Aquellos ojos azul cielo.
La maldita ametralladora se me estaba clavando en el hombro. ¿Quién me mando a mí alistarme en el ejército? Con lo agusto que estaba yo en casa.
La maldita ametralladora se me estaba clavando en el hombro. ¿Quién me mando a mí alistarme en el ejército? Con lo agusto que estaba yo en casa. A estas horas estaría tumbada en el sofá viendo una buena peli y disfrutando de una Coca-Cola fresquita.
Pero no, mis ansias de aventura me hicieron apuntarme a esta locura que desencadeno en una guerra. Estaba teniendo más aventuras de las que podía digerir.
Llevábamos andando desde el amanecer, puede que 30 kilómetros o algo así, habíamos cruzado una alameda repleta de mosquitos que hicieron más sufrida la internada. El barro nos cubría de cabeza a pies. La mochila se clavaba en la espalda y el casco parecía pesar más a cada paso. Las botas se negaban a salir del fango inmundo que pisábamos y la mirada, casi asesina, del sargento se clavaba en nuestra nuca cada vez que nos atascábamos. Lo podías notar mirarte fijamente mientras murmuraba palabras que no llegabas a entender.
El objetivo estaba lejos aun y el sol nos aplastaba contra aquel suelo embarrado. Mis compañeros andaban a mi lado en las mismas condiciones que yo. Cansados, agotados, casi mudos, salvo por algún taco que se escapaba al pisar y hundirse hasta la rodilla en alguna charca invisible entre la hojarasca.
Salimos de allí para dar de bruces con un descampado arriesgado de cruzar. Eran muchos metros al descubierto y éramos conscientes de que estarían vigilando cualquier posible avance nuestro.
La voz del sargento llego clara a nuestros oídos.
.-Aaalto.
Todos paramos al unisonó e hincamos la rodilla en tierra, Más por la necesidad de descansar unos minutos que por la orden dada.
.-Atentos, cruzaremos en grupos de cuatro. No quiero a nadie parado ahí en medio. Tiene que ser rápido y, si por casualidad aparece un avión, ya sabéis lo que tenéis que hacer. Cuerpo a tierra y rápido a los matorrales en cuanto se aleje.
Nos trataba como si fuésemos novatos. ¿Cuántas veces habíamos pasado ya por episodios parecidos?
El primer grupo partió rápido. La tierra labrada dificultaba el avance. Corrieron como conejos asustados buscando con ansias el refugio de unos arbustos raquíticos del otro borde. Alguno tropezó en su carrera con alguna piedra haciéndolo rodar por aquel suelo. Parecían croquetas al levantarse totalmente emborrizados en tierra y lodo de la alameda.
El miedo se podía sentir en nuestro entorno. Realmente no sabíamos dónde nos estábamos metiendo. Aquello podía ser nuestra tumba o nuestro billete a un permiso más que ganado.
El segundo grupo partió, yo con ellos. Apreté el culo y agarre la ametralladora con fuerza para no perder el equilibrio. La ametralladora. El primer día que me la dieron daba saltos de alegría. Me encantaba aquel arma, rápida, salvaje, dañina, demoledora. Siempre quise tener un en mis manos y ahora me estaba arrepintiendo de haberla aceptado.
Mis compañeros corrían a mí alrededor, igual de asustados que yo. Mirando hacia todos lados como antílopes en la sabana. Mi ayudante arrastraba casi las cajas de munición a mi lado. Su cara desencajada reflejaba su estado de excitación. Unos metros más y estaríamos a salvo. Los surcos de la tierra se antojaban montañas al querer saltarlos. Así de cansados estábamos ya.
Unos saltos mas y estábamos a salvo. Caímos, más que nos tiramos, entre la maleza sin importarnos mucho las piedras que se nos clavaron en el costado o los brazos. Respiramos profundo y miramos hacia atrás buscando al grupo siguiente que ya saltaba entre surcos.
Al poco rato todos estábamos juntos de nuevo. Nada que lamentar. El sargento cogió la radio para hablar con el mando mientras, nosotros, bebíamos agua echados sobre una piedra o contra una mata de hierba alta. La tarde avanzaba lenta pero inexorablemente hacia el ocaso y nos sorprendió comiendo unas latas de comida de campaña, difíciles de calificar de comida.
Apenas media hora después, el sargento volvía a dar la orden de avanzar. Nos pusimos de pie perezosos. Unos apagaban el cigarrillo contra el suelo y otros recogían su arma reglamentaria apoyada en cualquier sitio. Yo, subí la pesada ametralladora a mis hombros mientras resoplaba tras el esfuerzo. Nunca me acostumbraría a ser mula de carga.
