Aquellas tardes

Generalmente, luego del trabajo, me esperaba aún más quehaceres en el hogar, aunque estos eran de los placenteros

Como todas las tardes, al salir del trabajo, se dirigía a su casa directo. A veces se desviaba para hacer las rutinarias compras, pero prefería irse rápidamente a casa.

No llevaba mucho tiempo viviendo en la ciudad, pero se había adaptado bien a casi todo. Por lo menos en el edificio donde vivía, podría decirse que todo iba viento en popa.

Nunca fue alguien que llamara mucho la atención, a decir verdad, si no fuera por esos ojos color miel que tenía, quizás ni hubiera tenido novia en el colegio. Pero era de esos tipos normalitos que no se diferenciaban mucho del resto. Era de mediana estatura, color de piel trigueña y no tenía esa musculatura que tanto llamaba la atención de las féminas. Aunque no podía negar que desde que llegó a la ciudad, se había preocupado un poco más por su aspecto físico, ya que en su trabajo debía vestir formal, se dedicó a ir unos días a la semana al gimnasio y después de varios días de trabajo, podría decir que todo eso ya comenzaba a notarse.

Pero lo que más le gustaba era llegar a casa y pasar a saludar a su vecina, o que ella llegara a saludarlo a él.

No tenía pensando, cuando llegó a la ciudad, encontrar a alguien, pero así fue. O parecido.

Ella no era su novia, pero después de aquella tarde en que se le habían olvidado las llaves y él la invitó a esperar a que llegara el conserje con un juego de repuesto, las cosas habían cambiado entre los dos. Él venía llegando de sus compras rutinarias cuando la vio sentada fuera de su departamento, le preguntó por cortesía qué sucedía y ella le explicó el infortunio. Sin dudarlo, y por haber sido criado en un pueblo de modales, la invitó a su casa a esperar. Claro que nunca fue su intención sacar provecho de aquello. Se habían topado muchas veces, él la encontraba guapa, pero no quería ser de esos que tenía algo con la vecina y la trataba de manera cortés y educada. Por lo tanto nunca se le pasó por la cabeza que entre los dos pudiera pasar algo, ni siquiera amistad.

Pero aquella tarde todo cambió, quizás por lo lento que fue el que llegara el conserje, o porque tenían varios temas de conversación que volvieron más que grata la espera. Y a pesar que aquel día no sucedió nada entre los dos, nada más que risas y conversación, no impidió que se formara un grna lazo entre ambos, tanto que cada uno tuvo llaves dle departamento del otro e iban y venían a sus anchas.

Como esa tarde, en que el día había estado pesado, caluroso y longevo, y él tenía muchas ganas de llegar a casa.

Supo que ella ya estaba allí desde que salió del ascensor, pues ella solía quitar el tapete de bienvenida para decirle a él que ya había llegado primero, o él lo hacía cuando se adelantaba. Así que se fue directo al departamento de ella y abrió. No avisó ni nada, simplemente entró. Tampoco la llamó cuando cerró la puerta, había ruidos en la cocina y se dirigió allí. Y no se equivocó, la encontró sirviendo un par de bebidas con hielo, pero lo que le llamó la atención fue que apenas llevaba encima una playera de tirantes delgados de color blanco, y se notaba que nada abajo porque podía notar los pezones bien formados, y una tanga a juego.

Si bien ella no era la gran cosa a ojos juzgadores de belleza, a él le encantaba. Lentamente fue notando los atributos de su vecina a medida que la iba conociendo, tenía esos ojos negros y el cabello liso y largo, del mismo color de los ojos. Esas piernas suave y el culito bien paradito. no tenía grandes tetas, pero las podía tomar bien con sus manos y eso le encantaba.

—Ha estado caluroso el día de hoy —dijo sin quitarle el ojo de encima.

—Ni que lo digas.

—Estabas esperándome.

Le hizo a un lado el cabello y le besó los hombros y algo del cuello, ella sonrió y continuó metiendo hielo en los vasos. Él le dejó la mano en el culo, acariciándolo mientras la seguía besando en el cuello, y agarró la tanga tirándosela, dejando bien marcada esa rayita. Ella gimió. Él se paró por atrás y la abrazó, acariciándola desde las piernas y subiendo lentamente, pasando por entre ellas y subiendo por encima de la playera sin dejar de besarle el cuello, subiendo a la oreja y de a poco llegando a sus labios. Continuó de nuevo a sus hombros mientras tomaba uno de los hielos de la cubeta y lo pasaba con suavidad por los pezones, por encima de la playera, mientras los miraba endurecerse.

—Sí, ha sido un día muy caluroso —dijo al soltarla, tomar uno de los vasos y caminar a la sala bebiendo un poco de bebida. Se dejó caer en el sillón de tres cuerpos, dejando el vaso en una mesita junto a este.

—Siempre me ha gustado verte de traje —confesó al sentarse a horcajadas frente a él, jugueteando con la corbata que llevaba. Él la tomó de la caderas y la presionó hacía él.

—Es porque te gusta quitarmelo. —Ella lo miró sonriendo de medio lado mientras le quitaba la corbata y comenzaba a desabotonarle la camisa.

Ella comenzó a mover las caderas con suavidad mientras continuaba quitándole la camisa, él le quitó la playera y dejó a su vista y alcance esos pechos. Le sopló los pezones, que seguían un poco húmedos por el contacto con el hielo, y los admiró al ponérseles más duros. Luego los chupó con hábil maestría, un poco uno y luego el otro. Ella gimió, él la tomó con fuerza de las caderas y comenzó a moverla al ritmo que él demandaba. Dejó de chuparlos y comenzó a pasarle la lengua por la punta del pezón, suavemente y en movimientos circulares, primero uno y luego el otro, mientras la miraba y ella a él.

