Aquella Primera Vez
Fernando recuerda la primera vez que hizo un trío con su novia y un amigo.
Primera Vez
Recuerdo una vez, tomando una copa con un amigo que acaba de ayudarme a satisfacer a Natalia, que este se giró hacia mí y mirándome fijamente me preguntó cómo demonios se conseguía compartir a la mujer que uno amaba. Le intenté explicar lo que muchas veces me había visto obligado a contar, que en aquellas largas sesiones de sexo de lo único que se trataba era precisamente de eso, de sexo. Pero resulta que le entendí mal. Él no me preguntaba cómo soportaba yo que otro se follase a mi pareja, eso decía entenderlo, lo que me preguntaba era cómo se planteaba eso a la pareja, como se le decía a la mujer con la que se estaba que deseaba introducir una tercera persona en el juego. Le miré y sonreí. Sí, desde luego que aquello era otra historia.
Me encantaría poder decir que siempre que he comentado mi fantasía sexual nadie me ha mirado mal, pero no es así. Hay amigos, amigas, que dicen no entenderlo, que se ven incapaces de separar el sexo del amor, bien, ok, no pasa nada, no les juzgo por eso, aunque ellos sí que lo hagan. Cierto es, que alguno de ellos ha acabado metido en uno de nuestros juegos, aunque esa desde luego que es otra historia.
Ojala todo hubiera resultado igual de sencillo que con Natalia. Recuerdo que cuando le planteé por primera vez que quería verla follar con otro tío, lo único que hizo fue sonreírse, llevarme al cuarto y follarme. Cuando acabó, justo antes de dormirse, se volvió hacia mí y me dijo que por mí se follaría a todo un equipo de futbol americano. Un par de meses más tarde celebramos nuestra despedida de solteros y allí le llevé un par de sorpresas. Sin embargo la primera vez que lo hice fue antes de conocer a Natalia, por que aunque a mí ya no me lo parezca hubo una antes de Natalia, uno que queda muy, pero que muy lejos.
Antes de que Natalia entrase en mi vida yo salía con una mujer de exposición. Era una barbie rubia con un cuerpo escultural y una de esas caras repletas de inocencia viciosa, que en realidad escondía más inocencia que vicio. Se llamaba María y tenía los veinte mejores años que tuve el privilegio de catar. En la cama era más bien tradicional, pero con aquel cuerpo, aquella cara y aquella edad, el sexo era intenso, gimnástico y satisfactorio. Creo que en los casi once meses previos a nuestro primer trío, lo más salvaje que habíamos hecho era follar desnudos en el parking de la facultad a eso de las doce del mediodía, algo que jamás se repitió por que María pasó más miedo que excitación.
A mí por aquel entonces ya me rondaba la idea de introducir a alguien más en nuestra cama. El primer impulso fue imaginarme haciendo el amor con dos mujeres, algo muy masculino y que no parece ser un tabú social. Parece ser que un hombre puede tener esa fantasía e incluso llevarla a cabo sin que el resto de los amigos te miren mal. Sin embargo al poco tiempo de empezar a pensar en tríos, me di cuenta que lo que de verdad me excitaba a reventar era imaginarme a María follando con otro, verla embestida a dos bandas. Pero eso era algo difícil de aceptar. Recuerdo que luché contra esa idea, que pensé que algo raro ocurría dentro de mí, y que dejar que otro se tire a tu pareja no era algo típico de hombres. Así que estuve casi un mes pugnando con aquella idea, con el resultado de que al final acababa masturbándome pensando en como Marta se comía una tiesa polla sin cara. Fueron unos días contradictorios.
Finalmente claudiqué y acepté que no era un pervertido y que uno goza sexualmente de lo que le viene en gana. Con los años me he dado cuenta de que no estoy sólo y que hay muchos tíos que se excitan imaginándose a su novia empalada por una polla ajena. Supongo que tiene que ver con la cantidad de porno que consumimos desde nuestra más tierna infancia. Pero todavía hay pocos que se atrevan a planteárselo a su mujer. Por que de cerrar los ojos y masturbarse mientras se imagina a la mujer follada por otro, a proponérselo hay un largo camino lleno de remordimientos, morbo, dudas y excitación. Uno se plantea qué opinará la otra persona, ¿te mirará cómo si estuvieses loco?, ¿pensará que no la quieres?, ¿que eres un guarro? ¿O te dirá que por ti se follaría a un equipo de futbol americano? Son mil dudas que te asaltan y que te hacen recular en más de una ocasión. Sin embargo siempre hay una primera vez.
