Araceli seduce a Alicia 5

Lésbico, dominación, tríos. Visita al sex-shop. Alicia ofrece a Araceli a sus amigas.

—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz — ordené a mi esclava.

Araceli arqueó su cuerpo sobre la cama y se corrió gimiendo su placer en mi boca. Sus manos apretaban sus pechos y sus pezones endurecidos apuntaban al cielo. Llevábamos dos semanas consiguiendo que alcanzara el orgasmo sin estimulación vaginal ni del clítoris. Ya era el momento para pasar a la fase dos de “Dominación Total”: conseguir que se corriera solo con mis besos. Para eso necesitaba comprar algunas cosas. Había puesto nombre al proyecto de que se corriera con una simple orden mía. Me hacía gracia llamarlo así.

—Juguete, mañana recógeme a la salida de la oficina que tenemos que hacer unas compras. Ahora vamos a dormir, pero antes cómeme el coñito que estoy cachonda perdida.

A la mañana siguiente me desperté con Araceli todavía dormida asida a mis tetas. Estaba pegada a mi espalda, por lo que me volví despacito para poder mirarla un rato antes de que despertara. Yo tenía desde pequeña la facultad de despertarme a la hora que hiciera falta sin despertador, por eso todas las mañanas podía observar dormida a mi amor un rato. Araceli tenía el cabello muy negro, la piel morena y la cintura estrecha. Sus pechos medianos eran preciosos, firmes y duros a sus veinticinco años. Sus torneadas piernas nacían en un culo redondito y duro, de un tamaño ideal. Ni un solo vello profanaba su cuerpo, ni siquiera en su ingle, donde lucía el tatuaje que me encargué que se hiciera : “Propiedad de Alicia”.

Despertó abriendo lentamente los ojos, esos ojos marrón clarito, prácticamente dorados que me subyugaban.

—Buenos días, juguetito — le dije con una lánguida sonrisa.

—Buenos días, amita. ¿Ves algo que te guste? — a mi amor le gustaba provocarme.

—¿Cómo que amita? Yo soy tu Gran Ama, tu Excelentísima Dueña, te has ganado unos azotes — le respondí con cachondeo.

—Oh, que fatalidad. ¿Y podría ser que me azotaras ahora? — fruncía los labios poniendo carita de niña ingenua.

—No, cariño. Que nos liamos y llegamos tarde a la oficina. Pero dos o tres azotes sí te voy a dar en la ducha como anticipo.

—Bieeeeeen. ¡Mi Excelentibérrima Gran y Magnificiente Ama me va a castigar! — me dijo mirándome -. ¡Pero solo si me coge!

Saltó de la cama corriendo al baño perseguida por mí. Nuestras risas duraron hasta que nos sentamos a desayunar. Le recordé que me tenía que recoger y nos fuimos cada una a su oficina. Aunque trabajábamos en la misma empresa de logística, cada una estaba en una sede. Ella solía salir antes y algunos días cogía otro autobús y me esperaba en la puerta. Luego íbamos paseando hasta casa, trayecto que nos llevaba unos cuarenta y cinco minutos.

Cuando salí ya estaba ella esperándome. Me despedí de los compañeros y nos fuimos de la mano. Al principio había dado pie a muchos comentarios que dejara a mi novio para salir con Araceli, pero ya había pasado el momento cotilla. La mayoría nos conocían a las dos y no suponía ningún problema, incluso había tenido ofertas para hacer tríos, tanto de chicas como de chicos.

—Mira, ama — abrió el bolso para que viera su ropa interior. No llevaba nada bajo la blusa y los pantalones de vestir — Que sepas que en el autobús unos chicos se me han quedado mirando, hablaban entre ellos intentando decidir si llevaba sujetador o no, yo me he hecho la loca.

—Ja, ja, ja, ¿y te ha gustado?

—Al principio me ha puesto de mala leche, luego, la verdad, es que me ha calentado un poco. Incluso he sacado pecho para resolverles la duda.

