Araceli seduce a Alicia 2
Lésbico, exhibicionismo, dominación.
Este relato es continuación de los otros dos que hay en mi perfil. Se puede leer de forma independiente, pero os recomiendo que leáis los otros para seguir toda la historia.
Habían pasado dos semanas desde que Araceli me hizo suya. Las dos mejores semanas de mi vida. En estos días se había hartado de follarme, lo cierto es que estaba loca por ella. Jamás hubiera imaginado el placer que te puede dar una mujer. Además, era mi amiga del alma. El hecho de que tu mejor amiga fuera también tu amante convertía la relación en algo único, sublime. No entendía muy bien por qué, pero mi papel de sumisa sexual con ella me excitaba lo indecible. Sus órdenes, sus insultos en la cama, el que ella dijera cuándo y cómo me ponían como una moto. Había sacado de mí una vena sumisa que yo desconocía que tuviera.
Había llevado algunas de mis cosas y ropa a su casa y dormía allí casi todos los días. Luego salíamos juntas al trabajo. Lo único que enturbiaba mi felicidad era Juan, no sabía cómo romper con él, aunque tenía claro que era inevitable. Araceli no me había presionado en ningún momento para que dejara la relación, pero yo no estaba a gusto y me sentía infiel. Lo tendría que solucionar sin dejar pasar mucho tiempo.
Llegué a casa de Araceli después de trabajar. Mi oficina estaba más cerca que la suya así que llegué primero. Me metí en el dormitorio y me quité la camisa y el sujetador. Sólo con los pantalones puestos fui a la cocina para preparar una ensalada de pollo para cenar. Estaba en ello cuando llegó Araceli.
—Hola, cariño. Me encanta que sigas mis órdenes — me dijo sin dejar de mirarme las tetas —. Me hace feliz llegar a casa y encontrarte medio desnuda para mí.
—Sabes que haré cualquier cosa que me pidas, y alguna que no me pidas también.
—¿Eso que significa?
—Mañana lo verás, tendré una sorpresa para ti.
—Estoy deseando que ver tu sorpresa, ¿qué estas preparando? — me dijo mientras me acariciaba los pechos.
—Una ensalada, pondré el pollo que te sobró ayer y así valdrá para cenar, mi amor.
—Fenomenal, voy a ducharme, Acaba la ensalada y te espero en la ducha.
Después de la fantástica ducha, por cierto digo fantástica porque no hay ducha en la que no nos hagamos correr la una a la otra un par de veces al menos, cenamos en la cocina.
—Llevo todo el día encerrada en la oficina — me dice Araceli con un mohín ¿Qué te parece si salimos a tomar una copita, cariño?
—Me parece bien, nos vendrá bien despejarnos.
—Pues recojo esto, nos vestimos y nos vamos. Ah, Alicia, hoy no te pongas ropa interior.
—Claro, lo que mi ama diga — respondí riéndome bajito. Había cogido la costumbre de llamarla “ama” cuando teníamos sexo. Nos encantaba a las dos.
En media hora estábamos las dos preparadas saliendo por la puerta. Yo llevaba un vestido finito de tirantes con escote bastante pronunciado y Araceli se había puesto unos vaqueros desgastados que la hacían un culo estupendo y una blusa blanca con cuello mao. Cogimos el ascensor y mientras bajábamos Araceli aprovechó para acariciarme las tetas.
—No sabes cómo me pone saber que no llevas ropa interior. Ganas me dan de subirte a la habitación y tirarme toda la noche disfrutando de ti.
—No me parece nada mal, si quieres nos tomamos una rápida en el pub de Jesús y volvemos pronto — le dije a Araceli.
—Hecho. Por cierto, me encanta que vayas marcando pezones —la cabrona me los había puesto duros con sus caricias.
Llegamos al pub. Como era un día de diario y pasaban de las diez, no había mucha gente. Nos acercamos a la barra y pedimos un par de copas. Estuvimos charlando un rato, yo bebía despacito porque nunca he tenido mucha tolerancia al alcohol. El camarero vino y nos invitó a otra ronda :
—Para las chicas más guapas del pub — nos dijo.
—Eso lo dices porque no hay casi nadie, ja ja ja.
—Aunque estuviera lleno seguiríais siendo las más guapas — contestó con galantería.