Retomamos el camino y avanzamos hacia una pequeña casa que veíamos a los lejos levantarse protegida del viento del norte por unos inmensos robles a su espalda. Ni rastro de avanzadillas enemigas o de vigilancia. Todo parecía tranquilo pero, aún así, mirábamos desconfiados cada loma de nuestro alrededor.
La pequeña casita fue haciendo cada vez más grande con nuestro avance y comenzamos a apreciar detalles. Delante de la puerta una fuente de agua fresca llenaba un pilón que, al rebozar, provocaba un pequeño arroyo que corría ladera abajo. Unos troncos recién cortados se apilaban junto a la entrada. Su única ventana al norte se veía cubierta en su interior por una cortina. Su tejado aparecía en buen estado. Se notaba que, quien la habitaba, la cuidaba bien.
.-Aaaalto.- Resonó la voz amargada del sargento a mis espaldas. Todos nos agachamos mientras él daba la orden a un compañero de que hiciese una descubierta hacia la cabaña.
Lo vi arrastrarse poco a poco hasta llegar a la misma puerta de esta. Se asomo lentamente por la ventana. Nos hizo señas de que nos acercáramos en silencio. Avanzamos hasta llegar a la pequeña fuente. Todos apuntamos nuestras armas a la puerta mientras el sargento la golpeaba con la culata de su pistola.
La puerta se abrió lentamente y unas manos alzadas fue lo primero que vimos aparecer. Tras las manos, una cara asustada de un chico alto y fornido nos miraba interrogante. Sin camisa, unos pantalones a los que no les entraba un remiendo más, unas botas desgastadas y sucias y unos ojos, azules como el cielo, que nos miraban asustados. Su cuerpo aparecía como cincelado y bronceado. Cada musculo de su pecho resaltaba. El duro trabajo había forjado unos brazos fuertes y varoniles, de esos que te gustan sentir en un abrazo cuerpo a cuerpo.
.-Tranquilos.-Alcanzo a balbucear.-Estoy yo solo y no estoy armado.
El sargento lo hizo a un lado mientras miraba en el interior de la cabaña.
.-Buscamos un sitio donde descansar y esta cabaña nos viene al pelo.-Casi grito la voz del sargento dirigiéndose a él.-Pasaremos aquí la noche.
Después de inspeccionar a conciencia el pequeño habitáculo nos repartimos el trabajo de asentarnos. Nos rifamos los sitios para dormir mientras el sargento daba las órdenes para montar la guardia.
El chico se limito a sentarse en una vieja silla desvencijada de las dos que rodeaban a la mesa, tan vetusta como las mismas sillas. En la cabaña se apilaban herramientas de labranza, estanterías con botes, un pequeño armarito, un catre en un rincón, una chimenea en la pared del fondo en la que se calentaba una comida que revoluciono con su aroma nuestros jugos gástricos haciendo ronronear nuestros estómagos.
Nos dejamos caer cansados donde pudimos cada uno. Algunos encendieron un cigarro, otros salieron a refrescarse en la pequeña fuente. Otros acercaron leña de la cortada en la puerta hasta la chimenea.
Nos miraba mudo. No decía nada. Sólo miraba con aquellos ojos azules cielo interrogándonos sin decir nada. Sus manos se frotaban entre si y una pierna temblaba ligeramente bajo la mesa.
Puse mi mano en su hombro para transmitirle calma. No pretendíamos hacerle daño y quería que lo supiera. Parecía un niño asustado esperando una regañina de su padre.
-¿Vives aquí solo?-Le pregunte tratando de que mi voz no sonase amenazadora.
-Sí, solo yo desde hace muchos años. Desde que mis padres…murieron.
.-Tranquilo, no vamos a hacerte daño. Solo buscamos un sitio donde descansar. Por la mañana nos iremos.
Aquellas palabras parecieron tranquilizar su pierna que paro de agitarse. Me miro, y sus ojos azul cielo, parecieron agradecerme las palabras. Pero no movió ni un musculo. Bajó la cabeza y pareció hundirse en su soledad.
La urgencia de ir al baño me llevo a preguntarle donde tenía un váter. Casi se rio al mirarme de nuevo. Sus ojos se dirigieron a la ventana y me dijo.
-Afuera, junto a los robles.