Yo se lo solté a María de sopetón y en las circunstancias más raras que uno se pueda imaginar, pero es que el valor le viene a uno dónde menos se lo espera. Estábamos en la cola del cine cuando la cogí por la cintura desde atrás y le susurré al oído si no le gustaría follarse a otro delante de mí. Giró la cabeza y me miró cómo si le hubiese dicho que si quería que le diese una paliza.
- ¿Estás loco?
Apenas tuve agallas para negar con la cabeza y esperé a que capeara el temporal cómo fuese. Pero se limitó a sonreír con indulgencia
- Anda, que dices unas tonterías.
Os soy sincero, ni recuerdo que película fuimos a ver, me pasé las más de dos horas que duró la película pensando en cómo solucionar aquel desastre. No se me ocurría nada, no estaba dispuesto a pedir perdón por que no consideraba que hubiera dicho nada malo, y no quería retirar lo dicho por que de verdad que deseaba hacer un trío con María y otro tío. Así que me limité a hacer lo que hacemos todos, me callé y esperé a que se resolviera solo. Esa noche, cuando le dejé en casa de sus padres, me dio un largo beso y abrió la puerta del portal, justo cuando yo me daba la vuelta para regresar al coche me llamó.
- Lo que dijiste antes en la cola del cine no iba en serio, ¿verdad?
Era uno de esos momentos, podía decir que no y dejar que toda mi fantasía se diluyese como un azucarillo en agua caliente o armarme de valor y decirle la verdad. Eso fue lo que hice.
- Sí, bueno, pensaba que podría ser divertido.
Ella me sonrió y negó con la cabeza, con esa mirada de quien sabe cosas que uno desconoce.
- No digas tonterías.
Cerró la puerta y sentí que la oscuridad del portal se llevaba todas mis esperanzas. Volví al coche con la cabeza llena de dudas y la polla dura. Cuando llegué a casa dejé que ganase el cerebro inferior y me relajé.
Creo que fueron casi diez días después del incidente cuando volvió a salir el tema. Yo ya había dado por murto el asunto, suponía que aquella fantasía nunca dejaría de ser eso precisamente, una fantasía. Jamás me hubiese podido imaginar que se acabaría convirtiendo en realidad, yen la vida podía sospechar que el futuro me deparaba una mujer como Natalia, mi actual esposa. Pero la cuestión es que llevándola de vuelta a casa, con varias copas en el cuerpo y el ambiente algo caldeado, me agarró abrió la bragueta del pantalón y me sacó la polla. No es que no estuviese dura, pero lo cierto es que tampoco estaba en su máximo esplendor.
- ¿Es verdad que a mi niño le excita imaginarse como me folla otro?
Ahora sí que se me puso dura, las venas se me hincharon de tal manera que pensé que me iba a explotar. María soltó una carcajada y apretó con la fuerza justa para hacerme estremecer.
- Pues parece que sí.
No dijo nada más, se bajó la minifalda y las bragas hasta los tobillos y se subió la camiseta de tal forma que le tapaba la cara. Si hubiese llevado sujetador no dudo que se lo hubiese quitado, pero aquel era uno de aquellos días en los que no lo llevaba. Dejó caer los brazos por el asiento hacia atrás y se reclinó un poco hacia delante para dejar que mi mano explorase con total impunidad su ardiente sexo. María sabía lo que me excitaba verla así de expuesta, aunque únicamente fuese en el coche y por unas calles desiertas a aquellas horas. Recuerdo que se corrió con ganas justo antes de que llegáramos al picadero oficioso de la urbanización. La obligué a pasarse desnuda al asiento de atrás y allí le hice el amor como pude. Fue intenso y breve. No volvió a hablar del tema del trío. Pero a mí no se me olvidaba.
Un par de días más tarde hice lo que muchos en mi lugar han hecho. Compré un consolador. Me disponía a demostrarla lo mucho que podía disfrutar con dos pollas para ella sola, y me disponía a hacerlo en la primera ocasión que se me presentase. No era muy grande, ni muy gordo, no se trataba de asustarla cuando lo viese. Tampoco tenía muy claro cómo iba a reaccionar. Para mi sorpresa le encantó la idea, bueno primero se rió tímidamente y por la noche lo disfrutó escandalosamente. Fue genial. Pensé en abordarla con el tema del trío, pero me lo pensé mejor y lo dejé correr, en vista de cómo se lo había pasado supe que aquel vibrador iba a estar presente en nuestra vida por un tiempo.
