Aquellos dias en la estancia 4
Mateo sigue haciendo de las suyas
AQUELLOS DÍAS EN LA ESTANCIA 4
DIA 4
El domingo había llegado por fin, pensó para el mateo. Era un día tranquilo. Se escuchaba el canto de los infinitos pájaros que poblaban los hermosos árboles centenarios que rodeaban aquella casa.
El chico miro para todos lados y el silencio le hizo recordar que saturnino le había dicho algo de que tenía que salir a visitar una tía que hacía mucho tiempo que no veía y como ya estaba medio grande, bueno no esperaría a que se fuera de este mundo, para luego arrepentirse de no haberla visitado demasiado. Era, por otra parte, la única familia que tenía en este mundo.
Rondando por las habitaciones de la casa estaba en esa media mañana, el capataz de la estancia, don Horacio. Aunque era un hombre de familia, se había venido de su casa, para ver si podía encontrar el motivo , el porque de que la peonada anduviera tan revolucionada. El se había dado cuenta, de distracciones, ausencias por algunos periodos, movimientos raros, susurros a sus espaldas y el, como bicho viejo en este mundo, sospechaba que algo ocurría y no iba a parar hasta descubrir, que pasaba por aquel lugar que para el, era con su reino.
El muchacho estuvo acomodando algunas de sus cosas en la pieza que compartía con Saturnino y luego dando algunas vueltas, decidió que sería bueno darse un baño refrescante. Aún no tenía demasiado hambre, así es que se preparó tranquilamente para meterse al baño.
Don Horacio recorría las barracas vacías, pues casi todos los peones, la mayoría, había marchado hacia otros rumbos. Por supuesto que buscando diversión. Otros se marcharon a ver a la familia que tenían en los pueblos cercanos.
El silencio del lugar era extraño. Mateo lo disfrutaba. Desnudo como había venido al mundo se dirigía al baño cuando en el marco de la puerta vio a la figura de don Horacio, el capataz, parado como un gigante. Con sus bigotes enormes y la vestimenta de gaucho resplandeciente.
__¡Oh! Disculpe don Horacio__ dijo sincero el muchacho
__No hay problema muchacho…__ respondió el hombre, sin dejar de ver el cuerpo del chico.
__Me estaba yendo a dar un baño…__ diciendo esto dio la espalda al varón que lo observaba inquieto, mostrándole descaradamente y a sabiendas su cola hermosa casi perfecta. Sabiendo que algo provocaría en aquel hombre, que parecía recio y una moral intachable. Además hombre casado con una bonita mujer, mucho más joven que el, de esas cosas ya se había enterado el chico que meneaba su culo sin pudor.
Don Horacio trago saliva, observando aquel hermoso traste, sedoso o al menos se lo imagino así. Lo deseó. Trato de contenerse y pensar en otras cosas.
__¿Necesitaba algo don Horacio?__ preguntó risueño el chico. Abrió el grifo
__No, no, solo pasaba, de vez en cuando vengo, algún que otro domingo__ el chico siguió mostrando su cuerpo. Haciendo alarde de el. Sospechando que al capataz le gustaba lo que veía
__¿Y Saturnino?
__Se fue a ver una tía o algo así…__ contestando así, Mateo tomo el jabón. Y avanzó al agua, mientras el agua caía por su cuerpo, la espuma del jabón, fue cubriéndolo, el muchacho instando la situación, giro su torso y enseñó su vergajo levantándose despacio, al sentirse erotizado por la situación. Los ojos del capataz se dirigieron al réptil de forma obvia.
__¿Usted lo precisaba para algo?__ preguntó Mateo y girando sobre sus talones desnudos alzo su cola con las dos manos y se la jabonó acariciándola y abriéndola como sin darse cuenta. Don Horacio sentía el fuego subiendo por su espalda. Su lanza comenzó a tratar de alzarse. Chocaba con su ropa. Sentía que le latía todo. Las sienes, las bolas, y la verga que pugnaba por levantarse.
__¿Me escuchó, don Horacio?__
__¡Ehhh, sí, sí!... escuche, escuche…
__¡Ah, bueno!__ el chico siguió pasando sus manos blancas por aquel bello cuerpo. El capataz creía que iba a desmayarse de tanta calentura. Dubitativo. No sabía como hacer. Y si todo era una alucinación. Y si era un juego para alguna venganza. Si el chico. No. No. Pensó. Su cabeza le giraba. Empezaba a doler.
__ ¿Usted me alcanzaría la toalla?__ preguntó el chico
__Sí, donde…__ y miro para todos lados. Estaba en el borde de la cama revuelta. Estiro su mano y le alcanzó la toalla al muchacho que le sonrió y despacio, sin prisa, empezó a secar su cuerpo. Miraba de reojo al hombre. Que había quedado prendado de aquel chico hermoso.
