Araceli seduce a Alicia 4
Lésbico, dominación, tríos. Alicia se convierte en el ama de Araceli. Ligan en un pub y se montan un trío.
Este relato es continuación de los otros que hay en mi perfil. Se puede leer de forma independiente, pero os recomiendo que leáis los otros para seguir toda la historia.
Cuando nos despertamos al día siguiente de que Araceli me pidiera ser mi esclava, nos abrazamos y besamos con cariño y nos pusimos a desayunar. Yo quería que Araceli me confirmara todo lo que me había dicho la noche anterior.
—Araceli, me gustaría que habláramos sobre lo que me dijiste anoche. Entiendo que estábamos las dos aturdidas por el sexo y las endorfinas, así que ahora que estamos tranquilas y relajadas dime ¿sigues queriendo ser mi esclava?
—Sí, Alicia. Sigo pensando igual, nada me gustaría más — Me dijo Araceli con la mirada baja.
—Te debe quedar claro que a mí me encantaría. Pero si voy a ser tu dueña que sepas que será las veinticuatro horas del día. Mírame a los ojos — Araceli fijó sus bonitos ojos en mí -. No quiero repetir todo lo que dijimos anoche, pero debes saber que te trataré como si fueras de mi propiedad, harás lo que te ordene sin dudar y tu objetivo en la vida será complacerme, ¿te queda claro?
—Sí, mi dueña. Tu felicidad será la mía.
—Bien, pues voy a darte unas reglas que tendrás que seguir. Te diré más según las vayamos necesitando, pero para empezar ten estas en cuenta : en casa no llevarás más que braguitas, cuando yo llegue correrás a arrodillarte al suelo del salón, puedes usar un cojín. Siempre me recibirás con una sonrisa. Si cuando llegues ya estoy yo en casa, correrás a desnudarte al dormitorio y luego te arrodillarás a mi lado. Cuando vayas al trabajo podrás ir como hasta ahora, pero cuando salgamos tu y yo no llevarás ropa interior y te quedarás siempre a mi lado por si necesito algo. Si te portas bien durante el día dormirás conmigo, si no, dormirás en el suelo, en una colchoneta al lado de la cama. Te depilarás entera, no quiero ni un solo pelo por debajo del cuello. En casa me llamarás dueña o ama, fuera, si hay más gente, me puedes llamar Alicia. Creo que eso es todo de momento. ¿Te parece bien, juguete?
—Sí, ama.
—Ah, la regla más importante. No te correrás sin mi permiso. Nunca. ¿Entendido?
—Sí, mi ama.
—Pues vamos a la ducha que luego tenemos que ir a un sitio.
—Yo la ducharé, ama. Si la parece bien.
—Me parece fenomenal. Después de ducharme depílate el pubis y dúchate tú. Necesito que no tengas ni un solo pelito. Ah, y ponte falda corta.
Araceli se quedó con ganas de preguntarme pero no dijo nada. Me duchó, me secó y luego se quedó en el baño mientras yo me vestía. Cuando estuvimos preparadas salimos de casa y fuimos dando un paseo. Íbamos de la mano, me encantaba comportarnos como una pareja. En el fondo, a pesar de ser la dueña de Araceli, dependía de su amor. Yo estaba totalmente colada y daría mi vida si hiciera falta por ella. Necesitaba dar una imagen de dura y autoritaria, pero me derretía su cariño y sus sonrisas. Me paré en la acera y la abracé.
—¿Y esto, ama? — me preguntó sonriendo ampliamente.
—Es que te quiero mucho y necesitaba abrazarte, pero no te rías de mí o te daré unos azotes.
—Por supuesto, mi ama — me contestó con recochineo.
—Anda vamos, que todavía voy a tener que ponerte el culo morado aquí en la calle — terminé el abrazo y me reí entre dientes. Seguimos andando de la mano camino de nuestro destino.
—¿Dónde vamos, cariño?
—Mira, ya hemos llegado -. Estábamos frente al escaparate de “Tatoo & Needles”. Entramos y le dije a Araceli que se sentara y me esperara. Me fui a hablar con Rosa, la encargada. Rosa era la que me había hecho el piercing en el pezón y había cogido confianza con ella. Le conté lo que quería y me dijo que tenía tiempo para hacerlo ahora.
—Pasad a la primera habitación que yo voy a encargar lo tuyo y a hacer la plantilla del tatuaje — me dijo. — Mientras hacemos lo de tu chica lo preparan y así te lo puedes llevar puesto.
Entramos en la habitación. Había una camilla, un par de sillas, un taburete alto y material para tatuar. En el techo varios focos apuntaban a la camilla, llenándola de luz. Araceli me miraba de reojo pero no decía nada. Se sobresaltó cuando entró Rosa.
—Venga, vamos a ponernos a ello. Te llamas Araceli, ¿verdad? Quítate la falda y las braguitas y túmbate en la camilla.
Araceli me miró y yo asentí con la cabeza. Se quitó la falda, braguitas no llevaba, y se subió a la camilla. Rosa bajó el extremo de la camilla y sacó una especie de soportes laterales.
—Abre las piernas y colócalas en los soportes — le dijo Rosa.
