Araceli seduce a Alicia 10

—¿Te gusta mamársela a mi marido? — yo asentí sin sacarme la polla de la boca —eres una zorra, seguro que tienes el coño mojado.

Llevábamos unos días inmersas en la rutina y se me ocurrió hacer algo distinto para divertirnos. Estaba llegando la primavera pero todavía hacía fresco, era un tiempo ideal para la travesura en que estaba pensando.

—Juguete, nos vamos al cine, pero tú vendrás desnuda, de momento ponte un abrigo. — Acompañé a mi prometida a la habitación y busqué en el cajón de las sorpresas el huevo vibrador —. Ponte esto también, y medias para que no pases frio.

—¿Qué vamos a ver, ama?

—No creo que veamos nada, jajaja.

Vivíamos a las afueras de la ciudad, en una zona donde había sobre todo casas y algunos bloques pequeños de viviendas, así que cogimos el coche y nos dirigimos a un centro comercial cercano, donde había unos multicines. Por el camino aproveché para meter la mano entre los botones del abrigo de Araceli y acariciarle los pechos, endureciéndole los pezones.

Sacamos entradas para la primera película que empezaba y nos sentamos en la última fila más o menos por el centro. Mientras veíamos la publicidad conecté el vibrador al mínimo, para ir calentando el ambiente, bueno, más bien para calentar a mi chica. Una vez empezó la peli esperé unos diez minutos y le susurré al oído :

—Desabróchate el abrigo, juguete.

Araceli obedeció y yo me apoderé de sus pechos, magreándolos y pellizcando sus pezones, subí un poquito la intensidad del huevo vibrador y le pregunté :

—¿Te gusta, esclava?

—Sí, ama, me pone mucho hacerlo aquí.

Mi juguete se medio tapaba con el abrigo mientras yo seguía disfrutando de sus tetas, se le escapaba un gemidito de vez en cuando que sofocaba con su mano para que no se oyera en la sala. Subí la intensidad del huevo al máximo y le retorcí un pezón.

—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz — ordené.

Araceli, al oír la orden que la condicionaba para correrse, se estiró sobre la butaca levantando el culo  y hundió la cara en mi cuello, diciéndome bajito :

—Me corro, ama, me estoy corriendo.

—Muy bien, eres un buen juguete.

Apagué el vibrador y como a los diez minutos volví a empezar. Cuando se había corrido tres veces, le dije :

—Juguete, mira en la siguiente fila a la izquierda.

En la fila de butacas solo había una pareja que no perdía detalle de mi chica, con el abrigo entreabierto y gimoteando bajito debía ser para ellos una visión muy erótica. Cada poco tiempo la chica le daba un morreo al novio, para volver enseguida a vigilar a mi esclava.

—Juguete, ábrete un poco más el abrigo, enséñales los pechos.

Mi chica me regañó con la mirada pero no dudó en cumplir mi orden, mostrando el cuerpo desnudo a cualquiera que mirara a pesar de la oscuridad del cine.

—Acaríciate las tetas, que te vean.

Mientras Araceli se acariciaba le saqué el huevo del coño y lo sustituí por mis dedos. La follé con ellos tocándole el clítoris con el pulgar cada poco tiempo, haciendo que se crispara por no poder exclamar su placer. Cuando miré a los chicos de la fila de delante no los encontré, los busqué con la mirada y los vi ¡¡al lado de Araceli!! Estaban a dos butacas de mi chica. Como no hicieron nada extraño seguí masturbando a mi chica, a la que ya no importaba estar exhibiéndose. La chica de al lado se arrodilló delante de su chico, le sacó el miembro y le hizo una mamada mientras él no apartaba la vista de mi juguete.

—No te corras hasta que diga, esclava — ordené.