Un mes más tarde mis padres hicieron lo que hacían todos los años por aquel entonces. Se fueron de casa y me la dejaron para mí sólo. Ese era el momento en el que para mí arrancaba el verano, se iban desde finales de Junio hasta finales de Septiembre al chalet que teníamos en la playa. Eran tres meses de felicidad. Acabábamos los exámenes de la facultad y disponíamos de un gigantesco piso para nosotros solos. Fue justo después de su último examen cuando volví sobre el tema del trío con la ayuda de mi nuevo amiguito vibratorio.
María les había dicho a sus padres que se iba a quedar a dormir en mi casa, recuerdo que en aquel momento sus padres nos parecían de lo más modernos por dejarla dormir en casa del novio, era como si nos dejasen hacer cualquier cosa. Esa noche la preparé una suculenta cena basada en marisco y carne, para el postre, después de recoger la mesa, la llevé una bandeja con el consolador. María se partió de la risa. Lo cogió y sin solución de continuidad me dio uno de los espectáculos más sexys que yo había gozado.
Se separó de la mesa y se quitó lo pantalones, mostrándome sus clásicas braguitas de encaje trasparente. Con un sonrisa pícara encendió el vibrador y comenzó a pasárselo por encima de a ropa interior, desde donde yo estaba una leve humedad iba empapando aquellas braguitas sexys. Se llevó la mano a la camisa y tirando con fuerza se la abrió de golpe. Se subió el sujetador sin molestarse en quitárselo y comenzó a jugar con sus pezones a la vez que seguía restregando aquel juguete vibratorio por encima de unas bragas que cada vez ocultaban menos. Un eterno momento después dejó caer las bragas al suelo y se introdujo el vibrador lentamente. Yo notaba cómo mi polla pugnaba por atravesar el pantalón. Cuando María comenzó a jadear no aguanté más y e tiré delante de ella, le quité el consolador y sumergí mi lengua en su caliente y húmedo coño. Mientras se lo comía retomé la penetración con el vibrador. Ella se retorcía de placer ante aquel voraz avance doble. Me lancé con riesgo a perderlo todo.
-¿De verdad no preferirías que mi amiguito no fuese de plástico si no de carne?
Ella gimió y no dijo nada. Me tomé su silencio como un permiso para continuar.
- ¿No preferirías una polla dura, caliente, incansable? Alguien que te follase a la vez que yo te como el coño. Dime, ¿de verdad te disgusta tanto la idea?
María siguió callada, aunque notaba como la respiración se le iba acelerando cada vez más y como se iba abriendo cada vez más ante el avance acompasado de mi lengua y el vibrador.
- O me contestas o paro.
Su contestación fue un leve susurro.
Sí.
Sí, ¿qué?
Dijo algo, pero enterrado entre sus muslos fui incapaz de entenderla, además me latía la polla notaba como la excitación se me iba subiendo a la cabeza. Parecía que por fin podía vencer sus férreas defensas.
No te oigo.
¡Decía que sí!, que me encantaría que otro me follase delante tuyo, que vuestras lenguas me borrasen el clítoris de tanto chuparlo, ¡fóllame!
Me incorporé y le penetré con todas mis fuerzas, mientras ella mantenía el vibrador sobre su clítoris, arrancándola un par de orgasmos justo antes de que me corriese sobre ella. Se levantó y me llevó al dormitorio, allí volvimos a follar.
Caímos exhaustos una hora más tarde, abrazados con la satisfacción de una buena noche de sexo. A nuestros pies el vibrador seguía moviéndose, pero ahora nadie le hacía caso. María se apretó contra mi pecho y jugueteó con mis pezones.
- ¿De verdad quieres que folle con otro?
No me lo esperaba. Suponía que su asentimiento a mí idea había tenido más que ver con el momento de excitación que con un deseo real.
- Si. Me parece muy excitante. Pero no te quiero forzar a hacer nada que tú no quieras. Supongo que algo así sólo puede funcionar si las dos partes están de acuerdo.
María se arrebujó en mi pecho y soltó un inaudible suspiro. Colocó su pierna sobre las mías y noté cómo empezaba a calentarse de nuevo.