Araceli, ruborizada, hizo lo que le pedía. Rosa se sentó en el taburete entre sus piernas abiertas, la puso una pequeña toalla tapándole su intimidad y nos preguntó.
—¿Empezamos?
—Empieza — dije yo.
—Araceli, necesito que me digas que estás de acuerdo — Rosa miraba a mi chica esperando su autorización. Araceli mi miró a mí. Yo le dije que sí con la cabeza y la sonreí.
—Adelante — confirmó mi chica.
—Procura no moverte, duele al principio. Luego se va pasando.
Rosa cogió la pistola de tatuar, la llenó de tinta roja como habíamos acordado, colocó la plantilla en el pubis de Araceli y empezó a tatuar. Araceli se tensó en cuanto la aguja perforó su piel. El dolor se reflejó en su cara. Rosa siguió como si nada y yo no pude estarme quieta. Sujeté la mano de Araceli entre las mías e intenté consolarla.
—Tranquila, mi niña. Acabará pronto. Aguanta un poquito — le daba besitos por la cara.
Estuvimos así una media hora, Araceli se había relajado algo y se estaba haciendo más llevadero.
—Chicas, llevamos más o menos la mitad. ¿Seguimos o hacemos un descanso?
—Sigue, por favor. Cuanto antes acabemos mejor — respondió mi chica valiente.
Así que Rosa siguió torturando a mi dulce juguete hasta que terminó. Le puso una crema sobre el tatuaje y nos dijo :
—Os doy unos minutos antes de taparlo con una gasa. Ahí tenéis un espejo. Yo voy a por lo tuyo.
En cuanto Rosa salió Araceli me pidió ver el tatuaje, yo cogí el espejo y se lo enseñé. Tenía tatuado en el pubis, justo sobre el coño, en rojo brillante “ Propiedad de Alicia ”. Observé atentamente la reacción de mi chica. Vi que los ojos se le humedecían, ¿me habría pasado con el tatuaje? al fin y al cabo era prácticamente permanente. Araceli miró un largo rato el tatuaje, luego me miró a mí con los ojos llorosos. ¡Ay Dios! Aguanté sin darme cuenta la respiración. Y sonrió. Una gran sonrisa iluminó su cara, la habitación y el mundo entero.
—Me encanta, Alicia. Es alucinante, es … perfecto.
Yo eché el aliento que había estado conteniendo y la abracé, la besé y la dije que la quería.
—Ya lo sé, mi dueña. Yo a ti también te quiero.
Entró Rosa y nos pilló a las dos abrazadas y lloriqueando.
—¿Os dejo otro rato? — intentaba aguantarse la sonrisa.
—No, no, pasa. ¿Tienes lo mío? — inquirí limpiándome las lágrimas.
—Sí, toma. Espero que sea lo que querías — me dio una chapita como la que me colgaba del piercing del pezón.
Yo se la pasé a Araceli y le expliqué que la iba a cambiar por la que llevaba ahora. Araceli leyó “Dueña de Araceli”.
—Dale la vuelta — le pedí.
En la parte de atrás ponía “Mi Amor”. Araceli volvió a lagrimear, me devolvió la chapita y me dijo :
—Póntela, ama. Por favor.
Era la primera vez que me llamaba “ama” delante de alguien. Yo le había dicho que no era necesario pero, aun así, ella lo había dicho. Me hacía mucha ilusión. Cierto que Rosa debía imaginarse todo ya que nos había hecho las chapas y el tatuaje, pero me parecío un paso adelante.
Me saqué la camiseta y el sujetador y le pedí a Rosa que cambiara las chapas. Rosa no tardó nada en reemplazarlas una vez que dejó de mirarme embobada las tetas. Yo creo que se le escapó algún apretón a mi teta y alguna caricia a mi pezón. Cuando me di la vuelta para enseñárselo a Araceli, ésta estaba enfurruñada. También se había dado cuenta.
—¿Te gusta, cariño? Es por y para ti — esperaba calmarla con mis palabras.
—Mucho, ama. Tápate ya.
Me vestí carcajeándome por dentro, Rosa tapó el tatuaje de Araceli con gasas y nos indicó cómo cuidarlo los primeros días. Salimos, pagué a Rosa y nos fuimos de la mano para casa.
Varios días después
Estábamos a jueves y llevábamos ya unos días sentando las bases de nuestra relación. Araceli me decía que era muy feliz y para mí no podía ir mejor. Cuando nos veíamos en casa después del trabajo, le ordenaba a mi juguete que me chupara las tetas o me comiera el coño. O las dos cosas, ja, ja, ja. Luego, después de cenar, nos sentábamos un rato a ver la tele o a leer. Sólo una vez hice a Araceli comer en el suelo por su mal comportamiento. Llegué a casa y estaba vestida, me dijo que la habían llamado al móvil nada más llegar y no la había dado tiempo. Yo la dije que lo primero era yo, así que la tuve que castigar.
Cuando nos sentábamos en el sofá a Araceli le gustaba sentarse a mis pies. Apoyaba la cabeza en mi pierna y me la rodeaba con un brazo, yo le acariciaba la cabeza distraídamente. Luego nos acostábamos.