Quería ver como acababan los vecinos antes de dar el orgasmo a mi amor. De repente el chico agarró la cabeza de su pareja y levantó el culo. Debió correrse en su boca. Cuando la chica se levantó relamiéndose lo di por confirmado. No parecía tener bastante porque le hizo una suave paja hasta que volvió a endurecerse, sentándose sobre él dándole la espalda, se levantó la falda, se bajó las braguitas y se empaló de golpe hasta el fondo. Le cabalgó suavemente apoyándose en la butaca de delante, mirando los dos el cuerpo expuesto de mi juguete. Ahora sí que aceleré el movimiento de mis dedos y ordené a mi chica :

—Córrete para mí, juguete. Hazme feliz.

Cuando acabó la peli y salimos del cine nos cruzamos con la pareja, él esquivó nuestra mirada y tiró de la mano de su chica alejándose, no sin que ella nos sonriera y guiñara un ojo antes de irse. Nos reímos entre nosotras y volvimos a casa.

Al día siguiente fuimos a ver a un asesor financiero que nos habían recomendado los padres de Araceli. Dejamos que él gestionara la herencia y nosotras nos quedamos con una cuenta conjunta en la que metimos nuestros ahorros y domiciliamos las nóminas. Al no tener que pagar alquiler no teníamos muchos gastos y no necesitábamos tirar del dinero de mi millonaria prometida.

Como se había ido Leticia a otro campeonato, volvimos al gimnasio de nuestro antiguo barrio por las tardes después de trabajar. Nos reencontramos con Marta y Elena, que seguían yendo con nuestro mismo horario. Marta estuvo muy simpática, estando todo el tiempo a nuestro lado y riéndose con nosotras de los chicos que, sin ser con la intensidad del principio, no dejaban de mirarnos. Elena sin embargo actuaba de forma esquiva, alejándose de nosotras todo lo que podía y contestando secamente cuando le decíamos algo. Después de que se enrolló con Araceli la última vez que salimos juntas, su comportamiento reflejaba su malestar.

Araceli quería aclarar las cosas con ella, así que las esperamos después de ducharnos. Cuando salían las abordó.

—¿Queréis tomar una Coca-Cola?

Elena empezó a decirnos que no podían cuando la interrumpió Marta.

—Claro, venga vamos.

Entramos a la cafetería más cercana, pedimos bebidas y nos sentamos a una mesa para poder hablar con algo de intimidad.

—Quería hablar contigo, Elena — empezó la conversación Araceli — desde el otro día parece que nos esquivas y no quieres hablar con nosotras, ya sé que fue un rollo de una noche, pero no hay motivo para que no podamos ser amigas.

Elena, con la mirada baja, no parecía tener ganas de decir nada. Esperamos un rato a ver si se decidía.

—Dime algo, Elena — dijo Araceli.

—Verás, es que estoy muy confundida. A mí me gustan los chicos, no las chicas, yo no soy lesbiana, no sé por qué hice lo que hice contigo esa noche.

—¿Pero disfrutaste?

—Sí, sí lo disfruté, pero no se me hubiera ocurrido si no me hubiera puesto tan cachonda ver a mi hermana y a Alicia dándose el lote en el asiento de atrás.

—Bueno, pues no lo repetimos y ya está, pero no está bien que nos evites, podemos ser amigas sin tener que acostarnos, digo yo.

—Vale, tienes razón. Perdonadme las dos, he sido injusta con vosotras por culpa de mis dudas.

—Pues me alegro mucho que volvamos a ser amigas otra vez. De cualquier forma, Elena, yo no me cerraría a nada que me hiciera feliz. Quizá te gusten tanto los chicos como las chicas, eres muy joven todavía y tienes mucho tiempo para descubrirlo.

Estuvimos un rato charlando, ahora con Elena más animada, y nos fuimos cada mochuelo a su olivo. Fui reflexionando camino de casa lo inteligente y sensible que era mi juguete, ¡qué suerte tenía de que fuera mía!