He de reconocer que la idea también me excita, dos pollas no dejan de ser dos pollas, y dos lenguas y cuatro manos, me estremezco con pensarlo. Pero me da miedo.
¿De qué?
¿Y si nada vuelve a ser como era antes? Una cosa es que te excite imaginarme follando con otro, pero otra muy distinta es verme con una polla en la boca. No sabes cómo vas a reaccionar a la hora de la verdad, ninguno de los dos lo sabemos, por más que creamos dominarlo.
Me quedé en silencio, era extraño oír aquellas reflexiones en boca de María, eran las mismas que me habían surgido a mí cuando me lo planteé por primera vez.
Nena, no te preocupes. Es sólo sexo, nada más. Nunca he sido celoso, no creo que lo sea ahora, por muy diferente que sea la situación. Además, soy yo quien te lo pido, si no me gusta pues me aguanto.
No sé.
Se quedó tan quieta y callada que por un momento creí que se había dormido.
- ¿Y con quien sería?
Joder, si ya había llegado a pensar eso, es que se lo había estado pensando más de lo que yo creía.
- No lo sé. Cuando te imagino follándote a otro, este nunca tiene cara, es únicamente una polla con un cuerpo adherido. ¿Tú has pensado en alguien?
El restregar de su pierna contra la mía, su humedad, me hacía pensar que sí había estado dándole vueltas a todo.
Bueno, hay dos opciones. Un desconocido, algún masajista para todo que contrates, o alguien muy cercano, alguien con el que exista tanta confianza que no haya posibilidad de que nuestra relación cambie.
Me parece muy sensato - yo tenía la polla a punto de estallar, si me respondía a la siguiente pregunta es que estaba muy cerca de llevar a cabo mi fantasía.- ¿Y en el segundo caso has pensado en alguien en concreto?
No, ni siquiera estoy segura de querer hacerlo.
Dicho esto apartó las sábanas y me recompensó con la mamada más caliente de nuestra relación. Mientras lo hacía, nuestro amiguito de plástico encontró refugio en su interior. Yo me corrí sin saber si estaba cerca o lejos de verla follar con otro hombre. Pero lo que sí tenía claro es que la idea había ido germinando poco a poco en el interior de María.
La respuesta afirmativa me llegó tres días más tarde, mientras comíamos un helado en el Retiro, tan de golpe y sorpresa como mi proposición en la cola del cine. Supongo que me lo merecí.
Únicamente pongo una condición.
Lo que digas.
Si digo basta, es basta, si estáis muy calientes os la meneáis y punto. Yo mando nene, si no te gusta lo dejamos.
Ok, no problemo. Te parezco muy desesperado si te pregunto cuando.
Eso me da igual, no quiero saberlo. Sorpréndeme.
Me sonreí y dejé que el helado se derritiese en la tarrina. Mi cabeza ya no estaba allí, se encontraba maquinando posibles escenarios para complacer a mi mujer.
La solución vino por sorpresa, como todo. En esos días en los que mis padres no estaban solíamos usar mi casa como base de operaciones, el grupo de amigos solíamos quedar allí para tomar unas copas antes de salir. En más de una ocasión lo que empezó como unas copas acabó siendo una gigantesca fiesta con gente a la que hacía mucho que no veía. Aquel fin de semana fue una de aquellas veces, lo que al principio era quedar un grupo de seis amigos acabó en una fiesta de más de treinta personas. Con el jaleo y la borrachera, María optó por quedarse, pero también lo hizo Yago, un compañero de clase con el que también iba al gimnasio. Yago era castaño, con un cuerpo de veinteaños moldeado en el gimnasio y una polla decente, es lo que tienen las duchas comunes en los gimnasios que no dejan lugar a las intimidades. La verdad es que me llevaba bien con él, al igual que María. Supongo que verles recoger juntos y ver cómo se reían fue lo que me hizo imaginarles follando. La verdad es que en aquel momento parecía un buen plan, luego resultó ser mejor todavía.
Terminamos de recoger la casa y nos sentamos en el salón a tomar una última copa. Apenas había luz y la música sonaba de fondo. Me acerque a María y la besé en el cuello.
- ¿Qué haces?
Deslicé una mano debajo de su camiseta y jugué con un de sus pezones. Aquel día tampoco llevaba sujetador.
- ¡Serás tonto!