Yo llevaba puteando a Araceli en la cama varios días, intentaba que se corriera sin tocarla el coño. Lo había leído en internet y me pareció una gran idea. El objetivo era conseguir que se corriera sólo con que se lo ordenara. Había comprado en el sex-shop que había cerca de casa una barra que la mantenía las piernas separadas para que no pudiera frotarse los muslos. Por cierto, el chico del sex-shop, Miguel, ya me hacía descuento, ja, ja, ja, éramos sus mejores clientas.
Nos fuimos a la cama y Araceli se colocó boca arriba con las piernas abiertas. La puse la barra en las piernas y me fijé que empezaba a mojarse. Llevaba sin correrse desde el domingo, por eso esperaba conseguir hoy la primera fase del plan. En teoría tenía tres fases, en la primera tenía que llegar al orgasmo con caricias y besos en cualquier sitio salvo el coño, en la segunda solo con besos y en la tercera solo con que se lo ordenara.
—¿Quieres correrte hoy, esclava? — la pregunté.
—Sí, ama. Lo necesito.
—Si no te corres volverás a dormir en la colchoneta y me decepcionarás otra vez.
—No quiero decepcionarte, ama. Hoy lo conseguiré, lo haré por ti, mi dueña.
—Buen juguete. Empieza tú con tus tetas — ordené.
Araceli se agarró las tetas y las apretó, yo la acariciaba la tripa y la cintura, pasaba mis manos por su delicada piel. Me encantaba su suavidad. Ella seguía apretando y acariciándose el pecho, consiguiendo que los pezones se le endurecieran. Mi cabeza bajó a por una de sus tetas y mordí todo que me entró en la boca. Un gemido escapó de la boca de Araceli. Lamí, chupé y absorbí el pezón mientras ella se dedicaba a su otro montículo. Yo con una mano apretaba la teta y con los dientes mordisqueaba el pezón. La respiración de Araceli estaba acelerada. Levantaba las caderas buscando algo que no iba a llegar. Mi boca cedió a mis dedos el control de su pezón y se apoderó de la suya. Metí la lengua hasta la campanilla y empecé a batallar con su propia lengua. Mis dedos estiraban su pezón hacia arriba, apretaban, acariciaban. La tenía muy excitada. Metí los dedos en su boca para que me los chupara, luego me encargué de sus pezones. Ahora estaba mordiendo la parte superior de sus pechos, consiguiendo los primeros gritos de placer de mi juguete. Volví a besarla con pasión y a apretar duramente sus tetas. El dolor que la proporcionaba se convertía en placer, sus caderas subían y bajaban abandonadas.
—Saca la lengua, juguete.
Con la lengua por fuera de su boca, la lamí, la chupé, la mordí suavemente. Su saliva se escurría por la comisura de sus labios, bajando por las mejillas donde yo la lamía. La mordía donde el cuello se une al hombro. Sus jadeos y gemidos ya eran ininterrumpidos. Mis manos no paraban de estimular sus dulces tetas. La lamía desde la barbilla hasta los ojos pasando por su lengua, que seguía fuera de su boca abierta. Volví a penetrar su boca y redoblé el ataque a sus tetas y sus pezones. Los estiré todo que me atreví y la ordené :
—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz y córrete.
Araceli abrió mucho los ojos como si estuviera sorprendida, levantó todo lo que pudo sus caderas y se corrió como la había ordenado. ¡Se corrió sin tocarse el coño! Los espasmos la recorrían de arriba abajo acompañando el movimiento de su pelvis. Me miró asustada mientras disfrutaba de los últimos coletazos de su orgasmo.
—No me lo puedo creer, ama. Me he corrido. ¿Te he complacido? — me preguntó entrecortadamente.
—Mucho, juguete. Has sido una esclava muy, muy buena — le hice unas caricias en la cabeza -. Repetiremos esto varios días hasta que lo consigamos fácilmente. Ahora cómeme el coñito que estoy muy cachonda. Ven que te quite la barra de las piernas.
Esa noche dormimos de nuevo abrazadas. Estuve un rato viéndola dormir en mis brazos. Era tan bonita que me sobrecogía. Cuando me venció el sueño el último pensamiento que tuve fue la suerte que tenía.
Pasaron varios días. Costó conseguir otra vez que Araceli se corriera como yo quería pero poco a poco lo conseguimos. Todas las noches lo repetíamos hasta que consideré que ya estaba dominado. Teníamos que pasar a la segunda fase, pero no quería apresurar las cosas. La convivencia entre las dos era magnífica y en la cama lo pasábamos fenomenal. Bueno … y donde no era la cama. Tuvimos un día una conversación que creo que fue importante y que ahora os cuento. Yo llevaba unos días dando vueltas al tema y quería hablarlo con Araceli, así que un día cenando saqué el tema.
—Oye juguete, quería hablar contigo de una cosa.
—Dime, ama.
—Verás, es que me preocupa un poco como te trato.
—Me tratas fenomenal, yo estoy encantada. Hasta me gusta que me azotes, ji, ji, ji — me interrumpió.
—Sí, ya lo sé juguete. Me refiero a que me gustaría avanzar en nuestra relación de dominación/sumisión y no querría traspasar ningún límite que tú no quieras — la expliqué.