Nos llamó Trini esa tarde y quedamos al día siguiente para otra clase, Araceli puso mala cara pero no dijo nada, yo tenía que decidir si quería que me enseñaran a hacer felaciones, pero que mi juguete no quisiera participar me cortaba un poco el rollo.

Nos teníamos que preparar para ir a casa de Trini y Gerardo cuando Araceli me dijo que ella no iba. Fui a llamar para cancelarlo, pero insistió hasta la saciedad en que fuera yo sola.

—Sé que quieres practicar la felación, así que tú sí vas, yo no quiero hacerlo, prefiero quedarme — me decía Araceli.

—Pero …

—Pero nada, ve y luego me cuentas.

Llamé a la casa de Trini y me abrió ella.

—¿Vienes sola?

—Sí, Araceli no se encontraba muy bien.

—Pues lo haremos solos los tres. Desnúdate — me ordenó.

—¿Aquí, ya?

Me dio un azote en el culo y me volvió a ordenar :

—Desnúdate. Quiero que Gerardo te vea desnuda cuando entres en la habitación.

Me quité la ropa dejándola sobre un sofá, luego Trini me cogió de la mano y subimos al dormitorio. Gerardo estaba sentado en la cama esperándonos, sonrió levemente cuando me vio entrar desnuda. Desde luego no era el tipo más expresivo.

—Vas a aprender a mamar pollas, — me dijo Trini — así que arrodíllate ante Gerardo y empieza desnudándole.

Yo obedecí sumisamente y le quité los pantalones y los bóxer que llevaba debajo, los eché a un lado y observé su miembro, era quizá un poco más grande que la media, pero nada fuera de lo normal.

—Primero lámele entero para lubricarlo, luego te lo tendrás que tragar hasta el fondo, pequeña — Trini iba dándome indicaciones.

Seguí sus instrucciones y le lamí desde la base hasta el glande con mis manos en sus muslos, cuando estuvo todo mojado me lo metí en la boca. Conseguí introducirme la mitad, salí hasta la punta y volví a metérmelo hasta la mitad.

¡Plas! Trini me dio un azote.

—Tiene que entrar todo en tu boca, putita. Relaja la garganta, respira por la nariz y aguanta las arcadas, con la práctica no te costará nada — me dijo Trini.

Hice lo que me dijo y pude meterme algo más, pero que me entrara toda parecía fuera de mi alcance.

¡Plas! ¡Plas! Me propinó otros dos azotes.

—Cuando salgas de aquí vas a ser una comepollas de primera, pero ahora esfuérzate más, puta.

Los azotes y los insultos, en vez de cabrearme, me estaban excitando. Quería complacerles y me la introduje entera resistiendo las arcadas. Empecé a subir y bajar mamándosela con ganas.

—Muy bien, pequeña, ahora rodéale el glande con la lengua, acaríciale las pelotas con la mano y aspira cuando subas. — Trini estaba a mi lado acariciándome como ella sabía, pulsando mi piel, incrementando mi excitación. —Yo seguí sus órdenes al pie de la letra.

—¿Te gusta mamársela a mi marido? — yo asentí sin sacarme la polla de la boca —eres una zorra, seguro que tienes el coño mojado. — Metió los dedos para comprobarlo y los sacó empapados.

—Mira qué puta eres, estás chorreando. Ahora acelera para que se corra en tu boca. No dejes escapar ni una gota, pero no te lo tragues.

Yo aceleré la mamada aspirando cada vez que levantaba la cabeza. Gerardo empezó a resoplar y a los dos o tres minutos sujetó mi cabeza pegando mis labios a su pubis y se derramó en mi boca. Aguanté cinco o seis chorros y liberé su polla. Miré a Trini preguntándola con la mirada qué tenía que hacer ahora. Mi boca estaba llena de semen salado y amargo.

—Saca la lengua y enséñame el semen de mi marido, zorra.

Obedecí y saqué mi lengua llena de semen.

—Muy bien, trágatelo. — me lo tragué y enseñé mi boca vacía para que la viera.

