Aquí Paz y después Gloria
¿Qué estaría dispuesta a hacer una chica para comprobar el grado de fidelidad de su novio?
AQUÍ PAZ Y DESPUÉS GLORIA
CAPÍTULO 1. PON A PRUEBA A MI NOVIO. PUNTO DE VISTA DE PAZ.
El camarero, tras servirnos las consumiciones y cobrarme por adelantado, pues fui yo quien se apresuró a aligerar el bolsillo, se marchó. Hacía calor afuera, un calor achicharrante, pero dentro del establecimiento se estaba fresco gracias al aire acondicionado.
—Así que llevas cinco meses con él —tanteó Gloria, una amiga de toda la vida.
—Seis y pico —especifiqué—. Bueno, prácticamente siete.
—Está muy bien, tía —aprobó—. Espero que la cosa siga adelante.
Tres adolescentes con mochilas pasaron cerca de nosotras en dirección a una mesa libre. Ninguno de los tres se privó de observar con descaro el cuerpo de Gloria. Era lo normal. La exuberancia de sus curvas y lo mucho que se le resaltaban sus pechos redonditos con el escote que lucía, eran la mejor tarjeta de presentación ante el ámbito masculino. Yo tenía muy poco pecho. No tenía un cuerpo de mujer diez como ella. Estaba bastante delgada y no era fea, pero nunca llamaría tanto la atención como mi bella amiga.
Esos muchachos habían reaccionado con naturalidad, porque uno pone el ojo donde le gusta mirar y, lo siento por el chiste fácil, pero todo el mundo quiere estar en la Gloria. Uno de ellos era bastante guapillo, pero mi amiga no se dignó siquiera a mirarlos. Gloria no salía a la calle de cualquier manera y menos en verano. Siempre lo hacía con las uñas pintadas, maquillada, con unas sandalias monas y exhibiendo su cuerpazo de infarto, aunque no pretendiera ligar.
—Paz, tesoro, tu dirás…
Gloria me instaba a hablar, a que fuera directa al grano. Seguramente tendría mejores cosas que hacer que hablar con una vieja amiga. De hecho, desde hacía una año o así, nos veíamos de ciento al viento. Y desde que yo me había echado novio, ni siquiera eso. Ella no tenía novio formal que yo supiera, pero seguro que un viernes por la tarde tendría planes con algún novio informal. Y si no tuviera no tendría más que entrar en un bar y le lloverían los planes. A Gloria siempre estaba muy solicitada, porque conocía a mucha gente. Me daba un poco de apuro empezar, pero ya no podía dilatar más el motivo por el que había citado a mi amiga en aquella heladería.
—Me gustaría pedirte algo —solté al fin—. Llevo casi siete meses con Mario y la verdad es que estoy encantada con él. Nunca me ha ido demasiado bien con los tíos, pero siento que con él todo es diferente, que he dado en el clavo, que tiene todas las cualidades que andaba buscando.
—Eso está muy bien, pero no entiendo qué tiene eso que ver conmigo.
Le hice un gesto con la mano de paciencia, que ya llegaría ahí. Proseguí:
—Ya sabes que mi padre abandonó a mi madre al poco de nacer yo. Y la verdad es que por culpa de eso tengo bastante miedo. No quiero que me vaya mal con los hombres. No quiero estar con un niñato que no tenga claras las ideas de cara al futuro. Mejor sola que mal acompañada. No me quiero equivocar, porque puede que Mario sea el hombre de mi vida.
Mi interlocutora sonrió abiertamente.
—Te entiendo perfectamente, tía. Ninguna queremos que nos vaya mal —corroboró Gloria. Entonces observé como lanzaba una mirada fulminante, una mirada como la de una bruja echando el mal de ojo, sobre alguien que estaba a mi espalda. Me volví y vi como un señor mayor se daba la vuelta sobre un taburete giratorio de la barra.
Gloria me ofreció una explicación de lo acontecido:
—El abuelo ese me estaba rayando. El muy cabrón, no me quitaba ojo de encima. En fin, sigue.
—Cuando estábamos en el instituto e iba a tu casa para enseñarte a hacer ecuaciones o a analizar frases, siempre me decías que era una amiga de verdad y que no sabías cómo devolverme el favor. ¿Te acuerdas?
—¿Cómo no me voy a acordar? —ponderó asintiendo con la cabeza—. Te he dicho infinidad de veces que si no es por ti, habría dejado colgado el instituto.
—Necesito que me devuelvas el favor. Ahora es el momento.
—Paz, nos van a dar las uvas y todavía no sé qué es lo que quieres. Déjate de intrigas y dímelo sin tapujos.
Hice una pausa teatral.
—Quiero que te intentes liar con mi novio. Tengo que comprobar como sea si es mi príncipe azul o un cerdo aficionado a revolcarse en el barro.
Gloria me miró directamente a los ojos con sus hermosas pupilas azuladas.
—No te entiendo. ¿Dices que estás muy bien con él y quieres que me lo trajine? ¿Acaso crees que te está poniendo los cuernos?
