi cumple, o fíjate cómo os habéis desvanecido las dos hoy bajo mis cuidados. Hablaré con Gerardo pero estoy segura que estará encantado de participar en vuestra enseñanza, ja, ja, ja. Así que dime ¿queréis que compartamos con vosotras nuestros conocimientos?
Yo me quedé pensando unos momentos, la duda se debió reflejar en mi expresión porque me dijo Trini :
—Escucha Alicia, no nos meteremos en vuestra relación. No haremos nada que ponga en peligro tu dominio sobre Araceli — me había leído el pensamiento, me preocupaba mucho perder el ascendiente sobre mi amor. Lo medité unos momentos más hasta que dije :
—Estaremos encantadas, muchas gracias.
—Pues no se hable más, ya quedaremos para empezar.
—Trini, ¿te puedo comentar otra cosa?
—Claro, pequeña, lo que quieras — ya sabía por qué me llamaba pequeña, su experiencia y conocimientos la ponían muchos niveles sobre mí.
La conté el proyecto con Araceli de “Dominación Total”, no la dije el nombre porque me daba vergüenza pero le hablé de las fases que había pensado y como ya habíamos conseguido la primera.
—¡Guau! Es genial lo que habéis conseguido, no es fácil condicionar tanto a nadie.
—Sí, que se corra sin tocarla el coño fue largo pero no difícil, pero estamos atascadas en la segunda fase. ¿Tienes alguna sugerencia?
Trini estuvo pensando, parece que decidía entre varias alternativas.
—Puedes probar esto: tenla cinco días a palo seco, el sexto haz que se excite nueve o diez veces desde por la mañana hasta por la noche pero sin dejarla correrse. Eso aumentará su libido y su sensibilidad se disparará. Luego inténtalo a ver qué pasa. Háblala, sométela con palabras, que te suplique que la dejes correrse. Si no funciona prueba a excitarla durante dos días antes de intentarlo y si funciona reduce los días de cinco a cuatro y lo vuelves a intentar. Así hasta que consigas lo que quieres.
—Me parece muy buena idea. Me alegro de hablarlo contigo.
—Ya me contarás qué tal va la cosa. Tengo mucha curiosidad por saber el resultado.
—Te tendré informada, vamos fuera que nos echarán de menos.
—Vale, pero antes límpiame, pequeña — me alcanzó un trozo de papel higiénico.
Yo la limpié, la coloqué las braguitas y la abroché el pantalón, me dio un casto beso en los labios y salimos del baño.
Volvimos a casa paseando sin poner la correa a Araceli. Ya había tenido bastante dominación por un día. No hablamos casi nada, cada una ocupada con sus pensamientos en un cómodo silencio. Fue cuando estábamos acostadas, mirándonos a los ojos cuando la pregunté :
—¿Qué te ha parecido la tarde, juguete?
—Ha sido toda una sorpresa, conozco a nuestras amigas desde hace unos años y nunca me hubiera esperado esto. Espero que lo repitamos pronto, ama.
Se le cerraron los ojos y se quedó dormida con una sonrisa. Su pecho se movía lentamente y su carita relajada era preciosa. Yo aún tardé en dormirme. No desaproveché la ocasión de observarla durante unos minutos. Era mi esclava, mi juguete, mi amor.