—Has sido una putita buena. Ahora límpiasela con la lengua y chúpasela otra vez.

Gerardo se puso de pie al lado de la cama y volví a meterme su miembro en la boca.

¡Plas! ¡Plas! Me azotó.

—Las manos a la espalda, no te mereces tocar a mi marido, puta.

Puse las manos tras mi espalda y lamí los resto de semen que quedaba en la polla de Gerardo. Cuando estuvo limpia volví a lamerla por entero y me la metí en la boca, profundizando poco a poco. No me gustaba cómo me trataban pero mi excitación me espoleaba a hacer todo lo que me ordenaban. Trini metió dos dedos en mi coño bombeándome con ellos, llevándome al borde del orgasmo. Cuando estaba a punto de correrme, sacó los dedos y los introdujo en mi culo, penetrándome con ellos.

—Todavía no te vas a correr, putita.

Los dedos en mi culo y la polla en mi boca me estaban volviendo loca, movía las caderas de atrás a adelante y mamaba casi con desesperación, buscando otra corrida en mi boca. Gerardo sacaba la polla de vez en cuando y me golpeaba la cara con ella, yo abría la boca ansiosa intentando volver a chuparla.

¡Plas! ¡Plas! Me picaban mucho las nalgas, me estaba dando fuerte.

Ambos salieron de mí dejándome una sensación de vacío, Trini me ordenó :

—A la cama, a cuatro patas, me vas a comer el coño, comepollas.

Trini se recostó sobre el cabecero y yo acudí a gatas hasta su coñito, sumergiendo mi lengua en él.

—Sin prisa, putita, lo quiero disfrutar.

Lamí suavemente su rajita mientras le abría los muslos con mis manos, ella no dejaba de darme indicaciones de cómo lo quería, alternándolas con insultos y vejaciones. Llevé una de mis manos a mi coño para masturbarme pero Trini me lo prohibió. Noté como alguien me agarraba de las caderas, Gerardo se había puesto de rodillas detrás de mí, poniendo su miembro, enfundado en un condón, entre mis nalgas.

—¿Qué quieres, puta? — preguntó Trini.

—Quiero correrme.

—¿Y cómo quieres correrte, zorra?

—Quiero que me folle.

—Pues suplícaselo, se una buena puta comepollas y suplícaselo.

—Por favor, Gerardo, fóllame, te lo suplico.

Ni siquiera terminé de hablar cuando Gerardo me la metió de golpe hasta el fondo. Estaba tan excitada que me corrí inmediatamente, una liberación eléctrica me recorrió desde mi centro hasta la cabeza y los dedos de los pies. No me dejaron disfrutar de mi orgasmo porque Gerardo siguió embistiéndome y Trini me llevó la cabeza a su coño otra vez.

—Sigue, puta, no te distraigas.

Seguí lamiendo mientras Gerardo no paraba de bombear en mi coño, el placer me recorría a oleadas mientras intentaba hacer un buen trabajo a Trini, que empezaba a gemir y a acariciarse ella misma las tetas. Estuvimos así varios minutos, yo me corrí otra vez sin que nadie parara, hasta que por fin los dos, como si estuvieran sincronizados, se corrieron a la vez.

Gerardo se quitó el condón, lo echó en una papelera y se tumbó en la cama.

—Límpiasela y pónsela en forma otra vez, puta.

Yo ni dudé en obedecerla, estaba tan aturdida por el placer y las vejaciones a las que me sometía que hice lo que me mandaba sin pensarlo. Me coloqué entre las piernas de Gerardo y en unos minutos tenía la polla reluciente y erguida de nuevo.

—Cabálgale mirando hacia mí, pequeña zorra.

Me di la vuelta dando la espalda a Gerardo, que se puso otro condón, y me senté sobre su polla, le monté lentamente mientras Trini nos observaba con expresión lujuriosa.

—Las manos en la nuca, puta — me ordenó.