—No van por ahí los tiros —denegué—. Si pensara que me está poniendo los cuernos pediría ayuda al Isma. Ya sabes que trabaja en una agencia de detectives y no creo que tuviera inconveniente en hacerle un seguimiento y pillarlo con las manos en la masa.
Por cierto, no hay nada como conservar una buena red de amigos con distintas habilidades, para brindarte su ayuda en un momento dado.
Gloria cruzó los dedos de las manos y expuso sus reticencias en tono dubitativo.
—Paz, tía, una cosa es hacer un favor y otra pedirme eso.
Debía actuar con convicción y firmeza.
—Gloria: No te estoy pidiendo que te acuestes con él para que opines si folla bien o es un desastre en la cama. Me basta con que lo seduzcas, lo provoques y me digas si entra al trapo fácilmente para meterte mano o se resiste. Yo no conozco a ninguna chica tan atractiva como tú, y además nunca os he presentado; él no te conoce de nada. Si pasa esta prueba de fuego y te rechaza, sabré que Mario es un hombre de palabra y que vale la pena estar con él y en breve puede que suenen campanas de boda.
—¿Y si logro engatusarlo?
—En ese caso, ya se puede ir buscando a otra —respondí con contundente desdén—. Me ha dicho mil veces que estaba enamorado de mí y creo que alguien serio que afirma estar enamorado debería resistir cualquier tentación. Y quién mejor que tú para poner los dientes largos a un chico. Yo no creo que hubiera en el instituto un solo chico, e incluyo a los profesores, que no hubieran querido algo contigo.
Gloria sopesaba mis palabras, mientras yo ponía carita de buena y ponía las manos en posición de rezar delante de sus narices.
—Por favor, Gloria —insistí—. En una ocasión me dijo que yo era su media naranja y que nada en el mundo podría separarnos. Ah, sí, me dijo también que sentía que me había conocido en otra vida pasada y que por eso estaba tan a gusto conmigo. Y que yo era una obra compuesta por sus buenos pensamientos. Cosas increíbles.
—¡Qué romántico! —comentó Gloria con exagerado entusiasmo.
—En otra ocasión estábamos sentados en el banco de un paseo y pasó una patinadora guapísima, agitando su larga melena por un carril bici. Iba con mallas y la verdad es que saltaba a la vista que la chica estaba maciza hasta decir basta. Quise provocarle y le pregunté si le gustaba esa chica y sabes qué me dijo.
—¿Qué?
—Que su cuerpo estaba bien, pero que quizá su alma no estuviera a la altura. Y que yo le daba paz, y que posiblemente una chica como esa solo me daría guerra.
Glorio dio un sorbo a su bebida sin dejar de prestarme atención. Continué:
—El fin de semana pasado estábamos caminando por un parque y, vimos a dos chicas ciclistas que se habían parado en una fuente a beber agua. Una de ellas, de pelo rizado, se agachó para beber, ofreciendo una espectacular panorámica de sus prominentes nalgas. Admito que la chica estaba muy buena. Me gustaba hasta a mí, y eso que no me gustan las mujeres. Le pregunté que qué le parecía esa mujer y me dijo afectando indiferencia que sí, que no estaba mal. “No, tío. De eso nada” le respondí con indignación, casi enfadada. Realmente no sé por qué reaccioné de una forma tan desmesurada: se me fue un poco la pinza. “Esa chica está buenísima, cojonuda, muchísimo mejor que yo. Yo no tengo esas piernas, ni esas pedazo de tetas, ni ese culazo, ni soy tan alta. Esa chica está para bajarle las mallas y amorrarse ahí abajo hasta que se te seque la lengua. Es lo que pensáis los tíos cuando estáis entre vosotros, ¿o no? Pues claro que sí, joder, pues claro que sí. No me digas que no te gustaría tener sexo con ella, porque no me lo creo ni loca. Otra cosa es si ella se te riera en la cara o te mandara a freír espárragos, pero ese es otro tema. Pero no me digas que te parece que no está mal en tono de cordero degollado. Reconoce al menos que es una tía cañón, porque lo es y no me voy a creer lo contrario en la vida.”
—¿Y qué te dijo?
—Me señaló dos tíos que estaban corriendo por un camino de gravilla, flanqueado por parterres. Uno era alto, rubio llevaba camiseta ceñida de tirantes y lucía unos músculos tonificados. Un adonis. El otro estaba un poco peor, pero tampoco estaba mal. “¿A ti que te parece ese?” me preguntó refiriéndose al alto. Pues que está bueno, qué me va a parecer. Pero no despierta nada en mí porque la sexualidad de las mujeres no es igual que la de los hombres. “¿Por qué?”, quiso saber. Porque las mujeres, aparte del físico, necesitamos conocer muchas otras cosas de un hombre. “Pues lo mismo nos pasa a nosotros. Así que deja ya de pensar que todos los chicos somos simios en celo, porque no lo somos. De hecho, mucho menos de lo que te piensas.”