Pedí permiso al mal encarado sargento para dirigirme allí. Me lo dio y salí por la puerta contemplando una preciosa puesta de sol en el horizonte. Rodee la cabaña y encontré un pequeño cobertizo que hacía las veces de letrina. A su lado me pareció adivinar un invento para ducharse. Un fuerte olor desagradable me hizo arrugar la nariz al abrir la puerta, estaba claro que allí no había cisterna ni nada parecido. Solo un agujero en el suelo y una palita apoyada en la pared de madera para cubrir las necesidades.
Baje mis pantalones arrastrando las braguitas con ellos. Oriné aguantando la respiración todo lo que pude y salí de allí lo más rápido posible.
Una vez fuera, y ya sin prisas, me fije en el sistema de ducha que tenia montado. Un pequeño deposito en alto con una alcachofa que se activaba con una cadena para dejar salir el agua. De pronto me apeteció darme un baño, pero tendría que esperar a que cayese la noche para hacerlo.
Mis compañeros hacían guardia tumbados sobre la hierba y mirando fijamente con sus prismáticos hacia la lejanía. Del interior de la cabaña llegaban sonidos de voces y arrastrar de objetos. Estaban haciendo hueco para dormir.
Entre de nuevo, el chico no se había movido de la mesa. Sus ojos se volvieron para mirarme como agradeciendo de nuevo mi presencia. Pero no abrió la boca.
Busque mi lugar para dormir. Rebusqué en mi mochila y saque algunas latas de comida y un paquete de cigarrillos. Lo deposite en la mesa mientras invitaba a nuestro anfitrión a coger uno si le apetecía. Alargó una mano y saco uno de la cajetilla. Lo puso en sus labios y le acerque un palito ardiendo de la chimenea para que lo encendiese. Parecía más calmado al aspirar el humo y sus manos dejaron de frotarse nerviosas. Ahora daba la imagen de resignación y hablaba de vez en cuando con algún compañero indicándole donde encontrar alguna cosa de utilidad o donde estaba la sal para cocinar. Su cuerpo aparecía más relajado. Incluso sonreía de vez en cuando.
Cada uno andaba en lo suyo. Unos escribían una carta echados sobre el suelo duro. Otros preparaban la comida, esta noche comeríamos bien. Otros entraban agua…El sargento se afanaba en desplegar un mapa de la zona sobre la mesa para estudiarlo detenidamente mientras se rascaba la barba de días que manchaba su cara.
El crepúsculo dio paso a una noche estrellada. El viento se calmo y un frescor agradable bajaba desde las colinas. El calor del día se veía reducido a nada en aquella noche. Todo aparecía en calma. Como si no pasase nada. La guerra parecía haberse olvidado de nosotros y de aquel lugar.
Me senté en la puerta de la cabaña mientras disfrutaba de un cigarrillo. Mi mirada vagaba por aquellos valles y montañas. El dolor en mis hombros, que el peso de la ametralladora me dejaba cada día de recuerdo, pareció calmarse con el frescor de la noche. Aún así, dolían.
Sentí una presencia a mi lado. El chico había salido de la cabaña con el permiso del sargento después de haberlo interrogado y llegar a la conclusión de que no era un peligro para nosotros.
Se dejo caer a mi lado, quizás buscaba algo de contacto humano entre tanta barbarie.
.- ¿Esta mejor? ¿Más tranquilo?-Le pregunte sin mirarlo.
.-Si, ya he conseguido calmar los latidos de mi corazón.-Contesto un tanto lacónico.- ¿Qué buscáis aquí? Aquí no hay nada más que bosque, ardillas y algunas cabras monteses. Aquí no existe nada que pueda ser interesante para el ejército.
-No puedo contestarte a eso. Estamos de misión y no tenemos permitido dar, según que información, a nadie. ¿Por qué vives aquí solo? ¿De qué vives?
-Bueno, nada me ata a la sociedad. Nunca me gusto el contacto con la gente. Aquí me siento libre en mi soledad. La tierra que consigo labrar me da lo justo para sobrevivir y la cacería completa mis necesidades. Vivo tranquilo y alejado de esta locura que es la guerra. Por otra parte no puedo participar en la guerra al padecer del corazón. Estoy exento del servicio militar. Cosa que me vino bien para no tener que participar en esta lucha fratricida.
Lo miro más lentamente. Era guapo, agradable de carácter. Misterioso. Sano. Como ausente de la realidad. Su cuerpo curtido parecía hecho para el amor. Era muy deseable, y yo, aunque soldado, no dejaba de ser mujer.
