Aquellas vacaciones

Como premio por mis buenas calificaciones, fui a casa de tía Gina a pasar las vaciones más hermosas que he tenido en la vida.

A Q U E L L A S V A C A C I O N E S

Cuando concluí el cuarto año de primaria, como premio por las buenas calificaciones que había obtenido, mis padres me mandaron a pasar las vacaciones a Mazatlán, en casa de tía Gina, hermana menor de mi madre, quien a pesar de llevar diez años de casada con el tío Ramón no tenía hijos. Tía Gina era hermosa, de tez apiñonada, pelo lacio y largo, bonita sonrisa y unos ojos claros maravillosos. Era una mujer muy activa y por eso se mantenía en buena forma. Tenía 35 años que comparados con los 60 del tío Ramón era una chicuela. Mi llegada a esa casa marcó una pauta en el comportamiento de los tíos, pues hasta entonces se habían dedicado a compartir su existencia con perros, gatos, pájaros y plantas.

El cambio de ambiente representó para mí una variante en lo que hasta entonces era mi modo de vivir. Debo confesar que la naturaleza fue benigna conmigo, dándome un miembro de un tamaño por encima de lo normal. Este detalle era de sobra conocido entre la familia y bromeaban que cuando nací, en vez de tomarme de la cabeza, los médicos me habían jalado de allí, dando como resultado que saliera con una longitud exagerada. Cuando mis compañeros de travesuras y yo competíamos a ver quién aventaba más lejos el chorro de orines, cuando me sacaba la reata del pantalón, decían que tenía más verga que cuerpo. Inclusive la sirvienta que laboraba en casa, como entre sus deberes estaba bañarme, me hacía cariñitos en la verga con la mano cuando me portaba bien, y si juzgaba que mi comportamiento había sido ejemplar lo hacía con la boca. Y no se diga del tratamiento que me daban las vecinitas de mi edad, les encantaba jugar conmigo al papá y a la mamá; dentro del desarrollo del juego, cuando íbamos a dormirnos, nos cubríamos con una sábana y ellas se pegaban a mí para sentir en su rinconcito la dureza de mi lanza. Todo esto lo hacíamos vestidos. A veces entre ellas había divergencia porque todas querían ser la mamá. Una de ellas dijo una vez, resignada porque no sería la mamá en esa ocasión: Muy bien, voy a ser la hija pero me van a dejar dormir con ustedes. Claro que no, se defendió la que sería mi pareja esa vez, los papás y las mamás siempre duermen solos para que los hijos no vean las cosas que hacen en la noche. Y cuando jugábamos a las escondidillas buscábamos los sitios donde pudiéramos estar todo el tiempo que quisiéramos para toquetearnos a nuestras anchas. Me había vuelto atrevido en lo que a este tipo de juegos se refiere: había una vecinita, a la que visitaba frecuentemente, a quien ponían a hacer la tarea escolar sentada a la cabecera de la mesa, la cual estaba cubierta con un enorme mantel que casi llegaba hasta el piso. Mientras ella atendía sus cuadernos, yo me deslizaba sigilosamente por debajo de la mesa y llegaba hasta donde estaba sentada y comenzaba a tocarle su bizcochito. En cuanto sentía que mi mano la hurgaba ella abría el compás de sus piernas para que pudiera tocarla adecuadamente. En ocasiones, mientras hacía esta fechoría, la mamá de la niña andaba alrededor de la mesa haciendo sus quehaceres; todavía me pregunto ¿qué cara pondría la niña frente a su madre para ocultar el placer que sentía, mientras yo acariciaba su rajita? por fortuna nunca nos descubrieron.