—Buena respuesta. ¿Y cómo es este chico? ¿Cómo es en la cama? —quiso saber Gloria.
—Cuando lo conocí no tenía pinta de haber echado un polvo en su vida. Me contó con había tenido una especie de novia, pero que no había ido la cosa bien con ella, que no sentía nada y que no se la había follado. De hecho, la primera vez que follamos decía que le daba vergüenza moverse, que se sentía ridículo. Increíble, pero cierto. Pero ha avanzado a pasos agigantados. Ahora se le puede considerar un experto.
—Los tíos son muy cerdos —me advirtió Gloria—. Y los que parecen cortadillos son los peores. En cuanto se desmadran, quieren recuperar el tiempo perdido. Te lo digo por experiencia. Quizá sea un lobo con piel de cordero.
—Por eso te pido ayuda. Creo que me quiere, pero siempre me queda la duda de si se iría con otra, si tuviera la oportunidad. Yo no quiero un vividor; ya he pasado por la experiencia de estar con un caradura y te aseguro que no me queda ninguna gana de repetir la vivencia. Pero tampoco quiero a un chico que esté conmigo en plan de rebajas, porque no tenga recursos para conseguir una novia que le guste más. No sé si me explico. ¿Está conmigo porque no le queda más remedio o porque le gusto mucho?
—¿Qué tal lo hace? —insistió Gloría, invitándome a entrar en detalles morbosos.
—Me adora, tía. Besa el suelo que piso —aquí disminuí el tono de voz por si había algún cotilla pendiente de nuestra conversación—. Si le digo que me apetece que me coma el coño, me pongo sobre él a horcajadas y me lo come enterito, sin dejar nada. Si quiero que me coma el ojete, me mete la lengua hasta el fondo. Y si quiero que me chupe los pies: lo hace encantado, sin protestar. Y la verdad es que no me puedo quejar de cómo folla. Al principio era bastante flojito, pero ha ido mejorando poco a poco y ahora me lo paso en grande. También en los prolegómenos me gusta lo que me hace. Es bastante imaginativo.
Gloria hizo una pausa.
—Está bien, tía. Por lo que me cuentas, creo que no va a picar el anzuelo, pero no te puedo negar este favor, porque tú nunca te has negado a ayudarme con los estudios cuando lo he necesitado y gracias a ti, hoy no me va nada mal con el curro. Le voy a tentar todo lo que pueda. Por cierto, ¿no tienes miedo de perderlo? ¿No tienes miedo a que se enamore de mí? Te aseguro que en cuanto entre en acción, vas a ver a una loba desplegando todas sus malas artes. Quizá sea peor el remedio que la enfermedad. Quizá por propia voluntad él nunca buscaría a otra mujer, pero si una se le pone a tiro… ¿Estás segura de haberte parado a pensar todo esto?
—Sí, claro que lo he pensado —respondí con firmeza—. Tengo miedo, pero más miedo tengo de pasar por la misma situación que mi madre. Criar una hija siendo madre soltera es muy duro. Y criarse sin padre también. Si alguna vez tengo hijos, no quiero que pasen por lo mismo que yo. Hay decisiones que son para toda la vida y así debe ser. Si me quiere, lo normal sería que me lo contara, que le incomodara enrollarse con otra. Si se aprovecha, que lo zurzan; es señal de que nunca me ha querido. Tengo veintitrés años: no es tarde para que aparezca otro que me quiera de verdad.
—En tal caso, dime cuáles son tus planes.
—El domingo por la mañana a eso de las diez, sale a correr por un camino que hay cerca de su casa, entre unos pinares. Va solo porque a mí no me gusta correr. Me lo ha propuesto muchas veces, pero no he ido nunca.
—¿Me enseñas una foto suya?
Saqué el móvil y le enseñé varias fotos para que se hiciera a la idea de su aspecto físico. También le indiqué su domicilio para que el domingo permaneciera atenta por las inmediaciones.
—¿Y si llueve? ¿También sale a correr si llueve? —inquirió Gloria.
—Si llueve mucho quizá no vaya, pero el pronóstico del tiempo indica que va a hacer un día soleado. De todas maneras, mañana le preguntaré si va a ir y te lo confirmaré mandándote un mensaje. Si no va por el motivo que sea, ya pensaremos en otra manera de que le conozcas, pero creo que estar por un camino corriendo os brindará una buena oportunidad de estar solos y de que le calientes un poco. ¿Hay alguna otra cosa que quieras decirme?
—Nada, tía —me dijo—. Ya te contaré el domingo.
CAPÍTULO 2. UNA TÍA BUENA O UNA BUENA TÍA. PUNTO DE VISTA DE MARIO.
Como todos los domingos, salí a correr. Era una costumbre que tenía muy arraigada. Y aquel, soleado domingo de junio no iba a ser una excepción. Me puse los pantalones cortos, la camiseta y me calcé mis zapatillas de deporte. Hice algunos ejercicios de calentamiento en casa, a fin de prevenir lesiones y bajé a la calle por las escaleras. Nunca tomaba el ascensor para ir a correr; me parecía un contrasentido.