—Ah, ¿tenías algo pensado?
—No, nada. Pero quería aclararlo contigo — mentí descaradamente. Ya tenía claro mi siguiente movimiento -. Quiero que si alguna vez te sientes mal con mis exigencias me lo digas, y yo pararé inmediatamente y lo hablamos.
—Me parece muy bien, ama, pero nada que me pidas me parecerá mal — me miraba con adoración.
—Estupendo, me alegra mucho haberlo hablado.
Llegó el viernes y nos preparamos para salir. Llevábamos las dos minifaldas, sin exagerar lo de mini, y camiseta. Araceli camiseta de manga corta muy ceñida marcando las tetas sin sujetador y yo de tirantes, dejando ver bastante de mi escote. Ya en el ascensor no pude evitar acariciarla el culo desnudo bajo la falda. Yo no quería pero mis manos decidían sin contar conmigo. Fuimos paseando hasta el “Isla de Lesbos”, saludamos al portero, le conocíamos de otras veces, y entramos. Derechitas a la barra.
—Pídeme un ron con Coca-Cola y tú lo que quieras, cariño. Pero que sea cortito — desde que Araceli era mi sumisa siempre se ocupaba ella de pedir y pagar en todos los sitios. El dinero era común de las dos, pero entre sus obligaciones estaba la de encargarse de estas cosas.
Estuvimos un rato charlando en la barra y luego nos fuimos a bailar. Qué diferencia con la primera vez que me llevó Araceli. Todavía recuerdo que me quedé como un pajarito asustado, creyendo que las lesbianas me reconocerían como hetero y me atacarían o algo parecido.
Nos lo estábamos pasando genial, bailando entre nosotras y tonteando con otras chicas. Era la hora de la música bailable, cuando fuera en punto cambiaría a música lenta.
—¿Has visto quién está en la barra? — me dijo Araceli.
Yo miré a la barra, había varias chicas pero no reconocí a ninguna. Le hice un gesto a Araceli como preguntando qué pasaba.
—La chica que está sola a la derecha. Es Leticia Román, la campeona del mundo de karate.
Me fijé en ella y no me resultó conocida. La verdad es que no seguía mucho ningún deporte. Era una chica muy grande pero femenina a la vez. Llevaba una camiseta que dejaba al descubierto sus musculosos brazos.
—¿Podemos ir a saludarla? — me pidió Araceli.
—¿Por qué, la conoces?
—No, pero hasta los catorce años yo entrené karate. Ella ya era campeona de Europa de juveniles. Era mi ídolo.
—Pues vamos a conocerla.
—Hola, eres Leticia ¿verdad? — la chica asintió sin decir nada.
—Verás, es que mi amiga Araceli es muy fan tuya y quería conocerte - la chica se relajó, creo que se esperaba otra cosa.
—Pues encantada, ya sabéis cómo me llamo ¿y vosotras?
Nos presentamos y estuvimos un rato hablando. Araceli y ella hicieron muy buenas migas hablando de karate. Yo no tenía ni idea de la afición de mi amiga. Leticia llevaba el pelo muy corto, tenía unos ojos azules preciosos y carita de ángel. Quién se iba a pensar que con esa cara de buena era campeona de repartir tortazos.
—¿Sueles venir sola? — no me resistí a preguntar.
—No, había quedado con una amiga, pero creo que me ha dado plantón.
—Pues quédate con nosotras, así no desaprovechas un viernes. Vamos a bailar.
Nos fuimos las tres a bailar, a Leticia le costó pero al final se relajó con nosotras y nos lo pasamos muy bien. Debió llegar la hora en punto porque pusieron una lenta. Leticia se dio cuenta inmediatamente y nos dijo :
—Voy a pedir otra ronda, vosotras bailad que yo traigo las copas.
Bailé tres temas con mi amiga cuando me fijé que Leticia estaba al lado de la pista, con las copas sobre una mesita y mirándonos con tristeza.
—Saca a bailar a Leticia, está triste — le susurré en el oído a Araceli.
—¿Estás segura, no te importa?
—No, baila un par de canciones con ella a ver si se anima.
Nos acercamos a Leticia y Araceli le dijo algo al oído. La cogió de la mano y se fueron a bailar. Me resultaba curiosa la diferencia de tamaño. Araceli y yo éramos prácticamente de la misma altura, pero Leticia nos sacaba casi la cabeza y tenía una espalda enorme. Eso no la quitaba femineidad, pero se veía muy pequeña a mi chica entre los brazos de la campeona.
Estaba yo meneándome con la canción y bebiéndome la copa despacito, ya sabéis que el alcohol no me sienta bien, cuando vi que Araceli me miraba con los ojos muy abiertos y la cara crispada. Me fijé bien y observé que una de las manos de Leticia había bajado hasta el nacimiento del culo de mi chica. No la movía pero estaba un poco más abajo de lo permitido. Le sonreí a Araceli para tranquilizarla, viendo como se relajaba y seguía bailando. Leticia, supongo que viendo que a Araceli no parecía molestarla, bajó un poquito más la mano y le dio un pequeño apretón. Araceli me miró y yo sonreí y afirmé con la cabeza. Leticia ya no se cortaba, apretaba el culo de mi chica por encima de la falda. Le estaba dando un sobo considerable. Le hice un gesto a Araceli y enseguida dejaron de bailar y vinieron conmigo. Estuvimos un rato hablando pero con la música non os entendíamos bien.