Entre risas y cachondeo llegamos a nuestro destino, el sex-shop que había cerca de casa. La fachada era anodina con un escaparate pequeñito en el que sólo había lencería de látex y dos consoladores, pero al entrar se veía un espacio grande y luminoso con muchas estanterías. ¡Parecía un Mercadona del sexo!

—Hola chicas, ilumináis la tienda con vuestra presencia — nos dijo Miguel, el encargado, viniendo hacia nosotras. Parece que hoy era el día de los chascarrillos.

—Hola Miguel, ¿cómo estás? — le pregunté.

—Salido, como siempre — lo dicho, era el día de los chistes malos - ¿os puedo ayudar en algo?

—Sí, necesito unas esposas y unas cuerdas que no hagan daño en la piel -.Miguel era un chico rubio de veintimuchos años, muy simpático, bastante feo, gordito y con el pelo escaso hacia atrás.

Nos llevó por la tienda enseñándonos lo que había pedido, mostrándonos varias opciones. Elegí lo que me pareció mejor y fuimos al mostrador a pagar.

—Chicas, quizá os interese ver lo último que he recibido, no teníamos nada igual hasta ahora y está en oferta de lanzamiento — nos dijo Miguel.

—Claro, enséñanoslo.

Sacó de debajo del mostrador un consolador rosa doble, parecía unos cuernos de veinte y quince cm.

—Es de silicona de grado médico. El consolador grande es para la vagina y el pequeño para el culo. Se estimulan los dos sitios a la vez y tiene seis modos de vibración. Además, se calienta hasta treinta y cinco grados, lo que no hace ningún otro consolador del mercado.

—¿Lo has probado? — le preguntó Araceli con picardía.

—Obviamente no lo puedo probar, pero si queréis vosotras este es el modelo de demostración. Está sin estrenar y os lo dejo un rato. Podéis ir a un reservado y así luego me decís qué tal. En realidad me haríais un favor al darme información de primer … bueno, de primera mano.

—No sé — le dije -. No me parece el momento.

—Venga, animaos. Os hago un buen descuento en todo y os regalo un lubricante si lo probáis y me decís.

—Venga vale, lo probamos — me había convencido.

Miguel cogió el vibrador, le puso pilas y se fue a lavarlo. Luego nos acompañó a un reservado y nos dejó solas después de decirnos :

—La habitación está insonorizada. No tengáis prisa, yo cierro en diez minutos pero me tengo que quedar haciendo papeles otra hora. Avisadme si necesitáis algo.

El reservado era una habitación casi cuadrada pintada de blanco impoluto. La verdad es que todo el sex-shop estaba limpísimo. Había un sofá de dos plazas y enfrente una tele LED con varios DVD porno en una estantería. Una silla en un rincón y una vitrina cerrada con llave con varios modelos de fustas y látigos ocupaba la pared detrás del sofá.

—Voy a probarlo yo, juguete ¿me ayudarás? — no quería que lo probara Araceli, quería darla unos días sin orgasmos para la segunda fase de mi proyecto.

—Claro, ama. Con mucho gusto.

Me quité los pantalones y las braguitas dejándome la blusa puesta y me senté en el borde del sofá con las piernas abiertas y medio culo fuera.

—Lubrícame primero. Los dos agujeritos.

Araceli se arrodilló entre mis piernas y comenzó con mi rajita. Ya me tenía gimiendo excitada cuando pasó a mi agujerito posterior. Después de dejarme mojada y con ganas de más, cogió el consolador y lo introdujo un poquito, primero en la vagina y luego en mi culito.

—¿Sigo, ama?

—Sigue, juguete. No me apetecía nada pero me ha calentado mucho tu lengüecita.

Araceli siguió metiendo lentamente pero sin parar el consolador en mi cuerpo hasta que entró todo. Lo sacó y lo volvió a meter despacio varias veces hasta estuvo todo bien lubricado. Luego aceleró el movimiento haciéndome gemir y arquear la espalda. La sensación de tener llenos mis dos orificios era enormemente placentera.

—Sigue, juguete, sigue.

—¿Lo enciendo, ama?

—Sí, dale a ver qué pasa.

