Aquella tarde con Tatiana
Una reunión de amigos y amigas, un instante erótico surgió de repente y me encontré haciéndole el amor a la mujer de mi mejor amigo estando tanto él como mi mujer por allí presentes. ¿Qué es una locura? Pues si pero ...
AQUELLA TARDE CON TATIANA
Esto que paso a relatar, es algo que me sucedió hace ya algunos años y que por inesperado, supuso una muy agradable sorpresa, y a pesar de tiempo transcurrido, y que no tuvo continuidad, es parte destacada de mi anecdotario personal.
Mi mujer y yo formamos parte de una asociación cultural que se dedica entre otras cosas a promocionar actividades relacionadas con el mundo de la cultura: exposiciones de pintura, talleres de danza, representaciones teatrales, etc. En la sociedad, hay un montón de asociados, si bien el grupo que organiza y dirige los eventos, supone un núcleo más restringido. Formando parte de ese grupo de personas, que seremos aproximadamente unos veinte, estamos nosotros, mi mujer y yo. Entre estas personas existe una gran amistad consolidada con los años y un montón de actividades conjuntas, no sólo actividades culturales sino también de reuniones familiares, comuniones de hijos, bautizos, cenas, etc...
La mayor parte del grupo lo formamos parejas consolidadas, aunque también hay personas de ambos sexos que están solos. Para finalizar el calendario de actividades de esa temporada, decidimos en grupo tomarnos una mariscada bien regada con buen cava catalán. Cada uno hicimos una aportación y con el dinero de todos se realizó la compra. Cada uno se encargó de una cosa y, como lo habíamos hecho muchísimas veces, todo quedó perfecto. La fiesta la realizaríamos el último sábado del mes de junio.
Ese sábado muy temprano en la plaza del mercado se compró el marisco fresco y se dejó en el frigorífico del local de la asociación. Era verano y el calor apretaba. Fuera del local pusimos unas mesas y sacamos el toldo para protegernos del Sol. Se echó un poco de agua en el suelo para refrescar el ambiente y a la hora prevista empezó a llegar el personal. Mi mujer Ana y yo, habíamos estado por la mañana comprando el marisco y habíamos organizado junto a otras personas, lo del toldo y las mesas de fuera. Por eso, llegamos un poco tarde y cuando llegamos ya había alguna gente allí conversando amigablemente. Cada llegada de un nuevo socio era saludada con gran alegría, besos y bromas. Ya he mencionado que éramos como una gran familia. Nosotros no fuimos una excepción, nos recibieron muy amablemente y con gran alegría nos pusimos a departir alegremente con los allí presentes. Formaban parte del grupo una pareja con la que nos llevábamos especialmente bien, eran Adolfo y Tatiana. Adolfo y Tatiana eran socios fundadores como nosotros. Adolfo era un hombre cariñoso y muy divertido. Siempre estaba de bromas. En su trabajo era muy formal, cumplidor y responsable. Era delegado provincial de una importante empresa de Telecomunicaciones. Su mujer Tatiana era muy vivaracha, delgada e inquieta. Era muy cariñosa e impulsiva. Según decía mi mujer, cuando nos juntábamos Adolfo y yo, eramos insoportables, le sacábamos punta a todo y todo nos servía de sorna y de motivo para las risas. Quizás era un mecanismo de rechazo de las responsabilidades tan grandes que acumulábamos en nuestros trabajos. De todos modos cuando era necesaria una charla seria y profunda también estábamos capacitados para mantenerla, pero no era lo habitual. La gente ya lo sabía, y a veces creo que nos tiraban de la lengua para ver a quien se le ocurría el disparate más gordo, a uno o al otro.
