Araceli seduce a Alicia 3

Lésbico, exhibicionismo, dominación. Se profundiza en la relación. Cambios insospechados.

Este relato es continuación de los otros que hay en mi perfil. Se puede leer de forma independiente, pero os recomiendo que leáis los otros para seguir toda la historia.

Volvía del trabajo pensando en la proposición que Juan nos había hecho a Alicia y a mí. Habían pasado unos días y ya tenía pensada mi respuesta, si a Alicia le parecía bien. Necesitaba su aprobación porque por muy sumisa que fuera y aunque yo llevaba las riendas de la relación, la quería tanto que necesitaba su conformidad. Al llegar a casa me encontré a Alicia que, como siempre, me esperaba en topless con una gran sonrisa. Su piercing brillaba reflejando su sumisión. Sin apenas darme cuenta ya estaba acariciándola sus magníficas tetas.

—Hola cariño, ¿qué tal hoy? – la pregunté sin dejar de acariciarla.

—Muy bien, aunque el día mejora – riéndose.

—Es que no puedo dejar de tocarte, tus tetas me vuelven loca.

—¿Sólo mis tetas? – me dijo poniendo morritos.

—Sabes que no. Toda tú me vuelves loca. Tus bonitas piernas, tu redondo culito, tu cintura, tu carita, pero ¿sabes qué es lo que más me gusta?

—¿El qué, amor?

—Tu preciosa sonrisa. Llegar a casa y ver esa sonrisa hace que me derrita. Me dan ganas de hacerte mía – contesté sin dejar de darla besitos por toda la cara.

—¿Y qué te lo impide? – me metió la lengua en la boca y me dio un morreo de campeonato.

—Desnúdate y espérame aquí – no iba a dejar pasar el reto de Alicia.

Me fui corriendo a la habitación y me desnudé a la velocidad del rayo. Luego abrí el cajón de los juguetes y elegí el arnés doble. Cuando volví al salón y Alicia vio el arnés se le iluminaron los ojos.

—Siéntate en el borde la mesa, so puta, voy a darte lo que te mereces – me encantaba insultarla, sabía que la ponía a cien.

Sí, mi ama – me seguía el royo perfectamente.

Me lancé ente sus muslos y lamí su rajita, necesitaba que estuviera húmeda para recibir en su interior el consolador con el que iba a follarla salvajemente. Empezó a gemir casi instantáneamente consiguiendo que yo lubricara también.

—Ahora abre bien las piernas y prepárate – me coloque el arnés introduciéndome con cuidado uno de los consoladores – voy a destrozarte el coño.

—Sí, por favor – suplicó.

Me situé entre sus piernas, coloqué el consolador en la entrada de su agujerito y la dije :

—¿Preparada?

—Sí, por favor no tardes, no me hagas esperar – gimoteó.

De un empujón se le metí casi entero consiguiendo un grito de mi chica. Sin darla tiempo a acostumbrarse al intruso le saqué casi entero y se le volví a meter bruscamente. Empecé un movimiento salvaje dentro afuera meneando mis caderas. La cogí del culo para estar más juntas y ella me echó los brazos al cuello. Era genial. El placer iba creciendo por oleadas. Mis tetas chocaban con las suyas en cada empujón. Nuestros pezones se frotaban sin parar. La besé, pero interrumpimos el beso porque nos faltaba el aire. Nuestros gemidos llenaban la habitación.

—¿Puedo correrme, ama?

—Espera un poco, casi llego.

Redoblé el movimiento de mis caderas, mis manos se aferraban a sus nalgas atrayéndola a mí. Seguro que la iba a dejar marcas. Estaba a punto.

—Córrete ya, zorra – ordené.

—Aaaaaaaaaaaaagggghhh – se corrió escandalosamente abrazándome. Mi orgasmo no tardó en llegar uniéndome a sus gritos. Reduje el movimiento poco a poco, disfrutando de la cara en éxtasis de Alicia. Me quité rápidamente el arnés y me volví a meter entre sus piernas. Su abrazo después del polvo era imprescindible para mí. Estuvimos unos minutos abrazadas, acariciándonos la espalda sin decir nada.

—¡Joder! – dijo Alicia finalmente.

—Ya lo creo. Nunca mejor dicho – suspiré -. Anda vamos a la ducha y luego cenamos y te cuento lo que he pensado de Juan.