—Vamos a algún rincón donde nos oigamos un poco mejor — dije echando a andar hacia un rincón más oscuro. Nos pusimos a hablar las tres mirando hacia la pista dejando a Araceli en medio. Leticia nos contaba en qué países había estado compitiendo. Lo cierto es que era una chica encantadora. Mi mano sola, sí, sí, sola, yo no tuve nada que ver, se deslizó bajo la falda de mi amor y empecé a magrearla el culo. Después del primer respingo, Araceli se abandonó a mis cuidados y me echaba miraditas amorosas de vez en cuando. Estaba yo centrada en atender correctamente la nalga que tenía más cerca cuando Araceli volvió a respingar. La miré extrañada hasta que sentí que mis dedos chocaron con otros que huyeron rápidamente. Parece ser que mi culo preferido estaba siendo homenajeado por dos personas a la vez. Miré a Leticia, que se había ruborizado, y la sonreí con picardía. La cabrona de Araceli, al verme contenta, nos dijo :
—Seguid chicas, tengo culo para las dos.
Yo me reí a carcajadas y continué con mi cometido ayudada por la mano de Leticia.
—¿Qué os parece si tomamos la última en casa? — pregunté mirando a Leticia.
—Si os parece bien a las dos, me apunto — Leticia miraba a Araceli esperando su opinión.
Araceli le dijo que encantada, me dio un piquito rápido y salimos del local. Fuimos contándonos nuestra vida hasta el portal y cogimos el ascensor. Sólo eran cuatro pisos, pero nuestras manos se volvieron a encontrar bajo la falda de mi chica acariciando su culo.
Nada más entrar en casa, Araceli se fue a la habitación, yo acompañé a Leticia al salón y la ofrecí sentarse en el sofá.
—¿Quieres una copa o prefieres un café?
—La verdad es que prefiero café. No suelo beber casi nunca, por el entrenamiento, ya sabes — se quedó pasmada cuando Araceli entró desnuda en el salón.
—¿Qué haces desnuda? — la preguntó.
—Son los deseos de mi ama. Normalmente me quedo en braguitas, pero como hoy no llevaba me ha parecido tonto ponérmelas ahora.
—¿Y quién es tu ama? — Leticia cada vez más asombrada.
—Pues Alicia, claro.
La mirada de Leticia iba de la una a la otra, los ojos le hacían chiribitas.
—Pero, pero … ¿tú estás bien con eso, Araceli? — consiguió preguntar.
—La verdad es que no, no estoy bien. Estoy superbién, más feliz que en toda mi vida — qué cosas decía mi amor. Cómo no iba a estar loca por ella.
—Ah … vale. Si vosotras estáis bien yo también — parece que se le había pasado el estupor porque estaba haciendo una radiografía de mi chica de arriba a abajo, de abajo a arriba y vuelta a empezar. Se fijó en el tatuaje del pubis y sonrió. La verdad es que Araceli era un bombón.
—Sentaos las dos que voy a preparar el café. ¿Tú también quieres café, juguete?
—Sí, pero yo lo hago -. Se levantó como un resorte porque era parte de sus obligaciones. Yo sabía que le encantaba Leticia, así que fui buena con ella.
—No, siéntate con Leticia que enseguida lo traigo -. Araceli me miró agradecida y se sentó en el sofá.
Estuve trasteando en la cocina haciendo el café. Puse en una bandeja el café, tazas y demás y lo llevé al salón. Cuando entré las dos chicas estaban dándose el lote. Se besaban y acariciaban con los ojos cerrados. Dejé la bandeja en la mesita procurando hacer ruido y las dos condenadas saltaron separándose. Contuve la carcajada que intentaba escapar de mi boca y me senté al lado de Araceli. Ésta miraba hacia abajo cohibida, así que la agarré de la barbilla, la giré la cara hacia mí y le di un buen morreo. Eso despejó el ambiente. Leticia le acarició los pechos sin cortarse y Araceli nos acariciaba un muslo a cada una.
—¿Cómo queréis el café, chicas? — pregunté.
Podía haber preguntado si querían un millón de euros que no me hubieran contestado. Se besaban con gula y se metían mano como podían.
—Venid, vamos a la habitación -. Cogí a cada una de una mano y las arrastré hasta el dormitorio.
—Araceli, desnuda a Leticia — mientras Araceli cumplía mis órdenes yo me desnudaba también.
¡Dios mío! ¡Era una diosa! ¡Estaba buenísima! Leticia tenía un cuerpo increíble, unas tetas pequeñas pero redondas y duras, espaldas anchas, brazos y piernas largos y musculados, un culo perfecto seguro que más duro que el acero y, lo mejor de todo, una tripa con los abdominales ligeramente marcados. ¡Cómo me ponía! No sabía que se pudiera tener tanto músculo y ser tan bonita a la vez. Me debí quedar mirando con la boca abierta porque Araceli me puso la mano bajo la barbilla y me la cerró. A continuación hizo lo mismo con Leticia que estaba hipnotizada con mis tetas.