Mi llegada a casa de tía Gina fue un acontecimiento, pues como ya dije, no habían convivido con niños por lo que hacían el mejor esfuerzo para que me sintiera cómodo y no extrañara mi hogar y su entorno. Y vaya si extrañaba los juegos que compartía con mis amiguitas y pienso que ellas también lo lamentaban, porque los disfrutábamos a plenitud. Una semana después de mi llegada estaba cambiándome de ropa en el baño cuando de momento se abre la puerta, a la que había olvidado ponerle seguro, y entra tía Gina y nos hemos llevado tremenda sorpresa: yo por ser sorprendido desnudo y ella al ver ese miembro tan desarrollado que me colgaba entre las piernas y para acabarla de amolar en ese momento lo tenía bien parado. Sin saber como actuar lo único que alcancé a decirle fue: Mira tía, que picote tengo. Ella, asombrada por lo que acababa de descubrir, señaló, con los ojos bien abiertos, Tienes un pene muy grande para tu edad. Dicha esta frase dio media vuelta y salió del baño, confundida. A tía Gina le gustaba abrazarme efusivamente y hacerme arrumacos, como hacen la mayoría de las tías a los sobrinos, pero desde que me vio en el baño noté cierto cambio en ella y como que temía tener el mismo acercamiento de antes. Yo lamentaba ese cambio porque mi me gustaba que lo hiciera, ya que cuando me apretaba podía sentir sus pechos firmes y tibios en mi cara.

Una mañana entra tía Gina a mi recámara y expresa de manera jovial, mientras corría las cortinas, Arriba flojito que ya es hora de levantarse. Abrí los ojos y al tiempo de estirarme en la cama, la sábana se deslizó accidentalmente por mis piernas y, para variar, quedó al descubierto la tremenda erección que tenía en ese momento. Tía Gina volteó a verme y nuevamente abrió sus ojos, impactada. Al observar su turbación, algo apenado, le pregunto: ¿Tía Gina, qué hago para que no se me pare a cada rato; a veces me duele de traerla tanto tiempo parada? Tía Gina se aproximó a la cama, algo turbada, y preguntó: ¿Te duele en este momento? Si, me duele la punta, si quieres te la enseño para que me revises que tengo, le indiqué sin malicia alguna. Déjame revisarte, expresó tía Gina algo indecisa. A continuación me bajé la pijama para mostrarle mi instrumento, que estaba tieso en toda su extensión. Voy a tocarte para que me señales donde te duele, aclaró tía Gina, sentándose en la cama junto a mi. Al sentir en mi tranca la suavidad de su mano, experimenté una agradable sensación y me provocó un sacudimiento involuntario. ¿Y acá también te duele?, preguntó tía Gina, con la respiración agitada, sobándome las pelotas con la otra mano. Allí lo que siento a veces es comezón, respondí inquieto por la manipulación que estaba siendo objeto. Tía Gina dejó de sobarme con sus manos, acercó su hermoso rostro a mi erección y abriendo su boca lo introdujo hasta tocarse el paladar. Fue maravilloso sentir la boca de tía Gina chupándome el miembro; lo hacía con delicadeza; lo sacaba y lo metía una y otra vez, deslizándose alternadamente para alcanzar mis testículos. ¿Tía Gina, puedo tocarte tu cosa?, le pedí con cierto temor, tratando de participar a mi modo. Tócame todo lo que quieras, respondió apurada, dando un respiro y acomodándose en la cama a modo de facilitar mi petición. Deslicé mis manos entre sus muslos hasta palpar un bulto allá en lo profundo; introduje mis dedos por el borde de la pantaleta y grande fue mi sorpresa al palpar una pelambre húmeda, para mi desconocida pues nunca había visto el cuerpo desnudo de una mujer adulta, y las rajas que había acariciado hasta entonces no tenían ni un pelo; inclusive a mi no me salía vello púbico todavía. Proseguí mi tarea exploratoria y sentí curiosidad por ver esa cosa cubierta de pelos, por lo que volví a solicitar: Tía Gina, enséñame por donde haces pipí, para vértela. Sin añadir una palabra tía Gina se despojó de su ropa hasta quedar desnuda frente a mí e hizo lo mismo conmigo, dejándome en pelotas como ella. ¿Qué actitud debía asumir frente a una mujer que me aventajaba en todos sentidos? Solamente pude decir: Tía, que chichis tan grandes tienes. Chúpamelas, urgió ella hundiéndome un pezón en la boca; por lo que comencé mamar como becerro de año, produciendo sonoros chupetones. Ahora fue ella la que experimentó el sacudimiento en todo su cuerpo. Me besaba, me acariciaba por todas partes y expresaba desesperada: Que miembro tan hermoso tienes, podía pasarme las horas mamándotelo y no me saciaría; ponte encima de mí, ordenó recostándose en la cama, abriendo piernas y brazos para recibirme. Fue sumamente placentero navegar sobre el cuerpo caliente de tía Gina, solamente rozándonos. Luego ella me recostó y se puso encima de mí, moviendo su hendidura sobre mi verga para sentirla en toda su extensión. Lo hacía una y otra vez en actitud frenética. ¿Nunca lo haz hecho?, preguntó tía Gina, sin dejar de sobar mi tranca con su raja. ¿Hacer qué, tía?, respondí con toda la inocencia que se tiene a los dieciocho años. Olvídalo, aceptó ella consciente de lo absurdo de su pregunta. ¿Sabes lo que hacen los hombres y las mujeres cuando están como estamos tú y yo en este momento?, hizo la pregunta tía Gina, besándome por todos lados. Si, tía, juegan al papá y a la mamá pero de verdad.