Araceli tocó los botones pero no pasó nada. Yo estaba tan excitada que solo quería que siguiera penetrándome con él, no me importaba que no vibrara. Moví mis caderas buscando el rozamiento pero Araceli seguía dándole a los botones.

—Voy a decirle a Miguel que no funciona — me dijo saliendo del reservado.

Me dejó patidifusa, no me había dado tiempo a decirle que me daba igual que no vibrara, que siguiera dándome caña. Así que agarré el consolador por el centro y me encargué yo misma de mi placer.

Enseguida retomé el ritmo y mis gemidos llenaron el reservado. Lo cierto es que el chisme era fabuloso, me tenía a cien y ni siquiera estaba encendido. Cuando estaba a punto de caramelo se abrió la puerta y entró Miguel rápidamente arrodillándose entre mis piernas, me quitó la mano del consolador y empezó a manipularlo. Me sorprendió tanto que no reaccioné.

—Debo haber puesto mal las pilas. Enseguida lo arreglo — dijo Miguel sin siquiera mirarme. Abrió la tapita de las pilas sin sacarme el consolador y empezó a recolocarlas como si estuviera cambiando unos fusibles en vez de tener mi coño y mi culo delante de su cara.

Con el meneo que le daba al aparato y lo a punto que estaba cuando entró me tenía en estado catatónico. Moví mis caderas arriba y abajo buscando el desahogo que necesitaba, Miguel seguía con sus manipulaciones poniéndome cardiaca. Por fin colocó las malditas pilas y el chisme empezó a vibrar arrancándome un grito. ¿Qué lleva este aparato, energía nuclear?

Quizá fue el grito lo que sacó al Miguel del “modo manitas”, el caso es que miró embobado mi coño hasta que se decidió a continuar él mismo con el trabajo. Agarró el consolador por el centro y me penetró con él imprimiendo un ritmo salvaje. Araceli entró en ese momento en el reservado y, al ver el percal, creyó que yo consentía y se sentó en la silla del rincón. En vez de ayudarme y echar al rubio gordinflas se puso a disfrutar del espectáculo. Yo, enloquecida por las sensaciones, no pude ni hablar y el gordo seguía dale que te pego con mis intimidades.

—Estás chorreando — me dijo Miguel -. La verdad es que hace calor, espera que te alivio.

Con la mano izquierda seguía dándole al aparatejo y con la derecha me desabrochó la blusa, abriéndola y descubriendo mi sujetador, que rápidamente echó hacia arriba liberando mis magníficas tetas. Ahora con una mano follaba mis dos agujeros y con la otra me magreaba alternando entre mis dos preciosidades.

Me alcanzó un orgasmo de proporciones épicas, mis caderas se movían descontroladas y mi garganta intentó emitir un grito que no llegó a salir. El placer y la vibración que se habían apoderado de mi sexo no me dejaban ni hablar.

—Araceli, cielo, ayuda a Alicia con el consolador — pidió Miguel a mi chica levantándose.

Araceli se ocupó nuevamente de mis agujeros y Miguel se subió al sofá a mi lado, se bajó los pantalones más rápido que Superman y sacó su erecto miembro, metiéndolo en mi boca jadeante, abierta por el tratamiento que me estaba dando mi chica. Todo esto pasó en aproximadamente medio segundo y yo seguía sin poder reaccionar, esclava del enorme placer que recibía. Mi valoración del consolador sería cojonuda, por cierto.

Miguel se apoderó de mi cabeza con ambas manos, metió su polla hasta el fondo de mi garganta y la sacó lentamente hasta dejar dentro solo la punta, el cabrón se colocó a su gusto y empezó a follarme la boca violentamente. Dudé si morderle o colaborar con la mamada, al final el estado continuo de éxtasis en el que me tenía el doble consolador me incitó a disfrutar de la mamada como una auténtica zorra.

—Mmmppppffffff, mmmmppppfffff — me corrí otra vez. No se debieron dar cuenta porque no me dieron ni una pausa para disfrutar mi orgasmo.

El aparato, esgrimido por Araceli, había cogido temperatura y estaba causando estragos en mis sobreexcitados agujeros, subiendo todavía más el calor de mi intimidad. La polla de Miguel había conquistado mi boca llegando su pubis a chocar con mis labios y su barriga con mi frente en cada arremetida. Yo lamía su miembro como si la vida me fuese en ello.