Seguimos charlando en la barra. Araceli no dejaba de acariciarme el culo por encima del vestido. La primera vez que lo hizo, cuando empezamos a salir, la retiré la mano y conseguí que me diera un fuerte azote, por lo que no me atreví a apartarla. Entre el alcohol y las caricias yo me iba excitando.
—¿Nos vamos, Araceli? — la pregunté deseando llegar a casa y estar desnudas en la cama.
—Sí, no quiero beber más y hemos dejado algo pendiente — Araceli llamó al camarero :
—Ponme un chupito de ron y cóbrame, por favor.
—¿Para qué quieres ahora un chupito? — la pregunté sorprendida.
—Es para ti.
—¿Para mi?
—Sí, lo vas a necesitar — me dijo con una sonrisa malvada.
Yo, con solo verla la cara de lujuria que estaba poniendo me empecé a mojar. Me bebí el chupito de un tirón y la dije :
—¿Me quieres emborrachar para abusar de mí?
—Por supuesto.
Salimos abrazadas por la cintura del pub y caminamos con paso tranquilo hacia casa. Por la hora que era no pasaba casi gente por la calle. Al llegar al callejón de atrás del pub, Araceli me agarró de la mano y me llevó a la salida de emergencia. La salida se retranqueaba como medio metro, con lo que nos daba algo de intimidad, pero si pasaba alguien no dejaría de vernos.
Me agarró por la cintura y empezó a besarme. Empezó dándome pequeños besos en los labios, me lamía el labio superior, bajaba hasta mi barbilla, me daba pequeños mordisquitos en el cuello. Me estaba poniendo a mil. Yo la agarré del culo y la apreté más contra mí. Ella se apoderó de mi boca y jugamos con nuestras lenguas. Chupé la suya hasta que gimió, llevó sus manos a mis pechos y los acarició con pasión. Me volvía loca.
Cuando bajó los tirantes de mi vestido, me tensé. Araceli no dejó de besarme, quiso sacar mis brazos por los tirantes para bajarme la parte de arriba del vestido, pero yo me resistí.
—Nos puede ver cualquiera — la dije un poco asustada.
—Saca los brazos, putita — me ordenó. Yo la vi en modo dominante y no pude resistirme a sus instrucciones.
Saqué los brazos y liberé los tirantes. Araceli me bajó la parte superior del vestido, con lo que dejó expuestas mis tetas. Bajo su boca a una de ellas y me agarró la otra con la mano.
—Voy a hacerte un chupetón. Te voy a marcar como mía.
—Hazlo. Soy tuya — jadeé.
Absorbió la carne de mi pecho y dejó en él una marca redonda y oscura. Con la otra mano magreaba mi otra teta y tiraba de mi duro pezón. Mi coño estaba chorreando mi excitación. Yo intentaba no gemir muy fuerte, pero me estaba resultando difícil. Bajó su mano libre y la introdujo entre mis piernas, acariciándome la parte interna de los muslos.
—Abre las piernas, zorra.
Obedecí, franqueando el paso a la mano de Araceli que no paró de subir por mis muslos hasta llegar a mi centro. Acarició mi rajita con suavidad sin dejar de tirarme de los pezones, alternando entre los dos.
—Alicia, estás empapada — me susurró al oído.
—Es por ti — la dije con devoción.
—Sigue tú con tus tetas — me ordenó dándome la vuelta.
Me giró de manera que pegué mi espalda al pecho de mi amiga. Acaricié mis tetas con suavidad con los ojos cerrados mientras mi amiga llegaba a mi clítoris. Araceli empujaba mi trasero con sus caderas como si me estuviera follando con un pene imaginario.
—Apriétate los pezones, putita.
Yo los apreté hasta la frontera del dolor. El placer se reflejaba en mi clítoris provocando, ahora sí, que no pudiera parar de gemir. Ya no podía amortiguar mis gemidos.
—Mira al frente, zorra — me dijo mordiéndome el lóbulo de la oreja.
Abrí los ojos con un gran esfuerzo y miré hacia delante. No podía creérmelo. Había tres chicos parados en la acera de enfrente mirando el espectáculo. Pasé a la velocidad de la luz de magrearme los pezones a taparme las tetas, de abrir las piernas con gozo a cerrarlas atrapando la mano de Araceli, de la lasitud del placer a tensarme como un tirachinas.
—Abre las piernas, zorra — me dijo con la voz que ponía cuando estaba en modo dominante.
—No puedo — gemí.
—No te lo repetiré. ¡Zas! — me dio un fuerte azote en el culo.
