Aquí el activo soy yo

Un relato para leer con una sola mano

Este relato está ideado para leer con una sola mano. Ya sabes, una mano al teclado y la otra...

Instrucciones de uso

:

Este texto puede ser leído tanto en un ordenador personal, como en un dispositivo móvil y para un consumo responsable, se aconseja hacerlo en la intimidad.

Pasos a seguir:

1)Asegurarse de vestir ropa cómoda, de la cual te puedas desprender con facilidad.

2) Agenciarse unas toallitas desechables ( convenientemente húmedas).

3) Dejar la habitación con una luz acogedora.

4)Muy aconsejable poner música relajante( ya eso a gusto del consumidor).

Contra indicaciones

: Su uso indebido,  puede producir fuertes dolores en el aparato genital.

En caso de sobredosis,  el paciente deberá ducharse con agua fría y a continuación disfrutar de un sueño reparador ( si es posible, sin compañía que nos inspiren malos pensamientos).

Consejos facilitado por Juan José Jiménez, Licenciado en

Sexología pura y dura

, por la Universidad, múltiplemente premiada, del Catedrático Ceferino Bejarano Montoya.


Desde luego, tener un rabo en el culo y otro en la boca no era lo que yo tenía pensado para una tarde de sábado, pero bienvenido sea. Con Mariano reventado y sin ganas de moverse del hotel, por el lote de follar que se ha pegado durante los dos días que llevamos en Vigo, mi mejor opción era meterme en la sauna masculina cercana al lugar donde nos hospedamos.

Así que, sin ningún cargo de conciencia, he dejado a mi amigo contando ovejitas con Morfeo y me he venido dispuesto a montármelo con todo macho gallego que no le haga ascos al rico chorizo extremeño.

Ha sido entrar en la zona de las taquillas para cambiarme y ya pude intuir que el ambiente era muy distinto al de Sevilla. Pese a que había unas cuantas personas cambiándose, todas parecían muy discretas y ninguna se cambiaba haciendo alarde de un exhibicionismo gratuito, tan habitual en estos lares.

Como tenía pintado en la cara “no soy gallego”, tuve la sensación que todo el público del local que no estaba entretenido con otros menesteres, se pasó por la zona del vestuario para echarme un vistazo. Tuve que aprobar con nota, porque hubo hasta quien se dio dos paseos. Eso sí, a pesar de ser repetidor, no le califique muy alto y le di a entender intrínsecamente que no tenía nada que rascar conmigo.

Una vez estaba ataviado con el uniforme de la sala de los vapores, me dirigí a la zona de las duchas. Donde me encontré un ejemplar de macho local de lo más sugerente. Peludo, varonil, con cara de bruto y con una polla ancha que te gritaba: “¡Cómeme!”. No obstante, por mucho que me insinué, no me hizo ni puto caso. Por lo que intuí que no era su tipo o que estaba recién follado y que de momento se le habían quitado las ganas de jarana.

Me di una vuelta por el local y salvo tres locas muy jovencitas que tenían pintado en la cara que venían buscando un novio que las quitara de trabajar, el resto del personal parecía salido de un congreso de sementales ibérico.

Aunque he de reconocer que a mí los machirulos de pelo en pecho tipo Bertín, no me ponen mucho.  Tiene su morbo ver todo un catálogo de maricones sin plumas, paseándose delante de ti, ataviados solo con una toalla que le tapa las vergüenzas.

No ha tardado mucho en insinuárseme un tío que, nada más verme, se ha metido mano al paquete de manera descarada. Pese a que estaba en el encaste del local, era poco atractivo y bastante pasado de kilos, por lo que he decidido darme una vuelta en busca de algo mejor.

No he tenido que andar demasiado, para encontrarme un gallegiño que despertara mi libido. Únicamente nos ha hecho falta lanzarnos un par de miraditas para dejarle entrever al otro que había tema. Tras meternos mano y pegarnos un pequeño muerdo, hemos decidido buscar una cabina para seguir desahogándonos.