—¿Te gusta, Alicia? ¿Te gusta mi polla? — me preguntó jadeante Miguel.

—Mmmffffffmmm — es todo lo que pude decir. Era como una muñeca de trapo en su poder. Hacían de mí lo que querían y yo lo estaba disfrutando. Las manos de Miguel movían mi cabeza a su antojo penetrando mi garganta hasta la campanilla. Desde que estaba con Araceli no había disfrutado de una polla y ahora me estaba desquitando. De repente Miguel jaló de mí hasta que choqué con su pubis y se corrió gritando :

—Trágatelo, Alicia. Trágate todo.

Su semen inundó mi garganta y no tuve más remedio que tragármelo si no quería ahogarme. Araceli al verlo me clavó el consolador hasta el fondo y lo movió salvajemente dentro de mí, lo que me provocó otro orgasmo.

—Mmmmppppffffffff, mmmmmmffffffff — gemí mientras tragaba las últimas descargas de la polla de Miguel.

Por fin me liberaron y pude volver a respirar. Miguel se guardó el miembro en el pantalón y salió sin decir palabra. Araceli, viendo mi estado de agotamiento, me abrazó y besó en la mejilla hasta que me recuperé lo suficiente para hablar.

—¿Estás bien? — me preguntó.

—Ayúdame a ponerme los pantalones, no sé si me sostendrán las piernas.

Me vestí y salimos a la tienda. Miguel nos dio la bolsa con las compras y nos abrió la puerta de la calle.

—Tomad, chicas, la casa invita. Os he metido también el nuevo consolador. Que lo disfrutéis.

No me sentí con ánimo para contestarle, no sabía si darle las gracias o una patada en los huevos. Nos fuimos caminando tranquilamente a casa abrazadas por la cintura. Lo agradecí porque seguía con debilidad en las piernas. Cuando me encontré más serena la pregunté :

—Araceli, ¿por qué dejaste que Miguel entrara en el reservado?

—Yo no le dejé. No le encontraba y le llamé a gritos diciéndole que el consolador no funcionaba, cuando me quise dar cuenta él ya estaba dentro y tú parecías disfrutar tanto que pensé que estabas de acuerdo.

—Qué va, lo que pasó fue que estaba a punto de correrme cuando entró y no fui capaz de detenerle. Luego entre los dos me disteis tres orgasmos y cómo me iba a quejar, además no estaba en situación de hablar mucho, como recordarás.

Araceli se me quedó mirando muy seria haciendo gestos extraños con la cara, cuando no pudo aguantar más empezó a reírse a carcajadas. Yo me la quedé mirando anonadada hasta que me contagió y me reí con ella. No podíamos parar y llegamos a casa todavía riéndonos y con lágrimas en la cara.

Cuando nos acostamos ese día, no tuve fuerzas mas que para abrazarme a mi chica y quedarme felizmente dormida.

Habían pasado varios días y a mi juguete le había tocado dormir en la colchoneta. La segunda fase del plan no iba muy bien. Habíamos establecido la siguiente rutina : después de que Araceli me diera uno o dos orgasmos la ataba las piernas abiertas y la esposaba las manos al cabecero con los brazos hacia arriba. Luego la besaba el cuello, la cara y la boca hasta que, cuando creía que no se podía excitar más, la ordenaba correrse. Ella movía sus caderas y tensaba todo el cuerpo pero no lo conseguía. Resultado : ella dormía en la colchoneta y yo la añoraba durmiendo sola en la cama. En internet había leído que se podía conseguir, así que insistiría el tiempo que hiciera falta. Tal vez la necesidad de orgasmos por su parte nos ayudara a conseguirlo.

