Aquí y ahora. Capítulo 1.

Inicios light de una sumisa

Soy una chica bastante normal físicamente hablando. Bonita mirada y grandes pechos, pero nada más. A nivel psicológico me considero una mujer con carácter. Joven pero experimentada en bastantes aspectos. Lo que más odiaba de este mundo es que me dieran "la vuelta" en ciertas situaciones o charlas. En el fondo buen corazón pero con la chispa de mala ostia que hay que tener a veces.

Trabajo en un sitio pequeño pero por circunstancias de la vida hubo que contratar bastante personal. No se qué estaba haciendo una mañana y de pronto lo ví. "Qué guapo" pensé. Pero en el trabajo suelo ser una persona reservada y solo me relaciono en las situaciones que lo requieren. Jamás imaginé que las cosas sucederían así con él.

A nivel sexual me gusta experimentar y probar cosas nuevas. La monotonía irremediablemente invadió mi anterior relación y desde que terminó me he acostado con unos y con otros, aquí y allí. Actualmente continuo sin pareja y mi mente calenturienta me hace estar masturbándome cada dos por tres. Hace poco tiempo que leo relatos eróticos; me entretiene y me calienta. Últimamente me ha dado por los de la categoría dominación. No soy ninguna experta en el tema y a veces mi cabeza no da para imaginarme todos esos aparatos y posturas, pero me flipa la idea de retener el orgasmo más y más hasta casi llorar. A veces me he planteado si me llenaría estar en la situación de sumisa, pero cuando pensaba en esto en mi cabeza se producía un cortocircuito. ¿Yo humillada? ¿Yo atada? ¿Yo sin poder llevar el control de la situación? Pero a la vez un calambre bajaba a mi sexo y lo hacía humedecer.

El día llegó y sabía que iba a estar. Era una comida de trabajo. Habíamos pasado una mala racha y necesitábamos un respiro. Todos los estamentos estaban invitados. Sobre mis hombros cargaba una gran responsabilidad, sobre los suyos bastante menos. Nunca antes me había relacionado con él, pero tenía un presentimiento positivo. Y, sin él saberlo, pasó a ser mi objetivo. Esto me ponía cachonda a más no poder. Una mirada, otra, otra... y cuando el ambiente estaba más distendido me acerqué a él y me presenté.

  • Mi nombre es Carla - le dije.

  • Yo me llamo César.

Nos dimos dos besos y comenzamos a charlar. Era muy cómodo hablar con él. No se cuántos años tenía, intuía que era mayor que yo, pero eso poco importaba. Me sentía tranquila. Hacía que la conversación fluyera entre los dos de una forma tan sencilla que me atrapó. La música subió de volumen y cada vez me tenía que poner más cerca de su oído para que pudiera escucharme.

No se qué ocurrió pero recibí un empujón por detrás que hizo que me estrellara contra él. Y vino el caos. Gritos y más gritos. Me cogió y me apartó de allí. No sabía en qué lugar se había originado la pelea ni tampoco me podía imaginar el motivo. ¿Qué cojones estaba pasando allí? Aún en sus brazos, con los ojos abiertos como platos y la cara en modo pasmarote, se me acercó al oído y me dijo:

  • Vámonos de aquí.

Lo miré sin cambiar la expresión de la cara y asentí. Nos montamos en su coche y me quedé un momento mirando al frente sin pensar en nada, estaba como shockeada. En un instante me cogió la cara y nos miramos a los ojos. Al instante siguiente nuestros labios se unieron en un beso lento y húmedo. Las lenguas jugaban tímidas al principio pero se fueron espabilando poco a poco pasando a ser un beso salvaje y apasionado. Mis bragas se estaban mojando a la velocidad del rayo cuando me dijo:

  • Vamos a un sitio más tranquilo.