Yago miró hacia nosotros y se rió. En ningún instante pareció cohibido por la situación, aquello terminó de convencerme. Le susurré a María un par de guarradas y esta se partió de risa. Mi mano no perdió en ningún momento el pezón.
- Está bien si es lo que quieres.
Yago miró de nuevo a María, sólo que esta vez pudo ver cómo sus pezones estaban duros.
¿De qué te reías?
Tu amigo, que es idiota. ¿Sabes cuál es su fantasía?
Yago negó con la cabeza sin quitar ojo de la viciosa cara de mi novia.
- Pues se le ha metido en la chota que quiere verme follar con otro, hacer un trío con otro hombre, otro sólo para mí.
Yago se quedó mudo, como lo hubiésemos hecho cualquiera, a la espera de ver si todo aquello era una broma pesada o una realidad excitante.
- Te hemos elegido a ti.
Yago me miró sin saber qué hacer. Yo asentí con la cabeza y levanté la copa en un brindis imaginario, era necesario que él estuviese igual de relajado que nosotros.
- ¿Y ahora qué?
María se giró hacia mí desafiante, quizás esperando que reculase, pero yo también había pensado cómo empezar. Me levanté y rebusqué en uno de los cajones de la mesa de juegos hasta dar con una baraja.
- Fácil, empezamos poco a poco. Jugamos a la carta más alta. El ganador es la madre y el último pierde prenda. El ganador puede mandar sobre cualquiera de los dos que hayan perdido, en caso de que salgan dos o tres cartas iguales todos perdemos prenda. ¿De acuerdo?
María y Yago asintieron, seguramente sorprendidos ante lo planeado de la situación.
- Una última cosa, no se puede ordenar hacer nada que signifique quitarse ropa. Yo no le puedo decir a María que me la chupe si yo sigo con el calzoncillo puesto, ¿ok? Pero sí puedo hacerle perder prenda a otro.
María me miraba con ojos lujuriosos, los pezones estaban cada vez más hinchados y estaba convencido de que su entrepierna estaba totalmente húmeda. Se encontraba sobrepasada por una situación que hacía solo unas semanas había rechazado de plano. Yago habló, para mi sorpresa.
¿Durante cuanto tiempo?
La suma de las cartas que haya sobre la mesa. Os parece bien.
Me parece poco.- María me sonrió.
Está bien me acerqué de nuevo a la mesa de juegos y cogí un dado del parchís.- La suma de las cartas multiplicada por la tirada del dado. ¿Mejor?
Desde luego.
Empecemos.
Si a algo tengo mala suerte es en los juegos de cartas. Creo que únicamente hicieron falta siete manos para acabar desnudo del todo, algo que quizás esta vez no era tan malo. Por su parte María conservaba la camisa y las bragas y Yago únicamente había perdido la camiseta. Las órdenes, aunque tímidas y limitadas por la ropa, habían ido sirviendo para calentar el ambiente. A mí demasiado. En la siguiente carta, gané yo y perdió Yago. Se quitó los pantalones quedándose en calzoncillos. Yo no aguantaba más.
- ¿Cuál es tu orden?
Les miré a los dos y sonreí. Tiré el dado, sumé lo que había en la mesa y lo multipliqué por el tres de la tirada, unos 45 segundos. Bien, tenía que ser tiempo.
- María, tienes que quitarle el calzoncillo a Yago con los dientes. Dispones de cuarenta y cinco segundos.
Fue excitante verla avanzar a cuatro patas hacia él, mientras este se colocaba en el sillón de tal forma que pudiese ayudar a mi orden. María sujetó la cintura de Yago y mordió con delicadeza el borde del calzoncillo.
Sin manos nena, únicamente con la boca.
Ok.
Tiró con fuerza y bajó la parte delantera hasta que se enganchó con la tiesa polla de Yago, luego se giró e hizo lo mismo por los lados y por atrás. Yago tenía el calzoncillo puesto por que la erección que tenía lo impedía caer.
- Fernando, tengo un problema, la polla de tu amigo no me deja bajárselos.
La miré divertido, únicamente escucharla decir la polla de tu amigo me había excitado mucho.
- Está bien, soy bueno. Te dejó usar una mano, pero únicamente un segundo.
María agarró la polla de Yago y tiró lentamente de la parte de adelante del calzoncillo, liberándole el tieso rabo, que golpeó con suavidad la cara de mi novia. Yo me empalmé, María se contoneó y Yago soltó un ligero suspiro. Pero el tiempo acabó. Ahora Yago y yo estábamos desnudos.