__¿Le gusta lo que ve?__ lanzó el dardo de pronto Mateo. Don Horacio
__¿Comoooo?__ rojo preguntó el capataz
__¿Si le gusta lo que ve?__ volvió a preguntar aquel chico del demonio
__¡Síiiii, eres el mismo diablo!!!¡¡¡Sí me gusta!!!__
__¿Qué le gustaría hacer?__ dijo el chico sonriendo maliciosamente. Don Horacio se rascó la pera y fue desprendiendo la camisa, sentía que se le pegaba de la transpiración. Su calentura le daba vueltas en la cabeza y casi lo llevaba al desmayo.
__¿Sabes que deseo?__ por fin habló el hombre
__Dime
__Quiero que me bañes…__ diciendo así, dejo caer el pantalón al suelo. Un cuerpo musculoso aún, con marcas de la edad pero en buena forma apareció ante Mateo, que se relamió y su pasión hizo latir las sienes del muchacho. El calzoncillo del hombre fue quitado. Todo esto ocurría mientras Mateo observaba. Ahora la vergaza de don Horacio brillo contundente. Era enorme, larga. Ancha y aún esta semi dormida. El hombre entró y abrió el grifo que ya había cerrado Mateo. El agua cayó.
El capataz tenía un hermoso culo. Dorado. Cuerpo bello. Mateo tiro la toalla y se acercó al hombre. Tomó el jabón y llegó a los hombros de don Horacio. Los masajeó. El muchacho se fue deteniendo lentamente. Su boca rozaba la piel, pero no la tocaba. El capataz se aferró a los grifos. Los apretaba. La verga de don Horacio casi tocaba la pared. Se estiraba sin fin. La espalda de don Horacio se fue erizando mientras caía el agua y las manos del chico la limpiaban. Rotaban sobre aquellos anchos omoplatos. La respiración de los varones iba en aumento. Casi gemían. El agua chorreaba los cabellos raleados en la cabeza del hombre. Las manos habían llegado hasta la cintura. Allí se movían ágiles. Los dedos acariciaban con el perfume del jabón. La pija del chico se endurecía en cada caricia.
Los costados de los muslos se tensaron. Los duros músculos se dejaron ver. Los troncos ya estaban en el máximo esplendor, a pesar de que aún no se habían tocado las partes genitales. Fue Mateo quien paso suave la lengua por sobre el cuello del capataz, que sintió una daga feroz atravesándolo. Se movió apenas hacia atrás y choco con la tranca del chico.
El muchacho entonces lo mordió y chupo, ya más lanzado. Sus manos en ese momento se posaron sobre un pecho velludo y fuerte. Ancho. De tetillas grandes y erectas. El jabón no dejaba de correr por la piel del hombre excitado y gozoso. Se abría un poco más. Su pija se alargaba. Se agrandaba y se tensaba maravillosa.
Las manos del muchacho llegaron a los carnosos cachetes de el capataz. Gimió. Resopló. Le vinieron a la memoria años atrás. Su juventud. El patrón enseñándole. Recorriendo con sus manos en el cuerpo caliente de su juventud. Volvió a la actualidad y se dejo hacer.
Con los dedos el chico se perdió en el anillo del hombre.
__¡¡¡Ahhhhhh!!!! ¡¡¡¡¡Siiiiiii, assssssssssi, ahhhhh, asiiiiiii!!!!
__¿Te gusta?__ susurró al oído Mateo. Dándose vuelta y quitando los dedos, el capataz aferró la nuca del muchacho y buscando la boca la atrapó con un beso profundo, húmedo, ardiente, pasando la lengua lo mas profundo en aquella cavidad dulce del chico. El hombre en tanto apretaba las nalgas de Mateo a las cuales había deseado desde que las vio, hacia unos momentos. Busco el orificio del chico salvaje y hundió un par de gruesos dedos en ese agujero volcánico. El chico como respuesta se prendió con sus manos del garrote. Lo movió. Notó que era un hierro rígido. Un pedazo enorme. Lo deseó terriblemente. El hombre en tanto fue bajando hasta el pecho sin vellos del muchacho y se prendió a las tetillas duras. Las mordisqueó y lamió con una paciencia increíble. El chico no dejaba de gemir y de jugar con el tremendo vergón del capataz. Los suspiros y gemidos continuaban bajo el chorro de agua. Alguien cerró el grifo. El hombre ya estaba besando el ombligo limpio y profundo del chico. Don Horacio le daba pequeños estiletazos con la lengua ancha. El muchacho se había recostado contra una de las paredes del amplio baño. El hombre volvía a herirlo y a hundirle gruesos dedos en su ojete prontamente lubricado con agua y jabón.