Corría aproximadamente una hora. Durante los primeros minutos, iba a un ritmo muy suave, el necesario para desentumecer los músculos; luego adoptaba una velocidad mayor.
No llevaría ni un minuto corriendo, cuando oí una voz a mis espaldas y, sin detenerme, giré la cabeza. Una chica preciosa vestida con unas mallas de color violeta hasta la rodilla y una camiseta fucsia bajo la cual rebotaban unas buenas tetas, trataba de captar mi atención.
—¿Sí? —respondí.
—Oye, perdona que te moleste —me dijo—. ¿Te importa que vaya contigo? Mi amiga no ha podido venir y no me gusta correr sola.
La verdad es que me quedé petrificado. Esto no era muy habitual. Una tía buena desconocida pidiéndome que corriera con ella. Mi sueño hecho realidad. Y me tenía que suceder precisamente ahora que tenía novia. Supongo que era cierto eso que decían de que se liga más con novia que soltero. Me habría parecido descortés negarme, pues tan solo me estaba pidiendo correr conmigo, de modo que acepté:
—Me llamo Mario —me presenté con una leve inclinación de cabeza, sin dejar de correr.
—Yo, Gloria.
—¿Qué le ha pasado a tu amiga?
—Se encontraba mal.
—Ah.
Un par de ciclistas en bicicleta de montaña que iban uno junto a otro se cruzaron en sentido contrario. Uno de ellos me miró con envidia. Siempre da prestigio ir junto a una chica guapa. Todos te miran pensando que eres el rey, aunque en este caso no fuera así.
—¿Corres mucho? Yo es que voy a un ritmo normal —me dijo la chica.
—No, voy a un ritmo suave para no reventarme —respondí, aunque al haber aceptado ir con ella sabía que íbamos a ir a una velocidad bastante moderada. Aunque, por supuesto, estaba encantado con aquella novedad.
Un atleta nos adelantó corriendo a una velocidad endiablada. A juzgar por el aspecto de sus piernas, era uno de esos tipos que tienen pinta de aguantar mucho rato, a un ritmo muy rápido. Seguimos trotando a un ritmo discreto.
—¿Haces algún otro deporte aparte de correr? —le pregunté para que la conversación no decayera.
—Hago ejercicios para glúteos en casa —me contó dándose unas ligeras palmaditas en sus cachetes—. Ya sabes, para que no se me ponga gordo el culete.
Aquello era una crueldad del destino. Qué encanto de tía: que palabras más majas. La de veces que había soñado con conocer a una chica desinhibida como ella y nada. Y además, o mucho me equivocaba, o estaba coqueteando. Pensó en Paz, sentía que, en cierta forma la estaba traicionando, aunque tan solo estaba corriendo junto a una chica, pero la presencia de esa joven era demasiado adictiva como para huir de ella fácilmente. No me podía resistir a seguir participando en aquel juego, aún sabiendo que jugaba con fuego, sin saber dónde podría acabar todo aquello. Le solté un piropo:
—Pues debes poner mucho empeño en los ejercicios, porque estás muy buena.
La sonrisa fue angelical; la voz, dulce:
—Gracias —dijo.
Al poco llegamos a un parquecillo con una fuente y unas cuantas estructuras de madera y hierro para hacer ejercicio, además de unos bancos. Había una barra para hacer dominadas dispuesta entre dos palos verticales y un banco para hacer abdominales, además de otros rudimentarios aparatos para ejercitarse de diversas maneras.
—Estoy seca, ¿paramos un rato? —me propuso.
No solía pararme hasta haber completado mi rutina, pero tenía una acompañante sedienta y ni que decir tiene que lo caballeroso era adaptarme a su ritmo y a sus caprichos. Los chicos siempre nos dejamos mangonear por las chicas todo lo que haga falta.
Se agachó para beber agua y yo me quedé contemplando su bien dibujado culo y el resquicio de piel que apareció entre su camiseta y las mallas, con una creciente mala conciencia. Llevaba la camiseta bastante sudada por la parte inferior. Me coloqué en otro ángulo: la rajilla del chochete también se le marcaba. No llevaba ni tanga.
Después de beber agua, vi como se bajaba un poco las mallas por un costado, de manera que dejó a la vista un trocito de la parte superior de la raja de su culo, así, como si tal cosa, impúdicamente. Pensé que quizá estuviera soñando.
—Mario, mira. ¿Tú crees que se me nota mucho la marca?
En efecto, se notaba un destacado contraste entre la piel blanquecina y la parte tostada por el sol. Aunque lo que más claro me quedaba, era que me estaba provocando. Esta tía quería algo. “¿Tú crees que se me nota mucho la marca?” repetí en mi fuero interno con su seductora entonación. Aquello era más de lo que el más ascético de los lamas podría soportar. Eso es algo que se le comenta a una amiga en privado, no a un tío al que se acaba de conocer y que seguramente estará deseando follar, como todos.