El tío que me he ligado es un moreno, cuarentón, muy peludo, metidito en carnes y viene equipado de serie con un rabo tamaño XL.  No hacía falta ser un Seneca para darse cuenta que el hombretón tenía tantas ganas de vicio como yo. Así, como quien no quiere la cosa, mientras practicábamos nuestros prolegómenos sexuales, hemos dejado la puerta abierta de la cabina, a ver si alguno de los viandantes por los oscuros pasillos se animaba a unirse a la fiesta.

Aunque hemos tenido varios candidatos para unirse a hacer cositas cochinas con nosotros, hemos dicho tres noes y al final nos hemos decantado por el cuarto. Un tío calvete, alto de unos cincuenta años (cuarenta y largos por la parte más corta), musculado pero con un la tripa justa para darle un aspecto más viril y con un culo redondo, peludo y duro, como a mí me gustan.

Una vez conseguida la oferta del 2x1, les he pedido que cierren la puerta y me he puesto a la faena.  Sé me corto un poco el rollo cuando descubrí que los dos eran activos solamente, con lo que tuve claro que mi rol en aquel trío sería el del Jamón de York del Sándwich.

Tras la cata manual del buen nabo gallego, decidí hacer doblete de sexo oral y fui alternando mi boca entre las dos vigorosas trompetas. Los dos tenían un pollón grueso, sobre todo el moreno cuarentón. Era tan gordo que tuve que abrir bien la boca, para que no me rozara la comisura de los labios.

La verdad que agachado ante ellos e intercambiado una batuta por otra, estaba mejor que en brazos. De vez en cuando, rozaba morbosamente una polla con otra y, por los suspiros que escapaban de sus labios, aquellos dos les gustaba un rabo más que a mí, lo que pasa es que todavía no se habían dado por enterado.

Sabía que si seguía chupa que te chupa, alguno de los dos terminaría echándome la leche y mis posibilidades de un trio vigués se irían al traste, así que dejé mi doblete de soplar la trompeta y busqué los preservativos que traía por aquello del sexo seguro.

Dado que tenía el culo un poco dolorido del trajín de la noche anterior, le puse un condón al calvorota, que a ojo de buen cubero era quien la tenía menos ancha de los dos, para que fuera abriendo el camino de la manera menos dolorosa.

Tras lubricarme levemente el ano con saliva, me coloqué en la postura del perrito y  le indiqué al moreno que se pusiera delante para seguir lavándole la cabeza del nabo con mi boca.

Una vez he tenido el cipote del calvorota explorando mis esfínteres, me he tragado casi por completo el carajo del otro y hemos empezado a movernos como si estuviéramos en una atracción de feria. ¿Sería por eso que de pequeño me gustaba tanto montarme en el tío vivo?

La verdad es que no sé si he hecho bien poniendo primero al calvorota (que como no sé su nombre, lo llamare Antoñiyo ) porque el tío es más bruto que un condón de esparto. Así que, para que no me reviente por dentro, le hago un gesto para que se ponga sobre la pequeña cama de la cabina.

Nada más se sienta,  me abro de piernas y me colocó sobre su grupa. Con el ancho supositorio rellenando mi ojete me pongo a brincar sobre su polla como si no hubiera un mañana. El cambio de postura parece gustarle a Antoñiyo porque comienza a gruñir obscenidades que no llego a entender del todo.

El acento del gallego es tan cerrado que no soy capaz de distinguir si me dice que soy muy puta o se está cagando en la madre que me parió.  Como sigue taladrándome, tiendo por suponer que es lo primero.

Una vez tengo claro que no me voy a bajar del caballito, le hago un gesto a Pepiño (pues aunque no me ha dicho su nombre, es un apelativo que le viene como anillo al dedo) y le pido que se coloque delante de mí, para poder seguir devorando su polla al ritmo de la follada que me está metiendo el otro.

El miembro viril de Pepiño es para hacerle la ola: gorda, grande y dura. He de reconocer que al principio me costó un poco de trabajo meterme aquel soberano cacho de nabo en la boca, pero ya se sabe con paciencia y saliva… ». No paré hasta que mis labios chocaron con su pelvis y sus testículos.

El acento del moreno es menos cerrado y mientras le toco el saxofón puedo escuchar unas cuantas guarradas que me ponen como una moto. Eso unido a que tengo un tío dándome candela por detrás, propicia que de la punta de mi polla, que está dura como un marmolillo, comiencen a brotar gotas de líquido pre seminal.