Seguimos con la misma rutina varios días más con similares resultados, eso había ocasionado que estuviéramos las dos de mala leche casi continuamente, por lo que nos vino muy bien que nos llamara Trini, una amiga del trabajo, para invitarnos a su cumpleaños. Quizá algo de fiesta nos animara. Lo celebraba en su casa el sábado por la tarde e iría Natalia, otra gran amiga nuestra, y varios compañeros del trabajo. Nos lo pasamos muy bien comprándola el regalo. Elegimos un conjunto de lencería muy atrevido para ella y, ya que estábamos, nos compramos otros para nosotras. Yo elegí para mí uno rojo precioso con culotte brasileño y liguero y para Araceli otro conjunto en blanco con tanga y sujetador de media copa también con liguero. Como eran los primeros ligueros que teníamos nos hacía mucha ilusión estrenarlos, así que le permití a Araceli que lo llevara puesto a la fiesta de Trini.

Llegó el sábado y esperamos a que nos recogieran Natalia y su marido Fermín para que nos llevaran a casa de Trini, que vivía en una urbanización en las afueras. Nos habíamos maquillado y vestido para la ocasión. Araceli se había puesto el conjunto con el liguero, faldita con vuelo y blusa abotonada, dejando varios botones sin abrochar mostrando bastante escote. Yo llevaba un short cortito y un top sin tirantes sujeto por mis voluminosos pechos. Había metido en el bolso, por si se me ocurría alguna maldad, las esposas y una de las cuerdas con las que ataba a Araceli.

Llegaron y nos subimos en los asientos de atrás del coche, Fermín conducía y Natalia, mi chica y yo no paramos de charlar y reírnos todo el camino. A la media hora o así llegamos a casa de Trini, los invitados estaban en el jardín, donde había música y una mesa larga en donde cada uno se servía lo que le apetecía.

—Hola chicas, qué bien que hayáis llegado, hola a ti también Fermín — nos abrazó a todos y la felicitamos por su cumpleaños -. Gerardo ven a saludar — llegó Gerardo, el marido de Trini y nos saludó también — Servíos lo que queráis de beber, iré sacando comida de vez en cuando de la cocina para que no os falte de nada.

—Fenomenal, Trini. Te hemos traído una cosita para que la disfrutéis los dos — le di la bolsa con la lencería, seguida por el regalo de Natalia y Fermín. Trini estaba muy bien a sus treinta y tantos años y seguro que sacaba mucho partido al regalo.

—No hacía falta, pero muchísimas gracias, sois un cielo. Si me dices que es para los dos seguro que me dará vergüenza abrirlo aquí, así que lo reservaré para luego. Id a beber algo que yo dejo esto dentro y ahora salgo.

Nos fuimos a la mesa de la bebida y cogimos sendas cervecitas de un cubo lleno de hielo. Nos quedamos hablando y bebiendo los cuatro hasta que llegó Trini con una bandeja de canapés. Seguimos comiendo y bebiendo y relacionándonos con los demás invitados. Cuando Trini y Gerardo se pusieron a bailar nos unimos a ellos atrayendo más gente a bailar con nosotros. Estuvimos un buen rato moviendo el esqueleto haciendo frecuentes viajes a la mesa a por cerveza. Dos de los compañeros de la empresa, Fede y Javi, estuvieron tonteando con nosotras arrimándose mucho. Como se estaban poniendo un poquito pesados, Araceli y yo nos sentamos en una mesa del jardín a descansar un rato. Hacía un tiempo estupendo y se estaba muy a gusto al solecito. Se nos unió Natalia mientras Fermín seguía bailando.

—Chicas, ¿podéis traer unos packs de cerveza del frigorífico de la caseta del jardín? — Trini venía de la cocina cargada con otra bandeja de comida.

—Vamos tu y yo, Araceli, deja que Natalia descanse un rato que ya está mayor, ja , ja, ja — dije esquivando el canapé que me lanzó.

Entramos en la caseta, que estaba en el rincón más alejado del jardín, y vimos el frigorífico. Había mangueras, alguna sombrilla y sillas de jardín repartidas por la caseta. Abrí el frigorífico buscando la cerveza cuando Araceli me abrazó por detrás y me besó en el cuello.

—Mmmm, que bien cariño — sus manos acariciaban mi tripa y sus labios recorrían mi cuello y mis hombros desnudos. La cosa se empezó a calentar cuando sus manos subieron un poco más y apretaron mis tetas.