Bien, cuando llegamos, saludamos a los presentes y sin esperar a que estuviéramos todos ya se habían descorchado algunas botellas de cava, supuse que habría sido cosa de Adolfo como así fue. Las botellas habían sido agitadas antes de abrir, y el suelo que era de baldosas y los manteles de plástico de las mesas estaban encharcados. En broma, comencé a meterme con Alfredo y éste se reía con ganas. Mi mujer hablaba tranquilamente con el resto de las personas que había en la terraza. Recuerdo que cuando acabamos de saludar a los presentes, ya estábamos todos, no recuerdo si faltaba alguien en ese momento. Más tarde, entré en la oficina de la Asociación para coger unas bayetas, la fregona y el cubo para intentar arreglar los desastres de Adolfo. Tatiana se vino conmigo para ayudarme, yo pensé que sería porque se sintió obligada a cubrir un poco las locuras de su marido, él era el que había agitado y derramado el cava. El local que estaba situado en el bajo del edificio, estaba vacío y casi a oscuras. Entré en el servicio, que hacía también la función de cuarto de la limpieza. De un armario de madera blanco con puertas correderas extraje las bayetas y se las pasé a Tatiana, o quizás ella me las cogió de las manos. Yo agarré la fregona y me quedé llenando el cubo de agua. Cuando salí, la gente seguía muy animada charlando, Alfredo era el centro de un grupo que no paraba de reírse con sus ocurrencias. Mi mujer charlaba animadamente con un grupo de mujeres. Mientras Tatiana, con mucho cuidado levantaba los platos y los vasos de las mesas y pasaba concienzudamente la bayeta. El suelo se había puesto sucísimo, entre lo pegajoso del cava y las pisadas de la gente, estaba realmente asqueroso. El grupo se había dispuesto alejado de la puerta, que era donde se había derramado la mayor parte del cava. Eso facilitó mi trabajo. Pasé la fregona bien húmeda varias veces y a menudo tuve ir a cambiar el agua del cubo. Una de las veces que fui a cambiar el agua, coincidí con Tatiana que entraba para enjuagar las bayetas. Ella ya había terminado su trabajo. Al entrar por la puerta del local tuvimos un leve contacto, al intentar abrir del todo la puerta, con mi brazo izquierdo rocé su turgente pecho. Ella se quedó sorprendida y yo me disculpé con un apuro sincero que ella aceptó, creo que hasta me enrojecí.
La dejé pasar y luego entré yo. Entró en el servicio y se introdujo en un cuartito interior que era donde estaba el retrete y el lavabo. Supuse que sería para enjuagar las bayetas. Yo entré en el servicio pero me quedé en la parte de fuera esperando que ella terminase para vaciar el cubo y volver a llenarlo. Estaba esperando y una voluptuosa sensación de estar solos y aislados del mundo, me envolvió de repente. Había un silencio sepulcral, no escuchaba que el grifo manase agua alguna. Me quedé intrigado, con ella a menos de un metro, los latidos de mi corazón parecían sonar amplificados, la respiración se me agitaba y ese instante se me hizo eterno. ¡Dios mío! pensé, que hace esa mujer ahí en silencio, ¿estará experimentando mis mismas sensaciones?. Simultáneamente, la situación me atraía y me repelía a la vez. Era tal el cúmulo de sensaciones contradictorias que se agolpaban en mí, que mi cuerpo preso de la emoción me sorprendió con una inesperada erección. Irreflexivamente me dejé llevar. Abrí la puerta del inodoro y encontré a Tatiana allí de espaldas, en penumbra y, ¡esperándome!. Sin hablar, la cogí por detrás, y sensualmente le besé el cuello. Desde la cintura le subí el top y acompañando el ascenso del tejido, le acaricié su estilizado cuerpo hasta que llegué a los pezones (no llevaba sujetador). Sus pechos eran pequeños pero muy dulces al tacto. Las bolitas de los pezones se pusieron rígidas al instante. Le besé los lóbulos de sus orejas y ella en actitud contemplativa se dejaba hacer y gimoteaba sensualmente con mis caricias. El inodoro no tenía ventana, pero en la parte de arriba tenía un tragaluz que era el que ventilaba e iluminaba tenuemente el pequeño espacio. Mientras disfrutábamos los dos de nuestra proximidad, nítidamente nos llegaban los sonidos de las conversaciones que nuestros amigos y amigas mantenían en el exterior. Adolfo bromeaba y contaba chistes que los demás jaleaban con sonoras carcajadas. Metí mis manos bajo su falda rizada y le acaricié la cintura, todos mis movimientos eran muy lentos y suaves. Desde atrás le acaricié su terso vientre y introduciendo mi mano dentro de sus braguitas, palpé su rizado monte de Venus. Lo tenía muy bien recortado dibujando un triángulo perfecto.
