Aquella sesion de fotos

Un paseo en el parque se converte en un ensayo fotografico con la chica desesda. Aquella sesion de fotos cambiara sus vidas

Aquella sesión de fotos

El sol de mayo me impidió aquella tarde permanecer en casa. Me invitaba a salir, a fatigar mi cuerpo dando un paseo junto al río. No sabía entonces cómo iba a cambiar mi vida aquel paseo primaveral. Llevé mi cámara conmigo y disfruté durante un tiempo tratando de captar imágenes bonitas. Justo en el momento en que enfocaba la lente al río, mientras intentaba fotografiar una rana escurridiza, vi que se acercaba por mi vereda una muchacha de 30 años de rostro conocido. Desconocía su nombre, pero la veía casi a diario en la cafetería del pueblo gallego donde vivía, un sitio demasiado pequeño para que una chica guapa pasara desapercibida. El saludo fue inevitable, y yo me felicité por una casualidad que me daba una excusa fácil para conocerla.

-Hola. ¿Qué tal? ¿Haciendo fotos? –me saludó ella al instante.

La conversación pronto fue fluida. Me dijo su nombre, Silvia, me contó sus circunstancias y yo las mías. Ninguna de ellas viene hoy al caso. Baste decir que estoy más cerca de los 40 que de los 30, que me gano bien la vida y que conservo la cabellera y un cuerpo delgado. Por su parte, Silvia era alta y esbelta, tenía un cuerpo prometedor para el ojo atento a quien no engañaran sus ropas holgadas. Morena, ojos oscuros. No era llamativa ni espectacular, pero cuanto más se la miraba, más guapa parecía.

Continuamos juntos el paseo. Yo seguía haciendo fotos y, pronto, ella empezó a aparecer en alguna de ellas. Posaba sonriente y confiada, haciendo gestos graciosos cual si fuera modelo. Bromeamos así algún tiempo, hasta que llegamos a la plaza del pueblo. La invité a una cerveza y charlamos placenteramente como viejos conocidos. En un momento dado, la charla derivó a la fotografía. Y le confesé, en medio de nuestra franca camaradería, un proyecto que llevaba meses meditando y ahora había decidido.

  • Hace tiempo que quiero fotografiar, además de paisajes, a modelos. Voy a contratar a una de esas chicas que se anuncian por Internet.

  • ¿Y cuánto le vas a pagar?

  • No sé. 50, 70 euros.

  • Lástima que no tenga cuerpo para ser modelo. Me vendría bien ese dinero –bromeó Silvia.

  • ¿Cómo qué no tienes cuerpo para modelo? Claro que sí –repliqué con genuina sorpresa

  • ¿Sí? ¿Entonces por qué no me lo has ofrecido? –preguntó ella

  • Una, porque me daría un poco de vergüenza preguntártelo. La otra… -vacilé

  • Venga, confiesa

  • Porque me apetece hacer un desnudo, ¿qué quieres que te diga?

Ella rió, murmurando que ya se lo imaginaba.

  • Nada pornográfico –me excusé-, pensaba en un topless elegante –le mentí (a vosotros, lectores míos, mejor que a nadie lo puedo confesar); tenía enorme deseos de rendir homenaje fotográfico a un hermoso culo.

  • Pues a mí no me importa hacer un topless –respondió Silvia- total ya lo hago en la playa. Además me gustaba cuando mi exnovio me hacía esas fotos… -justo al momento de decirlo, Silvia se sonrojó, sabiendo que había confesado demasiado.

Nada más escucharlo, sentí en mis pantalones una erección instantánea, repentina, que afortunadamente pude ocultar tras la mesa del bar.

-¿Y qué pides por esa sesión de fotos? –le pregunté, intentando ocultar mi baba.

  • 50 Euros. Y que ocultes mi rostro, si te decides a ponerlas en Internet

  • ¿Eso es lo que hacía tu ex?

Su sonrojo fue entonces enorme. Asustado de mi osadía, acepté rápidamente su propuesta. No quería darle ocasión a que se lo pensara dos veces. Quedamos para el día siguiente, y nos separamos pronto sabiendo que, después de ese acuerdo, no nos quedaba nada mejor que decir.

Limpié mi casa, me limpié a mi mismo, pensé las fotos, y esperé ansioso la cita, incapaz de concentrarme en nada durante todo ese periodo. Ella apareció puntual, también nerviosa, acaso un poco asustada. Yo me empleé lo mejor que pude para tranquilizarla y que se sintiera cómoda. Le enseñé la casa, le enseñé mis mejores fotos paisajísticas recogidas a lo largo de los años, aburriéndola acaso con presunciones de viajes azarosos para captarlas. Luego le dije mis ideas básicas acerca de la sesión. Un sillón y ella, frente a un ventanal de amplias vistas. Más tarde, le expliqué con cierta vacilación, un lecho y un escueto lienzo blanco. Silvia me miró con cierto azoro al escuchar la palabra “cama”.