Estábamos cenando tranquilamente cuando le di a Alicia mi opinión sobre la proposición de Juan :

—He pensado mucho sobre el tema y creo que no es buen momento para meter a nadie entre nosotros, al menos de momento. Yo estoy disfrutando inmensamente de ti y creo que tú de mí. Estamos empezando a vivir juntas, acostumbrándonos la una a la otra y meter a Juan podría estropear todo.

—¿Eso crees?

—Sí. Simplemente no creo que sea buen momento.

—¿Estás celosa? – me preguntó Alicia. Era muy perspicaz.

—¡Sí, maldita sea! Y quita esa sonrisita de tu cara o me las pagarás.

—Ja, ja, ja. Ven cariño – se levantó para abrazarme -. ¿Sabes qué? No tienes motivo para los celos. Yo solo pienso en ti. Llevamos poco tiempo conviviendo, pero en estos días me he dado cuenta de que lo yo sentía por Juan no era amor. De acuerdo que nos entendíamos muy bien, pero creo que sólo era cariño y costumbre. Ahora sé que le quiero como se puede querer a un familiar, le aprecio, le respeto, pero sólo he conocido el amor al estar contigo – mi sonrisa se estaba ampliando por momentos -. Lo que siento por ti está en otra categoría de lo que haya sentido por nadie – mis ojos empezaban a humedecerse -. Sin embargo quizá tengas razón, le diré a Juan que nada de nada.

—Gracias, amor mío – me limpié las lágrimas de felicidad que amenazaban con desbordarse de mis ojos -. No me niego a meter a alguien más en nuestra cama en un futuro, pero de momento no quiero compartirte.

—Y ahora hablemos de otra cosa – Alicia se separó de mí volviéndose a sentar, dejándome una sensación de vacío -. En un par de semanas es mi cumple y ya tengo elegido mi regalo.

—¿A si? ¿Qué quieres que te regale, cariño?

—Quiero que por un día me dejes ser tu ama y tú seas mi sumisa.

Me quedé un momento anonadada. ¿Quería que cambiáramos los papeles? No sé si estaba preparada para someterme, pero por Alicia haría lo que fuera.

—Vale, me someteré a ti, pero sólo por ese día. Espero que me trates bien, cielo.

—No, que te quede claro. Te trataré como a una esclava, serás mi juguete, mi perra – a Alicia le iba cambiando la cara según hablaba, el deseo se le reflejaba en la mirada – tienes que prometerme que serás mía y harás todo lo que te ordene.

Me dejó en shock, no me esperaba esto de mi dulce Alicia, pero ahora no podía retractarme. ¿Qué querría hacerme? Lo cierto es que tuve que juntar los muslos, mi ingle se estaba calentando imaginado a Alicia como ama y yo como su mascota.

—Me estás dando miedo, pero es una ocasión especial y si te hace tanta ilusión lo haré por ti. Te lo prometo.

—Gracias, gracias, gracias – Alicia no paraba de dar saltitos en la silla, con lo que el movimiento de sus tetas me tenía hipnotizada -. Ahora te dejo que voy a empezar a documentarme de relaciones de sumisión en internet.

—Antes de que te pongas con el ordenador, ven aquí – la ordené.

Estuve un rato mamando de sus tetas y chupando sus pezones. Cuando vi que frotaba sus muslos buscando aliviarse le dije :

—Ya puedes ir, creo que te voy a hacer pagar el miedo que estoy sintiendo.

Me dio un beso profundo y se fue riéndose entre dientes. No sé por qué, pero creo que me iba a arrepentir de ceder a sus deseos.

Dos semanas después

Me desperté el día del cumpleaños de Alicia antes que ella. Estuve un buen rato mirándola dormir, me encantaba la dulce carita que tenía. Aparté, con cuidado de no despertarla, el brazo que tenía sobre mi cintura y la moví un poco para que quedara boca arriba. Me coloqué entre sus piernas y esperé un poquito para asegurarme de que seguía dormida. Me dispuse a darla su primer regalo. Metí la cabeza entre sus muslos y lamí su rajita suavemente. Deslicé la lengua arriba y abajo sin prisa, disfrutando de su dulce sabor. Profundicé un poco más sin acercarme a su clítoris. Alicia no daba señales de despertarse pero su coñito estaba despierto. Empezó a brillar y humedecerse. Metí la lengua en su agujerito y jugué a penetrarla con ella. Alicia suspiró. Seguí entrando en ella y pasé a su clítoris. Le di un lametón muy suave. Cuando Alicia puso una mano sobre mi cabeza me empleé a fondo. La chupé y la lamí mientras oía sus gemidos. Le di un pequeño mordisquito que hizo que doblara sus piernas, ahora tenía las dos manos en mi cabeza y me empujaba contra su coño levantando sus caderas.