—Guau, juguete. Parece que hay alguien muy caliente por aquí — cómo no lo iba a estar, si la obligaba todos los días a hacer que me corriese y ella se quedaba a dos velas-. Espera juguete, vamos a hacer el primer viaje y luego volvemos a por más.

Cogimos dos packs de cerveza cada una y los llevamos al cubo con hielo. Volvimos a por más cerveza, recogiendo yo mi bolso por el camino. En cuanto entramos en la caseta nos echamos en los brazos de la otra mordiéndonos la boca. Luchamos con labios, lengua y dientes mientras nuestras manos no paraban de recorrer los mejores lugares de nuestra anatomía. Desabroché la blusa de Araceli descubriendo el bonito sujetador que llevaba, sus aureolas asomaban justo por encima de las copas, provocando a mis manos apoderarse de sus pechos. Ella me bajó el top y el sujetador sin tirantes y disfrutaba de mis tetas. Acabé con uno de sus pezones en mi boca mordiéndolo suavemente mientras apretaba y estiraba del otro con mis dedos. En ese momento la sorprendí ordenándola :

—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz.

Ella, después de todo el tiempo que había dedicado a condicionarla, se corrió entre mis brazos sin poder evitarlo. Gemía aferrada a mí como una niña pequeña. Yo la acompañé unos pasos hasta sentarla en una silla. Esposé sus manos tras el respaldo y me dispuse a atar sus rodillas para que no las pudiera cerrar.

—Me has hecho completamente tuya, ama — me dijo Araceli dejándose atar.

—Sí, ¿te molesta?

—No, amor. Ya sabes que soy de tu propiedad y que me encanta serlo.

—Ahora te voy a hacer la mejor comida de coño de la historia, esclava. Te he tenido muchos días a dos velas.

Me coloqué la ropa y me arrodillé entre sus piernas, subí la falda, agarré sus muslos, aparté el tanga a un lado y me sumergí en su húmeda vagina.

—Estás empapada, esclava.

—Es todo por ti, ama.

Lamí de abajo a arriba su rajita y me dediqué con esmero a cada milímetro de sus labios, profundicé en su agujerito y pasé al clítoris, chupé y absorbí hasta que Araceli tensó las piernas, preludio de su orgasmo. Iba a morderle para provocarlo cuando nos interrumpieron.

—Chicas, os habéis perd …. — Trini se quedó parada al vernos. Abrió los ojos como platos y se llevó la mano a la boca.

Yo me levanté para disculparnos cuando, sorprendentemente, nos dijo mirando las tetas y el coño de mi juguete :

—Qué coño tan bonito tienes, Araceli, ¿puedo?

Vi la cara de susto de Araceli pero no me corté y adelantándome a la respuesta de mi juguete la dije :

—Todo tuyo. La tienes a punto de caramelo.

Trini ocupó el lugar que yo había abandonado, vio el tatuaje y nos miró a las dos alternativamente.

—Qué tatuaje tan curioso — murmuró antes de seguir con el trabajo interrumpido por ella misma. Me di cuenta de que Araceli no estaba muy cómoda con la situación así que me puse tras ella y le acaricié los hombros murmurándole cariñitos al oído, se relajó y empezó a disfrutar de la comida de coño. Trini seguía lamiendo el centro mi chica, provocando los gemidos de esta que enseguida me pregunto al oído :

—Ama, me voy a correr, ¿puedo? — yo le dije que sí e inmediatamente se corrió gimiendo su placer.

—Aaaaaaaaagggggghhhhhhh.

En ese momento Gerardo entró por la puerta diciendo :

—¿Está aquí Trini? — se quedó descolocado viendo el panorama y miró a su esposa. Esta dijo con desparpajo :

—Yo aquí he terminado, sigue tú, cariño.

Gerardo nos miró a las tres, se encogió de hombros y dijo :

—Vale.

Se arrodilló delante de Araceli, el sitio más popular de la fiesta, y lamió como un condenado. Trini volvió con la gente no sin antes advertirnos con una sonrisa pícara :

—Os dejo en buenas manos, seguro que lo vas a disfrutar Araceli.