Los jadeos del calvorota me dejan claro que si sigo galopándolo se va correr más pronto que tarde, así que en un intento de prolongar aquel trio al máximo, le pido a mis dos sementales gallegos cambiar de postura.

Por la cara que me pone Antoñiyo , me da la impresión que no le hace ninguna gracia sacarme su nabo del culo, pero no le queda otra, mi culo es mío , por lo que yo soy quien decide quien me la mete y cuando.  No obstante, el cabreo se le pasa de ipso facto nada más que empiezo a chupársela, porque otra vez comienza a soltar gruñidos ininteligibles.

Busco en los pliegues de mi toalla otro preservativo y se lo doy a Pepiño para que se le ponga. Como buen maricón multitarea que soy, sin dejar de mamar la tranca del calvorota, me ensalivo copiosamente los dedos y me lubrico levemente el ano.

Ni medio minuto más tarde, mi agujero se abre para dejar pasar el enorme torpedo del gallego, el cual termina engullendo como un tragaldabas un perrito caliente.

Tengo que reconocer que, una vez dilatado por el cipote de Antoñiyo , el Masserati del moreno me entra con mucha más facilidad y la estoy disfrutando más. El muy cabrón no solo tiene una buena herramienta, sino que también sabe usarla. ¡Vaya cómo se mueve el gallego y la follada que me está metiendo! Si a eso se le sumaba lo sabroso y duro que está el nabo del calvorota, tengo que reconocer que me lo estoy pasando de requeté putísima madre.

Lo bueno de mi culo es que dilata con bastante facilidad. Aunque al principio la brusquedad de Antoñiyo me ha dolido un poco, una vez metido en faena, ancha es Castilla y mi ojete se traga lo que le metan. Lo cierto es que el moreno tiene un buen carajo y no está siendo nada delicado, pero será que estoy más cachondo de lo normal, que mi ano se abre a su paso sin ninguna dificultad, dejando solo sus pelotas fuera.

Noto que tengo la polla durísima, a más no poder. Está tan tiesa que la siento pegada a la barriga. Me la tocó y compruebo cómo emana líquido pre seminal de su punto. Estoy tentado de pajearme, pero reprimo mis impulsos. No quiero alcanzar el orgasmo mientras los dos gallegos no me rieguen con su caliente leche.

Ignoro si es por lo bien que me trabajan el culo, pero le estoy pegando una mamada al calvorota de las de campeonato. Nada más que hay que ver las cositas tan brutiñas que me dice. Animado por su incomprensible discurso me meto la cabeza del champiñón en la boca y la succiono suavemente, me la saco de golpe y, sin darle tiempo a reaccionar, me la vuelvo a tragar al completo.

Para que no se me corra muy pronto, de vez  en cuando me entretengo chupándole los huevecillos. Unas pelotas hinchadas y peludas que parecen encogerse al paso de mi lengua. Simplemente le paso la puntita por el contorno de su bolsa testicular y el cincuentón se estremece de placer. Me da la sensación, de que no se las han comido así en la vida.

Únicamente me detengo en mi saborear las delicias de entrepiernas gallegas cuando Antoñiyo aumenta el ritmo de sus embestidas y, como mandan los cánones del buen follar, tengo que gemir o gritar de pleno gusto.

¡Joder, qué caña me está metiendo! ¡Cuánto más profundo me clava su gorda polla, mejor le mamo yo la polla al otro!

En un alarde de desvergüenza total, acerco la mano que tengo libre a sus huevos y se los aplasto suavemente.

—¿Te gustan mis huevos?

—¡Síii, muuucho!

—Pues es lo único que no te estoy metiendo. ¡Qué culo más tragón tienes!

Si hay algo que me pone a la hora de follar es un leve intercambio de frases. Recalcando lo de leve, pues hay tíos que en vez de follar parece que te están leyendo un libro de instrucciones y no paran de decirte en todo momento tanto lo que te están haciendo, como lo que tú debes de hacer. Cosa que no sucede con estos dos, que no solo saben follar, sino que saben crear ambiente.