—Un poco, sí, un poco —titubeé con nerviosismo, notando que me faltaba el aire más que cuando corría a tope—. Pero te queda bien.
—Lo odio —repuso—. No me gusta que me queden marcas. Me queda fatal.
Luego se dirigió a una bancada de madera, junto a la que había un poste con una chapa metálica con unas indicaciones para hacer ejercicios.
—Sujétame las piernas, Mario, que voy a hacer dorsales.
Ella seguía dando órdenes a diestro y siniestro y yo obedeciendo encantado. Me senté al lado de sus pies y le sujeté las piernas por las suaves pantorrillas; ella, tumbada boca abajo, empezó a elevar el tronco. ¡Qué macizorra estaba! No podía quitarle ojo de su culo. Menudo culazo de brasileña que tenía. Bueno, al trasero allí lo llaman “bumbun”. ¡Qué a gusto le habría bajado las mallas!
Miré hacia el camino temiendo que apareciera en ese momento Paz. Me lo hubiera merecido por marrano. O quizá una amiga de Paz. Sí, una amiga de Paz que no tardara ni cinco minutos en ponerle sobre aviso acerca de lo sumamente guarro que podía llegar a ser su novio. Estaba haciendo malabarismos con antorchas, apenas tenía práctica y podía quemarme de un momento a otro. Noté como mi miembro, que hasta entonces había permanecido impasible, distraído por el ejercicio físico, reaccionaba ante la acumulación de estímulos.
Un hombre canoso y de poca talla pasó por el camino paseando a un perro. Miró un momento hacia donde estábamos con curiosidad, pero pasó de largo acelerando el paso.
Gloria seguía esforzándose en terminar la serie. Era evidente que la chica no llevaba nada debajo de las mallas. Aparté la vista para mirar los árboles y alejar los malos pensamientos.
—¿Te importa darme unas friegas en los muslos para ponerme a punto? Estoy un poco anquilosada.
Mi deseo crecía a la par que mi miembro, más el ángel bueno de mi conciencia puso el piloto automático de la fidelidad para que la situación no se me fuera de las manos y nunca mejor dicho. Una cosa es colaborar con una chica para que haga ejercicios y otra meterse ya a amasar el pan. Después de amasar el pan, está claro que el paso siguiente es meterlo en el horno para que termine de adquirir su volumen definitivo.
Me puse en pie contra mi voluntad, venciendo mi descomunal deseo.
—Gloria: no te lo he dicho hasta ahora, pero tengo novia.
—¿Y qué? —respondió como si aquello fuera algo irrelevante, del estilo: “El Pisuerga pasa por Valladolid”—. Yo también tengo novio.
Tragué saliva. Era obvio que se trataba de una tía liberada de las servidumbres conyugales. Pero estaba resuelto a no ceder. Sabía que estaba desbaratando la mejor posibilidad que me había surgido y que posiblemente me surgiría de tener una aventura, pero Paz estaba grabada con cincel en mi conciencia. Sentía que había entre nosotros una conexión espiritual y no quería estropearlo por un rato de goce. La sensación de que aquello no acabaría bien era abrumadora. Me hacía estar al borde de las lágrimas. Estábamos solos y no creía que mi novia se fuera a enterar, pero en la vida, como en el billar, a veces se producen carambolas impensables.
Siempre he pensado que las tías son muy listas y que acabarían descubriéndome si no les fuera fiel. Nunca he sabido mentir. Supongo que por eso he follado tan poco.
—Eres un encanto de tía y me lo estoy pasando muy bien contigo. Pero yo no puedo tocarte así, sin más. Qué más quisiera yo, pero estoy comprometido. Voy en serio.
La tía no entendía o hacía como que no entendía. Me miró con un gesto de extrañeza:
—Oye, que no estoy pidiendo que me eches un culo. Simplemente te estoy pidiendo que me hagas unos masajes en los femorales con la mano. ¿Qué tiene de malo?
—No, si de malo no tiene nada —ironicé—. Es demasiado bueno para ser verdad incluso. Fíjate si es bueno que la polla se me está poniendo como una roca —solté sin tratar de suavizar un lenguaje que impregné de toda la grosería posible.
Gloria miró el abultamiento redondeado de mi entrepierna y se rió.
—Eres un encanto. ¿Cómo se llama tu novia?
—Paz.
—A mí mi novio no me dice lo que puedo o no puedo hacer, porque no manda sobre mí. Y claro lo lleva si piensa que me va a controlar. A ti, si te entran ganas de mear, meas, ¿no?
—Claro, pero no ofendo a nadie por mear. Tengo una especie de pacto con la chica con la que estoy y si se enterara de esto, seguro que se cabrearía.
—¿Cabrearse por qué? ¿Por hacerle un masaje a una amiga? Qué posesiva y que rara es tu novia, ¿no?
—No sé que decirte. Lo único que sé es que si se entera de que estoy con otra haciéndole un masaje, no creo que le haga mucha gracia, la verdad. Ella no es tan liberal como tú.