Yo abrí sumisamente las piernas y ella aprovechó para meterme dos dedos en el coño mientras me frotaba el clítoris con el pulgar. Al momento me entregué de nuevo al placer e ignoré a los mirones. La penetración de los dedos me estaba llevando a la cima muy deprisa, la caída iba a ser explosiva. Estaba entregada a mi dueña.
—Deja de cubrirte las tetas. Retuércete los pezones — ordenó metiéndome la mano que tenía libre bajo el vestido y apretándome las nalgas.
—¡Chicos! Quietos ahí. Se mira pero no se toca — les espetó a nuestros emocionados espectadores.
Los tres chavales se habían ido acercando pero se pararon a unos tres metros de nosotras. Yo me retorcía los pezones provocándome dolor, me encantaba. No estaba muy segura de si era dolor o placer, pero era sublime. Araceli empezó a jugar con mi agujerito trasero, tenía claro sus intenciones. Saqué un poco el culo para facilitarle el acceso y ella me metió el dedo corazón hasta el fondo.
—Aggghhh — gemí escandalosamente.
—Lo estas haciendo muy bien, esclava — me alabó.
—Gracias, ama.
—¿Te gusta que te miren? — me preguntó.
—No lo sé — murmuré
—Sí lo sabes, zorrita. Dímelo.
—Sí, sí me gusta — reconocí.
Miré como los chicos, ojipláticos, seguían delante de mí sin perder detalle. Les sonreí. Todo mi pudor se disipó cuando Araceli se adueñó de mi culo. Yo antes no lo sabía, pero mi amiga me había demostrado que mi culo era igual o más sensible que mi coño. Me encantaba que jugara con él. Estaba siendo penetrada por mis dos orificios y el placer era inconmensurable. El orgasmo se estaba apoderando de mí.
—Córrete ya, puta — me ordenó Araceli redoblando las penetraciones.
—Aaaaaaaaaaaggggghhhhh — grité mi orgasmo sin reprimirme. Mi amiga, aminorando poco a poco el movimiento, apurando mis últimas gotas de placer, sacó las manos de mi interior y me sujetó antes de que me cayera al suelo. Mis piernas se habían convertido en gelatina.
Me colocó los tirantes tapando mis tetas, me alisó la falda del vestido y, dándome un piquito, me cogió de la mano y nos fuimos corriendo sin parar de reírnos hacia casa.
—Adiós chicos — les dijo. Los chavales, con la boca abierta, ni contestaron.
Llegamos a casa y derechitas a la cama, a dormir esta vez.
Al día siguiente nos fuimos a trabajar, eso sí, después de comerle el coño a Araceli y hacerla llegar dos veces. La compensé el maravilloso orgasmo que me regaló la noche anterior.
Tenía que espabilar ese día para salir una hora antes y preparar el regalo para mi chica.
Después de la jornada laboral y el recado que tuve que hacer estaba en casa esperando a mi chica. Sólo llevaba puestas unas braguitas de encaje. Estaba nerviosa e impaciente. Quería ver su reacción a mi regalo. Estaba de pie en el salón para que me viera nada más llegar a casa. Por fin oí que se abría la puerta y que Araceli entraba.
—Ven al salón, cariño — grité tapando mis grandes tetas con las manos.
—Hola, Alicia. Ya estoy en casa — me dijo sonriendo. Sus sonrisas me conquistaban.
—Quédate ahí y mira — en ese momento me quité las manos de las tetas y saqué pecho.
—¡Te has puesto un piercing en el pezón! Me encanta.
—Ven a verlo de cerca — le dije ilusionada.
Araceli llegó hasta mí y cogió el pequeño colgante que pendía de mi pezón izquierdo.
—Lee lo que pone — le pedí.
—Pone “ARACELI” — sonrió de oreja a oreja.
—Dale la vuelta y lee la parte de atrás.
—Aquí pone “Mi AMA”. Hay cariño mío, me haces la chica más feliz del mundo — Araceli daba saltitos de alegría — Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
—Y tú eres lo mejor en la mía. Quería que supieras lo que significas para mí. Te quiero tanto que quería demostrártelo de alguna manera. Así que, aunque el piercing lo llevo yo, es para ti. Significa que soy completamente tuya.
Estuvimos abrazadas un buen rato, luego cenamos, nos duchamos y vimos una peli en el sofá. Si antes Araceli no me dejaba llevar ropa en la parte de arriba ahora menos, claro.