—Ja, ja, ja, vaya dos que se han ido a juntar — se descojonaba de nosotras la cabrona.
—¿Puedo lamerte los abdominales? — supliqué a Leticia.
—¿Y yo tus tetas?- respondió con lujuria en los ojos.
—Vale, pero yo me lo he pedido primero. A la cama. ¿Me ayudas, juguete?
—Será un placer, ama.
Tumbamos a Leticia en la cama y recorrí sus abdominales de arriba a abajo con la lengua. Yo me ocupaba de una lado y Araceli del otro. Eran como de hierro forrado de terciopelo. La suavísima piel ocultaba unos músculos durísimos. No me cansaría nunca. Deslicé una mana bajo ella para agarrarla el culo. Como imaginaba también era de acero. Me estaba poniendo supercachonda.
Después de saciarnos de la tripa de Leticia, mi juguete subió a sus pechos y yo bajé a su ingle. Mordisqueé la parta interna de sus muslos acercándome al premio gordo. Cuando la oí gemir no pude aguantar más y lamí su rajita, su empapada rajita. Parece que el trabajo previo había hecho su efecto. Me coloqué entre sus piernas y lamí como si me estuviera muriendo de sed. Miraba hacia arriba y veía que estaban enzarzadas en un duelo de lenguas y las manos de ambas se ocupaban de las tetas de la otra. Metí la lengua en su agujerito todo lo que pude y la follé con ella. Mis manos estaban aferradas a sus duras nalgas, me encantaba su culo redondo y prieto. Me apoderé de su clítoris y le dediqué varios lametones, luego le mordisqueé y, cuando sentí gritar a Leticia, le succioné fuertemente. El orgasmo la arrasó por entero, su cadera se elevó presa del éxtasis llenando mi cara de fluidos. Agarró el cuello de Araceli y la arrastró a su boca, acabando su grito de placer dentro de la boca de mi esclava. Cuando dejó de estremecerse quedó rendida en la cama.
—Joder, nunca me había corrido así — confesó.
—Pues acabamos de empezar- la dije.
—Ah, pero … ¿hay más?
Araceli y yo nos partimos de la risa contagiándose ella al final. Descansamos unos minutos dándonos besos y abrazos. Araceli se dio cuenta de que yo tenía la cara llena de los fluidos de Leticia y me preguntó :
—¿Puedo limpiarte la cara, ama?
—Claro, putita. Lámeme toda.
Me resultaba extremadamente erótico tener la cara de mi amor tan cerca, con su lengua recorriendo toda mi cara, disfrutando de los lametones como si yo fuera el manjar más rico de este mundo. Me estaba excitando otra vez.
—Cómeme el coñito, zorra. Haz que me corra.
Leticia nos miraba con expresión indescifrable. Araceli, situada entre mis piernas, me lamía lentamente, con dulzura, manteniendo mis piernas abiertas sobre sus hombros.
—¿Puedo preguntarte algo, Alicia? — me dijo Leticia.
—Claro, pregunta lo que quieras.
—¿Por qué tratas así a Araceli? ¿Por qué la insultas? ¿Es que no la respetas nada? ¿No la tienes ni un poco de cariño?
—Ay Leticia, creo que estás muy confundida. Yo quiero a Araceli con toda mi alma, daría todo por ella.
—¿Y por qué la insultas? — me interrumpió.
—Mira, nosotras tenemos una relación de dominación/sumisión. Esto nos hace muy felices a las dos y nos llena más de lo que te imaginas. Ella me completa a mí y yo a ella. Yo soy su dueña y ella me pertenece. Sí, está obligada a seguir mis órdenes y cumplir mis deseos, pero sólo mientras ella quiera. Araceli ha depositado su confianza en mí y yo tengo que ser merecedora de esa confianza, me la gano todos los días.
Araceli, que había dejado de lamerme el coño hacía un rato y me miraba arrobada, se tiró sobre mí para besarme apasionadamente. Me sorprendió su efusividad, pero rápidamente compartí su pasión.
—Entonces, ¿lo vuestro es amor? — insistió Leticia. Parece que ya lo iba pillando.
—Claro que es amor — dijo Araceli -, nunca amé a nadie como a Alicia. Ah, y cuando me insulta no quiere menospreciarme ni vejarme, ya sé que no soy una puta, lo que consigue es ponerme muy caliente. Y ahora sigamos con la tarea. ¿No querías sus tetas? Pues a por ellas, démosle a mi ama un orgasmo como se merece.
Por fin se dejaron de hablar y pasaron a los hechos, y muy bien, por cierto. Me llevaron al cielo tres veces. Leticia se enamoró de mis tetas y mi piercing y las agasajó debidamente, Araceli bebió de mí y usó sus dedos hasta que quedamos satisfechas.
—Uf, ha sido increíble — dije - ¿quieres que me ocupe de ti, juguete?
—Sí, por favor, ama.
—Leticia, ¿podrías asegurarte de que el coño de esta zorra esté lubricado?