Yo coloqué las manos donde me había mandado y seguí cabalgando. Mi cerebro no funcionaba del todo bien, yo solo quería correrme otra vez, y luego otra, y otra.

¡Plas! Trini me dio una palmada en un pecho.

—¡Cómo me gustan las tetazas de puta que tienes!

¡Plas! ¡Plas! Seguía abofeteando con fuerza mis pechos con las dos manos.

Según me iba castigando las tetas me iba sintiendo maltratada y humillada, pero en vez de parar e irme mis caderas aceleraban su movimiento, sintiendo la polla de Gerardo entrar y salir de mí, llevándome más y más alto. Debí haberme levantado y huido de ahí, los insultos y los golpes se habían convertido en un abuso, una agresión, pero estaba sometida a ellos y al placer que me daban

¡Plas! ¡Plas!

Cuando Trini me retorció los pezones el orgasmo me recorrió todo el cuerpo, anulando mi voluntad.

—Aaaaaaaaaaggggghhhhhhhhhh.

—Muy bien, córrete como la zorra que eres.

Caí rendida hacia delante pero Trini me sostuvo.

—Todavía no, putita. Date la vuelta sin que se salga Gerardo.

Obedecí como pude y Trini me obligó a inclinarme sobre Gerardo, movía sus caderas debajo de mí bombeándome nuevamente el coño. Yo me dejaba hacer sin fuerzas ni voluntad para resistirme. Noté un dolor en el culo y me giré para mirar. Trini se había puesto un arnés y estaba perforando mi agujerito posterior. Me volví a girar hacia delante dejándola hacer lo que quisiera, cualquier resistencia que hubiera podido oponer ya se me había agotado. Trini se agarró a mis doloridas tetas y me cabalgó como a una yegua. Me poseían como a una marioneta, como a una muñeca de trapo, manejándome a su ritmo y bajo su dominio. No me permitieron parar hasta que me corrí tres veces, perforada con saña por mis dos agujeros a la vez.

Caí desmadejada sobre la cama medio inconsciente, sin poder enfocar la mirada, mi pecho agitado intentando recuperar el aliento. Gerardo se colocó sobre mi pecho, se quitó el condón y se masturbó frente a mi cara.

—Abre la boca, chupapollas, y saca la lengua — ordenó Trini.

Obedecí sin pensar lo que hacía y Gerardo en unos pocos movimientos más de su mano sobre su polla, me regó con su semen. Sus chorros llegaron a mi pelo, mi frente, mi cara y mi boca. Cuando terminó de descargar sobre mí, se levantó y salió con Trini de la habitación sin decir ni una palabra.

Cuando me sentí con fuerzas para moverme, salí y bajé al piso de abajo a por mi ropa, escuché hablar a Trini y a Gerardo en alguna habitación, pero no me sentía con fuerzas para verlos, solo quería alejarme y llegar a la seguridad de mi casa. Me vestí rápidamente y volví a casa sin tan siquiera lavarme. Entré en casa y me dirigí al baño, oí a Araceli trastear en la cocina pero no podía enfrentarme a ella. Tiré mi ropa al suelo y me metí en la ducha sin esperar a que saliera templada. Tirité hasta que el agua se calentó, me dejé caer al suelo y me encogí en un rincón agarrándome las rodillas. El agua caía sobre mí lavando las lágrimas que brotaban incontenibles de mis ojos, sollozando mi pena, mi humillación, mi desconsuelo.

Araceli entró al baño diciendo que creía haberme oído y cuando me vio encogida y llorando a lágrima viva se metió en la ducha conmigo, me abrazó y me acunó contra ella. No dijo nada durante un buen rato hasta que al final me ayudó a levantarme, me enjabonó entera y me lavó con cariño. Notó las marcas de manos en mis tetas y en mi culo, pero aun así no dijo nada. Me secó y me metió en la cama.

—Descansa, mi amor. Te quiero y siempre te querré.