Despacio y con su colaboración, la despojé de sus bragas. Con dedos expertos, le abrí sus carnosos labios y pude disfrutar de la agradecida humedad de su vulva. Unas breves caricias en su dulce botón de mora y tuve que sostenerla en peso pues las piernas le flaquearon y a punto estuvo de irse al suelo. Tatiana era pequeña y se la podía manejar muy bien. Cuando se recompuso, se giró y se puso frente a mí. Con prisas, me soltó la correa, desabrochó el botón de mi pantalón y abriendo la bragueta, me bajó los pantalones y el calzoncillo a la vez. Me besó en la boca y enganchándose a mi cuello y con una destreza admirable, se impulsó hacia arriba y quedó enganchada con sus firmes muslos a mi cintura. Yo con la mano derecha la así del coxis aguantando su ligero cuerpo, mientras con el brazo izquierdo la rodeaba por la cintura. Mientras la mantenía muy pegada a mí, con su mano derecha cogió mi erguida verga y se la colocó con habilidad en la puerta de su húmeda hendidura. Introdujo el voluminoso glande en su lubricada vagina, sirviéndose de la ayuda de la mano. Una vez la tuvo bien dispuesta, la dejó a su suerte y abrazándose con los dos brazos a mi cuello fue dejándose caer para ir introduciendo centímetro a centímetro mi soporte en el interior de su cuerpo. A veces subía tirando de sus brazos y deshacía el camino hecho para volver a dejarse caer y ganar con creces el terreno ya recorrido. Ese movimiento de subir y dejarse caer sobre la apoyadura que yo le facilitaba hacían que, ahora fuese a mí, a quien le flaquearan las piernas de puro placer. En un determinado momento y sin aviso, como si ya hubiera sopesado los riesgos y estimara que no eran significativos, se dejó caer de golpe, enterrando dentro de si, mi excitada polla hasta el fondo. Ella con el brusco movimiento, soltó una especie de estertor que me asustó, pues sonó como el quejido de alguien que se le está yendo la vida. La brusca caída, profundizó de tal manera la penetración que me llevó a golpear con la nuez que formaba la abultada punta de mi verga en su matríz con un golpe tan inesperado, seco y decidido que mi cuerpo actuó como un resorte. Un tremendo espasmo me recorrió el cuerpo de abajo hacia arriba y eyaculé como un géiser de esos, que a veces se ven en los documentales y que pueden llegar a expulsar sus fluídos hasta una altura de treinta o cuarenta metros. Tatiana había llegado al orgasmo unos instantes antes que yo. Ella desfallecida y en mis brazos, había disfrutado también de mi orgasmo y según me contó después, había sentido una inmenso espasmo cálido y húmedo dentro de su vagina. Todo ello acompañado de un placer interior tremendo por el roce de mi glande con su matriz. Permanecimos unidos durante unos segundos, nos besamos y nos recompusimos mientras oíamos el alboroto de nuestros amigos en la calle. Primero salió ella y al rato, cuando me tranquilicé un poco salí yo. Pensé que nadie se habría dado cuenta de nuestra aventura, más adelante me daría cuenta de mi error. No se dieron cuenta ni Ana, mi mujer, ni Adolfo el marido de Tatiana (recordé aquello suele decirse de que a veces los implicados son los últimos en enterarse). Hubo varias personas para las que nuestra aventura no quedó oculta. Nunca supieron hasta que punto había llegado la cosa, y eso a alguna de mis compañeras de Asociación las intrigó enormemente durante bastante tiempo. Guardaron la confidencialidad y esto les facilitó gozar de mis atenciones más adelante. Pero esto ya es otra historia. FIN
SALUD Y SUERTE. Opus 2010