Dio una profunda calada al cigarrillo y lo lanzo al pequeño arroyo que corría a nuestros pies. Sus ojos seguían penetrando la oscuridad que ya nos rodaba. A lo lejos se veían las luces de un pueblito de montaña. Allá, muy lejos de nosotros. El ulular de un búho nos llego desde los viejos robles y todo parecía como calmado.
Lo imite y lance mi cigarrillo al arroyuelo. Estire mi espalda sobre la pared y un pequeño quejido se escapo de mis labios al sentir la contractura que tenía en mis hombros.
-¿Estás mal? ¿Te duele algo?- Pregunto mientras se volvía hacia mí. Por un momento me pareció preocupado por mi salud.
-No te preocupes, es solo que esa ametralladora pesa más de lo que parece y se me clava en los hombros. Es cuestión de acostumbrarse y yo aun no lo he conseguido. -Decía mientras me frotaba el hombro con una mano.
-¿No te importa?-Pregunto mientras deslizaba sus manos por mi hombro masajeando la zona.
-Mmmm…no, necesito un buen masaje. Gracias.-Dije entornando los ojos y echando mi cabeza hacia adelante.
A nuestro lado paso un compañero que sonrió malicioso antes de entrar en la cabaña. Poco me importaba su opinión o lo que pensara. Estaba disfrutando de aquellos dedos que calmaban mis músculos cansados.
Note como unas manos sabias hacían rodar los nudos que atenazaban mis hombros y algunos quejiditos de alivio se escapaban sin querer de mi boca. Me sentía en el cielo. Sentí que sus manos tiraban de mi camisa hacia los lados buscando tocar directamente mi piel y lo ayude desabrochando algunos botones. Llevaba la camiseta reglamentaria debajo de tirantes, y sus manos calientes llegaron hasta mi hombro sin entorpecimientos.
-Mmmmm..Lo necesitaba.-Comente agradecida, dejándome masajear.
Sabía perfectamente donde apretar, donde hundir los dedos y, aunque a veces dolía, era gratificante. Se coloco detrás de mí para que apoyase mi cuerpo sobre el suyo. Pude notar sus pectorales duros contra mi espalda y un temblor recorrió mi cuerpo. Hacía tiempo que no me acariciaba un hombre y mi cuerpo reaccionaba al contacto de sus manos.
La voz estridente de mi compañero nos llego clara.
-A comeeeer.
Me eche hacia adelante para levantarme. Coloque la camisa en su sitio y me di la vuelta para darle las gracias. Él no se había movido, permanecía allí sentado, de nuevo aquella apariencia de soledad infinita en su rostro.
.Muchas gracias. Lo necesitaba. ¿Donde aprendiste a dar masajes? Vamos a comer, acompáñanos. Al fin y al cabo es tu casa.-Dije mientras me inclinaba alargando mi mano para que él la cogiera. Tiré del y sus ojos quedaron algo por encima de los míos. Aun, en la oscuridad, no perdían aquel tono azul.
Me sonrió sin contestar y avanzo tras de mí.
En la cabaña, la mesa aparecía cubierta de platos y fuentes con comida. Era un mago nuestro cocinero improvisando. Un olor riquísimo nos llego mientras buscábamos donde sentarnos. Acerque un cajón a la mesa y mi acompañante hizo otro tanto, quedando nuestros codos casi pegados por el poco espacio. Casi nos abalanzamos desesperados sobre aquel regalo del cielo que era la comida. Nadie hablaba, nadie levantaba la cara del plato. Sólo los sonidos del hambre llenaban la cabaña. Una botella de vino rondaba llenando los vasos y las jarritas.
Poco a poco nos fuimos sintiendo llenos. Las bromas comenzaron a salir en las conversaciones y una nueva botella salió de no sé donde para seguir rellenando las copas. Estábamos de buen humor. La barriga llena te produce ese estado de euforia momentáneo y, el vino, ayudaba a desbordar las risas.
Alguien saco una guitarra de un rincón. La afino y comenzó a martillearnos con canciones que todos coreábamos acompañándonos de palmas. Hasta el joven parecía sonreír y aparecía relajado. ¿Cuánto tiempo llevaría sin hablar o ver gente? Incluso se atrevió a hacer algunas palmas. Su pierna chocaba con la mía por debajo de la mesa mientras marcaba el ritmo de la música con el pie.
El sargento nos dejo relajarnos por un rato pero al final dio la fiesta por concluida. Dispuso los turnos de guardia y, entre todos retiramos la mesa para, poco a poco, ir tumbándonos en los jergones improvisados. Dos compañeros salieron a realizar su turno de guardia. Yo le solicite permiso al sargento para darme una ducha ahora que todos estaban dentro. Necesitaba quitarme el olor a fango del cuerpo. Me lo dio recomendándome no hacer mucho ruido.