Gloria hizo gestos de negación con la cabeza, con incredulidad.
—Yo no conozco a ninguna Paz, de modo que no se va a enterar. Te puedo asegurar que me he acostado con cuantos tíos me he apetecido y supongo que mi novio tampoco ha desperdiciado oportunidades, pero seguimos quedando para follar o lo que se tercie. Y en el momento que no esté a gusto le daré puerta y ya está. Es carne sobre carne. Solo carne sobre carne.
—A mí no me gustan esa clase de relaciones.
—Tienes la cabeza hecha polvo por las ideas que te han metido en la cabeza. A mí me entran ganas de mear y meo y se mi entran ganas de follar, follo. Las dos cosas son naturales y te quedas como nueva después de hacerlas. Tu polla te está indicando lo que te apetece hacer. ¿Qué pasa cuando uno no sigue los dictados de su cuerpo? Pues que aparecen las enfermedades mentales. Y a éstas les siguen las enfermedades físicas. En la vida, hay que hacer lo que te pide el cuerpo en cada momento y ya está. Es la única guía válida.
Gloria se levantó.
—Me voy a mear —anunció—. Y no me espíes, eh, que me enteraré de quien es tu novia y le contaré que me quieres ver el chorrete.
Dicho esto se dirigió hacia la espesura de matorrales y monte cercana, hasta desaparecer.
Dudé en echarme a correr para huir de aquella mujer que me estaba dando su particular lección de filosofía, pero me faltaron ganas, fuerzas o las dos cosas. Quería terminar de escuchar su punto de vista, para ver si me convencía y podía seguir con aquella chica sin remordimientos o debía poner pies en polvorosa irremediablemente.
Al volver me dijo:
—Cuando estábamos corriendo me has dicho que estaba muy buena. ¿Lo hubieras dicho delante de tu novia?
Ellas siempre archivan todo en su memoria. Nunca ese dicho de que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras tenía más validez que al lado de una mujer. Sí, soy incoherente, soy contradictorio y más con un bombón como aquel al lado. No estoy muy acostumbrado a estar con mujeres.
—No, no me habría atrevido —reconocí.
—Ahora acabas de tocarme las pantorrillas. ¿Qué haría tu novia si se enterara? ¿Te mataría a ti, a mí, a ambos?
—A ver: todo tiene unas líneas rojas que es mejor no sobrepasar. Tocarte las pantorrillas mientras haces dorsales tiene un pase. Además no te he manoseado, solo he puesto los brazos encima.
—Pantorrillas sí, muslos no. ¿Y qué pasaría si te dijera que para mí las pantorrillas son una zona erógena importante de mi cuerpo y cuando me has tocado he notado una punzada de gusto en el chochete?
Me quedé callado. ¿Sería verdad que la había puesto cachonda o sería cachondeo?
—Además los muslos bastaba que me los tocaras por encima de la tela acrílica de las mallas. Hasta la novia más celosa permite tocar por encima de la tela. Por debajo es otro cantar, pero por encima está permitido. Te lo digo yo.
Parecía razonable.
—¿Es tu primera novia en serio, verdad? De las que te dejan hacer algo.
—Pues sí —afirmé pensando que se me notaba por culpa de algún cartel luminoso que llevaba sobre la cabeza o algo así.
—¿Ha tenido ella otros novios?
—Sí, dos, pero no encontró en ellos lo que buscaba —le conté repitiendo como un loro las palabras que me había dicho Paz muchas veces.
Gloria hizo el gesto de quien ve confirmadas sus sospechas.
—Esa sabe más que los ratones coloraos, de eso puedes estar seguro. Seguramente está con otros. Vamos, que su chochito no te pertenece en exclusiva. Digamos que está en multipropiedad.
—¿De dónde te sacas eso? —inquirí levemente ofendido.
—¿Te controla mucho? ¿Te ha preguntado donde ibas a estar esta mañana, por ejemplo?
Algo se removió en mi alma. Sentí que me faltaba el aliento.
—Sí, me lo preguntó ayer. Y eso que sabe que todos los domingos salgo a correr por estos pinares más o menos a la misma hora.
—No te asustes, pero eso es señal de que quiere tenerte fuera de su órbita, al menos durante esta mañana.
Me sentí desfallecer. ¿Y si tenía razón? ¿Y si se estaba tirando a algún pavo, mientras yo me empeñaba en mantener una fidelidad a prueba de bombas? ¿Para qué diantres me había preguntado qué iba a hacer ese domingo, si sabía perfectamente lo que hago todos los domingos por la mañana? Pensé inocentemente que iba a venirse a correr conmigo, pero veo que estaba equivocado. La verdad es que últimamente estaba muy rara. Cuando más parece que una relación avanza, más grandes son los obstáculos que hay que superar. Siempre creí que le acomplejaba tener tan poco pecho, aunque yo le había repetido hasta la saciedad que a mí me gustaba ella en conjunto, no disgregada en partes. Pero, ¿a santo de qué vino la que me montó con la ciclista del pelo rizado en el parque? ¿Estaría dudando entre otro y yo antes de dar otro paso en la relación?
