Aquellos dedos (1)

Mis inicios en el mundo de la autosatisfacción.

Aquellos dedos...(primera parte)

Muchos amigos y amigas de todorelatos en sus correos se sorprenden por mi afición a la masturbación, aún después de casada y sexualmente muy satisfecha. En respuesta a todos ellos, en especial a una simpática pareja colombiana, intentaré recordar algo de cómo empezó mi afición por el sexo conmigo misma.

Como ya conté en un relato anterior, tengo una hermana casi tres años mayor que yo. Eso quiere decir que, cuando mi instinto sexual empezó a hacerse patente, teniendo unos doce años, ella ya llevaba unos años de rodaje. Dormíamos en la misma habitación y yo me moría de ganas de tener unos pechos tan desarrollados como los suyos y, sobre todo, un conejito bien peludo. En el mío había empezado a aparecer una suave pelusilla, pero el de Isabel era precioso, lleno de ese pelo tan negro. Hay que ver como cambiamos de gustos... ahora me encanta llevarlo completamente rasurado. Por aquella época, Isabel no salía con ningún chico, lo que no quiere decir que no llevara una vida sexual de lo más agitada: prácticamente cada noche, mientras yo me hacía la dormida, ella tenía su buena sesión de dedo. Yo, muy quieta y callada observaba aquel sensual movimiento bajo las sábanas y escuchaba los gemidos que ella no lograba reprimir. Tras el orgasmo, no tardaba en quedarse dormida como una bendita. En esos momentos, yo aprovechaba para empezar a explorar mi joven cuerpo, que cambiaba a marchas forzadas, mis pequeñas tetilllas, en las que los pezones empezaban a marcarse descaradamente y sobre todo, empezaba a descubrir los rincones de mi conejito. No creo que en esos momentos experimentara mis primeros orgasmos, pero era enormemente agradable pasar un buen ratito antes de dormir probando los primeros placeres del sexo.

Fue a los pocos meses, después de tener mi primera regla, cuando tengo conciencia de haber llegado a mi primer orgasmo. Había llenado la bañera para disfrutar de un buen baño relajante. Después de un buen rato, el agua se empezó a enfriar, por lo que abrí de nuevo el agua caliente. Era muy agradable sentir el chorro de la ducha caliente por todo el cuerpo. Casi sin quererlo, aproximé el fuerte chorro de la ducha a mi ya bien poblado conejito El juego estaba consiguiendo ponerme muy caliente, sobre todo cuando dirigía el chorro directo a mi recientemente descubierto clítoris. Seguí con el juego, con una intensidad cada vez mayor. Aparté la ducha y me concentré en dar placer a ese pequeño punto que tanta intensidad de placer me proporcionaba. Una corriente partió desde él hacia todos los rincones de mi cuerpo, mientras era consciente de haber llegado al primer orgasmo de mi vida.

En los siguientes meses, no perdí el tiempo: casi cada noche tenía una buena sesión de dedo, tras oir los gemidos de mi hermana o sin necesidad de ello. Mi técnica mejoró sensiblemente y descubrí nuevas y placenteras formas de masturbación: con la ducha, con la almohada entre mis piernas y, mi preferida, sin quitarme las bragas, metiendolas en mi rajita y tirando de ellas arriba y abajo. Fue precisamente en esa posición en la que me encontró una tarde mi hermana, casi al borde del orgasmo, despreocupada pues pensaba que ella y mis padres tardarían más en llegar.

Tranquila, tu sigue, que es muy malo quedarse a medias...ya veo que eres toda una experta.

Yo no pude hacer más que seguir su consejo y el deseo pudo más que la vergüenza. Allí mismo seguí hasta llegar a un espléndido orgasmo, más excitante aún por el hecho de sentirme observada.

-Bueno...me parece que voy a tener que usar el baño, dijo mi hermana con aquella sonrisa pícara.