Cogí una toalla de mi mochila, jabón, una muda de ropa interior y salí dispuesta a darme una ducha relajante. Pero en mi mente martilleaba la imagen del muchacho. Fuerte, de grandes brazos, de cuerpo marcado por grandes músculos. Unas piernas fuertes que acababan en un culo prieto. El masaje anterior y el sentir su pecho contra mi espalda habían levantado en mí el deseo de poseerlo. No sabía como lo haría pero esta noche tenía que sentirlo dentro de mí.
Pensaba todo esto mientras rebuscaba el cepillo de dientes en mi mochila. Miré a mi alrededor y, en la penumbra, adivine sus ojos, color cielo, clavados en mí. Apoyaba su cara en su mano y el reflejo de las llamas de la chimenea le hacía parecer un coloso allí tumbado. ¿Qué pasaría por su mente?
.- ¿Vas a ducharte?- Murmuro casi sin hacer ruido para no despertar a los que ya dormían.
.-Si, tengo que quitarme este olor de encima-Musite en el mismo tono.
.- ¿Sabes dónde está la ducha?
.-Si, creo que sí. Junto a la letrina ¿no?
.-Si, tendrás que ver si el depósito está lleno, creo que le quedaba poco agua. Si es así, tendrás que abrir la llave que está detrás de la letrina para que se llene.
¿Dónde está exactamente la llave?
.-Bueno, en la esquina izquierda de la letrina, a la altura de la cabeza más o menos. Sí quieres te acompaño y lo miro.
Vi una pequeña y remota posibilidad de llevar mi plan a buen puerto y la aproveche.
.-Te lo agradecería.
Se levanto dejando a un lado la manta que lo cubría y se dirigió a la puerta seguida de cerca por mí.
Creo que nadie nos vio salir. Todos estaban muy cansados y dormían profundamente.
En la puerta mis dos compañeros nos miraron preguntando donde íbamos los dos. Se lo explique y siguieron sentados mirando el horizonte. Los oí murmurar algo y una risa sofocada llego hasta mí mientras doblaba la esquina de la cabaña.
Mi acompañante se deslizo tras la letrina y escuche el chirrido de una llave de paso abrirse. Al momento el sonido del agua llenando el depósito me dijo que estaba casi vacío. Él salió de detrás de la ducha y adivine, más que vi, una sonrisa en sus labios.
.-Ya esta, tendrás que esperar un poco mientras se llena.
Allí, de pie, iluminado por la luz de la luna aun parecía más un semidiós. Le di las gracias mientras me empezaba a quitar la guerrera y quitaba mis botas. Él solo miraba. Saqué los calcetines y me puse en pie para bajar mis pantalones. Saqué mi camiseta y me quede allí, de pie frente a él, en sujetador y braguitas. Lo note mirar nervioso hacia otro lado, evitando mirar directamente mi cuerpo.
.-Perdón, ¿te molesta que este así? Es que, de estar entre hombres perdi la vergüenza de desnudarme ante uno y…bueno…
.-Noo.-Contesto tratando de disimular su nerviosismo. A saber desde cuando no había visto el cuerpo de una mujer desnuda.-Tranquila, es normal. No te preocupes.
Pero pude ver como miraba disimuladamente mis pechos, apenas contenidos por un sujetador un poco pequeño para su tamaño.
El sonido del agua nos dijo que el depósito estaba casi lleno. Así me lo indico y entre en aquel cuartito dispuesta a darme una buena ducha.
Me quite las braguitas y el sujetador y abrí la ducha para dejar correr el agua. Estaba fría pero era agradable sentirla resbalar por mi cuerpo. Me enjabone durante un buen rato, quitando costras de suciedad de días. Permanecí un buen rato allí tratando de pensar cuál sería mi próximo paso. Corté el agua y note a mis espaldas algo que tocaba mi piel. Me sobresalte y di la vuelta rápida. Una mano sostenía la toalla para que pudiese secarme. Con una sonrisa di las gracias y me seque bien. Estaba en ello cuando, de nuevo, una mano se introdujo en el habitáculo portando mis braguitas y el sujetador limpios. Con una mano cogí las prendas y con las otras así aquella mano tirando de ella hacia adentro.