—Sigue, por favor, sigue – ronroneó.

Seguí con mi tarea lingual, ya tenía la cara empapada de los jugos de Alicia.

—Voy a correrme, voy a correrme, ya , ya.

Alicia se arqueó sobre la cama cuando el orgasmo la alcanzó. Tensó todos los músculos del cuerpo y me apretó la cabeza entre sus muslos. Me regó la cara con sus jugos que yo no paraba de beber. Cuando se relajó por fin, me coloqué a su lado abrazándola.

—Felicidades, amor mío.

—Gracias Araceli, no podría empezar mejor mi cumple – me besó.

Nos duchamos, desayunamos y, antes de irnos a trabajar, Alicia me agarró por la cintura y me dijo :

—Hoy llegaré un poquito más tarde que tú. Tengo que ir a recoger un encargo antes de venir.

—¿Qué encargo?

—Ya te enterarás, espero que cuando llegue a casa mi juguete esté esperándome desnuda y preparada para todo – me dijo muy seria.

—Eh … sí, claro – no me lo esperaba.

—Hoy me llamarás “mi dueña”. No me hablarás si no te pregunto y obedecerás mis órdenes al momento y sin titubear, ¿queda claro, juguete? – me agarraba fuertemente del culo mientras me miraba muy, muy seria.

—Sí, muy claro – le dije. Me dio un fuerte azote y repitió :

—¿Queda claro?

—Sí, mi dueña.

—Bien, eres un buen juguete. Vámonos que llegaremos tarde. Mañana lo celebraremos con todos, pero esta tarde te tendré toda para mí.

Me dio un piquito en los labios y nos fuimos cada una a su oficina.

Pasé el día nerviosa, desasosegada. ¿Qué maldades habría planeado Alicia? Lo cierto es que no me esperaba que fuera tan dominante como lo había sido por la mañana. Esa mirada seria y su forma seca de hablarme me habían desarmado. No tenía claro si temía o deseaba llegar a casa. Podría ser muy excitante someterme a ella, pero el miedo me estaba dominando. Su actitud me desconcertaba. ¿Qué habría visto en internet? Esperaba que no quisiera practicar sado conmigo. Al final llegué a la conclusión de que Alicia me quería mucho y no me haría nada malo, eso me dio tranquilidad para pasar el día y estar deseando llegar a casa.

Una vez en casa me di una ducha rápida, me desnudé, me depilé y, con solo las zapatillas puestas, preparé algo de cena y puse una vela en la tarta que había comprado. Cuando oí la puerta me fui corriendo al salón a esperar a mi amada, a mi dueña por lo que quedaba de día. Sonreí y saqué pecho esperando que Alicia entrara. No tenía las tetas como las de Alicia pero estaban muy bien. De buen tamaño y, al menos yo lo pensaba, muy bonitas.

Alicia entró con una bolsa en la mano y una sonrisa en la cara. Me recorrió con la mirada de arriba abajo, frunciendo el ceño cuando llegó a mis pies.

—Te dije desnuda, perra – me dijo soltando la bolsa y llegando hasta mí.

¡Plas! La muy cabrona me dio un tortazo en una teta. Fue más la sorpresa que me produjo que el dolor.

—Pero ….

¡Plas! Me dio en la otra teta.

—No hables si no te pregunto – me dijo enfadada -. No has cumplido la primera de mis órdenes, ahora vas a compensarme.

Me dejó, impresionada y con los ojos húmedos, y se desnudó de cintura para abajo. Subió una pierna al sofá, dejando accesible su coño y me dijo :

—Come, perrita.

Yo, sin decir ni pío no me fuera a pegar otra vez, me arrodillé frente a ella y cumplí sus deseos.