Aquel incidente provocó que nos olvidáramos de tapujos. Muchas noches, el que escuchara a través de la puerta de nuestra habitación podría escuchar todo un concierto de gemidos. Era para mí tremendamente excitante hacérmelo al mismo tiempo que mi hermana y creo que ella también disfrutaba con el juego. Nunca el juego llegó más allá de eso. Alos pocos meses, mi hermana se fue a estudiar a la Universidad, dejándome la habitación para mí sóla.

Por aquella época, yo era una muy buena estudiante. Mi compañera de pupitre, en cambio, tenía grandes problemas con las matemáticas y el inglés. Por recomendación de la profesora, empecé a pasar algunas tardes en su casa, para así estudiar juntas. La verdad es que teníamos tiempo para todo: veíamos la tele un rato y, sobre todo, hablábamos de lo más que hablan las chicas de dieciséis años, o sea, de chicos: que si aquel es tan guapo, que si a aquel otro seguro que le gustas...A la hora de estudiar era otro cantar: la verdad es que Carolina, era bastante lista, pero no podía concentrarse en lo que hacía más de un cuarto de hora.

Una tarde, en la que estábamos solas en su casa, la encontré mas inquieta de lo normal. A los diez minutos de empezar a estudiar se levantó de la mesa y se fue hacia la televisión.

Ana, no puedo más, te lo tengo que enseñar. Mira lo que encontré en la habitación de mi hermano- dijo, mientras ponía el vídeo en funcionamiento-

Como se pueden imaginar, era una porno, la primera que yo veía en mi vida. No podía apartar los ojos de la pantalla, donde se sucedían imágenes de hombres con unas pollas inimaginables que follaban con unas mujeres imposibles en unas posturas que ni siquiera había imaginado hasta el momento. No podía perderme un detalle, mientras notaba mi conejito absolutamente empapado. De pronto, noté que los gemidos no sólo procedían de la tele. Mi amiga tenía la mano bien metida bajo su pantalón y, por los gemidos, parece que estaba disfrutando mucho de la película. Pronto me olvidé de la tele y concentré la mirada en mi amiga, que seguía a lo suyo, indiferente a todo lo que no fuera proporcionarse placer. Cuando noté los movimientos convulsos de sus caderas, supe que estaba a punto de correse. Ya no me importaba demasiado la película, pues prefería el espectáculo en directo, aunque no me atrevía a moverme y, mucho menos a tocarme. En pocos instantes, mi amiga estalló de placer. Nunca olvidaré la expresión de su cara.

Umm! Como me he puesto...me voy a tener que dar una ducha.

Dicho esto, me dejó allí sentada delante de la tele, mientras una morena de tetas enormes se comía un rabo descomunal. Poco a poco, fui recuperando el interés por la película. Ahora, con mi amiga en el baño, podía acariciarme a gusto. Llevaba una falda, así que me quité las bragas, absolutamente empapadas y me decidí a disfrutar de un buen dedo, animada por las escenas de la película, cada vez más subidas de tono. En ese momento, el tío pasaba su lengua por todos los rincones del depilado coñito de la morena y yo necesitaba correrme urgentemente y además, sabía como conseguirlo. Al abrir los ojos tras disfrutar de dos interminables orgasmos, me encontré con los de mi amiga, que me miraba divertida.

Ahora estudiaremos más relajadas...

A partir de ese día, el estudio en casa de Carolina, se volvió mucho más interesante. Resultó que su hermano tenía un auténtico arsenal de películas y casi siempre estábamos sólas en casa. A la media hora de estudio, poníamos el vídeo, nos hacíamos un buen dedo y seguíamos estudiando tan contentas. Pronto, no nos hizo falta la excusa del vídeo. La verdad es que yo disfrutaba más viendo disfrutar a mi amiga y por el hecho de ser observada mientras disfrutaba, que con la porno. Lo mejor del caso, fue que sus notas empezaron a mejorar, y mucho, por lo que su madre me animaba a estudiar con Carol casi a diario. ¡ si conociera nuestro métodos de relajación!.

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En breve, si te gusta escribiré la segunda parte.

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