Su cara asomo tras la pequeña puertita con un gesto interrogante en sus ojos, color del cielo. Lo atraje hacia mí y deposite mis labios en los suyos pujando con mi lengua para entablar una lucha con la suya. Se dejó besar mientras entraba del todo en la pequeña ducha. Sus brazos cogieron mi talle y me abrazaron fuerte contra él. Los note fuertes a mí alrededor. Mis manos recorrían sus hombros bajando hacia su pecho. Quería sentir en mis manos aquellos pectorales hechos para ser acariciados.
Su boca se abría y su lengua jugaba con la mía en una batalla sin final. Nuestros ojos permanecían cerrados mientras nuestros cuerpos se apretaban en un abrazo infinito.
Mis manos bajaron hacia su pantalón tratando de abrir aquellos botones que impedían sentir en mi piel la tersura de la suya, que ya pujaba desde adentro.se despego de mí lo justo para ayudarme a hacerlo. Debajo no llevaba nada más y su pene choco contra mi pubis al quedar libre de su encierro.
Subí mi mano y abrí la ducha mientras, con una mirada sonrisa cargada de sensualidad, le hacía comprender mi idea. El agua nos mojo a los dos mientras mis manos buscaban el jabón para empezar a pasarlo por su cuello, dejando un rastro de espuma por el camino. Su pecho pronto quedo cubierto de la misma espuma y mis manos siguieron bajando por su estomago rumbo a su entrepierna.
Sentí su miembro latir entre mis dedos mientras lo enjabonaba, él no paraba de gemir mientras hundía su rostro en mi cuello y buscaba con sus manos mis pechos para sobarlos a conciencia. Su glande aparecía cubierto de espuma mientras mi mano lo masajeaba subiendo y bajando a lo largo de su tronco. Su boca se acercaba a la mía para fundir nuestras salivas en una y sus manos resbalaban por mi cuerpo como si lo conociera desde hacía siglos.
Lo enjabone entero y note la suavidad de su piel resbalar contra la mía mientras trataba de quitarle la espuma con el agua que caía. Me agache poco a poco hasta tener frente a mí aquel cetro que me moría por sentir dentro. Se dejo hacer.
Yo tenía hambre de meses y me hundí aquel trozo de carne caliente hasta la garganta. Sentí como llenaba mi boca por completo. Mi lengua daba rápidas pasadas por su glande mientras con una mano lo masturbaba a conciencia. Su primera emisión pre seminal me llego demoledora al paladar, me sabía a gloria. Era suave al tacto, casi dulce .La note bajar por mi garganta junto a mi saliva. Su enorme pene me barrenaba los labios con ímpetu, él también llevaba tiempo sin catar mujer.
Suavice mis caricias para no provocar su eyaculación. Quería mucho más de aquel semidiós.
Subí mi lengua por su estomago en busca de sus pechos, sus pezones erguidos se me antojaban cerezas entre mis labios. Los lamí con ganas. Queriéndome llenar de su aroma de hombre. Llegué a sus labios y los tome con rabia, los mordía mientras mis manos amasaban su espalda .El parecía otro. Su boca me mordía los labios o succionaba mi lengua, lejos de la timidez primera. Una mano apretaba un pezón sacando largos jadeos de mi boca. La otra se adentraba entre mis glúteos haciéndome sentir estremecimientos. Las débiles paredes de la ducha temblaban con nuestra refriega.
Bajo su boca hasta mi pecho para hundir mis pezones en su boca, dejando un rastro de saliva que comunicaba un pecho con el otro. Siguió bajando buscando mi bosque prohibido. Hundió su cara entre mis piernas con ansias de placer. Pasó su lengua por los labios entreabiertos de mi sexo mientras me sujetaba del culo con sus manos poderosas. Mis piernas se abrían involuntariamente dejándole el camino franco a mi interior. Hundió su lengua entre los pliegues buscando mi clítoris hinchado y deseoso de caricias. Lo encontró y lo retuvo entre sus labios mientras su lengua titilaba en mi botón del placer.
Mis ojos cerrados, mis manos crispadas en su cabeza, mi cuerpo temblando a cada embate suyo. Sus dedos penetraban suavemente la caverna húmeda de mi vagina y por mis muslos corrían los fluidos que a él se le escapaban. Estaba muy húmeda, terriblemente húmeda. Lo quería dentro de mí.
Me gire para que su lengua recorriese el canal de mi culo, para que mordiera mis glúteos haciéndome temblar a cada dentellada. Se puso en pie y note estrellarse contra mis cachetes aquel miembro nervudo mientras sus manos buscaban mis pechos para atormentar mis pezones.