De nuevo volví a asentir con cara de idiota y él me sonrió. No pregunté dónde me llevaba. Me daba igual. Tenía algo que me hacía confiar en él, pensamiento quizás sesgado por mi calentura. El camino se me hizo eterno. Quería comérmelo entero y tenerlo entre mis piernas a la de ya.

El conducía mientras yo no le quitaba ojo de encima. Frenó, miré al frente y una puerta de garaje comenzó a abrirse. No sabía ni en qué lugar de la ciudad nos encontrábamos. Bajamos la rampa y aparcó. Apagó el coche y volvió a besarme como si no hubiera un mañana. Empezó a manosearme todo el cuerpo y a besarme por el cuello. Yo gemía mientras me dejaba hacer. Abruptamente se separó de mi y bajó del coche. Yo me quedé allí sentada sin saber qué hacer. Si escurrir mis bragas hubiera sido algo lícito, el sótano habría acabado inundado. Qué barbaridad. Vino hacia la puerta del copiloto, la abrió, se agachó y mientras me mordía el labio inferior pasó un dedo por mi entrepierna.

  • ¿Bajas?

Asentí. Cerró el coche y lo seguí hasta el ascensor. Comenzó a contarme que vivía ahí desde hacía poco tiempo. Había tenido que comprar esa casa por circunstancias de fuerza mayor pero me comentó que su otra casa estaba mejor, más preparada. No sabía a lo que se refería pero tampoco pregunté. Llegamos a no se qué planta y abrió la puerta a la derecha. Yo no me enteraba de nada, no pensaba, estaba en blanco. ¿Qué hacía allí con ese tío? ¿Podía fiarme de él? ¿Quién era? ¿Qué quería de mi?

Entramos en la casa y objetivé que tenía buen gusto. Todo era blanco y negro y había algunas plantas y cuadros de distintos tamaños en la pared. Tenía un sofá enorme con pinta de ser bastante cómodo. Una butaca antigua y una lámpara de pie al lado de una estantería con muchos libros. Me acerqué a ver los títulos.

  • ¿Te gusta leer? - me dijo al oído desde detrás de mi.

  • Me gusta bastante - le dije dándome la vuelta.

  • Pues hoy no hemos venido aquí a eso.

Me volteó de nuevo y comenzó a tocarme las tetas y besarme por la nuca. Llevé mi mano hacia atrás buscando su polla y para mi sorpresa estaba totalmente empalmada. Me apartó la mano y cogiéndome también la otra me puso en cruz. Quitó las manos y yo no me moví pensando que quería que estuviera en esa posición. Me levantó la camiseta y mientras me lamía toda la espalda me tocaba el culo con tesón, como intentando borrar mis pantalones. Sus movimientos fueron tornándose más lentos y dirigidos hacia mi vulva. Las caricias eran muy suaves pero aun teniendo el pantalón de por medio me resultaban muy placenteras.

Yo solo podía gemir y humedecerme aun más si es que eso era posible. Quitó sus manos de mi y en un instante no hizo nada. Giré la cabeza para ver que estaba haciendo cuando me cogió el cuello por detrás y bruscamente me dirigió al sofá. Me puso a cuatro patas mirando a la pared. Me abrió las piernas y ahí me quedé, totalmente expuesta, aunque aun vestida. Me estuvo acariciando todo el cuerpo durante no se cuánto tiempo. Sus caricias en mi entrepierna seguían siendo delicadas aunque presionaba algo más fuerte. Yo no podía más, necesitaba besarlo, lamerlo, tenerlo de frente. Necesitaba su polla y se estaba convirtiendo en algo urgente para mi.

Me erguí y me puse de pie frente a él. Me miraba con deseo, con lujuria. Lo besé con pasión mientras le acariciaba la espalda y el culo. Con mi mano derecha le cogí la polla y volvió a apartarme la mano. Dejé de besarlo y lo miré con el ceño fruncido:

  • NO - le dije.