Me levanté y abrí mi cajón preferido, saqué el arnés y me lo puse. Me senté en el centro de la cama y, interrumpiendo a las chicas, ordené :
—Ven aquí, putita. Siéntate sobre mí.
Araceli se colocó en mi regazo y lentamente la fui metiendo el consolador. Cuando ya estaba completamente dentro la basé con dulzura.
—Alicia, ¿te puedo pedir una cosa? — Leticia me miraba ruborizada.
—Claro, dime.
—¿Podrías insultarme? — pidió muy bajito.
—¿Cómo? No te he oído — fui un poco mala, la había oído perfectamente.
—¿Podrías insultarme a mí también? — repitió un poco más alto.
—Claro, pedazo de puta. Ponte detrás del juguete y acaríciala.
Yo empecé a bombear con el consolador a mi esclava, que se reía entre dientes de nuestra conversación. Subía y bajaba las caderas penetrando su coñito sin pausa. Leticia le magreaba las tetas y le besaba el cuello. Araceli se agarraba con los brazos a mi cuello y gemía en mi oreja.
—¿Te gusta que dos chicas se encarguen de ti, juguete?- la pregunté.
—Sí, me gusta mucho, ama. Me está volviendo loca.
—Putita — dije mirando a Leticia — retuércele los pezones.
Seguí follándome a mi chica, el consolador se hundía hasta el fondo de su coño y Leticia la mordía en el cuello y los hombros sin soltar sus tetas un momento.
—Ama, estoy cerca, ¿me puedo correr?
—Córrete cuando quieras, hoy no me pidas permiso. Estamos dos chicas aquí solo para tu placer. Disfruta.
—Gracias, ama. Aaaaaaaaaaaagghhhh — se corrió apretujándome entre sus brazos.
La dejé descansar un momento y reanudé la penetración.
—Putita, mete un dedo en la boca del juguete — le dije a Leticia.
Me obedeció, me daba mucho morbo ver a Araceli chupándole el dedo como si fuera una polla.
—Ahora, puta, métele el dedo despacio en el culito y fóllala por detrás.
Leticia abrió mucho los ojos, luego cambió a una expresión lujuriosa y no tardó en seguir mis instrucciones. Araceli jadeó cuando el dedo profanó su agujerito prohibido. Yo arrecié el movimiento de mis caderas provocando sus gemidos.
—¿Te gusta estar dentro de su culo, zorra? — miré a Leticia.
—Es fantástico, estoy disfrutando muchísimo.
—Pues más está disfrutando mi juguete, ¿verdad esclava?
—Sí, sí, no paréis, ama. Me voy a volver a correr. Me viene muy fuerte.
Debía ser verdad por cómo se apretaba a mi cuello y cómo cabalgaba mis caderas. Leticia, que estaba aprendiendo, le retorció un pezón con la mano libre. Araceli gritó.
—Córrete, esclava. Córrete para mí — ordené.
—Aaaaaaaaaaaaaaagghhh, seguid, aaaaaaahhh, mi coño … mi culo …
Seguí clavándome en su coñito hasta que se detuvieron sus espasmos, saliendo de ella para que descansara. Nos tumbamos dándonos cariño para que se repusiera.
—Sois la bomba, chicas — nos dijo Leticia -. La verdad es que no tengo mucha experiencia. Con el karate no me ha sobrado tiempo para tener relaciones, tuve un novio siendo muy joven y luego algunos encuentros de una noche, pero nada parecido a esto. Sois estupendas y lo he pasado genial.
—¿Cómo que lo has pasado genial, es que crees que hemos terminado? Poneos a cuatro patas, zorras. Una al lado de la otra.
Entre risitas se colocaron como las había dicho. Me coloqué detrás de ellas y les metí mis dedos en el coño. Empecé a masturbar a las dos a la vez.
—¿Quién es la más puta? — pregunté.
—Yo, yo — contestaron a la vez todavía riéndose.
Yo, queriendo cambiar sus risitas por gemidos, empapé bien mis dedos con sus fluidos y me interné en sus culitos. No estaba muy segura de cómo reaccionaría Leticia, pero no pareció haber problema. Mis dedos entraban y salían de sus culos. Había conseguido mi primer objetivo, ya no se reían, ahora gemían al unísono. Yo estaba en el cielo, no podía creer que tenía a dos pibones como ellas a cuatro patas ofreciéndome sus culos para que jugara con ellos. Seguí dándoles caña hasta que fui al cajón de los juguetes a buscar el lubricante y el arnés doble. Me metí mi parte en la vagina sin problema, estaba muy mojada. Ellas gimieron decepcionadas con sus agujeritos abandonados.
Volví rápidamente dedeando ahora sus coños, acariciando sus clítoris. Los gemidos volvieron a sonar en el cuarto.
—Besaos, zorras — ordené -. Se lanzaron ansiosas a sus bocas, ahogando mutuamente sus gemidos.
—Quiero ver vuestras lenguas. Besaos con la lengua por fuera.