—Pero mejor no arriesgarse —me dijo Gloria tratando de manipularme—. Tú en vez de dar cuatro masajes a una nueva amiga en los femorales para que no le pegue un tirón, quédate ahí quietito y vete a tu casa con tu cobardía a cuestas. Pero eso sí, acuérdate toda la tarde de mi y el lunes te jactas de lo atractivo que eres, contándole a alguien de confianza lo que ha pasado, sin dejar de pensar en lo que pudo haber sido y no fue. “No te puedes ni imaginar con la tía que estuve ayer. Qué buena estaba la muy cerda. No llevaba nada debajo de las mallas.” “¿Qué le dijiste?” te preguntará. “Nada, tío, fue ella la que se me presentó. Se me pegó como una lapa.” “No me lo creo.” Te dirá. “Te lo juro por mi vida que es cierto.” E insistirás hasta convencerlo.
Qué cabrona. No andaba mal encaminada la adivina. Aunque claro, qué podía esperar. Las mujeres son una raza superior. De pequeños nosotros nos dedicamos a lanzar objetos y darles patadas a balones, mientras ellas, reunidas en grupitos, se vuelven expertas en manipulación psicológica y en retorcer el lenguaje.
—¿Te convences o vas a salir pitando?
Otra vez me había adivinado el pensamiento.
—Ven, que me vas a ayudar con un ejercicio muy casto —me dijo—. Es para estirar la espalda. Si hay contacto de piel contra piel no dudes en correr todo lo que den de sí tus piernas. No vaya a ser que recibas un castigo divino.
Mi miembro volvía a estar en reposo y accedí sintiéndome estúpido por albergar en mi interior tantos temores inútiles. Solo éramos dos amigos haciendo ejercicio. ¿Por qué no se podía tener una amiga del otro sexo?
Fuimos al aparato de las dominadas y la ayudé a colgarse en la barra. Pensé que más que las dominadas, los dominados éramos nosotros, los hombres. Pero qué culpa tenemos de que ellas tengan entre las piernas lo que nosotros queremos. Luego me pidió que me pusiera debajo de ella. Colocó sus muslos sobre mis hombros. Noté su monte de Venus en mi nuca a través de la fina tela acrílica. Ella me comprimía el cuello con sus abductores. Y mi miembro volvió a desentumecerse; no se estaba portando como un aliado, precisamente.
Un rato después, la bajé al suelo abrazándome a ella por detrás y depositándola en el suelo. Estaba nervioso, inquieto, no podía disfrutar de aquella situación. ¿Y si mi novia aparecía de un momento a otro? ¿Y si se enteraba? Cosas más raras se han visto.
—Tengo calor —dijo. Y fue a remojarse la cabeza en la fuente. La contemplé. Se le calaba la camiseta y el agua ponía sus pezones en relieve. Su vestimenta estaba reducida a la mínima expresión, porque tampoco llevaba sujetador. Se notaba que ahorraba en ropa interior.
—Creo que deberíamos irnos —dije contrariando mis deseos. Estaba tan buena que aquello me parecía irreal. ¿Dónde estaba el truco? Todo aquello rechinaba como una máquina mal engrasada. Yo no era tan llamativo como para volver loca a ninguna y menos a una chica tan increíble como Gloria. Mi conversación tampoco era nada del otro jueves. Habíamos corrido apenas diez minutos. Gloria no parecía muy interesada en el ejercicio sino en provocarme. Y lo más importante, mi intuición me decía que aquella aventura pasajera no podría darme más que problemas. No obstante, estaba anclado al suelo. Aquello era una de las historias más interesantes que me había pasado nunca.
Con una sonrisa de oreja a oreja la chica se acercó a mí y me puso la mano sobre mi polla por encima del pantalón de fieltro. A toda acción le sigue una reacción y no fue otra que la de que mi miembro empezara a enderezarse.
—Un contacto por encima de la tela ya sabes que no tiene importancia; no es motivo de divorcio —se burló impostando una meliflua voz de zorra de línea caliente, mientras me manoseaba mi ya consistente miembro con una mano.
Me debatía entre un intenso deseo y la necesidad imperiosa de poner tierra de por medio.
—Vamos ahí detrás y te dejo que me hagas cositas —me dijo tocándome el torso con unos deditos delicados y juguetones—. Nadie se va a enterar. Si quieres, hasta te dejo que te corras encima de mí; me has caído simpático. Ya me lavaré en la fuente —me propuso indicándome un paraje apartado de las miradas de los curiosos que pasaban por el camino.
Me quedé mirando distraídamente a una pareja que pasaba en bici por el camino. Había algo que no cuadraba. ¿Desde cuando las tías van ofreciéndose así, siendo que no lo necesitan?