Me sonrió. Me solté de su mano y le desabroché el pantalón. Se lo bajé mientras me arrodillaba sin mirarlo y me ayudó a quitarlos del todo. Subí las manos para quitarle los calzoncillos y con los dedos todavía agarrando la goma, lo miré. Se los bajé mientras sus ojos seguían clavados en los míos. Su polla estaba delante de mi. Saqué la lengua sin apartar la mirada y empecé a jugar. Del gusto cerró los ojos y se arqueó hacia atrás. Eso era lo que yo quería: esa polla tendría mi atención a partir de ahora y él no me la iba a negar. Lamí toda la parte inferior desde la base hasta llegar a la punta y sin poder resistirlo me la metí entera en la boca. Mi lengua se movía lo mejor que podía y mi succión estaba casi al máximo de mis posibilidades. Se la agarré con las manos pajeándole mientras mi lengua jugaba con su glande. No se si los ruidos que emitía se pueden considerar gemidos pero todo en él indicaba que eso le estaba gustando.

Creyéndose en libertad de poder hacerme cualquier cosa, me cogió la cabeza con las manos. Despacio me atrajo hacia él y la polla se metió en mi garganta todo lo larga que era. Hice fuerza hacia atrás pero se resistía. No puso mucha más oposición y eso no estuvo mal, pero me levanté del suelo y le dije:

  • Una y no más.

Ahora el que estaba mudo era él. Esa pícara sonrisa era lo único que sabía expresar. Me empujó dulcemente y caí sentada en el sofá. Se quitó la camiseta y al fin se encontraba desnudo ante mi. Se arrodilló y me descalzó. Me desabrochó el pantalón y lo bajó. Se levantó y me quitó la camiseta. Se sentó a mi lado y mientras me besaba el cuello me abrió las piernas. Solo el fino hilo de mi tanga cubría la parte inferior de mi cuerpo. Sin quitarme el sujetador empezó a acariciar mis pezones. Los pellizcaba de una forma que me hacía enloquecer. Qué caliente me estaba poniendo. Deseaba que su mano bajara y me tocara el clítoris o me penetrara aunque fuera con los dedos. Esa era mi siguiente urgencia, y demasiadas estaban siendo ya. ¿Cómo había conseguido calentarme de esta forma? Me desabrochó el sujetador y el tacto de esas grandes manos en mi espalda me hizo enloquecer y gemir. A él le gustó y siguió haciéndolo mientras me besaba. Mis pechos se aprisionaban contra él, los pezones dolían por su dureza. Comenzó a pellizcarlos y a estirarlos. Al principio pensé que quizás con demasiada fuerza pero ese pasajero momento de dolor se convirtió en excitación. Yo chorreaba y no pude callar:

  • Tócame, por favor.

  • ¿Te gusta que te toquen o que te coman?

Sin darme tiempo a contestar me tumbó en el sofá de un empujón. Se arrodilló entre mis piernas y me bajó el tanga quitándolo por completo sin dejar de mirarme. Se echó hacia delante apoyando un puño sobre el sofá, se inclinó y me besó suavemente. Tras unos segundos así, su otra mano se dirigió hacia mi raja y pasó un dedo por el medio, abriéndola. Eso me volvió loca. Sin parar de besarme empezó a jugar con mi clítoris, tocándolo en círculos, a veces más rápido, otras más despacio. Sin poder aguantar le cogí la mano y la dirigí hacia la entrada de mi vagina. Paró ese movimiento en seco y mordiéndome el labio se separó de mi y a escasos centímetros de mi cara dijo:

  • NO. Lo primero que va a entrar en esa vagina es mi polla. ¿La quieres ya?

  • Si - le dije.

  • Vas a tener que esperar - soltó con cara de malicia.