La siguiente mano fue generosa para María, que ganó, pero ninguno de nosotros podíamos perder prendas. María hizo que nos masturbáramos para ella, afortunadamente no fueran más que siete segundos. Mientras lo hacíamos se frotaba los muslos uno contra el otro.
En la siguiente gané de nuevo y perdió María. Se quitó la camisa y nos mostró aquellos dos pechos de tamaño justo, solo verla quedarse en braguitas fue demasiado para mí. Me miraba anhelante. Tiré el dado y sumé, veinticuatro por cuatro eran muchos segundos y nos los podía desperdiciar. Miré a María y luego a Yago. Estaba claro que había que ir sobre ella.
- Yago, quiero que se lo comas por encima de las bragas, deben de estar tan mojadas que deben de parecer una segunda piel.
Creo que jamás vi a alguien abrirse de piernas con aquella rapidez. Antes de que Yago se hubiera siquiera levantado del sillón, ella se había colocado hacia delante y había apoyado ambas piernas en los reposabrazos, creo que jamás la había visto tan anhelante. Yago se sumergió entre sus piernas y se esforzó en cumplir mi mandato. María gemía ante el avance curioso de la lengua de Yago y no dudó en comenzar a masajearse ambos pechos con desesperación. Aquello era demasiado para mí, ver como mi compañero de gimnasio devoraba como podía el coño enfundado de mi novia era un sueño hecho realidad. Pero las reglas no le permitían a María acariciarse, así que me acerqué y desde detrás del sillón le retiré los brazos y le sujeté las muñecas. Mi novia soltó un largo gemido y se contoneó. Supongo que sentirse prisionera de aquel juego sexual estaba siendo demasiado para ella. Desde dónde estaba me pareció ver cómo Yago infringía levemente las reglas del juego al retirar un poco las bragas e introducir un dedo en el húmedo coño de María, nunca supe si había llegado a posar sus labios en el clítoris de mi novia, aunque el gemido ronco me lo indicaba así. Pensé en decirle algo, el problema era que yo le entendía, en su lugar y hubiera hecho lo mismo. Corté el tiempo antes de que María llegase al orgasmo.
En la jugada siguiente todo se terminó de caldear. Yago ganó, yo perdí y María se quedó en medio, algo que antes o después le iba a ocurrir, sólo que en circunstancias diferentes. Yago ordenó a María que se despojase de las bragas, era un pena perder una orden así, pero todos deseábamos que a nadie le quedase una sola prenda. Mi novia dejó caer sus bragas al suelo, os juro que en aquel momento estuve a nada de correrme sin siquiera tocarme. Sonrió pícara y me deleité en contemplarla desnuda ante nosotros, con aquella cara de inocencia perversa que tantas pajas había provocado.
Yo no sabía que hacer, jugábamos más o nos dejábamos de gilipolleces y pasábamos a lo que de verdad deseábamos. Era divertido el mandar y ser mandado, pero yo desebaba penetrar a María, deseaba soltar toda aquella tensión sexual. Fue María la que repartió cartas y solucionó el problema. Esta vez daba un poco igual quien perdiese, el único que seguía teniendo poder era el vencedor, y fue de nuevo Yago.
- Quiero que nos la chupes.
María nos miró con ojos golosos y se acercó a nosotros. Yo sumé las cartas y multipliqué el tiempo, no iba a ser mucho, pero aquello prometía más emociones. Yago y yo nos sentamos juntos en un sillón y María se colocó en medio, de rodillas. Me miró fijamente a los ojos cuando se introdujo la polla de Yago en la boca, y lo hizo durante todo el tiempo que le hizo la mamada. Fue sublime. Fue tan excitante que me costó mucho no acabar cuando me tocó el turno, creo que si alguna de aquellas cartas hubiese sido una figura yo habría quedado fuera del juego por un tiempo.
Lo mejor que puedo decir de aquella penúltima mano fue que gané. Miré a María y observé cómo contemplaba con lujuria la tiesa polla de mi amigo. Las cartas y los dados no me habían dado mucho tiempo, pero la verdad es que eso mismo hacía que mi idea fuese mucho más interesante.
- Es fácil, quiero que te pongas a cuatro patas y que dejes que Yago te folle mientras me la chupas. Es poco tiempo, así que disfrútalo.