—Ponte un cojín bajo las rodillas, el daño solo te lo haré yo cuando quiera.

La hice una comida de coño espectacular. Si hubiera un concurso seguro que hubiera quedado la primera. Después de conseguir que se corriera dando gritos como una loca, se sentó en el sofá a recuperarse. Yo me quedé arrodillada sin saber qué hacer. Estaba deseando abrazarla y besarla, pero lo cierto es que no me atrevía. Su actitud me intimidaba.

—Creo que ya me has compensado, ja, ja, ja. Ven, ponte aquí de pie.

Ella se puso frente a mí y me lamió un pezón. Con una mano me apretaba el pecho y con la otra me acariciaba las nalgas. Sus lametones enseguida consiguieron que se me pusiera duro y erecto. Cuando iba a empezar a gemir, fue a por la bolsa que había dejado en el suelo. Sacó una cajita y sin dejarme ver lo que era me colocó algo en el pezón. Sufrí un fuerte pinchazo, dolía mucho. Ella bajó la cabeza y me dio otro lametón. El dolor empezó a menguar. ¡Me había puesto una pinza en el pezón!

Repitió en el otro pezón la misma operación y me dijo :

—Mira bien las pinzas, perrita. Dime qué ves.

Vi que de las pinzas pendían unas pequeñas plaquitas semejantes a la que llevaba ella en el piercing.

—En una pone “Juguete” y en la otra “Esclava”.

¡Zas! Me dio un azote y me frunció el ceño.

—Mi dueña – me apresuré a añadir.

—Eso es. “Esclava” porque harás todo lo que te diga y “Juguete” porque te usaré para divertirme y jugar contigo lo que me dé la gana. Espero que esto te haga muy feliz.

—Si, mi dueña – murmuré.

—Bien, voy a ducharme. Ven conmigo, me enjabonarás y me secarás después.

Alicia se duchó y yo la traté como a una reina, la enjaboné, la aclaré y la sequé dulcemente. Me hacía gracia vernos a las dos con las plaquitas colgando de los pechos. Lo cierto es que de la incomodidad inicial había pasado a una ligera excitación. El suave dolor de mis pezones me calentaba y me tenía inquieta.

—Sígueme – ordenó. Recogió la bolsa del salón y fuimos al dormitorio. Allí abrió el cajón de los juguetes y sacó el huevo vibrador.

—Ponte en la cama a cuatro patas con las piernas abiertas, esclava.

Yo obedecí sumisamente, Alicia se puso detrás de mí y empezó a lamerme el culo. Ya intuía qué iba a hacer con el huevo. Metía y sacaba la lengua de mi culito lubricándolo. Cuando pensó que estaba preparada me introdujo lentamente el huevo. Me dolió al principio un poquito. Luego lo encendió y yo di un respingo.

—No te muevas de como estás, esclava. Vengo en un rato.

La esperé pacientemente a cuatro patas. Entre las pinzas de los pezones y el huevo en el culo mi excitación aumentaba. Oía a Alicia trastear en el salón. Luego silencio. Seguí esperando. Notaba como la humedad salía de mi coño y empezaba a resbalar por mis muslos. Alicia no venía. Me balanceaba para que el movimiento de las plaquitas que colgaban de mis pezones aumentaran el roce. Necesitaba correrme, así que deslicé una mis manos a mi rajita y me acaricié. Intentaba no hacer ruido para que Alicia no me pillara. El movimiento de mis dedos era frenético, se me escapaba algún gemidito pero tenía que llegar lo antes posible.

—¿Qué haces, perra? ¿No podías esperarme cinco minutos? – me había pillado -.Eres una puta caliente, una perra en celo. Túmbate boca abajo y abre las piernas, voy a darte lo que mereces.

Me quedé inmóvil como me había pedido. No sabía muy bien qué había pasado pero Alicia me imponía mucho. Empezaba a tener miedo y quería no haberla desobedecido.

—Me has defraudado, juguete. ¿Qué debería hacer contigo? – se quedó esperando mi respuesta.

—Dime, ¿qué debería hacer?

—Castigarme, mi dueña – conseguí musitar.

—Tienes razón. Cierra los ojos.

Cerré los ojos y aguardé que llegara el castigo. La espera me estaba matando.