La boca de don Horacio se regodeó con la pija del chico. La acarició. La envolvió. La saliva mojo ampliamente. Tragó el órgano. El chico se tensó. Sentía que el hombre lo cogía y lo succionaba con enorme poder. De rodillas era tan poderoso. Su lengua era tan ardiente y arremetedor, el chico sacudía la cabeza de un lado a otro. Sintiendo como era devorado por aquel hombre capaz de llevarlo al paroxismo total.
__¡¡¡Ohhhhh!!¡¡¡Cómeme, cómeme, si, si, soy tuyo, devórame!!__ el chico emitía sonidos de niña. Casi lloriqueando. Enardecía la sangre del capataz, hundía por ello, los dedos hasta el fondo,. Abriendo el surco para después. Preparándolo. Dilatando aquel anillo que era para el. Su vergazo le latía. Lo sentía realmente empinado. Hacía mucho tiempo que no se sentía así. Era como si una fiera se hubiese apoderado de el. Estaba endemoniado. Por unos años, pensó que todo aquello era parte del pasado. Que esa parte de su ser se había borrado. Que los hombres ya no le atraían. De golpe se dio cuenta de que no era así. Que el se había reprimido. Que se había encerrado y se había convertido en un personaje que no era el.
Don Horacio babeo las bolas del chico. Una por vez. Su lengua rodeó los huevos. Los besaba. Los olfateaba. Sentía ese olor de macho. Los aspiraba hasta el fondeo de sus fosas. Entonces su cerebro lo hacía estallar de deseo. Necesitaba esa verga, ese culo parado y duro de joven caliente y alzado.
Mateo empezó a estirarse, a ponerse duro, las piernas le daban la sensación de alargue, la boca del hombre esperó la leche tibia del chico, que con un tremendo estertor. Convulsiones. Largando borbotones. El hombre gozaba recibiendo la bebida. Saboreaba. Su mano terminaba de sacudir el fierro aún parado del muchacho. La última gota de Mateo fue tragada por el capataz. Las imágenes volvieron a sacudirlo. Recordó instantáneamente el sabor aquel que tenía metido en el fondo de su memoria. Degustando aún el gusto aquel, giró al chico que sentía sus piernas debilitadas, se esforzaba por tenerse de pie. La boca del hombre atacó la parte posterior de Mateo. Aulló el muchacho al sentir la lengua entrando en su ancho agujero. Don Horacio mezcló leche, saliva y hurgó dentro de aquel aro, la lengua abría caminos. Entraba, chupaba, besaba aquella abertura que lo llevaba al mal, según el entendía, pero no podía detenerse. Su pija pugnaba por entrar en aquel muchacho que lo había enloquecido. Las manazas del hombre abrían las columnas y se filtraban más allá de los límites.
Don Horacio se colocó de pie. Besando la espalda del chico que meneaba su cola la restregaba en contra de la dureza que hervía detrás de el. La cabeza empujó un poco, suave. Mateo esperaba la estocada, el ayudaba con su cuerpo haciendo lo posible para que el capataz se hundiera de una vez por todas en el.
El chico se sintió desgarrado. Forzado. Lleno y feliz. Gemía con un poco de dolor. Pero el atacaba con su cola aquella vara tremebunda que lo perforaba, le quitaba la respiración y le hacía caer alguna lágrima. El placer lo inundaba. Don Horacio lo estaba cogiendo sin apuro. La vara entraba, recorría sus paredes. Mateo sentía aquel torpedo dentro suyo y la calentura lo podía. Era más fuerte que todo. Alcanzó con una de sus manos las bolas peludas del aquel macho que lo gozaba y las manoseo. Las palpó. Don Horacio se quejó, lanzó varios quejidos, aunque seguía moviendo aquella criatura tan joven y sexual. Tan provocativo y se ve reflejado en ese chico. Volviendo atrás años.
El hombre sacó la espada que atravesaba al joven Mateo. Lo giro rozando el pecho del chico. Busco su boca con la lengua húmeda y se besaron estallando en chispas de fuego rojo. De la mano llevó al chico hasta la cama revuelta, quitó las sabanas y colocó al muchacho de espaldas. Noto por cierto que la pija del chico seguía tan dura como antes. La beso nuevamente, la acarició y Mateo sintió que mil agujas se le clavaban en el cuerpo sediento de sexo y lujuria.