Ella traía consigo un ajustado pantalón que presumía un hermoso trasero, y la ropa interior más sexy de su vestuario. Se estiró sobre el sofá y empezamos las fotos todavía vestida. Quería que se relajara, que nada temiera, que no pensara que era un pervertido. No sólo buscaba unas fotos, ella me encantaba y quería que saliera conmigo. Así que conseguí que se tranquilizara. Tras unos minutos así, le pedí que se sacara el pantalón. Mientras sonreía, Silvia mostró sus largas piernas y unas minúsculas bragas blancas. Mi cámara y mi mirada se dirigieron sobre ellas.

Luego llegó el turno de la chaqueta. Traía debajo una camiseta ceñida, tal como le había pedido. Sus pechos eran más voluminosos de lo que pensaba y no pude menos que decirle:

  • Así que no tenías cuerpo de modelo, mentirosa. Si fuera poeta te diría que pareces una estatua labrada en mármol

Ella me respondió con su espléndida sonrisa, y un nuevo brillo en sus ojos. Le pedí que se sacara el sujetador, pero que dejara la camiseta. Ello lo hizo sin mostrarme todavía los pechos. Sus pezones despuntaban tras la breve tela. Se le notaba excitada por la sesión. Y seguimos así haciendo fotos: ella de espaldas sobre la ventaba, mostrando su espléndido culo. Ella jugando con la camiseta, mientras yo le animaba a que se mostrara todo lo sexy posible. Cada vez más excitado, impulsado por su sonrisa y su mirada, por esos pezones que alzaban la camiseta, le hacía comentarios más atrevidos.

  • Así - la animaba- así. Que se noten los pezones en punta sobre la camiseta.

-¿Cómo ahora?

  • Sí, como ahora.

  • ¿Quieres que me la quite?

  • Todavía no, Silvia.

Mi intención era clara. Quería mantener la máxima tensión sexual posible para la parte de la sesión que se hacía en la cama. A ella la intuía cada vez más cachonda, con ojos vidriosos y un sudor que aceitaba su cuerpo. Yo ya llevaba tiempo con una enorme erección en los pantalones que ni intentaba ocultar. Se trataba de que fuera una sesión erótica y pensé que era normal que el fotógrafo estuviera excitado.

  • ¿Quieres que sigamos en la habitación?

Ella me siguió allí y le ordené que se tumbara en la cama.

  • Mira ahora a la cámara. Quiero que la seduzcas, que sonrías, que la mires diciendo “observa lo buena que estoy”.

Y, claro, cuando miraba a la cámara, me veía a mí, moviéndome en torno a ella, devorando su cuerpo con ojos y lentes. Mientras estaba de rodillas, mirando desafiante, le pedí que se sacara lentamente la camiseta. Me sonrió, sonrió a la cámara, y se sacó poco a poco la camiseta hasta que me mostró sus pechos exultantes, grandes y duros, Los agarró con la mano y jugó con ellos, orgullosa y espléndida. Aparté los ojos de la cámara un segundo, y le respondí con un resoplido de asombro ante lo que veía. Ella sonrió todavía más. “Que no eres modelo, que no eres modelo” farfullaba yo mientras fotografiaba desde todos los ángulos sus pechos desnudos y sus punzantes pezones.

  • Juega ahora con tus braguitas.

Ella empezó a mover arriba y abajo esas diminutas braguitas, lo suficiente para que pudiera intuir un vello público depilado. De rodillas frente a mí, metía su mano bajo las braguitas, y allí la demoraba unos instantes, con una sonrisa maliciosa en sus labios. No pude menos que notar la humedad de esas bragas e intuir su coñito humedecido. Mi erección era por entonces de caballo y veía que Silvia descansaba su mirada sobre mi polla de cuando en cuando.

-Ahora de espaldas –dije entonces, con un temblor en mi voz.

Se puso de espaldas, cimbreando su cuerpo perfecto, al tiempo que miraba de soslayo. Yo me acercaba, la enfocaba, la miraba con ojos voraces. Le pedí que se inclinara, y que bajara todavía más sus braguitas. Éstas llegaron hasta la mitad de sus nalgas.

-Díos mío, qué culo. Está para comérselo. –me salió de la boca sin poder evitarlo.

Iba a pedir perdón, cuando observé que, al escuchar eso, ella se inclinó todavía más y bajó un punto sus braguitas.

-¿Te gusta? ¿Te gusta mi culo? –me dijo ella, con una mezcla de suspiro y gemido.

-Me encanta, me encanta. Quiero verlo. Sácate las bragas.