—Cómo me gusta esa lengua —gimoteó, él la presionó con más fuerza, ella ladeo la cabeza.

Él se detuvo, la abrazó con fuerza y la sacó de encima, dejándola sentada en el sillón en donde él estaba. Se arrodilló en el suelo frente a ella y le quitó la tanga. Le pasó dos dedos por toda esa línea entre las piernas, ella estaba muy mojada. Se había depilado, le gustaba que lo hiciera pero tampoco le molestaba si no lo hacía, pero ese día lo sentía más que especial. Le abrió lo más que pudo las piernas y continuó pasándole los dedos, haciendo presión en la entrada pero no dejándolos entrar, ella respiraba rápido y entrecortado.

Le besó la pierna, por dentro, primero una y luego la otra, intercalando, hasta llegar a donde estaban sus dedos. Los sacó y con ambas manos abrió más las piernas mientras su lengua tomaba posición en donde habían estado sus dedos. Ella soltó un largo y prolongado suspiro. Él pasó su lengua por toda esa línea, con suavidad, pero se detuvo al llegar al clítoris y la miró, le regaló una sonrisa y comenzó a pasarle la lengua por aquella puntita, suavemente, igual que cuando se lo hizo a los pezones, con movimientos circulares. Ella simplemente gemía, él sabía muy bien a lo que se refería con que le gustaba su lengua, ella solo se entregaba al placer. Y es que él era de esos pocos que sabía llegar al punto exacto en donde acariciar con la lengua el clítoris, y con esos movimientos suaves y circulares que la hacían delirar. Y cuando creyó ya no poder aguantar más, él empezó a chupar, succionando con fuerza. El cuerpo de ella tembló, pero el no se detuvo. La punta de su lengua se movió de arriba a abajo por la punta del clítoris, primer lento y aumentado la velocidad. Ella lo tomó con fuerza del cabello, no quería que saliera. él continuó con el mismo movimiento aferrándola de las piernas porque su cuerpo la impulsaba a levantar las caderas debido al fuerte orgasmo ocasionado por el moviemiento de la lengua, el cual continuó haciendo pero más lento, ella no paraba de gemir y todo su cuerpo se fue hacia atrás cuando él le metió dos dedos con rapidez. Sin soltarlo del cabello, le suplicó que no se detuviera por nada. Pero él se detuvo y la miró al quedar de rodillas al frente.

La observó con su cuerpo desnudo y sudoroso, respiraba agitado y sus ojos le pedía más y más, él había aprendido a dejarla en ese estado y le encantaba. Ella fue rápida al sentarse y tomarlo por la hebilla del cinturón para atraerlo y comenzar a quitarle lo último que le quedaba de ropa, que era todo lo de abajo. Él sonreía al sentir que ella se desesperaba al no poder ser rápida y quitarle la ropa, pero se entretenía chupándole los pezones y metiendole los dedos con suavidad.

—¡Quítate la maldita ropa!

Le ordenó, él sonrió de medio lado por la desesperación que había provocado. Se puso de pie y terminó el trabajo de ella, que la verlo desnudo se lanzó a chuparle el pene ya bastante duro. él recordó que la primera vez que lo hicieron, ella le había dicho que también sabía usar la lengua, después de haberla hecho llegar al orgasmo con facilidad luego de chuparle el clítoris.

Y claro que la sabía usar muy bien, se lo estaba demostrando de nuevo. Él le tomó del cabello para verla como se metía casi por completo su pene en la boca, chupando y succionando. Pasando su lengua por la punta mientras lo tenía dentro. Lo tomaba con su mano, masturbándolo, mientras le chupaba las bolas. a él le encantaba eso, era como si ella disfrutara del mejor de los manjares. Gimió, lo estaba mastrubando con rapidez mientras le chupaba las bolas, continuó con su mano pero le pasó la lengua solo por la punta, eso lo desesperó.

La separó y acostó en el sillón, con él encima, y se lo metió de una vez todo completo. Ella gimió con más fuerza. Le tomó las piernas y se las cruzó en el cuello, se afirmó del respaldo del sillón y continuó con los movimientos rápidos y fuertes, sabía que ella disfrutaba porque entre gemidos le pedía que no parara, y él se sentía en el cielo al entrar tan profundo. sintió las manos de ellas agarrarlo por las caderas y enterrarle las uñas cuando su cuerpo se arqueó con un prolongado gemido, él continuó con las rápidaz embestidas hasta acabar, llenándola de él y soltando un largo gemido. Movió sus caderas de manera circular por unos momentos, para alargar el orgasmo de ella al rozarle el cllítoris, hasta que sintió que ya nada más podría salir de él y se salió. Le bajó las piernas y se tumbó a su lado, abrazándola por la espalda de manera que ambos entraran en el sillón. Le besó los hombros y el cuello, ella tenía los ojos cerrados y respiraba agitado y su cuerpo dejaba ver pequeñas gotitas de sudor. Él le levantó una de las piernas, quería que su pene descansara en aquel culito mientras la seguía besando.

—¿No te cansas?

—Ha sido un día caluroso, y te he extrañado desde que me despedí esta mañana.

—Menuda despedida que me diste, mejor que la de ahora.

—Porque esto no era despedida, sino que saludo. Pero lo mejor es el entretiempo que viene ahora.

Ambos sonrieron, sin duda lo mejor de llegar a la ciudad, había sido conocer a su vecina.