La bondad de mi niña volvió a provocar mi llanto, me sentía sucia, la había traicionado, no había sido fiel a nuestro amor.

—No llores, amor mío. Mañana hablamos, ahora duérmete y descansa. Yo estaré a tu lado, no voy a dejarte.

Mis sollozos fueron disminuyendo hasta que me quedé dormida en sus brazos.

Me desperté temprano, dolorida en mi cuerpo y dolorida en mi alma. Lo primero que vi fueron los ojos de mi amor, que me miraban con preocupación. Sin romper el abrazo me dio un beso en la nariz y me preguntó :

—¿Te encuentras mejor?

Me eché a llorar, la congoja en mi pecho estalló a través de mis lágrimas, derramando todo mi dolor y mi arrepentimiento en un río caudaloso de aflicción. Araceli me abrazó más fuerte y me acarició la espalda.

—Estoy contigo, cariño, siempre estaré contigo — me consoló.

Estuve un buen rato llorando abatida en sus brazos, cuando se agotaron mis lágrimas Araceli me limpió la cara con un pañuelo de papel.

—¿Te violaron? — no dejaba de acariciarme mientras hablábamos.

—No. — contesté después de pensármelo.

—Cuéntamelo.

Le conté cómo había sido, que me excitaron tanto que hicieron conmigo lo que quisieron, que me vejaron, que me follaron cuanto les dio la gana — me atraganté antes de decir lo peor — y que lo había disfrutado en su mayor parte. Que solo al terminar y recuperar completamente el sentido había sido consciente del maltrato y menosprecio que había sufrido.

—No puedo mirarte a la cara, he manchado lo nuestro, no soy digna de ti. Ahora me doy cuenta que yo a ti también te humillo, que no te trato bien, que no te mereces que mande sobre ti — sollocé de nuevo.

—Deja de llorar, Alicia y escúchame. Tú no me humillas, me mandas hacer cosas humillantes pero yo no me siento humillada, ¿sabes por qué? Hay una diferencia entre lo que me pides tú y lo que te hicieron ayer : yo sé que me amas, yo también te amo y cualquier cosa que me pidas con amor es buena para mí. Tú no tienes poder sobre mí, sino que el poder es mío, es mi poder el que te otorgo a ti para que seas mi dueña. Si no quisiera que me dominaras no lo harías, pero elijo entregarte el poder porque nos hace felices a las dos. Lo nuestro no es dominación ni sumisión, no es poder en tu lado o en el mío, lo nuestro es únicamente amor, ¿lo entiendes?

Afirmé con la cabeza y volví a llorar, no merecía a Araceli. Era tan buena e inteligente que estaba a años luz de mí.

—Siempre has sido más inteligente que yo — todavía no la podía mirar.

—¡Qué va! Es que lo he pensado mucho cada vez que me dabas azotes en el culito, jajaja. — me hizo sonreír. — Ahora vamos a desayunar, luego llamaré al trabajo para decir que hoy no podemos ir y nos quedaremos tranquilitas en casa.

—Yo no puedo comer nada, pero te acompaño.

Al final Araceli me obligó a tomar un zumo. En el trabajo no les hizo mucha gracia, pero no pusieron pegas. Pasamos el día tiradas en el sofá viendo Netflix. Mi chica intentó animarme pero yo no salía de mi postración. Ni siquiera tenerla con solo el tanga azul marino por vestimenta conseguía animarme. Al día siguiente Araceli se fue a trabajar, yo no tenía fuerzas y como era viernes decidí empalmar con el fin de semana. Vegeté el viernes como pude hasta que volvió Araceli del trabajo. Me encontró tirada en el sofá dormitando.

—Alicia, he hablado con Trini. — me espabilé inmediatamente — Ya le he dicho que no queremos saber nada más de ella. Que no vuelva a llamarnos.

—Gracias, amor.

—¿Cómo has pasado el día?

Me encogí de hombros.