¡Zas! Un picor horrible nació en mis nalgas y se extendió por mi cuerpo. ¡Zas! Un poco más arriba. ¡Zas! En mi espalda. No sabía con qué me estaba golpeando pero dolía mucho. Alicia paró y acarició mi piel herida. Me alivió un poco y sobre todo me confortó. ¡Zas! Ahora sobre una pierna. ¡Zas! Sobre la otra. El dolor se había mitigado un poco y me llenaba una sensación de desconsuelo. No quería volver a defraudar a Alicia.

Alicia volvió a acariciarme con mucha suavidad y me dio un beso en la mejilla.

—Ya está, cariño. Todo olvidado. ¿Te encuentras bien?

—Sí, mi dueña. No volveré a fallar.

—Pues levántate y ayúdame a ponerme esto.

Alicia estaba al lado de la cama con el arnés en la mano. Este llevaba puesto el consolador más grande que teníamos, el que yo usaba con ella. En un rincón de la cama había un látigo con varias colas de cuero. Con él me había castigado. No me debía haber dado muy fuerte porque tenía una pinta muy peligrosa. La ayudé a colocarse el arnés y me pidió que la acompañara al salón.

Cuando entré al salón vi que tenía la ventana abierta. Esta era una ventana francesa que llegaba desde el techo hasta el suelo con una barandilla protegiendo el hueco. Solíamos tener las cortinas echadas para que no nos vieran los vecinos de enfrente, pero ahora estaban completamente abiertas. Como acababa de anochecer y la luz del salón estaba apagada no se nos vería salvo que nos acercáramos mucho. Alicia fue hasta el centro del salón, donde había un cojín, y me dijo :

—Chúpamela, juguete. Lubrica el consolador.

Yo obedecí con presteza, arrodillándome frente a ella y llevando el consolador a mi boca. Lo engullí casi entero de una vez queriendo agradar a mi dueña. Deslizaba mis labios sobre toda su longitud, llenándolo de saliva. Agarré las nalgas de Alicia con mis manos para poder hacerlo mejor. Estuve así un ratito, notando que me iba poniendo cachonda. Alicia acariciaba mi pelo como si yo fuera una mascota, pero en vez de desagradarme me resultaba tierno y cariñoso.

—Muy bien, perrita, muy bien – seguía con sus caricias y yo cada vez más cachonda.

—Está bien, ahora agárrate a la barandilla y saca tu bonito culo, perrita – ordenó.

Yo sabía que cualquiera que mirara desde el edificio de enfrente nos vería, pero quería contentar a Alicia y la obedecí rápidamente. También estaba deseando que me diera un orgasmo, por lo que corrí rauda y me agarré con las dos manos, abrí mis piernas y saqué el culo, quedando mi cuerpo prácticamente a noventa grados.

Alicia debió utilizar el mando a distancia del huevo porque noté que la vibración aumentaba, luego se pegó a mí por detrás e introdujo un dedo en mi rajita. Me penetró con él varias veces y luego me introdujo dos. Cuando estuvo conforme con mi lubricación apartó la mano me agarró por la cintura y me metió el consolador sin piedad hasta el fondo.

La impresión me dejó con la boca abierta, pero Alicia no me dejó tiempo para adaptarme, comenzó a meterme y sacarme el consolador con fuerza y velocidad, tirando de mi cintura cada vez que empujaba con sus caderas. Mi culo chocaba contra su pelvis, las pinzas de mis pezones bailoteaban con el movimiento, estaba llevándome al clímax sin remedio. Alicia me tiró del pelo con una mano arqueando mi espalda, con la otra mano me dio un fuerte azote, ordenándome :

—Córrete para tu dueña, esclava.

Y yo me corrí. El placer nació en mi coño y se propagó por cada célula de mi cuerpo. Grité hasta que tuve que parar para respirar y apoyé el pecho sobre la barandilla porque no me tenía en pie.

—¿Te ha gustado, perrita?

Yo asentí con la cabeza porque no podía hablar, jadeando en busca de aire. Alicia reanudó el bombeo en mi interior. Mi coño estaba muy sensible después de mi orgasmo pero pronto quería más. Alicia volvió a agarrar mi pelo, yo era una yegua montada por mi jinete. Llevó su mano libre por delante de mí y frotó mi clítoris. Mi mente se estaba quedando en blanco.