Tía Gina se dejó caer nuevamente en la cama, acomodándose apropiadamente, y tomando mí verga la guió hasta la entrada de su cueva y expresó toda excitada: Bien, ahora haz de cuenta que yo soy la mamá y que tú eres el papá y que tenemos que hacer lo que hacen de noche. Para mi corto entendimiento todo se resumía en pegarse a otro cuerpo y quedarse quieto, sintiendo bonito. Sin embargo tía Gina me trajo al plano de la realidad, sujetándome con firmeza a fin de que pudiera penetrarla. Métela, solicitó en un tono que parecía súplica. Mi verga comenzó a abrirse paso hacia el interior de la raja de tía Gina. Me duele, reaccioné, deteniendo la acometida por un dolor punzante que sentí. Es natural que sientas un poquito de dolor por ser la primera vez que lo haces, pero pronto se te pasará, señaló, tía Gina para animarme a continuar. Luego de la interrupción prosiguió atrayéndome hacia ella como lo hiciera al principio. Me sigue doliendo, volví a protestar interrumpiendo de nuevo la penetración. No te preocupes, se trata de un malestar pasajero debido a que la cabeza de tu pene está liberándose de la piel que la cubre, explicó en esta ocasión, a modo de que superara mis temores y con todo cuidado volvió a impulsarme de la cadera hacia ella. El dolor había cedido y ahora sentía un ardor tolerable. Tía Gina me miraba embelezada, prodigándome de besos, al tiempo que repetía emocionada: ¡Sigue, sigue, así, métemela toda! En determinado momento nuestros pubis se tocaron por lo que exclamé en afán triunfal: ¡Tía Gina, ya entró toda! Ves, con cierto esfuerzo todo se consigue, secundó maravillada, satisfecha de haber conseguido su propósito. Enseguida empezó a mover su pelvis, al principio con lentitud y en la medida que lo hacía aumentaba las acometidas hasta llegar al punto de hacerlo de manera acelerada, para culminar abrazándome con firmeza mientras su cuerpo se sacudía violentamente pegado al mío, entre gemidos interminables.

Llegó la calma, tía Gina tenía el rostro sudoroso, se veía más bonita, su respiración iba recobrando la normalidad, sus manos recorrían mi cuerpo de arriba abajo. ¡Tía Gina, mira cuanta sangre hay en la sábana!, exclamé asombrado. Es la marca de la virginidad que me entregaste, guardaré esta sábana para siempre, afirmó ella poniéndose encima de mí, mientras mis manos acariciaban sus voluminosas nalgas.