Levanto la mirada para ver la carita de Pepiño , el muy mamón tiene los ojos cerrados y sonríe complacido como si estuviera en el séptimo cielo.

Como intuyo que, de seguir a este ritmo con la buena mamada que le estoy metiendo,  el calvorota se va correr de un momento a otro, me saco su gordo pirulí de la boca y, para que no proteste, comienzo a vagar por mi lengua desde sus huevos hasta su lengua. Todo sea porque esto dure un poquito más…

A todo eso, el corpulento moreno sigue clavándome su pedazo de cipote en el ojete y me tiene con los sentidos a flor de piel. Si me atengo a los suspiros que brotan de su boca, Antoñíyo se encuentra a las puertas del orgasmo. Como quiero que esto dure un poquito más todavía, le sugiero cambiar de postura.

Le pido que se tienda sobre la camilla. Una vez lo hace, me siento sobre él e intento introducirme su polla en el culo. Pepiño al ver que, en aquel sitio tan estrecho, no atino a meter el “hilo” por la “aguja”, coge la hermosa tranca del moreno y la coloca en la dirección correcta, para que yo termine de clavármela hasta el fondo.

Con la hermosa verga acomodada en el interior de mi esfínter, comienzo a pegar pequeños saltitos que consiguieron sacar la parte más bruta del gallego empotrador.

—¡Pero qué puta eres y qué buen culo tienes! ¡Te voy echar leche hasta que te salgan por los ojos!

A mí que me jaleen mientras me la meten es la segunda cosa que más me gusta. La primera es que me follen, evidentemente. Así que, apoyándome sobre los gemelos, lo cabalgo con más contundencia si cabe.

En el momento que más entusiasmado estoy, el calvorota acerca su polla a mi boca. Sin pensármelo dos veces, me la meto hasta la campanilla.

—¡Cabrón, qué bien la mamas! —No sé si porque me estoy acostumbrando a su acento o porque esta vez sus gallego es menos cerrado, pero me entero a la perfección de lo que me dice.

Estoy que me muero de gusto. Un buen cipote clavado hasta el fondo de mi ano y paladeando un rico nabo al mismo tiempo. Es un momento de los que no me importaría tener un “deja vu” por prescripción facultativa. ¡Por lo menos una vez a la semana!

Con cada brinco que pego sobre Antoñiyo, su tranca se clava un poquito más adentro, tanto que siento como sus huevos chocan contra mi perineo de un modo brutal. Es tanto el placer que me embarga que devoro el nabo de Pepiño como un poseso y este me devuelve el favor regando mi lengua con unas gotitas de sabroso líquido pre seminal.

El cuarentón está demostrando tener más aguante del que había sospechado en un principio, pues cualquiera con los saltitos que estoy pegando sobre su pelvis se habría corrido como una perra. Todo el tiempo intentando que ninguno de los dos acabe y, llegado el momento, quien parece haber llegado al límite de su techo soy yo. Aunque no he llegado a un orgasmo pleno, llevo un rato conteniendo no eyacular y eso que ni siquiera me estoy tocando.

Intuyendo que estos dos bestiajos ,  más pronto que tarde terminaran corriendo y, como no hay cosa que me ponga más que me rieguen el pecho con leche recién ordeñada, me detengo en seco.

—¿ O que é, compañeiro ? — Me dice Pepiño, un poco indignado.

—Se me ha antojado chupar las dos pollas a la vez.

Los dos gallegos se miran perplejo. Antoñiyo mueve la cabeza en un gesto de conformidad, se levanta del estrecho camastro,  se coloca al lado del

calvorota y me hace ver que accede a mi petición

Como si de un morboso ritual se tratara, me arrodillo ante ellos. Estoy tan dominado por la lujuria que ni siquiera miro si el suelo está sucio o limpio. Está claro que mi única preocupación es devorar los dos enormes badajos que tengo ante mí.

En un primer lugar, me meto la más pequeña, la del calvo peludo, y me la trago hasta los huevos. Al pasar la mano por la polla del otro, noto que babea precum en cantidades industriales.  Sin pensármelo dos veces, mi boca cambia de compañero de baile y saboreo el brillante glande como si fuera maná caído del cielo.

