Aquí, ahora
Relato erótico lésbico
Me concentro en mi respiración, en mi pecho llenándose para vaciarse poco después, en el suelo frío en el que estoy sentada. Desenmaraño las preocupaciones que dan vueltas por mi cabeza y me deshago de ellas, una a una, hasta que dejo la mente en blanco. Un círculo vacío. El goteo del agua del grifo suena de fondo, lento y preciso, pero se vuelve viscoso. El tiempo parece dilatarse, mis músculos se entumecen y mis ojos suplican por abrirse. Dejo que lo hagan cuando, como si fueras mi salvación, oigo el repiqueteo de tus tacones acercándose.
A la mierda el mindfulness .
Despego mis párpados con toda la lentitud de la que soy capaz y, antes de ponerme en pie, oigo cómo los Artic Monkeys marcan el ritmo en la batería desde el tocadiscos. Durante años pensé que aquel objeto había sido la compra más absurda en la vida, hasta que pusiste ese vinilo por primera vez y algo pasó. Y, desde entonces, la edición japonesa de FavouriteWorst Nightmare se convirtió en la señal, el aviso, el reclamo.
Me doy la vuelta imaginando qué puedo encontrar tras de mí y sonrío, victoriosa, al descubrirte semidesnuda. Te has quitado los zapatos de tacón y la camisa va por el mismo camino, despidiéndose de tu cuerpo botón a botón. Me miras mientras llegas al último, con esa expresión altiva, seria, desentendida, que no sé por qué adoptas cuando suena Fluorescent Adolescent .
Pero esto te importa, y te urge. Lo quieres ya, me quieres ya. Por eso vas bajando la cremallera a medida que andas hacia mí y luego dejas que caiga al suelo. Vestida solo con ese conjunto impecable te agachas, empujando mi cuerpo con el tuyo. Mi espalda acaba contra el pavimento y me recorre un escalofrío al sentir el contraste del frío de la piedra y el calor que desprendes tú.
Ahora sí, pongo atención plena en tus labios besando los míos con fiereza y extrema urgencia, aunque distingo, entre toms y platillos, los truenos que parecen estar rompiendo el cielo esta noche. Es como si quisieran advertirme también de cómo de duro lo quieres hoy y de la prisa que tienes, y a ti deben de alentarte a dar un paso más. Me quitas las mallas junto a las bragas sin dificultad para hacerte hueco entre mis piernas y llevas tu mano allí, estimulando mi punto sensible. Pienso que apenas me habrá dado tiempo a humedecerme, pero chasqueo la lengua al oír tu risa burlona y sentir tus dedos resbalando por mis pliegues con extrema facilidad.
Me remuevo bajo tu cuerpo, presa de la incomodidad y, tomando tu cintura, te pido en silencio que vayamos al sofá. El abrir y cerrar del chaston nos marca el ritmo hasta allí, aunque tú haces una parada en la habitación y apareces enseguida por la puerta con el único juguete que no hemos probado juntas todavía. Desde hace unos meses no solo te has hecho con el control del tocadiscos, sino también con el rumbo que toman nuestros encuentros sexuales. Que sí, que antes íbamos a la deriva, pero estas idas y venidas tuyas no dejan de sorprenderme.
Veo cómo te bajas las bragas antes de tumbarte en el sofá con las piernas abiertas, y me quedo embobada unos segundos por la imagen de tu intimidad expuesta y brillante. Me sacas de ese estado tendiéndome el dildo doble sin correas, y no puedo evitar preguntarme qué es lo que te excita más de toda la situación. ¿Que sabes que haré todo lo que me pidas sin hablar? ¿Que según el pacto mientras suene Favourite Worst Nightmare las palabras sobran? ¿Que siempre que lo pones en el tocadiscos dejo de lado lo que estoy haciendo? Demasiados interrogantes para un momento tan intuitivo, natural, primitivo. Así que clavando mis ojos en tu sexo mojado una vez más, tomo el juguete y me lo introduzco con una lentitud desesperante para ambas. Cuando queda fijo, me acerco a ti y descanso las manos en tus rodillas. Como siempre, me asombra lo blanca que es tu piel y la forma en que se transparentan tus venas a través de ella. Acaricio tus muslos en sentido ascendente en un intento por prepararte para lo que está por venir, pero tú coges mis muñecas y tiras de ellas en señal de protesta.
Te miro a los ojos y veo fuego en ellos. Eso es todo lo que necesito. Tomo el dildo, lo acerco a tu entrada y busco tu mirada una vez más. Asientes dándome paso, y hago lo mismo, penetrándote despacio, pero con firmeza. Tan solo cuando el juguete está dentro de ti me detengo para que te acostumbres a la invasión y saco tus pechos de las copas del sujetador para acariciarlos. Oigo la lluvia de fondo y, como si marcara el ritmo que debo llevar, inicio una serie de embestidas secas y cortas que hacen eco dentro de mí. Alterno de vez en cuando con otras más profundas en las que salgo para volver a entrar, y gimes mimetizándote con los truenos y The Bad Thing .
Poco después un rayo llena la habitación de luz, y aprovecho para fijarme en tus facciones. Tú estás tan cerca y yo tengo tantas ganas de complacerte que no se me ocurre otra cosa que colocarme sobre ti. Al igual que si hubiéramos ensayado mil veces los movimientos, tu cuerpo y el mío encajan y tu mano acaba estimulando mi clítoris. No sabes cuánto había echado de menos que me tocaras. Hago lo mismo con mis dedos: busco ese punto de placer y lo acaricio escondiendo el rostro en tu cuello. Muerdo con fuerza y te oigo gemir salvajemente. Mis embestidas se vuelven más enérgicas, aunque algo torpes por el placer que estoy sintiendo.
Cada vez que entro en tu interior, el dildo roza ese punto que me hace temblar y me olvido de todo. Me concentro en la sensación de tus caricias duras, tus resuellos, la forma en que tu otra mano aprieta mi nalga. 505 está acabando, así que quedan unos siete minutos o, lo que es lo mismo, dos canciones para que te corras. Esa presión me excita, hace que un calor repentino me envuelva de arriba abajo y me basta mirarte una vez más y descubrir tu rostro consumido por el placer para estallar. Jadeo, sin permitirme gritar tu nombre porque seguimos hechizadas por los Arctic Monkeys, pero sé que aun así disfrutas viéndome porque tu orgasmo también detona poco después.
El choque de las baquetas me hace recobrar parcialmente la conciencia y me encuentro apoyada en tu pecho, todavía dentro de ti y absorta por la forma en que tu corazón comienza a ralentizar los latidos tras el clímax. Tan solo se oye el redoble de la batería y algún trueno de fondo, pero creo que ya empieza a amainar. Me incorporo un poco para mirarte y, cuando abres la boca, ambas sabemos que a Matador le quedan unos segundos para terminar, lo que significa que te estás saltando la norma del silencio que tú misma habías instaurado.
―La próxima vez que oigas Brianstorm quiero probar el sexo anal ―me susurras, recuperando antes de tiempo esa expresión impasible.
Luego, el crepitar del tocadiscos nos devuelve a la realidad.