¿Quería follar o no? Por querer, sí. ¿Debía? No, no debía. El principal inconveniente es que ella no era Paz. Miré sus dientes perfectos y rectangulares. Los de Paz eran más pequeños y cuadradillos y uno de sus colmillos estaba ligeramente desviado, pero me sentía familiarizado con ellos. Formaban parte de mí. Sentí un colapso en mi mente. No, definitivamente aquello era un error y aún estaba a tiempo de evitarlo. A una chica como Gloria le podía dar una mañana la ventolera de follar con un tío como yo, pero, ¿tendría a Gloria a mi disposición otro día? Pues no, ni de coña. Y como no podía cambiar a una por otra, ni coger lo mejor de una y de otra para crear una especie de monstruo de Frankenstein, me quedaba con Paz. Había estado a punto de convencerme, pero había conseguido vencer la tentación. Prefiero estar en Paz, que padecer un sinvivir por unos cuantos minutos de Gloria.
Una tía tan buena no se arrastra por un tío, a no ser que luego piense pasarte factura. ¿Sería una putilla, quizá? ¿O de esas que por ser mujer se creen que vas a ir detrás de ellas como un perrito faldero para pagarles cada uno de sus caprichos?
—Qué más quisiera yo, pero no puedo. ¿Nos vamos? —pregunté.
Entonces se bajó las mallas. La respuesta a mi pregunta fue esa: bajarse las mallas, dejando al descubierto su chochito depilado y su culo ingrávido compuesto de unos músculos muy desarrollados y definidos.
Me quedé sin aire y el pulso se me aceleró.
—Si eres hombre, te tiene que gustar eso. Si no, es que eres un poco mariquita.
Me agarró con la mano por la muñeca y la condujo a sus curvados glúteos. Su piel era suave, muy suave y estaba recubierto por una capa de sudor.
—Te aseguro que me gusta, pero las cosas no se hacen así. Somos diferentes.
Me solté y me alejé unos pasos. Ella quemaba sus últimos cartuchos, porque sabía que si me echaba a correr no podría atraparme. Su tono esta vez fue perentorio:
—Por hacerte el buenecico, vas a perder la oportunidad de tu vida. Seguro que ahora tu novia tiene un rabo dentro. Todos follamos con todos, entérate, excepto los tontos como tú.
Se subió la camiseta, exhibiendo sus preciosos senos, unos senos que habían crecido lo justo, sin pasarse ni quedarse cortos.
—Mira lo que te estás perdiendo, desagradecido. A una dama no se la trata así.
Tardé en reparar en que en el camino se habían detenido dos chicos que no tenían pinta de tener nada mejor que hacer un domingo por la mañana, que observar aquella gloriosa escena.
En cuanto Gloria reparó en que estaba siendo observada por los dos chicos, se subió precipitadamente las mallas mientras se volteaba para que no exponer los senos a sus sucias miradas.
—¡Qué coño miráis, babosos! —vociferó Gloria con voz desabrida, según se ponía la camiseta.
—El tuyo —dijo uno de ellos.
Y el otro rompió a reír.
Una chica tan guapa como esa no podía estar desesperada, a no ser que fuera ninfómana. Ofrecerse de esa manera tan fácil se me hacía extrañísimo. Pensé en su novio, si es que lo tenía. ¿Qué clase de relación tenían? ¿Puede disfrutarse de una relación así? Yo lo dudaba mucho. Y aunque no tuviera novio, ¿qué más me daba? Aquello no podía acabar bien. No es muy romántico, pero más vale pájaro en mano que ciento volando. Gloria le había hecho dudar de la fidelidad de su novia, pero él no podía desconfiar de Paz sin motivo, solo por meras conjeturas.
Salí corriendo como alma que lleva el diablo, con mi miembro en tensión esperando que la excitación bajara con la carrera.
CAPÍTULO 3. PRUEBA SUPERADA. PUNTO DE VISTA DE GLORIA.
Esperé a que los dos cerdos que me habían visto en pelota picada se alejaran. Mario ya había desaparecido de mi vista hacía rato.
Busqué en la agenda de mi móvil el teléfono de Paz.
—Sí —respondió Paz al primer tono.
—He hecho todo lo que he podido, pero tu novio se ha resistido como gato panza arriba.
—No sabes cómo me alegro.
—Le he ofrecido follar, le he puesto la mano en mi culo, le he enseñado las tetas, pero se ha portado como un caballero. Hasta le he insinuado que quizá tú estuvieras con otro y que por eso le habías preguntado qué iba a hacer aquel domingo por la mañana, pero ni por esas. He estado a punto, pero es muy concienzudo y te tiene en un pedestal.
—¿Dónde está?
—Acaba de irse corriendo empalmado. No es de los que te vayan a engañar a las primeras de cambio, tranquila.
—Gracias, Gloria. Me has hecho un gran favor.
—No ha sido nada tía. De hecho, he pensado que voy a crear una empresa que se llame “Pon a prueba a mi novio S. A.” para comprobar el grado de fidelidad de una pareja.
Se oyeron carcajadas al otro lado.
—En fin, tía, enhorabuena —la felicité—. Mario es de los buenos.
—Gracias por todo, Gloria.
—No hay de qué.