Levanto la mirada, buscando los ojos del voluminoso gallego, pero los tiene cerrados. El único vestigio de que estaba disfrutando plenamente de aquel momento, eran los constantes suspiros que brotaban de sus labios.

Estoy tan volcado en degustar el manjar sexual de Antoñiyo que me he olvidado por completo del otro. Lo busco con el rabillo del ojo y lo que me encuentro no puede ser más suculento. El muy bruto, está regodeándose con la escena de la felación y se pajea suavemente.

Alargo mi mano hacia él y, agarrando suavemente sus testículos, tiro de él hacía mí. Una vez tengo su miembro viril a la altura de mi boca,  y sin sacarme la otra, intento introducirla en ella.

En el momento que los dos maduros notan el calor de mi boca unido al roce con la polla del otro, se ponen como una moto. Como no hay más cera que la que arde y mi boca a duras penas puede tragarse la del moreno, opto por chuparlas de manera alternativa.

Mis labios se pliegan alrededor de aquellos falos de un modo casi frenético, pues entran y salen de mi boca a una velocidad casi vertiginosa. Busco la cara de mis ocasionales amantes e intuyo que están a punto de reventar calderas. Con total descaro le pido que rieguen con su leche mi pecho y mi cara.

La escena que se ofrece ante mis ojos es digna del mejor porno gay. Dos tíos enormes y peludos, restregando sus tiesos penes ante  mi cara , en pos de darme una merecida ducha de esperma recién ordeñado.

El primero en maquillarme de blanco, es Pepiño ; tres inmensos trallazos de semen espeso caen sobre mi cara, salpicando mis ojos y mi cabello. Todavía resbala el caliente líquido por mi rostro cuando, como si de un geiser se tratara, la leche de Antoñiyo invade mis mejillas, mi nariz, mi frente y mis pestañas. ¡El tío está hecho  todo un toro!

Tomando como inspiración la visión de su cipote goteando esperma, me hago un pajote como a nadie le importa, hasta que eyaculo de un modo tan gutural como salvaje.

Mientras me limpio el semen de la cara con la toalla, los miro. En su semblante hay ese aire que tanto conozco de los machitos, parece que se estuvieran diciendo para sus adentros que ellos no están aquí porque sean gay, ellos están en una sauna masculina porque están muy calientes y necesitan desahogarse.

No conozco mucho Vigo, pero supongo que aquí también se practicara el oficio más viejo del mundo, con lo que ir a un lugar de ambiente homosexual no creo que sea la única salida para los calentorros, así que si terminas follándote a un maricón, es porque también lo eres.

Como me toca un poco la actitud distante que ambos adoptan conmigo mientras nos componemos para salir de la cabina, les suelto una parida con la única intención de fastidiarlos.

—¡Joder! No hay nada que me ponga más que hacerlo con un par de pasivos como vosotros.

—¿Pasivos nosotros?  Si te hemusfollao los dos? —Dijo el calvorota con su viril acento gallego.

—Sí, llevas razón. Yo he puesto el culo y os he mamado la polla. Pero, ¿quién os ha dicho en todo momento lo que debéis hacer? Yo. ¿Quién ha llevado la iniciativa? Yo. Así que como quien ha estado organizándolo todo  he sido yo y  vosotros se habéis limitado a hacer lo que yo os he dicho. ¡Y no sé aquí, pero en Sevilla  lo contrario de activo es pasivo! – Nada más termino mi pequeño discurso, me pongo la toalla. Sin pensarlo dos veces, abro la puerta y me marcho.  Sin esperar siquiera una reacción por su parte.

Mientras me ducho, todavía me rio por mi teatral despedida de los dos gallegos. Si no cometiera estas barbaridades no sería yo y mi vida no sería tan simpática.  Sé que ellos podrán pensar que soy gilipollas, que estoy como una cabra o, lo que es mejor, que soy una maricona loca. Lo que si tengo claro es que no me olvidaran muy fácilmente, tanto por el buen rato, como por el mal rato que les he hecho pasar.

FIN

Estimado lector: Si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más. Yo por mi parte, regresaré dentro de dos viernes con otro relato que se titulará: “Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo”. No me falten.