Por unos días fue una cópula constante, que empezaba desde el momento que el tío Ramón cerraba la puerta para irse a su trabajo y terminaba hasta momentos antes que él regresara. A sugerencia suya andábamos desnudos en la casa, "Para evitar la molestia constante de quitarnos y ponernos la ropa", declaró, y cualquier momento y lugar era bueno para ponernos a coger alocadamente. Tomaba un plato con fresas, tendida en el sofá, y primero se ponía una en los labios para que yo la tomara con la boca, lo que propiciaba n beso largo; enseguida se colocaba otra en un pezón, luego en el otro para que las retirara usando el mismo procedimiento, siendo obligatorio que jugueteara un rato con sus puntas sonrosadas; finalmente se ponía varias fresas encima de su bizcocho velludo y al tiempo que separaba sus labios para que mi lengua rozara su clítoris, exclamaba: Anda, come goloso. Las primeras ocasiones que lo hicimos yo solamente experimentaba algo de placer, pero en la medida que lo hacíamos descubrí que metiéndole y sacándole mi tranca rápidamente a tía Gina sentía más bonito, hasta que llegaba a un punto en que no podía más y terminaba entre convulsiones igual que ella. Este descubrimiento significó que tan pronto penetraba a tía Gina bastaban unas acometidas para volver a sentir ese algo tan bonito, impidiéndole a ella experimentar el mismo goce, pues de inmediato el miembro se me ponía flácido. Afortunadamente bastaba un leve descanso para que mi tranca volviera a pararse. ¡No vayas a terminar, dame tiempo de excitarme! suplicaba tía Gina al sentir que aceleraba mis acometidas. Por cada tres o cuatro veces que yo terminaba ella lo hacía una vez, por lo que, previendo un desmejoramiento de mi salud, propuso disminuir nuestros impulsos y para distraerme, indicó que fuera a jugar con los perros y el gato durante las mañanas.

En una ocasión que el tío Ramón acababa de irse a su trabajo, tía Gina expresó en tono sugerente, al tiempo que se desnudaba e instándome a que hiciera lo mismo: En correspondencia a la virginidad que me entregaste yo también haré lo mismo y hoy haremos algo que te gustará mucho. Dicho lo anterior, me llevó de la mano a su recámara y se colocó en cuatro encima de la cama, ofreciéndome su majestuoso trasero. ¿Te gusta verlo?, preguntó con una sonrisa perversa. Si, respondí maravillado observando sus globos abiertos, que me permitían apreciar la redondez de su ano. Es todo tuyo, será la primera y la única vez que lo haré por allí, afirmó tía Gina y agregó: ¡Vamos, tócalo y hazme gozar! Acercó un tarro de crema y solicitó que le untara una buena cantidad en su orificio mientras lo acariciaba. Deslizar mis manos por la suavidad de su trasero así como introducir mis dedos por su apretado esfínter fue una sensación maravillosa. Ahora ponte crema en tu miembro y acércate para que me lo metas, urgió tía Gina, levantando su cadera para el acoplamiento inminente. Coloqué mi lanza a la entrada de su agujero y comencé a deslizarla suavemente. Así, despacito, vela metiendo, imploraba tía Gina al sentir como la penetraba. Era una locura ver como mi tranca entraba y salía de su orificio, una vez completada la penetración. En cuanto sientas que estás a punto de terminar te detienes para que no acabes antes que yo, expresó entre gemidos tía Gina, al sentir que la embestía aceleradamente. Seguí su consejo y luego de varias interrupciones la sujeté con firmeza de la cadera para hundirle mi tronco hasta lo profundo, al sentir que andaba en los linderos de la cúspide. Ambos estábamos excitadísimos por lo que bastaron unos movimientos para que explotáramos en medio de aullidos de placer. Esta fue la primera vez que experimenté un orgasmo en toda la extensión de la palabra. Días después tía Gina empacó mi ropa en la maleta con la que había llegado; me atrajo hacia ella y, mientras me abrazaba, expresó, Vas a hacer feliz a muchas mujeres, de eso no me cabe ninguna duda. Al día siguiente mamá pasó por mí para llevarme a casa. Espero que Alan no te haya dado ningún problema, señaló mi madre. Todo lo contrario, se portó correctamente y puedo asegurarte que está a un paso de convertirse en todo un hombrecito, contestó tía Gina con una sonrisa esplendorosa, volteando a verme, guiñándome un ojo. Dale un beso de despedida a tu tía, me ordenó mamá mientras avanzábamos hacia la puerta. De inmediato tía Gina me rodeó con sus brazos plantándome un sonoro beso en la mejilla al tiempo que expresaba efusivamente, Gracias hombrezote por haber estado aquí, espero tenerte de nuevo en tus próximas vacaciones.

Hoy, veinte años después de aquellas vacaciones, vaya este recuerdo imperecedero para tía Gina.