Era una visión asombrosa, se les escurría la saliva pero no cejaban en lamerse y chuparse la lengua la una a la otra. Me iba a correr solo con mirarlas. Paré de masturbarlas para lubricar el consolador, ellas no se enteraron porque seguían luchando a lengua partida. Ahora me tocaba conseguir el segundo objetivo. Apoyé la punta del consolador en el agujerito trasero de Leticia y empujé suavemente. Al principio debió pensar que era un dedo y siguió a lo suyo enredada con mi juguete. Cuando entró un poco más y se dio cuenta que era mucho más grueso que un dedo me dijo :
—¿Qué me haces, Alicia? — yo me eché hacia delante, sobre su espalda y la dije :
—Aguanta un poco, te va a encantar.
Metí un poco más el consolador y retrocedí, volví a empujar y le metí un poco más, lo repetí profundizando más cada vez.
—Me duele, Alicia, sácalo, por favor — gimió.
Araceli me echó una mano, bueno se la echó a ella más bien, y le acarició el clítoris diciéndola :
—Enseguida se pasa el dolor, aguanta que merece la pena.
Yo saqué el consolador, le volví a poner lubricante y la penetré otra vez. Esta vez hasta la mitad, ahí continué con el vaivén entrando un poco más cada vez hasta que lo tuvo entero dentro. Aguardé un momento para que se acostumbrara al tamaño y la dije :
—Ya está todo dentro. ¿Cómo estás?
—Todavía duele un poco, empieza despacito, por favor, Alicia — no parecía muy convencida.
Yo empecé a mover despacio mis caderas, sacaba el consolador hasta la mitad y se lo metía despacio hasta el fondo. Cuando la noté más relajada aceleré mi movimiento, golpeando sus nalgas con mi ingle. Me agarré fuerte a sus caderas y, ahora sí, arremetí con ganas. Ya no se quejaba, sus gemidos empezaban a ser escandalosos.
—Juguete, ponte debajo y chúpala el clítoris — ordené a Araceli siendo obedecida enseguida.
¡Plas! Le di un azote a ese culo de hierro y pregunté :
—¿Te está gustando, zorra?
—Sí, no paréis.
¡Plas! Seguí follándola el culo azotándola de vez en cuando. Era maravilloso, no creo que existiera un culo comparable al de Leticia. Suave, redondo, duro como una piedra y enrojeciéndose por momentos. Perfecto.
—Me corro, me corro, ay dios, me corrooooooooooooooo.
No tuve piedad y seguí machacándola. Araceli cambió de postura y le comía la boca estrujándole las tetas.
—No puedo más, Alicia, no puedo — gemía.
—Sí que puedes, vamos a hacer que te corras otra vez para que veas que apoyamos a nuestros deportistas — metí una mano bajo sus caderas y le pellizqué el clítoris. Eso la volvió a encender, ahora movía el culo acompasándose a mis movimientos. Seguí penetrándola duro y acariciándola el clítoris. Ya no gemía, gritaba como si le fuera la vida en ello. A mi me estaba volviendo loca tener a una tiarrona como ella empalada por el culo.
—Más, más, otra vez, me viene otra … vez … me … voy … correr. Yaaaaaaaaaaaaaaaaa … me coroooooooooo …
Yo me corrí a la vez que ella. Ralenticé la penetración para que disfrutáramos del orgasmo hasta que cayó boca abajo en la cama. Las piernas ya no la sostenían.
Me saqué el arnés y me tumbé a su lado. Al otro lado estaba Araceli. No dijimos nada durante un buen rato. Al final, mi dulce esclava preguntó :
—¿Quieres algo más, ama? — cómo me mimaba.
—No, cariño ¿qué tal si nos duchamos y dormimos un ratito antes de que amanezca?
—Estupendo, ama. Voy abriendo el grifo.
—Yo tengo que irme, tengo entrenamiento — se lamentó Leticia — y pasado mañana viajo a Italia a un campeonato. Si no os importa me gustaría ducharme también.
—Claro, podríamos intentar ducharnos las tres juntas. Estaremos apretadas pero me apetece mucho — sugerí.
Así que nos duchamos juntas, empapamos el suelo pero nos enjabonamos entre nosotras, nos reímos y nos dimos los últimos arrumacos y cariñitos. Me encantó.
Ya con Leticia vestida, nosotras seguíamos desnudas para dormir, le ofrecimos desayunar. Lo rechazó porque no tenía tiempo y, antes de irse, nos abrazó a las dos a la vez.
—No sé cómo deciros lo bien que lo he pasado con vosotras, creo que esto será algo único en mi vida. No solo me habéis follado bien follada, también me he sentido querida por vosotras. Sois increíbles, chicas. Os quiero.
—Para mí también ha sido increíble — intervino Araceli -. Has sido mi ídolo durante muchos años y lo seguirás siendo otros muchos. Lo de esta noche ha sido realmente especial. No lo olvidaré nunca.
—Ya lo creo que ha sido especial — dije apretando el abrazo -, cuando vuelvas de Italia llámanos y salimos a cenar o bailar o lo que sea. Serás bienvenida siempre.
—Gracias, chicas, hasta pronto.
Nos intercambiamos los números de móvil y se marchó.
—Anda, juguete, vámonos a dormir, que estamos agotadas. Por cierto, tú que sabes más que yo de esto, como he dado por culo a la campeona del mundo de karate, ¿ahora soy yo la campeona? ¿me van a dar un trofeo?