—Tienes que animarte, no puedes seguir deprimida para siempre. ¿Te hago tu comida preferida? ¿Te doy un masaje? ¿Te canto una canción? — solo ella podía hacerme sonreír así.

—Te dejo un rato, voy a ponerme el uniforme y arreglar un poco la casa — subió a la habitación.

Bajó con el tanga y estuvo un rato limpiando y ordenando, cada pocos minutos me daba un beso en la frente y seguía con sus cosas. Cuando ya no pude aguantarme más esperé mi beso y la pregunté :

—Araceli, ¿todavía me quieres?

—Más que nunca, cariño, cometimos un error que no se repetirá, he estado pensando y creo que lo mejor es que no volvamos a tener sexo por nuestra cuenta. Nos podemos enrollar con cualquiera pero siempre juntas, haremos las travesuras que se nos ocurran como un equipo. No volveremos a dar el control a nadie. ¿Te parece bien?

—Me parece fenomenal, yo también te quiero, amor.

—Ya lo sé, pero que sepas que yo te quiero el doble que tú a mí.

Pasamos el resto del día vagueando, al final me acosté un poco más animada. Di la espalda a mi chica en la cama para dormirme abrazada por ella, reconfortada con su cariño.

El sábado me desperté antes que Araceli y la estuve observando un buen rato. Decidí que se merecía la mejor versión de mí y que trataría de dársela. Me levanté sin despertarla y preparé el desayuno, llevándoselo a la cama en una bandeja.

—Despierta, dormilona.

Araceli se desperezó y se sentó ilusionada contra el cabecero, se puso la bandeja sobre las piernas y desayunó mostrándome sus bonitas tetas desnudas.

—Me encanta, cariño, ¿te has levantado más animada?

—Sí, me he animado al ver tu cara tan bonita cuando duermes, para mí no hay otra cosa mejor.

Cuando terminó bajé la bandeja a la cocina y recogí los platos y tazas. Estaba terminando cuando entró Araceli con la correa puesta.

—Necesito a mi ama — ofreciéndome la correa — tu humilde esclava se presenta ante ti.

Me tragué las lágrimas que pugnaban por salir y me senté en una silla.

—Ven esclava, — abrí mis brazos — siéntate y no dejes de besarme hasta que te lo ordene.

Araceli saltó sobre mi regazo y cumplió mi orden escrupulosamente, estuvimos una eternidad besándonos y acariciándonos, la emoción y la felicidad me llenaban el pecho haciéndome reír y llorar a la vez. Cuando paramos de besarnos Araceli propuso :

—Llevamos unos días sin ir al gimnasio, ¿qué te parece si vamos ahora, ama?

—Genial, me vendrá bien salir un poco.

—Pues límpiate esa cara que estás hecha un adefesio — me dijo saliendo de la cocina.

—¿Cómo? ¡Me las pagarás! — dije corriendo detrás de ella.

Al salir para coger el coche vimos que en la casa de al lado había un camión de mudanzas, estaban metiendo muebles y cajas. De la casa salió una chica altísima, habló con uno de los operarios y se fijó en nosotras. Se nos acercó sonriendo y nos ofreciéndonos la mano :

—Hola, soy Lucía, parece que vamos a ser vecinas.

—Encantada — la estrechamos la mano, era una chica preciosa con ojos verdes brillantes y una bonita sonrisa. — Nos alegramos de tener una vecina, cualquier cosa que necesites no dudes en pedírnoslo. Ahora vamos al gimnasio, pero pásate si quieres esta tarde y tomamos un café.

—Eso haré, os dejo ahora que tengo que organizar todo el lío de la mudanza. Gracias por vuestra oferta. Hasta luego. — Nos hizo un gesto con la mano y volvió a su casa.