María se colocó sobre la alfombra y le ofreció el culo en pompa a Yago. Yo, desde donde estaba no observé cómo se introducía la polla de mi amigo en el anhelante coño de mi novia, pero lo supe en el mismo instante en el que ella se mordió el labio e hizo verdaderos esfuerzos por no gritar. Luego comenzó a bambolearse de adelante hacia atrás, empalándose sin piedad contra el trozo de carne dura de Yago. Abrió lo ojos y se mojó los labios con la lengua, yo le aproximé mi miembro y se lo introduje en la boca. No la puedo culpar por no hacerme caso, estaba convencido que el morbo de saberse follada por otro delante de su novio era demasiado para ella. El tiempo terminó en pocas embestidas y María suspiró resignada cuando notó como la polla de Yago se retiraba de su interior.
Se sacaron las cartas por última vez y ganó mi novia.
- Quiero que Yago me folle delante tuyo, quiero que veas como me lo folló, exactamente como tú querías.
Mi amigo sonrió y se encogió de hombros. Parecía decir hombre yo lo hago porque lo dice ella, que a mí ni me va ni me viene , maldito cabrón. Cogí el dado y me dispuse a tirarlo, en la mesa las cartas sumaban veintiocho. Antes de siquiera abrir la mano habló María.
- Como tires el maldito dado te capo.
Vale, se había acabado el juego. Menos mal. La sonreí y me senté en el sillón. Yago se tumbó en el suelo y dejó que María llevase todo el peso. Desde dónde estaba sentado observé como se iba introduciendo poco a poco la polla de mi amigo en el coño de mi novia, intenté no tocarme, pero fue imposible. Comencé a masturbarme en el mismo instante en el que María comenzó a subir y bajar lentamente sobre aquella polla intrusa. Observé con deleite cómo sus tetas ascendían y descendían al compás de la penetración. Mi novia se mordía los labios, dejaba escapar roncos gemidos, algún gritito de placer y se apoyaba sobre el musculado pecho de Yago para ayudarse en la follada.
Fue entonces cuando me dí cuenta de una cosa. El sexo es sucio. Cuando uno está enfrascado en el no se da cuenta, pero cuando uno lo observa desde lejos, sin el filtro de una película porno, el sexo es sucio. Es saliva, sudor, flujos, pollas, bocas, tetas, culos, coños, el sexo es sucio. Es sucio y excitante.
No aguanté más y me acerqué a ellos. Mientras ella cabalgaba sobre Yago la forcé a agacharse un poco y metí mi lengua en su culo, dilatándolo, preparándolo para mi rocosa polla. Luego poco a poco apoyé la punta en su entrada posterior y dejé que María fuese quien decidiera el ritmo de la enculada. Poco tiempo más tarde mi novia estaba experimentando algo que jamás soñó. Dos pollas se mecían a su son en su interior, sacándola con cada empujón un gemido más.
El orgasmo no tardó en llegar para ninguno. Yago fue el primero, salió del interior de mi novia y se vació en la entrada de su coño, salpicándome y pringándolo todo. Supongo que en otras circunstancias la simple idea de que un tío me salpicase con su semen me hubiese revuelto el estómago, pero en aquellas circunstancias hizo que mi orgasmo se acompasara con el largo placer de María. Fue una de aquellas veces en las que logré acabar a la vez que ella, curioso.
Los tres nos dejamos caer satisfechos sobre la alfombra. Todo el salón olía a sexo. Yo sabía que debía tener la sonrisa del imbécil que ha logrado su fantasía, así que opté por dejarme llevar por aquella alegría y cerré los ojos para rememorar la experiencia. Había sido maravillosa.
El resto de la noche volvimos a follar, ahora más tranquilos, más sosegados, se podría decir que incluso de manera tierna. Bueno todo lo tierno que pueden ser dos pollas para una sola mujer. Cuando el sol salió Yago ya se había ido y, aunque volvimos a hablar de ello, nunca jamás lo repetimos con él.
Meses más tarde María me dejaba, decía no sentirse feliz mi lado, las cosas se tuercen en una relación. Siempre dudé si aquella noche de sexo loco había influido en su decisión, creo que no, es que a veces el amor se acaba y se acaba. Cuando la vi marchar con el corazón compungido, pensé que jamás volvería a encontrar a alguien tan abierto como ella. Lo que en ese momento no sabía era que Natalia iba a irrumpir en mi vida como un terremoto sexual.