—¿Te gusta lo que te hace tu dueña, putita mía?

Yo asentía vigorosamente con la cabeza como una gilipollas porque no podía hablar. Solo podía sentir placer, naciendo en mi coño y extendiéndose a todas mis zonas erógenas. Mi culo y mis pezones disfrutaban también de la fiesta.

—Me tengo que correr, lo necesito – conseguí suplicar entre jadeos.

—Córrete cuando lo necesites, juguete, pero no voy a parar contigo.

—Ya, ya, ya, me corro, me corro – gemí indefensa ante el tratamiento al que me estaba sometiendo Alicia. Alicia, la que yo creía que era mi dulce amiga y ahora era mi salvaje dueña.

El orgasmo me recorrió por entero, pero mi dueña seguía bombeando mi coño como si se hubiera estado entrenado para ello.

—¿Te has fijado en los espectadores que tienes, juguete? – me pregunto riéndose con sorna.

Hice un esfuerzo para mirar al exterior y vi que en el edificio de enfrente había gente en dos ventanas mirándonos, también en la acera había gente observándonos. Estaba ya bastante oscuro y no sé cómo de bien se nos vería, pero solo tenían que oírme para saber lo que estábamos haciendo.

Alicia me empujó con las caderas desplazándome hacia adelante y siguió trabajándome el coño. ¡Mis tetas colgaban por fuera de la barandilla! Eso en vez de causarme ningún reparo me encendía más. Las plaquitas se movían enloquecidas en mis pezones y otro orgasmo se iba construyendo en mi interior. Alicia me sacó el huevo del culo y me metió varios dedos follándome con ellos también por ahí. Las sensaciones eran increíbles, hasta los tirones de pelo me provocaban placer. Todo lo que me hacía me daba placer. Me corrí desaforadamente. Intenté gritar mi gozo pero mi garganta no podía. Las piernas se me aflojaron. Alicia me soltó el pelo y pasó un brazo bajo mis caderas para sujetarme. Mi pecho descansaba sobre la barandilla.

—Uf – conseguí susurrar.

Alicia, que había detenido su movimiento, empezó a salir de mí lentamente. Cuando ya sólo tenía metida la punta del consolador me lo volvió a clavar hasta el fondo y reanudo su ataque.

—No puedo más … no puedo … me he corrido tres veces … déjame – supliqué agotada.

Alicia ignoró mis súplicas y reanudó el bombeo. Me taladraba sin piedad. Yo ahora estaba más dolorida que otra cosa hasta que llevó su mano a mis bamboleantes tetas y me quitó las pinzas. La sangre acudió rauda a mis pezones e hizo que las sensaciones de placer volvieran a adueñarse de mí. Me apretaba las tetas, me daba pequeños tirones de los pezones que me sumergían en éxtasis.

—Dime, perrita ¿qué eres? – me preguntó entre jadeos.

—Soy tu esclava.

—¿Y qué más?

—Lo que tú quieras, mi dueña.

—Bien, juguete. ¿A quién perteneces?

—A ti, solo a ti.

—¿Y qué puedo hacer contigo, esclava?

—Todo lo que desees, mi dueña.

Sus caderas seguían golpeando contra mi culo, llenándome sin parar. Mi cerebro desconectó del todo. Yo solo era un animal sin inteligencia ni pensamiento esclavo del placer que me daba mi dueña. Al final llevó sus dos manos a mis tetas y me retorció los pezones. La increíble sensibilidad que me habían provocado las pinzas hizo que me sorprendiera otro orgasmo. Llegó de improviso, cortocircuitó mis neuronas y me redujo a gelatina temblorosa. Alicia tiró de mí y caímos las dos sobre el suelo. Salió de mí, dejando un vacío en mi interior. Intenté recordar cómo se respiraba. Mi dueña me abrazaba y me besaba toda la cara tiernamente. Necesité mucho rato para volver a ser persona. Alicia no me soltó en ningún momento ni dejó de darme cariño y amor.

—¿Cómo estás, esclava? – me preguntó cariñosa.

—Uf … no lo sé. Ha sido … no sé cómo ha sido, mi dueña – balbucí.

—Eres un buen juguete. Has sido una esclava muy buena – me acariciaba la cabeza con ternura.