Su mano continuó estimulando mi clítoris mientras se iba arrodillando. Se inclinó sacando la lengua y la pasó por el interior de mis muslos subiendo hasta las ingles. Que delicia. Necesitaba esa lengua en mi clítoris o esa polla dentro de mi. Pasó a mis labios mayores recorriéndolos en toda su longitud. Me los separó con los dedos y finalmente pude sentir esa lengua justo donde yo quería. Empezó a moverse como loca. Yo gemía, me arqueaba, me tocaba las tetas, me pellizcaba los pezones. Tenía unas ganas desmedidas de sentir cualquier cosa de ese tío dentro de mi. Le cogí la cabeza para mirarlo y con cara de niña buena le dije:

  • Por favor, fóllame.

  • Como me pone que me lo pidas por favor.

  • Necesito que me folles y lo necesito ya.

  • Esta vez voy a ser bueno contigo.

  • Por favor, hazlo.

Se chupó los dedos y se recorrió la polla para humedecerla aunque no hacía falta pues yo chorreaba. Verle hacer eso me encendió todavía más. Mi cabeza no funcionaba bien. El deseo de que me follara me nublaba el pensamiento. Tenía esa necesidad y yo cuando necesito algo lo consigo. Estaba como ida. Esto se estaba haciendo de rogar. Al fin se agachó y mis piernas subieron instintivamente rodeando sus caderas y dirigió su polla a mi vagina que estaba deseosa de recibirla en su interior. Y ocurrió; mirándome a los ojos me la metió despacio hasta el fondo. Que sensación. Me llenó entera y durante unos segundos la dejó dentro mientras me besaba. Cerré los ojos gimiendo de placer. Lo sentí salir, pero no volver a entrar. Se escapaba y así lo hizo, también de mis labios pasando a morder mis pezones haciéndome sentir un reconfortante dolor. Bajó besándome por todo el cuerpo hasta que llegó al clítoris y lo rodeó jugando. Yo no podía más, pero él era el que decidía qué hacer conmigo. Si es verdad que me la había metido pero me dejó con ganas de ser literalmente empotrada. Yo seguía sin poder pensar ni razonar. Sin esperarlo me metió un dedo mientras no dejaba de lamer mi clítoris que se encontraba abultado, rojo y muy muy caliente. Empezó un mete-saca delicioso, que aunque no fuera con la polla me encantaba. Metió otro dedo más y aquello ya si que era demasiado.

  • Me voy a correr.

  • Pero recuerda que te vas a correr porque yo quiero.

Esas palabras fueron el inicio del aquel orgasmo. Me encanta disfrutarlo en silencio desde el inicio hasta que las sensaciones son intensas y las piernas comienzan a temblar. Empecé a gemir escandalosamente y le aprisioné la cabeza con mis piernas. Llegó. Sus lamidas hacían que mis contracciones fueran continuadas e intensas y el roce de esos dedos aprisionados me estaba transportando a unas sensaciones nunca antes experimentadas. Sus dedos salían y entraban suavemente y cada vez que su lengua me rozaba yo tenía un espasmo, cosa que parecía encantarle.

Mi vagina terminó de contraerse y él se levantó y sacó sus dedos. Los dirigió a mi boca y los lamí como esperando sentir algo del placer que me habían proporcionado. Los dejé limpios, me erguí y lo besé salvajemente. Ahora si que me la tenía que meter. Tenía que estar deseándolo joder.

Tomé la iniciativa y me puse a cuatro patas ofreciéndoselo todo. Sin hablar se colocó de pie detrás de mi y me la metió de golpe sin previo aviso, dando paso a un mete-saca rápido y duro que me hizo gritar como una loca. Que rico me estaba dando y que agradecida le estaba por ese placer tan intenso que sentía. Sus huevos chocaban contra mi clítoris de tal manera que me corrí otra vez y cuando mis contracciones terminaron empezó a darme lento y profundo. Se echó encima de mi y me dijo:

  • Chupámela, quiero correrme en tu boca.

  • ¿No lo vas a pedir por favor?

  • Recuerda que eso solo lo haces tu. Yo me voy a correr en tu boca y ahora porque así lo deseo.

Y mientras todavía seguía follándome a cuatro patas le dije:

  • Como y cuando quieras, Amo.

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