—Araceli, quería hablarte de algo.
—Dime, cielo.
Me tumbé en el sofá boca arriba con mi parte superior sobre las piernas de mi compañera. Aprovechó enseguida para acariciarme la teta derecha. La izquierda había que respetarla un par de días hasta que cicatrizara bien el pezón.
—Mañana he quedado con Juan — vi que se le cambiaba el gesto y continué rápidamente — voy a decirle que hemos terminado.
—Yo no te he dicho nada, pero me alegro mucho de que te hayas decidido — me dijo alegrando la cara —. ¿Quieres que te acompañe?
—No. Creo que será más fácil si voy sola. Me acercaré a su casa y se lo diré. Además quería comentarte otra cosa. Tengo una parte de mis cosas en casa de Juan, otra parte en la mía y otra parte en esta. ¿Qué te parece si traigo aquí todas y me quedo definitivamente contigo?
Araceli se agachó sobre mí y me dio un beso, qué digo un beso, un morreo. ¡Un morreo porno! La dejé hacer a su antojo con mi boca. Su mano sobre mi pecho me transmitía calor. No sé qué tenía esta chica, pero me ponía a sus pies con solo besarme.
—Hoy solo me das buenas noticias — me dijo cuando liberó mis labios — si quieres este fin de semana traemos tus cosas.
—Me parece perfecto — asentí — es un rollo tener las cosas repartidas por ahí, nunca encuentro nada.
Después de besarnos otro ratito nos fuimos a la cama y, como solo tenía una teta disponible, esta acabó sobreexplotada.
Por la mañana nos despedimos para irnos a trabajar. Le dije a Araceli que volvería sobre las ocho, porque pasaría primero a ver a Juan. Me deseó suerte y nos fuimos.
Al final volví a casa sobre las diez. Juan, lógicamente, no se lo tomó muy bien y estuve con él más tiempo del que pensaba. Según entré en casa me estaba esperando Araceli muy enfadada.
—¿No ibas a venir sobre las ocho? — me preguntó cabreada.
—Sí, pero Juan no lo ha llevado bien, me he tenido que quedar con él para calmarle un poco.
—Pues haberme llamado, he estado muy preocupada por ti.
—Lo siento cariño, ha sido un poco duro. También ha habido algo sorprendente. Deja que me desvista y te cuento.
—Desvístete del todo — me ordenó —. Mientras me lo cuentas voy a disciplinarte.
—¿Qué? — le dije con cara de tonta.
—Lo que has oído. Me has tenido esperándote dos horas sin saber cómo estabas. Te mereces un castigo — mientras me amenazaba Araceli me acompañó a la habitación y se sentó al borde de la cama mientras yo me desnudaba. Abrió las piernas y me ordenó :
—Ven aquí.
Yo me coloqué entre sus piernas y ella me dio un lametón en el pezón con el piercing y luego pasó al otro. Me apretaba las nalgas mientras me chupaba el pezón. Me tenía gimiendo en un instante.
—Ahora túmbate en mis piernas boca abajo, zorra. Te voy a dar unos azotes.
Yo, nerviosa, obedecí sumisamente. Nunca me había dado más de uno o dos azotes, y estos, al ser en medio de la excitación del sexo me habían gustado más que me habían dolido.
—¿Estas preparada, cariño? — me preguntó dulcemente.
—Lo estoy, ama — hay que joderse, me llamaba cariño pero me iba a dar una tunda en el trasero.
¡Zas! Me dio el primer azote. Me sorprendió más que me dolió. Un picor se extendía por mi nalga, que acarició después aliviándome un poco.
¡Zas! Repitió el proceso de azote y caricia en mi otra nalga.
¡Zas! ¡Zas! Iba dándome golpes alternando mis nalgas. No me golpeaba muy fuerte, aun así debía tener el culo rojo.
¡Zas! ¡Zas! Notaba como la sangre se me acumulaba en el trasero volviéndolo más sensible.
¡Zas! La sensación se empezó a extender a otras partes cercanas de mi anatomía. Sorprendentemente empecé a mojarme.
¡Zas! Esta vez después de acariciarme la nalga deslizó su mano a mi rajita, acariciando mis labios.
—Estás mojada, putita. ¿Te está gustando? — me preguntó riéndose bajito.