La estaca de don Horacio hurgó nuevamente en aquella cola. Entró despacio. Lo cogía tranquilo. Esperando que gozara. Fue colocando las piernas del chico en sus hombros. Levantando aún más el sabroso culo. Enterró un poco más su poderosa verga. Iba y venía dentro del muchacho que gemía y mordía sus labios encendidos.
__¡¡¡Ohhhhh!!!¡¡¡Cógeme, cógeme hombre, eres mi hombre!!!!__ le lanzaba al oído el joven y el capataz horadaba la carne. Lo poseía. Lo sentía morir bajo su chota enorme. Los besos surgían, llenaban el espacio. La habitación se había vuelto luminosa. El capataz veía pasar los años mozos y su descubrimiento de las caricias entre varones de la mano de su viejo patrón.
La hinchazón de su tronco no pudo más y fue largando la espesa miel dentro del chico que sentía como el líquido resbalaba en el. Se metía en el. Lo inyectaba de néctar nuevo y rico. Resoplaban, gemían, ardidos por las caricias y los roces. La pasión de los besos y las lenguas chupándose y mordiéndose como animales.
Nuevamente el capataz se apoderó de la pija del chico. La puso en su boca y chupaba, sediento de aquel manjar. Reencontrándose con aquella preciosura. El sabía que era otro tiempo, otro pene, pero el goce era desaforado. Increíble. La estaca brillaba. Alzada. Don Horacio se aferraba a ella como si fuera una rama en medio del mar.
El hombre miro a los ojos al chico. Dejo la verga. La alejo de su boca. Mateo empujo al hombre y lo dejo cola arriba. El chico acarició las nalgas del capataz. Las abrió. Y metió su perversa lengua en el anillo, lamió. Chupo y el hombre rabió de placer.
__¡¡¡Asiiiiii!!!¡¡¡¡Siiiiii!! ¡¡¡Sigue, sigue, dámelo, dámelo, no aguanto….No aguanto mas!!!__ Mateo acercó la pija a la entrada sedienta de carne. La vara descendió a lo hondo. Los huevos del muchacho golpearon las nalgas del hombre. Entonces el capataz, empezó a subir y bajar su cola. Clavándose un poco más aquella vara que lo hacía revivir el placentero encuentro. Mateo se movía a velocidad amplia. Se detenía y volvía a empezar. El taladro vibraba, como vibraban aquellos dos que se estaban cogiendo sin remedio y sin descanso.
El hombre quedó de rodillas y el chico seguía empujando su miembro dentro de este que gemía y gemía. Mateo mordía sus hombros. De repente se encontraban en un beso corto, pequeño. Otra vez las bocas se comían. Las lenguas se buscaban y luchaban deseándose y dándose placer.
Mateo salió del hombre y buscó la banqueta que estaba en un rincón. Llevó al hombre hasta allí. El muchacho se sentó y atrajo hacia el a don Horacio, que de espaldas al chico se fue sentando. Se fue enterrando aquella daga. No se detuvo hasta que las bolas no se apoyaron en el, bien profundo, bien al fondo. Mateo pellizcaba las tetillas erguidas de aquel hombre. De golpe las apretaba un poco más, un poco menos. La cola del hombre golpeaba los hinchados huevos del chico que sabía no soportaría mucho más aquellos embates excitados. Mateo soliviaba las nalgas del hombre que se lanzaba contra el muchacho esperando que le largara su miel. Quería sentir aquello otra vez. Como cuando fue joven, antes de casarse con aquella buena muchacha pero que nunca colmo sus deseos, ni siquiera cuando nacieron los mellizos. Nunca se sintió completo.
Pero ahora si. Era el otra vez. Había vuelto a renacer. Nunca pensó que fuera a esta edad y con este muchacho casi desconocido.
Los gruñidos de Mateo le anunciaron la llegada del final. El chico apretó el pecho con sus manos y tiro del vello, provocando un pequeño dolor. Pero el capataz sentía la catarata de leche que le regalaba aquel chico hermoso, joven y gozaba. El también rugía y apretaba su anillo para no dejar escapar una sola gota.
Luego de un momento de gritos, palabras y caricias, los hombres se despegaron por fin. Se tiraron casi sin vida en la cama. Agotados, felices, un poco más calmos.
La hora había pasado tan veloz. Don Horacio recordó que debía volver a su rancho. Antes de eso volvieron a bañarse juntos, a jabonarse, y a chuparse por todos lados. Arrancarse una nueva volcada de jugos y a prometerse un nuevo encuentro.
De un momento a otro volvería Saturnino y por el momento no quería ventilar lo que había pasado.
Mateo cayó en la cama y no se despertó hasta entrada la noche.-