Nosotras fuimos al gimnasio y nos encontramos a nuestras hermanas preferidas. Estuvimos machacándonos juntas y luego en las duchas. Elena se comportó con normalidad, la conversación con Araceli la había tranquilizado. Cuando salíamos Araceli propuso :

—Chicas, ¿os apetece venir a comer a casa? Luego podemos pasar la tarde jugando a algo o viendo alguna peli.

—Me parece genial, ¿y a ti, Elena? — dijo Marta.

—Claro, esperadme que llamo a casa. — Se apartó un poco y habló por teléfono —. Arreglado, cuando queráis nos vamos.

Compramos unos filetes en la carnicería de al lado y nos fuimos tan contentas las cuatro para casa. Al llegar ya se había ido el camión de la mudanza, Araceli fue a invitar a Lucía, la vecina, por si se nos quería unir, mientras yo enseñaba la casa a Marta y a Elena. Estaba sacando unas cervecitas y preparando algo de picar cuando llegó Araceli con la vecina. Se la presentó a las hermanas y me dijo en un aparte :

—Ama, ¿puedo quedarme vestida?

—Claro, cariño, a Elena le daría un patatús si aparecieras en pelotas, jajaja.

Lucía nos contó mientras tomábamos el aperitivo que era profesora de educación física en un colegio, pero que sus mayores ingresos los obtenía de trabajar de modelo.

—¿Y qué cosas has hecho? — se interesó Elena.

—Pues sobre todo campañas de moda, bañadores y esas cosas, y también he hecho un par de videoclips.

—No me extraña, eres muy guapa — Elena se ruborizó un poco al decirlo.

—Gracias, eres un cielo.

Comimos las cinco la carne que habíamos comprado y Lucía se excusó, tenía mucho que organizar en su casa, nosotras cuatro vimos una peli y luego jugamos a cualquier tontería que se nos ocurrió. Hasta jugamos a la botella, no hicimos nada impropio pero nos reímos muchísimo. Al caer la tarde llevamos a las hermanas a su casa.

—Nos lo hemos pasado muy bien — nos dijo Elena — ha sido un día muy divertido.

Nos despedimos de Marta con un piquito y de Elena con un beso en la mejilla. Cuando se metía en el portal volvió y nos dio otro pico a cada una.

—Gracias, chicas, sois geniales — y se reunió corriendo con su hermana.

Esa noche, al acostarnos, Araceli habló conmigo.

—Escúchame, por favor, ama. Llevas todo el día llamándome Araceli, o cariño, o amor. Ya sé que soy todo eso, pero también soy tu juguete, tu esclava, tu perrita. Vuelve a tratarme como antes porque lo echo mucho de menos, por favor, mi dueña.

—Es que me cuesta un poco desde …

—Ya lo sé, pero lo estamos superando juntas, así que tu juguete te pide humildemente que dispongas de ella como gustes y si tienes que darme unos azotes, dámelos, de hecho creo que deberías darme unos poquitos ahora mismo por si acaso mañana o pasado me porto mal.

—Muy bien, juguete, túmbate boca arriba en la cama ahora mismo, voy a darte lo que mereces por tu comportamiento.

—Uuuuh ¡qué miedo! — Araceli se tumbó muerta de risa.

Cubrí su cuerpo con el mío y la besé, empecé por su frente, sus cejas, sus ojos, bajé a sus mejillas y lamí sus labios. Besé su cuello y sus hombros, sus clavículas y sus pechos. Lamí su estómago y su cintura, bajé a su pubis y lo besé, seguí por sus muslos y sus rodillas. Llegué a sus pies y no dejé un dedito sin besar. Volvía a subir y ocupé su boca, lamí sus dientes y chupé su lengua, mordisqueé sus labios y su barbilla. Juntamos nuestros pubis y frotamos nuestro centro. Sin dejar de mirarnos a los ojos nos dimos placer, placer y consuelo, comprensión y perdón. Mis lágrimas se derramaron cuando nos corrimos dulcemente. Lágrimas que aliviaron mi alma, que limpiaron mi corazón y borraron mis pecados.