Yo no fui capaz de contestar, estaba llena de sensaciones contradictorias. Me escocía el culo y me palpitaba la vagina. La sangre se concentraba en mi clítoris. Las caricias de Araceli me estaban llevando al límite.
¡Zas! Me volvió a azotar mientras con la otra mano no dejaba de acariciar mi coño.
—Sigue, por favor ama — supliqué.
¡Zas! Se aproximaba un orgasmo potente. Ya no estaba confundida ¡me estaba gustando! Me metió dos dedos en el coño y me acercó más al final.
¡Zas! Se agachó sobre mí y me mordió ligeramente el hombro. Esto, junto con los azotes y sus dedos jugando en mi coño me catapultó al orgasmo más extraño de mi vida. Empezó con una sensación de dolor intenso que se fue transformando en un placer desgarrador. Araceli ya no me pegaba, acariciaba mi culo y penetraba mi coño lentamente apurando mi placer. No dejaba de besarme en la espalda y los hombros.
—¿Has aprendido la lección, amor?
—Sí, ama — ronroneé. No estaba segura, pero creo que decidí que debía portarme mal para conseguir que mi amor me aplicara castigos como este de vez en cuando.
—Pues ahora dame placer a mí, y cuéntame lo que me decías de Juan.
Araceli se tumbó boca abajo en la cama y yo me lancé a por ella con ganas. La besé todo el cuerpo, la di pequeños mordisquitos donde sabía que le gustaba. La mordí más fuerte en las nalgas. Mientras me ocupaba de ella la iba contando.
—Al principio Juan no quería creérselo. He tenido que convencerle diciéndole que estaba contigo y que era tu sumisa. Se ha quedado estupefacto. En nuestras relaciones normalmente mandaba yo, por eso se ha sorprendido tanto.
Araceli se dio la vuelta y abrió las piernas. Yo sabía lo que quería y se lo di.
—Al final me ha hecho una propuesta sorprendente — levanté un momento la cara de entre los muslos de mi amiga — me ha suplicado que le permitamos ser parte de esta relación como tu sumiso. Araceli que empezaba a gemir y a levantar sus caderas buscando mi boca se detuvo inmediatamente.
—¿Qué? — medio me gritó incorporándose.
—Lo que has oído, quiere ser tu sumiso.
—Pero a mí no me gustan los hombres, no entiendo nada — meneaba la cabeza — ¿A ti qué te parece?
—Pues fíjate, yo nunca hubiera pensado que disfrutaría de una relación como la nuestra, pero creo que Juan es el tipo perfecto para ello. Tiene cara de no haber roto nunca un plato y es que nunca lo ha roto. Es muy buena persona. Me parece que sería el perfecto sumiso.
—Sí, pero ¿te gustaría seguir acostándote con él? — me preguntó.
—Creo que no me importaría si siempre estuvieras tú, amor.
—No sé, me da miedo que al estar él dejes de quererme, Alicia — confesó tímidamente.
—Mira, ama — le dije ofreciéndole con la mano mi teta izquierda — Aquí pone tu nombre, y también pone que eres mi ama. Eso no va a cambiar nunca. Soy tuya, soy de tu propiedad, para siempre.
Araceli sonrió iluminando toda la habitación, me abrazó y me dijo :
—¿Sabes que yo soy tuya también, verdad?
—Claro que lo sé. No pienso dejarte escapar durante toda la eternidad — busqué sus labios con los míos y se lo demostré —. Ahora túmbate y déjame terminar lo que he empezado antes. No necesitas decidir lo de Juan ahora.
Me obedeció a mí por una vez y le proporcioné dos orgasmos seguidos. Creo, por sus gritos al correrse, que estaba más cachonda de lo normal. Quizá la proposición de Juan en el fondo le gustara, a mí desde luego sí que me apetecía, por lo menos probar alguna vez. Dejaría que ella lo decidiera.
—Uf, ha estado genial. Voy a ponerte crema en ese precioso culito y a dormir. Tengo que cuidar de mis propiedades. Mañana hablamos de Juan — me dijo.
Atendió mi culo como se merecía y nos dormimos abrazadas. Mientras me dormía no pude dejar de pensar en todo lo que había cambiado mi vida en las últimas semanas. De llevar una vida normal con un novio normal, a tener novia lesbiana, andar semidesnuda siempre por casa, someterme a Araceli en todo lo que me pidiera, marcarme como de su propiedad … en fin, estaba encantada y más feliz que nunca.