Me incline un poco hacia adelante para dejarle el camino que quería que siguiera bien abierto a su empuje.
Su glande resbalo por mi canal trasero hasta encontrar la caverna que lo esperaba ansiosa. De un primer empujón casi me la clavo hasta la mitad. Un gritito de dolor escapo de mis labios. Un segundo empujón y la note casi en el estomago. Me sentía llena.
Empuje mi culo hacia atrás queriendo que se parara allí pero no, él la saco lentamente para volver a arremeter con fuerza en mi interior. Un segundo grito rompió la tranquilidad de la noche. Me estaba destrozando por dentro pero el placer que me hacía sentir me hacia olvidar el dolor. Ahora sí, se quedó allí encajado mientras su boca buscaba mi nuca para dejar pequeñas marcas de sus dientes en mi piel. Parecíamos dos leones en celo.
Mis caderas giraban para sentir su grandiosidad en todo mi interior. Sus manos buscaron mi clítoris para atormentarlo con rápidas caricias. Me estaba haciendo llegar más rápido de lo que creía a un orgasmo arrollador.
Comenzó a bombear lentamente haciéndome sentir la largura de su pene en toda mi vagina. Mis fluidos hacían de aquella caricia un canto al placer. La cabeza me daba vueltas mientras sus manos apretaban tiernamente mis pezones erguidos. No paraba de hundirse una y otra vez haciendo temblar mis piernas.
Me incline un poca más hacia adelante y su miembro rozo lo más profundo de mi en una embestida. Un grito de placer largo y sentido surgió en lo más profundo de mi garganta. Que poco me importaba la guerra en aquellos momentos. Un nuevo embate y sentí sus testículos rozar los labios hinchados de mi vagina. Metí una mano entre mis piernas para cogerlos e impedirle que se moviera más. Lo quería adentro, muy adentro de mí, llenándome por completo. Quería sentir aquella polla mía.
Mi mano resbalo hasta mi clítoris dejándolo libre para que se moviera. Apreté la yema de mis dedos contra mi pequeña perla, haciéndome gemir como gata en celo. Él no paraba de bombear. Sus manos apoyadas en mis caderas me marcaban un ritmo que, poco a poco, subió de intensidad. A mi oído llegaban sus gemidos de placer y, como en un sueño, las palabras “me corro”. Apreté mi culo hacia atrás buscando sentir su semen estallar en mi interior mientras me corría al mismo tiempo. Sentí la inundación caliente romper en mi interior, resbalar por mi útero y alcanzar mis muslos. Su pene palpitaba y saltaba a cada nueva sacudida expulsando su semen. Su boca mordía casi mi cuello y sus manos se crispaban en mis caderas mientas murmuraba palabras ininteligibles. Como una luz cegadora estallo un orgasmo en mi cerebro haciendo que mis piernas flaquearan, negándose a sostener mi cuerpo.
Me rendí, poco a poco, entre sus brazos que me sostenían fuerte rodeando mi cintura. Su respiración se fue calmando en mi nuca y mis manos se apoyaban fuertes contra la pared inestable de la pequeña ducha.
Mire hacia arriba y el cielo aparecía cuajado de estrellas, cómplices de aquel amor.
Subí un brazo cansado y accione la ducha para sentir sobre mi piel el contacto del agua fría. Cruel contraste aquel que nos pillo desprevenidos y nos hizo apretarnos el uno contra el otro.
Su pene había resbalado de mi interior suavemente, dejando como un vacio en mi entrepierna.
Sus manos me hicieron girar y unos labios hambrientos me besaron en un beso de gratitud eterna mientras el agua chocaba contra nuestros rostros.
Corte el agua y pase mi toalla húmeda por su torso tratando de secar aquella piel bronceada que tanto placer me había proporcionado. Lo seque sin prisas, casi tiritábamos de frio, Unas sonrisitas cómplices se escapaban mientras tratábamos d vestirnos con unas ropas algo húmedas por las salpicaduras del agua. Antes de salir volví a besarlo, no sé porque no quería separarme del.
Una vez fuera encendimos un cigarrillo para fumarlo tranquilos mientras mirábamos las estrellas. Su brazo en mi cintura, mi cabeza en su hombro. Los robles mecidos por unas pequeñas ráfagas de aire que hacían crujir sus viejas ramas.
Nadie parecía habernos oído. Los guardias seguían en la parte delantera .La oscuridad nos cobijaba en su inmensidad y el búho seguía, con su canción aburrida, ululando entre las ramas. Pasamos mucho rato allí, callados, sintiendo. Mirándonos a los ojos de vez en cuando. Uniendo nuestros labios en pequeños besos como para no olvidar lo vivido.