No sé qué hizo Gerardo para poner a mi chica como la puso en diez segundos, se oían lametones, mordiscos, chupetones, hasta gruñía el tío, el caso es que mi juguete me miró aterrorizada diciendo :

—Me voy a correr … me voy a correr … no puedo aguantar.

Yo le dije muy bajito que le daba permiso para correrse cuando quisiera y Araceli explotó en un orgasmo descomunal.

—Aaaaaaaagggggmmmmmmm me corro … me corro … me corro …

Gerardo seguía hozando en el coño de mi chica como un jabalí, aparentemente no se enteraba que ya había conseguido el objetivo, y a los pocos segundo Araceli volvió a jadear :

—No puede ser … otra vez … me corro otra vez … ama, me corro …

Volvió a gritar otro orgasmo salvaje quedándosele los ojos en blanco, quizá estuviera desmayada.

—Gerardo para, por favor, para — intervine para que no matara a mi juguete de placer.

Gerardo, afortunadamente, se levantó, nos miró a las dos, se limpió la boca, se volvió a encoger de hombros y dijo :

—Un placer, os veo en la fiesta.

¡Qué personaje! Según salía él entraba Natalia, que sin encomendarse a Dios o al Diablo se arrodilló ya sabéis dónde y volvió a lamer el inflamado conejito de mi chica. Trini debía haberla avisado. Si lo sé hubiera vendido entradas, ¡joder!

—Despacio Natalia, con suavidad — la pedí según me iba a la puerta para impedir que entrara nadie más. Ya solo faltaba que se apuntaran Fede o Javi.

—Ya veo como está esto, te vas a deshidratar, cariño. Seré muy dulce.

Me aseguré de echar un pestillo que tenía la puerta por dentro y le quité las esposas a Araceli. Ésta me agarró una mano y con la otra acariciaba el pelo a Natalia, que lo debía estar haciendo muy bien porque mi chica no paraba de suspirar. Las dejé un rato a lo suyo y, cuando consideré que era el momento, ordené a mi chica en el oído :

—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz.

Araceli se corrió en silencio, sujetando con las dos manos la cabeza de Natalia y llenándola la cara de fluidos. Natalia paró de chupar y la dijo — espera que te limpio -. Lamió toda la humedad que mi chica tenía en los muslos y en el coño, le volvió a colocar el tanga en su sitio y nos dijo : misión cumplida, ja, ja, ja. Os espero bailando, chicas, bonito liguero.

Desaté las piernas de mi chica, le di una botella de agua del frigorífico y tiempo para recuperarse, cogimos unos packs de cerveza y volvimos a la fiesta. Estuvimos un rato sentadas bebiendo y comiendo y volvimos a bailar con los demás. Ninguna de nuestras amigas ni Gerardo hizo mención a lo que había pasado. La verdad es que estuvimos muy bien y lo pasamos genial.

A las tantas nos despedimos de Trini y Gerardo para que Natalia y Fermín nos llevaran a casa. Araceli estuvo un rato cuchicheando con Gerardo y acabaron los dos riéndose. Cuando llegamos a casa le pregunté de qué habían hablado y me dijo que le había pedido clases de comer coños, Gerardo había dicho que encantado, pero que solo daba clase prácticas. Teniendo en cuenta el resultado quizá debiéramos pedirle unas clases, ja, ja ,ja.

Es noche hicimos la cucharita y me acosté adherida a la espalda de Araceli y agarrada a sus tetas, me aclaró antes de dormir que al principio no le gustó nada que la compartiera, pero que al final disfrutó de una de las mejores experiencias de su vida, que se había sentido adorada con tantas personas lamiéndole el coño. Me confesó también, que el correrse a mi orden la hacía sentir más unida a mí, que sentía que nos pertenecíamos la una a la otra completamente. Yo la confesé mi plan completo y ella me pidió que no lo abandonáramos, que la haría muy feliz conseguirlo. Decidí, sin decirle nada, que aumentaría mi dominio sobre ella, quizá eso fuera positivo.

Me dormí pensando que había sido un buen día con el mejor de los finales.