—Gracias, mi dueña, sólo quiero complacerte – y era cierto, en el fondo de mí necesitaba complacer a Alicia, necesitaba que me quisiera como yo a ella y que me permitiera cumplir todos sus deseos. Quería que estuviera orgullosa de mí, quería adorarla como a una diosa y que me llenara con su amor.

Me acurrucaba en sus brazos y ella me abrazaba y acariciaba con ternura. Yo estaba desbordada, me sentía como un animalito cuidado y protegido por su dueña. Estuvimos así mucho rato hasta que, por fin, me dijo que nos fuéramos a cenar.

—Coge el cojín y vamos a la cocina. Tengo que alimentarte.

Llegamos a la cocina y Alicia sirvió dos platos con la ensalada de pasta que había preparado antes. Se sentó a la mesa y, cuando yo iba a acompañarla, me dijo :

—Tú comerás arrodillada a mi lado como una buena perrita. Ponte en el cojín y come – puso el plato en el suelo frente a mí.

Yo la miré desconcertada, pero Alicia me repitió que comiera y ya no dudé ni un instante. Me arrodillé sobre el cojín y me incliné para comer directamente del plato. No me importaba estar a cuatro patas comiendo del suelo, manchándome toda la cara, porque era lo que quería mi dueña. Cumpliría sus órdenes y sería feliz complaciendo a mi amor.

Alicia terminó antes que yo, sacó la tarta del frigorífico y encendió la vela que tenía.

—Cuando termines tu plato lávate la cara y siéntate en la mesa a mi lado. Me cantarás el “Cumpleaños feliz” y luego te permitiré soplar la vela. Cuando la apagues dejaré de ser tu ama y tú mi esclava. Se habrá terminado el regalo que me has hecho hoy y que tan feliz me ha hecho. Gracias, mi amor. No se puede querer más de lo que yo te quiero a ti.

Sus palabras hincharon mi pecho de satisfacción y llenaron mis ojos de lágrimas. Cumplí sus últimos deseos y la canté llorosa el “Cumpleaños feliz”. Cuando iba a soplar la vela de la tarta me bloqueé, mi cerebro quería soplar pero mi corazón no me lo permitía. Estuve dudando quizá un par de minutos bajo la expectante mirada de Alicia, que no decía nada. Al final se lo dije :

—No quiero soplar.

—¿No vas a apagar mi vela?

—No, no voy a soplar – contesté con la cabeza baja.

—¿Por qué, cariño?

—Porque no quiero. No quiero que cambie nada.

—Mírame y explícate mejor, Araceli – me dijo cogiendo mi mano entre las suyas.

Me costó levantar la mirada y enfrentarme a sus ojos. Brillaban como el sol en su preciosa carita.

—Quiero que todo sea como hoy, no quiero que cambie. Quiero que seas mi dueña para siempre. Lo que me has obligado a hacer hoy me ha descubierto algo dentro de mí que desconocía, que desea ser tu esclava, que quiere ser tu sumisa para siempre. Ya no quiero dominarte ni mandarte nada, quiero que seas tú mi dueña, que me completes y me llenes tanto de felicidad como has hecho hoy. Por favor, mi dueña. Seré tuya si me aceptas – esperé anhelante la respuesta.

—Claro que te acepto, Araceli. Me hará muy feliz ser tu dueña. Desde ahora serás mía a tiempo completo, seré tu propietaria. Todo lo que hagas será para complacerme, para hacerme feliz. A cambio yo seré la mejor ama que pueda ser. También te haré feliz a ti. ¿Estás contenta, juguetito?

—Mucho, mi ama. No te decepcionaré.

—Bien, porque tú eres mía pero yo también soy tuya. Cada una será responsable de la felicidad de la otra. Sírveme bien y yo te haré feliz.

—Gracias, mi ama. Te quiero – la dije contenta a más no poder.

—Yo también te quiero, hasta el infinito. Anda, vamos a la cama que lo necesitamos. Esta noche ha sido una locura.

Nos fuimos a la cama de la mano y nos dormimos abrazadas mirándonos a los ojos. Las dos estuvimos toda la noche con una sonrisa y cara de tonta, felices. Al día siguiente la tarta nos esperaría, olvidada, sobre la mesa de la cocina.