Nos levantamos en silencio. Soltamos nuestro abrazo para aparentar no pasar nada y, después de un último beso, echamos a andar hacia la puerta de la cabaña.
Adentro la oscuridad lo invadía todo. La chimenea aparecía casi apagada. Algún ronquido rompía la calma. Nos metimos cada uno en nuestro camastro. Nos tapamos con la manta y nos dejamos mecer en los brazos del sueño. Un sueño reparador cerró mis ojos hasta el amanecer.
El zumbido me llego lejano. Unos golpes en mi espalda me sacaron del sueño. Todo era agitación a mi alrededor. Todo el mundo corría buscando su armamento. Busque nerviosamente mi ametralladora y me dirigí corriendo al exterior.
A lo lejos, casi invisible, un avión se aproximaba a nosotros. Ya antes había dado una pasada que fue la que nos alerto.
Saque los apoyos de la ametralladora y busque refugio entre la madera cortada de delante de la casa. A mi lado, mi ayudante se afanaba en abrir las cajas de munición para pasarme una larga tira de balas que me apresure en colocar en su sitio. Tiré del cargador y amartille el arma. Mis ojos, aun soñolientos, buscaban el avión en aquel cielo azul rojizo.
El sonido de una ametralladora resonó a lo lejos y la tierra salpico a nuestro alrededor. Instintivamente abrí fuego procurando mantener en mi punto de mira aquel asesino con alas.
Mi cuerpo temblaba con el tartamudeo de la ametralladora. Todo era caos a mi alrededor. Las balas destrozaban las paredes de la casa y los cristales de la ventana saltaron hechos añicos. Lo vi pasar sobre nosotros para cambiar su ángulo de disparo.
Se alejo entre los picos y desapareció entre unas nubes bajas. El sonido de su motor nos llegaba claro. De nuevo lo teníamos enfrente. Sus armas disparaban y solo podíamos agachar las cabezas y rezar para que no nos alcanzase. De nuevo lo busque en mi mirilla, dispare y un fogonazo de humo escapo de su costado. Le había dado. Viro y lo vimos desaparecer por donde había venido, aunque esta vez un rastro de humo delataba que el pájaro iba herido.
Nos fuimos incorporando mientras el sargento mal encarado repartía órdenes y preguntaba si había bajas. Parecía que nadie había sido resultado herido. Desmonté mi arma y me puse en pie. A mí alrededor todo aparecía agujereado, gruesos pegotes de tierra salpicaban las paredes de la casa. A mi lado, mi ayudante, recogía las cajas de municiones, vi temblar sus manos.
Entre en la cabaña buscando a mi compañero de amor. Y allí estaba, tumbado en su jergón, sus ojos, azul cielo, clavados en los míos. Sus manos se apretaban el estomago y un reguero de sangre corría por su pantalón. Me acerque a él mientras llamaba a gritos al sanitario. Tomé su cabeza entre mis manos para acercarla a mi pecho mientras con mis propias manos trataba de hacer tapón en la herida abierta. Él no decía nada, solo me miraba con sus ojos azul cielo.
El sanitario entro corriendo, desplego su mochila en el suelo y saco un montón de gasas que aplico en su estomago, pidiéndome que las aguantara allí mientras él buscaba una jeringuilla que clavo en el brazo de mi amigo.
Sentí su mano resbalar sobre las mías. Miraba sus ojos mientras trataba de animarlo con palabras que me costaba decir. Una mano subió hasta mi cabeza empujándome hasta sus labios. Lo bese mientras una lágrima corría por mis mejillas. Se estaba marchando y lo sabía.
Mire por última vez sus ojos azules como el cielo y sentí como su cuerpo se relajaba poco a poco entre mis brazos.
El sanitario me miro negando con la cabeza. Yo apretaba la suya entre mis manos. Un débil “gracias” surgió de entre sus labios y, sus ojos azul cielo, se cerraron para siempre.
Lo enterramos al pie de los robles centenarios. Nos marchamos rápidamente. Nos habían descubierto y debíamos regresar a la base.
El camino de vuelta se me hizo más largo aun que el de ida. Los recuerdos de la noche pasada a su lado martilleaban mi mente.
Poco después nos dieron el permiso soñado y, ya en casa, lo llore largas noches.
Aquellos ojos, azules color cielo, se quedaron para siempre clavados en mi alma.