Ella se las bajó del todo con un golpe de mano sin vacilación alguno. Se inclinó todavía más mostrándome su culo en pompa. Un culito delicioso y perfecto, con formas y carne, pero duro. Su vagina brillaba húmeda y hospitalaria.

-Date la vuelta.

Lo hizo y empecé a fotografiar su coñito depilado. Ya no escondía mis gruñidos de satisfacción. Ella tenía también su mirada desatada, perdida toda timidez. Puso su mano en el coño y empezó a tocarse

-Sí, así.

Yo seguía sacando fotos, pulsando el botón descontroladamente mientras Silvia se masturbaba sin disimulo. Se tocaba y gemía, al tiempo que yo fotografiaba su rostro, su cuerpo y su coñito.

-Sigue, sigue. - Le gritaba.

-¿Te gusta? ¿Te gusta mi cuerpo?

-Me encanta. Me encanta tu cuerpo y me encanta cómo me lo enseñas.

-¿Sí?

-Sí, se nota que te gusta que te miren

-Sí, siempre me ha encantado –confesó ella al tiempo que hundía su dedo en el coñito.

-Tócate, tócate –le decía, mientras seguía sacando fotos.

-¿Te gusta mirarme?

-Sí

-¡Qué cerdito¡

-Y a ti te encanta que te miren, guarrita

-Sí, sí

-Tócate, tócate, como una zorrita en celo

Silvia prosiguió con su masturbación unos segundos hasta que le pedí que se diera la vuelta. Al instante, lo hizo. Se dobló a cuatro patas, abriendo ante mis ojos sus nalgas. Yo no recordaba un grado de excitación sexual como la de aquel momento. No pude aguantar más, y en ese momento dejé mi cámara en una mesilla. Me saqué el pantalón y liberé mi polla erecta largamente enjaulada.

  • Te tengo que follar.

  • ¿Qué? -gimió ella con voz trémula.

  • Que te voy a meter la polla en el coñito

  • No –respondió ella, con tono débil y vacilante. Era un “no” que decía “no deberías hacer eso, pero por favor hazlo”.

Le clavé mi polla por detrás, sin vacilación alguna. Ella gritó, contorneándose todavía más sobre la cama. La penetré sin miramientos, entre gruñidos y gritos de placer.

-Eso es lo que querías que hiciera, que te follara, ¿a qué sí? –le decía con voz entrecortada por la excitación

-No, no

-No mientas, guarra, que estás empapada.

-Eres un cerdo, y un vicioso

-Y tú también, una zorrita que disfruta calentando

-Y a ti te he calentado, cabrón

-Sí, sí. Me has puesto a mil, puta

Ella se retorció aún más cuando escuchó que le llamaba puta. Yo no pude controlarme un segundo más.

-Me corro, me corro –avisé

Salí de ella, la empujé sobre la cama, me puse de rodillas y apunté a su rostro. Silvia se masturbaba furiosamente, mirándome y pidiéndome que la llenara de leche. En cuanto empezó a sentir sobre sus pechos y mejillas mi leche caliente, le alcanzó un orgasmo brutal y ruidoso. Y yo me corría, me corría como un adolescente primerizo, hasta que exhausto me dejé caer sobre la cama.

Durante largos segundos, ambos nos quedamos en silencio, en un silencio atónito. Nos sentíamos incapaces de decirnos nada, tratando de asumir lo que habíamos hecho. Tras una prolongada e incómoda pausa, ella se levantó.

  • ¿A dónde vas?

  • A ducharme –dijo con voz apagada. La miré sorprendida. Detecté en ella vergüenza y algo de humillación, Ahora, algo calmada, pensaba y reconocía su cuerpo sudado, sus fotos perdiendo el control, su cuerpo cabalgado de mujer, mis palabras y las suyas, su rostro lleno de la leche pegajosa de un hombre al que acababa de conocer.

  • Silvia, ven aquí

Se me acercó dubitativa, la cogí de la mano y la acerqué a mí. Abracé a Silvia con cariño, besando sus cabellos (allí no había restos de mi leche).

  • ¿Qué pasa? ¿Acaso te avergüenzas de lo que ha pasado? –Su silencio era su sí- Silvia. Me gustabas cuando te veía en el bar. Me gustaste ayer en el paseo. Y hoy, después de la sesión, no sólo me gustas más, sino que me encantas. Eres la clase de mujer que estaba buscando.

Me dirigió una mirada interrogativa

  • Eres guapa y lista, me encanta hablar contigo, y tienes una virtud oculta que adoro y me cuesta encontrar.

-¿Cuál?

-Tu morbo es exhibirte; el mío mirar

Ella me empujó suavemente con una sonrisa relajada y feliz.

  • Y ahora dúchate que te invito a cenar al mejor restaurante de la zona. Aunque no antes de que te coma enterita y con más calma –le dije mientras la empujaba sobre el lecho y hundía mi lengua en su culito….

Orontes

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